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Centro Universitario Emmanuel Kant 5º Congreso Regional del Centro Universitario del Sur “Abordaje psicoanalítico del dolor psíquico en la actualidad” Cuernavaca, Morelos 29 de noviembre, 2014.
El superyó en tiempos de violencia Ponencia presentada por María del Carmen Vargas Linares Para contextualizar el tema que pretendo abordar no considero necesario iniciar con una enumeración y descripción de los atroces acontecimientos que hemos estado viviendo durante los últimos años -que son muchos ya- y que, para nuestro pesar, van aceleradamente en aumento.
No considero que sea necesario impactar a la audiencia con fotografías o detalladas descripciones que generen escándalo y aversión porque no creo que sea la única manera de atraer la atención para preguntarnos sobre la violencia y nuestra posición ante ella.
Además, nos encontramos
recibiendo, literalmente, un continuo bombardeo de información visual y auditiva al
respecto, lo que ha llevado, paradójicamente, a la
insensibilización:
solamente tomemos nota de cuántos atroces crímenes
hemos sido testigos a través de los medios masivos de comunicación así como del internet, y por cuánto tiempo, para apenas recientemente –con los estudiantes brutalmente asesinados en Ayotzinapa- reaccionar como pueblo con indignación.
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Lo que pretendo compartir con ustedes son algunas reflexiones en torno a la relación entre la violencia que está impregnando nuestra cotidianeidad y la función del superyó. Y para empezar, me parece imprescindible acotar lo que entiendo por violencia y diferenciarla de la agresividad y la agresión, términos que, me parece, muchas veces se usan indistintamente. En La agresividad en psicoanálisis 1 Lacan desarrolla cinco tesis para dar cuenta de la agresividad como constitutiva del sujeto humano y de las implicaciones que ello tiene para la clínica psicoanalítica. Voy a retomar algunos señalamientos que considero fundamentales para el problema que me ocupa.
Para Lacan, la agresividad se da –fenomenológicamente- como intención y como imagen: como intención de agresión y como imagen de dislocación corporal. Se
expresa
en
imágenes
desmembramiento,
tales
como
devoración, que
castración,
son
imagos
mutilación, del
cuerpo
fragmentado.
La agresividad es correlativa a la identificación narcisista que determina la estructura formal del yo. Se trata de una relación erótica en la que a través de la fijación del individuo a una imagen que lo enajena se gesta la competencia agresiva con el otro, a partir del despertar del deseo del sujeto por el objeto del deseo del otro. Asimismo, esta imagen fundante se constituye en soporte del mal, el kakon, que el propio sujeto no puede reconocer en sí mismo y que proyecta sobre ella.
Lacan, J. “La agresividad en psicoanálisis” en Escritos 1, Siglo XXI, México, 1989, pp.94-116 2 Lacan mismo pone esta palabra entre comillas. 1
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Lacan encuentra que en la Urbild, el arquetipo de la formación del yo hay una eclosión vital constitutiva del hombre que llama libido “negativa”2; esto puede llevarnos a pensar la agresividad como energía primordial que abre al hombre hacia la vida.
Lacan da un paso importante desde la consideración de la agresividad como intención y como imagen, a la explicación de la agresividad como una tendencia. Hablar de tendencia implica propensión, implica la fuerza de la inclinación hacia determinados fines. Pero implica también una cierta detención: se trata de algo que está presente de manera, podríamos decir, en potencia y que puede o no actualizarse.
La agresividad es una
tendencia a infringir daño a otro y/o a uno mismo que puede, o no, actualizarse en daño efectivamente realizado. Estamos ante una tendencia inherente a la condición humana. Podríamos pensarla como “la” fuerza de la pulsión de muerte. A partir de lo anterior, podemos considerar a la agresión como la actualización de la agresividad en actos cometidos con miras a la destrucción, con miras a dañar a otro o a uno mismo, con palabras y/o con acciones, tomando en cuenta que la intención de cometer tales acciones puede no ser consciente para aquel que las consuma.
Dirá Lacan: “Se cree que la agresividad es la agresión. Sin embargo, no tienen nada que ver la una con la otra. Sólo en su límite, virtualmente, la agresividad se resuelve en agresión. Pero la agresión nada tiene que ver
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con la realidad vital:
es un acto existencial vinculado a una relación
imaginaria.”2
Ahora bien, ¿en qué consistirá la violencia? Considero que cuando la agresión efectivamente daña al otro, o al propio sujeto, en su integridad física y/o emocional nos encontramos en el terreno de la violencia.
Esta
implica la fragmentación, el desgarramiento, pero no sólo como intención y/o como imagen –que es el caso de la agresividad- sino que se trata de violencia cuando la agresión lleva a que efectivamente se fragmente el cuerpo y/o el yo del otro, así como del propio sujeto.
Aquí, en este despedazamiento, me parece que estaríamos en el registro de lo real. La violencia nos arrojaría a ese temor primario, propio del estadio del espejo:
el terror a ser devueltos a la fragmentación corporal previa a la
identificación imaginaria. Ello daría cuenta de la dificultad que se tiene para poner en palabras lo vivido cuando se ha sido objeto de violencia.4 Ahora pasaré a intentar revisar cómo la instancia del superyó puede conducirse con violencia hacia el propio yo y hacia los otros.
Desde los inicios del psicoanálisis Freud dio cuenta de que el conflicto psíquico era una condición inherente no sólo de la neurosis sino también de la llamada normalidad. Así, aun cuando el término superyó fue aportado en 1923 en El yo y el ello, podemos encontrar sus antecedentes en la censura que da cuenta del porqué de los mecanismos de la formación del sueño: 2
Lacan, J. Seminario1: Los escritos técnicos de Freud (1953-1954), Paidós, Buenos Aires, 1988, p.263. 4 Lo elaborado hasta aquí sobre la diferencia entre agresividad, agresión y violencia fue presentado como parte de la ponencia Violencia y Malestar en la Enseñanza: Una Aproximación Psicoanalítica en el VII Congreso de REAL. “Cultura: Sexualidad y Violencia” en Poza Rica, Veracruz, en mayo de 2008.
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simultáneamente que el sueño consiste en el cumplimiento de deseos, la censura tiene a su cargo que no sean reconocidos por el yo. Así, como lo señala Marta Gerez, desde el nacimiento del psicoanálisis “los fundamentos teóricos y clínicos del superyó ya están bosquejados alrededor del tríptico [parricidio, culpa y punición] y la nocional conciencia moral es la expresión más primitiva del
superyó”.
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Según Freud, el superyó aparecerá
propiamente como resultado de la declinación del Complejo de Edipo; se gestará no a imagen de los padres sino del superyó de los padres.
Tendrá la función de vigilar y enjuiciar las acciones y
propósitos del yo conforme a las leyes y los ideales de la cultura.
Y de acuerdo a lo señalado en El problema económico del masoquismo (1924), el superyó ostenta un sadismo ante el que se somete el yo. Sólo que es importante tomar en cuenta que la severidad originaria del superyó no es tanto la que se ha recibido de la autoridad educativa o la que se le ha atribuido sino que, sobre todo, sustituye la agresión propia contra dicha autoridad. Dirá Freud : «la agresión vengativa del hijo es co-mandada por la medida de la agresión punitoria que espera del padre.»4 Esto explica por qué aquellos que han recibido una educación laxa pueden desarrollar una conciencia moral muy severa.
Una de las funciones del superyó es asegurar la satisfacción narcisista proveniente del ideal del yo –que forma parte de él y que tiene su origen en las primeras identificaciones del niño
con sus padres- y para lograrlo,
observa permanentemente al yo actual y lo compara con el ideal. Pero al
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Gerez, Marta. Las voces del superyó, Manantial, Buenos Aires, 1993, p.l7 Freud, Sigmund. El malestar en la cultura, Obras completas, Vol. XXI, Amorrortu, Buenos Aires, 1988.p.125. 4
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ser este ideal, como tal, inalcanzable para el yo, se puede convertir en un llamado al superyó para la aplicación del castigo. De esta manera, los ideales pueden convertirse no sólo en imperativos categóricos, es decir, imponerse como un deber por el deber mismo, sino también en llamados a la aflicción desde el masoquismo moral: poderlos
el yo pidiendo castigo por no
alcanzar. Lacan, por su parte, en su seminario La ética del
psicoanálisis (1959-1960)
observa que aquellos ideales que se sostienen
como universales atentan contra la singularidad del sujeto y al constituirse en imperativos categóricos, atentan contra el deseo. Es a través de estos ideales que el superyó ordena gozar.
Esto es importante y se manifiesta de manera constante en la clínica. Por ello es necesario detenernos un poco en el concepto lacaniano de «goce», que constituye el polo opuesto al deseo y que mantiene con éste una relación dialéctica.
Lacan utiliza el término “goce” para analizar y desarrollar teóricamente, así como para problematizar las implicaciones en la clínica, lo que Freud descubre como la compulsión de repetición y que va más allá del principio del placer.
En 1966, en su disertación en el Colegio de Medicina en la Salpêtriere, 5 Lacan realiza una reflexión ética sobre la problemática que muchas veces enfrenta el médico: la situación en la que el enfermo demanda curación al mismo tiempo que pide que se lo mantenga como enfermo. Dice Lacan: […] lo que yo llamo goce en el sentido en que el cuerpo se experimenta, es siempre del orden de la tensión, del forzamiento, del gasto, incluso de la
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Lacan, Jacques. Inervenciones y textos 1, Ed. Manantial, Buenos Aires, 1985, pp.86-99.
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hazaña. Incontestablemente hay goce en el nivel donde comienza a aparecer el dolor, y sabemos que es sólo a ese nivel del dolor que puede experimentarse toda una dimensión del organismo que de otro modo permanece velada.6
De esta manera el sujeto hace uso de su propio cuerpo, transgrediendo el límite del placer para mantenerlo en el dolor y el sufrimiento, lo que explica que, en ciertos casos, aun cuando se le pida al médico que cure, lo que se pretende, inconcientemente, es mantener la enfermedad.
Y es el superyó el que empuja al sujeto a ir más allá del principio de placer, ordenándole gozar. Lacan lo define como una instancia ciega y repetitiva que a partir de los mandatos interiorizados por el sujeto surge como «Un enunciado discordante, ignorado en la ley, un enunciado […] que reduce la ley a una emergencia de carácter inadmisible»7 Como lo desarrollará en su artículo «Kant con Sade»8, el goce se sostiene en la obediencia del sujeto a un mandato que ‒independientemente de su forma y contenido‒ lo lleva a abandonar su deseo y a destruirse en el sometimiento al Otro.
La energía del superyó, como lo explicó Freud, proviene de que el sujeto vuelca contra sí mismo su agresividad y una vez entrados en este camino, se engendra una agresión cada vez más intensa contra el yo. Lacan dirá que la agresión es engendra en el límite, en tanto la mediación de la Ley falta, aquella proveniente del pacto que nos inscribe en lo simbólico.
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Id., p.95 Lacan, Seminario 1, p.292. 8 Lacan, Escritos 2, Siglo XXI, México, 1988, pp.744-770. 7
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La enorme importancia de la ley es que en su función regula, organiza, acota lo permitido y lo no permitido y, de esta manera, pacifica, pone límites al goce. Pero es
imprescindible considerar que la ley también
ordena, obliga y, al hacerlo, lo convoca. Es decir, aquellos mandatos que pretenden regir a todos por igual, sin dar lugar a la excepción, a la singularidad, a las situaciones específicas, se constituyen en crueles mandatos de intolerancia y de exclusión hacia todos aquellos que no se encuentran dentro de la norma establecida por ellos. Y a estos mandatos se aferra el superyó: tanto con el propio yo como con los otros.
Es importante tener claro que el superyó es una instancia psíquica que no necesariamente se manifiesta de manera conciente.
Es el
caso
del
llamado por Freud sentimiento inconciente de culpa que explica por qué hay quienes delinquen para recibir el castigo del que inconcientemente se sienten merecedores o cómo hay quienes pueden generarse castigos mediante sorprendentes accidentes.
Entonces, el goce se presenta así –dirá Lacan- no como la satisfacción de una necesidad, sino de una pulsión, la pulsión de muerte. Ahora bien, retornemos a la pregunta que nos convoca: ¿cómo pensar la articulación entre la violencia en lo social y la violencia subjetiva?
Considero que la violencia que nos encontramos viviendo en nuestro país está pasando a ser ejercida como “norma”, como un deber de goce que a la manera de Sade se impone a todos categóricamente; como un deber regulado no por la ley del pacto simbólico sino por una ley que exige la venganza.
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Así, no hay aniquilación del otro en nombre de ideas o de ideales como en siglos anteriores -en nombre de la patria, por ejemplo-; no hay aniquilación en nombre del derecho -como en las guerras que se
justifican por la
transgresión a la delimitación acordada de territorios-. Estamos viviendo en medio de una guerra de venganzas en espejo, donde el pacto simbólico, el lugar de la palabra no tiene lugar.
Además, me parece que se trata de una guerra que insta de diversas maneras a la violencia: como pretendida salida económica ante una ley gozosa del mercado se realiza un abierto exhorto a la participación directa en ella; pero también se reparte la ilusión de que la única manera de luchar contra ella es con la misma moneda, es decir, con violencia. Más aún, al ser testigos prácticamente sin quererlo debido al abusivo uso que se hace de la información, no sólo vivimos en la angustia y la impotencia; al tener acceso visual
y auditivo a un
sinfín de detalles que
nos reclaman y
mantienen en el goce, también somos objeto de la auto-recriminación y la culpa:
“¿Qué estás haciendo tú para impedir o modificar lo que está
pasando?” “¿Cómo puedes estar festejando un logro personal con todo lo que está sucediendo?” “¿Cómo te atreves a pensar que, cuando menos no te tocó a ti o a tu familia?,” nos diríamos. O: “no te metas, de nada va a servir.” “Si reclamamos puede venir más violencia.”
Al referirme al sujeto, decía que los ideales usados como imperativos categóricos atentan contra el deseo. En nombre de algunos ideales el sujeto puede justificar su cárcel existencial y considerar inimaginable realizar un movimiento que lo desaloje del lugar que siempre ha ocupado. Así, si se permitiera imaginar acceder a realizar aquello que
se presenta como
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apropiación de su deseo se podría recriminar que con ello dejaría de ser “buena hija” o “buen padre,” por ejemplo.
En mi experiencia analítica, ha sido posible escuchar no sólo apodos con los que se nombra la voz superyoica –el
“hitlercito”, por ejemplo- sino
también en muchos casos la referencia a un límite, a una barrera que habría que atravesar para acceder a sostenerse en el deseo, pero que prohibitiva y amenazante mantiene al sujeto aterrorizado suponiendo que “del otro lado” encontrará solamente destrucción.
Así, a quien nombraré Eduardo, habla de una puerta que si la abre vendrá la catástrofe. Un sueño en el que se escenifica el caos sostiene la fantasía de lo que está del otro lado de la puerta. Lo describe como algo parecido a la muerte. No sabe qué vendrá después. Explica que la frontera que tiene que transgredir es como el PRI, autoritario y destructor. Le da miedo cruzarla porque lo que se destruiría es su imagen: el Eduardo racional porque lo pasional no es para él ya que la pasión pertenece al Otro. Dice textualmente:
“Vendrá la destrucción de lo que
soy. ¿Qué viene después de nombrar el deseo”.
Estas
palabras de
quien ha emprendido la travesía por las aguas del
inconciente me hacen pensar como analogía en el largo y siniestro bordo que divide nuestra frontera con el país del norte. Sólo que mientras en el tránsito para su atravesamiento los migrantes imaginan la vida del llamado sueño americano, en el caso del analizante que se propone atravesar la barrera-frontera superyoica lo que se imagina del otro lado es el caos y la violencia. La paradoja está en que mientras en el primer caso muchísimas veces a lo que se accede no es a una vida de sueño sino, precisamente, al horror de la violencia, cuando el analizante accede al atravesamiento de
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la barrera superyoica no encuentra caos y destrucción sino, tal vez, lo contrario. Es verdad que no arriba a ningún paraíso pero sí a un paraje que lo apacigua en su nuevo transitar.
A partir de todo lo aquí expuesto, pienso que la batalla que hemos de dar para combatir la violencia superyoica es apostar por no ceder el deseo y luchar así contra su exigencia de goce.
Eso mismo, considero, podrá
apoyarnos en no instalarnos superyoicamente en nuestra relación con los otros; en apostar porque sea la palabra la que se instaure como medio para atajar a nuestra constitutiva agresividad con el fin de que no se continúe en agresión y violencia sino que se mantenga como posibilidad de creación.
Se trata de una batalla que no se ha de dar en el interior del sujeto sino en la superficie moebiana que da cuenta de él, en la que el espacio interior y el exterior se encuentran en una relación de continuidad y de indistinción. Casi escucho los reclamos: si la agresividad es constitutiva del ser humano, será imposible ir más allá de ella. Si la guerra siempre ha existido, cómo pretender una vida de paz. Eso es ilusorio.
Sí, respondo. Es ilusorio si pensamos en absolutos, si nos ubicamos en una maniquea línea divisoria del todo o nada. Es ilusorio si no damos cabida a la dialéctica de la vida y la muerte, si no transformamos el final hacia el que nos dirigimos -la muerte- en principio, en principio de vida.
Es porque lo que nos encontramos viviendo como pueblo es tan terrible que hemos de apostar porque algo, no todo ni para siempre, pero sí algo, algo sí puede cambiar, algo sí puede ser de otra manera en nuestras vidas. Para
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ello, hemos de vencer la barrera que en infinidad de voces superyoicas se presenta, esa sí, como infinita y eterna.
Nos encontramos ante un desafío a nuestra creatividad. Mi invitación es a que, con Freud y con Lacan, apostemos por el placer de la creación y producción como placentera arma en nuestra batalla contra el goce.
Bibliografía: Freud, Sigmund. El malestar en la cultura, Obras completas, Vol. XXI, Amorrortu, Buenos Aires, 1988. _____________ El problema económico del masoquismo, Vol. XIX, Amorrortu, Buenos Aires, 1988. Gerez, Marta. Las voces del superyó, Manantial, Buenos Aires, 1993. Lacan, Jacques. “La agresividad en psicoanálisis” en Escritos 1, Siglo XXI, México, 1989. ____________ Seminario1: Los escritos técnicos de Freud (19531954), Paidós, Buenos Aires, 1988. ____________ “Kant con Sade”, Escritos 2, Siglo XXI, México, 1988. ____________
Intervenciones y textos 1, Ed. Manantial, Buenos Aires, 1985.