CINE Y MEMORIA (I): COLABORACIONISMO, IGLESIA

Igor Barrenetxea Marañón(*) CINE Y MEMORIA (I): COLABORACIONISMO, IGLESIA Y NAZIS HUIDOS (CINEMA AND MEMORY (I): COLLABORATIONISM, CHURCH AND ESCAPED

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CAPITULO I DISEÑO Y CONSTRUCCIÓN DEL CINE
CAPITULO I DISEÑO Y CONSTRUCCIÓN DEL CINE Indice DIVISIÓN 01 | REQUISITOS GENERALES ..................................................................

MEMORIA ESPORTIVA I SOCIAL
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Igor Barrenetxea Marañón(*)

CINE Y MEMORIA (I): COLABORACIONISMO, IGLESIA Y NAZIS HUIDOS (CINEMA AND MEMORY (I): COLLABORATIONISM, CHURCH AND ESCAPED NAZIS)

Resumen El cine pone de relieve, aún desde la ficción, una manera de entender el pasado desde el presente y, por lo tanto, una intención de gestionar la memoria. Este artículo, por ello, pretende valorar, a partir de la elección de cinco filmes que versan sobre el fenómeno del nazismo, cómo se presenta en la conciencia europea. Este análisis refleja la validez a la hora de considerar el cine como un transmisor ideológico de primer orden que nos induce, claramente, a reflexionar sobre unos acontecimientos que marcaron la historia de Europa y que, aún, siguen siendo una fuente de controversias y discusiones permanentes; como la actitud de la Iglesia católica sobre el Holocausto, el papel jugado por los colaboracionistas antes y su ocultamiento después, las lecciones sobre el odio o el racismo y la relación moral de los alemanes con el régimen hitleriano o los judíos con los alemanas en la actualidad. Por lo tanto, el cine se pone al servicio de la reflexión, de la historia y la sociedad a la que está dirigido. Palabras clave: Cine, historia, nazismo, memoria histórica, Iglesia, colaboracionismo. Abstract Cinema underlines -even from fiction- a way to understand the past from the present and, therefore, an intention to manage historical memory. This article -in this way- tries to appreciate -from the choice of five films which are about the Nazi phenomenon- how it is presented in the European conscience. This analysis reflects the validity at the time of considering cinema as an important ideological transmitter which leads us to reflect about some events which left a mark on European history and, even today, which continue being a source of controversy and permanent arguments; for example the Catholic Church's attitude about the Holocaust, the role played by the collaborators before -with its respective concealment- and after the War, the lessons about hatred or racism and the moral relationship of Germans with the Nazi regime or the current Jewish relationship with Germans. In this way, cinema serves the purpose of reflecting about history and the society which it is directed at. Keywords: Cinema, history, Nazism, historical memory, the Church, collaborationism.

(*) Licenciado en Historia Contemporánea y Doctorado por la UPV. Especializado en las relaciones entre cine e historia Actualmente formo parte de un equipo de investigación de Historia Oral con el proyecto titulado “La Recuperación de la Memoria Colectiva de Llodio (1945-2000)”. Otros trabajos publicados en Entelequia. Entelequia. Revista Interdisciplinar, nº 6, primavera 2008

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n las sociedades humanas la memoria se ha acabado por convertir en una fuente de consumo, hecho que se ve favorecido por la polémica de ciertos capítulos incómodos de la historia que adquieren eco social (conmemoraciones, celebraciones, controversias adscritas a libros o a películas que provocan un acalorado y agrio debate). Así, los procesos judiciales a venerables ancianos que hace más de cincuenta años participaron o colaboraron con el nazismo, o el papel y actitud que desempeñó la Iglesia católica, se han convertido en objeto de atención por el cine de ficción. En parte, con resultados desiguales, pero que nos brindan la oportunidad de valorar el cine como un inductor y catalizador de la memoria (Sand, 2005: 495), pues “cada film tiene un valor como documento, no importa del tipo que sea” (Ferro: 1995: 9). Los historiadores, obviamente, observamos con cierto recelo este tratamiento del pasado desde los diversos medios de comunicación, pues es evidente que los directores y guionistas intentan sacar partido de unos temas de actualidad que, en otro contexto, posiblemente no tendrían ningún tipo de respaldo económico para ser producidas. Y ese espíritu comercializador suele, en ocasiones, empobrecer la perspectiva histórico-social de la película. Aún, con todo, ¿qué función cumple el cine respecto a recuperar el pasado? Primordialmente, habremos de verlo y valorarlo en qué medida actúa como un gestor de la memoria (con desigual éxito). El presente ficcional, que viene dado en el momento en el que se ve el filme en pantalla, apela directamente a la fuerza emotiva de la imagen, de su preeminente papel comunicador y recreador de realidades pretéritas que accionan en nosotros con una serie de mecanismos de apelación histórica creíbles (o no, no siempre lo hacen de forma eficiente) e incluso sustitutivos de otras anteriores (por ejemplo, de aquellas lecciones estudiadas en Primaria o Secundaria). De este modo, se debe proceder al estudio de “las películas como documentos históricos y así proceder

al contraanálisis de la sociedad” (Ferro: 1995: 15). La selección de cinco filmes (Amén, La ji­ rafa,  La sentencia, Monsieur Batignole  y  Ca­ minar sobre las aguas), se presta a abrir un  debate acerca de qué modo el cine articula  sus discursos histórico­memorísticos, en tan­ to que se refieren a la manera en la que la  sociedad actual se enfrenta o encara los crí­ menes del pasado o se interesa por esas zo­ nas   grises   del  papel   moral  jugado  por   una  institución como la Iglesia católica durante  la guerra. Así, una de las grandes discusio­ nes y cuestiones vigentes reside en el repro­ che de los supervivientes, del peligro del ol­ vido en próximas generaciones, de los horro­ res del pasado, en especial, del nazismo.  Jorge   Semprún   advertía   que   en   pocos  años   no   quedará   ningún   superviviente   que  reivindique   su   experiencia   del   Holocausto  (Fernández:   2004).  Estas   películas  revelan,  también, que muy pronto, no habrá crimina­ les nazis para llevar a la justicia por ser to­ dos   ellos   unos   ancianos   con   un   pie   en   la  tumba. Aunque lo esencial de esta perspecti­ va radica, sobre todo, en cómo asumimos las  culpas del pasado y de qué modo podemos  gestionar y encarar esa memoria para facili­ tar   su   entendimiento,   su   superación   y   el  triunfo   sobre   aquella   tragedia   impidiendo,  con ello, repetir errores (Amery: 2002). La polémica acaecida a partir del estreno  del filme alemán  El hundimiento  (por retra­ tar  la  figura  de   Hitler  como  muy  humana)  nos advierten que la memoria colectiva pue­ de, en muchos casos, ostentar un peso moral  mayor que la historia en sí misma y la ficcio­ nalidad, la recreación (ya que el Hitler de la  pantalla es un actor que imita y asume los  registros del verdadero) acaba por depositar  un grado de verdad inimaginable.  La polé­ mica   no   se   entiende   salvo   en   el   hecho   de  que se considere que se da una validez histó­ rica a la figura de Hitler en su representa­ ción cinematográfica. 

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Nadie juzga, en este caso, las obras histó­ ricas en las que se basa el guión (Fest: 2003)  sino en  su  efecto emocional  en la  pantalla  pues como bien señala el historiador británi­ co Thompson, “la materia de la Historia, en  suma,   no   la   constituyen   solamente   los   he­ chos, las estructuras y los modelos de con­ ducta,   sino   también   el   modo   en   que   éstos  son experimentados y retenidos en la imagi­ nación” (Thompson: 1988:159). La memoria continúa ejerciendo un peso  impositivo en el individuo y en las socieda­ des donde se articula (Fentress y Wichkham:  2003: 26); su lección es la de extraer o exor­ cizar los demonios del pasado o suspenderla  como  un  valor   vivo   o  bien   inmóvil,   por   lo  que el cine, por consiguiente, se ha converti­ do en trasmisor y creador activo de esa me­ moria, y no sólo en los documentales sino,  también, y sobre todo, desde el cine de fic­ ción (Ballesteros: 2005).  Habré  de  advertir que  el análisis  de  los  filmes   propuestos,   desiguales   ideológica   y  técnicamente, nos procura una lectura diver­ sa y plural del modo en el que el cine puede  ejercer   su   magisterio   artístico­memorístico  del que la Historia no puede ser ajena. No  siempre sus lecturas y el ejercicio de su ac­ ción de activar la memoria es igual de válida  ni   interesante,   pero   sí   debemos   de   pensar  que es sugerente por su intencionalidad, en  tanto   que   expresa   o   constata   una   realidad  (sea o no creíble) que el espectador juzgará  desde su punto de vista personal. Y los histo­ riadores, en suma, somos los que debemos  de  interpretar   su   importancia   y   relevancia.  Así, como señala el historiador francés Marc  Ferro (Ferro: 1995: 17), “el cine se convierte  de este modo en un agente de la historia y  puede motivar una toma de conciencia”. No  debemos de olvidarlo.

Relaciones del cine y la historia actual “La   historia   del  Tercer  Reich   sigue   cer­ niéndose como una sombra sobre el con­ tinente europeo” (Mommsen: 1987)

El cine de tesis: Amen (2003)

El director Costa-Gavras trata un tema difícil de plasmar en la pantalla, polémico en tanto que aborda el papel jugado por la Santa Sede ante el drama del Genocidio judío (Müller: 2002). Al margen de lo que pueda ser una tesis, válida o no, a través del cine, la película muestra la estrecha relación que tiene la historia y el cine, ante la aparición de obras denunciando estos hechos (Goldhagen: 2002), y a su vez, el tema del Genocidio ha vuelto al primer orden de la escena cinematográfica, ante el exitoso estreno del filme El pianista (2002) de Roman Polanski. La diferencia de ambos cineastas es evidente, mientras que Polanski adapta una biografía con rigor (Szpilman: 2000), Costa-Gavras se asoma desde una perspectiva política. Y mientras El pianista testimoniaba el pasado, el director Costa-Gavras decidía juzgar en la pantalla la actitud de la Iglesia católica ante el Holocausto (con la consiguiente polémica, que nacería por la inclusión en el cartel del film una esvástica convertida en cruz cristiana) (Sánchez Barba: 2005: 244). La tesis del filme se podría plantear en los  siguientes   términos   interrogativos:   ¿Tuvo,  en verdad, conocimiento el Vaticano del Ge­ nocidio y, si fue así, por qué no lo condenó  de forma taxativa Pío XII? La respuesta que  se nos ofrece es que sí tuvo conocimiento de  los   infaustos   hechos.   La   cuestión   moral,   a  partir de esta premisa, es por qué no actuó  en consecuencia  y denunció lo que  ocurría  en los campos. Si bien en el discurso de Na­ vidad   de   1943   condenó   las   persecuciones  por cuestiones de raza, no se aludió explíci­ tamente a los judíos, quizás porque “Pío XII  creyó que había llegado hasta donde podía”  (Remond: 2002). Pero la otra pregunta que 

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le sigue es: ¿Habría eso impedido el Genoci­ dio por parte de las autoridades nazis o, por  el contrario, se hubiera procedido a una ma­ yor   intensificación   del   programa   criminal?  Como indica, no sin razón, el historiador Re­ mond: “La cuestión permanece abierta” (Re­ mond:   2002).   No   hay   manera   de   saberlo.  Tanto   en   Holanda,   Eslovenia   y   Francia   los  obispos   se   quejaron   de   la   política   seguida  contra los judíos, sin embargo, eso no frenó  las   deportaciones.   Por   el   contrario,   Costa­ Gavras   en   unas   declaraciones   expresó   su  propia tesis de que, si el compromiso de la  Iglesia   hubiese   sido   más   firme   (Müller:  2002), el nazismo no habría tenido otro re­ medio que poner fin al exterminio (una afir­ mación  harto dudosa,  aunque  es  la  que  se  postula en el filme). Sin embargo, por esta  sencilla regla de tres, cabría uno señalar que  se hubiera podido, por añadidura, impedir la  guerra si la sociedad alemana no habría per­ mitido  a  Hitler  sus aventuras  militares.  Es,  en todo caso, un argumento muy blando, o  poco veraz, para cargar sobre la Iglesia todos  los reproches a la hora de explicar lo sucedi­ do. El filme, por eso, retrata la actitud ecle­ sial con sus ambigüedades y su idiosincrasia,  dando por supuesto que conocía el extermi­ nio judío, pero que no deseaba comprome­ terse abiertamente contra la Alemania nazi,  por no estar a malas con un Gobierno que  combatía el comunismo.  Aparte de esto, el  film denuncia, además, la actitud pasiva de  los   alemanes   ante   el   Genocidio   (Gellately:  2001), al expresar que sabían lo que ocurría,  frente a la manida idea de que no lo sabían,  rompiendo con la visión clásica de que el ré­ gimen   nazi   actuó   a   sus   espaldas   (cuestión  que comienza a desmontarse por los recien­ tes   estudios   historiográficos)   (Johnson:  2002). 

El planteamiento cinematográfico es irregular y, en suma, controvertido. Pero no deja de tener su interés, no tanto por lo que cuenta, sino por lo que constata y posibilita (aunque su efecto discursivo sea más manipulador e instrumental que riguroso, dicho sea de paso), al hacerse eco de nuevas lecturas his-

tóricas, concernientes a temas como la aparente neutralidad vaticana o la actitud alemana ante el fatal destino de los judíos, inocua ante la política de bombardeos aliados. Sin olvidar mencionar la alusión directa, al final del filme, de la relación existente entre la red de huída de los nazis Odessa1 y la Iglesia católica (Wiesenthal: 1989). El director juega con elementos de ficción  y de realidad, así la lección de Costa­Gavras  refleja una intencionalidad  política  más que  artística, algo que ha caracterizado su cine.  Difícilmente cabría ignorar la relevancia que  tiene la imagen en la sociedad, ya que, en  general, se observa que el número de espec­ tadores  que convoca  un filme en Europa  a  las   salas   de   cine,   es   mucho   mayor   que   la  venta de libros dedicados a tales temáticas.  Por tanto, la difusión de las ideas sobre estas  cuestiones  puede  tener  su  peligroso  contra­ punto (no lo olvidemos), al confundir la ve­ racidad histórica con la credibilidad cinema­ tográfica. Es buena la sugerencia de las re­ lecturas que abordan la historia con respecto  al pasado desde el cine e incluso cuando se  acentúa   la   ambigüedad  como  defiende   Ro­ senstone (Rosenstone: 1997), en su idea del  cine   como  creador   de  metáforas  históricas.  Pero, también, es recomendable que el cine  no  se  convierta  en  una  verdad  a  secas,  sin  dejar advertir su ficcionalidad y permitir que  el espectador extraiga sus propias conclusio­ nes y no sea dirigido hacia ellas, a pesar de  que   “las   películas   pretendan   que   creamos  que son la realidad” (Rosentone, 1997: 49). Por   ello,   el   crítico   de   cine   Quim   Casas  acierta al decir que Amen se convierte, a par­ tir del énfasis sobre el personaje cargado de  idealismo de Gerstein, en un filme “más in­ teresante que su discurso sobre el colabora­ cionismo católico ­bastante  simplón,  encor­ setado y esquemático, visualmente esteriliza­ do, a la vieja usanza­, en una película en tor­ no a la otra cara del nazismo, la de quienes  1

Odessa es el nombre de la organización (clandestina) de antiguos miembros de las SS que facilitó la huída de los criminales buscados a Sudamérica y España.

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no estaban de acuerdo ni con el ideario ni  con los métodos hitlerianos, tan silenciados  por la Historia como los millones de víctimas  anónimas del genocidio” (Casas: 2002). 

Diego Vázquez la valora desde otro punto de vista que interesa reseñar: “La impotencia constante de los personajes, el detallismo de la maquinaria imparable e incontrolable de las negociaciones en las altas esferas y la delicada capacidad para la sugerencia de que hace gala su director en los momentos más difíciles del relato (esa inolvidable imagen de los trenes que van cargados y con las puertas cerradas a los campos de concentración y regresan vacíos y con ellas abiertas), permiten al film volar a gran altura y salvar algunos riesgos demagógicos que contiene. Un juicio a la Historia”. Aunque podemos citar otra crítica menos positiva como la de Rodríguez Chico, que concluye que “es una película tendenciosa y con aire panfletario, hecha no en búsqueda de la verdad sino al servicio de unos prejuicios ideológicos que empiezan a estar trasnochados en una sociedad más abierta y tolerante”. En   realidad,   Costa­Gavras,   sin   dejar   de  apuntar una tesis en la que critica la actitud  de Pío XII, que sabía bien lo que ocurría en  Polonia, encauza el discurso hacia la idea de  querer explicar por qué la actitud moral de  los católicos se balanceaba entre su defensa  de la vida y  su neutralidad diplomática en  los tiempos que corrían. A partir de ahí, el  relato se encara desde dos perspectivas dife­ rentes que se van tejiendo hasta unirse por  completo, la anteriormente mencionada, y la  vida del doctor Kurt Gerstein, oficial de las  SS, encargado de la producción del gas Zi­ clón B, destinado a las cámaras de gas y que  es el responsable de su utilización para el ex­ terminio (Sánchez Barba: 2005: 247).  El filme, también, desea explicar por qué  en la conciencia alemana el Genocidio pasó  a ser secundario, una vez iniciada la guerra  de Hitler. Y lo hace de la forma siguiente:  cuando se aplicaron los programas de euta­ nasia, de forma disimulada, la población ale­

mana reaccionó en su contra, una vez se en­ teró   del   fin   dispuesto   para   los   discapacita­ dos. Así, los programas tuvieron que ser sus­ pendidos, supuestamente, ante el temor de  que la opinión pública se pusiera en contra  del régimen. Si bien, el historiador Eric Joh­ nson   opina   que   las   protestas   sirvieron   de  bien poco, que el programa concluyó en el  momento en el que se asesinó a las personas  ya previstas por éste, lo que invalidaría la te­ sis   formulada   en   la   obra   de   Costa­Gavras  (Johnson: 2002).  En el filme, Gerstein, uno de los protago­ nistas, especialista en desinfecciones, es en­ cargado de llevar a cabo la producción masi­ va del Ziclón B, sin saber para qué se va a  emplear. Y cuando conoce lo que esto entra­ ña, desea por todos los medios denunciar lo  que ha visto: el asesinato en masa de miles  de judíos. Entonces, sus amigos (militares en  activo) tienen la preocupación de la guerra y  la suerte de los judíos no les afecta demasia­ do  (aunque   habría   que  alertar  que   la   tesis  que se maneja no es original del filme sino  de la historiografía). Ello le lleva a Gerstein  (personaje verídico, no así sus amigos) a su­ frir una tremenda crisis existencial, pero no  quiere   salirse   del   sistema,   quiere   saber   lo  que ocurre con el fin de denunciarlo pública­ mente   y   parar   la   matanza.   Pero   cuando  Gerstein pretende hablar con el Nuncio Pa­ pal en Berlín, éste se niega a escucharle y a  aceptar  esos   crímenes   (Schwaab:  2002),  al  ser un oficial de las odiadas SS. Ahora bien,  su   secretario,   Ricardo   Fontana   (personaje  ficticio) un joven jesuita de buena familia ro­ mana, le cree y desea por todos los medios,  a partir de que habla con él, llevar la noticia  al Sumo Pontífice para que denuncie los he­ chos ante la opinión pública mundial.  Una vez en Roma, gracias a sus contactos  y a una triquiñuela, logrará hablar en bajo  con Pío XII, quien le responde que ya sabe  los padecimientos del pueblo judío. Sin em­ bargo, nada se hace por evitar que los trenes  con   su   carga   humana   regresen   vacíos   de 

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Cracovia   (imagen   que   se   repite   insistente­ mente en el film).  Si   Gerstein,   en   vano,   pretende   que   sus  amigos   tomen   conciencia   de   la   tragedia,  Fontana,   por  su   parte,   tras  apelar  ante   las  autoridades   eclesiásticas,   que   levantan   un  muro protector y político ante el joven jesui­ ta, decide en los momentos críticos colarse  en uno de los envíos de judíos romanos ha­ cia un campo de exterminio. Quiere saber lo  que sucede y, tras su lucha infructuosa por  lograr que alguien le escuche o que se con­ mueva por lo que allí sucede, no le importa  sacrificarse. Aunque Gerstein va a Roma con  intenciones   de   entrevistarse   con   el   Papa   y  aportarle   las   pruebas   necesarias,   no   logra  traspasar   el   umbral   del   Vaticano.   Para   en­ tonces, el fin de la guerra se acerca.  Fontana muere en el campo víctima de la  brutalidad nazi y Gerstein, que intenta sal­ varlo, llega a las líneas aliadas con pruebas  de los crímenes, escribe su confesión. Reve­ lada su parte de culpa su conciencia angus­ tiada puede con él y se suicida ante el repro­ che de los aliados de que no hizo lo imposi­ ble por evitar la tragedia. 

En el epílogo, el Doctor (es Mengele, aunque no se le llega a identificar como tal), quien dirige el programa de exterminio, consigue huir a Argentina gracias a la colaboración de la Iglesia católica (Astor: 1987)2. Su huída se debe de entender como el esbozo de otro capítulo de una historia igual de infausta, la huída de miles de criminales que se refugiaron en Sudamérica o permanecieron en Alemania sin ser juzgados por los crímenes cometidos (Astor: 1987)3. En suma, el cine 2

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de tesis tiene mucha importancia porque trasmite de una manera didáctica corrientes historiográficas en boga (aunque se postulen como ideas originales del director o del propio guionista) pero con el peligroso cometido de crear una memoria veraz dentro de un marco no real o no fiel a los hechos. Al   utilizar   un   personaje   verídico   como  Gerstein se da por válida la tesis de que gra­ cias a Fontana, el sacerdote inventado desde  la ficción, Pío XII tenía un pleno conocimien­ to   del   exterminio   (aunque   se   insiste   sobre  los judíos, también, se gasearon gitanos, po­ lacos, rusos y un largo etc.), lo que le incri­ mina indirectamente de obviar los crímenes  nazis. En este caso, el cine se pone al servi­ cio  de  una  crítica  mordaz contra   la  Iglesia  católica   de   forma  poco  ética,   incorporando  ficciones   y   hechos   verídicos   en   aras   de   un  aparente esclarecimiento de la verdad, con­ tribuyendo   a   sustituir   y   suplantar   el   papel  ejercido, en este caso, por la Historia (aun­ que se sirve de ella para contar las cosas a su  manera). Se ignora, sin embargo, que la re­ vista   católica   Civiltá   Cattolica   admitió   que  “Pío XII no tuvo, probablemente, el temple  de un profeta” a la hora de denunciar taxati­ vamente   el   exterminio   y   apoyar   más   viva­ mente la defensa de los judíos.  La polémica alentó la asistencia del públi­ co, aunque sólo alcanzaría, en España, la ci­ fra de 180.372 espectadores.

El tema es controvertido y, en algunos casos, es contradictorio el papel jugado por cierta jerarquía eclesiástica como el caso del obispo alemán Hudal que pidió que cesaran las deportaciones de los judíos y, a su vez, permitió la apertura de algunas instituciones como refugio a criminales nazis huidos. El más importante de los cuales fue el convento franciscano de Via Sicilia que es el que está representado en el filme. Lo que no se explica, en este caso, es que se tardó en constatar los crímenes de Mengele en Auschwitz. No pocos nazis aprovecharon la coyuntura favorable del fin

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de la guerra para perderse y huir, o incluso regresar a sus lugares de origen, ante la incapacidad de las autoridades aliadas por identificarles. De hecho, entre 1945 hasta 1949 Mengele vivió en Günzburg, su ciudad natal, hasta que, finalmente, consiguió huir a Sudamérica gracias a la ayuda de ODESSA.

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Ficha técnica País: Francia. Año: 2002. Dirección: Costa-Gavras. Duración: 130 min. Guión: Costa-Gavras y Jean-Claude Grumberg; basado en el libro 'Der strellvertreter' de Rolf Hochhuth. Producción: Claude Berri, Andrei Boncea y Michèle Ray-Gravras. Música: Armand Arnar. Fotografía: Patrick Blossier. Montaje: Yannick Kergoat. Diseño de producción: Ari Hantke. Vestuario: Edith Vesperini. Interpretación: Ulrich Tukur (Kurt Gerstein), Mathieu Kassovitz (Riccardo Fontana), Ulrich Mühe (Mengele), Ion Caramitru (Conde Fontana), Friedrich von Thun (Padre de Gerstein), Antje Schmidt (Frau Gerstein), Hanns Zischler (Grawitz), Sebatian Koch (Höss).

El cine de conciliación: La jirafa (1998)

Extraño título para esta coproducción estrenada tardíamente en España, en 2002, cuando su fecha de producción es de 1998. Tal vez, podría explicarse esta tardanza a la aparición en varias escenas del mismo de las Torres Gemelas (aunque recordemos que los atentados se produjeron en 2001 y con celo se censuraron todas las películas que con posterioridad se estrenaron con alguna imagen de las mismas). El filme propone, en todo caso, una inmersión en la memoria de la situación de los judíos alemanes tras el Holocausto, lo que tiene como premisa de partida una idea original, que se desvelará al final del filme. Es una lástima que el desarrollo visual y el perfil de los personajes quede encorsetado en un planteamiento excesivamente brusco, como si a grandes ras-

gos fuese el espectador el que tuviese que hilar, por sí mismo, los meandros de la composición del carácter de los personajes y el valor de la historia; y dejándonos, aún así, poco espacio para la reflexión, para la intuición o la perspectiva general de un proceso de descubrimiento de la verdad con su trágico arranque. El filme evidencia, eso sí, un gusto por la sinceridad que permite que la narración no desfallezca en exceso, pese a ese estilo abrupto que impide adentrarnos más hondamente en las emociones de los seres que pueblan este diminuto universo. Tampoco el director, el suizo Dani  Levy  (David, el protagonista de la película), tiene  la garra ni el registro interpretativo adecua­ do para darle la hondura suficiente al perso­ naje que encarna. Se perfila como un judío  de otra generación que se aleja de las creen­ cias religiosas de sus mayores. Tanto su her­ mana y sus parientes le reprochan que viva  sólo para su trabajo, regenta una tienda en  Nueva   York,   renegando   de   su   cultura   he­ brea. Un buen día su madre reconoce en los  titulares de prensa el nombre  de su padre,  Eliah   Goldberg,   supuesto   superviviente   del  Holocausto, debido a que su empresa en Ale­ mania   ha   sido   atacada   por   unos   neonazis.  De tal manera, que la madre insta a su hijo a  que investigue si realmente es su padre, del  que no había tenido noticias desde el final  de la guerra. David, con desgana, recurre a  un abogado, Karminski, un activista interna­ cional judío, que le responde que no hay re­ lación alguna entre ellos.  Toda la trama se complica cuando la mis­ ma noche, el día del cumpleaños de la ma­ dre de David, Lena Katz, nieta de Eliah, des­ cubre en el pasillo del hotel donde se hospe­ da su madre  a  la madre de David muerta,  con   un fuerte   golpe   en  la   cabeza   y  desan­ grándose. Casualmente, también es el día de  su cumpleaños.  Lena lleva a la madre de David al hostal y  allí es donde se conocen.

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Pero,   ¿quién   ha   matado   a   la   madre   de  David? ¿Por qué?  Lena contacta con su madre quien le dice  que regrese a Alemania y quedan en el aero­ puerto para despedirse. Cuando Lena le co­ menta lo que ha pasado y le pregunta por  qué no se hallaba en su habitación cuando  llegó, su madre se interesa por la mujer que  halló en el pasillo y le confiesa que ella la  mató. Lena no entiende nada pero la madre  no le quiere explicar lo sucedido y embarca  en el avión dejándola con la duda sobre el  terrible suceso. Los interrogantes se van su­ cediendo y el único problema reside en que  la misma historia crea sus porqués y las es­ cenas, con un estilo frío, siembran ciertas la­ gunas que el espectador tiene que esforzarse  en entender, lo cual incide negativamente en  el clímax dramático de la historia, que rehu­ ye clarificar y tipificar mejor esos nudos co­ rredizos del misterio.  El carácter del personaje de Lena, diseña­ dora   de   decorados,   viene   perfilado   porque  no le gusta bucear en el pasado. Sin embar­ go, se halla empujada, precisamente, a des­ cubrir, en lo que más podría temer  encon­ trar, la verdad sobre el origen de su familia.  Asiste al funeral de la madre de David y se  presenta como judía, aunque todos los fami­ liares de David inciden en que no tiene ras­ gos judíos. David cada vez se ve más prisio­ nero del amor de Lena e influido por la trá­ gica muerte de su madre, lo que le lleva a  profesar,   de   nuevo,   con   fuerza   la   fe   judía.  Tal caracterización de ambos revela la impo­ sibilidad de huir de la propia identidad y de  la   memoria,   a   la   que   se   apela   ya   no   sólo  como un tributo al cual adeudamos nuestra  herencia cultural sino como una manera de  saber quiénes somos. Siguiendo en el filme,  el abogado de la familia descubre, a partir  de una fotografía y un pasaporte que halla  en la víctima, la verdad de los hechos. Cono­ ce el parentesco de Lena con la presunta au­ tora del crimen, su propia madre pero, a la  vez,   encuentra   el   nexo   de   unión   entre   las  dos mujeres que les ha llevado a un no tan 

casual encuentro en el hotel. Esto afectará a  la relación de la pareja, se quieren, ninguno  de los dos se ha molestado nunca en mirar  atrás; David relega sus tradiciones religiosas,  Lena vive cerrada a cualquier interés por su  biografía, pero ambos están atrapados por la  afección   familiar   y,   por   motivos   distintos,  han de buscar la revelación de la verdad.  ¿Por qué las dos mujeres cumplían años  el mismo día? ¿Qué llevó a la muerte a una  de ellas? De una forma francamente intere­ sante, el guión se resuelve positivamente en  una mirada conciliatoria con el pasado nazi  y, sobre todo, entre alemanes y judíos, en­ carnado en el amor que se procesan los dos  personajes. Al final, Karminski, el hábil abo­ gado,   impulsa   a   David   a   que   regrese   con  Lena a Alemania. A David le cuesta asumir  esa situación, regresa a la patria de donde  huyó   casi   cincuenta   años   atrás   su   familia,  pero   el   reencuentro   es   feliz.   Así   descubre  que fue el abuelo de Lena, Eliah, quien su­ plantó   la   identidad   de   la   familia   de   David  tras  la guerra  haciéndose  pasar por  un  su­ perviviente judío para que nadie lo identifi­ cara como un criminal de guerra nazi. Pero  una marca en el cuello le granjeó el apodo  de “la jirafa” cuando era un oficial de las SS  en   el   campo  de   Treblinka   (Steiner:   1967);  de ahí, el  título del filme. Sin duda, hay se­ ñales que no se olvidan tan fácilmente en la  memoria del horror. El   relato   no   llega   a   cerrarse   del   todo  como  el  puzzle   humano  que   se   nos   quería  mostrar, entre la confrontación con el pasa­ do, imposible de evitar, y la conciliación, a  partir del amor. Sin embargo, la apuesta ar­ gumental es original, al caminar por esa sen­ da afirmativa en querer bucear en el recuer­ do y en conciliar la memoria de judíos y ale­ manes a través de los sentimientos de atrac­ ción de los dos personajes principales. Pues  “los   cineastas,   consciente   o   inconsciente­ mente, están al servicio de una causa” (Fe­ rro, 1995: 22). Ante todo, la máxima virtud  de  esta  propuesta  es  su  sinceridad,  ya  que  muestra a seres de carne y hueso sobre un 

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trasfondo que bien podía haber sido un he­ cho verídico, contribuyendo, de alguna ma­ nera, “a la elaboración de una contra­histo­ ria, no oficial” (Ferro: 1995: 17) ficticia pero  posible, volviendo a enlazar a alemanes y ju­ díos con una identidad común, la que existía  antes del nazismo en Alemania; y la supera­ ción de ese pasado infausto simbolizado en  la   relación   entre  la   hija   de  un   criminal   de  guerra y el hijo de un superviviente del Ge­ nocidio. Verídicamente sabemos que un jo­ ven alemán se casó con la viuda de un su­ perviviente de Auschwitz que había atrope­ llado   “motivado   por   su   mala   conciencia”  (Schönfeld: 2005).

culpa que a cada uno nos corresponde asumir en la sociedad europea.

La   crítica   se   cuidó   bastante   de   resaltar  aquellos aspectos más endebles del filme Al­ berto Fijo señala: “tiene cierto empaque (ha­ cen gracia los intentos de imitar al cine ame­ ricano en los planos aéreos) pero hay dema­ siados golpes de martillo para encajar la ro­ cambolesca trama (esa entrada en la oficina  en   plan  Misión   imposible)   y   la   historia   de  amor es bastante difícil de creer. Ciertamen­ te no es una obra lograda, especialmente por  la falta de carisma de los dos protagonistas,  que son a la vez los guionistas”.

Intérpretes: Dany Levi, Maria Schrader, David Strathairn, Lynn Cohen, Nicole Heesters

Ruth Bautista, en cambio, escribe: “Siguiendo la estela de cintas como La Caja de Música, La Jirafa remueve las brasas del pasado de muchas familias judías cuyos miembros fueron protagonistas en la época del nazismo e intenta recordarnos que algunos de los responsables de esa etapa de la historia todavía viven y jamás han rendido cuentas con la justicia”, y cree que es una película recomendable, pero de muy escasa progresión comercial. Por ello, no estaría mal que Alemania y el cine europeo, en general, siguiera apostando por historias que fraguan la superación de esa conciencia que invita a que las futuras generaciones no vivan estigmatizadas permanentemente por el pasado (Meiner: 1987); y, al mismo tiempo, atreverse a saber mirarlo directamente a los ojos. La única forma de superar el pasado es aceptándolo como fue y reconocer la parte de

Ficha técnica País: Alemania/Suiza Año: 1998. Director: Dani Levy Guión: Dani Levy, Maria Schrader Fotografía: Carl F. Koschnick Montaje: Sabine Hoffmann Música: Niki Reiser

El cine memorístico: La sentencia y  Mon­ sieur Batignole La sentencia (2003)

Al igual que sucede con Amen, el filme La sentencia es, también, un cine de tesis pero fallido, de ahí que lo enmarque dentro de un cine memorístico al evocar la Francia de Vichy. En ese sentido, establece que es la ayuda y encubrimiento de los poderes ocultos de la Iglesia de Francia los que han permitido escapar al criminal de guerra de la justicia. Todo ello se ve aderezado con una tensión de thriller y unos cuantos rasgos ambiguos que caracterizan al asesino. Si bien el cine ha de brindarnos un compromiso social con el pasado y la memoria, a veces este mismo ejercicio de estilo se simplifica, se falsifica o directamente se convierte en una propuesta vulgar que parece más incidir en la tesis como punto polémico que lo alce en su carrera comercial, que por tratar con cierta sinceridad y rigor dicha premisa argumental. En este sentido, La sentencia se convierte  en esto último (aunque cuente con un actor  como Michael Caine), sin mucho que apor­ tarnos para la reflexión salvo que reabre un 

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viejo capítulo dormido como es el de colabo­ racionistas del régimen de Vichy durante la  ocupación alemana y la relación que sostuvo  la   Iglesia   con   el   régimen   (Burrin:   2004:  225). El hecho de que los principales actores  sean británicos y no franceses revela toda la  suspicacia en el instante en el que vemos por  dónde tira la historia. El punto de partida es  esquemático y sencillo. Una juez, Anne­Ma­ rie Livi decide reabrir el caso de un criminal  de guerra, Pierre Brossard, un policía de la  Francia de Vichy que ayudó a asesinar a sie­ te   judíos   durante   la   ocupación   nazi   (Staf­ ford:   2004:   79).   Para   ello   contará   con   la  ayuda  de un coronel,  Roux,  ya que dentro  del propio cuerpo de policía aún existen fi­ guras capaces de ayudar a este criminal.  Pierre, el criminal de guerra buscado por  la justicia gala, vive retirado en un monaste­ rio hasta que es, de nuevo, localizado por lo  que   parece   un  comando   judío,   que   quiere  asesinarle, hallando cierto paralelismo con el  caso Eichman. Pese a todo, Pierre consigue  descubrir a su asesino y matarlo. Desgracia­ damente, lo que podría haber sido un acto  hasta cierto punto creíble se vuelve a repetir  con la aparición de un segundo asesino (al  que también mata), sin contar con el hecho  de  que la casualidad juega en su beneficio  en sus dos huidas precipitadas, sin excesivas  dosis de credibilidad. Con todo, al tirar del  hilo, la jueza y el coronel descubren que de­ trás de Pierre está una rama de la Iglesia que  le protege, al igual que un alto cargo del Go­ bierno actual que está vinculado a Pierre y  es a quien quieren desenmascarar realmen­ te.  La   trama,   urdida   con   técnica   aparente­ mente detectivesca, poco a poco acaba en un  mero recurso argumental  facilón y retórico  que, sin apostar por revelar alguna  prueba  de peso, opta por denunciar a la Iglesia y a  los   viejos   miembros   de   la   policía   como   si,  aún, tras más de cuarenta años (el filme se  ambienta en 1992) hubiese un código de le­ altades imborrable, sin el más mínimo rigor. 

Un abad no solo encubre a Pierre sino que le  define   como   un   defensor   de   la   civilización  frente al comunismo, ideas que como se pue­ de comprobar aún es defendida por aquellos  que   justificaron   ciertos   actos   de   barbarie  (Stafford: 2004: 69).  Al   final,   el   arzobispo   de   Lyon   remite   la  orden de que no se le facilite ayuda a Pierre,  actuando de una forma eclécticamente hipó­ crita   en  el  filme.   Todo  esto  chirría  de   una  forma evidente. La actitud de arrepentimien­ to de Pierre, tras acabar con la vida de sus  dos asesinos, no le configura como un perso­ naje entero, aunque constate en él la angus­ tia  de tener  que  huir  y los  achaques  de  la  edad. La idea de encontrar en presente, aún,  a quienes cometieron crímenes y a quienes  les han encubierto durante años tiene su ra­ zón de ser porque los casos de nazis o cola­ boracionistas   no   dejan   de   aparecer   en   la  prensa (un tema con visos de agotarse, una  vez que muera esa generación). Esto no im­ pide tratar el tema con fidelidad, en vez de  ambicionar el urdir un relato, a imagen de  las tramas del cine norteamericano, no sólo  sin mordiente, sino condicionadas por el he­ cho de que pretenden auparse como revela­ doras   de  alguna   verdad  y   se   convierten   en  meras falsificaciones. Ni la muerte de Pierre,  ni el descubrimiento de ese alto cargo, final­ mente, (ni se nos explica cómo han sabido  quién es) asume la honda importancia de la  gris   memoria   francesa   (Iturribarria:   1990),  frente   a   la   tradicional   impostura   de   creer  que todo francés fue un miembro activo de la  Resistencia durante la ocupación alemana, y  esa serie de lastres secuenciados hacen que  el   resto   del   armazón   del   filme   se   resienta  por su fragilidad. Tampoco tuvo buena aco­ gida en España, con 54.208 espectadores. El cine, en ocasiones, es revelador de una  memoria que con sutileza conmina a refle­ xionar sobre el pasado. Pero, en el particular  no lo logra, ni respeta, al menos, un cierto  grado de verosimilitud. De hecho, es cierto  que en 1994 se llevó ante la justicia francesa  a Paul Touvier, jefe del servicio de informa­

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ción de la Milicia de Lyón durante el régi­ men de Vichy, en el cual se inspira esta his­ toria (Iturribarria: 1994). Se le juzgó por ha­ ber organizado la ejecución de 7 judíos el 29  de junio de 1944, en la localidad de Rillieux  le Papé (Ródano). Condenado por dos veces  en rebeldía en 1946 y 1947, obtuvo la gracia  en   1971   del   presidente   francés   Georges  Pompidou.  Al final, fue detenido el 24 de mayo de  1989   en   el   priorato   de   Saint   François   de  Niza, junto a su mujer y sus dos hijos, desta­ cando la ayuda recibida por la Iglesia en su  vida clandestina. Como ha de comprobarse  hay puntos coincidentes en la inspiración de  la trama que se urde a través del personaje  de   Pierre   (el   cine   tiene   sus   licencias).   Sin  embargo, los ingredientes de thriller que se  aportan son totalmente falsos, igual que su  muerte   al   final   de   la   película   (como   un  modo de hacer justicia a la americana).  Este caso verídico tuvo un notorio eco en  toda Francia, ya que despertó de nuevo esa  conciencia   dormida   acerca   de   la  colabora­ ción con respecto a los alemanes, si bien en  el proceso, igual que en el filme, quedó fue­ ra   del   debate   la   condena   al   régimen   de  Vichy y, por lo tanto, se impedía ahondar en  la   conciencia   francesa.   Por   otro   lado,   aun­ que, como se señala en el filme, un sector de  la Iglesia francesa ocultó a Touvier (entién­ dase por el personaje de Pierre), el cardenal  Decourtray encargó a un grupo de historia­ dores un informe sobre el papel jugado por  la Iglesia francesa en ayuda del citado crimi­ nal. Una actitud bastante distinta a la que se  representa en el filme, en el que se le encu­ bre sin prejuicios y las autoridades eclesiásti­ cas acaban por lavarse las manos. En el cita­ do informe se reconocía la participación de  muchos   sacerdotes   y   abades   en   su   oculta­ miento debido a “una caridad mal entendi­ da” (Hermoso: 1992). No olvidemos, por tanto, que “las genera­ lizaciones   fílmicas   se   logran   mediante   la  condensación, la síntesis y la simbolización. 

Es   tarea   del   historiador   aprender   a  leer  el  lenguaje fílmico” (Rosentone: 1997: 59). Ficha técnica País: Canadá. Francia y USA. Año: 2003. Duración: 120 minutos. Director: Norman Jewison. Guión: Ronald Hardwood basado en la novela de Brian Moore. Producción: Robert Lantos y Norman Jewison. Música: Norman Corbeil. Fotografía: Kevin Jewison. Montaje: Andrew S. Eisen y Stephen Rivkin. Intérpretes: Michael Caine, Tilda Swinton, Jeremy Northam, Alan Bates, Charlotte Rampling.

Monsieur Batignole (2002)

Ambientado en la Francia ocupada de 1942, Monsieur Batignole aborda el tema del colaboracionismo y las deportaciones judías, tema que entra en correlación con el filme anterior, completándolo y canalizando de una forma un tanto más veraz las razones de algunos franceses hacia la colaboración. Y, como señala Philippe Burrin: “A diferencia de la guerra, que trajo consigo muertes, ruinas y sufrimientos, la ocupación produjo heridas no tanto físicas como morales y políticas, y estas heridas todavía no han logrado cicatrizar” (Burrin: 2004: 14). Y aquí el cine puede jugar una baza primordial para asumir y reconocer el pasado. Estrenada con retraso en España (acaudi­ llada por el éxito de su director Gérard Jug­ not en Los chicos del coro), Monsieur Batigno­ le  toca, con sensibilidad y acierto, un punto  de vista sugerente acerca de cómo un char­ cutero se ve implicado en un dilema ético­ moral con la política del régimen de Vichy.  Pues, a fin de cuentas, como señala Rosens­

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tone: “la historia no debe de ser reconstrui­ da únicamente en papel. Puede existir otro  modo de concebir el pasado, un modo que  utilice elementos que no sean la palabra es­ crita:   el   sonido,   la   imagen,   la   emoción,   el  montaje” (Rosentone: 1997: 20) Edmond Batignole no es más que un hu­ milde francés, en tiempos de guerra, que se  dedica   a   su   trabajo,   ajeno  a   las  cuestiones  políticas y a la incidencia del conflicto en su  vida. Vive en un pequeño apartamento con  su mujer, su hija y el novio de ésta, Pierre­ Jean, un mediocre escritor y un activo cola­ boracionista francés que cree en los ideales  de la revolución nacional­socialista (libre de  judíos,   masones  y  comunistas),   a  modo  de  renovación   nacional  (Burrin:   2004:   66).   El  filme incide en cómo el poder en tiempo de  guerra suscita el triunfo del oportunismo y  la falta de escrúpulos de la gente para me­ drar a costa de los demás, sin tener concien­ cia de lo que eso supone para ellos.  Pero,   también,   nace   la   solidaridad   y   la  toma de conciencia de un compromiso ético  con los menos favorecidos y reprimidos, los  judíos.  Edmond es exhortado por su mujer y su  yerno a que aproveche la situación para soli­ citar a las autoridades el amplio piso de una  familia judía, los Berstein, que tras su inten­ to   de   huida,   denunciados   por   Pierre­Jean,  son detenidos por la milicia de Vichy. Poco  antes de la detención, Berstein sube a reco­ ger el violín de su hijo, que ha olvidado de­ bido a las prisas de la huida. Edmond, al que  acaban de robar unos jamones de su charcu­ tería, al verles huir cree que han sido ellos  quienes se han apropiado de su género (aun­ que no se ha dado cuenta de que los judíos  no comen carne de cerdo). Ingenuamente y  empujado por su yerno, se convierte en cóm­ plice de su detención,   al retener el tiempo  justo al doctor hasta que aparezca la milicia  francesa. En ese instante, Edmond ve cómo  Berstein esconde un Renoir en el falso fondo  de un cajón. Edmond no sabe del fin de los  judíos y, de hecho, piensa (algo extendido) 

que si les detiene es porque han hecho algo  malo.  Pierre­Jean   considera   justo   el   disfrutar  del amplio piso del doctor y su familia, se­ cundado por la ambiciosa mujer de Edmond.  Así, gracias a sus contactos con las SS, consi­ gue el inmueble; y se trasladan a vivir a él.  Pierre­Jean se ajusta bien al rasgo del  cola­ boracionista. Antisemita, escritor frustrado y  oportunista que cree en la necesidad de una  renovación dentro del Nuevo Orden Europeo  creado por la Alemania nazi (con una socie­ dad   disciplinada,   patriótica   y   ordenada)  (Burleigh: 2002). Cuando   celebran   la   inauguración   del  piso, en el que reciben al coronel Spreich y a  otros nazis, tocan a la puerta y Edmond se  encuentra con que es el pequeño Simón, el  hijo   pequeño   de   los   Berstein.   Sucio,   ham­ briento y muerto de sueño le pregunta por  su familia y qué hace en su piso, a lo que Ed­ mond,   al   principio,   para   evitar   meterse   en  líos   quiere   que   se   vaya   mediante   evasivas.  Sin embargo, el niño toca su fibra sensible y  lo aloja en la buhardilla del inmueble. A par­ tir de ahí, se compromete con Simón a bus­ car a su familia y le oculta a los ojos de su  yerno. Cuando Edmond le indica que puede  llamarles por teléfono, Simón le dice que los  judíos desde hacía un año no podían telefo­ near ni pasear por los parques. Edmond lo  achaca a las autoridades alemanas y aquel le  responde que no, que han sido las leyes fran­ ceses. Eso le hace cobrar a Edmond una con­ ciencia real de lo que ocurre.  Aunque para Edmond la situación es in­ mejorable, vende sus mercancías a la Gesta­ po, muchos franceses  colaboraron indirecta­ mente  con el ocupante (Burrin: 2004: 38) y  su yerno le consigue un camión de reparto  con   cupones   de   gasolina   (requisados   a   un  negocio judío), su preocupación se centra en  el   muchacho.   Logra   encontrar   a   la   familia  Coen, primos de Simón, pero han sido tam­ bién detenidos y una vecina le confiesa que  tiene ocultas a las dos hijas del matrimonio. 

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Una noche, las primas se reúnen con Si­ món   y   Pierre­Jean   les   descubre.   Y   como  amenaza   con   delatarles,   Edmond   no   tiene  más remedio que matarle. Así que envuelto  en este compromiso social, se ve en la nece­ sidad de huir él con los niños. Gracias a que  ha logrado recuperar el Renoir oculto por el  padre de Simón (lo tenía el coronel de las  SS) consigue dinero para huir hacia Suiza,  ayudado por un cura de la localidad que sir­ ve de guía para atravesar las montañas (en  contraste con el filme  La sentencia, desvela  que otros sectores eclesiásticos se implicaron  en la resistencia, o Amén, culpándola de una  cierta complicidad indirecta, al no implicarse  en la denuncia de los crímenes).  Es interesante comprobar cómo Edmond  logra  pasar  un  control  en una  estación so­ bornando al policía, o cómo, cuando por una  imprudencia Simón es detenido, se hace pa­ sar por judío (tal es su identificación con los  chicos) que casi convence al teniente de un  puesto de la policía para que les deje libres.  Sin embargo, el relato queda lastrado por un  tono de comedia que no acaba de formali­ zarse   ante   la   gravedad   dramática.   Le   falta  ese equilibrio interno, como cuando le piden  que ayude a un soldado alemán que se ha  torcido la pierna o bien la escena en la paté­ tica   huída   del  puesto  de  la   policía   que   les  permite   esconderse   en   una   iglesia   cercana  (cuyo cura les permitirá huir). Tampoco las  discusiones entre Edmond y Simón (se enfa­ dan, pero la caracterización del niño es irre­ gular) y el posterior cambio de actitud de Si­ món (primero le acusa de haber colaborado  con   la   detención   de   su   padre,   después   le  exonera de la misma ante Martín, el hijo de  Irene, una mujer que les da refugio) encau­ zan bien el discurso.  El   primer   tramo   del   filme   se   desarrolla  con   agilidad  para,   a   continuación,   ir   deca­ yendo en una serie de atribuladas casualida­ des que resultan endebles. Sirva como ejem­ plo, cuando la secretaria del coronel Spreich  descubre   que   han   hurgado   en   el   cajón   de  una cómoda (en donde se ocultaba el cua­

dro) y no hace nada por detenerle, y eso que  se encuentran en el edificio de la Gestapo. Y  podía haber sospechado que intentaba robar  información   importante   para   la   resistencia,  sin ir más lejos. En suma, es un filme que se adentra en  esos complicados y siempre polémicos pará­ metros de la memoria (ese contraanálisis al  que alude Ferro) al tratar, directamente, la  colaboración de los franceses con los nazis y  de   la   actitud   tomada   por   algunos   de   ellos  (en parte pasivo, en parte crítico y en parte  en connivencia  con ellos). Señala el crítico  Sotomayor (Sotomayor: 2005): “No se trata  de la consabida historia sobre la resistencia,  ni   de   un   canto   al   heroísmo;   sencillamente  estamos ante un relato ideado en forma de  cúmulo de circunstancias que propician una  aventura de huida, no sólo de la persecución  nazi   sino   de   la   cobardía   y   acomodaticia  irresponsabilidad de quienes asumen el cola­ boracionismo   como   forma   de   irresponsable  supervivencia”.  Es cierto que, pese a todo, lo hace con co­ rrección y en un cierto tono ecléctico (no se  juzgan demasiado las actitudes) lo cual no  instiga a darle una mayor profundidad refle­ xiva (se sugiere, aunque sin incidir en ello),  lastrado,   como   hemos   dicho,   por   esos   ele­ mentos fallidos de la resolución de algunas  escenas. Aún, con todo,  Monsieur Batignole  es un filme necesario y de entrañable factura  que   se   arriesga   a   adentrarse   dentro   de   la  mala memoria que suscita en los franceses el  recuerdo de la ocupación alemana y la acti­ tud favorable de algunos franceses, pues de  algún modo nos permite “aproximarnos a la  vida real, la experiencia cotidiana de las ide­ as, palabras, imágenes, preocupaciones, dis­ tracciones, ilusiones, motivaciones conscien­ tes e inconscientes y emociones” (Rosensto­ ne: 1997: 31). Y, pese a todo, logró una más  que discreta acogida en los cines españoles  con 40.298 espectadores.

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Ficha técnica País: Francia. Año: 2002. Duración: 100 minutos. Director: Gérard Jugnot. Fotografía: Gérard Simon. Música: Khalil Chahine. Guión: Philippe Lopes-Curval y Gérard Jugnot. Intérpretes: Jules Sitruk, Gérard Jugnot, Michèle Garcia, Jean-Paul Rouve, Alexia Portal, Violette Blanckaert, Daphné Baiwir, Götz Burger.

El cine como metáfora: Caminar sobre las   aguas (2004)

Nos hallamos ante una sólida propuesta del cine israelita. Lo insólito del argumento es que, tras desnudar la trama, uno se da cuenta de que importan más las emociones de sus personajes, su transformación y su análisis, que el relato en sí mismo. Me explico. El interés reside en cómo abordamos el pasado y el presente desde una óptica personal, cómo los seres humanos, que son piezas insignificantes de la historia, pueden superarla, transformarla, o incluso, dar pie a mejorarla o no, pues “las películas tienden a destacar a los individuos en detrimento de los grupos” (Rosenstone, 1997: 33). La individualidad, en este caso, tira las piezas de este gran dominó hacia un lado insospechado. El relato descansa en un agente secreto del Mosad, Eyal, un ejecutor. La primera escena, Estambul, nos plantea cómo Eyal asesina a sangre fría, delante de su familia, a un conocido activista de Hamás. Sin embargo, a su regreso de Estambul, se encuentra con que tras recibir el aplauso de sus superiores, su mujer se ha suicidado. Nada sabemos de su relación, solo atisbamos el circunspecto gesto de Eyal que no derrama una sola lágrima cuando la ve encima de la cama inerte.

Tras leer la carta póstuma que le ha deja­ do su mujer, no sabemos qué dice en ella, da  la impresión de que nada ha cambiado en su  interior. Tras el trauma, su superior le enco­ mienda una tarea sencilla, dar con un viejo y  moribundo   criminal   nazi,   Alfred   Himmel­ man,   que   ha   desaparecido   de   Argentina   y  quieren saber cuál es su paradero para “anti­ ciparse a Dios”. Para ello, debe de ponerse  en contacto con los nietos del criminal, con  el fin de que acabe por aparecer.  Una nieta de éste, Pía, vive en un Kibutz  en Israel y su otro nieto, Axel, viene a visi­ tarla. Axel ha solicitado un guía para que les  muestre el interior del país. Eyal se hará pa­ sar por su guía, con el fin de averiguar el pa­ radero del abuelo. Lo extraordinario del re­ lato   no  viene   sujeto  por   la   trama   histórica  sino por el modo en que Eyal asume sus sen­ timientos. Sin hablar del hecho de ver cómo  el  pasado,   en  ocasiones,   no  es   que  no   nos  deje avanzar, sino se convierte en una fuente  de liberación casi insospechada, ya que no le  moverá, esta vez, a Eyal la venganza hacia  los crímenes del nazismo sino el perdonarse  a sí mismo, a causa de la muerte de su mu­ jer.  Así, Eyal conoce a Axel, un joven idealista  alemán que es homosexual. Eyal no lo sabe,  en   un   principio,   y   será   un   fuerte   impacto  cuando éste se lo confiesa, ya que no es un  tema   bien   asumido   por   los   judíos   (Schón­ feld: 2005). Ahí es donde radica un elemen­ to significativo, ya que a pesar de que el na­ zismo persiguió con suma dureza a los ho­ mosexuales, sobre todo, si éstos eran judíos,  la nueva sociedad israelí no ha sabido crear  una sensibilidad especial contra dichas vícti­ mas   (Gellately,   2004:   77)).   Y   se   incide   en  esa falta de compromiso no sólo emocional  sino ético con su pasado.  Además, los personajes de Eyal y Pía se  sentirán atraídos en el filme. De nuevo, sale  a relucir esa mixtura de unión entre la nueva  generación de alemanes (como sucede en el  filme  La   Jirafa)   y   la   generación   de   judíos  con ascendencia alemana, con visos de po­

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der conciliarse. Lo que expresa abiertamente  cómo el legado histórico (a pesar del peso  en la conciencia de la culpa colectiva alema­ na) queda compensado y puede y debe supe­ rarse bajo el valor emocional del amor entre  las personas. Eyal se reserva bien de expre­ sar lo que siente hacia Pía (aunque, al final  del filme, les veremos viviendo juntos y ca­ sados). De hecho, es elocuente la pregunta  de   Axel   a   Eyal   sobre   que   tiene   entendido  que los judíos no hablan de sus sentimien­ tos; a lo que el otro le dice que no lo sabe  porque nunca piensa en ello. Esta escena en­ tre ellos, junto al Mar Muerto, nos sintetiza,  también, ese bloqueo emocional que tienen  los propios judíos que les impide ser más li­ bres bajo una desnaturalización de su parte  afectiva. Axel, extrovertido, dinámico y liberal, es  todo lo contrario a Eyal, si bien eso no le evi­ ta,   tampoco,   un   conflicto   interno   cuando  descubre,   por   su   hermana,   que   su   abuelo  nazi vive. Entonces se producirá un cambio  en el joven. El celo con que la familia guar­ da,   incluso   a   su   nieto,   que  el   abuelo   vive,  nos demuestra cómo, a pesar de todo, hay  una   generación   de   alemanes   que   todavía  guarda cierto respeto por su pasado, aún en  el reconocimiento de la barbarie de los crí­ menes nazis (Mommsen: 1987). Sin embar­ go,   Pía,   que no   desea  regresar a  Alemania  por esa mala conciencia, y la actitud de Axel  nos revela su intención de romper los lazos  emocionales con la generación de la guerra,  sus padres. Tal y como señala Meier: “los ac­ tos que cometimos entre 1933 y 1945 han  provocado, y provocan todavía, duelo, dolor  y vergüenza” (Meier: 1987). Pues, como re­ fleja el filme, “las consecuencias a largo pla­ zo   del   régimen   nacionalsocialista   no   han  sido   en   absoluto   superadas”   (Mommsen:  1987). Si bien, el filme pretende encontrar  un modo de hacerlo, de reconstitución de lo  humano frente a ese infausto legado. Durante el viaje por el interior de Israel,  de nuevo en el filme, Axel conoce a un pa­ lestino con el que mantiene una relación. No 

entenderá el odio que germina en Eyal con­ tra éste por ello. En una escena, el palestino  le reprochará a Eyal que siga viviendo preso  del   pasado.   Pero   Eyal   lo   puede   remediar  porque es un aprendizaje que tiene muy gra­ vado, tal es así que, en un momento dado,  les   define   como   “bestias”,   tras   escuchar   la  noticia de un nuevo atentado suicida. Cuan­ do Axel le dice razonadamente que muy de­ sesperados   tienen   que   estar   para   cometer  esa locura, Eyal no es capaz de escucharle,  por el odio y el desprecio que siente hacia  ellos. Una intolerancia ciega que bien podría  recordarnos   al   odio   exacerbado  que   se  ali­ mentó por el nazismo contra los judíos.  Así,   Eyal   vive   atrapado   por   unos   senti­ mientos   que   le   han   mantenido   ajeno   a   la  vida, mientras era un ejecutor  del Mossad;  aunque   su   relación   con   los   dos   hermanos  acaba por abrirle a esa otra dimensión hu­ manizadora que hasta ahora no había podi­ do comprender. Además, el modo en el que  Axel   lleva   su   homosexualidad   influirá   en  Eyal para que empiece a concebir y valorar  apropiadamente su naturaleza afectiva (pie­ za clave para recomponer su naturaleza hu­ manizada); de tal modo que, cuando los dos  se despiden secamente en el aeropuerto de  Tel Aviv, sabemos que algo ha cambiado en  ellos. Aunque parece que la misión ha sido  infructuosa, a Eyal le encomiendan que vaya  a Alemania, a Berlín, que averigüe si en la  fiesta de cumpleaños del padre de Axel apa­ recerá el abuelo. Para Eyal volver a Alema­ nia es volver a la tierra de su familia pero, a  su vez, es regresar al hogar. Allí se reencuen­ tra con Axel.  Una  noche,  los  dos  han salido de  copas  por la ciudad, se cruzan con unos travestís  amigos de Axel que tienen un mal encuentro  con un grupo de neonazis.  Eyal  sale en su  defensa. Tras una breve pelea, saca una pis­ tola y les amenaza con matarles si no se lar­ gan.  Curiosamente,  el   joven   liberal  Axel  le  recrimina a Eyal que debería de haberles dis­ parado.   Hay  un  intercambio  de   papeles,   el  despiadado  asesino  duda   y   al   joven   liberal 

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no le hubiese importado matar. El pasado en  los dos gravita con una presencia tan fuerte  que Eyal, con el palestino, y Axel, con los ne­ onazis, mantienen el mismo odio altisonan­ te, el mismo desprecio violento, irreflexivo y  despiadado, que se suspende en la concien­ cia como una pesada losa. Esta situación re­ fleja, de algún modo, cómo “la historia fil­ mada siempre será una reflexión sobre el pa­ sado más personal que la que plantee un tra­ bajo escrito” (Rosentone: 1997: 56).  El   filme   se   convierte,   de   este   modo,   en  una   apoyatura   de   la   tolerancia   frente   al  odio, desde dos perspectivas bien diferentes.  Ya que nos recuerda que la política del na­ zismo   “con   su   doctrina   racial,   favorecía   la  comisión   no   sólo   de   crímenes   tremendos,  sino también”, y ahí radica el mensaje verda­ dero del filme, “de innumerables vejaciones  e injusticias estrechamente vinculadas con el  resquebrajamiento y el colapso de las reglas  éticas”     (Meier,   1987),   como   le   sucede   a  Eyal con el amigo palestino de Axel. De nuevo en el film, Axel invita a Eyal a  la fiesta de cumpleaños; y, entonces, aparece  el denostado abuelo. La sorpresa en Axel es  mayor que en Eyal. Por eso, Pía no quiere re­ gresar a Alemania cuando su hermano le in­ siste. Desea huir del ayer porque no hay for­ ma de enfrentarse a él con naturalidad, ya  que la generación de sus padres disimula la  culpa que tienen de la guerra. Pero esa no­ che algo ocurre que cambia el devenir de los  acontecimientos. A Eyal le encomiendan ma­ tar al criminal, moribundo, pero no tiene de­ seos   de   añadir   otra   muerte   más   sobre   su  conciencia. Esta harto de matar y así se lo  confiesa a Axel. Eso fue lo que le escribió su  mujer en su despedida. Que todos morían a  su lado; pero Eyal es un ser humano que ne­ cesita amar y ser amado. Es Axel quien des­ conecta   las   máquinas,   asesinando   de   esta  manera a su abuelo, quien redime un pasado  del que no se habla en su familia, que prefie­ re negar a aceptarlo en su dureza y fealdad  (Hastings: 2005: 11). Es el propio nieto el 

que hace justicia, de un modo en el que la  historia deje de avergonzarle (Meier: 1987). La propuesta es singular y eficaz, la trama  está urdida no como una reflexión filosófica  sino desde el carácter y la conciencia de los  individuos, lo cual le infunde mayor realis­ mo y una claridad de criterios argumentales  soberbia. Puesto que hay que “reconocer que  existe más de una verdad histórica, o que la  verdad que aporta el medio audiovisual pue­ de ser diferente pero no necesariamente an­ tagónica, de la verdad escrita” (Rosentone:  1997: 41). A fin de cuentas, lo que se habla  es de cómo la memoria cambia de una gene­ ración a otra. Eyal como judío ha dejado de  pensar en el nazismo, frente a su jefe que su­ frió como superviviente para pasar a odiar a  los palestinos, con el mismo afán destructor  de   aquellos   que   tanto   daño   hicieron   a   su  pueblo. Mientras, Axel es el heredero de una  culpa colectiva que desprecia. En ese senti­ do, el filme crea una verdad emocional que  revela cómo sin importar la condición huma­ na, judío, alemán, acabamos por deshumani­ zarnos   cuando   nos   dejamos   atrapar   por   el  odio. En síntesis, como aboga Meier de ma­ nera positiva, “el entendimiento con las jó­ venes generaciones judías es de importancia  capital” (Meier: 1987) El   crítico   Fernando   Gil­Delgado   escribe  sobre ella: “La tercera película de Eytan Fox  comienza con brillantez, la acción transcurre  en Israel, y examina las relaciones con Ale­ mania y la vida en un país en guerra donde  el débil es el palestino. En la segunda parte  domina el aspecto humano, menos logrado  porque resulta artificial, pero no carente de  interés.   Hay   un   largo   viaje   por   Alemania,  muchas   conversaciones,   muchas   tesis   que  discutir. Durante muchos minutos el espec­ tador se pregunta cuál es el tema de la pelí­ cula,   hasta   descubrir   que   no   existe,   todo  consiste en poner codo con codo a un ale­ mán, descendiente  de un asesino nazi, con  un   judío,   descendiente   de   judíos   alemanes  perseguidos   por   los   nazis,   y   descubrir   que  pueden hablarse, pueden ir juntos a Israel y 

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a Berlín, pueden enterrar un pasado que los  separa, y convivir”.  En   la   misma   línea   se   sitúa   la   crítica   de  Galindo: “'Solo el pasado es imposible de cam­ biar'. La frase está en mente desde que la he­ mos visto en el sugerente cartel; pero luego  nos daremos cuenta de que es sólo una de  las   muchas   ideas   que   Eytan   Fox   pretende  trasladarnos con su tercera película, la pri­ mera que llega a España.  Caminar sobre las   aguas traza un camino hacia un mundo más  tolerante,   ridiculizando   el   victimismo   del  pueblo israelí y su actitud hacia una Alema­ nia diferente, con una ácida critica a la parte  machista y retrógrada de la sociedad israelí  mediante machos estereotipados que se de­ rrumban”.

Ficha técnica Israel. 2004. Duración: 104 min. Director: Eytan Fox. Guión: Gal Uchosvky: Producción: Armir Arel, Gal Uchosvky y Eytan Fox. Música: Ivri Lider. Montaje: Yosef Grunfeld. Fotografía: Tobias Hochstein. Intérpretes: Lior Ashkenazi, Knut Berger, Caroline Peters, Gideon Shemer, Hanns Zischler, Carola Regnier.

A modo de conclusión: la pluralidad de las memorias del cine y sus significados El cine crea y gestiona la memoria. Ejerce un balance emocional muy fuerte para el espectador y recoge y sintetiza, como hemos visto, inquietudes sociales del momento, aunque se refieran a hechos pretéritos que,

como señala el historiador Shlomo Sand; “El cine, y posteriormente la televisión, hablan del pasado en presente” (Sand: 2005: 502). Así, dependiendo del punto de vista utilizado, la intencionalidad y la fuerza del argumento, descubrimos diversos grados de memoria y significados que con mayor o menor firmeza colaboran en crear una conciencia social de perdón, culpa, reflexión, conciliación o, incluso, de confrontación entre el pasado y la memoria. La importancia del filme Amén reside en el elemento principal de la tesis, porque observamos cómo el cine sigue posibilitando el convertirse en un vehículo de reflexión y memoria (falseada, aunque no ha de ser siempre así), al integrar elementos inventados y reales que ofrecen cierta credibilidad, y que permiten un cierto compromiso social a la hora de plantear debates históricos. Si bien, no siempre invitan a buscar la verdad sino que la encuentran y es en esta retórica donde fallan. En el caso del cine como metáfora, los elementos ideológicos y visuales se integran mucho mejor al actuar como una reflexión ética, moral e histórica que busca en ello una forma de conversar con el pasado, de integrarlo en una cultura democrática, que nos brinde, además, los mecanismos para superar lastres existentes como se refleja en Caminar sobre las aguas, o busque fórmulas de conciliación, como es el caso de La jirafa. Y, finalmente, queda aquel cine que articula una memoria sujeta directamente al tiempo pasado, que debería de proveernos de mejores claves de reflexión, como sucede en el filme La sentencia, con un juicio más acusado y ponderado de la historia; aunque sea desde un punto de vista no exento de polémica: como el entender el papel jugado por la Iglesia y por qué miles de franceses colaboraron con las autoridades nazis en la deportación de judíos o actuaron como delatores contra sus propios compatriotas. Algo que logra Monsieur Batignole con notable acierto, al enfrentar la memoria social de los

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franceses con el recuerdo de la Francia de Vichy, matizando las claves históricas a las que se apelan constantemente, haciendo del cine un registro histórico emocional que nos invita a valorar causísticamente el porqué de los comportamientos humanos. El cine gestiona, sin pretenderlo implícitamente, la memoria y la posibilita para las futuras generaciones que no alcanzaron a vivir aquellos acontecimientos. Y expresa, así mismo (lo necesita como producto cultural), esa voluntad de hacer memoria que la misma sociedad le demanda para su consumo. Aunque, claro, el cine se ve lastrado en cuanto pretende convertirse en Historia a secas. En el caso del cine de tesis es evidente esa inconsistencia, puesto que se suplanta la intencionalidad y la sugerencia afectiva por la presentación de la verdad. Y en vez de liberar la memoria la empobrece, la limita bajo el prisma de un compromiso social que no atiende más que a la incapacidad de ponderar un discurso reflexivo, y no manipulador, de la conciencia, como cuando se descarga la culpa en la Iglesia católica de su

complicidad con el Holocausto. Sin entender que, en el caso de la Iglesia, no se puede juzgar a toda una institución, en la misma clave que se juzga a un individuo (como se pone de relieve en Amén o La sentencia). Es, por ello, que el cine de ficción más puro como metáfora (Rosenstone: 1997) de la memoria es el que nos brinda y reporta una reflexión más estimable de cómo enfocar el pasado, frente a aquél que quiere hacer Historia, de una manera en la que la imagen queda sometida a la tiranía de la tesis y de una presunta objetividad que debería de ser más interpretativa en lo que corresponde al papel social que desempeña el cine de ficción. El cine es, sin duda, un documento de la Historia en tanto producto social y como tal participa de ella pero no hace la Historia, puesto que esa labor compete a sus profesionales. En suma, hay que reconocer que “al tiempo que privilegia la información visual y emocional, el cine está alterando sutilmente nuestro concepto del pasado” (Rosenstone: 1997).

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