CON LA BIBLIA EN LA MANO O LA REDENCIÓN DE LOS ADICTOS POR LA RELIGIÓN

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CON LA BIBLIA EN LA MANO O LA REDENCIÓN DE LOS ADICTOS POR LA RELIGIÓN

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sí como la droga es el pharmakon más poderoso contra la infelicidad según Freud, así la religión se ha ido convirtiendo en uno de los instrumentos discursivos más eficaces para “sacar” a ciertos individuos del hábito de las drogas o del delito. Es un hecho. Las “comunidades terapéuticas” (y también las cárceles) son frecuentadas cuando no dirigidas, por clérigos o pastores cuyo objetivo es llevar al adicto a una nueva alianza, no ya con la droga, sino con la religión como contra-droga, es decir, drogarse de Dios1. El “residente” (nombre del adicto internado en una comunidad terapéutica) es considerado como una oveja descarriada de la grey del Señor, la enfermedad es tratada como una desviación moral y su curación como un retorno al rebaño. ¿Dónde podría estar escrito el mapa para el “viaje de vuelta” sino en la Biblia? ¿Cuál sería el remedio espiritual sino la palabra de Dios? ¿Se trata sólo de una cuestión ideológica? ¿La eficacia actúa sólo al modo de un “lavado de cerebro” o de contagio espiritual sobre mentes ignorantes? ¿Resumiremos todo en un cambio mecánico de la adicción a un tóxico por otra a un discurso religioso, sospechado de ser tan tóxico como el primero? Cuando el psicoanálisis se encuentra con estos fenómenos de curación “por la religión” —que si bien no pueden generalizarse trascienden los casos individuales hasta convertirse en formas exitosas de influir sobre las disposiciones y síntomas de las personas-, es nuestra función introducir la pregunta por las razones de estructura que hacen posible estas “conversiones” subjetivas. ¿Tiene explicaciones el psicoanálisis frente a los logros, a veces cuasi milagrosos de un dispositivo de discurso que se anuncia con la Biblia en la mano y con Jesús en la boca, allí donde cuesta tanto hacer valer al psicoanálisis como un recurso eficaz? Explorando las obras de Freud y de Lacan me ha parecido encontrar ciertos planteos que exprimidos a fondo nos ofrecen fecundas ideas para ensayar

una respuesta. Para no comprometer indebidamente a Freud ni a Lacan, aclaro que aunque sigo sus textos, las respuestas encontradas a la pregunta por la “cura religiosa”, no son más que articulaciones que me pertenecen. ;D>>!e{\#.# -$:hjc]VaaVo\dfjZbZ[jZ^che^gVYdedgaVaZXijgVYZaa^Wgd:aeVYgZfjZcdXZhV!AZigVK^kV!7h#6h#!'%%+ YdcYZ8aVjY^dWZg^V!7VgXZadcV!&.*-#

El general Abner, de los ejércitos de Atalía -reina enemiga del Dios de Israel- visita con intenciones ambiguas al enemigo, el sumo sacerdote judío Joad. La obra comienza con las palabras de Abner: Sí, vengo a su templo a adorar al Eterno. Pero enseguida se ocupará de advertir a Joad sobre el ataque inminente de Atalía, una reina de temer. La respuesta del sumo sacerdote, que no se hace esperar, será la que oriente toda la argumentación de Lacan: Joad: “Respetuosamente sumiso a su santa voluntad, es sólo a Dios a quien temo, querido Abner, y no tengo ningún otro temor”.9 Lacan dice que esta respuesta tiene como condición el advenimiento

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de un significante nuevo: “el temor de Dios”, al que le otorga un carácter fundacional. En la historia de la humanidad, el temor de Dios es el significante metafórico que cumple una función de “abrochamiento” de todos los indescifrables, inconmensurables y abismales temores ante el universo y la naturaleza. Desde que el hombre se somete “religiosamente” al temor de Dios, su mundo queda totalmente reorganizado y redefinido por este nuevo significante. Es el “punto de almohadillado” donde comienza, o sería posible que comience, una nueva historia. Desde entonces los terrores ya no son innumerables, se produce la “reducción simbólica” al Uno, el temor de Dios.

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El adicto lo es justamente por no disponer en sí mismo de recursos simbólicos para hacer frente a un estado masivo e invasivo de dolor y de angustia, referido a fallas en la operación constitutiva de la metáfora paterna. Tales fallas tienen su correlato clínico en la imposibilidad de entendérselas tanto con estímulos que lo acosan desde su estructura pulsional, como con situaciones externas (familiares, sociales, etc.) que desbordan sus precarios medios simbólicos. Sea como sea, la droga viene a taponar un enorme déficit de recursos defensivos. La política del adicto es la política “del avestruz”, desconocer el efecto traumático de lo real (tanto interno

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como externo), y procurarse experiencias placenteras en la artificialidad de la intoxicación. “Paraíso artificial” según el decir de Baudelaire, del cual el sujeto es desalojado brutalmente cuando su situación se convierte en “el infierno de la droga”, que dura todo el tiempo hasta que llega la buena nueva de la palabra del Padre. Contra todo prejuicio acerca de que el adicto disfruta de la droga, es necesario reafirmar que cuando se trata de una conducta compulsiva predomina el sufrimiento10. La compulsión es un ataque de la pulsión sobre el sujeto ante la cual no hay libertad ni elección, sólo se puede responder con un doliente “oigo”. En esta etapa primitiva, el adicto vive flotando en ese campo de significación confusa que Lacan ilustra con el gráfico de Saussure sobre las dos masas amorfas del sonido y del

sentido, tiempo mítico anterior a la manifestación simbólica de la ley del lenguaje como diferencia y articulación de lo real11. En este punto, la función absolutamente transformadora que Lacan atribuye al nuevo significante “temor de Dios”, es la de reorganizar todo el campo amorfo y amenazador de lo real. Ahora el sujeto ya sabe a qué temerle, y puede incluso emplear recursos para aplacar a “lo único” que teme, Dios. “Ese famoso temor de Dios lleva a cabo el pase de prestidigitación de transformar, de un momento a otro, todos los temores en un perfecto coraje. Todos los temores —No tengo otro temor— son intercambiados contra lo que se llama el temor de Dios, que, por obligatorio que sea es lo contrario a un temor.”12 Claudio Glasman comenta sobre este párrafo: “¿Sería una contradicción postular que hay un temor que pacifica? ¿Acaso es un oxímoron ‘temor pacificante’? Esta paradoja no es ajena a la función del significante del Nombre-del-Padre”.13 En efecto, Lacan aproxima este nuevo y particular temor al significante del nombre del padre en su función pacificadora: “¿Por qué es ése un nudo que le parece (a Freud) tan esencial que no puede abandonarlo en la más mínima observación particular? Porque la noción del padre, muy cercana a la del temor de Dios, le da el elemento más sensible de la experiencia de lo que llamé el punto de almohadillado entre el significante y el significado.” 14 Si la religión tiene éxito en la “salvación” de los adictos mediante la operación sustitutiva: “droga por religión”, posible por pertenecer ambos a la misma serie freudiana, es porque los redime del exterminio final del goce sin medida, no porque ese goce sea extraordinario sino porque la compulsión no tiene lógica ni límite. El adicto

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