Story Transcript
Cofre de Flandes 1 . Autor desconocido. Siglos XV‐XVI 1
Como complemento a este escrito, si el lector tiene interés o necesidad, se puede consultar en el museo el informe completo de la pieza, donde se describe y desarrolla de forma específica el aspecto histórico‐artístico de la misma, así como el tratamiento de restauración que ha recibido
Son los museos entes vivos donde es fácil encontrarse agradables sorpresas. El caso de la pieza que nos ocupa fue una de ellas, olvidada durante años en un rincón del almacén y recuperada ahora para volver a formar parte del recorrido museográfico como mueble doméstico ligado al habitáculo del estrado. Nos encontramos así frente a un Cofre de Flandes 2 , caja rectangular de madera de pino formada por tablones a testa claveteados con tapa tumbada; se encuentra totalmente forrada de cuero, es decir, encorada 3 , estando este teñido de negro rojizo y decorado con motivos vegetales. El conjunto se encuentra reforzado o guarnecido por 5 costillas o barras 4 de hierro de desigual factura en torno a las cuales se organiza la decoración, en cuya parte trasera se encuentran los goznes o bisagras que la articulan. En el frente presenta también una bocallave realizada en una placa de hierro recortada, y el interior ha sido forrado al menos en dos ocasiones, una primigenia en cartón y piel de tipo pergamino teñida de rojo y otra más moderna en papel pintado. 2
“La diferencia entre un cofre y una caja venía dada por esa profusión de hierro, la utilización de asas laterales, para su traslado, y las cubiertas semicilíndricas, a modo de sarcófago, o a dos aguas. (…) se encoraban o ensalayaban con terciopelos, pero siempre reforzadas por hierros. Los cofres rectangulares de roble macizo forrado de cuero y recubierto totalmente por grapas y nervios de hierro en las tapas son conocidos en toda Europa hasta el siglo XV, y denominados ‘a la manera de España’. A los de madera con bandas de refuerzo de hierro se les conoce en España, en cambio, por ‘cofres de Flandes’, y de ellos están llenos nuestros inventarios, conservándose gran número de ejemplares. Los hierros son tiras lisas o grabadas con decoración vegetal. Donde la labor adquiere más relevancia es en las cerraduras, ángulos y bordes de las tapas, que a finales del siglo XVI van caladas con labores de conchas, tracerías góticas y cresterías”. AGUILÓ ALONSO, M. P. (1992). “Mobiliario”, en BONET CORREA, Antonio (coord.), Historia de las Artes Aplicadas e Industriales en España. Madrid: Cátedra, pág. 283 3
Forrado de cuero o de piel. Se encoran sobre todo los cofres y los cofrecillos: los ricos con vaqueta (piel de ternera curtida, la más fina y cara), los más corrientes con cordobán (piel de carnero o de cabra curtida; las más famosas fueron las cordobesas) y los vulgares con piel de caballo. RODRÍGUEZ BERNIS, S. (2006), Diccionario de mobiliario, Madrid: Ministerio de Cultura, pág. 147 4
Barreado: Guarnición metálica de refuerzo consistente en barras paralelas, de perfil de media caña o escuadrado, claveteadas a una superficie para protegerla. Ibídem, 2006, pág. 61
Estilísticamente, el cofre se enmarca en los siglos XV‐XVI, momento álgido en España en el uso de los materiales constituyentes de la pieza y de su tipología dentro del mobiliario de guardar 5 . Desde este punto de vista, nuestro ejemplo se encuentra muy cercano a un cofre custodiado en el Museo Arqueológico de Valladolid, que reproducimos aquí 6 . 5
“En una época en que la movilidad y la seguridad de los bienes se consideraba un objetivo fundamental, la adaptabilidad del arca en sus formas más variadas, hizo de ella el artículo más indispensable de la Edad Media. El mayor interés de las distintas formas de arcas reside técnicamente en la manera de resolver problemas con soluciones diferentes”. AGUILÓ ALONSO, M. P. (1982). El mueble clásico español. Madrid: Cátedra, pág. 70 6 Imágenes y datos cedidos por Fernando Pérez Rodríguez, Conservador del Museo Arqueológico de Valladolid
Esta datación se basa por tanto en la tipología de la pieza y sus características, aunque podría ocurrir que hubiera sido realizada en siglos posteriores, ya que el mueble popular es difícil de fechar, pues “a veces continua sin variantes una tradición secular, es propicio a todos los anacronismos” 7 . Desde el punto de vista de la contextualización, el cofre que estudiamos forma parte del Museo del Greco, al menos, desde 1981, año en que se edita la guía del Museo escrita por María Elena Gómez Moreno, ya que en su página 15 se recoge una fotografía en la que aparece claramente colocado sobre un escritorio. El ámbito en el que se ha colocado la pieza se relaciona íntimamente con el espacio denominado “estrado”, que actualmente sigue existiendo en el Museo y que va a ser el destino de la pieza una vez acabada su restauración.
7
CLARET RUBIRA, José; Marqués de Lozoya (1975), Muebles de estilo español. Barcelona: Editorial Gustavo Gili, pág. 368
Es el estrado 8 un espacio doméstico con entidad propia dentro de la vivienda cristiana, que puede ser un habitáculo o zona delimitada como tal dentro de una habitación de mayor tamaño. Tiene su origen en el mundo árabe, y en un principio fue utilizado indistintamente por hombres y mujeres, transformándose a partir del siglo XIII “en un reducto femenino, reservado para la labor de aguja, la oración, la lectura o la tertulia” 9 . Su decadencia se inicia en el siglo XVIII, ya que es en este siglo cuando “por primera vez la mujer se sienta al igual que el hombre, y ese pequeño gesto intrascendente está cargado de consecuencias” 10 . Destacan en este espacio la tarima, que generalmente aparece y puede ser desmontable, y una gran profusión de objetos textiles, adaptados al momento climatológico, que transforman el espacio en un lugar acogedor e íntimo. Sobre las alfombras y junto a los cojines se distribuyen muebles de pequeño tamaño, acorde con el espacio, especialmente braseros, bufetillos, pequeñas mesas, taburetes y las arquillas de cajones o escritorillos 11 . El mueble que nos ocupa formaría parte de este espacio como parte del ajuar doméstico de la mujer, destinado a contener papeles, joyas o “pequeños objetos de valor — económico o sentimental—, con el fin de sustraerlos a las miradas ajenas o para «dosificar» su exposición, restringida a las visitas de confianza” 12 . En relación al estado de conservación, es en general bastante defectuoso. A nivel general, se observan deformación en la tapa; oxidación, pérdidas y sustituciones en los barreados de hierro; deterioro del cuero; intervenciones de reparación; numerosos acúmulos de suciedad y levantamiento de las capas internas de forramiento. Estos daños han sido provocados por una mezcla de factores, externos (manipulación, uso, desafortunadas 8
Los estudios específicos sobre el estrado que hemos consultado son: ABAB ZARDOYA, C. (2003). El estrado: continuidad de la Herencia Islámica en los interiores domésticos zaragozanos de las primeras cortes borbónicas (1700‐1759). Artigrama, 18, 375‐392; VV.AA. (1990). El mueble Español. Estrado y Dormitorio. Madrid: Dirección General de Patrimonio Cultural. 9
RODRIGUEZ BERNIS, Sofía (1990). “El mueble medieval” en VV.AA. El mueble Español. Estrado y Dormitorio. Madrid: Dirección General de Patrimonio Cultural, pág. 47 10 JUNQUERA MATO, Juan José (1990). “Mobiliario en los siglos XVIII y XIX” en VV.AA. El mueble Español. Estrado y Dormitorio. Madrid: Dirección General de Patrimonio Cultural, pág. 135 11 AGUILÓ ALONSO, M. P. (1993). El mueble en España. Siglos XVI‐XVII. Madrid: CSIC y Ediciones Antiqvaria, pág. 109 12
ABAB ZARDOYA, C. (2003). El estrado: continuidad de la Herencia Islámica en los interiores domésticos zaragozanos de las primeras cortes borbónicas (1700‐1759). Artigrama, 18, pp. 386‐387
intervenciones, almacenamiento defectuoso) y evidentemente intrínsecos a la obra, derivados de su naturaleza y materiales constituyentes, así como de su manufactura. A primera vista se observa que estructuralmente está estable, aunque tras desmontar el forro interior advertimos numerosas fendas, grietas y manchas en la madera producidas por los clavos, muchos sin uso, especialmente por aquellos utilizados en la ‘reparación’ que sufrió la pieza, que le provocó numerosos daños. Lo más destacable es la pérdida de materia en uno de los laterales de la tapa. Además, el ataque de xilófagos, aunque inactivo, ha favorecido el debilitamiento de la madera.
A lo largo de la historia, los muebles han sido objeto de ‘restauraciones’ muy variopintas, en la mayoría de los casos realizadas por artesanos y destinadas a devolver al mueble su carácter utilitario o a modificar el estilo para adecuarlo a los gustos del momento. Esta tendencia ha ido invirtiéndose poco a poco en los últimos 50 años, cuando los criterios de la conservación‐restauración han ido calando poco a poco en los profesionales dedicados a la recuperación de este tipo de bienes, acercándose más a los postulados recogidos en la famosa Carta del Restauro. En nuestro caso, la intervención que durante estos meses hemos llevado a cabo ha pretendido ser totalmente respetuosa con la obra. De esta manera, nuestras prioridades han sido garantizar la estabilidad de la pieza y recuperar una imagen de conjunto que permita su lectura, ya que “(…) todo mueble es reflejo de la época en que fue construido y de las sucesivas fases que le tocó vivir hasta llegar a nosotros; es decir, es testigo presencial de todos los acontecimientos históricos que se produjeron durante su tiempo‐vida” 13 . Queremos señalar que hemos contado con el apoyo de María Isabel Hérraez, conservadora‐restauradora del IPCE, a la que agradecemos desde aquí su colaboración. Las mayores dificultades que presentaba este cofre residían en su heterogeneidad material, que implica una acentuación de los daños debida en algunos casos simplemente a su situación conjunta 14 . Como ya se ha comentado, a este hecho se unen las malas condiciones ambientales en que se ha mantenido la obra, que han acelerado los procesos de deterioro. Hay que señalar también la rudeza de las intervenciones realizadas sobre la pieza para devolverla al uso. Queremos apuntar que en un principio la idea fue no desmontar nada, con el fin de no provocar daños. Sin embargo, una vez que se inició el tratamiento se puso de manifiesto la necesidad de separar la tapa de la caja (para solucionar el problema de las bisagras), de levantar el forro (para poder acceder a la madera que estaba debajo y eliminar todos los depósitos de suciedad que agravaban los daños biológicos) y de desmontar los herrajes (cuyos clavos estaban provocando serios daños en la madera de base, de naturaleza física –fendas y fracturas‐ y química –manchas y oxidación de las fibras‐).
13
ORDÓÑEZ, Cristina; ORDOÑEZ, Leticia; ROTAECHE, Mª del Mar (2002). El mueble. Conservación y Restauración. Hondarribia: Nerea, pág. 21 14
Es el caso, por ejemplo, del hierro y el cuero: “El curtido vegetal, al ser ácido, acelera la oxidación del hierro cuando el cuero y este material entran en contacto”. Ibídem, pág. 295
De esta forma, podemos ofrecer aquí un resumen de las intervenciones realizadas. En primer lugar se realizó una limpieza general, seguida de la separación de la caja y la tapa para poder acceder mejor a las diferentes partes, así como para eliminar una de las intervenciones realizadas para solventar la rotura de una de las bisagras. Una vez desmontada se procedió al empapelado y levantamiento de los forrados interiores, con el fin de acceder a la madera y eliminar los numerosos depósitos de suciedad que favorecen el deterioro del soporte y el ataque biológico. Los forros eliminados se limpian y se intenta devolverles la planitud 15 .
15
La bibliografía utilizada para estos pasos ha sido la siguiente:
‐CRESPO ARCÁ, Luis (2001). El pergamino. Tratamientos de Conservación y de preparación para exposiciones en el laboratorio de restauración del Archivo Histórico Nacional, Pátina, 10‐11, 72‐87 ‐CRESPO ARCÁ, Luis (2012). Reflexionando sobre el pasado: mejoras en la conservación de documentos sobre pergaminos según las técnicas tradicionales de fabricación y restauración, Unicum, Revista de la Escuela de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de Cataluña http://unicum.cat/es/2012/10/a‐fantastic‐intriguing‐title/
Eliminado el forro se aplicó a la madera un tratamiento de desinfección‐desinsectación química por inyección e impregnación, ayudándonos de bolsas para acentuar la acción del producto y seguido este de un proceso de secado y aireación. El siguiente paso fue desmontar el barreado, con dos fines: por un lado eliminar los clavos, que estaban produciendo daños mecánicos y químicos en la madera, especialmente aquellos que no tenían ya uso; por otro lado, poder acceder al cuero que había debajo para limpiarlo y tratarlo. La limpieza y nutrición del cuero también supuso la consulta bibliográfica 16 . Los herrajes, una vez desmontados, se colocaron sobre papel siguiendo su ‐POZO RODRÍGUEZ, Eulalio (2004). “Restauración de un conjunto de diez grabados al aguafuerte de Giovanni Battista Piranesi (1720‐1778), procedentes del Museo de Bellas Artes de Murcia” en Actas
del XV Congreso de Conservación y Restauración de Bienes Culturales. Murcia, 335‐338 ‐ROCHE, Alain (2001). Comportement mécanique des peintures à la colle et à l’huile sur papier, Techné, 13‐14, 56‐62 ‐RODRÍGUEZ LASO, M. Dolores (1999). El soporte de papel y sus técnicas. Degradación y conservación preventiva. Zarautz: Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco ‐VIÑAS TORNER, Vicente (2001). La restauración de pergaminos y vitelas: pasado, presente y futuro. Sistemas manuales y mecanizados, Pátina, 10‐11, 132‐151 16
‐BALLIÚ BADIA, M. Ángels; BIASI PASCUAL, Carolina; GENIS ABEL, Trini (2011). Proceso de conservación y restauración de un baul de 1883, Unicum, Revista de la Escuela de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de Cataluña http://unicum.cat/es/2011/06/proces‐de‐conservacio‐i‐restauracio‐d%E2%80%99un‐bagul‐de‐1883/ ‐M. GONZÁLEZ ÁLVAREZ, Gerardo (1990). “El concepto de deterioro en el cuero. Una aplicación del Análisis Factorial” en VIII Congrés de conservació de béns culturals. Valencia: Conselleria de Cultura, Educació i Ciencia. Generalitat Valenciana. Pp. 569‐581
localización original; los clavos recuperados han sido guardados en bolsas de polietileno con su correspondiente topografía. Un momento importante fue la reintegración matérica de las zonas perdidas en los laterales de la tapa y en la zona de la bocallave, ya que sin ella no hubiera sido posible recolocar de forma correcta el herraje y los forros. Para ello tuvimos que realizar moldes y positivos, que posteriormente fueron trabajados a torno para darles la forma definitiva, y por último teñidos para que no destacasen en exceso. ‐M. GONZÁLEZ ÁLVAREZ, Gerardo (2005). Recientes avances en conservación de objetos de cuero, Museos.es, 1. Madrid, 80‐87
http://www.mcu.es/museos/docs/MC/MES/Rev1/s2_6ConservacionCuero.pdf
La reubicación de los forros fue el momento más delicado, debido a la estratigrafía de diferentes materiales. Finalmente nos decidimos por colocar una capa de intervención adherida a la madera sobre la cual se fijó (con adhesivo reversible en distinto disolvente, con el fin de favorecer posibles intervenciones futuras) el material original. Las zonas adheridas fueron reintegradas cromáticamente para integrarlas en el conjunto. El mayor problema que encontramos aquí fue el deterioro de los materiales, que debido fundamentalmente a los cambios ambientales habían encogido, con lo cual al colocar de nuevo los forros las esquinas ya no cuadraban.
El último paso, con el que concluyó la intervención, fue la recolocación de los herrajes. Para ello se creó también una capa intermedia de material inerte entre el cuero ya limpio y las barras estabilizadas y protegidas, de manera que ambos materiales, cuero y hierro, no se afecten entre sí. De esta manera pudimos también recuperar la bisagra fracturada que esta sin uso. En breve, la pieza intervenida será colocada en el estrado del Museo del Greco, como parte de la recreación museográfica del mismo. De esta manera se asegurará la revisión continuada del estado de conservación y el mantenimiento de unos parámetros estables de humedad y temperatura, tan importantes para materiales de naturaleza higróscopica como los que integran nuestro cofre. Raquel Lozano Martín Conservadora‐Restauradora Museo Sefardí