CIENCIA E INCREDULIDAD

FRANÇOIS RUSSO CIENCIA E INCREDULIDAD En un segundo bloque, agrupamos artículos relativos a la f e y sus condiciones actuales. Es un tópico el que la

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FRANÇOIS RUSSO

CIENCIA E INCREDULIDAD En un segundo bloque, agrupamos artículos relativos a la f e y sus condiciones actuales. Es un tópico el que la ciencia fue, durante el siglo pasado; el gran obstáculo a la fe. Y ello dio lugar a reacciones extremas, tanto la oscurantista que pretendía negar la vigencia de lo científico en nombre de la fe, como la triste apologética que intentaba llegar "a Dios por la ciencia". Hoy, superadas casi por completo las dosis emotivas de aquellas posturas, el autor puede intentar una comprensión tanto del fenómeno de la incredulidad del científico, como de la situación, posibilidades y límites de cada una de estas dos magnitudes: ciencia y fe. La science et Pincroyance, Nouvelle Révue Théologique, 106 (1974) 246265 ¿En qué medida y bajo qué aspectos, la ciencia favorece la incredulidad? ¿Cuáles son los problemas fundamentales subyacentes a este proceso de rechazo de la fe por parte de los científicos? Vamos a examinar en este trabajo estas dificultades sin pretender aportar ideas nuevas, ya que han sido abordadas y tratadas repetidas veces. Nuestro propósito va a consistir en una presentación más orgánica de toda esta problemática, fijándonos particularmente en aquellos aspectos que parezcan más actuales. Antes de entrar en materia conviene establecer algunas precisiones metodológicas, ya que este tema admite aproximaciones distintas.

Delimitación del tema a) Por regla general, suelen distinguirse dos formas de incredulidad: la filosófica, que se funda en una reflexión o en una doctrina, y la que podríamos calificar de sociológica, que está relacionada con la manera de vivir, la cultura... La incredulidad científica suele relacionarse con la sociológica. Sin embargo, es necesario tener presente que guarda cierta relación, más o menos explícitamente, con una filosofía: positivismo, idealismo, materialismo; y, por otra parte, aunque en un principio esta incredulidad queda reducida a un medio poco numeroso, tiende a difundirse en los ambientes no científicos, dado el lugar que la ciencia ocupa actualmente en la cultura. b) Trataremos de la incredulidad científica, es decir, de aquella que proviene de la práctica de la ciencia, lo que no hay que confundir con la incredulidad de los científicos. Nuestra exposición versará sobre aquellos motivos que conducen a los científicos -en cuanto tales- a rechazar la religión, la trascendencia, la afirmación de Dios... El rechazo, en nombre de la ciencia, de la revelación, de la fe cristiana, de la Iglesia no serán objeto de estudio. c) Creemos que la incredulidad científica debe relacionarse con las dificultades que tiene el científico creyente para creer. Muy a menudo, los científicos creyentes y los no creyentes se formulan los mismos interrogantes y dificultades, aunque sus conclusiones últimas difieran. d) Vamos a considerar la ciencia en su aspecto intelectual. No vamos a fijarnos en la ciencia aplicada, en la técnica, en su relación con la sociedad y con el hombre. Y no lo

FRANÇOIS RUSSO hacemos porque no queremos extender demasiado nuestro trabajo, aunque reconocemos la importancia de este nuevo aspecto.

Consideraciones metodológicas El estudio de la incredulidad científica admite dos tipos de aproximación: a) la simple observación: ¿cómo se presenta la incredulidad científica?, ¿en qué se apoya? ... ; b) el tipo crítico o teórico: ¿cuáles son las incomprensiones y las apreciaciones inexactas de la naturaleza y del papel de la ciencia y de la creencia, que motivan que un científico se oponga a la fe en nombre de la ciencia? Estos dos tipos, aunque distintos, deben relacio narse si se quiere entender plenamente este problema.

Rasgos dominantes actuales de la increencia científica Antes de examinar con detalle el problema, insinuaremos los rasgos fundamentales bajo los que se presenta este problema. La primera constatación nos dice que la incredulidad científica ofrece gran diversidad de aspectos. Es más humana y moderada en los científicos latinos que en los ingleses, marcados a menudo por el positivismo lógico. Varía también según sea la especialidad del científico. En la actualidad, la agresividad entre ciencia y fe ha desaparecido. Ambas se han distanciado y se respetan mutuamente. Lo que no quiere decir que a nivel intelectual la situación se haya clarificado. Esta coexistencia pacífica entre ciencia y creencia no significa tampoco que la incredulidad científica retroceda, aunque no dispongamos de datos estadísticos suficientes. Hay razones serias para pensar que un numeroso grupo de científicos no son creyentes y que son así en virtud de su práctica de la ciencia. Todo ello nos conduce a presentar nuestro estudio en dos etapas. En primer lugar, veremos lo que ya se puede considerar superado en la oposición entre ciencia y fe. En una segunda etapa, veremos las razones por las que la ciencia anima a la incredulidad y se opone a la apertura a la fe.

DIFICULTADES QUE PERTENECEN AL PASADO Cambio notable Las dificultades y oposiciones que en un pasado todavía reciente favorecían la increencia científica y eran causa de duda para el científico creyente, actualmente no existen. Estas dificultades provenían fundamentalmente de una concepción errónea de la acción de Dios en el mundo, ya que una visión ingenua de la misma la situaba al nivel de los fenómenos. Para Descartes y Newton, Dios gobernaba directamente todos los procesos físicos y vivos. Leibniz declaraba que situar a Dios en el seno mismo de los fenómenos

FRANÇOIS RUSSO proporcionaba una miserable idea de la sabiduría de Dios. En el siglo XIX, elpensamiento cristiano no tuvo dificultad en admitir una autonomía del mundo físico, que excluía la intervención directa de Dios. No ocurría lo mismo tratándose de los procesos de la vida. De ahí la oposición entre pensamiento cristiano y teoría de la evolución. Aun cuando posteriormente se reconoció que la doctrina de la evolución no se opone a la afirmación de la acción creadora de Dios, se ha sostenido durante bastante tiempo la necesidad de una intervención directa de Dios en lo que concierne al paso de la materia inanimada a la vida. Estos conflictos entre ciencia y fe pertenecen al pasado y nos revelan que no deberíamos reivindicar como procedente de una intervención directa de Dios aquello que nos parezca inexplicable desde el punto de vista de los fenómenos. Así nos lo revela el Concilio Vaticano I al decirnos que ciencia y creencia son dos saberes que no son del mismo orden y que no puede haber oposición entre fe y razón. Visión que ha sido asumida y desarrollada por el Concilio Vaticano II, en la constitución Gaudium et Spes, en especial, al definir la justa autonomía de las realidades terrena s. Conviene decir, finalmente, que esta progresiva relativización de la oposición ciencia y fe no sólo concierne a sus afirmaciones sino también a sus respectivos caminos. Se trata de la queja lanzada por la ciencia a la fe cristiana, al negarle la actitud de búsqueda por el hecho de que la fe se apoya en dogmas. Si la fe cristiana se basa en verdades intangibles, por una parte, éstas no se refieren al conocimiento de los fenómenos de la naturaleza, sino a lo que se podría llamar el estatuto fundamental del hombre y del mundo en sus relaciones con Dios; por otra parte, la adhesión a los dogmas no excluye un esfuerzo constante en buscar una mejor comprensión y en explicitar todas sus riquezas.

Orígenes de este cambio Si estas dificultades se han superado y si en la actualidad hemos pasado de una oposición brutal y agresiva a una coexistencia pacífica entre ciencia y fe (nos ocuparemos fundamentalmente de la fe cristiana, ya que en otras religiones la situación actual no nos parece tan favorable), ello se debe a un reconocimiento mutuo entre los objetivos, competencias y modos de proceder de la ciencia y de la fe. A) Del lado de la fe cristiana, una exégesis menos literal y más auténtica y religiosa nos ha hecho abandonar visiones sobre el pasado de la Tierra y de la Vida que estaban en franca oposición con las adquisicionés de la ciencia moderna. Una reflexión teológica más seria y exigente ha manifestado que la fe cristiana no se formula en un discurso racional de tipo científico, sino que constituye un punto de arranque válido para la inteligencia. Tampoco es, por otra parte, aquel montón de supersticiones y de puntos de vista ingenuos que antiguamente veían en ella algunos científicos no creyentes. B) Del lado de la ciencia, se constata una sensible evolución de las ideas sobre la naturaleza y del punto de partida científico, interrogantes sobre los que la ciencia puede aportar una explicación. Así, por ejemplo, se observa una tendencia a distinguir mejor la ciencia de la filosofía de la naturaleza. Entre científicos no creyentes y entre creyentes, se manifiesta un vivo deseo de no pedir a la ciencia lo que no puede dar. Esta, estrictamente entendida, se

FRANÇOIS RUSSO mantiene al nivel de los fenómenos. Define conceptos, desgaja las leyes que regulan tales fenómenos, intenta expresar sus estructuras mediante formulismos apropiados. Pero no le toca a la ciencia filosofar sobre la naturaleza de las cosas, tal como lo hacía aún a principios de este siglo. Creyentes o no, los científicos elaboran exactamente la misma ciencia. En otro orden, es notable que aun los científicos más alejados de la creencia reconocen que la ciencia no puede responder a todos los interrogantes que el hombre se formula. Parece que esta evolución no procede tanto de una reflexión sobre la naturaleza de la ciencia, cuanto de la constatación de que la ciencia no es susceptible de solucionar todos los problemas de la humanidad. A este respecto, hemos oído numerosas dedaraciones, incluso de no creyentes, en las reuniones celebradas en la sede de la UNESCO sobre el problema de la ciencia.

PROBLEMAS QUE SIGUEN EN DEBATE Introducción La evolución de las relaciones entre la ciencia y la fe que acabamos de señalar, contribuye a replantear de una manera más sana el problema de la incredulidad científica. Ya no se puede sostener que ciencia y creencia sean incompatibles. Pero, ¿puede deducirse de aquí que el problema ya está resuelto y que la ciencia ya no debe contarse entre los orígenes de la incredulidad contemporánea? A) Para que así fuera, sería preciso que, en primer lugar, estuviéramos seguros de que estos puntos de vista son ya comúnmente aceptados. Lo cual no es así, ni entre creyentes ni entre no creyentes. Así, por ejemplo, son bastante numerosas las obras de inspiración cristiana -publicadas la mayoría de las veces a título personal- que nos "demuestran" que la relatividad o la mecánica cuántica son un preciado recurso para probar la existencia de Dios. Aunque no todo es falso en estos desarrollos, en el fondo, no son en absoluto aceptables. También entre los no creyentes aparecen posturas bastante negativas. Dejando de lado casos concretos, se constata entre numerosos científicos no creyentes una ignorancia desconcertante de lo que verdaderamente es la fe cristiana, de cómo se ha vivido en el pasado, de la mejor comprensión que tenemos hoy de ella... B) Si más arriba hemos afirmado que las relaciones actuales entre ciencia y creencia son más humanas, el problema no está solucionado, ya que no podemos reducirlo a una empresa cuyo objetivo único sea el de mantener la seguridad de los que creen, o de garantizarles que la ciencia no turbe su fe. De un modo más positivo; debemos tener la preocupación de abrir la fe a los científicos no creyentes. Esta actitud positiva nos lleva a examinar estos tres aspectos siguientes: 1. Muchos científicos no creyentes no se interrogan sobre el sentido de su existencia, la razón última de las cosas. Son totalmente insensibles a estos problemas. 2. Algunos científicos conciben la fe como un aspecto sentimental o una disposición subjetiva.

FRANÇOIS RUSSO 3. Para muchos, la ciencia nada tiene que ver con la fe ni tampoco con la filosofía.

1. Interrogantes no formulados La insensibilidad de numerosos científicos a las cuestiones últimas y fundamentales se sitúa al nivel de las disposiciones y motivaciones que son previas a las cuestiones propiamente especulativas. De aquí se comprende que, por perfectas que sean ciertas demostraciones, dejan a un gran número de científicos totalmente insensibles. Son bastantes los científicos que manifiestan esta insensibilidad. La calidad y eficacia de la ciencia, así como el carácter visible y tangible de su éxito, le confieren un prestigio que conduce a invertir la escala de valores. Los esfuerzos del espíritu humano por captar el misterio de su existencia y de su destino quedan relegados a un rango inferior y aun se les llega a negar toda validez. Sin embargo, se observa también en algunos científicos, no muy numerosos pero cuyo testimonio merece especial consideración en atención a su notoriedad, una preocupación por un más allá de la ciencia que la mayoría de las veces no llega a la afirmación de un Dios personal, pero que constituye un paso muy importante en este sentido.

2. No hay discurso válido fuera de la ciencia. Una religión afectiva Al lado de la insensibilidad, que veíamos antes, se encuentra una actitud menos negativa ante estos problemas, que un creyente no podría suscribir: la ciencia, se dice, no puede responder a todas las necesidades y aspiraciones del hombre, pero, contrariamente a la pretensión de muchas religiones y filosofías, tampoco la razón podría contribuir a satisfacerlas; proceden del dominio de la afectividad, de una región en que la razón nada tiene que ver. Se trata de una concepción muy extendida entre los científicos no creyentes y a la que ciertos cristianos no estarían muy alejados de adherirse. La dificultad que tienen determinados científicos en aceptar que aquellos problemas que no procedan del campo científico, puedan ser objeto de una investigación válida, objetiva de carácter intelectual, tiene su origen en diversas causas que conviene distinguir cuidadosamente. Este examen conducirá a reconocer deficiencias en la filosofía o en la formulación de la fe, lo que es posible remediar y a cuya tarea se dedican los filósofos y teólogos. Pero este rechazo contiene dificultades que muchos cristianos están tentados de apartar, minimizando las posibilidades de la razón ante la fe. A) Los filósofos y teólogos no se han preocupado suficientemente por mostrar que sus razonamientos no son arbitrarios, que tienen sus métodos con su rigor correspondiente, pero en los que intervienen factores y puntos de vista que no se adecuan totalmente con el método científico. B) Si de una forma más moderna y elaborada, el razonamiento teológico satisface las exigencias de lógica y rigor que el científico pone como condición previa para aceptar la creencia, hay que reconocer honradamente que las creencias, y la religión cristiana, presentan muchas veces, por lo menos en lo que a la práctica religiosa se refiere, ciertos rasgos que revelan modos de pensar que las mentes de formación científica consideran como pertenecientes a una edad mental superada. Así son, por ejemplo, determinadas creencias supersticiosas y, en general, toda actitud poca respetuosa respecto de las exigencias de lógica y de objetividad que están en la base de la actitud científica.

FRANÇOIS RUSSO C) La exigencia a que ha llegado la reflexión de la fe, denuncia actualmente un razonamiento teológico que sea demasiado fácil, demasiada lógico, demasiado objetivo, tal como a menudo ha ocurrido en el pasado. Una presentación cosista, excesivamente antropomórfica de la idea de Dios ha contribuido al rechazo de la creencia en Dios. Por otra parte, asistimos en la actualidad a la tendencia que mantienen ciertos cristianos de minimizar la posibilidad de un razonamiento sobre la fe. Deberíamos guardarnos, se dice, de "coagular la fe en un razonamiento". La fe no debería formularse, sería incomunicable. Sólo sería una opción personal o una actitud existencial. No es seguro que esta purificación de la fe pueda captar al científico no creyente más fácilmente. Esta actitud se opone a la necesidad que todo hombre tiene de una profunda unidad. Más aún, en una fe así concebida no sabríamos reconocer la auténtica fe cristiana. Dios está más allá de todo razonamiento del hombre, pero éste puede decir algo válido mediante el razonamiento. Este rechazo del razonamiento, esta tendencia a no tenerle en cuenta, puede tener como origen una falta de interés por la verdad. Se da la primacía a aquellas actitudes que se pretenden más vitales, más comprometidas, pero donde la verdad nada tendría que ver. D)Existe, por último, una tendencia menos radical que reduce el papel de la fe a explicar el sentido de la existencia, de la vida y del hombre. En la medida en que esta concepción produjera la impresión de que no se interesa por lo que son las cosas, por su realidad, en rechazar toda ontología, esta concepción tiende a mostrar la fe como indiferente al mundo concreto y, en particular, al conocimiento que proporciona la ciencia. Dudamos que los científicos no creyentes se sientan movidos a aceptar una tal concepción de la fe.

3. Una ciencia abierta Lograr que un científico no creyente admita que la ciencia no es el único modo válido de conocimiento, el único uso legítimo de la razón y que la filosofía y la teología no son vanas especulaciones sin fundamento, sino que se presentan como reflexiones serias, en modo alguno arbitrarias, esto no implica necesariamente la acogida de la fe, pero constituye una apertura en este sentido. Sin embargo, este progreso deja abierta una cuestión fundamental y es la de saber si los dominios filosófico y teológico tienen alguna relación o no con el dominio científico o bien si le son extraños. Sabido es que no conviene mezclarlos y que hay que distinguirlos con cuidado. Pero, ¿quiere esto decir que no tienen entre sí ninguna relación, que ambas formas de conocimiento y saber son totalmente independientes? No lo creemos absolutamente. Sin necesidad de caer en un concordismo hay que evitar que la ciencia se cierre sobre ella misma, lo que implicaría la imposibilidad de abrirse y de prolongarse en una reflexión filosófica y religiosa. Antes de presentar los diversos aspectos en los que se podría efectuar una apertura, conviene precisar que no pretendemos sacar una prueba científica de la existencia de Dios y, menos aún, encontrar en la ciencia toda la realidad y todo el misterio de Dios. A menudo el científico se adhiere a la fe por caminos totalmente distintos de los de la ciencia. Creemos, con todo, que existe algún equívoco al querer devaluar al Dios de los filósofos y los sabios para apelar al Dios de la caridad. Querer desplazar la búsqueda de Dios del dominio que los científicos tienen en sus manos, puede interpretarse en cierto sentido como una traición a su misión. Sin negar la existencia de los distintos caminos en la búsqueda de Dios, una actitud así descuidaría uno de los medios para asegurar el desbloqueo en las relaciones entre fe y ciencia. La

FRANÇOIS RUSSO apertura de la ciencia debería presentarse fundamentalmente en tres aspectos: la presencia creadora de Dios en el mundo; la analogía -en el sentido metafísico del término-, entre los rasgos del conocimiento científico y del mundo creado y, por otra parte, los atributos de Dios, la integración de la ciencia en una visión global filosófica y religiosa.

1. La presencia creadora de Dios Respecto de este problema no nos cuestionamos, por haberlo hecho con anterioridad, la pretensión de encontrar esta presencia creadora de Dios en las intervenciones que quisieran sustituir el juego de las leyes naturales. Pero una reflexión accesible a cualquier hombre y que podríamos llamar filosófica, para dar a entender que trasciende el estricto nivel del método científico, conduce a la conclusión de que el mundo de las realidades que escruta la ciencia no puede acceder a la existencia de esta presencia. Con todo, Dios está activamente presente, -de una manera discreta, no visible a los ojos de la ciencia, pero plenamente real y objetiva. Ni la secularización ni la moderna teología de la muerte de Dios pueden debilitar esta afirmación. Pero si intentamos profundizarla más e incluso concretarla, debemos reconocer que hay que proceder con precaución.

El problema del milagro No podemos olvidar la cuestión delicada del milagro. Por sí misma, necesitaría un apartado especial, pero nos limitaremos a una observación fundamental. Eliminando lo que se ha calificado como la inflación del milagro, que ha favorecido en el pasado la ignorancia de los determinismos naturales que la ciencia ha puesto en evidencia, queda en pie la posibilidad de que el milagro no deba ser rechazado por la razón, ya que ésta podría entrar en contradicción con el determinismo científico. En efecto, el determinismo de las leyes de la naturaleza no tiene una rigidez tal que no permita una cierta composición, ciertas inflexiones, un cierto pluralismo de opciones posibles en el desarrollo de los fenómenos. De todo ello, la misma vida, sobre todo en sus formas superiores y, en especial, en el hombre, nos aporta una demostración que la filosofía biológica no parece que haya captado en toda su amplitud y significación.

El orden y la armonía del cosmos Hay que formular ciertas observaciones al punto de vista tradicional según el cual, a partir del orden y la armonía del cosmos, se podría llegar a la conclusión de la presencia de Dios. Debemos reconocer que, a los ojos de la ciencia moderna, este orden sólo es aparente, por lo menos, en lo que concierne a la totalidad del universo. Sin duda que el dominio de la vida manifiesta un orden en las estructuras de los seres vivos, así como en el modo en que se equilibran en la superficie de la tierra, los diversos componentes físicos y vivos de la naturaleza. Pero estos equilibrios son precarios y el conocimiento adquirido del pasado de la Tierra nos hace reconocer en la misma muchos transtornos, anonadamientos y aun el propio caos.

FRANÇOIS RUSSO ¿Es visible la bondad de Dios en la naturaleza? Algunos creen que el mundo manifiesta la bondad de Dios. Ello es seguro en el orden humano aunque el problema del mal nos propone una serie de dificultades ante las que nuestra razón se ve impotente para responder. Pero tratándose del orden físico y de la vida infrahumana, si se pretende ver allí esta presencia bondadosa de Dios, se podría fácilmente caer en un concordismo, especialmente ante este espectáculo de lucha feroz en que las especies se atacan entre sí y que es la base del ciclo de la vida. Podemos decir sin temor, de un modo general, que el conocimiento del mundo que nos aporta la ciencia moderna no permite encontrar una prueba irrefutable de la presencia de Dios; sin embargo, sí puede hallarse una apertura y una llamada al descubrimiento del sentido, del significado y de la profunda naturaleza del mundo físico y vivo. No se trata de una visión subjetiva, o de una pura elevación espiritual o de una lectura poética de la naturaleza, sino de reconocer un hecho que se impone a los ojos de aquellos que seriamente se dedican al estudio de las realidades concretas de nuestro mundo. Bien se trate del universo, o de la biosfera, todo esto nos conduce con más vehemencia que en el pasado a interrogantes ante los que la ciencia, aun la del mañana, no nos parece capacitada para responder satisfactoriamente.

2. La analogía Podemos esperar más de la ciencia. No solamente el conocimiento científico está abierto a la afirmación de una causa primera, de un ser trascendente, sino que, en su camino, la realidad que descubre está analógicamente relacionada con los atributos de Dios y nos permite, de una manera imperfecta pero auténtica, conocer el ser de Dios. Al conocimiento científico se le puede aplicar el texto de San Pablo en la carta a los Romanos: "Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad" (Rm 1, 20). Santo Tomás ha expresado esta visión fundamental, en el plano metafísico, mediante el concepto de la analogía del ser. Desgraciadamente, el rechazo de la metafísica tomista, una exc esiva preocupación en presentar la autonomía de la ciencia, de distinguirla de las especulaciones filosóficas y teológicas y el hecho de que cada vez más se ensalcen los aspectos utilitarios de la ciencia, nos han desviado de esta perspectiva. Pero impresiona constatar que muchos científicos vuelven a reencontrar esta doctrina. Hay testimonios de científicos creyentes que afirman haber gustado la verdad de Dios en la verdad de la ciencia.

3. De la ciencia a una visión global Vayamos al tercer aspecto de la apertura de la ciencia: la tendencia a prolongarse e integrarse en una visión global, filosófica y religiosa. No se trata de preconizar síntesis fáciles, ni de autentificar mezclas, pero, por elaborada que sea la ciencia, por determinado que parezca su método, hay una serie de rasgos que la llevan a un trascenderse, a una inteligencia de la realidad que se sitúa más allá de lo que puede alcanzar por sus propios medios. La distinción entre conocimiento científico y filosófico, entre aproximación positiva de la realidad que prohibe toda especulací6n y una inteligencia de la realidad que utiliza conceptos metafísicos -que están más allá de

FRANÇOIS RUSSO la física- es con toda seguridad legítima y útil. Pero no debería oponerse al dinamismo del espíritu que, por encima de la s distinciones de métodos, intenta una comprensión completa y plena de las cosas. Existe el riesgo de que la marcha del espíritu caiga en visiones fáciles, arbitrarias y subjetivas. Sin embargo, podemos y debemos admitir tales trascendencias. Muchos científicos rehúsan este camino, pero otros -entre los que podemos contar a Teilhard de Chardin y Monod- experimentan la necesidad de este dinamismo de) espíritu. Nótese, a título de ejemplo, que el libro de Jacques Monod, El azar y la necésidad, tiene el siguie nte subtítulo significativo: "Ensayo sobre la filosofía natural de la biología moderna". Ello manifiesta que la ciencia sola no aporta toda la comprensión de la realidad que quisiéramos alcanzar. Contrariamente a lo que opinan los profanos, cuya concepción científica es demasiado simple, un examen detenido de determinadas ciencias constata que en su ejercicio suelen formularse interrogantes que no están capacitadas para resolver a nivel científico. El matemático, el físico, el astrónomo, el biólogo se formulan preguntas que en último término son de índole filosófica y que no pueden quedar reducidas a un positivismo.

Conclusión Para concluir estas reflexiones que a algunos les pueden parecer extensas y demasiado técnicas, podemos presentar dos constataciones generales y de carácter opuesto. Por una parte, hay que confesar que para muchos científicos la ciencia sigue siendo un obstáculo para la fe. Por otra parte, observamos una evolución, lenta pero limpia, en algunos científicos no creyentes, que no les lleva a aceptar plenamente la fe, pero sí les orienta en el sentido de una apertura creciente hacia un más allá de la ciencia. Podremos contribuir a acentuar esta evolución mediante un esfuerzo en el que deben asociarse estrechamente una profunda reflexión teológica y filosófica y una mejor inteligencia de la ciencia, de su naturaleza, de sus objetivos. Con todo, sabemos bien que esto no garantizará que los científicos no creyentes accedan a la fe, puesto -que por encima de nuestros análisis y argumentos lo que está en juego en el misterio de la fe es la apertura de los corazones al don de Dios, a su Palabra. Acoger esta fe supone la buena voluntad del no creyente, pero supone también un celo apostólico que no debe situarse únicamente en el orden intelectual, sino que pide la entrega total de nosotros mismos a esta gran empresa de la integración de la ciencia y del pensamiento científico en la salvación que nos ha traído Jesucristo. Tradujo y condens ó: PABLO BRICALL

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