CARDENIO, HOMBRE ATIPICO. Antonio Barbagallo Stonehill College

CARDENIO, HOMBRE ATIPICO Antonio Barbagallo Stonehill College ¡Pobre Cardenio! Todo lo que habrá sufrido, y como si fuera poca la angustia de sentirse

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CARDENIO, HOMBRE ATIPICO Antonio Barbagallo Stonehill College ¡Pobre Cardenio! Todo lo que habrá sufrido, y como si fuera poca la angustia de sentirse traicionado, —aunque, como es sabido, la historia tuvo un final feliz—, la gente habla mal de él. Las malas lenguas escupen sus calumnias a diestras y siniestras sin pensarlo dos veces y sin rastro de remordimiento. Han sido estos muchos ataques a la hombría y al valor de Cardenio por parte de nuestros compañeros, los críticos modernos (¿modernos?), que me han llevado a una lectura más atenta del episodio de Sierra Morena y a tratar de profundizar y comprender el carácter de Cardenio y el porqué de su comportamiento. Me parecía, desde un principio, y después de varias lecturas del Quijote que los ataques eran exagerados, infundados, a veces casi «personales», como si este personaje, tan central en la Primera Parte de la novela, hubiese recibido una gran recompensa injustamente y a costa de nosotros mismos, como si hubiese traicionado la legendaria hombría del macho ibérico. Podemos, y quizás debemos discrepar en este oficio, pero siempre y cuando nos basemos en una lectura atenta, objetiva al grado máximo, y libre de malicia o falseantes prejuicios. No digo con esto que los comentaristas que se han ocupado de la historia de Cardenio y Luscinda, de forma intencionada y con ganas de tergiversar y falsear el significado del episodio, hayan cometido alguna falta imperdonable, pero no me explico cómo tantos de estos ilustres colegas, salvo uno o dos (los que se salvan son los menos ilustres), no hacen mucho más que repetir lo que escribió el primero (cronológicamente hablando), sin aportar pruebas, sin citar el texto —que en fin de cuentas lo es todo— para justificar su interpretación. No quiero, a pesar de esto, basar mi estudio sobre lo que han dicho los demás, ni entablar una discusión (en el sentido español de la palabra) con gente que por otra parte admiro inmensamente. Algunos de ellos, pasados a mejor vida, no podrían siquiera contestar a mis palabras. En honor a la verdad, y debido a que el Quijote es un camino tan trillado, me veo simplemente obligado a citar algunos de sus comentarios, y llegar a un asentimiento o a un disentimiento. Si he abierto este preámbulo hablando de calumnias es porque en mi relectura de toda esta fascinante y entretenida historia he descubierto que mis sospechas no son infundadas. Es cierto que, aunque en algunos casos los comentaristas tienen razón en decir lo que dicen, en lo que verdaderamente es la cuestión «cardeniana», en lo que dibuja el carácter de Cardenio, se equivocan o quieren equivocarse quién sabe por qué.

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De cualquier manera, al analizar un episodio o un personaje del amplísimo espectro cervantino, lo que más importa, lo que más debería interesar es la ciclópea capacidad que el autor despliega en la creación y representación de la vastísima gama de sentimientos, estados anímicos y carácteres de la especie humana. Así como en la obra de algunos novelistas se entrevé el conocimiento que el autor tiene de botánica o de medicina (Baroja), en toda la obra cervantina, y en particular en el Quijote se adivina que el manco de Lepanto está preñado, saturado de mundo, de humanidad y de inteligencia. Es esta capacidad de creación, de representación o de expresión que nos deja —o debería dejarnos— llenos de asombro y de pasmo. Si existe un personaje tan complejo como Cardenio es porque Cervantes lo ha creado, porque Cervantes ha reconocido que existe o debería existir un hombre que no es el bruto de las cavernas, quizás un hombre atípico. Ya veremos cómo este joven resultará ser una personalidad compleja y atípica, o, en definitiva, menos simple de cuanto nos lo ha pintado la crítica hasta ahora. Y si la crítica lo ha tan simple y fácilmente pintado de cobarde, pusilánime, tímido y hasta feminoide (Madariaga, Rosales, Márquez Villanueva, Pabón Núñez, Vallejo Nágera) es porque así es como puede parecer a primera vista, especialmente como consecuencia de una lectura superficial o descuidada. Cuando descubramos a otro Cardenio, al que yo quiero y trataré de descubrir, no sólo él, sino toda su historia nos resultarán incluso más interesantes. La historia de Cardenio es la de un joven hidalgo a quien el amigo, según Vallejo Nágera, «le birla la novia» (49), y quien aparentemente no hace nada para impedírselo ni para vengarse. Como consecuencia de esta traición, el pobre Cardenio acaba en las entrañas de Sierra Morena enloquecido y casi desnudo, donde nosotros lo encontramos por primera vez. Empezamos a tener conocimiento de lo que ocurre y de quién puede ser el dueño de la maleta y del cojín encontrados por don Quijote y Sancho, por medio del soneto y de la carta que estaban en el librito que sacaron de la maleta. A pesar de que hay tres narradores vivos y presentes de la historia de Cardenio —es decir, el mismo Cardenio, el cabrero y Dorotea— es sólo mediante la narración de Cardenio que comenzamos a enterarnos de lo que ocurrió antes de su llegada a la sierra y del motivo de su huida a ella. El relato se hará más completo para el lector un poco más tarde, cuando el mismo Cardenio cuenta sus desgracias al cura y al barbero, ya que antes, la interrupción de don Quijote había hecho que Cardenio dejara de contar —como ya lo había avisado—. Aunque el relato del cabrero es anterior al de Cardenio, sólo informa sobre el comportamiento del «mancebo de gentil talle y apostura» (I, XXIII, 1314) a partir de su llegada a Sierra Morena, y por tanto no puede aportar otra perspectiva que sea útil a la reconstrucción de los hechos ni a la construcción de la personalidad verdadera del joven enloquecido. Cardenio, según nos dice el cabrero, no les había contado mucho (a él y a sus compañeros), sólo que no se maravillaran «de verle andar de aquella suerte, porque así le convenía para cumplir cierta penitencia, que por sus muchos pecados le había sido impuesta». (I, XXIII, 1314) Por sus actos de locura y por los gritos y razones, «que todas se encaminaban a decir mal de aquel Fernando y a tacharle de traidor y fementido» (I, XXIII, 1315), conjeturaron «que la locura le venía a tiempos, y que alguno que se llamaba Fernando le debía de haber hecho alguna mala

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obra, tan pesada cuanto lo mostraba el término a que le había conducido». (I, XXIII, 1315) Todo esto, repito, no nos aclara nada del porqué y del cómo el joven hidalgo llegó a este extremo. El relato de Dorotea, a su vez, sólo aportará un detalle, importantísimo para que Cardenio recobre esperanza y cordura. Dorotea, hermosísima criatura, la poco comprendida ( a su favor ) y mal interpretada semi-diosa, no nos cuenta nada del pasado del joven caballero que a ratos pierde el juicio, que nos facilite una correcta interpretación de su personalidad. La carta encontrada en la maleta y leída en voz alta por don Quijote, resultará ser, como veremos, un dato revelador para la comprensión del carácter de Cardenio. ¿Hacía falta insertar el soneto y la carta, si no tuvieran por lo menos «algo» de importancia en esta historia? Creo que la crítica opina que no, ya que ningún comentarista siquiera hace mención de este hallazgo. Me inclino a pensar que hay gente que se salta la lectura de estos «detallitos», pero, a estas alturas en la crítica cervantina, resulta nada menos que descabellado pensar que hay párrafos, oraciones, frases, palabras, o sílabas superfluas en la obra de Cervantes. El estudio semiótico que don Quijote, con la ayuda de Sancho, hace del hallazgo, le conducirá a una conclusión: «Con gran deseo quedó el Caballero de la Triste Figura de saber quién fuese el dueño de la maleta, conjeturando por el soneto y carta, por el dinero en oro y por las tan buenas camisas, que habían de ser de algún principal enamorado, a quien desdenes y malos tratamientos de su dama debían de haber conducido a algún desesperado término». (I, XXIII, 1312) Pero, ¿de qué sirve todo este gasto de tinta cervantina, si poco más adelante el mismo Cardenio nos relatará su historia personalmente? Pues, de momento para infundir curiosidad y deseos de profundos ulteriores conocimientos en don Quijote, y luego para que nadie dude de las palabras de Cardenio cuando nos cuente ( a don Quijote y Sancho y a nosotros) quién es y lo que le ha ocurrido. La calidad de la maleta, del cojín y de las camisas junto a los más de cien escudos de oro son evidencia de que el dueño de estas cosas goza de cierta categoría social, y la calidad del soneto junto al estilo de la prosa son testimonio de que el que escribió posee un grado de cultura bastante elevado. «[...] a fe de que debe ser razonable poeta, o yo sé poco del arte» (I, XXIII, 1312) dice don Quijote del autor de estos escritos. Sin embargo, y a pesar de todo, esta carta le revela muy poco a don Quijote, y de momento a nosotros también. La oración final, que no quiero citar ahora y que representa uno de los mayores pilares de mi tesis, es bastante oscura incluso después de haber leído todo el episodio de Sierra Morena y el desenlace en la venta, y parece que para los críticos que han escrito sobre Cardenio y que no se han saltado la carta, dicha oración es tan densamente oscura que se la han pasado por alto y no han intentado hacer ninguna interpretación. Que esta carta es enigmática para don Quijote no es conjetura nuestra, nos lo dice él mismo: «Acabando de leer la carta, dijo Don Quijote: —Menos por ésta que por los versos se puede sacar más de que quien la escribió es algún desdeñado amante.» (I, XXIII, 1312) Dejemos la carta, y vamos ya a los hechos contados por el mismo protagonista. Conociendo el desenlace y la contribución que hace Dorotea a la narración de los acontecimientos —aunque ella nunca fue testigo de lo que

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ocurrió entre don Fernando y Luscinda—, no tenemos por qué albergar dudas sobre la veracidad de la palabra de Cardenio. Lo que a gritos dice cuando le sobreviene el «accidente» de la locura, no es, después de todo, más que una corroboración irracional de lo que cuenta racional y pausadamente. Una de las primeras cosas que, incluso en tono burlesco, critican los comentaristas, es la timidez de Cardenio,1 y basan sus declaraciones sobre razonamientos infundados. Se refieren a la relación «epistolar» que Cardenio y Luscinda mantenían, como a una tímida y pueril falta de espíritu, de deseo y de voluntad por parte de él, ya que él, por timidez, quería evitar que se produjera el encuentro personal, el cara a cara con su amada, pero dejan de ver (¿lectura poco atenta?), o dejan de mencionar, que Cardenio había sido forzado a obrar de esta manera a causa de la actitud del padre de Luscinda. Además, no hay nada de extraordinario ni de raro, en la literatura universal de todos los tiempos ni en la vida real, con que exista un carteo entre amantes. Las palabras de Cardenio son bastante aclaratorias: «A esta Luscinda amé, quise y adoré desde mis tiernos y primeros años [...] Sabían nuestros padres nuestros intentos [...]». (I, XXIV, 1317) La exagerada timidez habría dado origen a un amor secreto y callado, unilateral digamos, pero es evidente que no lo es para Luscinda ni para las familias, ya que de la siguiente explicación que da Cardenio se deduce que de jovencito o había tenido acceso a la casa de la hermosa Luscinda donde había sido explícito con ella, o había sido explícito con ella fuera de la casa pero en muchas ocasiones: «Creció la edad, y con ella, el amor de entrambos, que al padre de Luscinda le pareció que, por buenos respetos, estaba obligado a negarme la entrada de su casa [...] Y fue esta negación añadir llama a llama y deseo a deseo; porque, aunque pusieron silencio a las lenguas, no le pudieron poner a las plumas, las cuales, con más libertad que las lenguas, suelen dar a entender a quien quieren lo que en el alma está encerrado; que muchas veces la presencia de la cosa amada turba y enmudece la intención más determinada y la lengua más atrevida». (I, XXIV, 1317) Esta turbación y este enmudecimiento de que habla Cardenio no significa que le sea más fácil escribir que hablar o que prefiera escribir porque es tímido y vergonzoso, sino que con la escritura se pueden decir mil cosas «meditadas» y no sólo las efusivas, con la escritura se puede decir lo que se podrá decir en persona más adelante cuando la pareja haya perdido el rubor, el freno causado por falta de una total y completa intimidad. Esto se puede entender aún más acordándonos de que estamos tratando de una sociedad (la española, tridentina del XVII) cuyos códigos morales difieren sustancialmente de los nuestros. Es más, Cardenio no está necesariamente hablando de sí mismo o sólo de sí mismo en relación al freno o enmudecimiento. Puede estar refiriéndose a los dos o sólo a Luscinda. «¡Ay cielos, y cuántos billetes le escribí! ¡Cuán regaladas y honestas respuestas tuve!» (I,

1 Véanse en particular Salvador de Madariaga, Guía del lector del «Quijote», tercera ed., Austral, Madrid, 1987 (cap. IV «Cardenio o la cobardía», pp. 89-100); Luis Rosales, «Madariaga y el Quijote» en El desnudo en el arte y otros ensayos, ICI, Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1987, en particular el apartado «Cardenio o la cobardía», pp. 102-109; Francisco Márquez Villanueva, Personajes y temas del «Quijote», Taurus, Madrid, 1975, pp. 48-58.

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XXIV, 1317). Si bien estas razones no son muestra de desfachatez o libertinaje, ni de intimidad o compenetración, tampoco son indicio de exagerada timidez.2 Pero la timidez que le imputan los comentaristas a Cardenio va más allá de la que simplemente pueda existir en la relación varón-hembra. La suya sería una timidez generalizada, una debilidad interior que le convierte en un ser pusilánime, incluso en un ser antisocial. Otra de las acusaciones que deberían así dar prueba de la pusilanimidad de este individuo, es que no supo, no quiso, no pudo decirle a su padre que fuera a pedirle al padre de Luscinda la mano de su hija. En su análisis del momento de la boda de Luscinda con Fernando, donde Cardenio, oculto, no actuó —episodio que comentaremos más adelante— Lucio Pabón Núñez dice: «Como cuando ha debido pedir a su padre que solicitara la mano ambicionada, ahora le falta valor o sentido de su verdadera responsabilidad» (178). Como si esto fuera poco, Márquez Villanueva, injustamente, echa leña al fuego con lo siguiente: «Toda la desgracia de Cardenio mana de tan nimia causa remota como su timidez ante las menudas complicaciones de urbanidad que son todo lo que, al comienzo, se interpone ante su matrimonio con Luscinda, Se trata de un joven corto de luces, de timidez patológica y esencialmente pasivo, pues se halla convencido de que ʻcuando traen las desgracias la corriente de las estrellas, como vienen de alto abajo, despeñándose con furor y con violencia, no hay fuerza en la tierra que las detenga, ni industria humana que prevenirlas puedaʼ (1, 27). Lo poco que Cardenio hace es siempre a destiempo y su especialidad consiste en reconstruir, moroso, lo que debería haber dicho o hecho en tal o cual momento en que ni hizo ni dijo nada». (51) Antes de emprender la tarea de demostrar que Cardenio, a pesar de algún defecto, tiene muchas virtudes, y después de haber leído tan elocuentes palabras como las de Márquez Villanueva, de Madariaga, de Pabón Núñez y de otros, confieso que vacilé entre hacer lo que estoy haciendo, y repetir lo que han escrito estos otros señores. Pensé incluso en un posible simbolismo en el nombre, Cardenio cardo, como en la expresión «este hombre es un cardo».3 Pero, una lectura todavía más atenta me convenció de que mis iniciales intuición e interpretación no iban por mal camino. Me di cuenta de que estas acusaciones tienen poco fundamento, y que los que hablan negativamente de Cardenio no ven que éste incluso muestra un alto grado de voluntad si no atrevimiento. Pues, lejos de ser pusilánime, sin buscar intermediarios, harto de cartitas y de versos, e incluso infringiendo las normas sociales sobre la

2 A este punto es conveniente recordar la destreza estilística del autor. El manejo de la lengua no deja de asombrar. Nótese aquí la ambigüedad inicial, inmediatamente aclarada, de la frase «aunque pusieron silencio a las lenguas». Si bien en un primer momento pensamos que la acción del padre de Luscinda calló las «posibles» malas lenguas de la vecindad, ya que por la edad de los jóvenes, el padre estaba preocupado por la reputación de la hija, en seguida nos damos cuenta de que las lenguas que callaron fueron la de Cardenio y la de su amada, aunque posiblemente las de los vecinos también. 3 Francisco Rodríguez Marín en su edición crítica de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Ed. Atlas, Madrid, 1949, vol. II, pp. 385-386 dice, aunque le quedaría convencernos, que «Cardenio es un Cárdenas de Córdoba».

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petición de mano, fue directamente al grano, y así nos cuenta: «determiné poner por obra y acabar en un punto lo que me pareció que más convenía para salir con mi deseado y merecido premio, y fue el pedírsela a su padre por legítima esposa, como lo hice; a lo que él me respondió que me agradecía la voluntad que mostraba de honralle y de querer honrarme con prendas suyas; pero que, siendo mi padre vivo, a él tocaba de justo derecho hacer aquella demanda [...]» (I, XXIV, 1317) A Cardenio este razonamiento del futuro suegro le pareció correcto, y no tenía por qué no parecérselo, era, después de todo, la costumbre de aquella época. Según nos cuenta, «en aquel mismo instante» se fue a decirle a su padre lo que pretendía, por tanto es simplemente mentira que no tuviera valor de hablar con él. La casualidad fue que la carta que el Duque Ricardo había mandado y que el padre en este momento estaba leyendo, requería que Cardenio fuese a casa del Duque a ser compañero de su hijo mayor. El no atreverse ahora a hablar con su padre de sus intenciones de matrimonio, se debe a respeto, a amor filial, a falta de egoísmo. Su paciencia en tener que esperar, por otra parte, es motivada por el hecho de que su relación con Luscinda no está obstaculizada por sus padres. En ella no existe la desesperación que pueda existir cuando hay obstáculos insuperables. Cardenio, lejos de definirse pusilánime feminoide, es simplemente un buen hijo. Sus palabras no dejan lugar a dudas: « Tomé y leí la carta, la cual venía tan encarecida, que a mí mesmo me pareció mal si mi padre dejaba de cumplir lo que en ella se le pedía, que era que me enviase luego donde él estaba [...]» (I, XXIV, 1318) Las palabras de Cardenio sobre el poder de las estrellas, que Márquez Villanueva cita como palabras pronunciadas por un hombre débil y supersticioso, un hombre que no cree en su propia fuerza como ser humano, no pueden interpretarse de tal manera, ya que el joven hidalgo las pronuncia cuando ya le ha ocurrido algo que no puede explicarse y después de haberse abandonado a una vida sin sentido a causa de lo ocurrido. Si un personaje literario adquiere tal o cual reputación es porque alguien, de buena o mala fe, con buena o mala lectura e interpretación, se ha encargado de atribuírsela. El gran riesgo que corre el acusado es que, sea culpable o no, ya queda marcado por la acusación, y, en muchos casos, es considerado culpable antes de ser juzgado. Veamos que, con un análisis cuidadoso, las siguientes palabras de Márquez Villanueva pierden todo crédito: «Cardenio tiene tan escaso despejo como para llevar a don Fernando, cuyos desenfrenados apetitos conoce muy bien, a sus furtivas entrevistas con Luscinda. Es después tan indiscreto como para hacerle partícipe de su correspondencia amorosa, detalle que como sabemos resulta ser la chispa en el polvorín». (51) ¿Es cierto esto o hay unos pormenores que deberíamos escudriñar? Creo que en este caso en concreto, no sólo podemos librarlo de estas acusaciones, sino que podemos concluir que Cardenio posee otra virtud que es la de tener un elevado sentido de la verdadera amistad. Él es un espíritu noble, y su nobleza interior no le permite otra cosa que ser sincero con los que considera buenos amigos. Es por eso y no por otro motivo que él habla de su amor por Luscinda con Fernando. «Venimos a mi ciudad; recibióle mi padre como quien era; vi yo luego a Luscinda; tornaron a vivir (aunque no habían estado muertos, ni amortiguados) mis deseos, de los cuales di cuenta, por mi mal, a

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Don Fernando, por parecerme que, en la ley de la mucha amistad que mostraba, no le debía encubrir nada». (I, XXIV, 1319) Después de todo, Fernando le había revelado sus deseos amorosos con anterioridad, ya que entre amigos no caben los secretos: «Es, pues, el caso que, como entre los amigos no hay cosa secreta que no se comunique, y la privanza que yo tenía con Don Fernando dejaba de serlo por ser amistad, todos sus pensamientos me declaraba, especialmente uno enamorado, que le traía con un poco de desasosiego». (I, XXIV, 1318) Si por un lado estas palabras explican el porqué Cardenio habla de su amor por Luscinda con Fernando, por otro también desmienten que él estuviera al corriente de los supuestos «desenfrenados apetitos» de éste. De hecho no le conoce más amores que los que mantuvo con Dorotea, y hasta donde llegaron esos amores, como él mismo dice, no lo supo hasta después: «Ya cuando él me vino a decir esto [que quería ausentarse para olvidar la hermosura de Dorotea y no sufrir sus «negativas»], según después se supo, había gozado a la labradora con título de esposo [...]» (I, XXIV, 1318). A pesar de que Cardenio explica los sentimientos y actuación de Fernando —«[...] así como Don Fernando gozó a la labradora, se le aplacaron sus deseos y se resfriaron sus ahincos [...]» (I, XXIV, 1319)— ese «según después se supo» y no «según me confesó», parece indicar que no se enteró de la canallada que Fernando había cometido con Dorotea hasta después de haberle revelado su amor por Luscinda y después de haberlo llevado a verla, y quizás no directamente por boca del mismo Fernando. Es más, según las palabras de Cardenio, a sus «furtivas entrevistas» lo llevó sólo una vez: «[...] enseñándosela una noche, a la luz de una vela, por una ventana por donde los dos solíamos hablarnos.» (I, XXIV, 1319) En lo referente a las misivas y a la supuesta indiscreción de Cardenio por hacer a don Fernando «partícipe de su correspondencia amorosa», veamos que también ésta es una acusación falsa, o, cuanto menos, equivocada: «Y para encenderle más el deseo (que a mí me celaba, y al cielo, a solas, descubría), quiso la fortuna que hallase un día un billete suyo pidiéndome que la pidiese a su padre por esposa [...]» (I, XXIV, 1319). Es decir que Cardenio no fue indiscreto, haciendo a Fernando partícipe de su correspondencia con Luscinda, sino que el tal Fernando encontró el mencionado billete de casualidad. Poco más adelante añade: «Procuraba siempre Don Fernando leer los papeles que yo a Luscinda enviaba, y los que ella me respondía, a título que de la discreción de los dos gustaba mucho» (I, XXIV, 1319). Está claro que Cardenio no quiere hacer a nadie partícipe de sus cosas íntimas, y que su condición de criado no le permite tener la privacidad que desea y necesita. Si bien no es un esclavo, don Fernando sin embargo se impone, y él —quizás ésta sea su culpa— no tiene el «espíritu» suficiente como para decirle que no puede leer sus cartas. Quizás es porque no sepa reconocer la maldad y las malas intenciones detrás del deseo de Fernando. Cardenio, a pesar de todo, admite cierta cobardía al no atreverse, una segunda vez, a pedirle a su padre que hable con el padre de Luscinda, cuando ésta, en una nota, le incita a que lo haga. Esta falta de valor y otros miedos que él no puede explicarse, se deben a que su deber filial es más fuerte que cualquier otro sentimiento. Él sabe lo que tiene que hacer, pero «yo no le osaba decir, temeroso que no vendría en ello [...] porque yo entendía dél que deseaba que no me casase tan

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presto, hasta ver lo que el Duque Ricardo hacía conmigo. En resolución, le dije [a Fernando] que no me aventuraba a decirselo a mi padre, así por aquel inconveniente como por otros muchos que me acobardaban, sin saber cuáles eran [...]» (I, XXVII, 1337). Este «hacía conmigo» revela plena conciencia de su condición social. El y su padre son vasallos del Duque y deben actuar consecuentemente. Lo que requiere más atención, análisis y contemplación en toda esta extraña historia es por qué Cardenio aparentemente no actuó desde el momento en que Luscinda, por carta, lo informó de la traición de don Fernando y de la inminente boda. No nos importan aquí los pormenores de cómo el noble se las arregló para engañar al amigo, sólo importa la actuación del engañado. De ello depende su reputación. ¿Cómo es que el joven hidalgo, al enterarse de la traición, no se enfrenta al fementido amigo? ¿Por qué durante la ceremonia de la boda se esconde en el hueco de una ventana, detrás de las cortinas en vez de desenvainar la espada y defender lo suyo? Los críticos que se han ocupado de este asunto lo tienen bastante claro, Cardenio es un cobarde. Salvador de Madariaga hasta titula el capítulo IV de su conocida Guía del lector del «Quijote» «Cardenio o la cobardía» y se expresa en estos términos: «Sobre la base de la cobardía, el personaje de Cardenio está construido con maravillosa penetración. Observamos primero la cortesía y comedimiento que le distinguen en su estado normal [...] Más sutilmente todavía aparece observada otra tendencia muy de carácter cobarde, especie de obsequiosidad intelectual que se manifiesta en pronta aquiescencia a las opiniones ajenas.» (90, 91) Madariaga tiene razón en una cosa: «Cardenio está construido con maravillosa penetración», pero por otras razones. Aparte el hecho de que el maestro no cita ejemplos concretos, mi modesto curso universitario de introducción a la psicología de hace 30 años y mi sentido común me inducen a rechazar con vehemencia tales declaraciones. ¡Estaría bien que ahora la cortesía, el comedimiento y la obsequiosidad fueran signos de cobardía! El gran psiquiatra Vallejo Nágera a su vez dice que «El feminoide Cardenio prefiere huir en lugar de atacar virilmente a su adversario, y amargado por su fracaso se sumerge en una elaboración intrapsíquica de sus complejos rencorosos que le lleva a una locura aparatosa y espectacular, como todas las histéricas». (53) Si bien es extraño que Cardenio no actuó de ninguna manera a su regreso a casa y al encontrarse con Luscinda de blanco, no podemos pre-juzgar, ya que, al esconderse detrás de las cortinas, no sabemos lo que habría pasado si Luscinda hubiese pronunciado un no. En este último furtivo y brevísimo encuentro antes de la boda, Luscinda habla de una daga que lleva escondida, y Cardenio, sin estar seguro de que ella le oiga, le contesta que lleva espada para defenderla, o para suicidarse (I, XXVII, 1340). El relato de la ceremonia nupcial se llena de tensión dramática, en particular cuando llega al momento de la pregunta: «yo saqué toda la cabeza y cuello de entre los tapices, y, con atentísimos oídos y alma turbada, me puse a escuchar lo que Luscinda respondía, esperando de su respuesta la sentencia de mi muerte, o la confirmación de mi vida. ¡Oh quién se atreviera a salir entonces, diciendo a voces: »¡Ah Luscinda, Luscinda, mira lo que haces; considera lo que me debes; mira que eres mía y no puedes ser de otro! [...]» (I, XXVII, 1341). Está claro

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aquí que para Cardenio lo que importa es la voluntad de Luscinda, puesto que «Resta ahora decir cuál quedé yo viendo en el sí que había oído burladas mis esperanzas, falsas las palabras y promesas de Luscinda [...]» (I, XXVII, 1341) Aunque el joven, durante su relato, se enjuicia tachándose de cobarde —«¡Ah loco de mí! ¡Ahora que estoy ausente y lejos del peligro, digo que había de hacer lo que no hice! [...] En fin, pues fui entonces cobarde y necio, no es mucho que muera ahora corrido, arrepentido y loco» (I, XXVII, 1341)— , en realidad parece equivocarse. A este punto sería conveniente recordar el episodio de Anselmo en El curioso impertinente, quien a toda costa quería cerciorarse de la fidelidad de su mujer. Sin la morbosidad de Anselmo, y en circunstancias muy distintas, Cardenio quiere que sea ella quien decida, quiere que, en este momento tan decisivo, ella ejerza su libre albedrío. No quiere amor forzado, coaccionado o comprado, como el que encontramos en la historia del rico Camacho, aunque esto le cueste la vida. En otro lugar, y por boca de la pastora Marcela, Cervantes nos dice que «[...] el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario y no forzoso» (I, XIV, 1265). Tenemos que suponer que si Luscinda hubiese pronunciado un no o si hubiese sacado la daga, Cardenio habría intervenido. Es así que se explica su desesperación y su «media-locura» o «locura a medias». Cardenio no puede defender lo que, en definitiva, cree que no es suyo, no quiere ni puede ser el hombre que arrastra a la mujer por los pelos a su cueva, después de haberla conquistado a mazazos. Como bien señala Robert V. Piluso «El acto de matrimonio entre Fernando y Luscinda no tiene valor, porque ésta pronunció el sí bajo compulsión» (87), pero esto Cardenio no lo sabe, ya que él no se esperaba el «sí» de Luscinda de ninguna manera. Es por esta razón y no por otra que su queja es más con Luscinda que con Fernando. Sus dudas sobre Luscinda habrán surgido al verla vestida de blanco, y si no se vengó, ni intentó vengarse, ni piensa hacerlo, no es por cobardía, sino porque a él lo que le interesa es únicamente la voluntad y el amor de Luscinda. Prueba de que no es cobarde la tenemos cuando, recobrando su cordura por haber oído toda la verdad sobre la boda, y con caballerosidad y galantería quijotesca, le dice a Dorotea lo siguiente: «[...] yo os juro por la fe de caballero y de cristiano de no desampararos hasta veros en poder de Don Fernando, y que cuando con razones no le pudiere atraer a que conozca lo que os debe, de usar entonces la libertad, que me concede el ser caballero, y poder con justo título desafialle, en razón de la sinrazón que os hace, sin acordarme de mis agravios, cuya venganza dejaré al cielo, por acudir en la tierra a los vuestros» (I, XXIX, 1352). Cardenio por fin muestra querer defender lo que es suyo cuando ya, en la venta, se produce el reencuentro con Luscinda y Fernando: «En tanto que esto decía Dorotea, aunque Cardenio tenía abrazada a Luscinda, no quitaba los ojos de Don Fernando, con determinación de que si le viese hacer algún movimiento en su perjuicio, procurar defenderse y ofender como mejor pudiese a todos aquellos que en su daño se mostrasen, aunque le costase la vida» (I, XXXVI, 1401). El amor de Cardenio por Luscinda por otra parte es incondicional. Es ahora que nos conviene volver a la carta que don Quijote encontró en la maleta de Cardenio, y que éste había escrito antes de huir a la sierra. Entre

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Antonio Barbagallo

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otras cosas Cardenio dice: «Quédate en paz, causadora de mi guerra, y haga el cielo que los engaños de tu esposo estén siempre encubiertos, porque tú no quedes arrenpentida de lo que hiciste y yo no tome venganza de lo que no deseo» (I, XXIII, 1312). Estas aparentemente enigmáticas palabras ahora están más claras que el agua. Profetiza Cardenio que el esposo, es decir Fernando, la engañará, y que si los engaños se descubren, ella sufrirá, y él se verá forzado a vengarla, algo que no desea. Si Cardenio la vengará es porque la ama, y si no desea que todo esto ocurra es porque no quiere que ella sufra, y es de suponer que también es porque él no es un hombre violento y porque, como muy bien señala Luis Rosales, «Aunque esté desprovisto de razón, don Fernando es un grande de España» (107). Aunque creo que no acierta en tildar a Cardenio de cobarde, Rosales muy agudamente explica la actitud casi dócil de los que rodeaban a Fernando en la venta: «La dignidad jerárquica y social, era en la España del siglo diecisiete una manera de certidumbre sin apelación, que no podía discutirse. A don Fernando se le podrá ajusticiar, cuando no cumpla con la ley, pero hay que respetarle [...] Este halo que envuelve la figura de don Fernando, motiva la conducta de Cardenio. No es solamente cobardía, como pensaba Madariaga, sino un respeto humano, que nosotros hoy día, ni compartimos, ni casi comprendemos» (107, 108). Creo haber dado pruebas de que Cardenio no sólo no es cobarde, sino que no es un hombre de las cavernas, ni un hombre de su época. Está dispuesto a vengar cualquier daño que se le haga a Luscinda, pero no la quiere a la fuerza. Sólo la quiere si ella le quiere a él. Podríamos llamarlo «hombre moderno» en lo que se refiere a las relaciones hombre-mujer, pero a la vista de lo que opinan de él los críticos modernos, es obvio que el hombre moderno tampoco es como Cardenio. No queda más remedio que definirlo como «hombre atípico». BIBLIOGRAFÍA Alvarez Amell, Diana, «La historia de Cardenio: la parodia de una alegoría» en Actas del III Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, Barcelona, Anthropos, 1993. Astrana Marín, Luis, Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, Tomo V, Madrid, Instituto Editorial REUS, 1953 Azorín, Con permiso de los cervantistas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1948. Bailón-Blancas, José Manuel, Historia clínica del caballero don Quijote, 1992. Barriga Casalini, Guillermo, Los dos mundos del «Quijote»: Realidad y ficción, Madrid, Ediciones José Porrúa Turanzas, 1983. Bell F. G., Audrey, «Who Was Cardenio» en MLR, Vol. 24, Cambridge University Press, 1929. Cervantes Saavedra, Miguel Obras completas, 16[a] ed., Madrid, Aguilar, 1970. Descouzis, Paul M., «El matrimonio en el Quijote. Influjo tridentino» en La Torre, Tomo 64, Univ, de Puerto Rico, 1969. Dunn, Peter N., «Don Quijote Through the Looking Glass» en Cervantes,

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