con un lado de su cuerpo y que a duras penas pueda hacerse entender con el habla

REHABILITACIÓN La ambulancia aparca y dos enfermeros bajan en una silla de ruedas a una anciana que ha pasado en el hospital varios meses después del

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REHABILITACIÓN La ambulancia aparca y dos enfermeros bajan en una silla de ruedas a una anciana que ha pasado en el hospital varios meses después del derrame cerebral que hace que apenas pueda valerse con un lado de su cuerpo y que a duras penas pueda hacerse entender con el habla. Mira el cielo gris de la ciudad y gira la cabeza a ambos lados para reconocer la calle por donde ha paseado tantas veces y a la que creyó que nunca volvería. Pero ahora regresa a su casa, junto a tantas cosas queridas y, sobre todo, con su familia, que tanto ha luchado por ella durante su estancia en el hospital. La rehabilitación a la que la han sometido ha sido durísima, mucho dolor y desánimo superado, ahora debe continuar pero todo se tendrá que hacer desde casa. A la puerta de su hogar la espera su hija Antonia. Con enorme esfuerzo se levanta y camina despacio hasta el salón. Tras un trayecto interminable alcanza su destino dejando clara su movilidad limitada. Le sonríe con agradecimiento. Todo está tan limpio y preparado para su regreso. -Gracias, ¿Y los demás? -Ahora vendrán, ya sabes que hoy es día laborable y están ocupados. La mirada de la mujer vaga por cada rincón de la casa e incluso, ocasionalmente, va hasta algún lugar para recolocar alguna cosa o, sencillamente, acariciar algún recuerdo que pensó que ya nunca volvería a ver. La mujer está muy cansada, durante la mañana le han dado su sesión de fisioterapia y ahora es el momento de tomarse alguna medicina y dormir un rato. Camina, ayudada por su hija, hasta el dormitorio y para sentarse tarda un minuto largo y después, sin necesitar ayuda, saca diferentes pastillas, las toma y deja el vaso de agua sobre la mesilla; se echa sobre su cama y cierra los ojos. 1

Tras unos minutos, llega Jaime con su mujer y acompañado de Julia, la hermana menor de la familia. No hay muchas palabras entre ellos que no sean las necesarias para saber alguna cosa de su madre y buscan el entretenimiento de la televisión hasta que llegue Concepción, la mayor de los hermanos. Después de miradas de impaciencia al teléfono y al reloj, suena la llamada del portero automático y todos desean que por fin sea ella. -Aquí está la niña bonita. -Y rica. Nadie la espera a la puerta, su hermana la ha dejado entreabierta para que pase cuando llegue. Entra con paso decidido, repartiendo sonrisas, besos a todos y dejando un rastro de Chanel número 5 y la suavidad de un modelito ocasional de Dior. -Ya era hora, que los demás también tenemos cosas que hacer. -Ya sabéis que mi trabajo me absorbe. No tenéis ni idea de lo que me ha costado poder venir a la reunión esta tarde. -Fuiste tú quien fijó la hora. -Insisto en que era muy complicado dejar el trabajo, sin embargo, vosotros pedís unas horas de permiso y ya está. Dirigir todo un departamento de una gran empresa es más complicado de lo que podéis imaginar. -Pues cuando quieras te vienes a fregar escaleras conmigo. El permiso que yo he pedido ha sido no cobrar los veinte euros que gano limpiando un portal durante dos horas. Antonia extiende las manos para que su hermana las vea, esperando que no se le ocurra poner las suyas al lado para hacer alguna comparación o un comentario que las lleve a una discusión de las que suelen ser habituales. -Vamos a ver, no comencemos con estas cosas, que hemos venido aquí porque mamá nos necesita y

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ahora que está en casa debemos tomar una decisión para atenderla. -Está claro que lo que necesitamos es un par de personas que la pueden cuidar, una durante el día y otra por la noche. -Supongo que eso lo piensas pagar de tu bolsillo salvo que ya tengas claro que el servicio nos lo van a regalar. -Organizarlo así es una cosa y el que yo disponga de todo el dinero que quiera es otra, pero yo supongo que podemos poner cada uno una parte y ya está. -Mira, Conchi, yo no estoy todo el día limpiando portales y de una casa para otra y luego atender la mía para ganar cuatro euros y me los voy a gastar en alguien que tenga que venir a cuidar a nuestra madre. Yo prefiero que organicemos turnos para acompañarla. -Pero es que yo soy un hombre y si se hace alguna necesidad ¿cómo voy a desnudarla y esas cosas? -Ya estamos con que los hombres no pueden hacer esas cosas... -Yo tampoco, es que si tengo que limpiar una caca... Me dan hasta nauseas de pensarlo y es que además mi tiempo es muy valioso. -Pues si lo tienes que hacer, a fastidiarse. -Si persistís en esa actitud, me voy, que tengo el coche en zona azul y se me va a pasar la hora, además yo tendría que venir con Fufú y a mamá no le gustan los perros. -Lo que tendremos que oír con la estirada esta, que ni hace ni deja. -O que tú no quieres por no gastarte un euro. Mira, tengo mucho que hacer y no puedo perder el tiempo aquí sentada escuchando la radionovela o dormitando. Si tú no tienes dinero, trabajas más. -Pues, como no tengo dinero, yo no voy a pagar a nadie para que venga a hacer algo que podemos realizar nosotros. -Haya paz, que no hemos venido a discutir sino a buscar una solución para atender a mamá. Podemos buscar una enfermera que tú vengas cuando puedas; otras horas, Julia y Antonia; y yo, ocasionalmente, porque ya se sabe de mis carencias en estos temas como hombre que soy. -Lo que eres es un fantoche. Tú apechugas aquí como todos y te dejas de tonterías.

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-Que bruta estás hoy, Antonia. -En eso estoy con ella. Aquí quien más problemas de tiempo tiene soy yo. -Un momento, un momento. Como bien sabéis yo no vivo aquí y apenas vengo a la ciudad porque mis estudios y el trabajo ocasional me lo impiden. -Anda con la niña. Si se puede llamar trabajo a darle a los turistas cuatro vueltas por la ciudad, también lo puedes hacer aquí, además, si no fuera porque mamá te manda dinero no llegarías a fin de mes. -Algún día se lo devolveré con creces, pero ahora no me puedo ocupar de ella. -Se te ve el plumero. Lo que quieres es escaquearte como has hecho siempre con todo, como eras la pequeña, y además tienes que trabajar fuera. Así todo lo hacemos los demás. -Pero qué demás, si siempre que vengo estoy aquí para ayudar en todo lo que puedo. -Un momento, que yo también he ido cada día a verla y mi mujer también. -Entonces, si podemos contar con ella también y yo busco una enfermera, que haga las horas que me corresponden, ya está todo arreglado. -Que te has creído tú que teniendo la abuela cuatro hijos como cuatro soles voy a bregar yo en esto. Si tengo que echar una mano ocasionalmente, pues bueno, pero cuál de vosotras me ayudó ni un poquito cuando estuve en el hospital cuatro meses hasta que se murió mi padre. Que para eso soy hija única, no fuisteis ni a verlo. Es en ese momento cuando se produce un instante de silencio como si cada uno fuera tomando posiciones para la defensa de sus intereses o quizá deciden la mejor manera de cuidar a su madre. -Mira, Conchi, no entiendo tu postura, yo necesito trabajar y más horas que tuviera el día porque desde que Felipe se largó y me dejó con los niños y una mano delante y otra detrás no gano para mantener nuestra casa, pero a ti mamá te ayudó con los niños, mientras aspirabas al puesto que ahora tienes, o uno parecido, no lo sé: ella llevaba a los niños al colegio, te arreglaba la casa para cuando volvieras, dormía con ellos y yo qué sé cuántas cosas más y, ahora, toda triunfadora y

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ganando un dineral cada mes, vienes con estas racanerías. -Ella quería hacerlo, estar con los niños. -Ya te entiendo. -Me dices a mí, pero Julia bien que ha sacado su parte y no digamos Jaime con eso de ser el niño de la casa. -A mí dejarme tranquilo, que yo no he dicho nada y además estoy abierto a cualquier opción que queráis sugerir. -Pues no parece que te avengas a nuestras soluciones. -Es que si se trata de que sea mi mujer la que esté aquí todo el día no puedo aceptar la propuesta. -Vamos a ver, que tengo prisa, si no nos ponemos de acuerdo me voy, que tengo una reunión muy importante. -¿Será posible? ¿Y quien se queda a cuidarla? -Vosotros veréis porque yo ya he dado mi solución y, desde luego, no pasa por estarme aquí todo el día cuidando a una anciana. -Pues busca tú una solución que pueda ser aceptada por todos. -Podemos pagarle entre todos a Antonia, nos hace un buen precio, y asunto arreglado. -Ya te dije que le faltan horas al día para trabajar y que necesito el dinero, así que no puedo hacer una rebaja y, además, que yo quiero estar en la calle aunque trabaje más, no me imagino aquí encerrada todo el día y, por si no lo sabías, tengo que cuidar mi casa y a los niños. -Pero ¿quién le diría a esta mujer que se rompiera la cadera y además que le diera un derrame cerebral? Y luego dirán que la gente de antes era más fuerte. Nos ha tocado el gordo. -Desde luego no tienes vergüenza, hablar así de nuestra madre. -Anda, la nena, como tú dentro de unas horas te largas y nos dejas aquí con el pastel pues bien que puedes hablar. Para decir algo, te vienes a vivir aquí y nos ayudas. -Yo tengo que acabar mis estudios y muchos fines de semana tengo trabajo. -Pues lo dejas.

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-A ver si bajamos la voz, no sea que nos oiga. -A sus años, está sorda como una tapia, pero vamos a moderarnos porque tampoco es cuestión de que riñamos de por vida por este asunto. -Vamos a ver si solucionamos con una cierta celeridad todo esto. Tú, Antonia, quieres venir unas horas al día a cuidar a mamá. Juli algunos fines de semana, estoy segura de que se forzará para ello. Jaime hace también turnos y yo contrato una enfermera para los que me toquen. Arreglado. -Ya os he dicho que yo soy un hombre y que no puedo hacer unas tareas que son propias de una mujer. No me veo lavándola. -¿Cuáles son las tareas propias de una mujer? Limpiar culos y vómitos, el sudor del cuerpo, darle de comer. Menudo machista estás hecho. Me contengo porque eres mi hermano, que, si no, no te volvía a hablar en la vida. -Puedes poner tu parte de dinero para la enfermera y así no tienes que hacer nada. -Cierra la ventana, que vaya escándalo hay en la calle, y así no hay quien hable. La mujer de Jaime va con presteza a cerrar la ventana y que puedan continuar la conversación sin nada que los distraiga. -Tendré que hacer cuentas, últimamente no llego a fin de mes. -Aquí también tengo yo algo que decir porque mi marido es un blando que cede ante todo y, desde luego, nosotros no podemos poner ese dinero. -Pues le ayudas tú a cuidar a mi madre. -Ya te dije que no. -Vamos a ver, tenemos que llegar a un acuerdo ¿Tú no podrías poner un poco de dinero para que la enfermera esté, en lugar de tus seis horas correspondientes, algunas más? En ese momento los presentes miran a Concepción con curiosidad, esperando que les conceda esa posibilidad que los lleve a un acuerdo. -¿Valdrían diez? -Al final se me pegarán a mí también más horas de la cuenta.

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-Venga, Antonia, cede tu también un poco. -Pero yo adapto las horas que tenga libres y, además, porque se quede sola algunos ratos no le va a pasar nada. -Ya vemos que todo tiene solución cuando la gente se quiere como nosotros. Me voy con toda prisa, despedidme de madre y le decís que vendré a verla cuando tenga algún ratito libre. Mañana mismo vendrá la enfermera. Concepción coge su bolso y, tras un beso al viento para todos, se marcha lo más rápido que puede. -Esta noche me quedo yo y, hasta mañana a la tarde que me marche, podéis ir estableciendo los horarios. -Parece que nos hicieras un favor y resulta que vives aquí cuando vienes de tus viajes. Pero, bueno, ya es algo. -Habladlo entre Antonia y tú para organizaros mientras Conchi busca una enfermera. -Tendremos que arreglarnos así de momento, pero a ver si puedes venir con un poco más de asiduidad. El telefonillo suena con insistencia una vez tras otra. -Anda, ve a ver qué tripa se le ha roto a nuestra hermana. Seguro que ahora que estamos de acuerdo se echa atrás. Antonia va a contestar y vuelve con el rostro desencajado. -Tenemos que bajar ahora mismo a la calle, la policía está cubriendo el cuerpo de mamá.

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