CAPITULO XXV EL DIAMANTE. Cuando lo mataron, le siguieron disparando a Ruggerito desde

CAPITULO XXV EL DIAMANTE Cuando lo mataron, le siguieron disparando a Ruggerito desde esos escalones que tenían los autos a los costados. Ahí se paró

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CAPITULO XXV EL DIAMANTE Cuando lo mataron, le siguieron disparando a Ruggerito desde esos escalones que tenían los autos a los costados. Ahí se paró el matón con el auto en marcha que lo esperaba y mientras se alejaba tiraba, y seguía disparando, y Ruggierito se iba cayendo, tirando también claro, salpicando de sangre la cara de Joselito que dormía como un ángel. Como un ángel dormía Joselito, cuando Juan era perforado. Habiague miraba la hora con ansiedad y Barceló también. Pero nunca encontraron lo que en realidad buscaban. Ruggierito era el dueño del diamante. El anillo era de oro, con un pequeño diamante y provenía de Polonia. Se lo habían quitado a la polaquita esa que se cogió Benítez después de muerta. Le había seccionado el dedo, porque eso le había pedido Ruggierito. Que le entregue a Benítez el dedo. Ese dedo con ese anillo. Porque el conocía ese dedo y ese anillo. Porque Ruggierito también se había acostado con la rusita, claro que cuando estaba

viva. Y quería ese anillo como prueba. Y Benítez que era capaz de cualquier cosa, como se ha visto, no fue capaz de desobedecer a Ruggierito y poco después, poco después de todo lo que hicieron esa noche, cuando mataron a tanta gente, Benítez se presentó a Ruggierito y le entregó el dedo con el anillo del diamante puesto envuelto en un pañuelito blanco, todo ensangrentado. -¿Todo bien? Preguntó Ruggierito como si no le importara -Todo bien, pero hay una que no murió. Se le tengo que decir y perdone Juan, pero yo no tuve la culpa. La Raquel no estaba hoy el quilombo. Y esa quedó viva. -Tomátelas, dijo Ruggierito y no dijo más nada. Se guardó el dedo con anillo puesto en su bolsillo. Cubrió antes el papelito ensangrentado en una servilleta blanca que empapó con champagne. Y antes de decidir ir hacia la casuca de Raquel en el Riachuelo, fue a su casa. Abrió una botella de Whisky y sacó el anillo con mucho cuidado del dedo seccionado. Se guardó el dedo para llevárselo a los perros. Lo guardó en una

cajita que puso en su mesa de luz. Y así durmió con ese dedo de la rusita al lado durante una semana. Sin inmutarse con el olor a podrido. Hasta que al final, se lo llevó a los perros acuáticos del basural con los otros muertos. Lo que a él le importaba era el anillo. Ella, Dvoyra le había contado, cuando se acostaron una vez, que aquel principito polaco se lo había regalado y que después cuando la violó se olvidó de quitárselo y que ella creía como aquel principito hijo de puta creía, que ese anillo tenia un secreto guardado. Él, Ruggierito, también creía eso. No sabía por qué creía eso. Pero lo creía. Y muchas veces cuando iba hacia el basural con el carro de los muertos pensaba en ese anillo. Y un poco había ordenado aquella masacre de las putas para mandarles un mensaje a los rusos de la Zwi Migdal, y otro poco para quedarse con ese anillo que lo había hipnotizado.

-¿Y dónde está el secreto? Le había preguntado a la rusita, que era en realidad una polaquita pero eso a quien carajo le importaba -El secreto está en el anillo pero no se dónde está, pero yo sé que está. Yo sé que el secreto existe en el anillo, porque mi sangre me lo dice. Y la sangre no miente. -La sangre no miente, repitió entonces Ruggierito Esa noche, Juan desarmó el anillo, es decir, despegó el diamante del anillo. Lo hizo con muchísimo cuidado y después de tres horas de trabajo debajo de una lámpara. Había conseguido los utensilios en la joyería que tenía un amigo en la calle Pavón. Siempre había sido hábil con las manos. Entre el anillo y el diamante había un pequeño papel de estaño. Un papel pequeñísimo, con una inscripción incomprensible que sólo podía observarse a través de una lupa. Ruggierito tenía una lupa y vio lo escrito aunque no entendió nada. Guardó todo minuciosamente. Esperó tres días y se lo llevó a una rusita que había abandonado la Zwi Migdal y que ahora trabajaba para él. Le decían Amalia. No era muy cuerda.

Todo el tiempo Amalia se lavaba las manos y se bañaba después de cada polvo. -Siempre me siento sucia. Decía. Ni cuando me baño en alcohol me limpio. Ruggierito confiaba en ella ciegamente porque aún cuando había trabajado para la competencia estaba tan loca que trabajaba por trabajar y no lo importaba ni por qué, ni para quien ni nada. Le llevó Ruggerito el anillo, el diamante, y el papelito de plata con la inscripción mínima, ínfima. Y la lupa claro. -¿Qué querés?, le preguntó Amalia cuando lo vio a Juan. Pensó que por ahí él simplemente quería echarse un polvo con ella. -Quiero que me digas que significa esto Amalia se puso su desavillé, estaba durmiendo en la pieza del quilombo en el que trabajaba. Apenas vio el anillo se persignó. Porque era una rusa, o una polaquita pero tan rusita como acristianada. Y tomó la lupa como quien sabe de antemano de qué se trata. Esto no dice nada. Son signos sin sentido. Nada dice, no dice nada esto.

-¿Y qué significa esto?, preguntó Juan Nada, es muy común allá y acá también esto significa que nada significa nada. Es una trampa. ¿Y para eso la maté? Se preguntó Ruggierito sin sentirse demasiado mal. Y qué sé yo, dijo Amalia. Barceló sabía a través de Benitez que Ruggierito conservaba ese anillo, y lo quería encontrar a toda costa cuando Ruggierito ya estaba muerto. Pensaba Barceló que ahí había algún secreto, como llegó a pensarlo Ruggerito. Pero el anillo ya no existía. Ruggierito lo había llevado una noche al basural y lo tiró a la mirada. Por ahí se lo comió uno de esos perros del diablo, o por ahí se hundió en el pantanal. Pero sin embargo si hay un mensaje, se dijo Ruggierito cuando volvía aquella noche del basural con el carro de los muertos ya vacío. Nada, se dijo Ruggierito. No significa nada. Todo para nada. Para nada. Nada de Nada.

Todo para nada se dijo aquella noche. Tres días después lo iban a matar.

CAPITULO XXVI EL PADRE DE TODOS LOS MUERTOS

Pero el padre de todos los muertos fue otro. Fue el muerto entre los muertos. El general de los pueblos muertos. Como escribiera de él Manuel Fresco:

“Hombre bandera, hombre símbolo, nosotros también nos colocamos bajo la invocación del sentimiento nacionalista que el nos exaltara”

El glorioso teniente General José Félix Uriburu, jefe indiscutido de todos los cementerios argentinos. Para el muerto entre los muertos, padre necropolitano, necrosado, necrofilializado, necroglorificado, cúspide del atrio negro de la Patria subterránea.

Gloria y Loor. Este es el orden ascendente. Ruggierito, Barceló, Fresco y Uriburu. Esa es la jerárquica simbólica de la necrofilia que nos une a todos. Yo, mientras viajo hacia la oscuridad en este camioncito chirriante, hacia Campo de Mayo, hacia la noche, he comprendido la macabra arquitectura, el andamiaje con olor a tumba de esta década que dura ya 13 años. Lo comprendí ya, cuando advertí que el capitán Francisco Carrillo, traficante de armas, germanófilo, bruto, salteño y hermano de “ideas” de Uriburu había ordenado el asesinato de Lucrecia después de que en un radiograma le informaran que ella y yo habíamos intimado. Porque ella estaba desesperada. Porque el Capitán no le dirigía jamás la palabra, porque la vigilaba a sol y a sombra pagándole a Flores y a Benítez, los dos torturadores que trabajaban para Carrillo y para Barceló y para Ruggierito y para Fresco. Esas dos bestias que acuchillaron a Lucrecia con pasión después de contemplarla a ella conmigo a través de los postigones sin que yo me imaginara lo que es el horror. Por eso

Lucrecia vino a mi bañada en lágrimas, probando el amor antes de la muerte que seguro presentía. Pero prefirió amarme. Y entonces Carrillo le preguntó a Uriburu que hacer y el simplemente le dijo: “Proceda Capitán”. Y dio la orden Carrillo para que acuchillaran a su mujer. A su propia mujer que supo quererme a mí, que era un chico. Pero un chico es inocente. Y Lucrecia había sido exiliada de la inocencia, compartiendo su lecho frío con un patrón del infierno. Él quería sólo su prosapia. Y odiaba al resto. ¿Por qué me capturan ahora, tras una década que ya dura 13 años? ¿Por qué me llevan? Estudie demasiado. Vuelto a mi hogar en Avellaneda, sólo, vivÍ de la pensión de mi padre, de la que vivía mi madre y pude estudiar y estudiar. Y volví a Salta para estudiar, porque advertí estudiando, que Uriburu era el padre de los muertos y que los muertos siempre vuelven. Como vuelve hoy Uriburu y volverá siempre.

Yo estudié vida y obra de Uriburu, y de sus emanaciones como Fresco Barceló y Ruggierito, me detuve en la cercanía de Ruggierito con la muerte, en esa inmediatez que tanto explica, y así me interné en el espíritu espectral de estos años aciagos, narrando allí algunos retazos de la política, diurna de estos señores que nos gobernaron, y también algunos retazos de la situación nocturna diría yo, de la realidad detrás de las palabras. Sobrevolé idearios declamados, reproduje algunos diálogos que me constan y conté además, lo que yo mismo viví como testigo presencial en Avellaneda. Los prostíbulos, los amores prohibidos, el sexo descarnado. La realidad de los cuerpos enredándose en sus flujos y en su misma sangre, debajo de los cuerpos higiénicos idealizados por Fresco. “Niebla del Riachuelo” se llama mi libro. Lo hice imprimir clandestinamente y algunos alumnos del Nacional Buenos Aires la estudiaron, y durante esta década oscura que ya dura trece años, ese retrato de época fue de mano en mano hasta llegar a las de Gustavo Martínez Zubiría, quien gusta esconderse bajo el seudónimo anglófilo de Hugo Wast, inminente director de la Biblioteca Nacional Argentina, profundo

odiador de libros y bibliotecas, el mismo que ahora le ha recomendado al general Rawson y a Ramírez y a Farrel, que destruyan el “libelo subversivo y pornógrafo”, según ha dicho y que encarcelen a su autor y aquí estoy entonces, en este camioncito fúnebre. Sé que ya están quemando los pocos ejemplares clandestinos. Ya están incinerando la memoria. No lo creo, pero tal vez se salve algún manuscrito. Por las dudas en prisión, (si llego vivo a alguna cárcel o calabozo), trataré de salvar, ésta; la última página del libro. Se la pasaré a algún camarada en desgracia. Y éste, tal vez a otro, y quizás alguno con alma de mensajero logre escabullirlo, lanzarlo tras los muros como una botella al mar sucio de la historia. Tal vez se salven estas palabras y surquen las rejas y se adjunten algún día a mi libro, si es que algún manuscrito completo vence al fuego crepitante en estos días. Pero no, no lo creo. Sería un milagro que estas palabras se liberen. Mi nombre se quema en esas llamas y sólo me aguarda el olvido. Aunque no soy nadie he escrito un libro que ofendió a un lúcido hijo de puta y a algunos otros. Mi vida ya tiene sentido.

URIBURU “Corazón abnegado de héroe y de patricio inteligencia y gracia de insigne espíritu

Voluntad de la Patria, soldado benemérito. Tu voz aún oímos, tu intensa fe no ha muerto.

Fructífera semilla sembró tu alma preclara Llena de limpio cielo, de lucidez cristiana.

Trazó recto camino el signo de tu Espada Y su esfuerzo glorioso resucitó a la Patria”.

Alfredo Tarruela. “Al General Uriburu”.

José Félix Uriburu nació el 20 de julio de l868, en la misma casona de sus Padres, José Uriburu y Serafina Uriburu, en la calle del Mercado, en la Salta Señorial. La casa era historia viva. Allí había vivido en l802 el Mariscal de

campo trasandino Juan Antonio Álvarez de Arenales, Consejero y Mariscal de Perú a la vez y gobernador intendente de Salta. Allí, en esa misma casa colonial había nacido José Evaristo, el tío de José Félix, y también presidente de la Nación. Las rejas y los dinteles, las habitaciones que se abrían generosos a los patios, y el sol salteño la glorificaban en su sencillez. Y en su linaje. Sus padres, los padres de Uriburu eran primos entre sí, y católicos ejemplares. Sus primeros años fueron ya marciales, penitenciales y felices en esa casa todo honor y todo orden, que José su padre, egresado de Chiquisaca y beato vocacional como su madre Serafina sostenían sin esfuerzo y con crucifijos en cada habitación para José Félix y sus hermanas Florencia Teresa y Juana se educaran con el Señor presente .Por cierto un crucifijo pequeño recordaba al pobrecito fallecido, Félix Ricardo que no vivió lo suficiente. José Félix fue a la escuela de la maestra Jacoba Saravia, salteña íntegra que lo vio partir a Buenos Aires en l881, a los trece años, donde el futuro golpista ingresaría al Colegio Nacional como alumno libre, para ingresar después, al fin, al Colegio Militar, su

destino manifiesto y añorado. Pero mas interesante que su juventud cuadriculada y previsiblemente prusianofílica fue su muerte en Paris, claro. Antes de ir a morir a París, Uriburu visitó Salta por el última vez, concurriendo con todos los honores a la guarnición de la Quinta División, donde el comandante, su camarada el general de Brigada Francisco Vélez organizó una bienvenida con desfiles venias y vivas como correspondía. El 12 de marzo de l932 se embarcó en el Cap Arcona junto a su señora esposa Aurelia Madero, la hija del constructor del puerto de Buenos Aires, a su hijo Alberto y a su nuera María Laura, para no volver. Desembarcaron en Boulogne Sur Mer y allí sintió Uriburu las vibraciones del Santo de la Espada en su corazón y desde allí fueron en tren hacia París donde se internó en una clínica de la Avenida Foche. Sufría horrores en su estómago ulcerado. Y poco pudieron hacer los doctores Lardenois, Lamierre, Rous y Millos que lo atendían. Pero lo confortaba el padre Urrutia que le dio la extremaunción. El 29 de abril de l932 murió Uriburu.

En la paz del Señor. -¿Sufre mucho mi general?, le preguntó el sacerdote. -Si, padre, mucho, pero Dios sabe lo que bien que hace cuando determina cerrar aquí mi vida. Y pronto todas las campanas tremolaron en Buenos Aires y en toda la Nación Argentina. Y su cuerpo fue embarcado en L´Atlantique hacia Buenos Aires y en frenético duelo lo recibieron miles por las calles trágicas, el de 26 de mayo en la capital. El general Justo, presidente entonces del país, gracias al golpe que Uriburu había perpetrado el 6 de septiembre l930, y ungido por el fraude con el que Fresco tanto soñara, recibió sus gallardos restos fúnebres en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno. Y Uriburu fue llorado por muchedumbres. Los pendones negros brotaron como los panes y los peces Y fue después que asesinaron a Ruggierito, y fue después que Fresco amanecía como el posible sucesor de santo barón Uriburu, y fue después que se mató Gardel en Medellín, y después advinieron legiones de enamorados de la muerte, cohortes de

fantasmas, devotos de las sombras, consortes de los occisos, juntacadáveres, de los torvos cementerios, muertos sin sepultura, buscacadáveres, confeccionistas de difuntos. Y todo gracias al Padre de todos los Muertos, gracias a él y a todos su hijos muertos que tantos muertos bien muertos mataron con diáfana devoción: Milicianos, juerguistas, bandoleros, rufianes, místicos y astrólogos. Asesinos de corazón. De corazón. Gracias a todos ellos. Gracias a Dios. Estamos como estamos.

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