CIUDADES MUERTAS: ESPACIOS URBANOS EN LA LITERATURA Y EL FOLKLORE HISPÁNICOS

CIUDADES VIVAS/CIUDADES MUERTAS: ESPACIOS URBANOS EN LA LITERATURA Y EL FOLKLORE HISPÁNICOS K. M. Sibbald, R. de la Fuente y J. Díaz (eds.) UNIVERSI

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CIUDADES VIVAS/CIUDADES MUERTAS: ESPACIOS URBANOS EN LA LITERATURA Y EL FOLKLORE HISPÁNICOS

K. M. Sibbald, R. de la Fuente y J. Díaz (eds.)

UNIVERSITAS CASTELLAE

COLECCIÓN «CULTURA IBEROAMERICANA». 4

CIUDADES VIVAS/CIUDADES MUERTAS: ESPACIOS URBANOS EN LA LITERATURA Y EL FOLKLORE HISPÁNICOS

UNIVERSITAS CASTELLAE

C o l e c c i ó n «Cultura I b e r o a m e r i c a n a » . 4

Colección «Cultura Iberoamericana»

Edita: Universitas Castellae Apartado 37 Telf. 9 8 3 3 6 0 5 6 9 47080 Valladoüd E-mail: [email protected] Internet: www.universitascastellae.es Fotomecánica: Universitas Castellae ISBN: 84-923156-6-0 D e p ó s i t o Legal: VA. 5 6 3 . - 2 0 0 0 I m p r i m e : G r á f i c a s A n d r é s M a r t í n , S. L. P a r a í s o , 8. V a l l a d o l i d

ÍNDICE

PROLOGO Beatriz de Alba-Koch, AL FILO DE LA MUERTE:LOS PUEBLOS DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN LÓPEZ VELARDE, YÁÑEZ Y RULFO Luis Álvarez Castro. EN TORNO A LA CIUDAD SIMBOLISTA-MODERNISTA: LAS HUELLAS DE RODENBACH EN LA GÉNESIS DE GRANADA LA BELLA. DE ÁNGEL GANIVET Julia Amezúa, EL TÓPICO DE LA CIUDAD DECADENTE EN HOYOS Y VINENT Adja Balbino de Amorim Barbieri Durao, VISIONES DE PARÍS: BAUDELAIRE, DARÍO Y BENJAMÍN José Luis Charcán Palacios, LAS CIUDADES DEL DESASTRE.LA PERCEPCIÓN DEL ENTORNO URBANO FUTURO EN TRES NARRACIONES ESPAÑOLAS CONTEMPORÁNEAS Biruté Ciplijauskaité, ALZARSE DE LA RUINA Fernando de Diego, EL ESPACIO URBANO EN LA CARA DE DIOS DE VALLE-INCLÁN María 1. Duke dos Scmtov.CIUDADES DE VIDA Y CIUDADES DE MUERTE EN LA OBRA DE UN NUEVO MEXICANO Osear Fernández Alvarez, EL FOLKLORE TRADICIONAL DE LEÓN Y SU MARCO URBANO Ricardo de la Fuente Ballesteros. LOS ESPACIOS EXÓTICOS FINISECULARES: EL JAPÓN DE GÓMEZ CARRILLO Shelley Goldsland, PIADOSA EN LA URBE: LA VISIÓN ZENOGANDIANA DE NUEVA YORK Mariluei Guberman, CIUDADES MUERTAS: MACCHU PICCHU, COPAN Y TENOCHTITLAN, MEMORIA VIVA DE LOS PUEBLOS HISPANOAMERICANOS Raquel Gutiérrez Sebastián. LA CIÉNAGA MADRILEÑA: LA IMAGEN DE MADRID EN LAS PRIMERAS NARRACIONES DE JOSÉ MARÍA DE PEREDA Carmen Herrero Vecino, EL COSMOPOLITISMO DE RAMÓN (¡ÓMEZ DE LA SERNA: EL NOVELISTA Cristina Iglesias, LA ITALIA DE MANUEL. DÍAZ RODRÍGUEZ Elena Iglesias Villamcl. ANA OZORES: UN PASEO POR LA CIUDAD Francisco A. Longoria. CAMPO DE LOS ALMENDROS: EL ULTIMO ACTO Claudio Maíz. MERIDIANOS CULTURALES EN HISPANOAMÉRICA. DE PARÍS A SALAMANCA DURANTE EL MODFRNISMO Marina Martin. ESPACIO Y METÁFORA EN JUAN RULFO

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Carlos Mata Induráin. TOLEDO, CIUDAD DORMIDA. EL RETRATO FÍSICO Y MORAL DE LA "IMPERIAL CIUDAD" EN LA NARRATIVA DE FÉLIX URABAYEN Juan Francisco Maura King, CIUDADES EN LAS CRÓNICAS DE INDIAS: EXPEDICIONES A LAS SIETE CIUDADES DE CÍBOLA Eloísa Nos Aldas. ESCOMBROS SOCIALES F.N LA NARRATIVA DE MAXAUB Sonic Núñcz Puente. ANTROPOFAGIA Y LUJURIA: VETUSTA COMO ESPACIO URBANO ORDENADOR EN LA REGENTA DE "CLARÍN".. Carolina Pascual Pérez, ESPACIO INTERIOR Y ESPACIO EXTERIOR EN LA POESÍA DE M. DE UNAMUNO Cristina Patino Eirin. FRAGMENTOS DE EXTERIOR EN EL ESPACIO NARRATIVO DE CARMEN MARTÍN CAITE José Manuel Pedrosa. EL CONDUCTOR DE LA MUJER FANTASMA: GEOGRAFÍAS MÚLTIPLES DE UNA LEYENDA URBANA Tina Pereda. ESPACIOS URBANOS EN INSOLACIÓN DE EMILIA PARDO BAZÁN Félix A. Pérez Pérez. LA CIUDAD VANGUARDISTA: HERMES EN LA VÍA PÚBLICA Consuelo Puebla Isla. EL DETERMIN1SMO AMBIENTAL EN LA NOVELÍSTICA DE ALEJANDRO SAWA Carlos Ramos. CIUDADES EN MENTE: EL DIÁLOGO INTERIOR-EXTERIOR EN FORTUNATA V JACINTA Montserrat Ribao Pereira. CIUDADES ILUMINADAS Y CIUDADES EN PENUMBRA C O M O TELONES DE FONDO EN LOS DRAMAS ROMÁNTICOS ESPAÑOLES K.M. Sibbald. CASTOR Y PÓLUX EN PARÍS: FLÁNERIES GENERACIONALES Marta G. Tomsich. LOS BARRIOS ANTIGUOS DE MADRID Y PARÍS EN LAS MEMORIAS DE PÍO BAROJA Virginia Trucha Mira. TÁNGER, ESPACIO PARA UN MONÓLOGO

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TOLEDO, CIUDAD DORMIDA. EL RETRATO FÍSICO Y MORAL DE LA "IMPERIAL CIUDAD" EN LA NARRATIVA DE FÉLIX URABAYEN Carlos Mata Induráin Universidad de N a v a r r a

DATOS BIO-BIBLIOGRÁFICOS DEL A U T O R Félix U r a b a y e n G u i n d o (Ulzurrun, Navarra, 10 de j u n i o de 1883Madrid, 8 de febrero de 1943) fue escritor y profesor. Cursó sus primeros estudios y la carrera de Magisterio en Pamplona, y ejerció c o m o maestro interino en varios pueblos de Navarra; después, por oposición, obtuvo plazas en Huesca, S a l a m a n c a y Castellón, desde d o n d e se trasladó a Toledo en 1911. En esta ciudad p e r m a n e c i ó hasta 1936 c o m o catedrático de la Escuela N o r m a l de Magisterio, siendo director de la m i s m a desde el año 1932. Su gran amistad con Manuel A z a ñ a le decidió a presentarse a las elecciones de febrero y abril de 1936 y a ocupar un cargo de Consejero de Cultura en el gobierno republicano. Al estallar la guerra civil hubo de trasladarse a Madrid y se refugió en la embajada de Méjico, c u y o representante le propuso una cátedra en su país. R a m ó n M e n é n d e z Pidal y Gregorio M a r a ñ ó n animaron a U r a b a y e n a aceptarla, sin e m b a r g o la rechazó porque no quería a b a n d o n a r España. A principios de 1937 fue destinado a Alicante. Tras su regreso a Madrid fue detenido y p e r m a n e c i ó encarcelado hasta n o v i e m b r e de 1940. En P a m p l o n a pasó los dos últimos años de su vida y escribió su última obra, Bajo los robles navarros, que no alcanzaría a ver publicada'. Félix U r a b a y e n es autor fundamentalmente de obras narrativas, que se dividen en novelas y libros de estampas (en alguna ocasión se definió

' Tomo c s l o s d a l o s d e la e n t r a d a q u e le d e d i c a M i g u e l U r a b a y e n C a s c a n t e , en Gran dia Navarra, vol. XI, Pamplona, Caja de Ahorros de Navarra. 1990, pp. 194-95.

Enciclope-

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c o m o «estampista peripatético»). Seis de sus novelas se agrupan en dos trilogías, una ambientada en la tierra toledana y la otra en el ámbito vasco-navarro, los dos ejes temático-geográficos en torno a los cuales gira toda su producción literaria. Así. Toledo: Piedad(1920, con una 2 . edición en 1925), Toledo la despojada (1924) y Don Amor volvió a Toledo (1936) constituyen la trilogía toledana, en tanto que la navarra está formada por El barrio maldito (1925), Centauros del Pirineo (1928) y Bajo los robles navarros (aparecida de forma p o s t u m a en 1965). Fuera de estos sus escenarios preferidos se sitúan otras dos novelas, La última cigüeña (1921), a m b i e n t a d a en Badajoz, y Tras de trotera, santera (1932), c u y a acción se desarrolla en Madrid en el m o m e n t o del triunfo de la Segunda República. Sus libros de e s t a m p a s son Serenata lírica a la vieja ciudad (1928), Vidas difícilmente ejemplares (1928) y Estampas del camino (1934), mientras que el titulado Por los senderos del mundo creyente (1928) recoge una serie de biografías variopintas, entre las que destacan los acercamientos a las figuras de El G r e c o y de Iparraguirre. Sobre la vida y la obra de este escritor navarro existe un trabajo de conjunto fundamental, el de Juan José F e r n á n d e z Delgado, titulado Félix Uraboyen. La narrativa de un escritor navarro-toledano, al que remito para ampliar detalles". En cuanto a sus novelas, todas ellas presentan unas características c o m u n e s muy destacadas c o m o son el tono ensayístico y la tendencia a la estampa, circunstancias a m b a s que condicionan la estructura de las mismas. En efecto, se trata de piezas narrativas que no presentan demasiada cohesión interna, constituyendo m á s bien una sucesión de cuadros hilvanados sobre todo por la presencia de unos mismos personajes. En cuanto al retrato de estos, p u e d e decirse que por lo general están poco individualizados, pues son tipos representativos de una clase, un grupo social o una profesión. Por lo que hace a su estilo, su sobrino Miguel Urabayen C a s c a n t e ' nos recuerda que estamos ante un «prosista delicado y a m e n o » y un «paisajista primoroso y h o n d a m e n t e lírico», con una expresión m u y cuidada, en la que alcanza una especial importancia su vena humorística e irónica (que llega a veces a la esperpentización de los personajes), i n d i s o l u b l e m e n t e unida a su afán de moralidad, que lleva al autor a criticar los aspectos censurables de la sociedad en que vive. a

T o l e d o . C a j a d e A h o r r o s d e T o l e d o , 1 9 8 8 . A h í se e n c o n t r a r á un a c e r c a m i e n t o al c o n j u n t o d e su o b r a l i t e r a r i a : c i c l o s t e m á t i c o s , e s t r u c t u r a s y t é c n i c a s n a r r a t i v a s , t e m á t i c a , p e r s o n a j e s , t i e m p o y espacios novelescos, lenguaje y estilo... ' ()/>. cil., p . 194.

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T O L E D O EN LA O B R A D E F É L I X U R A B A Y E N Ya h e m o s visto que Toledo ocupa un lugar importante en la biografía de Félix Urabayen, y a que fue la ciudad en la que transcurrió buena parte de su vida. La m i s m a importancia tiene en su obra, pues la «imperial ciudad» se hace presente en ella, de forma continua, tanto en sus n o v e las c o m o en sus e s t a m p a s , y también en obras pertenecientes a otros géneros, c o m o el e n s a y o . «En Toledo nació c o m o novelista, estampista y ensayista», afirma taxativamente Miguel U r a b a y e n Cascante (op. cit., p. 194). A continuación repasaré, m u y b r e v e m e n t e , esa presencia de Toledo en la obra de Félix U r a b a y e n . Por ejemplo, todo su libro Serenata lírica a la vieja ciudad (Madrid, Espasa-Calpe, 1928) está d e d i c a d o a Toledo, ya se trate de la capital, y a de distintos lugares de la provincia. La primera parte, titulada « M e l o d í a urbana», consta de siete capítulos: «La elegía de un galán» (el Tajo, enam o r a d o y gentil, eterno y estéril rondador de la ciudad; es idea presente también en las novelas), « L a trova del surtidor» (el agua de los surtidores entona en Toledo «su trova mudejar injerta en r o m a n c e morisco»), «El canto de las c a m p a n a s » ( U r a b a y e n elogia su «dulzura y renunciamiento, m u y en armonía con el ambiente romántico y evocador de la ciudad»), «La balada del viento» (que tiene toda una «liturgia» en la ciudad castellana), una «Meditación d e v o t a m e n t e artística de la calle del Plegadera» (se evoca esa «callecita de fama deshonesta y sinuosa andadura» d o n d e el toledano puede gustar «las peligrosas dulzuras del a m o r j o r n a lero»), «La agonía tragicómica del viejo Z o c o d o v e r » y «Peregrinos y j u g l a r e s que aún vienen al viejo zoco» (estos dos últimos d e d i c a d o s a la plaza del m e r c a d o ) . En la s e g u n d a parte, « M e l o d í a rural», U r a b a y e n describe pueblos y paisajes toledanos c o m o Polán, Hontanar, «El risco de las Paradas», Illescas, Ugena, Cubas de la Sagra, A l m o n a c i d , C o n suegra... La otra obra de este estilo, Estampas del camino (Madrid, EspasaCalpe, 1934), incluye en su parte primera diversas « E s t a m p a s toledan a s » , a saber: «El solar de las santas leyendas» (sobre la del Santo N i ñ o de La G u a r d i a ) , « R o m a n c e de los montes» (sobre el Santo Cristo de Urda), «Balada agridulce de un pueblo ejemplar. Navalucillos», « R e s ponso ante la t u m b a de un gran cardenal» (se refiere a la t u m b a del cardenal Tavera, en el Hospital de Afuera, en Toledo), « C a m i n o de Talavera», «Talavera la venerable», «Bajo la sombra poética del Castañar», 4

L a p a r t e s e g u n d a , « E s t a m p a s d e m i r a z a » , e s t á d e d i c a d a a la t i e r r a v a s c o - n a v a r r a , el o t r o g r a n eje t e m á t i c o y g e o g r á f i c o d e su o b r a . J

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«Bajo la sombra histórica del Castañar», « G r a n d e z a y p o d r e d u m b r e de una fosa» (sobre Ocaña), «Plegaria de la tierra llana» (sobre Ajofrín, Fonseca, Orgaz, Mora y otros pueblos de los alrededores), « L a a l a m e d a pagana de Méntrida», «Porque todo ha de p a s a r . . . » (a propósito de la romería al Cristo de la Vega reflexiona el autor sobre el estado de una Castilla moribunda, cuyos restos guarda Toledo; y escribe: «Castilla no es una mujer. Es el espíritu atormentado de todas las razas que contribuyeron a crearla», p. 146); también en «La oración del vencido» insiste Urabayen en presentar moribunda la ciudad de Toledo (cfr. la p. 156); cierran la serie de estampas toledanas las tituladas « Q u i m e r a s nocturnas» (una visión de la ciudad en una noche de luna) y «Bajo el azul metálico de Gredos». En varias de ellas se apunta y desarrolla la idea de que Toledo es trasunto de Castilla y aun de España entera (cfr., por ejemplo, la p. 165), y la contemplación de su presente estado de decadencia sirve tanto para hacer evocaciones sobre su glorioso pasado histórico c o m o para reflexionar acerca de su futuro. Por lo que respecta a obras de tono ensayístico, hay que recordar que Félix Urabayen escribió un amplio estudio titulado Cómo han visto Toledo v su paisaje algunos escritores del siglo XIX. Para centrarme ya en las tres novelas a m b i e n t a d a s en Toledo, citaré unas palabras de Juan José Fernández D e l g a d o que resumen su importancia y sus características principales: ...podemos afirmar que en la trilogía toledana Urabayen se revela como excelente novelista que logra fusionar absolutamente el elemento simbólico con lo simbolizado: el tañido de las campanas, la tristeza del paisaje y el aspecto mutable e inaprensible, se plasman en su integridad y de forma exquisita en la mujer que les simboliza; además se nos presenta con enormes dotes para la crítica, y poseedor de acrecentadas cualidades para la observación del entorno social, y con un amplio poder evocador de ambientes pretéritos y un lenguaje clasicista acorde con esos ambientes novelescos. Desde su presente interpreta la historia de Toledo como justificante de su momento actual y, a través de ella, la historia de Castilla. [...] A su vez, la ciudad, erigida en protagonista, es tratada en su forma real y social y también simbólica, e intuida como capaz de generar el hombre salvador de España. Su figura, su color y sus sonidos; el abrazo eterno y estéril con el Tajo, los cigarrales y alrededores, fundido todo con evocaciones de tiempos y personajes pretéritos que dejaron huella en el ciudad, están tratados con tal maestría que hacen de Urabayen intérprete sin par del paisaje, de la vida y del alma de Toledo (op. cit., p. 114). De las tres novelas dedicadas a Toledo, voy a centrar mi análisis en la

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tercera, que viene a ser un c o m p e n d i o temático y estilístico de toda la trilogía, c o m o y a destacó F e r n á n d e z D e l g a d o . En efecto, m u c h a s de las ideas e x p u e s t a s en Toledo: Piedad (1920) y en Toledo la despojada (1924) reaparecen y hallan su culminación expresiva en Don Amor volvió a Toledo (1936). En la primera y a se apuntaba una cuestión básica en el p e n s a m i e n t o de Urabayen, la idea de que Vasconia debía fecundar a Castilla o, en general, el Pirineo a España (cfr. las pp. 76, 82, 312, 343 y ss.). También se p l a s m a b a ahí la imagen de una Toledo, si no muerta, por lo m e n o s aletargada, s u m i d a en profundo sueño (véase, especialmente, la p. 329). Si en ella las ideas regeneradoras de Urabayen encuentran c o m o cauce de exposición la autobiografía del navarro Fermín Munguía, en Toledo la despojada el planteamiento fundamental vendrá dado por la identificación de la ciudad con el personaje de la Diamantista, mujer a m a d a por varios personajes (las «larvas») que, lejos de fecundarla y hacerla fructificar, colaboran a su ruina y destrucción. En Don Amor volvió a Toledo U r a b a y e n retomará esta técnica simbólica de la identificación entre la ciudad y una mujer, en este caso Leocadia, de la que se narran sus sucesivos a m o r í o s , que culminarán con un fracaso c o m p l e t o de sus posibilidades de salvación.

LA C I U D A D EN DON AMOR

VOLVIÓ A

TOLEDO

En el caso de esta novela (Madrid, Espasa-Calpe, \936 ), c o m o en otras del autor, no se puede hablar propiamente de un a r g u m e n t o . El tono ensayístico, la introducción de estampas paisajísticas, la evocación de hechos y personajes históricos o literarios (a veces con digresiones que ocupan varias páginas) rompen el hilo del normal desarrollo narrativo y remansan la acción, que se ve disgregada en cuadros sucesivos ligados, eso sí, por la presencia de unos personajes c o m u n e s . La obra consta de un prólogo (muy importante, porque en él el autor explícita las claves para la interpretación simbólica de la novela y de sus personajes') y dos >

* L l e v a u n a n o t a a c l a r a t o r i a : « S e t e r m i n ó e s t a o b r a el m i s m o d í a e n q u e e s t a l l ó en L s p a ñ a la i n t e n t o n a f a s c i s t a . El a u t o r n o ha q u e r i d o t o c a r ni u n a línea d e l o r i g i n a l , a u n s a b i e n d o q u e lo q u e fueron a u d a c i a s a y e r s e r á n i n g e n u i d a d e s m a ñ a n a » . Y tina c i t a d e F e r n a n d o del P u l g a r , a m o d o d e l e m a : « ¿ Q u é diré, pues, Señor, de aquella noble cibdad de Toledo, d o n d e chicos c m a y o r e s todos viven u n a v i d a b i e n triste e d e s v e n t u r a d a ? . . . » ' O t r a d e las f u n c i o n e s d e l p r ó l o g o ( p p . 11 - 1 7 ) es e x p l i c a r el t í t u l o d e la n o v e l a : al p r i n c i p i o del m i s m o a f i r m a U r a b a y e n q u e u n a v e z v i n o d o n A m o r a T o l e d o , en t i e m p o s del A r c i p r e s t e d e H i l a , v le e c h a r o n d e la c i u d a d , c o n c l u y e n d o q u e « D e s d e e n t o n c e s T o l e d o es u n a c i u d a d j u b i l a d a p o r D o n A m o r » ( p . 13). Y al final, t r a s r e c o r d a r q u e la e s t r e l l a d e t o d a s las c i u d a d e s v i e j a s e s V e n u s , n o s d i c e q u e d o n A m o r — q u e e s y a c i n c u e n t ó n — h a r e g r e s a d o a T o l e d o , e n p l e n o s i g l o X X . y se ha r e f u g i a d o en el c o r a z ó n d e u n a m u j e r , L e o c a d i a M e t i e s e s , d e los M e t i e s e s d e O r g a z .

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partes. La primera, «La terrible familia de los Meneses», sirve para presentar a los protagonistas, los tres h e r m a n o s M e n e s e s y Leocadia, más los tres primeros pretendientes de la j o v e n . La s e g u n d a parte, « L a última aventura», está centrada en la figura del ingeniero Lorenzo Santafé, que puede convertirse, gracias a su amor, en el salvador tanto de Leocadia c o m o de Toledo. Las dos ¡deas centrales desarrolladas en la novela son el despojo artístico de la ciudad y la imposibilidad de la recuperación de su estado de deterioro por la falta de industrialización. En este sentido, los personajes de los tres hermanos M e n e s e s son claramente simbólicos; Inocente, el capellán, representa a la Iglesia; Daniel, el padre de Leocadia, es militar y simboliza al ejército; en fin, el tercero, Sebastián, el arquitectoc h a m a r i l e r o , es una de las «larvas» i m p r o d u c t i v a s q u e c o n t r i b u y e n poderosamente al expolio de los tesoros de la ciudad. Los tres forman parte de las fuerzas inmovilistas, retrógradas, incapaces de adaptarse a las nuevas situaciones y de dar entrada a ideas m o d e r n i z a d o r a s . Ya en el prólogo Urabayen caracteriza a Toledo c o m o una ciudad vieja, cargada de historia y que destila el a r o m a de las ciudades vetustas. Es precisamente ese peso de su pasado histórico que tiene que soportar el que la ha dejado en un estado de decrepitud y somnolencia. Toledo aparece, en efecto, c o m o una ciudad m o r i b u n d a y vencida por el peso de los recuerdos: Ciudad vieja; ciudad celestina h e c h a para el a m o r t a p a d o de clérigos y seglares, con sus callados entresijos de plazoletas y sus callej o n e s a m o r i s c a d o s y s o l e m n e s , Toledo g u a r d a en una sola de sus arrugas la historia de veinte c i u d a d e s j u n t a s [...] P r e c i s a m e n t e por ser tan vieja n u n c a pasará de m o d a . Toledo es historia y no gesto ocasional. Envuelta en un paisaje de desaliento, presa entre c u m b r e s cortadas v e r t i c a l m e n t e y rocas c a p a c e s de a g u a n t a r el e m p u j e de los m o d e r n o s P r o m e t e o s , la ciudad d u e r m e un s u e ñ o a g i t a d o por convulsiones de angustia, pesadillas de e p o p e y a y h e d o r e s m a l s a n o s destilados por la a g o t a d o r a roña de sus r o d a d e r o s (pp. 14-15).

U r a b a y e n m e n c i o n a las tres v i r t u d e s q u e serían n e c e s a r i a s para sacarla de ese estado de sopor y decadencia: «Escuelas, ríos y árboles» (p. 16), si bien añade inmediatamente que carece de ellas tres. La segunda gran ¡dea expuesta en el prólogo — u n o de los pilares sobre los que se sostendrá luego la identificación con L e o c a d i a — es la presentación de la vieja ciudad c o m o una mujer que ha tenido algunos 7

L a i d e n t i f i c a c i ó n e n t r e c i u d a d y m u j e r c o r t e j a d a t i e n e h o n d a s r a í c e s , e s p e c i a l m e n t e e n las liter a t u r a s o r i e n t a l e s . R e c u é r d e n s e t a m b i é n , p o r e j e m p l o , los v e r s o s del r o m a n e e : « S i tú q u i s i e r a s , Ciranada, / contigo me casaría...», etc.

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a m a n t e s fieles y m u c h o s a d m i r a d o r e s « m á s o m e n o s dispuestos a explotarla»; los tres a m a n t e s verdaderos han sido el g o d o , el árabe y el j u d í o , pueblos que la a m a r o n de verdad y contribuyeron a su ornato y esplendor; en c a m b i o , los a d m i r a d o r e s circunstanciales y externos han sido los r o m a n o s , los cristianos, los artistas que la han reflejado de forma esporádica... A continuación estructuraré mi c o m e n t a r i o en cuatro apartados: en primer lugar, esbozaré el retrato físico que de la ciudad ofrece U r a b a y e n en esta novela; en s e g u n d o lugar, trazaré el retrato moral de Toledo y sus gentes; hablaré luego de las e v o c a c i o n e s de tipo histórico-literario; y, en fin, c o m o aspecto m á s interesante, m e detendré en la identificación entre Leocadia y la ciudad de Toledo, la mujer de carne y la mujer de piedra. E L PAISAJE DE TOLEDO C o m o y a anticipaba, U r a b a y e n es gran paisajista, y en el desarrollo de la novela describe con acierto los pintorescos lugares de la ciudad, las vistas del paisaje circundante, etc. El narrador siente y nos hace sentir el dolor de las heridas visibles en la piel de la ciudad, sus ruinas (p. 31); describe el tañido de sus innumerables c a m p a n a s (por ejemplo, en la p. 90); m e n c i o n a la c o s t u m b r e de los paseos por el Tránsito, la «estufa toledana», con sus vistas de San Cristóbal, la Vega Baja, Buenavista, los c i g a r r a l e s . . . (pp. 85-86), sin olvidar una alusión a los n u m e r o s o s turistas que recorren la ciudad. G r a n importancia adquiere su visión del río Tajo (pp. 86-87). La vieja Toledo aparece c o m o un remanso de paz y de arte que está sufriendo los efectos devastadores de la piqueta y de las e m p o b r e c e d o r a s r e c o n s t r u c c i o n e s c o n ladrillo ( p . 8 8 ) . La idea — expuesta por el c a p e l l á n — es que debería construirse una ciudad nueva, en vez de destrozar la antigua de forma tan tosca. A veces U r a b a y e n se detiene a pintar el crepúsculo toledano: «En el oro de la tarde Toledo e m p e z a b a a sumergirse en deleite místico» (p. 90), para recrearse a continuación con el p a n o r a m a de San Servando y el valle (p. 91). U n a nueva descripción p a n o r á m i c a de Toledo la encontramos en las pp. 102-103, c u a n d o el narrador c o m p a r a sus atardeceres y sus a m a n e c e r e s . También nos habla U r a b a y e n de los privilegiados rincones de Toledo para el a m o r (p. 106). La introducción del pintor Gaitán sirve para reflexionar s o b r e el color de Toledo y «la interpretación simbólica de la ciudad» (p. 117); la conclusión es que no hay un pintor de Toledo, porque se trata de una ciudad inaprensible en su totalidad. En el capítulo V de la s e g u n d a parte leemos: «Toledo posee el silencio heroico, la soledad indispensable que ha de a c o m p a ñ a r a toda creación

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artística» (p. 187 ), y el narrador se explaya en una evocación de sus casas llenas de sol, su silencio y s o s i e g o . . . 8

EL RETRATO MORAL DE LA CIUDAD Desde el principio Urabayen retrata a Toledo c o m o una «ciudad clerical», anclada por su mal en el pasado, intransigente e hipócrita: «En Toledo la Iglesia lo engulle todo: la vida y la muerte. C u a n t o m á s inmoral una ciudad, más católica aparece; a m a y o r n ú m e r o de pecados, m a y o r número de confesores que absuelvan» (p. 107). Es una ciudad tradicional, d o m i n a d a por las fuerzas vivas, de carácter neo-católico, a las que califica de «hordas prehistóricas», « d ó l m e n e s » y «fósiles»: «Toledo es la ciudad de las m o m i a s » , añade. A b u n d a en leyendas y habladurías, y ni la más mínima intimidad resulta posible, porque «en Toledo se sabe la vida y milagros de todo el m u n d o » (p. 158). « N a d a hay más inmoral que la moral toledana», se afirma, y también que sus gentes gustan del morbo y de la murmuración: En Toledo hay s i e m p r e a m b i e n t e propicio para a c o g e r t o d a s las m o n s t r u o s i d a d e s por inverosímiles que p a r e z c a n , c o m o si el incesto, el e s t u p r o y otras a b e r r a c i o n e s i n v e n t a d a s por c e r e b r o s e n f e r m o s o d e g e n e r a d o s fuesen c o s a s naturales, d e s c u b i e r t a s para a p i c a r a r el c o m a d r e o en las tediosas horas tardecinas (p. 116).

También la presenta c o m o ciudad a d o r m e c i d a a fuerza de oraciones (p. 174); la paloma Tolaitola es una ciudad levítica, inamovible, que Santafé c o m p a r a con la Jerusalén j u d a i c a (la Catedral sería el T e m p l o de Salomón). Otro de los asistentes a la tertulia opina: « E s a s dos fortalezas, Catedral y Alcázar, son un asilo de forasteros. Toledo es un peñón, una prisión atenuada, donde vivimos parasitariamente curas, militares y ciudadanos sin graduación» (pp. 190-91). Una de las grandes preocupaciones de Urabayen es el despojo artístico de la ciudad, que sufre las continuas rapiñas de los chamarileros sin escrúpulos, aquí representados por Sebastián M e n e s e s : éste dice sentir un a m o r proverbial a Toledo, y sin e m b a r g o se vale de su condición de arquitecto de la Diputación y del Ayuntamiento para sacar pingües beneficios en sus negocios de más que dudosa licitud. Él es el m á s señero representante de toda una banda de «caballeros intachables» que venden c o m o si fueran bagatelas los tesoros de la ciudad, convirtiéndola en «Toledo la despojada» (p. 40).

En o t r o m o m e n t o se h a b l a d e la p l a z a d e las C a p u c h i n a s , d o n d e v i v e el c a p e l l á n , c o m o « ú l t i m o r e d u c t o a r t i s t i c o q u e g u a r d a el s a b o r e c l e s i á s t i c o d e Toledo» ( p . 4 5 ) .

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HISTÓRICO-LITERARIAS

Aquí y allí se ofrecen apuntes o, a veces, digresiones m á s largas sobre diversos personajes y hechos relacionados con la ciudad. Por ejemplo, a propósito de los negocios de confitería de los G a r r i d o , se habla por extenso de los gremios y de las escasas fábricas. En sus viejas callejuelas t o d a v í a p u e d e n vislumbrarse las sombras de n u m e r o s o s personajes ilustres (literatos, artistas...) que vivieron en ella, y el narrador va desg r a n a n d o parcialmente el pasado histórico y artístico de la ciudad. Se explica, por ejemplo, que la historia de Castilla es la de la ciudad (pp. 124-25). En el capítulo I de la segunda parte se insiste en ese abolengo artístico y literario de Toledo: «Y es que la H u m a n i d a d no ha tenido más que dos Toledos: uno, el actual, y otro, anterior a Cristo, que se llamaba Atenas» (p. 144). C u a n d o se recuerda que apenas existe la industria en esta «Sión chismosa y beata» (Urabayen habla de «virginidad industrial», p. 144; Toledo fue siempre m á s bien «orfebrería de oficios y escuela de pulimentos y primores», p. 150), se introduce una extensa digresión sobre las ordenanzas municipales, sobre los c a m b i o s operados con Juan II, la decadencia en el siglo X V I , los g r e m i o s , etc., a p o y á n d o s e en la autoridad del historiador Martín G a m e r o . «La Atenas española se niega a someterse a las leyes naturales de la conservación. Prefiere morir a transformarse» (p. 151), apostilla el narrador. «Y por su mala ventura sucedió un d í a . . . » . Este proceso de d e c a d e n c i a progresiva se hace patente también en la identificación entre Toledo y Leocadia, que analizo a continuación. L A IDENTIFICACIÓN ENTRE T O L E D O Y LEOCADIA

Leocadia es la hija de Daniel, uno de los tres h e r m a n o s M e n e s e s . Al morir pronto su madre, fue e d u c a d a en un ambiente de tolerancia y despreocupación, de forma que ha podido formar una personalidad propia, un carácter enérgico e independiente. El rasgo m á s destacado de esta j o v e n es su hermosura: Pero la belleza de L e o c a d i a rendía a propios y e x t r a ñ o s , sin q u e n i n g u n o acertase a definir d ó n d e estaba el origen de a q u e l l a atracción i n e x p l i c a b l e . Para u n o s era su palidez de flor semita, s i e m p r e e n c e r r a d a en el g h e t o ; para otros, el e m p a q u e señorial y castizo a la par, la a r r o g a n c i a y gallardía de su figura; éstos habían s o r p r e n d i d o el secreto de su e n c a n t o en el detalle; a q u é l l o s , en el contraste de las facciones perfectas sobre el fondo de la piel infantil ( p p . 2 8 - 2 9 ) .

La identificación con la ciudad se subraya en estas primeras páginas de la novela merced a la alusión al color verdoso de sus ojos, «tan maravillosos y c a m b i a n t e s c o m o las aguas del Tajo» (p. 29). Su condición de

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mujer hermosa y rica le hace tener mil admiradores, pero lejanos, de forma que ha llegado a los veintitrés años sin una sola declaración a m o r o sa, precisamente porque despierta d e m a s i a d o s deseos. Todos la admiran de lejos, c o m o adoradores platónicos: « N a d a de acercarse al ideal», comenta el narrador (p. 30). C u a n d o se habla, en tono lírico, de que Toledo llora su viudedad de emperatriz, esta circunstancia permite una nueva identificación entre ambas: Y pensaba Leocadia que aquella riqueza y hermosura de Toledo, tan ponderadas por todos, eran como ella misma, una lápida magnífica puesta sobre su corazón, bajo el cual, hondo, soterraño y silencioso, corre un río arrastrando una pena muy antigua... (p. 31). La acción de la novela comienza propiamente al final del capítulo III, cuando Daniel y Sebastián visitan a su h e r m a n o sacerdote, Inocente, para tratar de un asunto grave, los amoríos de Leocadia, c u y a exposición se pospone al capítulo cuarto: ocurre que la m u c h a c h a tiene un a m a n t e , Serafín, el chico de Santiago Garrido, un plebeyo enriquecido. La desigualdad social entre Leocadia y el m u c h a c h o (descrito c o m o tonto, guapo y rico) no puede ser tolerada, porque «Leocadia es el fruto refinado de muchos siglos de civilización. Han hecho falta cientos de generaciones para producir esta flor de galanía en la que se j u n t a n la gracia agarena, la majestad romana, la pureza helénica, la esbeltez j u d í a y el atractivo picante de la mujer moderna» (pp. 63-64). N ó t e s e c ó m o los rasgos aplicados a la m u c h a c h a son extensibles a la ciudad de Toledo. El capítulo V está dedicado a la descripción de Serafinito, m u c h a c h o consentido que no ha estudiado ninguna carrera y que se considera poeta, eso sí, con unas faltas de ortografía garrafales; el narrador lo presenta c o m o un «hortera injerto en periodista» (p. 73) que tiene la osadía de entrar a saco en la ciudad y en Leocadia. Leocadia no quiere casarse con él: está cansada de amores de lejos, pero el candidato que le ofrecen es tonto y no lo acepta, afirmando que preferiría ser monja. Así las cosas, el padre o los tíos de la m u c h a c h a la a c o m p a ñ a n siempre, constituidos en «escuderos permanentes de la virtud familiar» (p. 85). Ella es quien, en uno de sus paseos, establece la relación entre el paisaje de Toledo y su propia persona: En lo hondo de aquel barranco rugía el Tajo; en lo alto el monte albeaba un santuario entre calveros pajizos y peñascos desgarrados. Una barrera de olivos en actitud orante velaba el reposo letárgico de los abandonados cigarrales. El brujo ensalmo de tanta ruina turbaba el espíritu de Leocadia. Frente a frente de estos pingajos rurales, arrugados y sucios, trascendiendo a vejez y muerte, como sudario de

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agonizante, se afligía, cerraba los ojos y sentía ganas de llorar. Parecíale asistir al espectáculo de su propia vejez y no lograba serenarse hasta que, de vuelta en casa, el espejo le devolvía la imagen de su juventud (pp. 86-87). C u a n d o los otros h e r m a n o s están ausentes, es su tío Inocente, el cura, quien la tiene a su cargo, haciéndola sufridora de sus pesados discursos eruditos. Leocadia, que parece una diosa entre ruinas de un t e m p l o pagano (p. 91), c o m e n t a con su tío el despojo de la ciudad y opina que, si siguen d e s a p a r e c i e n d o sus tesoros al m i s m o ritmo, pronto no quedará nada en Toledo, a lo que reponde el sacerdote: No lo creas. En Toledo hay algo que sobrevivirá a todas las rapiñas y vandalismos indígenas y extraños. Su secreto no está en los monumentos, ni en la riqueza de los templos, ni siquiera en su luz, como suponen los pintores, ni en su pasado, como pretenden los novelistas. Está en la entraña de la ciudad, fecundada por tres razas viejas y artistas que pusieron en ella lo mejor de su espíritu y no se resignan a abandonarla. Desde más allá de la muerte velan su letargo y ahuyentan de sus puertas al espíritu malo del progreso, enemigo de la poesía y de la historia. Toledo pertenece a las sombras, a los fantasmas, a las evocaciones y a la tradición. Por eso es estéril. Sigue entregándose un poco a todos: al artista, al viajero, al literato, al hombre vulgar. Cada cual piensa poseerla íntegra, pero ella guarda su secreto y resbala sobre el amor de todos. Porque sabe que el día en que ese amor sea verdadero y fecundo está condenada a morir... (pp. 93-94). En estas palabras se anticipa el final de Leocadia y de la novela: cuando ésta encuentre un a m o r verdadero, vivificador, el del ingeniero Santafé, morirá. A partir del capítulo VIII se introduce al segundo pretendiente de Leocadia, el pintor Fernando Gaitán, h o m b r e de unos treinta años que ha regresado tras una larga ausencia. En este punto se intensifica la identificación Leocadia=Toledo, pues Gaitán encuentra a las dos magníficas; al pasar j u n t o a la m u c h a c h a , el «insinuante y sensual» pintor la envuelve en una mirada «punzante de deseo y de admiración», mientras ella enrojece; y añade el narrador: Y al pintor le recordó la ciudad tal como la viera la víspera en la hora crepuscular: acostada entre nubes lechosas y blandas, encendida por la llamarada de un sol anaranjado y violento que se obstinaba en velar el parpadeo de las estrellas sobre el verdeazul profundo y sensual del río... (pp. 96-97).

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Leocadia se prenda de Fernando: le parece «galán, magnífico y soñador», es elegante, tiene conversación, y a m b o s inician su idilio en casa del cura'. Daniel da por bueno a este novio, que es pobre pero hidalgo. Sin embargo, muere el padre de Leocadia, y ella, encerrada en un voluntario aislamiento, c o m i e n z a a sentir desvío por Gaitán. Ahora es el pintor quien insiste en la imagen de la ciudad c o m o mujer con varios a m a n tes: «Yo he c o m p a r a d o a Toledo con una mujer inconstante: se ha d a d o a todos un poco, pero ninguno la ha hecho suya por c o m p l e t o » (p. 117). Gaitán quiere casar con Leocadia, pero ella se muestra «tan incomprensible c o m o la ciudad» (p. 121). Al final, el pintor h u y e a Portugal, escribiendo una carta a Leocadia en la que le pide perdón. De esta forma desaparece el segundo pretendiente. Sin embargo, la marcha al cigarral de Leocadia y su tío Inocente va a dar ocasión para un tercer amorío. En el capítulo XI c o n o c e m o s al ceramista andaluz Matías Olivares, que instala su horno cerca de casa de Leocadia. La vecindad hace nacer en él una atracción morbosa, y Matías se transforma en un fauno al acecho de su presa femenina en su cubil; un día de tormenta la fascina con su mirada y, tras una lucha primitiva, «la había poseído en un arranque de audacia» (p. 136). C o m o su negocio va mal, casarse con la rica m u c h a c h a es una solución a sus p r o b l e m a s e c o n ó m i c o s . Pero ella ha resuelto que no se casa, y Matías Olivares termina también por marcharse de la ciudad. La parte segunda, «La última aventura», introduce la figura de Lorenzo Santafé, una nueva posibilidad a m o r o s a para Leocadia: es la mejor de todas, pero fracasará por la oposición del a m b i e n t e . El capítulo I indica que la ciudad prefiere morir a transformarse, y eso m i s m o va a pasar con la mujer. Un día de marzo aparece Santafé en el casino: se trata de un ingeniero de Cuenca, soltero y rico, de ideas progresistas y modernizadoras (lee El Socialista), que tendrá que oponerse a las fuerzas vivas" , formadas por «los más conspicuos vagos de la población» (p. 155). El m u c h a c h o queda e n a m o r a d o de Leocadia, y también p r e n d a d o de la ciudad. Santafé viene a desviar el Tajo, lo que supondrá posibilidades de industrialización; su plan hidráulico podrá salvar a Toledo, ciudad encerrada en sí m i s m a (p. 159). Se trata de sacar provecho integral del río, consiguiendo electricidad y tierras de regadío: «Basta de roña histórica y de nostalgias sentimentales» (pp. 164-65). Pero sus ideas de progreso 1

« L a s r u p e s t r e s e s t a n c i a s del c a p e l l á n d e c o r a r o n el n u e v o s o n e t o e r ó t i c o , s i r v i e n d o d e d i s c r e to e s c e n a r i o en e s t a s e g u n d a s a l i d a d e L e o c a d i a p o r los a l e g r e s c a m i n o s d e V e n u s » ( p . 1 0 5 ) . L o r e n z o S a í n a t e n o s r e c u e r d a i n m e d i a t a m e n t e al i n g e n i e r o P e p e R e y q u e a c u d e a O r b a j o s a en Doña Perfecta, d e P é r e z ( i a l d ó s . L n e s a n o v e l a el s a c e r d o t e c o n el q u e c h o c a s e l l a m a b a d o n I n o c e n c i o , m i e n t r a s q u e a q u i el c a p e l l á n e s d o n I n o c e n t e . N o p a r e c e q u e s e a c a s u a l i d a d , p u e s n i n g u n o d e e s t o s p e r s o n a j e s e c l e s i á s t i c o s t i e n e n a d a d e ¡nocente e n el d e s e n l a c e d e las r e s p e c t i v a s a c c i o n e s .

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van a topar con la resistencia de los inmovilistas. C u a n d o le reprochan que con sus proyectos se perderá la Toledo histórica y legendaria, c o m para a la ciudad con una mujer estéril: ¿Y a mí qué? ¿Es mi papel acaso velar por el pasado? Allá los artistas, los eruditos, los literatos, los poetas. Que la conviertan en museo o que la dejen morir. Toledo es una mujer estéril que no conoce todavía el amor, porque el Tajo, su rondador eterno, no se ha cuidado de fecundarla. La época de los trovadores pasó hace muchos siglos. Será muy romántico rememorarla. Pero cuando la Humanidad esté de vuelta de todas las posibilidades (p. 165). Toledo c o m e n t a la futura boda, y la propia m u c h a c h a acepta esta vez a su pretendiente. Sin e m b a r g o , su tío, el capellán Inocente, será uno de los principales opositores de Santafé: dice que es un aventurero, «un capitán de industria», y o p o n e la tradición y la historia a sus ideas de progreso: «¿Y los siglos, no son nada? ¿Y la Historia? ¿ Y la tradición? C a m biar a Toledo es una blasfemia que, si no las leyes h u m a n a s , la Providencia divina se encargará de castigar» (p. 169). Para él esa boda será la desgracia de L e o c a d i a y de la c i u d a d " . Leocadia, c o m o Toledo, ha sido a m a d a por todos sus pretendientes y por ninguno, y ella m i s m a lo explícita: He creído ser amada muchas veces y otras tantas fui defraudada en lo más hondo de mis sentimientos. Desde muy niña me adularon, me consintieron, me divinizaron todos: artistas, literatos, vividores, forasteros. He sido la musa de hombres de genio y de hombres vulgares que creían amarme y a los que procuré amar. A todos me di un poco, buscando de buena fe el amor íntegro, el verdadero amor. No lo hallé en ninguno. Todo era palabrería, literatura, ambición de medro a mi costa. Todos pensaron en sí mismos; ninguno pensó en mí. Amores de artista que huyeron un día por la puerta de Bisagra para no volver jamás... (p. 170). Solo el a m o r de Santafé puede ser fecundo, pero la aversión del cura hacia el ingeniero se c o n v i e r t e en odio profundo. Siguen c o r r i e n d o rumores de que pretende cambiar y destruir el Toledo artístico (p. 171) y halla una atmósfera contraria entre las fuerzas vivas («vivas por un milagro de la Providencia», p. 172) de la c i u d a d . El ingeniero se da cuenta 12

N ó t e s e la n u e v a i d e n t i f i c a c i ó n d e a m b a s e n la p. 1 7 0 . igual q u e en o t r o s m o m e n t o s : t o d o lo q u e se d i c e d e la c i u d a d e s a p l i c a b l e a la m u j e r , y v i c e v e r s a . " J u g a n d o del v o c a b l o se a ñ a d e q u e S a n t a f é t i e n e q u e v e n c e r «la r e s i s t e n c i a m u e r t a d e las fuerzas vivas» (p. 173). 1

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de que el Tajo ronda la ciudad, pero no la fecunda (pp. 173-74). Leocadia, desquiciada de los nervios, cada vez está más violenta y da signos de la locura latente en la familia de los M e n e s e s . Santafé quiere ser dueño de la mujer y la ciudad. El cura, por su parte, hace propósitos de salvar conjuntamente a Toledo y a Leocadia, la mujer de carne y la mujer de piedra, aunque tenga que matar o morir para ello: No. Ni la ciudad ni la mujer podrían pertenecer a un forastero. Eran suyas, de la Iglesia, de quien las vio nacer, de quien las amó sin deseo impuro, ni carnal, ni codicioso. El capellán las había amado a las dos por sus pecados, por sus errores, por su largo historial de buenas mozas que mantuvieron encendido el fervor devoto de cien razas venidas para ofrendarla sus joyas más preciadas. Las amaba por el sosiego cristiano de su voz cariciosa y por la avaricia semita de sus encantos escondidos. Amaba la piel moruna de la mujer de carne y de la mujer de piedra. Miraba hacia atrás, y al mirar soñaba (p. 177). Leocadia había tenido hasta entonces tres amantes, igual que las tres civilizaciones que hicieron grande y bella a Toledo, sus tres a m o r e s : Los amores, como las civilizaciones, dejan siempre huellas imborrables; no hay necesidad de perpetuarlas en leyes humanas. Tres pasaron por Toledo, ninguna la dominó en absoluto. Tres amores intentaron dominar a Leocadia; de todos supo liberarse a tiempo. Y yo te digo que, a pesar de los pesares, la mujer más cercana a Dulcinea es mi sobrina. Ella y Toledo son lo más romántico del mundo (pp. 180-81). Para Inocente, Santafé es un picaro, y hay que expulsarlo de Toledo, c o m o si fuera el maligno (pp. 181-82). A propósito de sus ideas para traer agua limpia, que mejorará la salubridad de la ciudad, c o m e n t a el capellán: Para morirse en Toledo, nos basta la suciedad espiritual [...]. Toledo es una ciudad interiormente podrida por la roña árabe, la lepra judía y la sarna goda. Su única liberación es acercarse a la Iglesia. ¿Por qué se salvó Toledo en la antigüedad? Porque se hizo cristiana. Mientras Leocadia no se aleje de mí habrá esperanzas de salvarla (p. 182). Para el capellán, la Belleza, la Historia y la T r a d i c i ó n (así, con mayúsculas) van unidas al Arte, y están reñidas con la M o d e r n i d a d y el Progreso. Poco a poco va d a n d o él también en loco. Mientras tanto, San-

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tafé trata de explicar en la tertulia del casino los beneficios derivados de su plan. Para unos hay veinte Toledos distintos. Para el deán, la ciudad imperial se ha vestido m a n t o s distintos para dormitar en cada época (p. 192), pero solo hay un Toledo. Santafé se defiende de los que opinan que Toledo no admite reformas: Toledo es o no es. Para él, la ciudad ha muerto y es un cadáver insepulto, una gusanera (p. 193). Pero no, no todo ha muerto, q u e d a el río, j o v e n y alegre, que simboliza la vida y la salvación. El río dará paso a una n u e v a ciudad, su a p r o v e c h a m i e n t o inteligente supondrá su resurrección (p. 194). Él no piensa destruir Toledo, sino convertirla en una verdadera j o y a para los turistas. El la a m a m á s que todos. «Toledo sola, con su grandeza, con su pasado, c o m o el símbolo de una deidad fenecida. ¡Así la concibo y o ! N u n c a c o m o una de esas viejas egoístas cerradas a la alegría y a la generosidad, a c u y o cuidado se a m u s tia y envejece otra generación por un cariño suicida y mal interpretado» (p. 195). Sin e m b a r g o — y es un hecho significativo—, todos sus o y e n tes se q u e d a n d o r m i d o s mientras él e x p o n e estas ideas. N o s a c e r c a m o s al final. El capítulo VI de la s e g u n d a parte habla de la e p i d e m i a de gripe que se extiende por Toledo. Inocente cae enfermo, y lo m i s m o Leocadia. Toda la ciudad « e m p e z a b a a asemejarse a una a g o nizante arropada entre murallas y dispuesta a morir reclinada sobre la p e s a d u m b r e de sus cerros» (p. 200). Leocadia e m p e o r a , su estado es grave y delira. Su tío el capellán insiste en salvarla a ella y a Toledo, lo que se conseguirá gracias a él, es decir, a la Iglesia (p. 202). Inocente da un somnífero a Marieta, la mujer que cuida a Leocadia, y ésta, en m e d i o de su delirio, abre la puerta del balcón y se arroja a la calle. La novela acaba con la descripción de la mujer muerta (p. 2 0 5 ) ; su rostro, «sereno y a r m o n i o s o , c o m o tallado en piedra antigua», de n u e v o la identifica en estas últimas líneas con Toledo. Igualmente, la ciudad también semeja un cadáver: «Toledo, d o r m i d o todavía, parecía un c a d á v e r dispuesto para la inhumación: terroso, d e s c o m p u e s t o , h e d i e n d o y a » (p. 205), c o m o una gusanera. Marieta c o m e n t a que Leocadia está bella y parece viva. Y replica el capellán (son las palabras finales de la novela): «Es verdad [...]; parece que vive, pero está muerta. C o m o la c i u d a d . . . » (p. 206).

O T R O S A S P E C T O S D E LA N O V E L A : EL H U M O R , LA I R O N Í A Y EL T R A T A M I E N T O G R O T E S C O D E L O S P E R S O N A J E S Hay otros aspectos interesantes de la novela en c u y o comentario no me puedo detener, a u n q u e los m e n c i o n o b r e v e m e n t e : así, la ironía y el humor, aspectos indisolublemente unidos al tratamiento ridiculizado!" de

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los personajes '. Bastará con recordar b r e v e m e n t e la descripción de los tres hermanos Meneses. Daniel, el primogénito de los Meneses, es cadete y luego instructor en la A c a d e m i a general; ha llegado a general sin m o v e r s e de Toledo y le apodan Napoleón. El narrador insiste en presentarlo c o m o el general más j o v e n del ejército español, porque en su j u v e n t u d se hizo un retrato vestido de militar al que ha ido añadiendo a cada ascenso m á s estrellas o el fajín de general. En fin, se dice de él que «realizaba el tipo perfecto del hidalgo provinciano, cortés en la frase, c o m e d i d o en el a d e m á n y en posesión vitalicia de cinco o seis cargos decorativos» (p. 25). El segundón, Inocente, es un erudito local que siente pasión por cuadros y j o y a s . Cursó estudios en el Seminario y es el coadjutor de la parroquia de Santa Leocadia y capellán de la catedral. Ha convertido su casa en una cueva erudita; usa c o m o c a m a lo que él cree fue el sepulcro de Recadero, llena las paredes de grotescas pinturas que hace a oscuras, tiene una hornacina con la cabeza del buey Apis, etc. C o m o historiador, admite y difunde bolas legendarias igual que el padre Mariana. Todo su retrato es plenamente ridículo. Sebastián Meneses, alias Chanito, el tercer h e r m a n o , lleva una vida descarriada en Madrid, c o m o estudiante perpetuo de j u e r g a continua, hasta que acaba la carrera de Arquitectura y se ve convertido en «caballero discreto, prudente y cristiano c o m o un buen personaje de Pereda» (p. 37). Es arquitecto de la Diputación de Toledo; surge también una vacante en el Ayuntamiento, y los dos cargos son incompatibles, pero los c o m p a g i n a cobrando en un sitio c o m o sueldo y en otro c o m o gratificación. «Era el perfecto h o m b r e de orden. Carlista en ideas políticas, cofrade en todas las H e r m a n d a d e s , beato y santero hasta el e m p a c h o , e m p e zaba a oler un poco a santidad» (pp. 37-38). Visita a su daifa al a n o c h e cer, «todo recatado, todo discreto, c o m o cumple a un varón sin tacha, sostén de las buenas tradiciones españolas» (p. 38). Pasa por ser paladín y espejo de caballeros católicos, pero todo es h i p o c r e s í a : murió soltero y dejó tres hijos naturales. A d e m á s de en el retrato de los personajes, con detalles que rozan lo esperpéntico en la degradación de los mismos, el h u m o r está presente en pasajes puntuales: por ejemplo, Marieta lee los periódicos viejos por 1

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T a m p o c o fallan, c o m o en o i r á s o b r a s d e U r a b a y e n , las a l u s i o n e s c o n t e m p o r á n e a s al hoy del e s c r i t o r ; las h a y a E u g e n i o d ' O r s , a Pío B a r a j a , a M i g u e l d e U n a m u n o , a R a m i r o d e M a e z t u , a N a v a rro L e d e s m a , a Gil R o b l e s , a la C E D A , u los p e r i ó d i c o s t r a d i c i o n a l i s t a s , a los ¡ n t e g r i s t a s q u e h a b i tan e n s u s c a v e r n a s del P i r i n e o . . . « E n n u e s t r o s i m b ó l i c o p e r s o n a j e a n d a b a n tan f u n d i d o s la c a r a y la c a r e t a , q u e n o a c e r t a m o s a d i s t i n g u i r si e s t a m á s c a r a d e v i r t u d e r a v e s t i d o o d i s f r a z , a n t i f a z o p i e l . El p r o p i o d o n S e b a s t i á n no e s t a b a m u y s e g u r o d e su p e r s o n a l i d a d » ( p p . 4 0 - 4 1 ) .

CARLOS MATA 1NDURÁIN

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orden de fechas y va varios lustros atrasada en las noticias; la funeraria de los G a r r i d o tiene u n o s e s c a p a r a t e s tan vistosos « q u e invitaban a m o r i r s e . . . » (p. 69). Grotesco es todo el episodio de la discusión que se desata en Toledo a propósito del p e n d ó n que se ha de sacar en un desfile en Madrid (pp. 111-12); Toledo va a la cabeza de todas las ciudades, pero don Inocente redacta un folleto en el que defiende que la enseña que se sacó no es un pendón histórico, sino una vieja colcha.

FINAL En buena parte de la narrativa de Félix Urabayen, y c o n c r e t a m e n t e en esta novela del año 1936, Don Amor volvió a Toledo, síntesis perfecta de toda su trilogía toledana, la imperial ciudad ocupa un lugar muy destacado. Por un lado, es importante la descripción m e r a m e n t e física de la ciudad, de sus calles y plazas, de sus edificios e m b l e m á t i c o s y sus paisajes circundantes, que constituyen el m a r c o externo, el escenario de la acción. Las reflexiones del narrador nos proporcionan a d e m á s un acabado retrato moral de sus gentes, al t i e m p o que aportan n u m e r o s a s e v o c a c i o n e s h i s t ó r i c o - l i t e r a r i a s , bien en c o m e n t a r i o s p u n t u a l e s , bien a través de digresiones m á s largas. Pero m u c h o más importante es la interpretación simbólica de la ciudad, identificada totalmente con el personaje de Leocadia, c o m o un trasunto de Castilla y de E s p a ñ a entera. En este sentido, la plasmación de la ciudad se convierte en el vehículo para que el autor nos e x p o n g a , en tono semi-ensayístico, sus m o d e r nas ideas reformadoras, que lo equiparan a los h o m b r e s del 98 y a los regeneracionistas. U r a b a y e n se duele de que Castilla (quintaesenciada en Toledo) haya perdido sus virtudes morales, que ahora se m u e v a tan solo por ideales materialistas, y haya dejado de ser «esa Castilla espiritual y mística que tanto ha d a d o que hacer a nuestra literatura presente y pretérita» (p. 26). La rica ciudad de Toledo está en decadencia, pero contiene la savia para su propia regeneración y la de la patria; identificada con una h e r m o s a mujer, debería unirse a un varón fuerte ( c o m o Santafé), y de esa relación se obtendrían los frutos para un porvenir mejor. Sin e m b a r g o , las fuerzas inmovilistas de la ciudad la mantienen estancada en el recuerdo de su pasado heroico, recuerdo bello pero estéril. Cerradas las puertas a todas las ideas m o d e r n i z a d o r a s (industrialización, aprovechamiento del T a j o . . . ) , Toledo y a c e sumida en un profundo letargo, dormida o moribunda. En fin, lo que resulta indudable, en esta novela y en toda la narrativa de Urabayen, es el profundísimo a m o r que en ella late por esa ciudad en la que el escritor vivió largos años. Y es que, c o m o se expresa en el pro-

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Toledo, ciudad

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logo de Don Amor volvió a Toledo, el cariño a Toledo enraiza en el a l m a de quien la visita por vez primera «para siempre y sin liberación posible».

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