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CARMEN PEREZ

Durante mi infancia y también adolescencia soñaba con ir al Hospital. Quería pertenecer a esa clase privilegiada de personas que se apuntan en una lista para poder entrar en un moderno y aséptico centro del siglo XXI. No sabía como hacerlo. Me daba envidia pensar que podía pasar unas vacaciones gratis; bueno tampoco es así, cada vez que llenamos el depósito, liquidamos impuestos o nos descuentan alguna cuota pagamos por ir el hospital, pero eso no viene al caso, en vez de las Seychelles yo quería ir a uno de esos edificios que huelen; a éter, a lejía, a desinfectante. Sentía un placer morboso cuando, en la cafetería cercana a mi lugar de trabajo veía las batas blancas, los pijamas verdes, las camisas azules… Además había leído en la prensa que en ese “hospital”, a una señora le dijeron que no podían operarla por falta de camas. La señora muy enfadada se lo dijo a un periódico y el hospital, sí, el hospital, hizo un comunicado diciendo que no entendían muy bien la queja de la señora ya que la intervención que iban a realizar era de Cirugía estética. ¡Que modernos!- Pensé .¡Con lo que cuesta una operación de medicina estética y dermocosmética! Seguro que las famosillas que se gastan millones en siliconarse no saben que lo pueden hacer gratis total, en un moderno Hospital.- bueno ya expliqué antes que no tan gratis,- pero no nos vamos a dispersar. Un buen día, me pincharon con una aguja fina y me trasmitieron la

noticia. “Tienes que ingresar en el hospital, te vamos a operar” Bingo… ya formaba parte de la legión de ciudadanos privilegiados que ocupan un lugar en la lista para entrar en el hospital. Casi no podía creerlo. Mi sueño de toda la vida cumplido en un plis plas. Me llamaron un viernes para ingresar un domingo. ¡Vaya que fatalidad! El domingo tengo un acontecimiento familiar -¿Podría ingresar a las ocho ?- pregunté sin malicia -Pero, ¿Qué se cree? Que esto es una clínica con servicios a la carta- respondieron. -No, noooo –balbucee- No se preocupe entenderán que no puedo ir a la boda. Lo importante es ir al hospital. Mi familia se puso de los nervios y además…, pero yo estaba tan contenta por ir al Hospital... Me presenté en admisión donde una señorita, como la seño Rotenmeyer de Heidi, pero ésta era del hospital, me comunicó que a lo mejor no me operaban; no había camas disponibles. -Pero señorita yo acabo de perder dos billetes de avión y mi familia está al borde de un ataque, no pueden suspender una boda -¿Y a mi que me importa su vida?- me contestó la Rotenmeyer con tono serio y haciendo gala de una sensible delicadeza -Pero mire yo quiero que me operen.-No lo entiende- me contestó de forma desabrida la fea Rotenmeyer .-Si no le parece bien, vaya a ver al gerente, no hay camas ¿Se lo repito? – preguntó esbozando una sonrisa que

dejaba entrever unos dientes negros de fumadora compulsiva Era tanta mi ilusión por entrar en el hospital, que seguí el camino hacia el despacho del gerente. En la escalera me encontré con una persona de facciones especiales, tenía la cara de esos que siempre hacen de malo en las pelis, ojos rojos y saltones como de besugo pasado de fecha, así que tras analizar sus facciones, seguí mi camino. Al llegar al despacho del directivo me dijeron. -No está. El gerente no trabaja los domingos. Vaya, ¡qué mal! Con las ganas que tengo de ingresar en el hospital. Bueno no había camas. Mi sueño hecho añicos y la boda familiar hecha unos zorros... Deseos insatisfechos, aspiraciones truncadas pero, no importa, resignación, el destino decía que me volverían a llamar. No se cuanto tiempo después, puede que seis meses o a lo mejor menos, me dieron otra vez la noticia. Ya tenía camas, ya podía ir al hospital. El día anterior estaba tan nerviosa que no podía dormir. Me imaginaba esas magníficas habitaciones y esa gente tan amigable, que ni contando ovejas me dormía. Después de quitarme sangre, por si ocurría algo en la operación me ingresaron en una habitación. ¡Vaya! Tenía que compartir el baño con otra mujer mayor y además no había ducha en la habitación. Las duchas eran comunes para toda la planta ¡Pero que bien! A fin de cuentas, estaba en el hospital.

Tras tres días me dieron el alta y estaba; apesadumbrada, llorosa ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Cómo iba reconfigurar mi vida sin el hospital?... Bingo, me había convertido en enferma crónica, de esas que van muchas veces al médico, así que iba a seguir yendo al hospital. Un buen día me citaron a las diez. La consulta estaba hasta arriba y no había sitio para sentarse. Me quedé agobiada en una esquina, donde extraños compañeros de viaje intentaban entablar conversación. -Si esta aquí es que está muy enferma- aseveró una mujer con el rostro cetrino. -No sé…, es el primer día-dije. -Pues lo que le queda- aseveró con gesto adusto. Otro se metió en la conversación. -Es usted muy joven para tener esta enfermedad. Mi hermana se murió el año pasado y ella- dijo señalando con la mirada, a una mujer delgada con grandes ojeras y labios marchitos,- ya va por el tercer ciclo. No era de extrañar tanto palique. Todos compartíamos, de una u otra forma, el espacio físico de una consulta donde algunos exudaban sus miedos o practicaban la autocompasión. Miserias y desgracias; rutina y comprensión. Me estaba poniendo tan nerviosa, que mis piernas empezaron a flaquear y me dirigí al ventanuco de admisión para decirles que llevaba esperando una hora, que estaba a punto de tener una lipotimia, y que no había sitio para sentarse.

Pero al ver la cara agria de Rotenmeyer me dirigí a una puerta. El cartel decía “Directora General de la SS” ¡No puede ser! Tengo que estar soñando… Ni en mis peores sueños esperaba encontrarme a una subordinada de A.H. o era de H.H. ¿Y si está me mandaba a la covacha del Doctor Méngüele? La directora de la SS en persona ¡Qué Horror! Volví a la consulta, rauda y veloz, (creo que lo del cartel de la SS, es una estrategia para hacernos reflexionar antes de entrar). La sala seguía igual. -Qué ¿Estaba bueno el café? – preguntó el gordo. Le miré aburrida, esbozando una sonrisa escéptica y no contesté. Después de dos horas esperando entré. El médico, un hombre educadísimo, me recibió con una hermosa sonrisa de persona modesta y delicada -Lo lamento, esto es a menudo así y vamos a compartir muchos días iguales. Su voz matizada de hombre culto y sincero, de quien se sabe conocedor del interior de nuestro cuerpo, de nuestros problemas, de nuestros sueños en definitiva de nuestro destino, me tranquilizó Me explicó el tratamiento. -Ahora vas a ir a un centro concertado, en el hospital no prestamos ese servicio, cuando termines te darán un informe, pides cita y hablamos. En el centro concertado me dijeron que no podía faltar ni un día. Que el tratamiento sólo era efectivo sí lo hacíamos continuado. Al tercer día , recibo una llamada del centro concertado.

-No venga, la maquina está estropeada. -Pero, dije asustada- me comentaron que tenía que ir todos los días para que pueda curarme. -Pues hoy no venga.- contestaron con acritud. -Vale- contesté encogiéndome de hombros. Al séptimo día recibo otra llamada. -No venga, el centro se inundó con la lluvia y no hay sesión. -Pero… -¡Que no venga! – fue lo último que escuché antes del click del teléfono al colgar. Al décimo día recibo otra llamada. -Mire mañana hacemos puente, así que, se suspende la sesión. -Bueno, otro cambio más. -¡Oiga aun encima que la avisamos va y protesta! -No no, lo entiendo, de verdad, sólo que mi enfermedad no hace puentes. Al terminar el tratamiento me citaron para una prueba horrible. Cuando llegué al centro me miraron con cara de poker y me preguntaron -¿Qué hace usted por estas latitudes? -Pues vengo a la última sesión del tratamiento. -Pues no va a poder ser. A la radiofísica se le ha muerto su madre y nos llamó esta mañana diciendo que no podía venir, váyase a su casa y cuando regrese la avisarán Después de un tiempo me dieron el informe y me mandaron a otro médico del hospital ¡Que bien! otro amigo más pero, tenía que

hacerme antes una analítica, así que, a la hora pactada me presenté sin desayunar. La sala de espera de extracciones era como el metro en hora punta Me quedé en una esquina y al cabo de un rato una persona preguntó -¿Quién es el último? Entre el tumulto escuché.-Yo En el recinto no se podía ni respirar; olía a cerrado, a sudor, a aire viciado, la gente empujaba, gritaba…. Era como un guiñol donde las marionetas bailan al son de los hilos. A las ocho y diez minutos un enfermero sacó un rollo de números y dijo: -La maquina expendedora de números no funciona, así que, yo les dejo aquí los números y ustedes se arreglan. Una mujer con iniciativa dijo: -Vale démelo a mí que soy de las últimas. Se formo una cola que llegó a la calle, llovía suavemente; dos señoras discutían por la vez , estaban a punto de pegarse. Sainete en el Hospital podría titularse la escena. La rubia del rollo me dio el número. Se formó otra nueva cola para coger los botes y luego otra nueva para entrar en los boxes de extracción. Las diez treinta de la mañana y yo sin desayunar; la cita era a las ocho quince, pero bueno tenía la gran suerte de estar en el hospital. Me dan, por fin, cita para un servicio nuevo Cuando entro tengo malas vibraciones;me siento como en un

bosque sin árboles, sin vida. La Médico interpreta perfectamente su papel, bien aprendido a lo largo de muchos años. Escenifica superioridad, rutina, con su cuidada e inscomprensible literatura llena de términos que no entiendo. Sus palabras forman frases vacías incapaces de comunicar nada. -Ahora pides cita y dentro de cuatro meses te veo de nuevo -Vale Voy al chiringuito de las citas. Una mujer mayor con gafas de miope me mira a través de un ventanuco, como el de las taquillas de la estación del tren de los años sesenta, y me pregunta que quiero. -La doctora me dice que pida una cita. Con sus manos torpes abrió un libreta llena de palabras trazadas con caligrafía desigual -Pues no va a poder ser. No esta hecha la planificación de vacaciones, así que después del verano llamas a este número -Vale- contestó resignada Sigo conociendo a más médicos. Yo quiero ir, al cirujano plástico pero, me dicen que no; que no doy “el perfil”, que a quien tengo que ir es al psiquiatra y que no necesito ninguna operación reparadora, que lo que me ha pasado es lo normal y así están todas las mujeres y no lloran. -Es que leí que en este hospital se hacia la cirugía estética y claro como me he quedado tan mal…. Sigo yendo al hospital, pero ya no me gusta tanto, no quiero

pertenecer a esa legión de personas que se llaman pacientes, bueno, alguno nos denominan clientes otros, asegurados Gracias a un kit de supervivencia lleno de pastillas de colores sobrevivo por ahora a una enfermedad maldita. En medio de la jungla mediática escuchó a los políticos y a sus mariachis repartir consignas para intentar frenar el furor que tenemos los enfermos por aferrarnos a la vida. Me produce cierta ternura observar a los gurús hablar del copago, como si esta fórmula fuese la solución al problema de la mala gestión que algunos conocidos inútiles esgrimen haciendo recortes aquí y allá; recortes que por cierto no afectan a sus sueldos ni tampoco a sus prebendas. Afectan al derecho a la salud, que por ahora, está recogido en nuestra carta Magna la Constitución del 78. Entiendo que nuestros días en este mundo están contados y a lo mejor algún día cuando lleguemos a las puertas del hospital, nos encontramos con las puertas precintadas y un gran cartel que anuncia “Cerrado por Reformas” P.D. No me gusta ser protagonista de las historias que relato, pero en este caso lo que aquí está escrito ocurrió de verdad. El hospital existe. Los buenos médicos también. La impresentable y fea Rotenmeyer es real. El centro concertado, una especie de chiringuito dejado de la mano de dios, creo que sigue abierto. Si os apetece leer cómo la sanidad se está deteriorando en novelas encontraís;

El paciente virtual.

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