Conferencia Coral Herrera Gómez en Feminismo: Agenda Global Instituto Canario de Igualdad

Conferencia Coral Herrera Gómez en  Feminismo: Agenda Global  Instituto Canario de Igualdad Fechas: 28 de marzo 2015 Titulo: “Crítica a los mitos del
Author:  Andrea Sosa Araya

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Conferencia Coral Herrera Gómez en  Feminismo: Agenda Global  Instituto Canario de Igualdad Fechas: 28 de marzo 2015 Titulo: “Crítica a los mitos del patriarcado desde una mirada diversa” Subtítulo: Lo romántico es político

Mi trabajo de investigación sobre la construcción sociocultural del amor romántico está basado en tres ejes de trabajo: ‐ ‐ ‐

Lo romántico es político. Ningún amor es ilegal. Otras formas de quererse son posibles.

Bajo el lema de “lo romántico es político”, en mi tesis doctoral me dediqué a analizar la ideología que recorre transversalmente toda nuestras estructuras sentimentales, nuestros esquemas emocionales y nuestras formas de relacionarnos sexual y afectivamente. El amor es una construcción que varía según las épocas históricas, las zonas geográficas, el clima, las religiones, y multitud de factores que hacen que un fenómeno tan universal como el amor esté determinado, y determine a su vez, nuestra forma de organizarnos económica, política y socialmente. En nuestro caso, el capitalismo y el patriarcado son la tela envolvente de nuestras sociedades, el espacio en el que se desarrolla nuestra vida. Amamos patriarcal y capitalistamente: nos definimos y etiquetamos para discriminarnos y diferenciarnos unos de otros, nos organizamos jerárquicamente, nuestras relaciones están basadas en el interés personal y determinadas por nuestras necesidades, y las necesidades que heredamos en nuestro proceso de educación y socialización. El romanticismo patriarcal promueve la creación de relaciones basadas en la desigualdad y la dependencia mutua, tanto económica como emocional. En los cuentos que nos cuentan, a las mujeres les toca esperar a que un hombre les salve de la pobreza o de los trabajos más duros, que la proteja, la mantenga y la ame para siempre. A los hombres les toca rescatar princesitas desvalidas y demostrar que son lo suficientemente viriles, exitosos, fuertes y valientes. En este reparto, las mujeres le damos muchísima más importancia al amor en nuestras vidas, porque nos han enseñado que sin nuestra “media naranja” estaremos incompletas, y nos

han hecho creer que la felicidad siempre está al lado de un hombre. Las mujeres tememos la soledad, y el estigma de la soltería, que nos presiona socialmente para que busquemos pareja y nos entreguemos al amor. Esta forma de amar está basada en la idea de que hombres y mujeres somos muy diferentes y que por eso nos complementamos a la perfección, por eso bajo esta estructura es fácil construir relaciones desiguales y dependientes que implican un alto grado de violencia en las relaciones. Para acabar con esta violencia, es preciso derribar antiguas estructuras basadas en la división tradicional de roles, y potenciar el empoderamiento y la autonomía de las mujeres. Además de educación sexual, necesitamos educación emocional: es fundamental aprender a gestionar las emociones en nuestro proceso de crianza, socialización y formación, y trabajar colectivamente para adquirir herramientas que nos permitan construir relaciones pacíficas basadas en el respeto mutuo, la libertad, el cariño y el buen trato. En el camino, será esencial repensar el modo en como construimos las relaciones, despatriarcalizar nuestras emociones, y apostar por la visibilización de la diversidad sexual y sentimental. La idea de que otras formas de quererse son posibles, nos abre las puertas a la construcción colectiva de otras estructuras de relación sexual, sentimental y afectivas horizontales que nos hagan sufrir menos, y disfrutar más del amor. Bajo el lema de que “lo romántico es político”, la autora hablará sobre la necesidad de trabajar contra la violencia de género fomentando la igualdad, y trabajando por los derechos y las libertades de las mujeres en todos los ámbitos: social, político, económico, cultural… Mitos del romanticismo patriarcal El amor va siempre cargado de promesas, y por eso creemos que la pareja nos va a cambiar la vida a mejor. Un ejemplo lo tenemos en la cantidad de mujeres adolescentes que creen que el amor les dará madurez, libertad, e independencia de sus padres. Creen que tener pareja les abrirá las puertas del mundo adulto, y además relacionan la maternidad con el amor de pareja, es decir, están convencidas de que teniendo hijos e hijas del ser amado, lo tendrán siempre a su lado, cuando más bien suele suceder lo contrario (basta con echar un vistazo a las estadísticas de embarazos en adolescentes en países de América Latina, por ejemplo). Otro ejemplo lo tenemos en las altas tasas de divorcio y de casamientos, que nos muestran como nuestra cultura mitifica el amor y cómo la realidad destruye ese mito, como el paso del tiempo erosiona el deseo, y cómo la cotidianidad requiere un ejercicio continuo de generosidad y trabajo en común para sostener una pareja amorosa. La gente se siente permanentemente frustrada o decepcionada porque nada resulta ser como en los cuentos de hadas. El amor no es tan fácil, ni tan maravilloso, ni tan eterno como nos habían prometido, y tampoco los príncipes azules son tan perfectos como nos habían contado. En el amor hay una especie de insatisfacción permanente que se parece un poco al modo en cómo nos relacionamos con los objetos y las personas en el mundo capitalista: el consumismo nunca nos llena plenamente, porque siempre

queremos algo mejor, siempre queremos algo más. Si estamos casadas, envidiamos la libertad de las solteras; si no tenemos pareja, soñamos con tener una. Si tenemos amantes, querríamos ser monógamas, si encontramos al amor de nuestra vida, querríamos borrarle todos los defectos y reconfigurarlo a nuestra manera para que encaje en el modelo ideal que teníamos en mente antes de juntarnos. Si, el amor es un mito. Un mito cargado de ideología: los sentimientos determinan nuestra forma de organizarnos económica, política y socialmente, y viceversa.

Lo romántico es político Nuestra forma de amar está determinada por la propiedad privada: cuando amamos nos creemos dueños de la persona a la que queremos, y automáticamente pensamos que tenemos ciertos derechos sobre esa persona, como por ejemplo saber dónde y con quién está en todo momento, gestionar y limitar la libertad de movimientos de la otra persona, permitir o prohibir a la pareja desarrollar sus pasiones, aficiones o proyectos personales, vigilar, limitar o controlar su red social y afectiva, controlar sus recursos o los recursos comunes de modo que no pueda disponer de ellos con libertad, etc. Al capitalismo le interesa que estemos solos y solas, o que nos relacionemos de dos en dos, porque cuantos menos seamos, más vulnerables somos, y más dependientes. Todas las protagonistas de las historias románticas suelen ser mujeres vulnerables y están siempre solas porque si estuvieran acompañadas por gente que las quiere, no necesitarían ningún salvador que las rescate. Para que la figura del héroe masculino tenga sentido, es importante siempre que las mujeres aparezcan solas y tristes, sin hermanas, primas, amigas, tías, vecinas o compañeras de trabajo, sin redes de solidaridad y ayuda mutua. El individualismo feroz limita nuestra capacidad de amar porque está cargado de egoísmo: a través del amor buscamos la manera de conseguir otras muchas cosas, y siempre trabajamos para que nuestras necesidades estén cubiertas, es decir, pensamos más en recibir que en dar. El capitalismo y el patriarcado nos hacen creer que la felicidad está en encontrar a tu media naranja: alguien muy diferente a ti que se complementa contigo a la perfección. Si a ti se te da bien cocinar, a él se le da estupendamente cortar la hierba del jardín, si tú eres buena para arreglar ropa, él es estupendo para arreglar el coche, si tú puedes procrear porque eres mujer, él puede encargarse de trabajar fuera de casa para sostener a la familia. El modelo romántico que nos proponen entonces está basado en esta idea de que mujeres y hombres somos radicalmente distintos, pero a la vez complementarios, y que por eso si no nos juntamos a alguien del otro sexogénero, nos faltará siempre algo, y estaremos incompletas. Nuestra cultura patriarcal ha mitificado a la pareja monógama y heterosexual formada por

tan solo dos personas jóvenes y adultas en edad de procrear, y ha invisibilizado otras formas de quererse y de relacionarse. Nuestra cultura romántica es, entonces, muy pobre porque está reducida a este modelo de chico conoce chica: todas las películas, canciones, cuentos, series de televisión, novelas, telenovelas, óperas, etc. nos cuentan siempre la misma historia, desde hace siglos: aunque nos cambian los rostros y los nombres de los protagonistas, la trama siempre es la misma. Chicas aburridas, chicas sometidas a la explotación laboral o a las condiciones más infames, chicas aisladas o encerradas, chicas con problemas y sin herramientas. Mujeres solitarias que no pueden cambiar por sí mismas su situación, y viven esperando a que alguien las salve y se encargue de su felicidad y bienestar. Este modelo absolutista (conmigo tendrás de todo y no te hará falta nada más) propicia las relaciones de dependencia mutua: los varones trabajan fuera de casa, las mujeres dentro. Los hombres tienen unos conocimientos, las mujeres otros. Para que todo siga como está, lo mejor es que los hombres nunca aprendan a cocinar, a coser, a planchar, a limpiar, a cambiar pañales o curar resfriados, y que las mujeres no aprendan tareas de bricolaje, o adquieran conocimientos de automoción para arreglar el coche, por ejemplo. Mientras cada uno cumpla con su rol y asuma los mandatos de género, el equilibrio y la dependencia están asegurados. Vivimos en una guerra permanente, unos son los vencedores y otros los perdedores, unos son los que mandan y otros obedecen, y se nos va mucho tiempo y energía en crear, sostener y alimentar guerras de la cotidianidad. Casi todas nuestras relaciones laborales y sociales están marcadas por las jerarquías, y por el eje dominación-sumisión: no sabemos relacionarnos desde la horizontalidad. Por eso endiosamos a actores, actrices, cantantes o deportistas: necesitamos subir a los altares a determinadas personas para poder situarnos debajo. En las relaciones amorosas se repite este patrón basado en la lógica hegeliana del amo y del esclavo, en el que los dominantes y los sumisos se relacionan en base a luchas de poder. A los hombres se les educa en el patriarcado para que siempre luchen por la victoria y machaquen a sus enemigos: se les enseña a relacionarse desde la competitividad y las jerarquías, por eso el mayor terror para un hombre es ser un marido “calzonazos” que obedece a su compañera, y por eso el hombre patriarcal necesita sentir que es el que “lleva los pantalones”. El romanticismo patriarcal, además, está basado en la asociación mitificada entre feminidad, amor y maternidad, de modo que nuestro erotismo está limitado por la genitalidad y el afán reproductivo. Los mitos de la feminidad nos presentan a las mujeres como seres con un don especial para amar, para entregarse, para sacrificarse, para estar siempre pendiente de las necesidades de los demás y olvidarse de los suyos propios: las mujeres que no cumplen con estos estereotipos son consideradas poco “femeninas”, como si el amor determinase nuestra identidad de género hasta tal punto que la mujer que no ama no merece ser llamada “mujer”. Según las normas no escritas del patriarcado, el amor de las mujeres es siempre monógamo y exclusivo, y el de los hombres en cambio es más

abierto y plural. Por eso no existen canciones de mujeres que exigen su derecho a disfrutar de su marido viejo con el que se aburre y su amante joven que le da la vida. La sociobiología nos explica que es que los hombres tienen mucho amor que dar, porque sus doscientos millones de espermatozoides le obligan a diversificar el reparto. La medicina también nos explicaba que los hombres tienen una potencia sexual muy superior a la nuestra y que por eso necesitan echar sus “canitas al aire”. Nosotras sólo damos sexo cuando queremos algo a cambio, porque en realidad “no nos gusta” nada, por eso accedemos a tener relaciones si nos ofrecen cosas tan maravillosas como el matrimonio, la maternidad, o el amor eterno. Si, la monogamia es solo para nosotras, y esto no ha cambiado en la actualidad, pese al “descubrimiento” del clítoris en el siglo XIX, y de nuestra capacidad multiorgásmica en el XX. La doble moral sexual sigue gozando de buena salud en nuestros tiempos, prueba de ello es por ejemplo el término “ninfómana” que patologiza el erotismo femenino y que condena a la mujer que tiene deseo sexual: no existe un término parecido para los hombres porque en ellos es “normal”. Si, lo romántico es político porque nuestra forma de amarnos, de convivir y de organizarnos está basada en el dúo que se necesita, que depende mutuamente, que se prohíbe y se limita, que se reprime, que se aísla del mundo y se encierra en sus propios asuntos, que se desentiende de los problemas colectivos y busca una solución individualista para sus problemas. El capitalismo nos vende paraísos personalizados, hechos a medida, para que sigamos los pasos marcados hacia la construcción de la familia nuclear tradicional y adoptemos una estructura basada en la división tradicional de roles que permita la perpetuación del patriarcado por los siglos de los siglos.

Ningún amor es ilegal Esta es la razón por la cual otras formas de quererse y de relacionarse están prohibidas o invisibilizadas: se nos impone un concepto de lo “normal” o de lo “natural”, y se nos mitifica el modelo propuesto para que todo lo demás sean anomalías, desviaciones o aberraciones. Si bien el amor debería ser un derecho humano universal, la realidad es que hoy en nuestro planeta hay gente que es asesinada a diario por amar. Lesbianas, gays, bisexuales, o parejas de adúlteros son encarcelados, torturados, o ejecutados por las instituciones: en muchos países la gente que ama en la clandestinidad puede perder su libertad o su vida, puede ser expulsado para siempre de su familia, de su comunidad, o de su lugar de trabajo, puede recibir unos cuantos latigazos o ser objeto de violencia extrema por parte de personas e instituciones. Obviamente, los mayores castigos los reciben las mujeres: muchas de ellas son enterradas vivas hasta el cuello y apedreadas hasta la muerte sólo por enamorarse de quien no debían. El romanticismo patriarcal es una estructura de relación basado en la violencia, por eso escuchamos a menudo que el amor puede convertirse en odio en un solo segundo, aunque personalmente a mí me parece inconcebible que un día ames a una persona con todo tu corazón y al día

siguiente desees que se hunda en la miseria, que le sucedan las peores cosas, o que se muera. A mí me impactó mucho la película de La Guerra de los Rose protagonizada por Douglas y Turner porque está basada en esta idea de que del amor al odio hay solo un paso, y en la creencia de que los que más se desean, son los que más se pelean. Este argumento legitima la violencia dentro de la pareja: le echamos la culpa de todo al amor y eso nos permite ser personas mezquinas, crueles, y déspotas con las personas a las que amamos. “Le miré el email porque quería saber si me era infiel”, “le prohibí salir con sus amigos porque le quería solo para mí”, “le di una paliza porque me puse celoso”, “la maté porque quería abandonarme y mi corazón no pudo soportarlo”. En nombre del “amor”, somos capaces de vigilar, controlar, mentir, humillar, amenazar, chantajear, insultar, manipular y realizar todo tipo de acciones malvadas: pareciera como si el amor se instalase como un virus dentro de nosotros y nos convirtiese en drogadictos que no pueden controlar sus actos, sus palabras, sus emociones. Y no es justo echarle la culpa al amor porque el amor es una construcción en la que participamos todos y todas, tanto a nivel individual como colectivo.

Otras formas de quererse son posibles: Una de las claves más importantes para construir una relación romántica, creo, es conectar con las personas, con los objetos, con la cotidianidad, con amor. Erich Fromm decía que aunque nos encanta el romanticismo, el amor es un fenómeno poco común en nuestros días, porque a la gente le cuesta relacionarse con ternura y empatía. Todas nuestras relaciones son difíciles o conflictivas porque nos relacionamos con miedo a la gente diferente, y porque hay mucha agresividad cargada en el ambiente. Vivimos en sociedades enfermas de xenofobia, homofobia, sexismo, racismo, transfobia, lesbofobia, y misoginia. Nuestras sociedades viven en guerra permanente contra los vecinos, contra los extranjeros, contra los diferentes. Solo somos capaces de unirnos si hay un enemigo común, si hay algo que nos da miedo a todos y todas, si encontramos algo que odiar colectivamente: por eso nos encanta que un equipo de futbol derrote a otro, o que un ejército aniquile a otro, o que un partido político venza a otro. Vivimos en guerra permanente no sólo contra los demás, sino también contra una misma, por eso nos sentimos gordas, viejas, feas, o incapaces, y por eso nos sometemos a las torturas para quitarnos los pelos, las arrugas, las imperfecciones, las acumulaciones de grasa, y todo aquello que no encaja con los cánones estéticos de la feminidad actual. Empleamos mucho tiempo y dinero en esta guerra contra nosotras mismas, y perdemos muchas energías tratando de gestionar los sentimientos. En las escuelas sólo nos enseñan a reprimir las emociones, no a trabajar con ellas, y los medios de comunicación nos ofrecen unos modelos a seguir terribles: en las telenovelas latinas, por ejemplo, lo que aprenden las adolescentes es que las mujeres que aman son mujeres que sufren sin parar. La violencia amorosa de las protagonistas, es desde luego, uno de los

peores ejemplos que ofrece nuestra cultura amorosa: su forma de relacionarse está basada en el desgarro, en el llanto, las lágrimas, las amenazas, los chantajes, los reproches, los gritos, las amenazas, los insultos: son mujeres que no trabajan, y que sólo se preocupan por su belleza y por la obtención de recursos materiales a través de los hombres. Por eso mi propuesta es que tenemos que construir otros modelos y otros protagonistas, contarnos otras historias de amor, inventarnos otras tramas, atrevernos a romper con el modelo del romanticismo patriarcal. Tenemos que aprender a gestionar nuestras emociones y tenemos que construir un código ético amoroso que nos permita querernos bien, querernos más, y querernos mejor Necesitamos herramientas para trabajar con nuestros miedos, para desmitificar el amor romántico, y para despatriarcalizar nuestras emociones. Yo estoy convencida de que otros romanticismos son posibles, y que podemos construir relaciones bonitas y horizontales que nos permitan sufrir menos, y disfrutar más (de la vida, y del amor). Para eso es preciso garantizar las libertades y los derechos de las mujeres, y trabajar por la igualdad: sólo así podremos construir relaciones igualitarias y libres que no estén basadas en el interés personal o la dependencia mutua. Para aprender a querernos tal y como somos, necesitamos desmitificar el amor y entenderlo como una construcción colectiva permanente en la que todos tenemos nuestra parte de responsabilidad. El amor se construye día a día, y creo que es importante que ampliemos nuestro concepto de amor más allá de la pareja, porque son muchas las personas con las que tenemos relaciones de afecto y de cariño: familia, amigos y amigas, vecinos y vecinas…. Necesitamos herramientas para evitar la resolución de conflictos mediante la violencia, para desmontar los mitos del romanticismo patriarcal, para acabar con las masculinidades hegemónicas y la división tradicional de roles, para construir relaciones sin dependencias ni miedos, para diversificar y multiplicar afectos. Necesitamos amores sin ganadores ni perdedores, sin posesividad, sin dependencias, y para eso es fundamental expandir nuestro concepto de amor y ensancharlo a la sociedad entera: al barrio, al vecindario, a la oficina, a la fábrica. Tenemos que ser capaces de construir relaciones bonitas de solidaridad y apoyo, acabar con la desigualdad y la discriminación, aprender a relacionarnos con cariño, inventarnos nuevas formas de ser hombres y mujeres, a diseñar otro tipo de relaciones que nos hagan sufrir menos, y disfrutar más. Por eso creo que necesitamos menos romanticismo, y más amor. En estos tiempos de desigualdad y violencia, es urgente que nos queramos más, y mejor. Coral Herrera Gómez

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