Caricatura y Misoginismo en la Segunda parte de la vida de Lazarillo de formes (1620) de Juan de Luna

Caricatura y Misoginismo en la Segunda parte de la vida de Lazarillo de formes (1620) de Juan de Luna Joseph L. Laurenti A raíz de sus traslados a P
Author:  Eva Rey Castilla

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Caricatura y Misoginismo en la Segunda parte de la vida de Lazarillo de formes (1620) de Juan de Luna

Joseph L. Laurenti

A raíz de sus traslados a París, en 1615, y a Londres, en 1621, Juan de Luna, autor de la Segunda parte de la vida de Lazarillo de Tormes... (1620)1, se dio a conocer -como es sabido- primero como «maestro e intérprete de la lengua española» y luego como predicador protestante en la capilla de la Merced de Cheapside, suburbio de la metrópoli londinense, donde oficiaba como pastor protestante para los reformados españoles que entonces residían en Londres2. En 1620, en París, Juan de Luna pone en limpio e imprime, en la famosa imprenta de Rolet Boutonné una edición del auténtico y primitivo Lazarillo de Tormes (1554), «corregida y enmendada»3, agregándole la Segunda Parte, que hemos citado. En su advertencia de esta Segunda Parte, Juan de Luna justifica su continuación del modo siguiente: «La ocasión, amigo lector, de haber hecho imprimir la Segunda Parte de Lazarillo de Tormes ha sido por haberme venido a las manos un librillo que toca algo de su vida, sin rastro de verdad» (4). Esta Segunda parte de Juan de Luna, que tiene por escenario el mundo social de la época, nos presenta el panorama del diario vivir de este Lázaro del siglo XVII que podría ser, por su actitud ante la vida, cualquier picaro de la hermana cofradía de guzmanes y buscones que llenan las páginas de las novelas picarescas de la época barroca. En toda la novela de Luna encontramos que el autor lleva a su Segunda Parte la realidad del ambiente tal como él la interpreta, añadiendo a todo ello su falta de agudeza en la percepción de los valores estéticos de los personajes y su falta de sensibilidad y comprensión humana. De hecho, el concepto que tiene Luna del ambiente social y de sus personajes, en esta Segunda parte, se mueve, aunque con marcada originalidad hiperbólica, dentro de los modelos de las novelas picarescas de la época barroca, a saber: tendencia hacia la

Todas las citas textuales a la Segunda parte de la vida de Lazarillo de Tormes de Juan de Luna se hacen mediante mi edición, que se basa en la edición príncipe de París de 1620, a saber: Juan de Luna Segunda parte de la vida de Lazarillo de Tormes sacada de las crónicas antiguas de Toledo, Madrid, Espasa Calpe, 1979 (Clásicos Castellanos), 215. A las citas se añadirá entre paréntesis la página, que siempre corresponde a la edición que acabo de indicar. Para más detalles biográficos sobre Juan de Luna, veáse el Prólogo a mi edición, Segunda parte de la vida de Lazarillo de Tormes, VII-X. Sobre las vicisitudes bibliográficas y errores de pie de imprenta de esta edición parisina del primitivo Lazarillo de Tormes, véase Joseph L. Laurenti, Vida deLazarillo de Tormes..., México, Ediciones De Andrea, 1965, 28, nota 7.

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delincuencia, excesos nocturnos, justicia apicarada, exaltación de la vida picaresca, malandanzas y peligros de los personajes, engaños, cinismo, cobardía, pérdida del sentido del honor, hurtos, mancebía, prostitución y violencia. Juan de Luna penetra en las intimidades del modo de ser de sus personajes, en especial de los personajes femeninos, deshumanizándolos en retorcidas y caprichosas caricaturas en cuya senda no lo precede ningún autor español de novela picaresca. Luna hace desfilar ante el lector mujeres representativas de las diversas clases de la sociedad española de entonces: picaras, gitanas, casadas infieles, mancebas, busconas, alcahuetas y monjas, todas las cuales, sin excepción alguna, son muestra de la decadencia moral del ambiente y, sobre todo, del odio que él mismo siente hacia sus propias criaturas. Luna las pinta con las sombras pesimistas de la reflexión y contorción barrocas. Y se percibe fácilmente lo que se había propuesto al escribir esta Segunda parte casi setenta años después de la aparición del Lazarillo primitivo de 1554. La presentación y la interpretación de las protagonistas tan originales sirve de contraste al tono social predominante en el Lazarillo primitivo. Con esta Segunda parte, la estructura social y sus circunstancias degeneran; sobre todo degenera la imagen de los personajes femeninos. Estos personajes femeninos que Luna goza en presentarnos con una visión iconoclasta de la sociedad española del siglo XVII son los que podríamos definir, al compararlos con los de Lazarillo primitivo, como caricaturas, muy propias del barroquismo literario de la época. Los repetidos y cortos ataques contra diversos tipos femeninos de la sociedad que se encuentran en estas aventuras de Lázaro le impiden al autor crear un ambiente social comparable al del Lazarillo de Tormes (1554). Su desenfrenada crítica contra los diversos tipos de mujeres no solo revela su anhelo y deseo de hacer una caricatura de las protagonistas, como acabamos de apuntar, sino también de las instituciones sociales y religiosas que las rodean, como el matrimonio y los miembros del clero4. Esta postura antifeminista y antirreligiosa, nunca igualada en las novelas picarescas anteriores y posteriores del género, proporciona al lector, en su sentido de finalidad, la visión más amplia y certera de la decadencia del personaje femenino en la picaresca española del Barroco. Y las citas textuales que comentaremos a continuación son, pues, muestra acabada de esta postura negativa de Luna. De hecho, Juan de Luna conduce su Segunda Parte por un camino distinto a la corriente lazarófoba de 1554, forzándola a dar de sí, en la estructuración del ambiente social y de sus personajes femeninos, una imagen única y personal, muy distinta del Lazarillo primitivo, en la cual las mujeres aparecen, en gran medida, como la concreción humana del mal vivir.

4 Para una interpretación del clero como sátira social en la Segunda parte, véase mi introducción a la citada edición, capítulo II, XXIV-XXXIV. Véase también Horst Baader, «Lazarillos Weg zur Eindeutigkeit», en Interpretation und Vergleich, Festschrift fiir Walter Pabst, Berlín, Erich Schmid Verlag, 1972, 11, quien al referirse a la soltura de costumbres del clero en la Segunda parte de Luna, afirma que: «Laurenti hat mit Recht festgestellt, dass das Hauptmerkmal des von Luna wiederbelebten Erzpriesters die erotische Zügellosigkeit und Missachtung des Ehesakraments sei...».

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Todas las protagonistas de esta Segunda parte, que estructuralmente Luna nos presenta como las narradoras de la obra, operan en un ambiente sórdido e inmoral: el amancebamiento conveniente, el adulterio, el desenfreno erótico y la orgía colectiva pasan por galantería5. La consecuencia de esta marcada actitud puede atribuirse, en parte, al hecho de que Luna escribió su obra en el destierro. Allí, Luna, como otros contemporáneos suyos desterrados también de España, entre ellos Carlos García y Antonio Enríquez Gómez, encontró la pluma fácil para salir del círculo opresivo al que forzosamente le hubiera confinado la Península6. Desde el capítulo segundo hasta el fin de esta Segunda parte el autor se deja llevar por su actitud iconoclasta y crea, por resultado, tipos de personajes femeninos que, por supuesto, no están dotados de virtudes envidiables. El desprecio y la vehemencia con que Luna describe y caracteriza a las mujeres en esta Segunda parte es, cuantitativamente, bastante para acusar al autor de misoginismo. Podemos empezar con la mujer de Lázaro para ver como Luna la describe en fuerte contraste con la descripción que nos da el autor del Lazarillo primitivo. La mujer de Lázaro aparece como una de las más desenfadadas mujeres de la novela picaresca: «una piltrafa, escalentada, matacandiles, y finalmente, muía del diablo, que así llaman en Toledo a las mancebas de los clérigos» (48-49). Comparada, pues, con la mujer del Lázaro primitivo, Elvira es el modelo inmortal de la mujer adúltera que coincide con los reflejos literarios de la indignidad marital que encontramos, a veces, en la literatura de la época de Juan de Luna7. La imagen que crea Luna de Elvira es el polo opuesto de La perfecta casada (1583) del poeta agustino Fray Luis de León, o de los deberes que impone la Carta de guía de casados (1645) de Francisco Manuel de Meló. Eso se percibe muy claramente cuando Lázaro, después de un año de ausencia de su esposa vuelve a su casa para reunirse con su familia y oye la gente del pueblo que comenta sobre la infidelidad de su esposa del modo siguiente: ¿De quién está preñada? ¿De quién? Del señor arcipreste; y es tan bueno, que por no dar escándalo si pare en su casa sin tener marido, la casa el domingo

Véase, por ejemplo, el capítulo XIV de esta Segunda parte, en que Luna describe ampliamente, con toques lascivos y morbosos, una orgía colectiva entre siete mujeres (cinco adúlteras) y otros tantos devotos de Venus. Una serie de ideas semejantes sobre el ambiente transpirenaico, en que los continuadores del Lazarillo primitivo publicaron sus continuaciones, aparecen en los trabajos de J. Ma. Cossio, «Las continuaciones del Lazarillo de Tormes», Revista de Filología Española, XXV, 3,1941,514-23 y M. Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, C.S.I.C., 1946-48, t. 4, 207. Alcalá Yáñez, Quiñones de Benavente, Góngora, Lope de Vega, Villamediana, Salas Barbadillo, Santos, Bartolomé de Argensola y Quevedo han dejado cuadros animadísimos de los excesos de la indignidad marital durante la época de Felipe III. Quevedo refiere casos análogos en su Carta de un cornudo a otro. El siglo de los cuernos; Quiñones de Benavente, con su entremés El maridoflemático, lamenta aquella misma inmoralidad; la obra de Salas Barbadillo, El sagaz Estado, marido examinado, es un reflejo de esta escandalosa costumbre.

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Joseph L. Laurenti con Pierre, el gabacho, que será tan paciente como mi compadre Lázaro. (39)

Por lo general, los diferentes tipos de mujeres casadas que nos presenta Luna pudieran formar una verdadera galería de sacerdotisas de Venus que aparecen como estrellas de funestos presagios que llevan a la ruina y a veces al «destierro perpetuo», como en el caso de Lázaro8. La mujer de Lázaro, por ejemplo, hace que su esposo sufra los cuernos, pierda su oficio de pregonero de vinos, sea desterrado de Toledo primero y llegue después a convertirse en picaro genérico9. A continuación, con motivo de una orgía colectiva en el capítulo XIV, cuando Lázaro sirve de escudero a siete distintas mujeres, cinco de ellas casadas que engañan a sus respectivos maridos, Luna vuelve a describir más ampliamente las figuras de las casadas infieles; las cuales, ahora, ni siquiera necesitan nombres, ya que basta decir «la mujer del sastre» para que en ella se vea a una señora casada del «mal vivir»; a «la mujer del zurrador», para que pensemos en los deslices femeninos; a «la mujer del hortelano», para que imaginemos a una adúltera estafada; a la sobrina de ésta, para que se perciba a una moza de partido, es decir de mala fama; a «la mondonguera», para que se aluda a un objeto de deseos y de concupiscencia; a «la viuda del corchete», para que en ella se descubra a otro sujeto oculto de este círculo de adúlteras, y, por último, a «la beata», para que en ella se le achaque sacrilegios sexuales, que como dice Lázaro de esta última «jamás hacía juglar como ella» (86). Sin embargo, ninguno de los autores citados es tan violento en su diatriba brutal y desenfrenada en contra del sexo femenino y el matrimonio como Juan de Luna. Lo mismo opina S.J. Thomas Hanrahan, en su interpretación de La casada infiel y la función del matrimonio en la Segunda parte al afirmar que: «.. .la mujer es un objeto de deseos, pero a diferencia de los demás autores, incluso de Quevedo, nunca se la presenta en función de alguna elección moral». Para Hanrahan la actitud de Luna hacia el matrimonio se aleja de la tradición ascética que, «en su expresión rigurosa y extrema, hubiera considerado el matrimonio como remedium concupiscentinae». Añade Hanrahan: «Luna toma la actitud contraria y se niega a ver ningún bien en la misma vida de familia. La crudeza y obscenidad de Luna existen por sí mismas, sus reiteradas referencias al acto sexual están hechas más para excitar que para avisar.» (en La mujer en la novela picaresca por S.J. Thomas Hanrahan, t.II, Madrid, Ediciones José Porrúa Turanzas, 1967, 349). Vemos pues, que en esta terrible descripción que Luna nos hace de estas siete mujeres, el autor se deleita en presentar lo obsceno y lo sensual de una manera grotesca y horrenda. El resultado que dejan las acciones de estas mujeres nos infunde una visión

Véase la edición citada, cap. VII, 51. Después de su destierro de Toledo Lázaro se hace «ganapán», pero, poco a poco, se convierte, como diría Cervantes, en «picaro de pelo en pecho». Véanse los capítulos IX-XVI.

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del ambiente familiar dominado por el pesimismo y los golpes de la fortuna, ya que esta clase de inmoralidad delincuente da frutos terribles que sirven de complemento a los que rodean a esta clase de mujeres. Típico es el caso de Lázaro con el esposo de la desvergonzada cónyuge del sastre, el cual al averiguar los deslices de su esposa, interviene en contra de Lázaro de este modo pintoresco: «¿Como -decía-, bellaco, alcahuete, no tenéis vergüenza de venir a mi casa? Aquí pagaréis las de antaño y las de hogaño» (96). Lázaro que está en el umbral de ese abismo de depravación, contemplando con complacencia las escenas de obscenidad brutal, sufre el resultado de las acciones del modo siguiente: me mantearon tan a su gusto cuanto a mi pesar. Dejáronme por muerto, y como estaba me pusieron en un tablero. Era ya noche cuando torné en mí, y me quise menear, caí en tierra, rompiéndome de la caída un brazo. Venido el día, poco a poco me fui a la puerta de una iglesia, donde con voz lastimosa pedía limosna a los que entraban, (ibid) Por lo que acabamos de ver, se puede comprobar que Luna no concede un papel muy halagüeño a la mujer, sea esposa o no. En esta Segunda parte se puede ver aún clarísimamente que el autor se complace en describir el modus operandi de las solteras peligrosas y sus funestas actividades. Los diferentes episodios que se citarán ahora tienen motivaciones diversas, pero a todos les une la violencia, el engaño y el sufrimiento. Un caso análogo, para empezar, lo refleja la experiencia del hidalgo toledano con la «cicatricera» abandonada de su amante. ¡Aquí el hidalgo sale burlado de los encantos de aquella ramera hasta el extremo de transformarse de hidalgo en ladrón! (15-17). No menos amiga de Lázaro resulta también ser la joven soltera madrileña, que arrojada a la prostitución por el hambre y los palos, no encubre, por cierto, su desordenada conducta cuando le da un bofetón a Lázaro por no haber éste agradecido sus favores (56). Algo funesto tiene el episodio de Lázaro con la alcahueta y la «doncella» madrileña del capítulo XII. La astuta seducción que la vieja alcahueta emprende en contra de la inocente joven termina en punta, con la sentencia a galera perpetua para los dos hermanos y el criado de ésta. Junto a estas endemoniadas solteras se vislumbra la «gitana flamante» con sus acciones vituperables (70-71). Encarcelada por sus travesuras, ostenta su belleza y se jacta de su habilidad de mujer astuta para hacerse llevar a una fiesta. Ya terminado el «sarao», desaparece como rata que teme el veneno, para burlarse del alcalde y del alguacil, hombres tan humildes que no osan alzar los ojos hasta ella, según Luna. En su conducta todo es malicia y engaño. En este episodio, de eco cervantino, el amor y la belleza física no son nunca citados como fuente de alegría, sino como un peligro y una causa de todo mal. De todo lo dicho se puede deducir fácilmente que las muj eres de esta Segunda parte, sean casadas, solteras o viudas, no convierten el amor, como se ve, en una ficción ideal

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de la vida, sino en un desorden de las facultades del alma. No conocen, ni pueden siquiera interpretar o alcanzar formas elevadas del amor humano; toman el amor como una experiencia secundaria en sus agitadas vidas. Semejante caso nos lo ofrece la viuda del ermitaño al quererse con Lázaro. Pero esta viuda no busca el amor en el matrimonio, sino el dinero. Como dice ella: «Mi vida, dime donde están los dineros, para que con ellos hagamos una boda alegre» (111). Y cuando consigue lo que buscaba, que es el dinero, realiza toda suerte de engaños para llegar al bellaco fin de burlarse de Lázaro y de la promesa de matrimonio que le había hecho a éste en el modo más grosero e ínfimo que mujer alguna lo haya hecho en la historia de la novela picaresca. De hecho comenta Lázaro sobre este funesto episodio: —Peláronme la horcajadura, y una de ellas, la más atrevida, sacó un cuchillo, diciendo a las otras: —Tenedlo bien, que yo le sacaré las turmas para que otra vez no le venga la tentación de casarse. (113) Lo que se destaca en este episodio grosero y desagradable, en el que no escasean los ejemplos más brutales y atroces del naturalismo antifeminista, es el odio hacia el sexo femenino por parte del autor. Con pequeñas alteraciones repite Luna en esta Segunda parte casi todas las incriminaciones de la literatura misógina, es decir celos, lujuria, engaño, adulterio y aun sadismo10. Conviene añadir aquí que la imagen de las mujeres en esta Segunda parte crea una sensación fantasmagórica, es decir de lo que efectivamente no es común con el sexo femenino en la literatura castellana del siglo XVII, aunque lo sea en la Segunda parte de Juan de Luna11. Es muy curioso ver también

10 Para más detalles sobre las incriminaciones en contra del sexo femenino en la literatura misógina es útil el trabajo de Jacob Ornstein, «La misoginiay elprofeminismo en la literatura castellana», Revista de Filología Hispánica, III, 1941, 219-32. Lástima que en su denso articulito no se mencione la influencia de Semóniades de Amorgós (ca. 600 a.C.) en la literatura peninsular. Cfr. F. Rebelo Goncalves, Sátira contra as mulheres do Semónides, Lisboa, Impr. Nacional, 1930. Cronológicamente Semónides es el más antiguo misógino de la literatura occidental. Sus sátiras antifeministas anticipan las sátiras misóginas de los poetas romanos Ovidio y Juvenal. Véase, además, Vicente Cantarino, «El antifeminismo y susformas en la literatura medieval española», en Joseph RocaPons (ed.)t Homenaje a Agapito Rey, Indiana University Press, 91-116. 11 No comparto la postura de Jacob Ornstein (art.cit., 231) al afirmar que en los siglos XVI y XVII no hubo detractores del sexo femenino en la literatura castellana y «...que cuando si aparecen los dos genuinos detractores del sexo femenino Rojas y Lucena, no estamos en presencia de españoles ni castellanos, sino judíos». Añade, «la infelicidad de los hebreos y los conversos se refleja en la vena de triste amargura discernible en todos los escritores hispano-judíos, desde Santob, a través de Antón Montero, Rodrigo de Cota, Juan de Lucena y Fernando de Rojas. De ahí brota, al menos en parte, la acerbidad de Lucena contra la mujer». Sabido es que Luna escribió su obra en el siglo XVII y no fue ni judío ni converso. Los nuevos datos biográficos publicados por Jean Marc Pelorson, en 1969 (Bulletin Hispanique, LXXI, 3 y 4, 577-78), hacen a Luna toledano, sin huella de judío converso. ¡Tampoco fueron judíos los autores clásicos, italianos y franceses como Semónides de Amargos, Aristóteles, Ovidio, Junvenal, Boccaccio y Jean de Meung, pero sí detractores del sexo femenino en algunas de sus obras!

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que entre los medios técnicos-novelísticos que usa Luna, en su instintiva preocupación por denigrar a las mujeres, es patente la gran abundancia de diminutivos que colorean negativamente a las protagonistas. Luna los usa con consciente primor despectivo, como diminutivos de dominante emocional, en el sentido de hostilidad y odio. De los tipos de diminutivos diferentes que utiliza Luna para expresar su familiaridad despectiva en contra de las mujeres los más abundantes son los acabados en los sufijos femeninos -illa y -uela. Así, por ejemplo, hallamos: A cabo de un rato llegamos a una casa que en el postiguillo, patio y mujercillas que allí bailaban, conocí ser del partido. (55) ¡Perdidos somos! Los hermanos de Clara (que éste era el nombre de la doncelluelá) están en el portal. (78) La mozuela comenzó a desgreñarse y mesarse, dándose tan grandes bofetadas, que paresía endemoniada, (ibid) Esperaba gozar de aquella polluela, y así la noche me pareció un año. (111) Otras veces Luna usa la forma más ordinaria del sufijo -ica para denigrar a las mujeres y al mismo tiempo denunciar su propia hostilidad: Los pescadores salieron muy de mañana de Madrid a Toledo, sin saber lo que Dios había hecho de la simple doncellica y del devoto clérigo. (36) La doncellica le dio una sortija que tenía en su dedo, rogándole hiciese de modo que no viniésemos a su presencia. (81) Al cabo de pocos días vi a la doncellica religiosa en la casa de poco trigo, donde ganaba para sustentar a su respeto y a ella, (ibid) Como se puede ver estos ejemplos de diminutivos femeninos en -illa, -úela e -ica son totalmente despectivos, «Mujercillas», «doncelluelá», «doncellica», entre otros, denuncian la hostilidad y odio del hablante hacia las mujeres que se mueven en la esfera social de la época de Juan de Luna12. No aparece en la Segunda parte el sufijo femenino en -ita que significa, por lo general, ternura, amor y orgullo para las proyectadas mujeres sino, aquéllos que son más

12 Amado Alonso, en sus Estudios lingüísticos, Madrid, 1951,203 hace constar que el uso del sufijo -illo era corriente en la época de Juan de Luna como rebajador de nombres propios: «Góngora, llamó a Lope, Lopillo: a Góngora Gongorilla:

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