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Lanza ¿Recuerdan a aquel prometedor ciclista rubio que bailaba sobre la bicicleta cargando con la esperanza de los aficionados españoles que, apretan

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Lanza

¿Recuerdan a aquel prometedor ciclista rubio que bailaba sobre la bicicleta cargando con la esperanza de los aficionados españoles que, apretando los dientes, ansiaban insuflarle el último halito de fuerzas a sus aguerridas piernas? ¿Saben que fue de él? ¿Conocen el motivo por el que abandonó la escena de los primeros espadas del ciclismo? ¿Cómo creen que sostuvo el desvanecimiento del sueño que había arraigado en lo más profundo de su interior? Si les voy a contar la historia de Marco Prieto es porque, además de una relación profesional, Lanza, apodo que conocerán si siguieron la actualidad del ciclismo a finales de los años 90, cuando Ullrich y Rominger se disputaban una página en la historia de dicho deporte, y yo, manteníamos una amistad

especial que aún perdura. Considero que el fracaso de Marco Prieto y otros corredores supuso la auténtica y más elevada expresión del deporte, que empujó a los perdedores a erigirse en victoriosos después de haberse enfrentado a etapas infernales en que ni siquiera la bicicleta era capaz de despejar sus mentes atormentadas, la caricia de la gloria les cegó haciéndoles olvidar quienes eran. Creemos que un día alcanzaremos el éxito porque nos divisamos en un escenario de éxito, en realidad, dicho fenómeno, en la forma en que lo identificamos como felicidad, es imposible. Y es una lección que el fracaso explicó a Marco Prieto. Cuando conocí a Marco Prieto, durante el radiante verano de 1991, yo trabajaba en un periódico local. A medida que la carrera de Lanza fue progresando, mi trayectoria profesional prosperó hasta que recalé en el mayor periódico deportivo del país. Ahora Marco y yo nos dedicamos a otras labores, hemos conseguido convertirnos en nuestros propios jefes y, aunque el sueldo es menor, también la tensión y la fatiga han disminuido. Lanza regenta una tienda de ciclismo en Burgos, organiza marchas con los aficionados más jóvenes de la ciudad y encabeza una asociación cicloturista que promociona las rutas verdes de la zona, y yo he dedicado mis esfuerzos a la literatura que, al fin y al cabo, es el ejercicio de la memoria. Recuerdo que el sofocante viento azotaba las fuerzas de los muchachos que disputaban, espoleados por una ilusión que se resistía a diluirse en sus rostros, la XII Edición de la Subida a Gorla, correspondiente a 1991. El periódico había encargado que cubriera las carreras amateur, que despertaban en mí un interés ambiguo. Contaba con la posibilidad de destapar las promesas que después relucirían en la categoría profesional, allí comenzaba todo, pero yo anhelaba seguir y entrevistar a las estrellas del momento, que vencían a la adversidad en puertos a 2.200 metros de altitud. Conduje desde Madrid hasta la localidad guipuzcoana de

Vergara, donde se celebraba la carrera, sorteando los sinuosos puertos del norte, escuchando una tertulia radiofónica que debatía sobre la desintegración balcánica. La Subida a Gorla era considerada como una de las joyas del calendario amateur, puesto que los ganadores solían auparse a la categoría profesional. Si quería destapar a una joven promesa, era el lugar idóneo. Los primeros tramos del recorrido discurrieron entre Osintxu y Oñati, después los corredores ascendieron el Gorla para dirigirse a Oñati atravesando Antzuola, afrontando la ascensión final. Marco Prieto demostró entonces que, además de una entrega total al ciclismo, que se manifestaba en una concienzuda preparación, contaba con un innegable talento que expresó en la astucia que utilizó para alzarse con la victoria. Lanza vestía el mallot negro de la escuadra Bianchi, que contrastaba con su cabello dorado y encrespado, militaba en un modesto equipo que focalizaba sus esfuerzos en promocionar a corredores jóvenes, fracasando en su apuesta por ciertas promesas que jamás ganarían la madurez y aportando corredores talentosos al mismo tiempo; éste último sería el caso de mi amigo. En ciclismo, la constitución física resulta fundamental. Las piernas de Lanza, en su época amateur y durante la Subida al Gorla, demostraron que la apariencia de fragilidad – eran miembros delgados poco adecuados para un escalador-, engañaban. Las piernas de Pietro engañaron a los aficionados vascos que se apostaron en la cuneta para disfrutar de la competición y confundieron a los rivales, que se obsesionaban en conseguir un cuerpo sobreentrenado. La posterior evolución de Lanza no se centró en cambiar su constitución física, como conseguiría Induráin aclimatando su constitución a las ascensiones más escarpadas después de una monumental entrega a la preparación, sino que los esfuerzos de Marco se centraron en organizar su inteligencia como estratega que planeaba sobre la clasificación general con vista aguileña, en la

dosificación del esfuerzo y el consumo de oxígeno. Algunos compañeros periodistas esgrimen que Marco Prieto debería haber seguido el camino emprendido por Induráin. Me gustaría recordarles que cada ciclista cuenta con fortalezas y flaquezas diferentes, Miguelón poseía una colosal fortaleza física y Lanza era un corredor táctico que organizaba una estrategia inteligente, aunque no exenta de fallos, llegando a preparar su entrenamiento sin ayuda del preparador del equipo. ¿Quizás me equivoco? ¿Los compañeros aciertan en su diagnostico? La presente es una crónica de la carrera y la vida de Marco, las elucubraciones sobre qué habría ocurrido si hubiera actuado de otro modo son ficciones sin ningún basamento en la realidad. La realidad fue que Marco Prieto despuntó desde joven ganando la XII Edición de la Subida a Gorla en 1991, alzándose también con: la Vuelta a Cantabria (1992), la Fléche d’Emeraud (1993), que se disputaba hasta Saint Malo, en Bretaña, el Circuito de las Ardenas, también en 1993, la Vuelta a la Rioja, que se adjudicó por una estrecha diferencia en 1994, la Vuelta al Algarve (1995), que Lanza considera como uno de sus mayores triunfos al haber disputado la carrera con molestias estomacales, venció en el Tour du Haut Var y la Vuelta a Portugal durante 1996, año que supuso el salto definitivo de Marco. Un año más tarde se adjudicaría la Volta a Catalunya, además de defender el liderato en la Vuelta a Portugal, que volvió a ganar, comenzando a deslumbrar en las clasificaciones de las Grandes Vueltas. Os estaba contando la Subida al Gorla. Durante el viaje a Vergara, siguiendo los tortuosos desmanes de los puertos, que ofrecían hermosas panorámicas de los valles euskaldunes, que resplandecían de un intenso esmeralda, sufrí un ligero mareo. El humo gris que serpenteaba a medida que me acercaba a los altos hornos se diluía en el otero dibujando un colorido tapiz en que destacaba la ganadería nómada, un vestigio olvidado de una Euskadi que aunaba el progreso con la tradición. El coche

se había calentado por el sobrepeso que había soportado el motor de mi austero Ford Fiesta, que había apurado las revoluciones para seguir ascendiendo. Las paredes eran el mercurio del termómetro social y las paredes de Vergara desnudaban el anhelo independentista. Aparqué cerca de una cantina donde pedí café solo. Enfrentaba la mañana con más energía ya que me había recuperado del vahído. Sorbí el café, que sabía al dejo amargo que lega el tabaco en la garganta. Los posos del café se depositaron el fondo de la taza, formando pequeñas islas que, vistas desde arriba, contenían el futuro, podía observar el futuro escrutando la geografía de aquellas islas de café, el futuro era siempre una escenografía en el que obtenía algo distinto de lo que podía tener, de lo que tenía y de lo que me correspondía, al igual que le ocurría a Lanza. Durante el primer tramo de la competición, consistente en una etapa única, que transcurría entre Osintxu y Oñati, Marco se mantuvo concentrado. Sabía que las escapadas que se producían al comienzo fracasarían, con que ahorraba fuerzas. El soplo del viento impedía que se crearan abanicos, la fiereza del viento solía hendir cortes en un pelotón formado por equipos cuyos integrantes apenas cooperaban entre sí persiguiendo el triunfo personal. Pero aquella mañana el viento ululaba entre los árboles meciendo el ramaje con suavidad. Los ataques que se urdían con la intención de marcar distancias se fabricaron en las faldas del Gorla, que los ciclistas ascendían por primera vez. Dos corredores, pertenecientes a los conjuntos de Relax y Footon, consiguieron una diferencia rayana al minuto respecto al grupo de cabeza, donde se encontraba Lanza, quien conocía que, en una escapada así, conformada por equipos diferentes y mal planificada, tarde o temprano los escapados abandonarían el entendimiento necesario para relevarse o agotarían sus reservas antes de tiempo. Marco se limitó a aguantar una posición ventajosa en el grupo perseguidor, ahorrando fuerzas, tratando de que los nervios que afloraban en las tostadas pieles de sus rivales no infectaran su mente,

que se mantenía templada. En una curva, un compañero de Bianchi rozo la rueda trasera de su bicicleta, recibiendo una airada reprimenda de Lanza. Los dos contrincantes que formaban la escapada emprendieron el descenso hacia Aizpurutxo. Los directores de Relax y Footon insuflaban ánimos y ordenaban tácticas desde los coches de carrera, pero el grupo perseguidor neutralizó la escapada justo cuando ésta emprendía el ascenso al alto de Deskarga. Los auxiliares de la organización avituallaron a los ciclistas. Lanza comió y bebió tratando de mantener la concentración. Después de que el grupo de cabeza atravesara Antzuola, Marco ocupó la segunda posición. Esperó a que saltaran algunos corredores. En la mente de Lanza se había asentado el convencimiento de que cualquier escapada sería engullida por la rápida marcha del grupo. Por fortuna, así ocurrió. A falta de 3 kilómetros para el final, el desnivel de la pedregosa carretera marcaba el 8,2 %. Marco esperó al momento en que ningún corredor tomara el relevo, ya que la fatiga se había instalado en las piernas de todos. Sin embargo, acumuló las reservas que había guardado de las anteriores ascensiones y atacó. Las piernas, en apariencia débiles, de Lanza, habían confundido a sus adversarios. Sus piernas eran largas, pero también habían cobrado una considerable musculatura en los entrenamientos que realizaba a diario. Prieto lanzó un poderoso ataque a falta de unos 3 kilómetros. Durante el tramo inicial del ataque mantuvo un ritmo explosivo, que castigaba sus fuerzas, bailando sobre la bicicleta. Fue capaz de mantener un elevado ritmo de cadencia que dejó atrás al grupo perseguidor, incapaz de coordinar la caza. Lanza celebró la victoria extendiendo los brazos y alzando la mirada al cielo, como si hubiera sido crucificado. Cuando Marco bajó de la bicicleta abrazó a su padre, que había viajado para apoyarle. El padre de Marco era un hombre entrecano de rostro arrugado que irradiaba un respeto basado en la disciplina y el orden. Lanza me habló varias veces de él, trabajaba como supervisor en una fábrica, ordenando a los obreros instrucciones para mejorar el rendimiento. Aleccionaba

a Pietro convencido de que lo peor que existía era el talento desaprovechado y organizaba la vida familiar siguiendo los mecanismos de mercado. Si Lanza trabajaba en casa, sacando la basura o regando las plantas, por ejemplo, su padre lo recompensaba con un puñado de pelas que su hijo debía emplear en inversiones productivas como adquirir un accesorio para la bicicleta que le permitiera mejorar su rendimiento. Mi padre había sido incapaz de conciliar el sueño, así Lanza, había trabajado durante toda la noche en la fábrica. Llegó a casa a las ocho de la mañana y se acostó, pero los problemas que le acuciaban en el trabajo le desvelaron. El padre de Marco recibía tratamiento psiquiátrico, le habían recetado unos antidepresivos que, si restaba algo de su mundo interior, acabarían por anular los últimos resquicios de su mundo interior que, en el fondo, formaba la identidad de un esclavo que había claudicado ante los jefes que le angustiaban y exprimían, habiéndose sometido a las obligaciones más absurdas, así Lanza, como comprarse dos coches que en principio no necesitaba pero que después necesitaba reparar y mantener, comprar unas ruedas nuevas, limpiarlos constantemente, limpiar los asientos y los salpicaderos de los vehículos hasta que relucieran, se preocupaba de realizar la inspección técnica a los vehículos, de no rallarlos ni romper la caja de cambios, pero podría haberse desplazado igualmente en autobús, así Lanza. Al parecer Marco le dijo a Gerardo, su entrenador personal, que su padre se levantó y se aseó y requirió su presencia, diciéndole que calculara el montante dinerario que le proporcionaba a su hijo en forma de propinas semanales durante un año. Lanza cobraba dos mil pesetas a la semana, cantidad que, multiplicada por 52 semanas, suponían un montante de 104.000 pesetas al año, sin contar lo que mi padre pagaba al equipo de juveniles, así Lanza. Luego bajamos a la cocina, en cuyos armarios descansaban abundantes utensilios que apenas se utilizaban en preparar la comida, utensilios inservibles pero

atractivos, atractivos en el sentido de que estaban diseñados de forma que atraía mirar y tocarlos, pero no usarlos, puesto que servían para realizar tareas poco usuales, así Lanza, mi padre me tendió una hoja y dijo que dividiera todo el dinero que me ingresaba al año entre el número de asignaturas que cursaba en el instituto. Gerardo dijo que Marco había decidido abandonar los estudios porque sólo quería correr, correr. Intenté dividir 104.000 pesetas entre el número de asignaturas, que ascendían, creo, a 12, pero había olvidado dividir, así Lanza. Bueno, no es que hubiera olvidado dividir en el sentido literal, es que me encontraba gobernado por los nervios, incapacitado para efectuar una operación matemática. Al principio calculé que, de la división entre 104.000 pesetas y 12, restaban 9.500 pesetas. Luego calculé que 9454 pesetas era la cantidad exacta que suponía la relación entre mi salario y las asignaturas que cursaba. Gerardo dijo que el padre de Lanza le instó a multiplicar el resultante de dicha operación por la cantidad de asignaturas que su había aprobado hasta entonces. Gerardo asegura que Lanza había aprobado 3 asignaturas, pero yo creo que aprobó 4. De cualquier forma, el resultado era paupérrimo respecto a las expectativas del padre de Pietro. El caso es que le pregunté a mi padre a qué se debía toda aquella tontería, y mi padre respondió que, calcular la relación entre mi salario y mis rendimientos, suponía efectuar los cálculos como se realizaban en una empresa, así Lanza. Gerardo dice que entonces Marco le respondió a su padre que, de seguir dichos criterios, él, su propio hijo, debería ser despedido de la empresa. Entonces mi padre aseguró que una familia no era una empresa, pero la familia es la institución fundamental del capitalismo, así Lanza, en una familia se transmite la ideología dominante. Los padres difunden la civilización, así Lanza. El muchacho respondió a su padre que él mismo iba a despedirse de la empresa y, en consecuencia, abandonaría la familia. Siguiendo con la conversación, Konrad

preguntó si el chantaje emocional que utilizaba su propia madre para doblegarlo… … chantaje emocional que se había manifestado en varias ocasiones, como cuando la madre de Marco dijo que el muchacho había llegado a casa con las pupilas dilatadas por el efecto de la marihuana y se puso a llorar delante de su hijo y de su novia, que por supuesto no quiso saber más de aquella familia. La madre del muchacho, así Gerardo, se puso a llorar esperando que el joven claudicara y fuera a consolarla, lloraba para vencer sobre él, para que Lanza le pidiera perdón a su madre, así Gerardo, así Lanza, mi madre me había sugerido en alguna ocasión que siguiera con el tratamiento psiquiátrico que había emprendido mi padre, yo me resistía porque los antidepresivos hurtarían mi mundo interior, mi fantástico y excelso mundo interior, mi madre había pedido que ingiriera las pastillas a pesar de que yo me encontraba perfectamente, mas el chantaje emocional de mi madre socavaba mi ánimo, así Lanza, mi madre se cansaba de que yo me rebelara continuamente, la madre de Marco temía que el carácter revolucionario de su hijo la empujara a derrumbar los muros de silencio y a reconocer sus errores, así Gerardo. Querido amigo, me dijo Marco, perdona que, al recordar este suceso, me encuentre en este estado de excitación, todos mis órganos, cada nervio que recorre mis articulaciones, se encuentran excitados por una revelación; mis padres no me conocen y, si me permites citar a Bernhard, que, creo, sigue siendo nuestro escritor favorito, «toda nuestra existencia no es otra cosa que una existencia concentrada en esas posibilidades, o sea, en cómo, de qué manera cambiaremos, cambiaremos finalmente, ese mundo que no es el nuestro». El mundo familiar de la familia Prieto se rompió con Marco, el mundo familiar requiere de una continuación, de que los hijos, echados al mundo como bendición y como crimen de nacimiento, abocados al límite que los padres quieran forzar, perpetúen los cimientos de la familia y pongan velas al hogar de la

familia, al fin y al cabo, Marco Prieto se preguntó por qué, durante la enfermedad que había sufrido durante la Vuelta al Algarve, su padre le había tildado de hipocondríaco, cargándolo de culpas. Al final, Lanza se alzó con la victoria en el Algarve, castigando su cuerpo, así Gerardo, con dicha victoria el joven se convenció de que realmente se encontraba en un estado de forma idóneo. Las posteriores pruebas revelaron una colitis ulcerosa que debió ser tratada con premura, según su entrenador. Todo ciclista necesita de un entrenador que libere su talento. El entrenador que marcó la trayectoria de Lanza fue Gerardo Villegas, con quien he consultado la presente crónica. Villegas es un hombre modesto y me ha pedido que lo nombre superficialmente. Gerardo fue un segundo padre para Lanza desde 1996, cuando el muchacho recaló en Kelme, donde coincidió con Óscar Sevilla. Gerardo Villegas era un cirujano de la pista y, aunque muchas veces Lanza no necesitaba que nadie salvo él planificara la estrategia de la carrera o el calendario de la temporada, Villegas presionó al director de Kelme consiguiendo que el equipo se constituyera sobre los liderazgos de Lanza y de Óscar Sevilla. Gerardo analizaba la competición en la que Kelme se encontrara como un cosmos, analizaba los gestos de los rivales, que a veces teatralizan en la pista pretendiendo engañar a sus adversarios; analizaba los gestos y los precedentes, los escenarios que se producirían si Lanza cedía a la presión o se entrenaba tanto que llegaba pasado de vueltas, si acosado por los aficionados entonces él los espantaba valiéndose del mal genio. Villegas vivía para su trabajo y lo respeto. Nunca he conocido a una persona que se entregara con mayor pasión a su trabajo que Gerardo, con quien trabé amistad a través de Lanza, que me presentó luego de ganar la Vuelta a Portugal. Como he dicho, respeto que Gerardo viviera para su trabajo, pero, ahora que he vuelto a hablar con él, sobre todo a través de e-mail y por teléfono, parece que sigue trabajando. Se

jubiló hace un lustro y sigue cada prueba y conoce cada promesa, recita los componentes de los equipos menos conocidos en el panorama internacional y viaja a Portugal y a Francia y a Holanda. Por supuesto, a mí también me sigue gustando el ciclismo, pero no me apasiona de la misma forma que entonces, cuando dedicaba el tiempo a cubrir la actualidad, cobrando por ello. Todo se fundamenta en el trabajo, si estás desempleado o jubilado como Gerardo, no importa, continúa trabajando, repara el electrodoméstico que se ha roto, contacto con el servicio de atención al cliente porque la impresora se ha roto o el contador que contiene en su interior, destinado a que el aparato deje de funcionar de funcionar cuando alcance un determinado número de impresiones (obsolescencia programada), ha cumplido su función. La función de todos es que trabajemos sin parar. Sumando las horas que dedicamos al trabajo, más el tiempo que requiere la preparación del mismo y el transporte, si unimos el tiempo en que pensamos en el trabajo y las necesarias horas de sueño y esos otros trabajos a los que nos obligan y que he comentado antes, cómo obtendremos el tiempo necesario para llegar hasta nuestros sueños. Lo que ocurre es que hemos olvidado soñar adentrándonos en la pesadilla de los esclavos, adoptando el discurso del esclavo. El discurso del esclavo es aquel que se atiene a la realidad, es decir, al campo de lo posible; teniendo en cuenta lo que viene dado; el paro, las familias desestructuradas, el individualismo y la pobreza, lo único que se le ocurre al esclavo es luchar con todas sus fuerzas para formar una pequeña familia (más de uno o dos hijos suponen un alto coste económico), atender a las fluctuaciones y exigencias del mercado de trabajo (como estudiar inglés o alemán) aceptando trabajos precarios que los mercenarios del poder han renombrado como mini jobs o empleos temporales. Lo único que se le ocurre al esclavo es ubicarse en el plano de abscisas y de ordenadas; el padre de Lanza llega allí,

portando una maleta, y se planta en el punto que le corresponde; en un plano cartesiano, el eje de abscisas sería la clase social y el de ordenadas, entonces, la capacidad adquisitiva. El esclavo se planta allí soñando con que un día podrá reasignar su posición hacia números más elevados (3, 4 ,5…) saliendo así del cero, la pura inopia que suponen el trabajo precario, la esclavitud de no llegar a fin de mes sin sudar ocho horas diarias y la desidia que siente cuando enciende el televisor, el esclavo quiere reasignarse hacia las posiciones que ocupan los burgueses ¡Oh! ¡La clase dominante, que todo lo adapta y controla! Pero llega un día en que, al regresar a casa, el esclavo deja su sombrero azul en la mesita del hall y entiende que jamás ocurrirá, que seguirá siendo un muerto de hambre, que quizás el objetivo de la vida no consistía en explotarse, disfrutar de una relativa salud, orar al Dios Dinero y formar una familia. Con todo esto no quiero llamar esclavo a Gerardo Villegas…

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