“CONSOLAD, CONSOLAD A MI PUEBLO” LOS SANTUARIOS, SACRAMENTO DE CONSUELO
”LOS SANTUARIOS, SACRAMENTO DE CONSUELO Y SIGNO DE ESPERANZA” IX ENCUENTRO DE SANTUARIOS DE ESPAÑA D. RUDESINDO DELGADO PÉREZ CAPELLÁN DE HOSPITAL. DIRECTOR EMÉRITO DEL DEPARTAMENTO DE PASTORAL DE LA SALUD DE LA CEE
Montserrat, septiembre de 2006
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Hace años leí en el libro de Stefan Zweig “Momentos estelares de la humanidad” que Haendel andaba sumido en una profunda depresión, incapaz de escribir música. Recibió una visita que le presentó la letra para que él le pusiera música. Abrió el folleto que comenzaba con las palabras de Isaías: Consolad a mi pueblo. Un rayo de luz iluminó su alma e inició la composición de El Mesías, que terminó en breve tiempo. Consolado interiormente pudo escribir una pieza que rezuma vida, alegría… Como muestra de su gratitud donó los derechos de la obra al centro donde le habían tratado y curado.1 El que ha sido consolado es, a su vez, llamado a consolar. Inicio, por ello, mi intervención con el N.º 2 del El Mesías “Comfort ye my people -Consolad a mi pueblo” que escuchamos. Agradezco a los organizadores de este encuentro su gentil invitación y al P. Josep Enric sus amables palabras de presentación. En mi exposición pretendo, tras mostrar la necesidad de consuelo del ser humano, ayudar a profundizar en la misión del santuario como sacramento del consuelo de Dios y ofrecer algunas claves para que los santuarios y sus ministros sean en verdad sacramentos del consuelo de Dios. 1. EL SER HUMANO, NECESITADO DE CONSUELO Y CAPAZ DE CONSOLAR. Todos antes o después necesitamos consuelo. “Somos tan frágiles –escribía el Hno. Roger en su Carta inacabada- que tenemos necesidad de consolación. A todos nos llega el ser sacudidos por una prueba personal o por el sufrimiento de otros. Esto puede llevar incluso a estremecer la fe y que se apague la esperanza. Reencontrar la confianza de la fe y la paz del corazón supone a veces ser pacientes con uno mismo. Hay una pena que marca particularmente: la muerte de alguien cercano, de alguien que necesitamos para caminar sobre la tierra.” Son muchos los que necesitan y demandan consuelo. Os invito a acercaros ahora a ellos, con vuestra mente y vuestro corazón. Mirad sus rostros, escuchad sus palabras, oíd sus silencios, adentraos en sus vidas. Detectad y acoged las llamadas de los que están solos y se ven abandonados por los suyos, de los cansados de la vida, de los perseguidos y calumniados, de los desdichados y desgraciados, de los excluidos y marginados, de los que no encuentran sentido a sus vidas, de los que no tienen paz en su corazón, de los que sufren a causa de los malos tratos o de sus sentimientos de culpabilidad. Contemplad a los enfermos incurables, a los ancianos faltos de cariño, a los que han perdido a un ser querido, a los padres desconcertados por el comportamiento de sus hijos, a las parejas rotas, a los que viven la experiencia del rechazo, la incomprensión o el fracaso… a los creyentes que andan sumidos en la noche oscura, etc. Pensad también en las familias y en los pueblos que sufren los horrores de la guerra, la miseria y el hambre, las catástrofes naturales, etc. Pero, observad también a la multitud de gente anónima que es sensible al dolor de los otros, que se hace prójimo de ellos y hace lo que está en sus manos para aliviarlo, remediarlo. 2. LOS CAMINOS PARA HALLAR CONSUELO. Todas las culturas, religiones, escuelas de pensamiento y movimientos humanitarios contaron y cuentan con enseñanzas prácticas propias para consolar a los afligidos y ayudar 1
Stefan Zweig, Momentos estelares de la humanidad, El Acantilado el nacimiento de “El Mesías” de Händel en 1741
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a los que sufre. Nuestro refranero, que condensa la sabiduría popular, nos ofrece un rico muestrario de los caminos que llevan al consuelo. 2.1. Es natural tener penas y dolores. Quien penas no tiene por el camino le vienen. Coja es la pena, mas aunque tarda llega. 2.2. Hay consuelo pero hay que quererlo. No hay duelo sin consuelo; El que no se consuela es porque no quiere; A quien quiere consolarse, nunca le falta consuelo, Ni vado sin río, ni mal sin alivio; El llanto de mi vecino no alivia el mío; Mal ajeno ruin consuelo; Dolores y desgracias para quien las pasa. 2.3. Hay formas de vivir la pena, el duelo y el desconsuelo. Encerrarse: Ay del ay que llega al alma, y en llegando al alma allí se queda; Pensar, imaginar, adelantar: Las penas son peor de pensar que de pasar; El mal ya sufrido duele menos que el temido No querer salir de él: No hay peor duelo que el de quien no quiere consuelo 2.4. Caminos para hallar consuelo. Desahogarse, comunicarlo, suspirar, llorar: Mal que se comunica, si no se cura se alivia; lágrimas alivian penas; Los suspiros que salen del corazón le descansan del dolor, Suspirar alivia el mal; Males comunicados son aliviados; Adiestrarse: A quien de sufrir no es ducho, poco mal se le hace mucho; Lágrimas alivian penas, lágrimas propias que no las ajenas. Ver lo positivo: No hay mal que por bien no venga; Cuenta por bienes los males que no tienes; No hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista; No hay cuesta arriba sin cuesta abajo; Siempre que lleve escampa Disponer de recursos: Lágrimas con pan pronto se secarán; Los duelos con pan son menos; Abrirse y ver el de los otros: Saca tu cruz a la calle y veras otras más grandes; Repara en la casa ajena y hallarás chica tu pena; Quien no pena, vea mi pena y hallará la suya por buena Recibir ayuda: Al enfermo no palabras bonitas sino eficaces remedios; Poco vale el consuelo si no trae algún remedio. 3. DIOS, FUENTE DE TODO CONSUELO. “Yo soy tu consolador.” (Is 51, 12) La Biblia, sin negar el consuelo humano, nos muestra otro más profundo, el consuelo divino cuyo protagonista es Dios que sale a nuestro encuentro, se interesa por el dolor del hombre, escucha el clamor de su pueblo y sostiene su esperanza cuando está sumido en la desolación.
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Consolar es la obra propia de Dios, como podemos ver especialmente en los salmos. En ellos se nos habla con frecuencia del un Dios amor que consuela siempre al hombre: "Tu vara y tu cayado me consuelan.”(Sal 23,4) "Acrecerás mi dignidad y te volverás a consolarme.” (Sal 71,21) "Tú, Señor, me auxilias y consuelas.” (Sal 86,17) "Aunque se multipliquen mis preocupaciones, tus consuelos deleitan mi ánimo” (Sal 94,19) "Este es mi consuelo en la aflicción, que tu promesa me da vida." (Sal 119,50) "Recordando tus antiguos mandamientos, Señor, quedé consolado." (Sal 119,52) "Sea tu misericordia mi consuelo." (Sal 119,76) Para el israelita atribulado, Dios aparecía como el gran consolador, el que siempre se compadece de su pueblo y lo consuela con la bondad del pastor, el amor del padre y la ternura de la madre: "Como un pastor pastorea su rebaño: recoge en brazos a los corderos, en el seno los lleva y trata con cuidado a las paridas” (Is 40,11) “¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegaren a olvidarse yo no te olvido" (Is 49,15). Y "sus niños de pecho en brazos serán llevados y sobre las rodillas serán acariciados. Como uno a quien su madre le consuela, así yo os consolaré y por Jerusalén seréis consolados" (Is 66,12-13) “Cuando digo: «Vacila mi pie », tu amor, Yahvé, me sostiene; en el colmo de mis cuitas interiores, tus consuelos recrean mi alma.”(Sal 93,18-19) “Este es mi consuelo en mi miseria: que tu promesa me da vida. Me acuerdo de tus juicios de otro tiempo, oh Yahvé, y me consuelo. Sea tu amor consuelo para mí, según tu promesa a tu servidor.” (Sal 118,50.52.76) La consolación de Dios no sólo llega a los hombres directamente, sino también indirectamente, por varios mediadores y canales. Los principales mediadores de la consolación de Dios son los profetas. Isaías: "Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios; hablad al corazón de Jerusalén" (Is 40,1-11) Jeremías: “Convertiré su tristeza en gozo, los consolaré y aliviaré sus penas.” (Jr 31,13) Ezequiel: “Veréis su conducta y sus obras y os consolaréis de la desgracia que yo haya acarreado sobre Jerusalén, de todo lo que haya acarreado sobre ella" (Ez 14,23) Baruc: “¡Ánimo, Jerusalén! te consolará aquel que te dio nombre” (Ba 4,30). Consolar es la obra más bella de los profetas. Su misión es crear el clima, preparar el mensaje de consolación adecuado a cada circunstancia y saber retirarse a tiempo, para favorecer el verdadero encuentro con el Dios de toda consolación. Él será quién hable verdaderamente al corazón del hombre. Pero el gran consolador es un enviado misterioso, el siervo, que vendrá a realizar la obra de consolar a todos los que lloran. (Is 61,2) La Tradición judía le llamará “menahen” “consolación de Israel”. 4. CRISTO, SACRAMENTO DEL CONSUELO DE DIOS. En Jesús viene a los hombres el Dios que consuela. Él mismo se presenta como el siervo esperado, el enviado para ofrecer el consuelo que sólo Dios puede dar, el único consuelo capaz de aliviar las penas. Él es el Consolador de todo hombre que llega a este mundo. IX Encuentro de Santuarios de España (Montserrat, septiembre de 2006) ”Consolad, consolad a mi pueblo”. Los Santuarios sacramento de consuelo
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En su persona Dios consolador sale al encuentro de los hombres para anunciar que los afligidos serán consolados: “Dichosos los afligidos porque serán consolados” (Mt 5,4) y ofrece el reposo a los que penan y ceden bajo la carga: «Venid a mí todos los que estáis rendidos y abrumados, que yo os aliviaré.» (Mt 11,28) Toda su obra –impulsada por el Espíritu consolador- es una acción consoladora: consuela a los enfermos (Mt 14,14), a los hambrientos (Mt 6,34;8,2), a los abatidos (Mt 3,35-36), a los pecadores (Mc 2,5). Jesús consuela con palabras pero también con el ejemplo de la propia vida. El mismo vive la experiencia del desconsuelo: En la muerte de su amigo Lázaro, se conmueve profundamente y se echa a llorar al ver llorar a Marta y a los que le acompañan; llora ante el endurecimiento de los fariseos y el rechazo de Jerusalén; siente tristeza y angustia ante su propia pasión y muerte en el Huerto de los Olivos. También él necesita ser consolado. Recibe el consuelo del Padre para asumir la muerte, el del Cireneo para llevar su cruz y el de su madre para ser fiel hasta el final. Y consolado, se convierte en consolador. “El, que durante su vida mortal, con grandes clamores y lágrimas, ofreció plegarias y súplicas a aquél que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado a causa de su reverencia, y aún siendo Hijo, aprendió sufriendo a obedecer; y, llegado al término, se convirtió para todos los que le obedecen en causa de salvación eterna." (Heb 5,7-9) Cristo sana, cura y consuela desde la cruz a todos los que creen en él. “Como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre para que todo el que crea tenga vida eterna.” (Jn 3,14-15) “Sus heridas nos han curado.” (1 Pe 2,24) Pablo descubrió que el consuelo brota de la desolación cuando ésta se une al sufrimiento de Cristo: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios. Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para el consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos.” (2 Cor 1,3-4.6) En esta tarde, Cristo del Calvario, vine a rogarte por mi carne enferma; pero, al verte, mis ojos van y vienen de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza. ¿Cómo quejarme de mis pies cansados, cuando veo los tuyos destrozados? ¿Cómo mostrarte mis manos vacías, cuando las tuyas están llenas de heridas? ¿Cómo explicarte a ti mi soledad, cuando en la cruz alzado y solo estás? ¿Cómo explicarte que no tengo amor, cuando tienes rasgado el corazón? Ahora ya no me acuerdo de nada, huyeron de mí todas mis dolencias. El ímpetu del ruego que traía se me ahoga en la boca pedigüeña.
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Y sólo pido no pedirte nada, estar aquí, junto a tu imagen muerta, ir aprendiendo que el dolor es sólo la llave santa de tu santa puerta. Amén.»2 Jesús, Resucitado, continúa su misión de consolar: Consuela a las mujeres que van a su sepulcro, (Mt 28,8-10). a María Magdalena que llora su muerte, a Pedro con su mirada (Lc 22,61) y su confianza en él. (Jn, 21,15ss) Devuelve la ilusión perdida y la alegría a los discípulos de Emaús que están de vuelta de todo. (Lc 24,13-35) Unos y otros son consolados y reciben la misión de consolar a los hermanos Este consuelo no cesa al partir Jesús de este mundo para el Padre, pues no deja huérfanos a los suyos sino que les envía al Paráclito, al Espíritu consolador. (Jn 14,16.26) Los cristianos viven en la consolación que les ha dado para siempre con el Espíritu Santo. (Hch 9,31) Finalmente, Dios consolará aboliendo todo dolor humano con su presencia gloriosa entre los hombres: "Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: 'Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondré su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios-conellos, será su Dios'. Y enjugará toda lágrima de sus ojos y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado. Entonces me dijo el que estaba sentado en el trono: 'Mira que hago un mundo nuevo' Y añadió: 'Escribe estas palabras ciertas y verdaderas." (Ap 21,3-5). 5. LA IGLESIA, SACRAMENTO DEL CONSUELO A TRAVÉS DEL ESPÍRITU. Dios ha querido hacerse presente en todos los tiempos y estar cerca de todos los corazones. Al morir Cristo, lo hace por medio del Espíritu. La acción del Espíritu se realiza, de manera peculiar pero no única, a través de la mediación histórica querida por el Señor: La Iglesia, sacramento de Cristo, cuerpo terrestre del Cristo glorioso, animado por el Espíritu. La Iglesia es la encarnación visible de Cristo y de su acción salvadora y consoladora. «La Iglesia, "va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor, hasta que El venga (cf. 1 Cor 11,26). Se vigoriza con la fuerza del Señor resucitado, para vencer con paciencia y con caridad sus propios sufrimientos y dificultades internas y externas, y descubre fielmente en el mundo el misterio de Cristo, aunque entre penumbras, hasta que al fin de los tiempos se descubra con todo esplendor.»3 «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva
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Liturgia de las Horas, Vísperas del Viernes Semana I
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Lumen gentium 8
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de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del genero humano y de su historia.»4 «Donde quiera que haya hombres... afligidos por la desgracia o por la falta de salud... allí debe buscarlos y encontrarlos la caridad cristiana, consolarlos con diligente cuidado y ayudarles con la prestación de auxilios».5 «Gracias al crecimiento de la colaboración entre los numerosos sectores eclesiales bajo la guía afable de los pastores, la Iglesia entera podrá presentar a todos una imagen más hermosa y creíble, transparencia más límpida del rostro del Señor, y contribuir así a dar nueva esperanza y consuelo, tanto a los que la buscan como a los que, aunque no la busquen, la necesitan.»6 «Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo. El Estado… no puede asegurar lo más esencial que el hombre afligido —cualquier ser humano— necesita: una entrañable atención personal.»7 Llamada a ser el rostro misericordioso y consolador de Dios, nuestra Iglesia no siempre lo es. Su pecado le quita transparencia para llevar a los hombres de hoy el consuelo de su Señor. De ahí que ha de estar continuamente renovándose. A todos los que formamos la Iglesia Dios nos pide que seamos, como él, acogedores y consoladores. Los santos han sido testigos singulares del consuelo de Dios para los que sufren: San Vicente de Paúl, San Juan de Dios, San Camilo de Lelis, Beata Teresa de Calcuta, Madre María Rosa Molas, fundadora de las Hermanas de la Consolación. Con su ejemplo y su intercesión nos estimulan a ser como ellos. Ni la Iglesia ni los cristianos tienen la exclusiva de practicar la buena obra de consolar. El mundo es muy grande, y los cristianos somos sólo una parte de este mundo, un mundo en el que existe mucho sufrimiento, mucha frustración, mucho desengaño, mucha impotencia ante el mal. El Espíritu de Dios, que no está atado por nada ni por nadie, suscita por todas partes hombres y mujeres que aportan alivio en el sufrimiento de sus hermanos y hermanas. Los cristianos lo sabemos y damos gracias a Dios por ello. La práctica del bien realizada por aquellos que no son de los nuestros es para nosotros un motivo de gozo, además de ser también un estímulo. 6. MARÍA, CONSOLADORA DE LOS AFLIGIDOS. “María, consoladora de los afligidos” así la invoca la piedad popular. En multitud de pueblos María Nuestra Señora del Consuelo o de la Consolación es venerada como su patrona e intercesora. Esta invocación popular obtuvo, sin embargo, más entidad doctrinal
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Gaudium et Spes 1
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Apostolicam actuositatem 8
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Juan Pablo II, Ecclesia in Europa 29
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Benedicto XVI, Deus Caritas est 28
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cuando el concilio Vaticano II afirmó que la madre de Jesús "resplandece como un signo de esperanza firme y de consolación para el pueblo de Dios en marcha."8 El Evangelio subraya la sensibilidad de la Madre de Dios por la compasión y el consuelo de Dios hacia los hombres. María se sitúa en el corazón de la frustración humana para llevarle el remedio consolador: el remedio que sólo su Hijo puede dar. “María, presente en las bodas de Caná, se sitúa en el corazón de frustración humana para llevarle el remedio consolador: el remedio que sólo su hijo puede dar.”9 Pero Ella vivió también el desconsuelo. “Una espada te atravesará” le había anunciado el anciano Simeón al presentar a su hijo en el templo. (Lc 2,35) La desolación penetró su corazón, pero no afectó a su fe. Vivió a fondo la noche oscura. Su soledad fue la de la fe. En el dolor del Hijo clavado en la cruz y puesto después en sus brazos, María conservó la llama de la fe. Y mereció la consolación. Ella se convierte así en Madre de la misericordia y del consuelo. Participó de una manera singular en la consolación, la resurrección de Cristo, con que Dios consuela al nuevo pueblo mesiánico afligido por la muerte del Salvador (cf. Lc 24,17). La alegría de la resurrección la hace capaz de consolar a sus hijos en cualquier tribulación en que se encuentren. María ha consolado y sigue consolando hoy a sus hijos que acuden a ella y le ruegan “vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos”. En el corazón de la Iglesia que “avanza entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios” (LG 53), María palpita para que sea siempre colmada del Espíritu consolador. Y como "abogada nuestra" ejerce su función intercesora, que también es servicio de consolación.10 Hacemos un alto en la exposición para escuchar el coro de El Mesías: “Mi yugo es llevadero y mi carga ligera.” (N.º 19) 7. LOS SANTUARIOS, SACRAMENTO DEL CONSUELO Los santuarios fueron siempre y son hoy lugares privilegiados para el encuentro de los humanos con el “misterio”. A ellos peregrinan gentes que portan sus vidas, sus interrogantes, sus desconsuelos, sus búsquedas de sentido, sus heridas, sus dolores y soledades, sus cansancios y sus penas, sus ilusiones y sus esperanzas…. En ellos encuentran ese espacio en el que poder desahogarse. La escena de Ana en el templo de Siló se repite a menudo en nuestros santuarios. «Tras haber comido y bebido en Siló, Ana se levantó. El sacerdote Elí estaba sentado en su silla junto a la puerta del santuario de Yahvé. Estaba ella con el alma llena de amargura y oró a Yahvé llorando sin consuelo… Mientras ella rezaba y rezaba ante Yahvé, Elí observaba sus labios. Ana oraba para sus adentros; sus labios se movían pero no se oía su voz. Elí creyó que estaba borracha y le dijo: ‘¿Hasta cuándo te va a durar la borrachera? A ver si se te pasa el efecto del vino.’ Ana respondió: ‘No es así, Señor. Soy una mujer que sufre. No he bebido vino ni licor, estaba desahogándome ante el Señor. No creas que esta sierva tuya es una descarada; si he estado hablando hasta ahora, ha sido de pura congoja y aflicción. 8
Lumen gentium, 68
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Dalmau B., Consolad, consolad a mi pueblo, Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación, 2001, pág. 78
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Entonces Elí le dijo: ‘Vete en paz. Que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido.’ Ana respondió: ‘Que puedas favorecer siempre a esta sierva tuya.’ Luego se fue por su camino, comió, y no parecía la de antes.» (1 S 1,9-10.12-18) Pablo VI llamó a los santuarios “clínicas del espíritu”. El Dr. A. Mussi de la Cátedra de Bolonia escribió una frase que está inmortalizada en la entrada de algunos centros hospitalarios: "Ven para ser sanado, si no sanado, al menos curado, si no curado al menos consolado". Nos os parece que podría ser un buen objetivo para el trabajo pastoral que realizamos en nuestros santuarios. ¿Son de hecho nuestros santuarios lugar donde encuentran consuelo los enfermos, las familias que sufren, los solos y abandonados, los que andan sumergidos en un mar de dudas, etc. etc.? ¿Tienen conciencia de la aportación que pueden y están llamados a hacer hoy para atender esta gran necesidad que tienen tantas personas? ¿Con qué posibilidades cuentan nuestros santuarios para que los que vienen y pasan por ellos hallen el consuelo y la paz que buscan? ¿Cómo pueden ser hoy “sacramentos del consuelo de Dios”? Son algunas preguntas que yo me planteo y que les lanzo. Yo no tengo respuesta, porque carezco de experiencia y de datos. Os ofrezco de forma muy sucinta, por falta de tiempo, algunas sugerencias prácticas. Os corresponde a vosotros valorarlas y llevarlas a la práctica en los santuarios en los que estáis. 1.ª Cuidar con gran dedicación y esmero la acogida de los que vienen al santuario. Para ahondar en la acogida os remito a la excelente conferencia del P. José Enric Parellada en el III Congreso Europeo de Santuarios y peregrinaciones celebrado en Montserrat el 2002: “Los vio pasar y los acogió. El ministerio de la acogida, don del Espíritu”. 2.ª Crear un clima de silencio que relaja y da serenidad, que invita al recogimiento, a la escucha, a la plegaria, que restaura. La música es sin lugar a dudas uno de los grandes medios para lograrlo. Cada vez se utiliza más en los más diversos lugares. El Hno. Roger cita unas palabras del violinista Yehudi Menuhin: “Cuando las palabras se dicen cantadas llegan hasta lo más recóndito del alma. Estoy persuadido de que los jóvenes que hoy rehuyen las iglesias irían masivamente si encontrasen allí el misterio que debiera reinar en ellas.”11 3.ª Crear espacios que faciliten a los que vienen o están unos días el encuentro consigo mismo, con el misterio, el desahogo y el lloro silencioso. 4ª Contar con personas preparadas y disponibles para escuchar, acompañar espiritualmente a los visitantes. En la última parte de mi exposición hablaré más ampliamente. 11
Madre Teresa de Calcuta y Hermano Roger de Taizé, La oración. Frescor de una fuente, PPC, Madrid 1997, pág. 87
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5.ª Programar momentos y ofrecer medios que faciliten y provoquen que la gente pueda expresar lo que lleva dentro, sus angustias y necesidades, sus experiencias personales…. Pienso en encuentros de grupos… libros u hojas en las que se invita a escribir… Uno de los caminos que conducen al consuelo es estar con otros que sufren. 6.ª Procurar que las celebraciones de la Eucaristía sean vivas, conectadas con la vida de las personas que participan en ellas y que las palabras hagan memoria del Dios que es misericordia y todo consuelo, del Dios que nos ama con entrañas de madre. 7.ª Celebrar en el Sacramento de la Reconciliación el encuentro con Dios que es misericordia entrañable, que sale a recibirnos y nos abraza sin pedirnos cuentas, que rehace nuestras vidas con su perdón gratuito. 8.ª Celebrar la Unción, sacramento de la ternura y del consuelo de Dios, en las peregrinaciones en las que participan grupos de enfermos. 9.ª Hacen un gran bien frases escritas al pie de una imagen que se puedan leer, textos bellos, testimonios, poemas y oraciones para llevar. A título de ejemplo, leo un precioso y profundo texto del P. Moratiel, fundador de la Escuela del Silencio: «Y dijo Dios: Si nadie te ama, mi alegría es amarte. Si lloras, estoy deseando consolarte. Si eres débil, te daré mi fuerza y mi energía. Si nadie te necesita, yo te busco. Si eres inútil, yo no puedo prescindir de ti. Si estás vacío, mi plenitud te colmará. Si tienes miedo, te llevo sobre mis espaldas. Si estás cansado, soy tu descanso. Si pecas, soy tu perdón. Si me pides, soy don para ti. Si me necesitas, te digo: estoy dentro de ti. Si estás a oscuras, soy lámpara para tus pasos. Si tienes hambre, soy pan de vida para ti. Si eres infiel, yo soy fiel. Si te quiebras, te curo todas las fracturas. Si todos te olvidan, mis entrañas se estremecen recordándote. Si no tienes a nadie, me tienes a mí».12 10.ª Las novenas, triduos, romerías, etc. que se celebran en el santuario… podrían ser una buena ocasión para hablar del consuelo y suplicar por los que no necesitan. 11.ª Los santuarios pueden y deben ser promotores y difusores de una cultura y de unos valores evangélicos que contrarresten aquellos que son fuente de muchos desconsuelos. 12.ª Los santuarios han de colaborar, en la medida de sus posibilidades, a remediar las causas del desconsuelo de la gente, mediante sus acciones caritativo-sociales. Lo fueron, en otras épocas, por ejemplo, construyendo hospitales para atender a los peregrinos enfermos. Hoy pueden llevarlo a cabo con múltiples obras. 12
Fernández Moratiel J., La escuela del silencio.
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8. LOS QUE SIRVEN EN LOS SANTUARIOS, SACRAMENTO DEL CONSUELO. Entre los que se acercan a los santuarios, algunos necesitan “alguien” que se fije en ellos y mire más allá de las apariencias, que se les acerque y les de la libertad de llorar, que comprenda sus sentimientos y acoja sus miedos con respeto, que tenga tiempo para reflexionar con ellos, alguien que les sonría y encienda una luz en su camino, que perciba su soledad y les conmueva con su ternura. Ese “alguien” podéis ser los que servís en los santuarios. Dios cuenta con vosotros para transmitir su cercanía a los que sufren, para decirles que les ama incondicionalmente, que es abrigo y refugio en el que podemos cobijarnos, médico que sana nuestra dolencias, roca firme en la que apoyarnos.... Es un don y una tarea que Dios os regala: consolar a través vuestro. «Gracias, Señor, porque nos necesitas. En tu silencio acogedor nos ofreces ser tu palabra traducida en miles de lenguas, adaptada a toda situación. En tu respeto a nuestra historia, nos ofreces ser tus manos. En tu aparente parálisis, nos envías a recorrer caminos. Somos tus pies y te acercamos a las vidas más marginadas. Nos pides ser tus oídos, para que tu escucha tenga rostro, atención y sentimiento. Para que no se diluyan en el aire las quejas contra tu ausencia, las confesiones del pasado que remuerde, la duda que paraliza la vida, y el amor que comparte su alegría. Gracias, Señor, porque nos necesitas.»13 Pero esto no es posible hacerlo desde fuera. Hemos de encarnar en la vida, testimoniar y proclamar el mensaje de la misericordia y la consolación revelado en Cristo, y así ser cauces vivos de la consolación de Dios para nuestros hermanos. Para ello necesitamos Cultivar la experiencia del Dios consolador. Tener fijos los ojos en el Señor, epifanía de la ternura y del consuelo de Dios, para hacer nuestras sus actitudes, sus palabras y sus gestos.
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González Buelta B, Gracias, En el aliento de Dios. Salmos de gratuidad, Sal Terrae, Santander 1995, pág. 169
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pág. 11
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Ser conscientes de que el Espíritu Santo Consolador obra en nosotros y en los demás. Sabernos enviados e instrumentos del Dios consolador que nos llama a ser continuadores de la obra de Jesús, guiados por el Espíritu. Ser sensibles al dolor humano, tener un corazón compasivo, haber experimentado la necesidad de ayuda, consuelo, compasión, ánimo…y sentido el gozo de ser consolados. «Cómo podrá alguien ayudar, si nunca ha necesitado un hombro amigo. Cómo podrá alguien consolar, si nunca sus entrañas han temblado de dolor. Cómo podrá alguien curar, si nunca se ha sentido herido. Cómo podrá alguien ser compasivo, si nunca se ha visto abatido. Cómo podrá alguien comprender, si nunca en su vida ha tenido el corazón roto. Cómo podrá alguien ser misericordioso, si nunca se ha visto necesitado. Cómo podrá alguien alentar, si nunca se quebró por la amargura. Cómo podrá alguien levantar a otros, si nunca se ha visto caído. Cómo podrá alguien dar alegría, si nunca se acercó a los pozos negros de la vida. Cómo podrá alguien acompañar a otros, si su vida es un camino solitario.»14 9. CLAVES PARA VIVIR Y DESEMPEÑAR EL MINISTERIO DEL CONSUELO Esto es lo esencial y prioritario. Desde mi propia experiencia y la de otros muchos con los que he compartido el don y la tarea de acompañar a personas que sufren, enriquecida por el estudio y la contemplación de la actuación de Jesús de Nazaret, os ofrezco algunas claves prácticas con el sólo deseo de que os sirvan para vivir y desempeñar el ministerio del consuelo allá donde estéis.
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Ulibarri F., Al hilo del Espíritu. Plegarias para nuestro tiempo, Ed. Verbo Divino, Estella 2004, pág. 404-405
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1. Acoger y estar cercanos a su lado. “El Señor está cerca de los atribulados.” (Sal 33,19) “Estaba junto a la cruz de Jesús su madre.” (Jn 19,25) “Me acogisteis como a Cristo Jesús.” (Gal 4,14) El desconsolado necesita presencias cercanas que derritan su aflicción con calor humano, que conforten su tristeza con la palabra. No se puede ayudar al que sufre a distancia. Hay que acercarse a él y adentrarse en lo que está viviendo, movidos por la compasión y el deseo de consolar, alentar y servir de apoyo. Es preciso hacerlo sin prisas ni paternalismos, dejando y facilitando que el necesitado de consuelo sea el protagonista. La cercanía solidaria tiene un poder curativo: activa y hace presente al que sufre el amor de los hermanos y de Dios. «Más importante -escribe H. Nouwen- que cualquier acción concreta o que cualquier palabra indicativa, es la simple presencia de alguien que se interesa. Cuando alguien nos dice en medio de una crisis "No sé qué decirte o qué hacer, pero quiero que sepas que estoy contigo, que no te abandonaré", contamos con un amigo a través del cual podemos encontrar consuelo y alivio. En una época tan saturada de métodos y técnicas ideadas para cambiar a la gente, para influir en su conducta, para hacerle realizar nuevas cosas y pensar nuevas ideas, hemos olvidado el simple pero difícil don de estar mutuamente presentes. Hemos perdido este don porque se nos ha hecho creer que la presencia tiene que ser útil.»15 2. Con delicadeza y humildad. “Descálzate, porque el lugar que pisas es sagrado.” (Ex 3,5) Al mundo del que sufre el desconsuelo no se entra avasallando, sino con delicadeza. Hemos de ofrecer nuestra presencia al que sufre pero no imponerla. Y hacerlo con humildad, que es como las sandalias del sabio. La humildad se basa en la conciencia de la propia limitación, en el esfuerzo por poner al enfermo en centro de su atención y en la convicción de que el contacto con él puede enseñarnos muchas y muy importantes verdades. El sano realismo ayudará al acompañante a no creerse indispensable, a reconocer que su deber no es resolver los problemas de interlocutor, sino convertirse en su compañero de camino, confortarlo en su espera, ser portador de aliento y consuelo en los momentos de dolor. 3. Escuchar. “Tú escuchas los deseos de los humildes, les prestas oído y los animas.” (Sal 9,38) “Sé pronto para escuchar y tardo para responder.” (Eclo 5,11) La persona herida encuentra alivio cuando tiene la oportunidad de contar y compartir lo que lleva en su interior. Dejar que afloren las angustias escondidas, las esperanzas frustradas, supone un respiro interior para el que sufre. El consuelo presupone en quien pretende prestarlo la capacidad de inspirar confianza al desconsolado, de superar su temor a no ser escuchado ni comprendido.
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Neil, Morrison y Nouwen, Compasión. Reflexión sobre la vida cristiana, Sal Terrae, Santander 1995, pág. 2728
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Escuchar significa ofrecer acogida a las vivencias del otro, dar espacio a su individualidad e historia personal. El arte de escuchar es difícil: solemos ser más dados a juzgar las actitudes y estados de ánimo de los demás, que a aceptarles y ofrecerles hospitalidad; tendemos a minimizar sus preocupaciones y a proponerles soluciones que no pueden hacer suyas, a impacientarnos con ellos o culpabilizarles. No es fácil escuchar. Se requiere sensibilidad, capacidad para sintonizar, saber leer lo que el otro nos dice con su palabras y, sobre todo, con sus silencios, sus gestos, su mirada... Escuchar es un arte. Hay que aprenderlo y adiestrarse en él. Saber escuchar exige ponerse en lugar del que sufre, acoger su historia personal, percibir el impacto que el sufrimiento tiene en cada persona, saber implicarse pero sin caer en el pozo del sufrimiento, mantener la justa distancia que permite seguir siendo uno mismo, conservar la autonomía y la claridad para poder ayudar. La escucha se cultiva con la práctica, con la reflexión y tratando de descubrir, cada vez con mayor claridad, todo aquello que la promueve y lo que la obstaculiza. «Cuando te pido que escuches y tú empiezas a aconsejarme, no estás haciendo lo que te he pedido. Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a decirme por qué no debería sentirme mal, no estás respetando mis sentimientos. Cuando te pido que me escuches y tú piensas que debes hacer algo para resolver mi problema, estás decepcionando mis esperanzas. ¡Escúchame! Todo lo que te pido es que me escuches, no que me hables ni que te tomes molestias por mí. Escúchame, sólo eso. Es fácil aconsejar. Pero yo no soy incapaz. Tal vez me encuentre desanimado y con problemas, pero no soy incapaz. Cuando tú haces por mí lo que yo mismo puedo y tengo necesidad de hacer, no estás haciendo otra cosa que atizar mis miedos y mi inseguridad. Pero cuando aceptas, simplemente, que lo que siento me pertenece a mí, por muy irracional que sea. entonces no tengo por qué tratar de hacerte comprender más y tengo que empezar a descubrir lo que hay dentro de mí. Seguramente es por esto por lo que la oración funciona: Dios está siempre ahí para escuchar.» 4. Acoger los desahogos y las lágrimas. “Confía a Yahvé tu peso, él te sustentará.” (Sal 55,23) “Descargad ante él todo vuestro agobio, pues él se interesa por todos.” (1Pe 5,7) Las lágrimas tienen mil significados. Las hay de emoción, de alegría, de gozo, de ternura, pero también de rabia, de lamentación, de desesperación, de amargura, de arrepentimiento, de tristeza. A nosotros nos toca acogerlas en silencio, respetarlas y tratar de descubrir lo que expresan y lo hay tras ellas.
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«Ahora -decía el Cardenal Pironio- el Señor ahonda en mí la cruz. Lloro como un niño, lo cual no me avergüenza, pero precisamente por eso crece en mí la experiencia del amor del Padre y la cercanía maternal de Nuestra Señora. Siento necesidad de gritar al mundo, sobre todo a los jóvenes, que Dios es Padre, aunque a mí me deshaga por amor: si el grano de trigo no cae... ¡Cómo me gustaría escribir sobre la cruz y el amor del Padre pensando en los jóvenes! Veo ahora muy claramente, que mi único modo de redimir (y redimirme), es hacerme partícipe de los sufrimientos del Señor completando su pasión en su Cuerpo, que es la Iglesia. “Por eso me alegro”. Aunque humanamente me cuesta aceptarlo y lloro en silencio, comprendo mejor a los que sufren y lloran y me dan ganas de venerarlos.» 5. Comprender. “El modeló cada corazón y comprende todas sus acciones.” (Sal 32,15) No podremos nunca consolar a nadie si no entendemos su desconsuelo, si no nos ponemos bajo su piel, si no buscamos juntos lo que realmente es fuente de consuelo para la persona. La escucha es la llave con la que abrimos la puerta a la comprensión del que sufre: de sus penas, sus esperas y esperanzas, sus sentimientos, sus carencias, pero también sus recursos. La comprensión nos proporciona la capacidad de ver la vida desde la óptica del desconsolado. La comprensión del que sufre es un medio terapéutico que alivia el peso del corazón herido. Por el contrario la incomprensión constituye un dolor sobreañadido para el que está sufriendo. «Lo más hermoso de mi vida –escribe el Hermano Roger- es descubrir en una conversación un ser en su integridad, marcado al mismo tiempo por un drama o una ruptura interior y por los dones irreemplazables a través de los cuales la vida y la fuerza de Dios en esa persona pueden darle la capacidad de hacer maravillas. Es esencial tratar de comprender la situación de la persona a partir de algunas palabras o actitudes, más que con largas explicaciones. No basta con compartir lo que le hace sufrir en su interior. Tenemos que buscar además el don específico que Dios le ha dado y que será el pilar de su existencia. En el momento en el que ese don o esos dones se descubren, los caminos se abren. No debemos pararnos mucho en los problemas, los fracasos y las fuerzas contradictorias que no nos llevan a nada. Tenemos que pasar lo antes posible a la etapa esencial: descubrir el don único, los talentos confiados a cada ser humano, para que no queden enterrados y fructifiquen en Dios.» 6. Respetar al otro, sus sentimientos, sus ritmos y sus decisiones. “La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará.” (Is 42,3) “Sed pacientes con todos… No apaguéis el espíritu, examinadlo todo y quedaos con lo bueno.” (1 Tes 5,14.19.21) El respeto hacia cada persona con la que uno se encuentra es una actitud que hay que cultivar: es la capacidad de considerar a cada ser humano una persona creada a imagen de Dios, dotada de dignidad, unidad e irrepetible originalidad. Como decía el poeta, “Nadie fue ayer ni ira hoy por el mismo camino que voy yo. Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol, y un camino virgen Dios”
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Consolar es ayudar y no reprochar, es perdonar y no acusar, es animar y no reprender, es acariciar y no vituperar, es ayudar a levantarse y no hincar contra el suelo. Consolar es sencillamente ponerse al lado del afligido con todo el respeto del mundo y decirle te quiero, pero decírselo de la única manera consoladora, con amor, con respeto y entrega desinteresada. Los sentimientos de la otra persona han de ser sagrados, dignos de todo respeto, límite de sus actuaciones. Incluso aunque esos sentimientos estén impidiendo el consuelo, no se pueden forzar, habrá que ir limándolos, venciendo sus defensas, liberando los temores que los sostienen, alimentando nuevas ilusiones. Cada persona tiene una psicología, una cultura, una historia y un momento únicos. Por eso, el ritmo de consuelo es propio a cada situación. Debemos intentar adaptarnos a cada ser desconsolado para ayudarle a él en concreto como y con lo que necesite. «Qué alivio -escribe Enma- produce sentir que alguien se hace cargo de tu situación y no intenta ofrecerte un consuelo barato, ni te aleja de la verdad de la realidad, por muy dura que sea, ni camufla tus verdaderos sentimientos. Es la hora de reconocer y agradecer a los «ángeles» que, a lo largo del camino, te permiten, nos han permitido, levantarnos, alimentarnos con el pan de la solidaridad, de la cercanía, de la gratuidad, de la lucha, para poder seguir caminando». 7. Hablar al corazón. “Saber decir al abatido palabras de aliento.” (Is 50,4) “Ansiedad en el corazón deprime al hombre, pero una palabra buena le causa alegría.” (Prov 12,25) “Mirada serena alegra el corazón, buena noticia reanima el vigor.” (Prov 15,30) La palabra que sale del corazón y habla al corazón del que sufre tiene un gran poder: conforta, consuela, anima, guía y orienta, da vida ye esperanza. Es palabra que se guarda, se agradece y jamás se olvida. “En mi corazón escondo tu palabra…Nunca olvidaré tus palabras. ¡Tu palabra me devuelve la vida! ¡Cuán suave es a mi gusto tu palabra! Es más que miel para mi boca. Una lámpara sobre mis pasos es tu palabra y una luz en mi camino.” (Sal 119) No así las palabras vacías, dichas más para aliviar la propia angustia que la del que está inmerso en su dolor. No sólo no consuelan sino que hacen daño al que las oye: “He oído muchas cosas como éstas. ¡Consoladores molestos sois vosotros! ¿No acabarán esas palabras vanas? También yo podría hablar como vosotros si me encontrara en vuestro lugar… ¿Hasta cuándo atormentaréis el alma mía y con palabras me acribillaréis?” (Jb 16, 1-6;19,2) «Ante el dolor somos El y yo quienes nos debatimos, los demás quedan fuera; por eso sobran las palabras, todo suena a hueco, queda lejos... Es fácil decir palabras bonitas, dar toda clase de consuelos y explicaciones cuando no te duele nada o no estás "cogido" por el sufrimiento. Es fácil hablar de una realidad dura y buscarle soluciones desde fuera. Pero si está en ti y experimentas la impotencia tuya y de los otros, necesitas de ese hondo silencio para acoger. El silencio es la palabra que te revela su Presencia, porque todo su ser se hace silencio. Lo necesitas para "aguantar" con paz. Dios se hace también silencio en esos momentos. El es tu paz. El dolor se hace
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oración y todo tu cuerpo parece respirar un nombre: Jesús. Esta en tu continua oración.»16 8. Estar a su lado, acompañarle en su camino, ayudarle a encontrar el sentido a lo que le pasa. “El mismo Jesús se acercó a ellos y caminó a su lado.” (Lc 24,15) Poder mirar con serenidad, con paz interior los desconsuelos sólo es posible por la solidaridad, la compañía, el amor, la amistad, el servicio de los demás. Sólo podemos asumir estas situaciones y aceptarlas cuando no nos sentimos solos, cuando sentimos la presencia de los otros. La búsqueda de sentido mantiene al hombre en el camino que conduce a una salud auténticamente humana. Acompañar al que sufre en su camino para encontrar sentido al dolor, es una de las maneras de ayudarle a encontrar consuelo. «Jesús no ha avenido a explicar el sufrimiento ni a justificar su existencia. Nos ha revelado algo distinto: que todo sufrimiento, toda herida, puede convertirse en ofrenda, en fuente de vida y ser fecunda. Humanamente no es ni comprensible ni posible, sólo mediante una gracia del Espíritu Santo podremos, no entender el sufrimiento –nunca lo entenderemos- sino aprender a ofrecerlo y a percibir en ese don tan humilde un misterio de amor y comunión que la vida al mundo.»17 «El dolor –escribía Cecilia Puertas- no se entiende. Dios no responde, hay que acogerlo. Este no entender y la aparente ausencia de Dios a través de su Silencio te llevan a rebelarte, a protestar, al rechazo, a encerrarte en ti mismo, o a acogerlo como realidad inevitable que está ahí y de la que no puedes escapar. Te sientes entre dos posturas, la desesperación o la aceptación que te lleva al abandono. Dios no explica nada, el dolor está ahí, no lo suprime, le da sentido porque lo llena de su Presencia. Muchas veces surge el grito: "Padre, si es posible aparta de mí este cáliz". Y ahí, en ese mismo grito, sientes que una mano te sostiene, oscura, pero que está ahí. Otras veces el sinsentido parece ser la respuesta, porque su silencio pesa. Todo es oscuro, tremendo. Dios no responde, hay que acogerlo, vivir bajo la cruz. Desde aquí mirar al Crucificado te hace descubrir a Dios crucificado en ti, ayudándote, a vivir el dolor en lugar de dejarte ahogar por él. Cruz salvadora y no por el mismo dolor, sino por el Amor sin límites de Dios que sientes brotar de ti. En el dolor yo puedo seguir amando a Dios, y no a un Dios que me envía dolores y sufrimientos, sino a un Dios que se hace dolor y sufre conmigo para vestirlo de Fiesta: La Fiesta del Amor, porque El está ahí, junto a mí, en mí, para ayudarme a sufrir con alegría. Yo no he encontrado en el dolor ningún placer, ni me agrada; lo acepto porque está ahí. Miro al Crucificado, y desde aquí la cruz se me hace camino hacia la vida plena porque El está ahí. En El encuentro la paz y la serenidad para sufrir con alegría. Es mi 16
Puertas Cecilia, El dolor a la luz de la fe, un misterio de amor, en Teología y Catequesis nº 28 (1989), pág. 126
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Vanier Jean, La fuente de las lágrimas, Sal Terrae, Santander 2004, pág. 127
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esperanza porque no vivo sola el dolor, sino en comunión con El. Yo no amo el dolor; amo la vida, la felicidad. Pero en este caminar me lo he encontrado y lo acepto como esa parte oscura y dolorosa de mi vida. Esto no oscurece la felicidad porque la felicidad viene de Dios. Yo creo –escribía Cecilia Puertas- que la clave para vivir el dolor con alegría -o al menos así lo he sentido-, es la fe. Nuestro Dios no es un Dios de muertos sino de vivos. El quiere la Vida, la felicidad del hombre. El dolor no le hace feliz: por eso el dolor no puede tener la última palabra, y yo experimento que en mí no la tiene. Hay algo más profundo; mejor dicho, alguien que en ti acoge ese dolor haciéndose dolor contigo para hacer brotar la vida aun en medio de una "aparente muerte". Por eso me atrevo a hablar del dolor vivido a la luz de la fe como un MISTERIO DE AMOR.»18 9. Fomentar actitudes y comportamientos sanos en la situación que está viviendo. “Jesús viéndole tendido le dice: ¿Quieres recobrar la salud? Levántate, toma tu camilla y anda.” (Jn 5,6.8) La persona puede adoptar ante el desconsuelo que le aqueja actitudes comportamientos positivos y fecundos o negativos y estériles. Unos le permitirán afrontar vivir el dolor de forma constructiva. Otros, por el contrario, harán más insoportable destructivo su dolor. El acompañante espiritual ha de ayudarle a discernir sus actitudes comportamientos y a cultivar los que son positivos.
y y y y
«A lo largo de mi enfermedad –dice Jesús Burgaleta- he procurado mantener una actitud vital, aun en los momentos más difíciles. La enfermedad ha sido una etapa de mi vida que merecía la pena vivirla con intensidad, profundidad, radicalidad, cierto entusiasmo y alegría... ¿Quién me podría asegurar que ése no iba a ser el último tramo de mi vida? Y ¿cómo no me iba a apresurar a vivirlo a tope?» «A la conformidad -escribía el escritor Javier Tusell en El País- supongo que se puede llegar con la pura racionalidad, pero en mi caso también por la fe religiosa. Para algunos quizá la creencia signifique consuelo de una prolongación y la promesa de una compensación ante los padecimientos. Yo la veo más como esa conformidad, tanto de cara al futuro como en el balance personal respecto del pasado. Nace de la consideración de Dios como Padre y de ti mismo como ese apóstol que ha podido fallar y que se dirige a Jesús con una frase que denota, a la vez, sumisión y reconocimiento de esa falibilidad: "Señor mío y Dios mío.» 10. Compartir nuestro testimonio personal y el de otras personas que han pasado o pasan por su situación. “Ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo le habían conocido al partir el pan.” (Lc 24,35) A una persona que esté pasando por momentos de aprietos y dificultades le resulta de mucho más consuelo oír que alguien diga: "Esto me sucedió, pero por la gracia de Dios salí victorioso", que cuando el que habla se refiere a algo que él no experimentó.
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Puertas Cecilia, ib, pág. 124
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«He aprendido –escribía Marisol- a estar con los enfermos sin poderlos cuidar. A gozar de los niños, sin tenerlos conmigo. A querer a los pobres sin poderles servir. He aprendido a "esperar", porque cuando dependes de tantos, vives la realidad de una pobreza que te sitúa en el último lugar, pero el dolor es un misterio real del que no podemos huir cuando llega; hay que acogerlo y vivirlo. Vivo sin tiempo, porque la vida para mí ahora, no es estar ocupada, sino VIVIR sencillamente saboreando todo, esperando todo, soñando en todo, pensando en todos.... para no caer en la tristeza de mis dolores, ni en el pesimismo de mi futuro que no se si lo tengo, ni tampoco deprimirme por las limitaciones del presente, que las hay... aunque cada vez son menos, todo hay que decirlo.... Mi vida es Él, Él es mi salud y mi paz. Es mi alegría, mi paciencia, mi consuelo y fortaleza. Él es mi amor. Amor que me permite amar a cualquier hombre haciéndole mi hermano en una Iglesia a la que amo apasionadamente. Amor, que no cambiaría por el mayor de los tesoros de la tierra. Sueño con el día en que Él me permita caminar por mi pie y respirar por mí misma, que vea recobrada mi salud y pueda incorporar mi vida al servicio; mientras tanto… vivo sencillamente y amo.» «Creo –decía el Cardenal Pironio- que me quedan pocos días de vida. Yo había soñado, a pesar de la enfermedad, que llegada esta época me quedaría tiempo para leer, escribir, retirarme a orar, escuchar a la gente. Pero el Señor ha dispuesto adorablemente otra cosa. No veo, no puedo andar, no puedo hacer nada. Será que terminado mi servicio directo en la Iglesia no me queda nada que hacer. El final se acerca. Sufro mucho, tengo grandes dolores, pero no quiero que los demás se den cuenta para que no sufran. Ya sólo espero la vida eterna, y será en pocos días. A pesar del sufrimiento físico, estoy sereno y tranquilo. Voy a la casa del Padre.» 11. Orar “Orad unos por otros y os curaréis.” (Sant 5, 16) Orar es entrar en profunda solidaridad interior con nuestros semejantes, a fin de que en ellos y a través de ellos nos veamos tocados por el poder curativo del Espíritu de Dios. En la oración compasiva, ponemos ante los ojos de Dios a quienes sufren no solamente ‘allá lejos’, no simplemente ‘tiempo ha’, sino aquí y ahora, en lo más íntimo de nosotros.» «Mi oración, Dios mío, es ésta: Dame fuerza para llevar ligero mis alegrías y mis pesares. Dame fuerza para que mi amor dé frutos útiles. Dame fuerzas para no renegar nunca del pobre ni doblar mi rodilla al poder del insolente. Dame fuerza para levantar mi pensamiento sobre la pequeñez cotidiana. Dame, en fin, fuerzas para rendir mi fuerza, enamorado, a tu voluntad.» R. Tagore 12. Preparar el encuentro con Dios y retirarse a tiempo para facilitar el encuentro. “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.” (Apoc 3, 20)
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A nosotros nos toca preparar el camino para que se encuentren con el Dios de la vida, el Dios compasivo y misericordioso, el Dios que ya les ha salido al encuentro y les espera. Para ello hay que sintonizar con vidas y con el Espíritu que está ya presente y activo en sus corazones y en el nuestro. Escuchamos estas palabras que, de alguna manera, reflejan los que anhelos y peticiones que nos dirigen los que, a veces sin saberlo, buscan al Dios de la vida No me engañéis. No me habléis tanto de Dios. Dios al que no entiendo. No pretendáis encerrar mi vida en unas normas. Quiero vivir. Mostradme un Dios así. Quiero ser feliz. Mostradme un Dios así. Quiero ser yo. Mostradme un Dios con el que pueda respirar. Decidme lo que sabéis de Dios con la vida. Decidme lo que vivís de Dios con la vida. Decidme lo que amáis de Dios con la vida. No me comuniquéis la fe forzándome a aceptarla. No me juzguéis si sigo otros caminos. No me veáis como un peligro si a veces me equivoco. Respetad mis procesos lentos, indecisos. Aprended mis lenguajes. Apreciad mi vida en sus búsquedas. No me cerréis la puerta, por si vuelvo. No me escondáis la fuente, por si tengo sed. No entristezcáis vuestra vida, por mis ausencias. Sé que al descubrirme os descubro. Sé que algo falta en vuestro edificio si no estoy. Se que os alegraría mi presencia. Pero... ¿Por qué no empezamos todos otra vez? Sin que las palabras vayan más lejos que los hechos. Quizás respetándonos, podemos descubrir al Dios que nos respeta. Si es así, me apunto a esta aventura. Entregar la vida. Como Tú, Padre, amigo de la vida. Dar vida a la mañana, al mediodía, a la noche. Dar vida a los otros, sin que se apolille, guardada en un baúl. Dar vida, sonriendo, hablando, haciendo cosas por los demás, compartiendo. IX Encuentro de Santuarios de España (Montserrat, septiembre de 2006) ”Consolad, consolad a mi pueblo”. Los Santuarios sacramento de consuelo
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Dar vida, como Tú, Jesús. Dar ánimo, esperanza. Dar la mano para una comunión. Dar el perdón y los dones. Entregar vida como Tú, Espíritu, dador inagotable de vida. Dar flores, detalles. Dar posibilidades. Dar cimiento para una nueva humanidad. Dar amor. Dar, sin cansarse, como hace el sol con su luz, la fuente con su agua. Pero, ¿no se agotará el manantial? No, porque mana día y noche. No, porque esa fuente es el mismo Dios, hontanar de toda vida. ¡Entregar vida!.»19 Rezamos todos una bellísima oración del Cardenal Martini: Consolar a los hermanos.20 Jesús, tú sabes que lo primero que necesitamos es fortaleza, alivio, animo y consuelo. Haz que nos dejemos confortar por ti para poder nosotros confortar y consolar a otros. Tú que pacientemente escuchas, curas, reanimas, y calientas los corazones de los dos discípulos de Emaús, enséñanos a contemplarte a distancia, en la plegaria y adoración, para ser capaces de participar en tu ministerio de buen pastor. Danos, María, el consuelo en nuestras aflicciones que encontremos en nuestro camino y que con frecuencia no podemos remediar con palabras puramente humanas. Enséñanos a confortar tantos males físicos de la gente que continuamente les sobrevienen y, sobre todo, las amargas y secretas aflicciones interiores que hacen pesado el camino de tantos hombres y de tantas mujeres, de jóvenes y de adolescentes. Quizá estos sufrimientos no se expresan y, sin embargo, esperan siempre de nosotros 19
Centro de Iniciativas de pastoral de Espiritualidad (CIPE)
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una palabra, un gesto que sea señal de la acción confortante del Espíritu Santo. Señor, por intercesión de María, abre sobre todo nuestros corazones a la acción misericordiosa del Espíritu, al poder benéfico de la Sagrada Escritura, del Evangelio y al reposo confortante de las palabras y de los gestos de la Iglesia. Amén. Terminamos con el Coro final de El Mesías: “Amén” (N.º 52)
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