contacto con ella se tornaba de color negro

Miradas Todo el mundo anda por la calle, es un hecho. Todo el mundo camina por las aceras que conoce de toda la vida, por las que lleva yendo años y

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Story Transcript

Miradas

Todo el mundo anda por la calle, es un hecho. Todo el mundo camina por las aceras que conoce de toda la vida, por las que lleva yendo años y años. Pero andan como si nada de lo que tuvieran a su alrededor les interesara lo más mínimo. Como si hubieran perdido la capacidad de sorprenderse de lo que les rodea. Todo el mundo comparte miradas cuando camina, pero son tan efímeras, tan insignificante, que ni siquiera recuerda al llegar a un destino, después de andar por lugares en los que ni siquiera se fija. Pero ella… Ella estaba hecha de otra manera. Observaba los rostros, miraba con intensidad, se fijaba en todo aquel que se cruzaba con ella. Hacía que pasear se convirtiera en algo misterioso al encontrarse con sus ojos grises.

Nunca supe cómo se llamaba, dónde vivía o qué hacía. Lo que sí supe era que cambié mi camino a casa todas las noches por encontrarme con ella. Que mi corazón se me salía del pecho al cruzarme con su mirada. Que su sonrisa acabó con mi sentido común. Yo la buscaba todas las noches y ella lo sabía. Quizá por eso, un día, dejó de estar. Y quizá por eso hoy me parece tan triste la escasez de miradas de todo aquel que pasea por la calle sin fijarse en quienes están a su lado.

Evacuación

-Las posibilidades de desbordamiento han provocado que toda la zona norte se encuentre en alerta roja. Los pantanos se encuentran al límite de su capacidad. Los habitantes de las zonas en peligro deberán abandonar sus residencias obligatoriamente. Dispositivos militares están siendo desplegados para efectuar las evacuaciones…

Dejé de escuchar el televisor mientras me acercaba a la ventana. Observé a dos pájaros disputándose algo que no llegaba a distinguir, lanzándose agresivos picotazos y graznando tan fuerte que los oía por encima de la voz del televisor. Me quedé un buen rato mirándolos; ninguno conseguía ganar, aunque ambos tenían ya heridas abiertas que sangraban levemente. Comencé a sentir entonces un fuerte dolor en la cabeza, me llevé las manos a las sienes e intenté aliviar el dolor presionándolas con los dedos. –…los expertos hablan de catástrofe total. Las perdidas materiales ya se calculan en torno al 80%, mientras que las humanas podrían llegar al 90% en las zonas donde las evacuaciones sean más difíciles. El presidente ha declarado… ¿Qué me había recetado el doctor para esto? “Tendrás que tomarte estas cinco pastillas tres veces al día” Pero por alguna razón no podía recordar dónde estaban esas pastillas. De hecho no tenía ningún recuerdo de haber tomado ninguna pastilla, ni siquiera recordaba haberlas comprado. ¿Qué más me dijo el doctor? “Te sacaremos eso de ahí, no te preocupes” ¿A qué se refería? ¿Sacarme qué? -…hemos desplegado todos los dispositivos disponibles, pero necesitamos que todos los ciudadanos sigan estrictamente nuestras indicaciones. Podemos hacer de ésta una catástrofe menos grave, pero necesitamos que sigan al pie de la letra las órdenes de los militares que se están encargando de la organización de las evacuaciones… El dolor se volvía cada vez más fuerte, tenía que hacer algo para pararlo. Me senté en una silla cercana y cerré los ojos. Apareció en ese momento una imagen clara en mi mente; pude ver aquello que estaba dentro de mi cabeza. Era una especie de bola dura incandescente que cada vez se hacía más grande, y que gradualmente iba poniéndose más caliente. Vi con claridad cómo esa bola me estaba quemando los sesos, cómo toda la masa viscosa que estaba alrededor de la bola y que se encontraba en

contacto con ella se tornaba de color negro. -…tenemos hoy con nosotros a varios expertos en catástrofes que nos podrán explicar cuales serán las consecuencias de las inundaciones. También nos acompaña hoy un representante religioso, y les adelanto que asegura que esto es un castigo divino. Las piernas me temblaban pero me levanté y me acerqué a la mesa de té, donde había dejado un cuenco y una cuchara después de comer. Agarré la cuchara y me senté en el sofá enfrente de la televisión. Moví mi brazo por encima de mis hombros mientras giraba la muñeca para colocar la cabeza de la cuchara tocando la tapa de mis sesos. Con suavidad introduje la punta de la cuchara en mi cabeza; ésta se había ablandado tanto (por el calor, supuse) que tuve la sensación de estar atravesando un bol de gelatina. No me costó mucho encontrar la bola, ya que había aumentado considerablemente de tamaño; la recogí y la saqué de allí. -…sinceramente, creo que lo merecemos. Hemos desafiado a dios en innumerables ocasiones.¿Que harían ustedes si su hijo rompiera y estropeara todo lo que usted le ha dado con cariño? Le castigarían, ¿no es así?… Coloqué la bola en el cuenco, tenía el tamaño de una manzana y estaba tan caliente que humeaba, incluso la cuchara se había doblado a causa del calor que emitía. Estaba cubierta por una sustancia negra, probablemente mis sesos. Pero me sentía mucho mejor, el dolor había desaparecido y ahora solo tenía una sensación rara en la cabeza. Supuse que era una consecuencia normal de andarse con una cuchara en el cerebro. Me volví a levantar, ya no me temblaban las piernas y sonreí. Miré a través de la ventana los árboles del parque, que se habían secado, ya que últimamente había hecho mucho calor. Mis ojos se fijaron en el lugar donde antes habían estado los pájaros peleando. Una mueca vino a mi boca cuando me di cuenta de que ya solo quedaba uno en pie, disfrutando de su premio. Sus ojos

se volvieron hacía mi, y supe que sonreía.

Perder el tiempo

¡¿Dónde está?! – La histeria colectiva desencajaba las manillas. El último segundo se acercaba y la hora no aparecía por ningún lado. El segundo cincuenta dio la alarma – ¿Alguien ha visto al tres? – Todos los segundos se miraron – ¡Tiempo muerto!– No había lugar para improvistos. La Pequeña se acercaba por momentos. Cada instante se contaba bajo la más cruenta guillotina. La sangre corría por su círculo perfecto a medida que pasaban kamikazes temporales. El problema estaba siendo absolutamente intempestivo – ¡Romperá con todos los horarios! –La cuenta atrás había

empezado. En lo que cantaba un gallo, en lo que contaban diez. No más calendarios. Sólo un final no deseado. La eternidad se acercaba y nadie estaba preparado – ¡Que sigan buscando! Y, sin previo aviso, el tres apareció de nuevo en su sitio. Los pretéritos, los presentes y los futuros volvieron a tener sentido.

Amapolas y espadas

Arden como brasas y no son más que lágrimas que se deslizan por mi rostro de manera interminable , todo esta borroso e irremediablemente desesperanzado sin ti . Tus mentiras y engaños no me irritaban y te soporté

los mayores desprecios y aún así te quise como a ninguna mientras yo te cubría de amapolas tu me atravesabas de espadas .

Se fue el balde al pozo

Cualquier parecido con la realidad es porque sucedió. La luces azules del viejo bar creaban un ambiente decadente, las paredes descascaradas, pinturas de jarrones rotos sobre un fondo oscuro, el sonido de la rocola lograba apenas apagar el bullicio de la concurrencia que atacaba calor del trópico con cerveza helada, en la mesa del fondo el grupo de siempre, ahora con más canas y menos pelo sorbían en silencio la cerveza, hace un par de años la rutina era la misma, Llegar, sentarse, saludar a la mesera que traía las botellas sin preguntar, la algarabía era solo un recuerdo de los años

mozos, una que otra vez se hablaba de los rumores de fulanos que habían muerto, a esa edad el tema era incómodo y era eso volvía preferibles los diálogos de miradas en aquella cantina. Juan, el único sin canas del grupo abandono su silla de manera presurosa y se dirigió al baño, la rocola y el murmullo ahogaron el ruido de las bocanadas de sangre que vomito aquel pobre hombre, en el piso, el olor mezclado de orina con cerveza aplacaron el hedor de los coágulos que se esparcieron por doquier, regresó a la mesa y las miradas se clavaron en el hilo negro que bajaba por la comisura derecha de su boca. -Que te paso –expresaron casi en coro sus acompañantes. Juan sin abandonar su aspecto relajado y con una mueca que simulaba una sonrisa alcanzó a decir. -Se fue el balde al pozo. -¿Te llevamos al hospital?- inquirió uno de los hombres

y se

levantó. -No – respondió Juan – Siéntate y pide otra ronda. El ritual se repitió, dirigieron la mirada a la mesera que se acercó con cuatro botellas de cerveza, Juan alzó su botella y con vos grabe dijo sus Últimas palabras. -Si ya se fue el balde al pozo, que se vaya la cuerda. Dos tragos bastaron para acabarla botella, cerró los ojos, una mueca de dolor exhalo el último suspiro y murió.

en

De eso hace muchos años, cuenta el vigilante de la esquina que en el viejo bar aquellos que beben hasta la intoxicación en su último momento escuchan la fantasmal voz de Juan que repite “Si ya se fue el balde al pozo, que se vaya la cuerda”.

Philos y Sophos

No tiene nada que ver ser esclavo de la razón que ser razonadamente esclavo. El primero es un ser de la politeia cuyo fin es el arduo trabajo no remunerado, el real esclavo del estado que sirve y explota su mente aunque de forma no sensible, pero si gustosa; y el último es el ser que mediante la implementación de los sentidos, acepta la razón sin razonarla y se atiene a realizar su servidumbre, soñando con llegar a ser persona, tal vez como lo soñaba el sabio.

Orden de deshaucio

Abro los ojos y un día más tengo los pies fríos, no me queda sábana sobre la que taparme ni almohada sobre la que apoyarme. Me asomo a la ventana y la calle está acordonada, llena de policía y la gente en la calle soportando la lluvia y dejándose la garganta como cada día. “Sé color” repiten sin descanso. Y aquí sigo yo, mirando a la pared blanca, vacía, con el “horror vacui” de aquel que se quedó sin vida por culpa de la injusticia. “Sé color” me repito en mi cabeza. Escucho la radio de fondo anunciando otro deshaucio, el principio de otro fin. La sensación de que aquellos a los que no debías nada han acabado con todo lo que tenías, con los corazones que latían. El ruido del reloj me hipnotiza. Es la hora. Salto. Caigo. Pero soy color.

Ingratitud

Cuando su épica novela estaba terminada, un huracán de censura, lo dejó sin su heroína, una valiente revolucionaria. Buscó entre los escombros de hojas desperdigadas, la encontró herida, magullada, llena de moretones. Ella lo desconocía. Soy yo, tu autor, le decía él

pacientemente

mientras retiraba pedacitos de mayúsculas del rostro.

maltratado

¿Me recuerdas? Ella negaba con la cabeza y callaba. Algunas veces la encontró llorando en silencio en el rincón de una hoja arrugada. Al pasar los días, su amnesia continuaba, no recordaba sus palabras ni sus líneas, ni siquiera recordaba sus heroicos ideales. _ ¡Déjame libre! Le gritaba ella suplicando. _ Si un día te recuerdo, volveré, te doy mi palabra. Le aseguraba entre llantos.

Con mucha tristeza, la dejó ir entre montañas de libros sin terminar. Nunca volvió. Un día encontró a la ingrata en una novelita de amor de autor desconocido.

Feliz cumpleaños

Era el undécimo cumpleaños de Jorge, lo estaban celebrando con una fiesta de pijamas en su casa. Jorge era alto y gordo para su edad y todos los niños le tenían respeto, pues su corpulento cuerpo impresionaba a los demás chiquillos. No tenía miedo a nada según él, así que los invitados comenzaron a contar historias de terror. Después de unas cuantas historias y echar unas risas, Alex apagó la luz del dormitorio de Jorge y tomó la linterna enfocando su cara, creando una imagen espeluznante, era su turno. -No pude evitar que el corazón se me encogiera cuando lo vi allí, tirado en el barro.

Su madre lloraba desconsolada. El padre, con las lágrimas saltadas, trataba de animarla sin éxito. No podían hacer nada, ya era tarde. Un descuido que nunca se perdonarían. El hijo de los Martínez, vestido de payaso estaba desparramado en el suelo, en mitad del bosque cercano a su casa, con las cuencas de los ojos vacías. Llevaría tiempo allí pues los cuervos habían hecho su trabajo. Debió de salir a media noche, después de su cumpleaños en casa de la tía Evelin. -Ya es tarde cariño, debes de acostarte. -Le dijo la madre deshaciendo su cama. -Pero mamá… -Ni peros ni nada, debes dormir, mañana tienes que ir al colegio. El pobre Christian no quería dormirse, quería jugar con sus juguetes, cada uno de sus amigos le había hecho un regalo y estaba ilusionado, no quería que la fiesta se acabase. -¿Me dejarás dormir con mi disfraz?, -la madre le echó una mirada de disconformidad-. Por fa, mami… -Le lanzó una mirada sobrecogedora a la que María no se podía negar. -Vale cariño -se acercó hacia su hijo y le dio un beso en la frente- que descanses. La madre lo acurrucó entre las mantas, cerró la ventana de aquel frio dormitorio y apagó la luz. Christian se sintió incómodo. -Mamá… ¡no me apagues la luz!, tengo miedo. -¿Miedo de qué cariño? -Dijo mientras apretaba de nuevo el interruptor. -Del hombre de negro.

-¿Qué hombre de negro hijo? -María se acercó a la cama y se sentó en los pies de su hijo- Aquí no hay ningún hombre de negro, seguro que tus primos te han vuelto a meter miedo. -Yo lo he visto mami, anoche estuvo aquí. -El niño parecía pálido. -Anoche no hubo nadie, ni hoy tampoco. -Yo lo vi. María acarició la cara a su hijo, tratando de consolarlo, dándole explicaciones para que se le quitara el miedo, le dejó la luz encendida y cerró la puerta. Cuando María junto a Esteban se acostó el niño todavía tenía los ojos como platos, recorría con la mirada las estanterías repletas de muñecos, todos le parecían amenazas. Quería dormirse y amanecer lo antes posible, cuando el pestillo de la ventana se abrió sin que nadie lo tocara. –Hola… Christian… -aquello sonó como un susurro en el oído del niño que apretaba sus párpados cubriéndose con la manta-. Hola… - -Gritó Christian, llorando y temblando. En ese momento lo que sea que fuese o quien fuese salió volando y el pomo de la puerta giró. Esteban, el padre de Christian entró en la habitación. -¿Qué te pasa campeón, por qué lloras? -Christian se incorporó y se abrazó fuerte a su padre, Esteban notó un cerco de humedad en el hombro- no llores hijo, no pasa nada. -¡Quédate aquí conmigo, tengo miedo! Esteban cerró la ventana y se tumbó junto a su hijo abrazándolo, el padre se quedó dormido antes que Christian. El miedo, pese a estar con su padre, no le dejaba dormir. Sabía que aquel hombre de negro le haría daño. No sabía si incluso

su padre era lo suficiente fuerte para hacerle frente a aquel ser. La ventana volvió a abrirse. –Christian… Tengo tu regalo… El niño se quedó paralizado cuando ese ser le puso una mano en la frente, el habla no le salía debido a una pelota salivosa en la garganta. –Ven… -Dijo aquel susurro de ultratumba. Christian retiró el brazo de su padre y llorando como hipnotizado siguió la voz. –Ven… Muy bien… Buen chico… pasar de página El niño salió por la ventana y tropezó con su larga corbata de payaso, al caer intentó correr y se adentró en el bosque, pero ya era tarde, aquella sombra, aquel ser, el hombre de negro le puso una mano en el pecho arrancándole el alma. Luego cayó desplomado sobre el barro. Varias horas más tarde unos porrazos en la puerta hizo despertar a Esteban, su hijo no estaba y la ventana permanecía abierta, pudo pensar lo peor, pero el jefe de policía se lo confirmaría cuando abriese la puerta. Aquel día se quedó grabado en la mente de aquellos padres y nunca se les olvidaría. Pues cada noche desde entonces, desde los pies de la cama su hijo se lo recuerda. –Papa… Mamá… Tengo miedo… -Les susurra en el oído a sus padres, observándolos desde las cuencas vacías y su ya estropeado disfraz de payaso. Cuando terminó de contar la historia, Jorge empezó a reírse. -No me cuentes chistes, ¿Eso da miedo? –Dijo echándole un brazo por el hombro a Alex que apagaba la linterna dejando

todo a oscuras. –Jorge…, Jorge… –Susurró una voz- ven conmigo… La risa ventana la luz parecía

de Jorge parecía forzada. Un aire fresco entró por la calando su pijama. A tientas buscó el interruptor de pero no funcionaba. –Chicos esto no tiene graciaasustado.

–Jorge…, tengo miedo… Jorge intentó abrir la puerta, pero parecía que algo la mantenía cerrada. –Por favor chicos dejarse de tonterías, ¡dame la linterna Alex! Unos golpes en la puerta retumbaron en los oídos de Jorge. -¡Dame la puta linterna! –Jorge… ¿me quieres ver…? La puerta se abrió de un portazo dejando pasar la luz de las velas que esperaban en el pasillo, Jorge estaba blanco, sudando y con un cerco de orín en el pijama, se quedó paralizado y se desplomó encima de la alfombra cuando vio a la monja, No era más que su hermana disfrazada portando la tarta. Fue ella quien abrió la ventana y cortó la luz del dormitorio del diferencial. Le querían dar su merecido, al final le dieron su muerte. FIN

Los Moscos Pitbull

Al “lobo” En la esquina del barrio de Las Perlas destaca una casa de paredes blancas y de ventanas siempre cerradas, ahí vive el doctor Cecil, considerado genio por unos y loco por otros, lleva ya un mes encerrado, los muchachos del barrio puntualmente se aglomeran frente a su casa todos los días a las cinco de la tarde y especulan sobre los ruidos que vienen de la casa. – Eso parecen ladridos. – Para mí que es son como zumbidos. Y así hasta que llegan las ocho y cada quien toma su camino. Comenzó un miércoles luego que el doctor en mención estaba cenando en el restaurante de la esquina y una mosca se paró en su cerveza, la espanto y limpio con alcohol gel la boca de la botella aunque acostumbraba beber en el vaso, las mosca errática aterrizo en su plato y eso desencadeno todo, el asco y la impotencia de no ser tan rápido para matar la mosca se apoderaron de su cabeza y fue consciente del vuelo de cada

mosca en aquel sitio, salió corriendo y se encerró en su casa, había olvidado contarles que el doctor era un premiado genetista y su casa su laboratorio. Cuando se cumplió un mes y un día de encierro los vecinos decidieron forzar la puerta, ya hace dos días no se miraba que se encendieran las luces y nadie había visto salir al doctor. Al entrar sintieron un olor extraño como a perro mojado y una bandada de moscas del tamaño de abejorros salieron por la puerta, al fondo de la sala estaba el doctor encerrado en una extraña caja de cristal, con una algodón se limpiaba las múltiples heridas que poblaban sus antebrazos, al notar que lo observaban abrió la puerta de la caja y cayo de rodillas, llevándose las manos a la cabeza, exclamo: – ¿Por qué los han dejado salir?, aun no era tiempo. Extrañados los vecinos y sin decir palabras, consensuaron en sus mentes que el doctor se había vuelos loco, el niño de doña Hortensia no resistió aquel silencio y pregunto. – ¿de qué habla usted, doctor? – Llevo años intentándolo y al fin lo logre, respondió, encontré la manera de mezclar los genes de mi pitbull con el de esas moscas grandes que crecen en los sumideros, moscos pitbull, cree unos cuantos y quise entrenarlos para espantar a las moscas que se me acercan, pero no tiene docilidad y me han mordido, por eso me encerré en la caja de cristal esperando que murieran ya hora ustedes los ha dejado salir. El hecho paso sin relevancia hasta que esta mañana se encontró el cadáver del cocinero del restaurante de la esquina, era el último en irse del restaurante afirma el vigilante pero aquella noche no salió, temprano compro una lata de insecticida y le dijo que cuando no hubiera clientes iba a rociar unas moscas gigantes que habían intentado entrar a la cocina y que se están quietas en la pared de atrás.

La gente pensó en los moscos pitbull, nadie dijo nada por temor a ser visto como loco.

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