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CAPÍTULO 2 La Junta Militar: los años del terror (1976-1983)
La Junta Militar encabezada por el general Jorge Rafael Videla, el almirante Emilio Eduardo Massera y el brigadier Orlando Ramón Agosti, acordó que sería Videla quien encabezaría “El Proceso de Reorganización Nacional”, El Proceso, con 80,000 efectivos y 100 tanques.
Además de disolver al Congreso, remplazó y llevó a cabo
purgas entre los jueces, abolió garantías individuales, suspendió la actividad política y sindical y restableció la pena de muerte por razones políticas.
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La propuesta de los militares iba más allá: consistía en eliminar de raíz el problema (principalmente a la guerrilla), que según ellos se encontraba en la sociedad misma y en la naturaleza irresoluta de los conflictos. La planificación general y la supervisión táctica estuvo en manos de los más altos niveles de conducción castrense, y los oficiales superiores no desdeñaron participar personalmente en tareas de ejecución, poniendo de relieve el carácter institucional de la acción y el compromiso 39
Foto izquierda: Los militares Videla, Agosti y Massera anuncian la renuncia de Isabel Perón y el control del país. Foto derecha: Videla, Massera y Agosti toman el poder institucional
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colectivo. La ejecución requirió también un complejo aparato administrativo, pues debía darse cuenta del más detallado movimiento —entrada, traslados y salidas— de un conjunto muy numeroso de personas. La represión en suma fue una acción sistemática realizada desde el Estado. 40
El Estado argentino, aún después del golpe de estado, carecía del orden y de la disciplina que había estado ofertando y se estaba convirtiendo en un Estado “delincuente”; el Estado delincuente tal y como lo plantea Eugène Aroneau, presentado por Andersen en su libro Dossier secreto, se define en tres etapas. En la primera etapa del desarrollo de este Estado delincuente, se suspenden los derechos legales para ciertas categorías de personas sobre la base de su raza, religión, nacionalidad o filiación política. La segunda tiene lugar cuando las fuerzas públicas “ausentes en la aplicación del derecho penal, están presentes en la detención, el transporte o la ejecución de las víctimas”. La tercera etapa es la consolidación del poder del Estado delincuente. El terror no es ya el resultado de los excesos cometidos sino más bien “el resultado de un sistema definido, previamente organizado y alentado desde la estructura del poder”. En esta última etapa serían bestializadas millares de personas mediante la tortura y luego ejecutadas en oscuros calabozos diseñados por los servicios de inteligencia militar argentinos. 41
Dentro de esta “lógica” del Estado delincuente, Viola definió los objetivos del Proceso tras el golpe de estado en tres apartados: Mejorar la imagen de los militares,
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Romero, op. cit., p. 310. Andersen, op. cit., p. 193.
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justificar el golpe para así llenar el vacío de poder, y finalmente, organizar un aparato represivo clandestino eficaz. 42
Siguiendo esta misma lógica, significaba una
reorganización de los grupos represores y una incorporación de golpeadores clandestinos, todos ahora sí, al servicio del Ejército, de la Patria y de Cristo.
El objetivo del régimen militar no sólo era una respuesta contrarrevolucionaria a una crisis sociopolítica en que se dan un alto grado de movilización, organización, radicalización popular y de descomposición del aparato económico y político; sino también significó un intento fundacional, es decir, el proyecto de reorganizar el conjunto de la sociedad, de fundar un nuevo orden, de reestructurar y recomponer las bases del capitalismo nacional y transformar así la estructura social, de modo tal de eliminar un tipo de relación entre sociedad civil, sistema político y Estado. Apuntando a un cambio de mentalidad. 43
De igual manera, es interesante lo señalado por Novaro y Palermo en su libro La Dictadura Militar 1976/1983, respecto al sentido mesiánico que se habían adjudicado los militares argentinos: el golpe de 1976 no es simplemente un eslabón más en la cadena de intervenciones militares que se inició en 1930.
La crisis inédita que lo
enmarcó dio paso a un régimen mesiánico inédito que pretendió producir cambios irreversibles en la economía, el sistema institucional, la educación, la cultura y la estructura social, partidaria y gremial. Visto a la distancia, el golpe inauguró un tiempo,
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Andersen, op. cit., p. 207. Sonderéguer, María, “Aparición con vida (el movimiento de los derechos humanos en Argentina)”, en Jelín, Elizabeth (compiladora), Los nuevos movimiento sociales, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1989, p. 160. 43
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que más que nada por su enorme fuerza destructiva y a pesar del fracaso de buena parte de las tareas programáticas que el régimen se autoasignó, transformaría de raíz la sociedad, el Estado y la política en la Argentina. Los militares que encabezaron la dictadura sin duda más sangrienta de la historia de este país y de toda la región, lograrían de este modo su objetivo de poner fin a una época. Aun cuando demostrarían ser absolutamente incapaces de fundar una nueva. 44
2.1
Chupar, torturar, quebrar, desaparecer, ¿te suena familiar? Un terrorista no es simplemente alguien con un fusil o una bomba sino alguien que despliega ideas que son contrarias a la civilización occidental y cristiana. 45
El propósito de los militares, expuesto en diferentes textos sobre la dictadura militar, no era únicamente combatir a la guerrilla, los universitarios, líderes sindicales, judíos o cualquier otro “perverso” 46 , sino que obedecía en gran parte a una venganza. “Por cada uno de nosotros caerán cinco de ellos” y muchas frases como estas acompañarían la cruel campaña para limpiar de comunistas, perversos y anticristianos a la patria argentina, para así finalmente convertirse en la gran nación Argentina.
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Novaro y Palermo, op. cit., p. 19. Entrevista a Videla del The Times, en Comisión Nacional para la Desaparición de Personas (CONADEP), NUNCA MÁS Informe de la CONADEP, Ed. Universitaria de Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina, 2003, p. 342. 46 … secuestraron a un hombre que dijeron que era un perverso sexual. El secuestro se hizo en un hotel de la zona de Once, donde buscaban a un militante político. Al descubrir fotos pornográficas con menores, en posesión de este hombre, lo secuestraron y lo torturaron durante toda una noche con golpes y picanas hasta que al amanecer murió. Según dijeron, el objetivo era eliminarlo de manera en que sufriera, para pagar su culpa. Quien ordenó este tratamiento y lo ejecutó hasta el amanecer fue el individuo llamado Juan. Testimonios de la CONADEP, en http://www.nuncamas.org/testimonios/ De igual manera, en 1976 un grupo de estudiantes de secundaria que pedían una rebaja en el precio del transporte colectivo fueron secuestrados y torturados; a ese evento se le conoce como La noche de los lápices. 45
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Por estas razones, las organizaciones argentinas de derechos humanos hablan ciertamente de genocidio, puesto que la mayoría de las víctimas eran jóvenes entre quince y treinta años pertenecientes a grupos sociales definidos, en su mayoría miembros del ERP y Montoneros; además de estudiantes y profesores universitarios, al igual que un considerable número de judíos.
Sin embargo, a lo largo del trienio sombrío —cómo lo denomina Romero— cualquiera podría ser considerado un comunista o un elemento negativo para la sociedad argentina.
La Iglesia tampoco escapó a estos horrores y muchos
seminaristas, religiosas y sacerdotes que ponían en práctica la teología de la liberación fueron secuestrados y desaparecidos. Cualquiera podía ser señalado como enemigo del Estado.
La táctica para ir desapareciendo a los enemigos del Estado era relativamente elemental; detener (secuestrar), torturar, “quebrar”, exterminar y desaparecer.
Los
secuestros —cometidos por grupos operativos conocidos como patotas— eran parte de acciones ilegales para sustraer o chupar 47
a los sospechosos o identificados
responsables de acciones beligerantes o incómodas para el gobierno pretoriano. Los secuestros podían tener lugar en fábricas, oficinas, domicilios, en la calle o en algunos vecindarios donde se conociera que estuviera el “blanco”; los secuestros los llevaban a cabo la policía, y en caso de que éstos se salieran de control, llamaban a los militares para que intervinieran y se encargaran de la situación. 47
Chupar es un término que se utilizó en la jerga policíaca-militar durante el Proceso, y ha sido adoptado por diferentes autores, que significa desaparecer. Los chupaderos por tanto se refieren a los campos de concentración donde la dictadura militar argentina, chupó o desapareció a miles de personas.
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El secuestro de los delincuentes o sospechosos iba acompañado de una serie de vejaciones no solamente a las víctimas, sino también a todo aquel que fuera testigo de dichos operativos; esto porque muchas veces las patotas violaban a la víctima frente a su familia, maltrataban a los familiares de ésta o incluso los asesinaban. Secuestrar a la persona también iba acompañada de un saqueo importante de las pertenencias de las víctimas; saquear casas y robar objetos significaba cobrar el botín por su glorioso y patriótico acto o simplemente un gusto que podían darse.
Muchas víctimas
identificaban sus objetos personales en la persona de sus torturadores, los bienes muebles o inmuebles eran “cedidos” por las víctimas a sus victimarios a través de cartas notariales apócrifas o de compra-venta de inmuebles ficticias.
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Militares irrumpiendo en casas y deteniendo sospechosos
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¿Dónde tenían lugar las desapariciones de personas? 0.40% 6% 7%
24.60% En la via pública en el domicilio en el lugar de trabajo en el lugar de estudio
62%
en dependencias militares o policiales
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Una vez secuestradas —y si por supuesto no eran asesinadas en el acto o en creativos y fastuosos operativos fabricados por las fuerzas represoras— las víctimas eran llevadas a los centros de tortura o chupaderos, como la Escuela Mecánica de la Armada o ESMA, Quinta o Mansión Seré, La Perla, Campo de Mayo, el “Club” o Atlético, El Vesubio, La Cacha, Garage Olimpo, La Escuelita de Famaillá, el Chupadero Malvinas, Casa del Cilindro, El Reformatorio, entre otros centros de detención. Tras la minuciosa investigación de la CONADEP se contabilizaron más de 34 centros clandestinos de detención en territorio argentino (Capital Federal, Provincia de Buenos Aires, Córdoba, Tucumán, Mendoza, Formosa y Santa Fe).
En estos centros, los
grupos de inteligencia, casi en su totalidad militares, llevaban a cabo interrogatorios utilizando métodos e instrumentos de tortura como la “picana eléctrica”, el
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Datos tomados de la CONADEP, op. cit., p. 29.
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“submarino”, 50 simulacros de fusilamiento y de envenenamiento, ruleta rusa, golpes con palos, latigazos, cortaduras con navajas para afeitar, entierros vivos, vejaciones de todo tipo, en especial las de un alto contenido sexual a hombres y mujeres; las violaciones sexuales eran los métodos más comunes para sustraer información útil. Después de ultrajarlo, al detenido se le despojaba de su nombre y para reconocerlo se le asignaba un número de identificación, un “NN”. El informe de la CONADEP nos demuestra estos aberrantes hechos en el testimonio de Norberto Liwsky, El 5 de abril de 1978, el Dr. Norberto Liwsky un médico que había combinado la medicina con el activismo social, habiendo trabajado en las cada vez más extendidas villas de emergencia de Buenos Aires, fue secuestrado por un comando armado vestido de civil al entrar a su departamento de Buenos Aires. Los secuestradores empujaron a Liwsky quien abría la puerta de entrada a su edificio desde el interior. Entonces le dispararon en ambas piernas a quemarropa. Liwsky fue llevado a un centro de detención secreto, un chupadero en la jerga de la policía, en la provincia de Buenos Aires, cuando fue puesto sobre una mesa para ser torturado; un médico que trabajaba con los captores le aconsejó que no se resistiera dada la gravedad de sus heridas [dos balazos en cada pierna]. Durante las interminables sesiones de picana eléctrica y los azotes que siguieron, [“Esta combinación puede ser mortal porque, mientras la ‘picana’ produce contracciones musculares, el apaleamiento provoca relajación (para defenderse del golpe) del músculo. El corazón no siempre resiste el tratamiento] Liwsky con frecuencia oyó la voz del médico. En un momento dado los captores le dijeron que una de sus hijas pequeñas iba a ser torturada junto con él. Antes, ante la Comisión Sabato, Liwsky había atestiguado: “Durante días fui sometido a la picana eléctrica aplicada a encías, tetillas, genitales, abdomen y oídos… [Luego] comenzaron un apaleamiento sistemático y rítmico con varillas de madera en la espalda, los glúteos, las pantorrillas y las plantas del pie”. Cuando al cabo de un mes en cautiverio la venda que le cubría los ojos fue quitada, “Pude apreciar el daño que me habían causado… Recordé que, cuando estudiaba medicina en el libro de texto del famosísimo Houssay, había una fotografía en la cual un hombre, por el enorme tamaño que habían adquirido sus testículos, los llevaba cargados en una carretilla. El tamaño de los míos era similar a aquél en su color de azul negruzco intenso. Otro día me llevaron, y a pesar del tamaño de los testículos, me acostaron una vez más boca abajo. Me ataron y, sin apuro, desgarrando conscientemente, me violaron introduciéndome en el ano un objeto metálico. Después
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La picana se refiere al instrumento metálico que induce descargas eléctricas al cuerpo humano; entre más alto el voltaje, mayor será el daño para la zona a la que se le aplicó la electricidad. Las zonas húmedas son las más delicadas y en las cuales se aplicaban las descargas eléctricas. El submarino se refiere a métodos de asfixia mediante el sumergimiento en agua. Un instrumento de tortura de invención argentina.
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me aplicaron electricidad por medio de este objeto, introducido como estaba. No sé describir la sensación de cómo se me quemaba todo por dentro”. 51
Un aspecto importante a considerar se refiere a la utilidad de la información, ya que si la víctima no aportaba información considerada útil (nombres, direcciones, cantidad de armamento, planes) para los cuerpos de seguridad, su quiebre sería más prolongado.
Los torturadores de igual manera elaboraban un reporte al finalizar cada
sesión de tortura, con los datos más relevantes que hubieran obtenido durante la sesión de tortura. La tortura física era indefinida y se extendía hasta una tortura psicológica, como sufrir simulacros de fusilamiento o asistir al martirio de compañeros en los campos de concentración.
Como se mencionó anteriormente, la tortura sólo era para extraer información de compañeros, lugares u operaciones en general; sin embargo con el tiempo era más que obvio que el verdadero sentido de estas torturas tenía que ver con el quebrantamiento de la resistencia del detenido, anular sus defensas, destruir su dignidad y personalidad. Muchos morían en la tortura, se “quedaban”; los sobrevivientes iniciaban un confinamiento más o menos prolongado en alguno de los trescientos cuarenta centros clandestinos de detención que funcionaron en esos años y cuya existencia fue reiteradamente negada por las autoridades Los detenidos, sin más, eran confinados físicamente y espiritualmente a obedecer, e impotentes, a ofrecer ningún tipo de resistencia. 52
51 52
CONADEP, op. cit. cfr., pp. 27-32. Romero, op. cit., p. 312.
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El camino hacia su inevitable quiebre nos lo demuestra Pilar Calveiro en su libro Desapariciones: ya desposeído de su nombre y con número de identificación, el NN, el detenido pasaba a ser uno más de los cuerpos que el aparato de vigilancia y mantenimiento del campo debía controlar.
Las guardias internas no tenían
conocimiento de quiénes eran los secuestrados ni por qué estaban allí. tenían capacidad alguna de decisión sobre su suerte.
Tampoco
Las guardias, generalmente
constituidas por gente muy joven y de bajo nivel jerárquico, sólo eran responsables de hacer cumplir unas normas que tampoco ellos habían establecido, “obedecían órdenes”. 53 Ellos trataban con insultos, crueldad y severidad a los detenidos, ya que su peligrosidad —cualidad asignada por el Estado— lo justificaba.
Además sus
superiores avalaban dicha actitud y sus acciones.
2.2
La estancia en los centros clandestinos de detención
Massera dijo que Videla era un maricón. Sin embargo, en el tema de los derechos humanos, la Armada era “blanda”, mientras que el Ejército era duro. “Pero Larry”, le respondió Massera con tranquilidad, “la ESMA es una escuela. ¿Realmente crees que allí torturamos a alguien? 54
Los prisioneros eran encapuchados o “tabicados” permanentemente, como lo describen Pilar Calveiro y los diferentes testimonios en el informe la CONADEP, para que no tuvieran acceso a ningún objeto o lugar visible que identificara su cautiverio. Eran amarrados con esposas o cadenas para impedirles su movilidad; cualquier movimiento era registrado, contabilizado y sancionado. Sus necesidades fisiológicas más elementales eran meticulosamente controladas, puesto que sólo podían hacer uso 53 54
Ibid, p. 71. Andersen, op. cit., p. 288.
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de las facilidades sanitarias dos o tres veces al día, o de un balde para el uso sanitario de todos los prisioneros. El alimento y el agua de igual manera eran racionados y considerados un mero insumo para mantener vivos los cuerpos de los detenidos. A éstos se les tenía estrictamente prohibido hablar o participar en una conversación, además de ser obligados a mantenerse sentados o acostados en el piso mientras llegaba su turno de torturarlos. Al respecto, Pilar Calveiro señala: […] Un compañero dejó de figurar en la lista de interrogadores por alguna causa y de esta forma ′quedó olvidado′ […] Este compañero estuvo sentado, encapuchado, sin hablar y sin moverse durante seis meses, esperando la muerte. 55
Las horas de sueño eran pocas e interrumpidas en algunos casos violentamente, y las condiciones de las celdas o cuchetas eran deplorables; aun en estas condiciones infrahumanas la sobrevivencia estaba garantizada, ya que los guardias —y en su totalidad el aparato de los centros clandestinos de detención— tenían como tarea prioritaria la conservación con vida de los subversivos; la muerte la decidían ellos, y si llegaban a disponer de ésta los subversivos, la misión habría fracasado. Ahí esas vidas eran de ellos, de los torturadores, y sólo ellos podían disponer de ellas; la vida no les pertenecía más a los prisioneros, se las habían arrancado al entrar al centro de detención. Aquí dentro nadie es dueño de su vida, ni de su muerte. No podrás morirte porque lo quieras. Vas a vivir todo el tiempo que se nos ocurra. Aquí dentro somos Dios. Sólo Dios da y quita la vida. Pero Dios está ocupado en otro lado, y somos nosotros quienes debemos ocuparnos de esa tarea en la Argentina. 56 El testimonio de Pilar Calveira de Campligia es contundente al respecto:
55
Testimonio de Scarpatti presentado ante la Comisión Argentina de Derechos Humanos en Calveiro, op. cit., p. 88. 56 Calveiro, op. cit., p. 102
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El día lunes llegó la “patota”… me llevaron al cuarto de tortura, donde había un elástico metálico al que me ataron después de desnudarme. La sesión consistía en la aplicación de picana eléctrica primero y vejaciones después. Era una especie de ceremonia en la que participaba gran cantidad de gente, muy excitada y gritando todos a la vez. Hablaban de Dios y partían de la base de que el secuestrado era un "enemigo de Dios". Durante la tortura no había frialdad, sino simplemente ensañamiento. Me preguntaban cosas tan divergentes como que les dijera a donde vivía Firmenich o que confesara en cuántas orgías había participado. Mi impresión fue que ellos mismos no sabían qué querían que les dijera. Esto duró varias horas, siempre con la picana aplicada en todas partes del cuerpo, especialmente las más sensibles. Al amanecer del día 10 pedí que me llevaran al baño. La ventana estaba abierta, me paré en el marco de la misma y salte para intentar escaparme. Al caer me rompí el brazo izquierdo, un hueso del talón del mismo lado, dos o tres vértebras y algunas costillas. También golpeé con la parte derecha de la cabeza la cual se me hinchó. La guardia interna se dio cuenta de lo que había pasado por el ruido que hice al golpear el piso. Me bajaron a buscar y me subieron literalmente a patadas. Yo no podía caminar ni pararme. Ese mismo día fue a hablar conmigo el jefe de la patota. Me aplicaron Demermol endovenoso y permanecí semiinconsciente durante un tiempo que no puedo precisar. Sin embargo, esa noche creo escuchar dos disparos y un grito de mujer. Desde el día siguiente, por comentario de las mujeres que estaban en el mismo cuarto que yo, me enteré que una secuestrada a quien llamaban "la Renga" y su marido, fueron "liberados". La coincidencia me hace suponer que probablemente su "liberación" no haya sido más que un asesinato del que yo, aunque algo inconsciente, alcance a oír los tiros y el grito final. "La Renga" había sido sometida a torturas tan brutales que había perdido la capacidad de controlar esfínteres, siempre bajo versiones de María Graciela Tauro y de la mujer de Pancho…. El día jueves 12 me volvieron a llevar a la sala de torturas, esta vez en brazos porque yo no podía caminar ni moverme. La sesión consistió en lo mismo que la anterior. Fue la última vez que me aplicaron picana. Desde que me fracturé, a raíz de la caída y hasta fines de mayo permanecí sin atención médica, tirada en un rincón del cuarto, luego sobre un colchón y finalmente sobre la cama que había sido de mi hija y que habían robado de mi domicilio. Como yo no podía caminar me llevaban en brazos al baño que era el único lugar al que necesitaba desplazarme. En los últimos días del mes de mayo, alrededor del día 28, me sacaron una noche en una camioneta y me llevaron con los ojos vendados, sucia y maltratada a un hospital, en el que me enyesaron el brazo y la pierna izquierda, así como el tórax. Después supe que este lugar era el Hospital Aeronáutico Central, puesto que para sacarme los yesos me llevaron al mismo lugar, según sus propias afirmaciones, pero esa vez con los ojos abiertos. La noche en que me enyesaron me sacaron varias placas radiográficas sobre una mesa para tal efecto, que por lo que me comentaban era nueva y muy moderna. La mesa se inclinaba por un mecanismo automático. El médico que la manejaba hablaba con la "patota" con toda naturalidad. Obviamente estaba al tanto de la situación y los secuestradores se jactaban ante él de lo bien que nos trataban. Yo estuve todo el tiempo con los ojos vendados. También los enfermeros que me enyesaron me vieron de esta manera, así como mi deplorable estado físico general: yo estaba golpeada, llagada por efecto de la picana, sucia puesto que no me había higienizado en 20 días, con la misma ropa que me habían secuestrado, vendada y custodiada por varios hombres armados. Termina la atención, volvieron a llevarme a la casa de Ituzaingó. Alrededor del 10 de junio de 1977 todos los secuestrados que estábamos en la casa fuimos a la Comisaría de Castelar, que identificó como tal. El traslado se realizó en un camión celular, de los que se usan para llevar presos. Nos vendaron y esposaron hasta el traslado, pero dado que nos ubicaron dentro de las pequeñas celdas que tienen dentro 57 de los camiones celulares, fue sencillo darse cuenta de qué tipo de vehículo se trataba.
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Testimonio de Pilar Calveira de Campiglia en Informe de la CONADEP, op. cit., p. 152. Pilar Calveiro, o Calveira de Campliglia, es una sobreviviente de los campos de concentración en Argentina; además de ser escritora y académica participa en diversos actos académicos que tratan el tema de los desaparecidos y campos de concentración durante la dictadura argentina. Vive en México.
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Como hemos visto, los grupos de personas que llegaban a los centros de detención eran heterogéneos y no había discriminación en cuanto a sexo o condición social. Con respecto a las mujeres, debemos decir que una cantidad importante de ellas resultaron embarazadas a consecuencia de las violaciones dentro de los campos de concentración; otras incluso llegaron a los campos de concentración embarazadas. La suerte que corrieron estas mujeres —y a las que en particular la organización Abuelas de Plaza de Mayo les ha dado mayor seguimiento— es de subrayarse, ya que la vida de las madres y sus hijos que nacían en cautiverio se decidía arbitrariamente, sobrevivía el hijo y se asesinaba a la madre o viceversa. En algunos casos sobrevivieron ambos, en otros ninguno. Las madres algunas veces recibían ciertos privilegios durante su embarazo, e incluso se procuraba contar con normas de asepsia requeridas durante el parto.
El suicido de los prisioneros era visto como una batalla perdida para los captores, porque significaba que los prisioneros no habían sido despojados por completo de su voluntad, les había quedado un rastro de ella y la habían utilizado para disponer de algo que supuestamente ya se les había ultrajado, la vida. Médicos y psicólogos revisaban a los detenidos
e incluso les curaban sus heridas, les administraban vitaminas y
medicinas para certificar la vida de los prisioneros. Una irracionalidad absoluta. La supuesta “racionalidad” se basaba en un aspecto divino que se adjudicaron los torturadores, un carácter divino de dar o quitar la vida. Los detenidos también eran sujetos a humillaciones y a presenciar actos humillantes, a atestiguar torturas y a participar en ellas; en algunos casos los prisioneros eran obligados a pelear entre sí con las capuchas puestas, a comer del piso o a humillarse por un poco de comida. 46
Las reacciones irracionales en ese cautiverio eran tan diversas y monstruosas que para los guardias era un placer inequívocamente satisfactorio. Como testimonia Pilar Calveiro, se buscaba la destrucción del individuo por el dolor y por su reducción a una condición de animalidad. 58 El poder de vida y muerte es uno con el poder disciplinario, normalizador y regulador, un poder que pretende ser total recuperando el control de matar.
59
2.3
El traslado y la desaparición
58
Ibidem En sentido de las manecillas del reloj: prisionero torturado en campo de concentración, mujer tabicada, prisionero recibiendo tortura con electricidad. “Cuchetas” donde se alojaban los prisioneros. 59
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Es imposible, Señor Presidente, describirle una imagen de lo que nos tocó vivir. Al abrir las puertas de las salas donde se encontraban los cadáveres, dado que algunos llevaban más de 30 días de permanecer en depósito sin ningún tipo de refrigeración, nos encontrábamos con una nube de moscas y el piso cubierto por una capa de aproximadamente diez centímetros y medio de gusanos y larvas, o que retirábamos en baldes cargándolos con palas. Nuestra única indumentaria era pantalón, guardapolvo, botas y guantes algunos. Otros tuvieron que realizar este trabajo con ropa de calle, los bozales y gorros fueron provistos… A pesar de todo esto no tuvimos ningún otro tipo de reparos en realizar la tarea ordenada; es de hacer notar que la mayoría de estos cadáveres eran delincuentes subversivos. 60
La tortura tan sólo significaba el inicio de una etapa dolorosísima para el prisionero —la venda en los ojos, las ataduras, la desnudez, las torturas, las vejaciones y humillaciones—; el traslado significaba el tortuoso e inminente camino a su muerte. Si bien había muchos prisioneros que se quedaban en las intensas sesiones de tortura, y los menos habían podido salir con vida de ahí o escapado de sus centros de detención,
la mayoría —dado que no había razón por la cual fuera necesario
mantenerlos vivos, porque no eran ya útiles o nunca la fueron— debía ser eliminada. Muchos fueron fusilados y enterrados en campos y cementerios clandestinos.
El
número de víctimas era tal, que, la desaparición debía ser igual de ostentosa.
Luis Alberto Romero también nos da muestra de los asesinatos en masa y de los cementerios masivos y clandestinos, cuando comenta que en algunas ocasiones se dinamitaron pilas enteras de cuerpos, como espectacular represalia a alguna acción guerrillera; pero en la mayoría de los casos los cadáveres se ocultaban, enterrados en cementerios como personas desconocidas, quemados en fosas colectivas que eran cavadas por sus propias víctimas antes de ser fusiladas. 61 Todas éstas eran de forma
60
Queja administrativa enviada por el personal de la morgue judicial de Córdoba enviada al presidente Jorge Rafael Videla; los trabajadores pedían una paga adicional. Desde la morgue los cuerpos fueron enviados a San Vicente, donde se les sepultó bajo la celosa mirada de la policía. Andersen, op. cit., p. 31. 61 Romero, op. cit., p. 312.
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clandestina. En esta misma línea Martin Andersen en su libro Dossier Secreto nos ofrece el testimonio de una persona que corroboró la existencia de tales cementerios clandestinos: La primera vez que Corbin visitó la tumba, un obrero que estaba allí le dijo que tenía que vigilar los cuerpos por la noche, pues los perros del vecindario acudían a devorarlos. “Empezamos a pisar cráneos y fémures así, a ras de tierra”, recordó. “Era terrorífico… mi marido y yo quedamos paralizados”. Luego, el marido de Corbin, Eugenio Capisano, contó al tribunal cómo la pareja había buscado a su hijastro. Dijo que no encontraron el cuerpo de Daniel Barjacoba en San Vicente, pero había otros. Un policía le había dicho que vio el cadáver de una mujer “sin ojos” “−¿Una ciega?−preguntó Capisano−. Y dígame, señor, ¿una ciega puede ser guerrillera? “−No señor, no era ciega− contestó el policía impasible. Le arrancaron los ojos antes de matarla”. 62
Pero al parecer el método predilecto de los asesinos era el propinarles una dosis alta de somníferos que tan sólo lograba adormecerlos; somnolientos abordaban camiones y aviones desde los cuales eran arrojados al mar.
Los “bultos” iban
amordazados, adormecidos, maniatados y encapuchados; en otras ocasiones les amarraban un bloque de concreto a los pies para asegurar su hundimiento. Sobre el tema, la CONADEP logró recopilar la siguiente información:
… ambos fueron rescatados de las aguas del Río Paraná, jurisdicción de San Pedro, encontrándose los dos cuerpos con los ojos vendados, amordazados y con las manos atadas con alambres sobre sus espaldas. Además, a simple vista se podía observar que habían sido víctimas de evidentes malos tratos. Considero que éstos demás datos figurarán seguramente en los sumarios que se instruyeron en la oportunidad, dado que el médico forense actuante efectuó las autopsias de rigor, precisamente las realizó dentro de este Cementerio, llevando a cabo una minuciosa revisión de los cadáveres (me consta); obsérvese que ambas licencias dicen muerte por sofocación a pesar de haber sido rescatados del Río Paraná, esto daría la pauta de que ambos cuerpos habrían sido arrojados a las aguas ya sin vida, de no ser así figuraría muerte por inmersión. 63
La administración y control del movimiento de los más de 34 centros da una idea de la complejidad de la operación y del aparato burocrático que para ello fue creado. 62
Andersen, op. cit., p. 31. Informe del Jefe del Área de Cementerio de la Intendencia de San Pedro, respecto de inhumaciones caratuladas “N.N.”, CONADEP, op. cit., p. 241. 63
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Los campos fueron el dispositivo represor del Estado, la máquina succionadora, desaparecedora y asesina que una vez creada cobró vida propia sin que nadie pudiera controlarla; funcionaba inexorablemente.
Una tecnología como ya se señaló
directamente ligada con un poder de tipo burocrático, donde la fragmentación de las tareas desvanecía las responsabilidades. 64
El martirio de las víctimas que lograban sobrevivir culminaba con la humillación total; muchas permanecían mal heridas y sin atención médica o sanitaria para terminar de cumplir su sentencia dictada en juicios secretos; la libertad no era, en la mayoría de los casos, una opción. Los pocos individuos que pudieron salir de los campos de exterminio fueron advertidos de abandonar el país junto con sus familias; otros, si bien habían logrado salir sin sentencia alguna, decidieron abandonar el país. Algunos más como el doctor Liwsky —del cual presentamos su testimonio anteriormente— fueron presentados ante un tribunal civil y tras no ser encontrados culpables de cargo alguno, obtuvieron su libertad.
Muchas de las mujeres que dieron a luz durante este
confinamiento perdieron a sus hijos, ya que en muchos casos fueron repartidos entre los oficiales de alta jerarquía a través de trámites falsos de adopciones para su educación, y así, según El Proceso, evitar la propagación de la cultura guerrillera criándose como buenos cristianos.
Luis Alberto Romero expone el argumento —y que también explican muchos autores que dedican sus obras al tema de las dictaduras— en su libro Breve historia contemporánea de La Argentina, que dice: si bien las víctimas fueron muchas, el 64
Calveiro, op. cit., p. 325.
50
verdadero objetivo eran los vivos, el conjunto de la sociedad que, antes de emprender su transformación profunda, debía ser controlada y dominada por el terror y la palabra. El Estado —continúa Romero— se desdobló: una parte, clandestina y terrorista, practicó una represión sin responsables, eximida de responder a los reclamos. La otra, pública, apoyada en un orden jurídico que ella misma estableció, silenciaba cualquier otra voz. No sólo desaparecieron las instituciones de la República, sino que fueron clausuradas autoritariamente la confrontación pública de opiniones y su misma expresión. Los partidos y la actividad política, toda, quedaron prohibidos, así como los sindicatos y la acción gremial; se sometió a los medios de prensa a una explícita censura, que impedía cualquier mención al terrorismo estatal y sus víctimas, y artistas e intelectuales fueron vigilados.
Sólo quedó la voz del Estado dirigiéndose a un
conjunto atomizado de habitantes.
Su discurso masivo y abrumador retomó dos
motivos tradicionales de la cultura política argentina y los desarrolló hasta sus últimas y horrorosas consecuencias.
Contra la violencia no se argumentó a favor de una
alternativa jurídica y consensual, propia de un Estado republicano y de una sociedad democrática, sino de un orden que era, en realidad, otra versión de la misma ecuación violenta y autoritaria. El terror cubrió la sociedad. 65
Pilar Calveiro, sobreviviente de los campos de concentración en
Argentina,
comenta que no sólo el terror forma parte de esta dinámica, su “hermano gemelo”, la parálisis, ese efecto del mismo dispositivo asesino del campo, es la que invade tanto a la sociedad frente al fenómeno de la desaparición de personas como al prisionero dentro del campo de concentración. Calveiro, continúa, así la sociedad en su conjunto 65
Romero, op. cit. cfr., pp. 314, 315.
51
aceptó la incongruencia entre el discurso y la práctica política de los militares, entre la vida pública y la privada, entre lo que se dice y lo que se calla, entre lo que se sabe y lo que se ignora como forma de preservación. 66
La sociedad argentina, durante este gris periodo, también había desaparecido; había dejado de existir al aceptar el discurso y la praxis del pretorianismo. Lo había aceptado como sociedad y, cada uno, como individuo. Así mismo, se había convertido en un cómplice de la violencia y la impunidad. No había una protección estatal, ya que ésta había sido negada desde el Estado mismo, que estaba orquestando y practicando un terrorismo absoluto. La izquierda o cualquier otro partido político no tenían una propuesta definida para poner fin a esta situación. La sociedad argentina parecía un ente autómata al que le era cercenado algún miembro a cada instante de su existir; el éxito de la Junta, en este aspecto, había sido inminente.
El Estado nunca logró unificar al pueblo en sus objetivos; la izquierda estaba dividida, había perdido el objetivo, y la sociedad, de igual manera, había perdido toda confianza en ella.
Los individuos que en algún momento saltaban contagiados del
ánimo ante un gobierno mediador, abandonaron toda esperanza y se conformaron con seguir vivos y dejaron, al menos durante la época más sombría de la dictadura, a un lado cualquier especulación de salvarse. 2.4
66
Fin de la dictadura, ¿por qué caen los militares?
Ibid, p. 243.
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A nuestro parecer son tres las situaciones que arrojan a los militares argentinos fuera del poder: una es el creciente e inequívoco protagonismo de los altos mandos militares por apropiarse del poder y convertirse cada uno en la figura principal del orden que nunca
fue logrado; la segunda se refiere a la inoperatividad del sistema
económico, que tampoco lograron entender y aplicar los militares, y, tres, su derrota en la guerra de Las Malvinas y su nula capacidad de negociación por el Canal del Beagle.
67
Los militares adoptaron políticas económicas que si bien aseguraron una estabilidad económica, estaban “prendidas con alfileres”; éstas tendrían una caída muy significativa para el desarrollo económico y social de Argentina y para la tan anunciada 67
Videla, Massera y Agosti en diferentes actos públicos.
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retirada de las fuerzas armadas, que estaban haciendo todo lo posible por justificar su estancia en el poder. Era una combinación de liberalización, eliminación de controles y garantía de producción, que más tarde generaría una caída en picada para el sistema. Hasta 1980, la economía imaginaria del mercado financiero parecía ir bien, sin embargo, la realidad era muy diferente. Era el fin de la luna de miel.
Argentina, al igual que otros países de la región, se encontraba en una grave crisis tanto económica como de credibilidad; todos los esfuerzos que había hecho el gobierno de la Junta Militar, todos sus ajustes políticos, pero sobre todo económicos —a cargo del ministro estrella Martínez de Hoz— se habían ido a la basura, y estaban tratando sin resultados de mantenerse a flote. El fiel propósito del gobierno militar era desmontar los instrumentos de dirección y regulación del crédito, entre otros aspectos económicos. Cuando estas expectativas no se cumplieron, todo el gobierno se sumió en una crisis y su credibilidad empezó a ser fuertemente cuestionada.
La realidad de la historia política argentina reciente, a nuestro parecer, no es la existencia de buenos y malos —simplemente políticos— sino la pérdida de espacios de negociación, aunados a una política de represión, donde no sólo había grupos que actuaban, en principio, en la clandestinidad y en la impunidad, y que después se institucionalizaron, sino que éstos “corrompieron y corroyeron al conjunto de las instituciones del Estado y a su misma organización jurídica”. 68
68
Romero, op. cit., p. 332.
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Más aún, ni los militares, ni la Junta ni el presidente de Argentina querían aclarar el límite o extensión de sus funciones, al mismo tiempo que se confundían con normas, reglamentos, decretos y leyes que a menudo eran ignoradas, incumplidas o violadas. Esto sucedió porque también dentro de la misma Junta Militar había muchos proyectos personales que se centraban en una constante lucha por el poder e intentos de golpes dentro de la Junta; las Fuerzas Armadas estaban resquebrajándose y estaban logrando separase unas de otras y estableciendo su propio radio de poder. Por un lado se encontraban Videla y Viola al frente del gobierno; en otro grupo se encontraba Massera, y finalmente en el otro grupo, Menéndez y Suárez Masón. Argentina
El sistema político en
más que convertirse en un Estado moderno se había convertido en un
sistema feudal que actuaba y se parecía cada vez más a una anarquía. Según una versión Massera, comentaba: … que habían sólo dos proyectos políticos en la Argentina: el suyo y el de Viola. Este último, dijo Massera, consistía en reunir a la mayor cantidad de políticos. Estribaba en intentar, con estructuras viejas y hombres viejos, dar soluciones que requerían estructuras nuevas y hombres nuevos. Entre quienes compartían las esperanzas de Viola por el futuro, agregó Massera, se encontraban los peronistas Robledo, Bittel y Luder, y el líder radical Balbín. Massera dijo que él proponía la creación de un “gran movimiento nacional”, donde habría lugar para una izquierda inteligente (donde el peronismo tendría un papel importante) y una derecha controlada. Proponía un programa socialdemócrata en todos sus aspectos, un programa que sería la única alternativa capaz de salvar al país del caos provocado por las políticas económicas de Martínez de Hoz. Massera alegó que la política económica de Martínez de Hoz no sólo había hecho desaparecer a la clase media argentina, sino que además había puesto al país al borde del desastre. 69
Massera explicaba, con estas aseveraciones, la apertura política de la Junta; sin embargo, él estaba planteando la creación de su propio partido, uno parecido al partido
69
Andersen, op. cit., p. 277.
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socialdemócrata alemán. En este proyecto tenía trabajando a prisioneros Montoneros e incluso a un importante líder, Antonio Nelson Latorre, desde el campo de concentración.
Las ambiciones políticas de Massera se desarrollaban en tres frentes. El primero era la lucha directa y frontal por el poder llevada a cabo desde su puesto en la Junta; el segundo, las pretensiones crecientes del almirante de tramar vínculos internacionales. Un tercero −artero y clandestino− se concretaba silenciosamente desde el sótano de la Escuela de Mecánica de la Armada. El almirante sabía que su futuro político dependía de que su fuerza no quedara relegada a un plano secundario en el “combate” que se llevaba a cabo. La represión realizada por el grupo de tareas (GT) 3.3/2 de la ESMA colocaba a la Armada en un pie de igualdad con el Ejército. Allí se detuvo a más de 5,000 prisioneros. Fueron pocos los que sobrevivieron. 70
El almirante, personalmente, llevó a cabo muchas detenciones y propinó torturas a muchas otras personas; a su vez contaba con el apoyo de sus compinches para hacer el trabajo sucio, y que le asistían haciendo política de lobby en los grupos de poder donde éstos se desenvolvían. Pero la mayoría de las relaciones y acciones las llevaba a cabo el propio Massera.
Sus redes y sus acciones iban más allá, y en
algunos de sus viajes a Francia y España se reunía con los Montoneros que vivían exiliados en Europa para ir preparando su incursión exitosa respecto a sus ambiciones políticas. Elena Holmberg, una diplomática argentina en París, iba a dar cuenta de los actos de Massera, pero él se le adelantó y ordenó que fuera regresada a Argentina. Tiempo más tarde, por órdenes de Rubén Chamorro y de la ESMA, secuestraron y 70
Andersen, op cit. cfr., pp. 252, 253.
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asesinaron a la diplomática en Buenos Aires; su cuerpo apareció destrozado flotando en el río Luján días después. Massera y sus aliados tenían, pues, un doble trabajo.
La política que planteaba el orden y la disciplina como sus líneas de operación empezó fracasando con las propias Fuerzas Armadas, pues la corporación militar se comportó de manera indisciplinada y facciosa, y poco hizo para mantener el orden que ella misma pretendía imponer a la sociedad.
Ya en 1979 se había eliminado
silenciosamente un golpe de Estado dirigido por Luciano Benjamín Menéndez, Comandante del III Cuerpo del Ejército, secundado por Carlos Suárez Mason, Comandante del I Cuerpo del Ejército.
A pesar de todo eso, durante cinco años lograron asegurar una paz relativa, debido a la escasa capacidad de respuesta del conjunto de la sociedad, en parte golpeada o amenazada por la represión y en parte dispuesta a tolerar mucho de un gobierno que, luego del caos, aseguraba un orden mínimo. Sólo hacia el fin del periodo de gobierno de Videla, estimulados por el descontento que generó la crisis económica, así como por las crecientes dificultades que encontraba el gobierno militar y sus fuertes disensiones intestinas, las voces de protesta, todavía tímidas y confusas, comenzaron a elevarse. 71
La guerrilla había sido controlada y las cabezas de dirigentes empezaban a caer, Benito Arteaga y Roberto Santucho del ERP habían sido asesinados —por traición de
71
Romero, op. cit., p. 337.
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Firmenich—, 72 muchos otros guerrilleros habían abandonado el país o estaban en los centros de detención o indiscutiblemente muertos. Los simpatizantes de la guerrilla le pedían a la misma reconocer su derrota y la exhortaban a poner fin a la masacre, que aun controlada —un ejemplo fue la carta pública que escribió Rodolfo Walsh a Montoneros—, seguía existiendo.
73
Aunado al monopolio de la violencia dentro y fuera del Estado argentino por el Plan Cóndor,
74
El Proceso, había hecho lo imposible por proteger sus relaciones con
los países y personajes más poderosos e influyentes para que legitimaran su accionar político.
Políticos de la talla de Henry Kissinger, el empresario y banquero David
Rockefeller y el reverendo Moon —entre muchos otros— le brindaron a Argentina su 72
La figura de Mario Firmenich, líder Montonero, será siempre controvertida y conocida por su alianza y complicidad con el gobierno para salvar su vida; estaba bajo el control de los militares. 73 El General Rafael Videla conversando con Augusto Pinochet. 74 La gestación de este macabro plan militar tiene su origen en la agencia de inteligencia de Chile. Este plan contemplaba, alentaba y exigía la ayuda de los países miembros (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay) para localizar y eliminar disidentes políticos molestos y guerrilleros en fuga. Entre sus condiciones había una cláusula que requería a que los países miembros emitir documentación falsa a favor de los escuadrones y asesinos de los países participantes. Fue la Argentina el país que puso en práctica la política de más largo alcance de incursiones extraterritoriales, y el que permitió mayor cantidad de detenciones y asesinatos en su territorio. “El asesinato de prominentes exiliados políticos latinoamericanos y el secuestro o la desaparición de muchos refugiados son hechos que han intensificado la inseguridad de las 15,000 personas que se han afincado aquí en los últimos años […] Existe una evidencia concreta sobre una cooperación cercana entre la inteligencia militar argentina y la de los países vecinos para capturar y raptar a refugiados políticos en actividad” Andersen, op. cit., p. 233. Éste fue el caso del ex senador uruguayo Zelmar Michelini.
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apoyo para referirla como un país que, como decían los militares en Argentina durante el campeonato de fútbol de 1978, “era humano y era derecho”.
Un episodio importante que vivió Argentina durante esta cruel e inhumana etapa de la dictadura, fue el Mundial de Fútbol de 1978. Esta parte por banal o trivial que parezca representó una prueba de fuego para la Junta Militar de esos años. A medida que la fecha del campeonato se aproximaba, las críticas y denuncias acerca de las violaciones de los derechos humanos desde el exterior fueron arreciando.
“Esta
campaña de denigración realmente nos afecta” declaraba Viola, mientras que el embajador argentino en Francia, Tomás Manuel de Anchorena, denunciaba que la central difamatoria en Europa estaba en París. 75 Con estas declaraciones, además de una fuerte publicidad desde la Junta Militar, el gobierno había logrado normalizar a la sociedad y diezmar los ánimos de protesta por la situación económica.
“¿Por qué ustedes, los franceses, quieren impedirnos tener nuestro mundial?” Me preguntó un amigo, viejo militante peronista y enemigo jurado de los militares. “Es la gran fiesta que esperamos desde hace treinta y siete años y no existe un solo argentino que no desee que se realice”. Los mismos montoneros, en un comunicado que hacen llegar a la prensa, informan que no harán nada en contra de la organización del campeonato, “esa gran fiesta popular”, y llaman, por el contrario, a que venga la mayor cantidad posible de extranjeros para que den, in situ, su apoyo al pueblo argentino. 76
El gobierno presionó y obtuvo el respaldo de la sociedad argentina contagiada del entusiasmo, la euforia y la espontaneidad a la cual le vendieron la idea de que las acusaciones, las instigaciones y el perjurio sobre violaciones a derechos humanos por parte de los militares eran tan sólo una invención que provenía del exterior, de todos 75
Novaro y Palermo, op. cit., p. 160. Bousquet, Jean-Pierre, Las locas de Plaza de Mayo, Editorial El Cid y Fundación para la Democracia en Argentina, Buenos Aires, 1983, p. 99. 76
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aquellos que no conocían a los argentinos y querían el desprestigio de los indiscutibles ganadores del Mundial de Fútbol. Si bien fue enorme el apoyo al ser nacional —idea que manufacturaron los militares— hubo también una parte de la población que se quedó al margen y manifestó con su silencio su desagrado y repudio a la situación. Las Madres de Plaza de Mayo, que ya para entonces habían logrado atraer la atención nacional y mundial —y el repudio y odio por parte de la Junta Militar— se manifestaron fuera del estadio de River Plate, sede de la inauguración del evento, ante las cámaras de televisión extranjera sus demandas. Muchos transeúntes las interpelan. “¿Qué hacen aquí? ¿Se dan cuenta de la imagen que dan del país? ¿No ven que hay periodistas extranjeros que van a aprovecharse para atacarnos? ¿Ustedes no son argentinas?” “No sirve de nada contestarles, comprueba Rita dolorida. No quieren escuchar más. Tienen demasiado temor de que les quiten el chiche. Antes, simulaban no vernos, ahora nos agraden. Los militares la hicieron bien”. 77
78
Pero, como comentan Novaro y Palermo: la euforia popular que acompaña a regímenes despóticos suele ser la antesala del desastre; así pues, poco duraría el gusto y larga sería la caída, ya que el gobierno tomaría decisiones políticas y económicas que serían irremediables. El gobierno de la Junta Militar no había logrado entender, y por lo tanto no había aplicado un sistema económico que obedeciera a la
77
Bousquet, op. cit., p. 100. Foto izquierda: Videla y Massera durante la Inauguración del Mundial de Fútbol 1978. Foto derecha: Videla felicitando a los campeones del Mundial del ’78: Argentina. 78
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modernización de la economía mundial. Se habían quedado estancados en un sistema de sustitución de importaciones, que cada vez se hacía más desgastado e ineficaz y muy poco operativo. 79 La situación económica en Argentina estaba despedazada y las voces de protesta social no estaban dispuestas a acallar más, así que en un intento desesperado por retomar las riendas del poder y regresar el prestigio deteriorado a la Junta, el gobierno cometió un acto de “verdadero heroísmo nacional”.
Las Fuerzas Armadas de Argentina, comandadas por Leopoldo Galtieri, decidieron ocupar las Islas Malvinas el 2 de abril de 1982, islas que habían estado en disputa con Gran Bretaña por bastante tiempo ya.
Si bien en Argentina la respuesta
fue de vitoreo y ánimos nacionalistas, los británicos estaban molestos con la invasión y el próximo paso era contraatacar.
Galtieri creía firmemente en la racionalidad y derecho de ocupar las Islas Malvinas, ya que asumía que Gran Bretaña no daría batalla y cedería los territorios sin lucha alguna; además preveía y asumía el respaldo incondicional de Estados Unidos por todo el apoyo de Argentina con armamento a los países centroamericanos durante sus respectivas guerras civiles. Esto no fue de ninguna manera cierta. El apoyo para Gran Bretaña fue más que evidente, y tanto la extinta Unión Soviética como los EEUU mantuvieron sana distancia de Argentina, y apoyaron a la Gran Bretaña en su decisión de ataque. Argentina había sido declarada nación agresora y tuvo que bajar la cabeza y aceptar una sangrienta y dolorosa derrota, varios muertos en combate —1000 vidas 79
Los militares argentinos, a través de su Martínez de Hoz, nunca aplicaron políticas de ajuste estructurales ni de saneamiento macroeconómico. En vez de achicar al Estado, éste se extendió de manera desmedida. Llegando a ser incontrolable e incosteable.
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argentinas y 250 británicas—, pero sobre todo una cobarde defensa de los generales a cargo. Los británicos enviaron una flota de guerra y desembarcaron miles de soldados sobre las islas. (El teniente de navío, Alfredo Astiz, el veterano de las guerras contra adolescentes y monjas llevadas a cabo desde la ESMA, estaba a cargo de un equipo de tropas especiales. Los Lagartos, en las islas Georgias del Sur. Se rindió sin disparar un solo tiro.) … el entusiasmo del pueblo fue fomentado por una cobertura distorsionada realizada por los medios de comunicación controlados por el gobierno, que hasta el último momento mostraron a la Argentina como triunfante en la guerra. Nutridos por “paquetes de información” que incluían fotos adulteradas y dibujos en colores que realizaban en el Batallón 601 de Inteligencia del Ejército, y con Somos Gente a la cabeza, los argentinos se enteraron de batallas jamás disputadas, de victorias jamás ganadas y de aviones y barcos enemigos destruidos pero jamás, en verdad, ni siquiera rozados… El efecto de la campaña de desinformación miliar-mentiras y distorsiones similares a las orquestadas durante la “guerra sucia”, esa vez fue en detrimento de los generales. El jefe naval Jorge Isaac Anaya testificó tiempo después ante una comisión investigadora militar: “Yo llegué a creer que en las [islas] Georgias estaban combatiendo en forma total, y hasta después no me enteré de que eso había sido digitado desde la Marina. … Yo tenía el convencimiento de que en Georgias se estaba luchando encarnizadamente, por las noticias que leía en el diario. Porque no tenía ninguna comunicación con Georgias, y realmente me llené de asombro cuando me entero de que estaban todos detenidos, que había existido un muerto —por accidente— y que había habido únicamente un herido en combate Cuando yo leía en los diarios que los Lagartos [tropas argentinas] de acá y los Lagartos de allá… Yo estaba engañado”. 80
81
Las consecuencias fueron obvias; además de ser aislada diplomáticamente por esta situación, se le empezó cuestionar más y más sobre su acción u omisión respecto a los derechos humanos.
Su caída era más que evidente, y el mundo estaba listo para ver salir a los represores y darle la bienvenida a Argentina a la vida democrática. Tras haber perdido 80 81
Andersen, op. cit., p. 318. Alfredo Astiz, el ángel de la muerte firma la derrota de la guerra de las Malvinas.
62
la guerra de las Malvinas, la dirigencia militar debía negociar con las fuerzas políticas su retirada, puesto que ésta estaba falta de legitimidad y sumida en conflictos internos.
Quienes
habían
estado
al
frente
del
gobierno
y
negociaban
la
reinstitucionalización eran incapaces de controlar el aparato represivo que habían montado.
Los militares debían enfrentarse con la evidencia de su fracaso como
administradores de un país desquiciado y como conductores de una guerra absurda, que los había llevado a luchar contra los que querían como aliados y a unirse con un Tercer Mundo del que siempre habían desconfiado. Sobre todo, debían enfrentarse a una sociedad que, después de años de ceguera, se enteraba de la existencia de vastas inhumaciones de personas desconocidas, con seguridad víctimas de la represión, de centros clandestinos de detención, de denuncias realizadas por ex agentes, todo lo cual revelaba una historia siniestra, de la que hasta entonces, el intento de recomponer las antiguas alianzas, que había guiado el último gobierno de las Fuerzas Armadas, difícilmente hubiera podido fructificar.
Después de un largo letargo la sociedad
despertaba. 82
La sociedad que mucho tiempo estuvo silenciada, ahora se encontraba reclamando sus derechos, pero esta vez no pedía ni pactos ni negociaciones; se encontraba exigiendo el respeto absoluto a sus derechos humanos, dentro de los cuales se encontraba la demanda de una verdadera democracia. Renació el activismo en las universidades, al mismo tiempo que los sindicatos y la fuerza obrera y rural
82
Romero, op. cit., pp. 354, 355.
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hablaban y la sociedad les escuchaba. El orden se desmitificaba y todos se alzaban a favor de la paz y la democracia.
Así es la breve y trágica historia de la dictadura militar argentina, que cometió grandes actos de corrupción, impunidad y violaciones a derechos humanos. La Junta Militar nunca pudo legitimarse en el poder; si bien había empezado con una propuesta de paz para una nación confundida por tanta violencia por la guerrilla y la Triple A, pronto se convirtió en una de las máquinas represoras más violentas de nuestro tiempo. La maquinaria de represión y de control se extendió no sólo a los ámbitos policiales y militares, sino hasta los culturales y económicos. Por lo cual, nunca pudo legitimarse en el poder. El Estado argentino entero se corporativizó.
Así pues, la incipiente e
ineficiente capacidad de respuesta a ciertos problemas insolubles (crisis económica y violencia política) pusieron en evidencia la debilidad a la que se enfrentaba, no un sistema de partidos, sino una Junta Militar que se había pavoneado de ser el único actor político, capaz de imponer orden y disciplina en la sociedad argentina. Al parecer ni la represión a la oposición, ni combatir al enemigo y aniquilarle, y mucho menos coartar los derechos humanos de toda una nación, había sido la respuesta correcta. Después de 2,818 días de tragedia, la democracia se asomaba y la gente la vitoreaba.
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