Story Transcript
Contenido
“Cañemu” “La Copia” “Luis Tropical” “Pablito y el Hambre” “Jugando con la Imaginación” “La Casualidad” “La Atracción de los Opuestos” “Olfato para las Noticias” “Crónica de un Piojo Devorador de Libros” “No hay Escape”
“Cañemu” (Santiago, 24-Abril-2008)
Aunque tú no lo creas, existe un mundo de trapo, con continentes de trapo separados por mares de trapo. Allí, viven los muñecos de trapo. En uno de esos mares hay una pequeña isla que se llama Lañopaes, donde existen dos países: Tihai y Nacanimido. En este último hay una chiquita e inquieta ciudad: Gotiasan. En el Centro Cultural de Gotiasan se reúnen diariamente los muñecos de trapo para contar hechos reales de ellos mismos; pero hay un día, el Dobasa, que lo tienen libre. Los muñecos se llaman Mónra, Drasan, Nahayo, Dysan, Dobalú, Toberro, Riogogre, Warded, Isnirya, Siri, Dofreal, y otros más que vienen y van. Ellos hablan de sus historias verdaderas, pero los Dobasa se quedan en sus casas porque les gusta ver un reality show que pasan por televisión, de un mundo de ficción, en una ciudad de ficción, que se llama Santiago. Allí hay un Centro Cultural y lo peculiar es que se reúnen unas personas de ficción, para leer cuentos de ficción y eso estimula la curiosidad de los muñecos de trapo. En su última reunión, como es usual, Mónra empezó a poner orden y preguntó a los presentes quién iba a comenzar a contar su historia real. Drasan levantó la mano e inició su historia acerca de un taxi y una bella y seductora muñeca de trapo que iba hablando con el chofer de trapo. Cuando llegaron al lugar de destino, la muñeca se levantó un poquito el vestido
enseñando sus piernas de trapo y le guiñó un ojo al taxista. Cuando éste se estaba emocionando, sonó el celular de trapo y una voz con lengua de trapo le susurró algo como: ---“¿Dónde está el queso que estaba en la mesa?” Y la seductora muñeca gritó: ---“Cónchale, el barbarazo acabó con ‘tó”.
Todos los muñecos celebraron la broma, entonces Mónra, haciéndose el serio empezó: ---“Bien, Drasan, tu historia es muy buena, sin embargo, en vez de usar lo del barbarazo, podrías usar otra palabra, como bambinazo, por ejemplo, que es de béisbol y a nosotros los Noscanimido nos gusta mucho ese deporte”.
Entonces Dobalú interrumpió y dijo que la historia estaba buena porque se enmarcaba en el clásico ecléctico del tributarismo endógeno de Ciagar Quezmár. Riogogre, riendo para sus adentros, dijo que estaba buena, Drasan, pero luego aclaró que se refería a la historia, y se puso rojo como una cereza madura. En ese momento, Dofreal comenzó a dar golpecitos con la mano porque quería contar su historia antes de que se le olvidara y Mónra le dió la palabra. Dofreal contó el cuento del gallo pelón. Al final se percató de que ése no era el cuento que debía leer, sino el del Gallo Peleón y prometió traerlo para la próxima sesión. Luego habló Doña Siri, y ella, como buena humorista, leyó
su historia en verso sobre las calles de Gotiasan: ---Yo me monté en un concho ---que iba por Las Rasrreca, ---el concho cayó en un hueco ---y yo quedé toda chueca. ---En la Calle Ciónmon ---me vino un vaporón, ---cuando iba por la Teduar ---el calor me volvió a dar Todos rieron, y Mónra, enseñando su dentadura de trapo, dijo que los versos estaban buenos y que le recordaban a Gesbor cuando escribía borracho. A lo que Dobalú, también riendo y con los anteojitos a media nariz, agregó que éso era un clásico morfoliano con arrebatos nostálgicos de Darune, el gran poeta Nolechi. Está vez, Riogogre se explayó dando una clase de la poesía épica Chagau y la nostalgia en las pampas y de cómo los pamperos recitaban sus poemas bajo la luna. A hurtadillas, Siri pellizcó a Dofreal para que no se quedara dormido. Siri se molestaba con él porque sólo pensaba en comer y en beber Mabrah... No obstante, en esta oportunidad, ella quería expresarle algo más, y le susurró al oído, ¿te has dado cuenta de que Nahayo está triste? Cuando Dofreal iba a responderle, ya estaba Dysan refiriéndose a una historia en la que un muñeco de trapo le había dicho que era muy lindo. Cuando Dysan terminó, Mónra, Dobalú y Riogogre empezarón a discutir con Dysan sobre el elemento oculto
que se apaciguaba en el relato y nunca terminaba de salir. En eso. Dofreal miró los ojos tristes de Nahayo y le preguntó qué le pasaba. Cuando Nahayo empezó a hablar todos callaron. Explicó que su muñequita quería un ser vivo del mundo de la ficción. Todos opinaron que eso era muy difícil. Y entonces Dobalú, sacando un librito, dijo: ---“A menos que....”. Está vez todos los muñecos de trapo miraron con atención a Dobalú. Éste, sonriendo, repitió: --- “a menos que alguien en la reunión de las personas de ficción de Santiago diga la palabra mágica MUÑECA. Y esa persona, con el deseo de su corazón, va a construir un ser vivo que va a jugar con la muñequita de trapo de Nahayo”. Ese Sábado los seres de ficción se reunieron y Alfredo, como siempre, dijo que quería que propusieran una palabra para escribir un cuento. Yohana gritó: ---“que sea: Muñeca”. Y, como por arte de magia, un pequeño ser vivo apareció en el mundo de los muñecos de trapo y Nahayo se la regaló a su muñequita de trapo. Más tarde, cuando Nahayo le preguntó a su muñequita qué nombre le iba a poner a su ser vivo, ella, alegre, le respondió: ---“Yohana”.
Participantes en el taller para ese día del cuento: Dofreal: Alfredo Milano Drasan: Sandra Tavárez Dysan: Sandy Valerio Uarded: Eduard Tejada Dobalu: Ubaldo Rosario Isnirya: Yaniris Espinal Mónra: Ramón Gil Nahayo: J ohanna Díaz Riogogr: Gregorio Espinal Siri: Iris Herrera de Milano Toberro: Roberto
Otras Palabras: Lañopaes=Española, Tihai=Haití, Nacanimido = Dominicana, Gotiasan=Santiago, Ciagar Quezmár = Garcia Márquez, Rasrreca =Carreras, Ciónmon = Monción, Teduar =Duarte, Gesbor = Borges, Darune = Neruda, Nolechi =Chileno, Chagau =Gaucho.
“La Copia (Santiago, 19-Octubre-2008)
Doña Dolores llevaba sus 58 años con gracia. Todavía parecía aquella doncella, la del lindo pie que le pisó la capota al torero. Cualquiera haría un relicario para guardar algo de su belleza. Hija de españoles, nacida en el trópico, condimentada con sal marina y agua de coco. De España mucho, de su isla caribeña todo lo demás. Dolores nació Doña y a nadie se le ocurría pensar lo contrario. Por donde pasaba imponía su figura y hasta el más bravo hombre se rendía sumiso a la bella Dolores. No importó que pariera soltera y que jamás se supiera el nombre del padre de la criatura, ella lo quiso así. No le hacía falta un consorte que la representara, ni que la cuidara. Como mujer emprendedora, había comprado una enorme casona en el centro de la ciudad y la había convertido en su negocio. Una pensión para estudiantes del interior que iban a la capital a estudiar en las universidades cercanas y al instituto pedagógico. Cuando comenzó su pensión muy pocas mujeres estudiaban y, por lógica, la abrió sólo para varones. Todo el que pasaba cuatro o cinco años en la pensión de Doña Dolores, adquiría con ella un vínculo familiar que jamás se borraría. Terminaban siendo “sus hijos”, “sus muchachos”, y muchos de ellos la veían como su madre de la capital. Es que hasta muchas veces ella tenía que acudir a alguna institución educativa en calidad de representante; claro, eso en el caso de los que eran muy jóvenes y no
habían llegado a la mayoría de edad para representarse legalmente a sí mismos. Doña Dolores siempre buscaba alguna muchacha del interior para que trabajara en la pensión. Tenía una especie de sociedad con sus hermanas y amigas que vivían en pueblos, donde era fácil conseguir a “las muchachas”. Por regla general, eran niñas pobres de 9 ó 10 años de edad, sin futuro, flacas de tanto pasar hambre, tristes, de piel seca y pelo tan pobre como ellas mismas. En las manos de Doña Dolores aprendían todos los oficios, también a leer y escribir, se reponían de la falta de comida y esto las hacía unas muchachas lindas. Vestían ropas humildes pero dignas en los días de trabajo y, para los fines de semana y visitas al médico, usaban sus vestidos especiales. Para esas muchachas era como ganarse una lotería trabajar para la Doña. Más de una había salido casada con algún estudiante. Ah, olvidaba mencionar a Luis Felipe, el hijo de Dolores. Este buen muchacho fue creciendo bajo la férrea disciplina de su madre. Estudiaba y la ayudaba en la pensión. Barrer, pasar coleto, moler el maíz, tostar el café, matar aves (lo que incluía desplumarlas y prepararlas), hacer el mercado, y ya estaba preparándose para otros oficios y para hacer reparaciones de todo tipo. En fin, Luis se estaba haciendo un hombre de provecho, con callos en las manos. Para la época de nuestra historia, la muchacha de la casa se llamaba Rosario y era como todas las que habían pasado por la pensión, pero más bonita.
Era hija de unos gochos pobres que habían tenido mala fortuna. Como buena gocha, era blanca, ojos verdes, rostro bastante agradable y un hermoso cuerpo, que se había desarrollado en la pensión. Luis Felipe había llegado a la edad de la encrucijada entre el niño y el hombre. La edad de las definiciones, y él y su cuerpo se habían decidido por ser hombre. El tipo de hombre a quien le gustan las mujeres. Y allí estaba Rosario, una verdadera mujer que le llevaba tres años. Luis, 15 y Rosario, 18; el Rey y la Reina, como él ya lo soñaba. Empezó por ayudar a Rosario, por sonreírle, por jugar con ella. Los dos parecían unos cachorros, pero trataban de ser discretos para que Doña Dolores no se diera cuenta. Los juegos de manos se iban haciendo más frecuentes. De repente, un día Rosario le dio una nalgada a Luis. Luego, en otro momento -mientras Rosario hablaba desde la ventana que separaba la cocina del comedor, y sin que nadie lo viera- Luis le sobó las nalgas juguetonamente a Rosario. Ésta trató de disimular la risa, hasta que al final emprendió la persecución de Luis, golpeándolo con el paño de la cocina. Risitas, carreritas... Se veían tan lindos, tan inocentes. En una tarde de Domingo, en la casa sólo quedaban la Doña, Rosario y Luis. Dolores, como era su costumbre, se retiró a su habitación a descansar. Luis se reunió con Rosario en el cuarto de ella y comenzaron a fumar y conversar. Rosario se acostó en su cama y Luis se echó sobre el
montón de la ropa sucia, cerca de la cama de Rosario. En un momento de gran intensidad para Luis, con su corazón latiéndole con gran fuerza, se atrevió a decirle a Rosario: --- “Rosario, enséñame una teta”. La voz le salió lastimera, como una súplica, y después de que habló cerró los ojos esperando un golpe o algo peor. Pensó: “¡que torpe soy, metí la pata!”. La joven se puso a reír y le soltó una palabrota. Como Luis vio que Rosario no se puso brava, insistió más de una vez. Entonces ella le dijo que no, porque a lo mejor él iba a contárselo a sus amigos. Luis juró que eso no iba a pasar con él, que el prefería eso a estar hablando tonterías. Rosario se levantó la blusa y por unos instantes, le mostró a Luis su hermoso seno derecho. Para Luis fue como mirar la puerta del cielo. Al rato quería ver la otra, luego las dos juntas. En esto pasaron varias semanas, hasta que Luis preguntó, primero, si podía agarrarlas, luego, si podía besarlas. Y este juego de mostrar, agarrar, besar fue yendo por toda la anatomía de la bella Rosario. Sólo faltaba el consumar. Doña Dolores se había dado cuenta de todo y se hacía la desentendida. Total, Rosario era una buena muchacha y su Luis ya era un hombre. Llegado el momento, los ayudaría. Para bien o para mal, ése era su muchacho. A ella le agradaba Rosario, era en cierto sentido como ella. Todavía no era una Doña, pero algún día lo sería.
Por eso dejaba que las cosas pasaran. La vida enseña. Una tarde de esas domingueras, cuando fumaban, hablaban y se agarraban las manos, Rosario, viendo a los ojos de Luis, le entregó una llave. Él, extrañado, le preguntó qué significaba eso. Rosario, seria, le dijo: *** “Esta es la llave de mi corazón, tonto. Tu mamá, para protegerme de los pensionistas, pone un candado cuando ya es tarde y lo quita en la madrugada, cuando nos levantamos para prepararnos para los oficios del día”. Luis no lo sabía y le preguntó: --- “ ¿Y por qué me das la llave? *** “Luis, tu sí que eres gafo. Esta es una copia que yo pude sacar de la llave sin que tu mamá lo supiera, y te la estoy dando porque quiero que de una vez por todas, seas mío. Te estoy entregando esta copia de la llave del candado, te estoy entregando la llave de mi corazón.” --- “Rosario, no sabes los feliz que me haces. Esta noche yo te daré mi corazón también”. Rosario entonces le advirtió: *** “Tienes que tener cuidado con la Doña. Cuando ella viene a cerrar, a veces se queda una rato, se sienta en la cama, como buscando cualquier cosa sospechosa. ¡Ten cuidado!.” Luis, por el respeto y miedo que sentía por su madre, sabía de lo que Rosario hablaba. Lo que no sabía Luis, es que Doña Dolores hacía tiempo que sólo ponía el candado y no
terminaba de cerrarlo, comprendía que en la noche Rosario podría tener alguna necesidad. El candado era solamente un formalismo, una arma defensiva para disuadir a los pensionistas. Claro, que esto era un acuerdo con Rosario. Esa noche Luis fue al cuarto de Rosario, vio el candado y se puso contento porque no estaba cerrado. Entró y, como pudo, colocó otra vez el candado en la cadena. Se metió en la cama con Rosario, quien lo esperaba semidesnuda. Se abrazaron, besaron. Y cuando ya estaban llegando a lo bueno, oyeron unos pasos. *** “Corre, escóndete y no salgas”, le susurró Rosario a Luis. Éste corrió rápido en la punta de los pies y se enterró en la ropa sucia. Trataba de respirar suavemente para que no lo oyeran y no moverse para nada. Se abrió la puerta suavemente, alguien entró. Se oyeron susurros, la cama sonó brevemente. Pasaron los minutos y Luis permaneció muy quieto, no se atrevía a moverse. Tenía miedo de que su madre lo encontrara, sin tener idea de que su madre era liberal en estos asuntos y que lo más probable es que se hiciera la tonta. Pero, así son las cosas con los hijos que tienen tantas ideas preconcebidas acerca de sus padres. Por fin Luis abrió un huequito entre la ropa, para ver; y no vio nada. Al rato alguien encendió un cigarrillo, el cuarto se iluminó por breves segundos. Quedó un punto rojo. El punto rojo
creció varias veces, pausadamente, y luego se levantó. Cuando el punto rojo se fue, parecía una luciérnaga que se alejaba alegremente. La puerta se cerró y pasos muy silenciosos se alejaron. Luis esperó un rato y oyó cuando Rosario lo llamó de nuevo. Él fue silenciosamente hasta la cama y le susurró en el oído a Rosario: --- “Te puedo preguntar algo”. *** “Claro, mi amor, lo que quieras.” --- “Rosario, ¿Cuántos pensionistas tienen copia de la llave de tu corazón?” Y agregó con una voz muy fina que más bien sonó como un silbido: ---”Mi mamá no fuma”.
“Luis Tropical” (Santiago, 23-Mayo- 2008)
Hay que reconocerlo: era una época dura en la que dominaba el puritanismo. Las mujeres tenían que usar las faldas y vestidos una cuarta por debajo de las rodillas, la censura era muy estricta y estaba prohibido todo lo que pudiera insinuar el sexo. Aunque los hombres podían tener alivio momentáneo en las casas de las “mujeres alegres o de malvivir” no todos lo hacían, y algunos preferían llegar vírgenes al sagrado matrimonio. Una de las razones más poderosas era el evitar enfermedades transmitidas por las féminas durante el acto sexual. Para los más chicos el inconveniente era más grande, porque no había manera de saber cómo eran realmente las mujeres. Tenían que hacer grandes ejercicios de imaginación. A veces, por un descuido de los mayores, podían ver alguna revista de chistes con fotografías de mujeres desnudas; el problema era que las partes más importantes de las fotos estaban tapadas con una tira negra. La dichosa tira negra sólo existía en esas fotos y en las mangas de los sacos de los hombres que estaban de luto. Tira negra: sinónimo de censura y muerte. La otra manera para que un muchacho pudiera ver algo era haciéndose el interesado en la pintura y escultura. Podía amar a la Venus de Milo, e imaginarse acostado con una hermosa mujer totalmente blanca y mocha. O podía amar a la Venus frente al Espejo, o a la Maja Desnuda; en fin, se enamoraba del arte en su forma más terrenal.
Luis había vivido todo eso, pero ya estaba asqueado de esos ejercicios de imaginación amatoria, y ya no le producían la excitación necesaria para una sensación de sólida virilidad. Pasó el tiempo y las fotos censuradas y las figuras artísticas ya no hacían ningún efecto. Fue tanto su rechazo a las imágenes de la época, que en una ocasión descubrió unas viejas fotos pornográficas de su abuelo, que éste guardaba en su cofre. Y nada pasó. Luis llegó a creer que su vida tendría otro significado, algo puro, algo divino. Ya se veía dando misas, perdonando flaquezas, purgando sus propios pecados por medio de la flagelación. --- “He sido un pecador y ahora quiero redimirme a través de la oración. Por mi culpa, por mi grandísima culpa...” ...Y así seguía. Sus viejas tías solteronas se alegraban de su cambio y para ellas era una delicia ver al monaguillo Luis ayudando al Padre Hernández en las misas parroquiales del Domingo. Pero, como decía el Catecismo, el Demonio tienta bajo miles de formas; conoce nuestras debilidades. .. ¡Y parece que conocía a Luis más que el propio Creador!.. El era un muchacho muy estudioso y disciplinado a quien le gustaba tener buenas notas. Quería que lo aceptaran en el Seminario de San Vicente. Como una materia más, estaba la Biología. ¡Quién lo iba a creer, la dichosa Biología! Una noche, para estudiar, se llevó su silla de extensión, la
colocó -como siempre- en el mismo sitio del parque, al lado del mismo poste. La luz le llegaba directamente desde arriba y podía leer con claridad. Abrió su libro y empezó a leer: “Reproducción Asexual en Organismos Unicelulares”. --- “Bueno”, pensó, “hay que estudiar”. Y continuó: “El método más generalizado de reproducción asexual entre los organismos unicelulares es la fisión. Bajo condiciones ideales, las bacterias pueden reproducirse por fisión cada veinte o treinta minutos. La amiba y la mayoría de los demás protozoos también se reproducen de esta manera.”
----“¡Tantas veces! , caramba. Me imagino si yo pudiera ser una bacteria, o una amiba. ¡Ja! ¡Qué tal si yo fuera Luis Protozoo!” Y empezó a reír.... La lectura se iba tornando cada vez más interesante: “La reproducción asexual de las células de la levadura ocurre mediante gemación. En las células de levadura se forma un abultamiento, que se denomina yema, en cierta porción de la pared.”
----“¡..abultamiento...!”, pensó Luis “El núcleo de la célula progenitora se divide y uno de los núcleos hijos pasa a la yema. Bajo condiciones favorables, la yema puede producir a la vez otra yema antes de que se separe finalmente de la célula progenitora.”
Luis empezó a notar algo, algo que tenía tiempo que no sentía.
----“¡Un abultamiento! ¡No puede ser¡ Por mi culpa, por mi culpa, ¡por mi grandísima culpa!” Corrió hasta su casa, se dio un baño de agua fría, rezó tres rosarios y se quedó dormido. Al despertarse, a la mañana siguiente, amaneció con el diablo entre las piernas y siguió rezando y rezando. Fue al colegio, regresó y su mente divagaba entre la reproducción asexual de la levadura y sus rezos. No aguantó más. Fue a la panadería y compró levadura. De nuevo en su casa, empezó a procesar la sustancia: agua tibia, un poco de azúcar y una porción de la levadura. A medida que la mezcla crecía, sus ganas también. Y vino lo inevitable. El aromático y sensual olor de la levadura, su hermoso color mientras levantaba, llevaron a Luis a un extraordinario abultamiento, y luego a un éxtasis jamás soñado. ...El placer verdadero.... Su amor por la levadura lo llevó a conocer otras especies más complejas. La casa de Luis empezó a llenarse de helechos, hongos, líquenes, algas. La gente jamás relacionaba a Luis y su afición por estos seres, con un amor carnal o, mejor dicho, vegetal. Empezaron a verlo como un excéntrico, científico medio loco, pero sabio e inofensivo. Luis experimentaba su amor asexual de muchas maneras: “Trozos de carne de cerdo deficientemente cocidos pueden contener cisticercos de taenia solium, los cuales constan de una cápsula que contiene el escolex. Si el hombre ingiere un cisticerco, el jugo gástrico disuelve la
pared de la cápsula, el escolex da la vuelta hacia afuera y, entonces, mediante ventosas, se adhiere a la pared del intestino. En seguida, produce yemas en su extremo posterior. que reciben el nombre de proglotis”.
.... Y esa fue la época en que, por donde Luis pasaba, quedaba una estela gaseosa de la taenia solium y, cuando lo veían llegar, la gente salía huyendo de él.. Luis reía porque apestaba y nadie se le acercaba. Una tarde del mes de Septiembre, en época de tormentas, Luis se fue para un bosque tropical y se quedó de pie por un buen rato. Sus pies empezaron a cubrirse de hongos de la madera. Al lado de los hongos, le crecieron helechos. Sus piernas quedaron ocultas bajo el musgo y, poco a poco, un matapalo lo fue enrollando inexorablemente. Las ramas de la planta fueron abrazándolo, entretejiéndose como un sebucán. Sus brazos se elevaron y crecieron junto con las ramas. Raíces del matapalo se unían a los vasos, venas y arterias de Luis. Persona y vegetal se fusionaron y la sangre se volvió verde. Luis Persona murió y nació Luis Planta. Sus ramas se llenaron de bromelias y las bromelias dieron vida a diversos insectos, ranas, pájaros. Un inmenso oso hormiguero posó su lengua en la cabeza vegetal de Luis. Luis tenía una vida nueva y, lo extraordinario de todo esto, fue que nadie extrañó a Luis.
“Pablito y el Hambre” (14-Marzo-2008)
Pablito tenía un doctorado en hambre, la conocía desde niño. Nacer en Santa Rosa en esa época era empezar la vida con mal pie. Un caserío que había sido encrucijada de caminos en sus buenos tiempos, dejó de ser interesante y, al poco, se convirtió en pequeñas casas arruinadas que lentamente se iban diluyendo en el olvido. La escasa gente que quedaba, estaba pegada al pueblo por el peso de la inercia. Lograr la comida diaria era sumamente difícil. Precaria agricultura, algunos animales de granja, pero cero actividad que fuera más allá. A duras penas sobrevivía una Jefatura Civil, con el único empleado público de Santa Rosa. Claro, éste no cobraba, con la condición de dormir en la cárcel. Ahí funcionaba todo lo burocráticamente posible en 4 grandes libros, donde se asentaban: Matrimonios, Nacimientos, Defunciones, y otro sobre las Propiedades, si es que algún día el destino mejoraba la vida del poblado. Y precisamente ahí en ese miserable villorrio tuvo Pablito la ocurrencia de nacer. Sólo conocía el hambre y, por supuesto, su único pensamiento era Comida. Se había enterado en las conversaciones de los mayores, de que en tiempos anteriores las personas se sentaban alrededor de la mesa y comían carnes, vegetales, panes, sopas. Todo lo que se hacía entonces era en plural. Pablito nada más conocía el singular, el número 1, mejor dicho la fracción de 1. Un pedacito de pan, un pellizquito
de carne, una migajita de pollo. A veces había comido 1 papa, 1 batata, y varias veces se había comido 2 nabos. ¡ Qué vida tan dura para esa gente y sobre todo para los niños de Santa Rosa ! En un punto medio entre varias aldeas como Santa Rosa, quedaba el Monasterio de los Hermanos de la Piedad. Cerca de él nacía un riachuelito que aprovechaban los Hermanos para sus siembras y la cría de animales. El Monasterio, aunque pobre, estaba muy bien administrado. Los frailes practicaban la caridad con mucha dedicación y recorrían los alrededores llevando alimento a los hambrientos. En esas ocasiones, Pablito saboreaba verdaderos manjares. Pocos, es verdad; pero buenos y nutritivos. Además, los buenos monjes también curaban a los enfermos. Pablito recordaba cuando -pequeñito y barrigón por los parásitos- Fray José le dió a tomar aceite de ricino y lo hizo comer rodajas de piña. Le salió un enorme anquilostomo, que él mismo terminó de halar. Se había quedado viéndolo con su cara de hambre... Fray José lo detuvo a tiempo. Pablito siempre recordaba a los religiosos con mucho cariño y devoción y esperaba sus visitas como lo mejor que le podía pasar. Lamentablemente era sólo una vez al año y a veces tardaban más. A medida que Pablo se iba haciendo hombre, crecía su interés por ingresar como Hermano al Monasterio. Todavía no sabía si era por devoción cristiana o por hambre. Y llegó el día.
Los monjes lo recibieron con alegría. Luego cenó. Aunque poco, por lo menos lo hizo. Al otro día lo llevaron a conversar con Fray Manuel, el Superior, quien se mostró serio pero amable. Lo interrogó sobre los motivos para convertirse en un fraile, sobre su fe católica, siempre viéndole a los ojos. A pesar de su apariencia severa, Fray Manuel era un alma de Dios. Era el motor de todo el Monasterio, era al único al que llamaban Padre con verdadero respeto. Le explicó a Pablito la rutina del monasterio; que la vida de un fraile era buena, pero tenía sus partes duras. Que tendría que empezar por un período de aislamiento, en rezo y meditación, el cual podría ser largo, y en ese tiempo se pondría a prueba su amor a Dios. A todas éstas, Pablito se abalanzó arrodillándose ante el Superior, abrazando las piernas de éste y sollozando. Le pidió que lo pusiera a prueba, le dijo que su fe era muy grande y que haría de todo para estar cerca de Dios. El Padre quedó gratamente impresionado, le dió la bendición y ordenó que lo llevaran a su celda de aislamiento. Dos años de encierro comiendo frugalmente, rezando y meditando, habían hecho de Pablito un hombre diferente. Cuando su prueba terminó, cada uno de los Hermanos lo felicitó con mucha discreción y en silencio. Esa noche volvió a cenar con los otros Frailes la misma cena escuálida de la bienvenida.
Pablo había aprendido a callar y no preguntar nada. Su trabajo inicial consistiría en la limpieza de todo el monasterio, excepto las áreas a las cuales todavía no tenía acceso: la clausura, las habitaciones del Superior, la cocina, la enfermería. Esto sería algo agotador. Se aproximaba la Semana Mayor. En la primera noche de Cuaresma, los frailes se levantaron con rezos y caminaron varias veces por el claustro. Cenaron frugalmente. Los Viernes se ayunaba y sólo se les permitía beber agua. En esos días Pablo no quería pensar en nada, sin embargo con el ayuno practicante de los frailes- las imágenes de su infancia volvían una y otra vez, cuando tenía hambre. Los recuerdos lo devolvían a Santa Rosa... Terminada la Cuaresma retornó la normalidad.
A Pablo lo pasaron a la cocina como aprendiz. ¡Oh, sorpresa!, una cocina enorme donde el fuego de los fogones y los hornos nunca se apagaba. Por un lado, entraban vegetales y animales sacrificados, y por el otro, salían sabrosas comidas, que eran envasadas y sacadas en carretas para ser distribuidas entre los pobres de los lugares cercanos; como los alimentos que él había ingerido cuando niño. Aunque la comida era frugal, comprendía el trabajo y el gran corazón de los monjes. Así pasó un tiempo, preparando viandas para los pobres y comiendo escasamente con los otros curas. Una noche de mucho ajetreo lo dejaron solo en la cocina. Dice el refrán: “Zamuro cuidando carne”. De nada valieron los rezos ni las buenas intenciones para evitar lo que finalmente hizo. Comió opíparamente... ¡¡como jamás en la vida lo había hecho!!. Todo estaba tan sabroso: carnes, panes, ensaladas, vegetales... Por la falta de costumbre de comer tanto, se quedó dormido. Cuando los frailes lo descubrieron. lo llevaron a su habitación. Lo dejaron dormir y al otro día fue llamado al despacho del Superior. Pablo estaba asustado, no quería que lo expulsaran. Sabía que ahí, aún con lo poco que podía comer, por lo menos lo hacía. Fray Manuel se sentó en su silla y le indicó a Pablo que siguiera de pie. Habló: --- “¿Qué te ha pasado hijo mio...?”
Cuando Pablo iba a empezar a decir algo, el Prior, con un ademán, le pidió silencio. --- “Hijo mío, déjame hablar”. Con toda calma, empezó a decir: --- “Hijo mío, la gula es un gran pecado. No sé en qué hemos fallado, pero estoy seguro de que quieres redimirte. Bien sabes que esa comida que nosotros hacemos es para los pobres de todo este territorio con hambre. Nosotros, a través del rezo y de nuestros ejercicios espirituales, aprendemos a controlar nuestros deseos. Somos hombres hechos de carne y, no obstante, nuestra fe nos aparta de los pensamientos terrenales. ¿Sabías que en mi vida anterior fui un pecador? Yo amaba a las mujeres; sin embargo, ahora Dios me da fuerzas y las aparto de mis pensamientos. Aquí cada fraile huye del pecado que lo atormentaba: Muchos, de las mujeres; otros, de la bebida, o del juego. A ti, Hermano -y no me digas que no, porque no acepto que en éste, tu pecado, me lleves la contrariaa ti, querido hermano Pablo, es LA GULA. Recuerda también que tienes que respetar tus votos de silencio y obediencia. Fray Pablo, por tu bien -créeme- te retiro de la cocina y te traslado a la biblioteca. Pero antes, debes pasar un fin de semana en tu retiro, en completo ayuno. Necesitas aprender a controlar ese impulso que te lleva a ese horrible pecado de la gula. Arrodíllate”.
Pablo se arrodilló. Lloraba, lloraba, lloraba... Fray Manuel le dió la bendición. Pablo se fue a su retiro. Los demás religiosos lo seguían con rezos, pidiendo a Dios que al Hermano, Fray Pablo, dejaran de atormentarlo los demonios que lo llevaban a su pecado: La Gula. Pablo se tocaba la barriga con las dos manos y lloraba.
“Jugando con la Imaginación” (Santiago, 29-Mayo-2008)
Jugar con la imaginación es mi deporte favorito. Desde niño, como a muchos, me gustaba fantasear con figuras en las nubes. Grandes dioses barbudos, extraños animales, mujeres gigantescas, venían y se iban. Ahora, cuando me sobra el tiempo y tengo que quedarme el Domingo entero metido en la habitación de la pensión donde resido, he vuelto a la fantasía. Las grandes manchas del cielo raso forman figuras caprichosas con tonalidades de ocre. Monstruos deformes se desparraman, manos desproporcionadas tratan de atrapar el solitario bombillo de la habitación. Una laguna, en un degradé desde vino tinto hasta marrón claro, ocupa una esquina, en la que una tela de araña adorna, como una inmensa carpeta-crochet tejida delicadamente. Las paredes tienen menos manchas, pero ya, al blanco original, el tiempo se ha encargado de darle un toque de vainilla. He descubierto una profusión de pequeños puntos y supongo que son los agujeros que quedaron después de sacar los clavos. Empiezo a jugar con los puntos y armar figuras. Les voy dando números y hago un cuadrado, un rombo, una casa. Le agrego chimenea a la casa. Un rostro, otro rostro. Quiero de nuevo hacer el rostro primero y me sale más largo, la casa que era cuadrada ahora es rectangular. Así sigo, haciendo y deshaciendo, y de tanto jugar mis ojos se cansan.
Pienso sobre el cansancio y las cosas que le pasan a una mente cansada. Recuerdo el cuarto de Van Gogh, pero éste es más pobre. No tiene ventana, ni siquiera una silla, Necesito ir al baño, tengo pereza dominical; el baño no está tan lejos. Voy aprovechar que hay poca gente, si camino rápido no tengo necesidad de ponerme los pantalones ni los zapatos y puedo ir sólo con mi ropa interior. Abro la puerta con cuidado, miro hacia ambos lados del pasillo; no hay nadie. Salgo, cierro la puerta silenciosamente y corro hacia el baño sin hacer ruido. Termino y regreso al cuarto. Cuando voy de nuevo para la cama, piso con el talón de mi pie derecho algo duro. Es algo que suena y se quiebra. No siento nada. Doy unos tres pasos y voy dejando un reguero de sangre. ...¡Ay, Dios!, pienso. ¿Por qué a mí? y sobre todo hoy, que es Domingo. Tengo la planta del pie llena de sangre, pero no siento dolor. No es raro, he estado herido muchas veces y nunca siento dolor. Un médico me advirtió que tuviera cuidado con las quemaduras y heridas porque yo era insensible al dolor y éso me podía agravar cualquier herida. Como puedo, me pongo un short deportivo y voy cojeando hasta la habitación de mi amiga Elsa. Toco la puerta, abre y me manda a pasar. Cuando ve mi pie, ella instintivamente busca su equipo de primeros auxilios. Empieza por limpiarme el pie con algodón y alcohol.
Después, lo examina y me dice: --- “Qué extraño... No tienes ninguna herida”. No hallo que decir, y le pregunto: -- “¿Y esa gran cantidad de sangre, de dónde saldría?”. Ella sólo hace el universal gesto de no saber. Le doy las gracias e, intrigado, regreso a mi habitación a resolver el misterio. Reviso los sitios donde hay sangre y distingo algo; pero no sé que es. De pronto veo dos animalitos gorditos, los observo con cuidado. Busco una servilleta, atrapo a uno y lo coloco arriba de la hoja. Llevo el misterioso animal a mi amigo José Ernesto, famoso por ser la enciclopedia ambulante de la pensión. Apenas lo ve, ríe y me dice: --- “Compadre, eso es una garrapata y está gordita”
Seguidamente me da otras informaciones con respecto al animal: dónde vive, de qué se alimenta, su reproducción, etc. Finalmente agrega: ---“Revisa bien tu habitación porque debe de haber más”
Regreso y veo otra, grande. Boto por la poceta a las dos delincuentes y me vuelvo acostar en mi cama. Al rato, cuando quiero distraerme con los puntos, buscando al número 1 -que yo sabía exactamente en cuál cuadricula estaba- lo ubico más arriba, así como a otros. Entonces llego a una conclusión: -- “...o son puntos errantes como los planetas, o están absolutamente vivos porque son garrapatas.”
“La Casualidad” (Santiago, 14-Abril-2008)
Cuando la tierra era cuadrada todo estaba previsto y la gente evitaba las sorpresas, incluso eran de muy mala educación. Las agendas, como las que se conocen ahora, no existían; porque sencillamente era muy pocos los acontecimientos que podían suceder en un solo día. La memoria y la palabra dada eran muy importantes. La gente confiaba en la gente. Para ese entonces, existía el temor generalizado a los abismos. Un hueco, una cueva, podían ser una vía hacia el Infierno. Mejor no tentar a los demonios. Cielo con nubes y sol, en el día; cielo con estrellas y luna, en la noche. Se conocían los ciclos de las estaciones, eran parte de lo previsto y esperado. Un cataclismo, al igual que un terremoto, un volcán en erupción o una furiosa tormenta, simplemente eran castigos que venían del Creador para poner orden a los infractores. Y si Dios no los castigaba, los elegidos por Dios podían hacerlo. Cuando la tierra era cuadrada la vida era muy simple, y lo esperado era el temor a salirse de lo conocido. Había que ser temeroso de las furias de la naturaleza, había que ser temeroso de la ira del Creador. En un diminuto reino llamado Alcornoquelandia, en la Alemania de los Mil Reinos, gobernaba un rey benévolo pero de poco cacumen. De la nobilísima cuna de los Alcornoques de Salomilla, el
Rey Teodomiro “El Casto” reinaba ya por cinco lustros. Su pecado venial, para llamarlo de alguna manera leve, era que todavía vivía con su mamá. No solamente eso, todavía dormían en la misma cama. Por mucho tiempo eso no fue importante, pero la servidumbre, a escondidas, empezó a rumorar y a levantar infundios contra el aristócrata y su progenitora. Los rumores llegaron a la corte y los nobles del Consejo Real se alarmaron. ¡Cómo era posible que se dijeran esa cosas de Teodomiro “El Casto” y de Catalina “La Renca”, llamada así por un pequeño defecto de nacimiento en su pierna derecha, que era un jeme (medida antigua, de la longitud entre el pulgar y el índice extendidos) más corta que la izquierda. Si casto fue Teodomiro, no puede decirse lo mismo de Catalina; aunque en reino chiquito las lenguas son afiladas, y todo quedaba en el chisme y las suposiciones. Pero la verdad, verdad, era que todo fue una mentira iniciada por un sirviente mal hablado. Catalina estaba furiosa y, aunque ella no presidía el Consejo Real, su influencia se hacía sentir en el castillo. De noche, cuando el pobre Teodomiro llegaba a dormir, hacía como siempre había hecho. Es decir, mantenía una distancia prudente de su madre, sobre todo porque a ella de tiempo en tiempo le daban pesadillas y más de una vez lo había pateado con su pierna larga. En esas noches terribles de los rumores, madre e hijo no dormían bien y conversaban toda la noche. Aunque hay que reconocer que la conversación era en monosílabos.
--¿Duermes? ------No --¿Tú? ------Tampoco. --Duele. ------Sí --Malos.... ------Malos... --¿Malas? ------También --¿Brandy? ------Vino. --¿Rojo? ------No --¿Blanco? ------Tinto. Bueno, así habrían podido pasar toda la noche en tan interesante conversación, si no hubiera sido porque algo ocurrió: ...Una casualidad... Un rumor peor se estaba regando a una velocidad muy grande para la época. Los heraldos de los diferentes reinos cabalgaban de un lado a otro con la nueva. Una noticia que cambiaba todo: ¡ La Tierra era redonda !. Cuando el Rey y su madre, la roommate Catalina “La Renca”, se enteraron, siguieron hablando toda la noche. ------¿Sabes? --¿Qué?
------Redonda --¿Qué? ------Tierra --Uhh ------¿Miedo? --¿Por qué? ------Cuadrada --¿Qué? ------Cama --¿Y? ------¡Peligro! --¿Si? ------Tal vez Entonces, el Rey y su madre convocaron de urgencia al Consejo del Reino y le plantearon sus temores. Los sabios deliberaron por siete días o una semana y llegaron a una conclusión: había que llamar a los carpinteros de Alcornoquelandia. Como éstos no sabían qué era “redondo”, tuvieron que buscar a un italiano para que les explicara el término. Ese era un concepto novedoso que habían inventado los italianos, aunque algunos de los españoles también lo sabían, y muy pocos portugueses. Pero, ni un alemán, en ninguno de los Mil Reinos, lo conocía. Cuando el italiano Alfredo Il Genovese explicó el concepto a los carpinteros del Reino, éstos entendieron. En tres días ya estaba lista la nueva cama real. Bella, de la mejor caoba centenaria, redondita, de acuerdo a los nuevos tiempos. El rey y su madre felices y todo: ¡por una casualidad!.
“La Atracción de los Opuestos” (Santiago, 4-Junio-2008)
Ella era lo opuesto a mí, y yo esperaba eso. No podía ser de otra manera. Existe una ley de los opuestos y todos sabemos que los opuestos se atraen. El polo positivo atrae al polo negativo. Así como: o Lo masculino y lo femenino. o El Yin y el Yan. o Lo feo y lo bonito. o El gordo y la flaca. o El chiquito y la grandota. o El calvo y la que tiene pelo. o Pie grande y pie chiquito. o El mal humor y la simpática. o El indecente y la decente. o El bruto y la inteligente. o El borracho y la abstemia. o El flojo y la trabajadora. o El mal nacido y la cuna de oro. o La bestia y la bella. o El casabe y el pan. o La sal y el azúcar. o El insípido y la multisápida.. o La sopa y el seco. o Lo duro y lo blando. o Lo arrugado y lo liso. o El Ford y el Rolls Royce. o Casio y Rolex. o Cuchillo y tenedor. o El negro y la blanca.
Entonces, si éramos perfectamente opuestos, ¿por qué se resistía a mi amor...? La ingrata, para lapidarme, respondió: ----“¿Qué tal, joven, bella y rica, y tú, viejo, feo y pobre.?”
“Olfato para las noticias” (Santiago, 1 –Abril-2008)
H1ay texturas, olores, colores que jamás se olvidan si los conoces desde niño. Los dos frascos con la leche fría, la bolsa con los panes franceses olorosos y todavía tibios; la fresca y agradable fragancia del periódico recién salido de la rotativa. Siempre estarían en la memoria y toda la vida trataría de buscarlos y repetirlos como un sano vicio. Cuando pequeño, su padre reía con orgullo delante sus amigos y decía: ---“Mi pequeño Luis es muy inteligente. Apenas tiene tres años y yo le pido que me traiga el periódico de hoy, que está junto con los de otros días, y él reconoce cuál es. Vean: Luisito, búscame el periódico de hoy” El niño salía corriendo, y efectivamente regresaba con el periódico del día. Entonces el padre, riendo le preguntaba a Luisito: ---“Hijo, ¿cómo haces tú para saber cuál es el de hoy? El niño, sonriendo, le respondía: --- “Huelo”. Todos reían. Ir a “El Heraldo” todos los días de vacaciones era una especie de regalo para Luis. Los talleres, la inmensa rotativa que sólo podía ver de lejos, la sala de los linotipos con sus sonidos metálicos y sus curiosas “máquinas de escribir”. La fotomecánica, los químicos, los plomos, los rollos de papel, los montacargas y sobre todo el olor de la tinta.
La sala de redacción donde trabajaba el señor Antonio Bermúdez, padre de Luis, en su oficina aparte con puerta de vidrio escarchado y, el flamante letrero de “Director”. Era el hombre más importante y sólo le respondía a la Junta Accionaria, de la cual era su Presidente y principal accionista. Luis podía caminar por casi todo el edificio de “El Heraldo” y tenía varios amigos en las diferentes oficinas y talleres, pero se sentía más a gusto con los obreros. Estos eran joviales y bromistas. Años después, vino el exilio del padre de Luis, los años fuera de la patria, fuera de su querido periódico. Al regreso ya todo había cambiado, hasta la gente. Don Antonio había perdido casi todo y, ganó una terrible depresión que en poco tiempo lo llevó a la tumba. Doña Carmen, su esposa, lo siguió poco después. La vida para Luis continuaba y su amor a la prensa lo llevó a seguir los pasos del padre. Estudió periodismo, y empezó a trabajar como obrero en un diario, para mantener sus estudios. Ahora era un hombre de “cuello azul”. La gente le tenía cariño a “este” obrero tan distinto. Al poco tiempo ya trabajaba como planchista en el nuevo sistema offset. Otros olores en su pequeña sala semi-oscura. La quemadora con su luz resplandeciente animaba de vez en cuando la penumbra. La batea enorme para revelar las planchas y fijarlas. El olor penetrante de los químicos y las manchas amarillas en las manos de Luis, por negarse a usar los guantes. Un día lo pasaron a montaje de negativos y ahí aprendió un
nuevo oficio sin salir de la oscuridad. Picas, puntos, tiro y retiro; medidas, verso y reverso. La gran mesa de trabajo con su vidrio opaco y la luz fosforescente abajo, las cuchillas para picar los negativos, las reglas y precisiones. Y el guache para cubrir los claros, que se volverían oscuras manchas si no se tapaban. Luis apreciaba mucho su tipómetro y su lupa especial para observar los registros. En todo estaba presente el olor de químicos; tintas yellow, cyan, magenta y negro; y las bobinas de papel que, al girar serpenteando en la enorme rotativa, adquirían un olor nuevo. Mezcla nueva, caliente, que se alimentaba con sucesos, deportes, política, internacionales, éxitos, fracasos, muertos, bellezas, que a diario salían con el olor sabroso del diario recién hecho. Los camiones partían para los diferentes sitios de distribución. Los pregoneros gritaban a todo pulmón las nuevas del día. Kioscos que exhibían la foto grande del presidente, del pelotero, de la mujer linda, del muerto. Al graduarse, Luis ingresó a la Sala de Reporteros. Primero la calle “en busca de la noticia” como le gustaba decir, en busca de un tubazo como añoraba internamente. Pero todo pasaba. Los escándalos, los asesinatos, los triunfos y los fracasos. Todo se convertía en rutina. Era difícil diferenciar lo novedoso de lo caliche. Un día tuvo la fortuna de estar en el lugar preciso, en el momento oportuno y pudo tomar fotos de un gran suceso. Un alzamiento militar con numerosas bajas. Su máquina
fotográfica no paraba de captar muertes de jóvenes soldados que caían en el cumplimiento del deber. Luego sacó otras de los rebeldes cuando se rendían. Muchas fueron buenas fotos, y una fue la estrella. Apareció en las primeras planas de los principales diarios del mundo. En ella se mostraba el instante en que varios soldados apertrechados detrás de un tanque caían por el efecto de una metralla traicionera. Luis, además, describía con lujo de detalles el gran suceso. Ese año ganó el Pulitzer y otros premios más. Luis estaba orgulloso de su trabajo. Al año siguiente ya era jefe de la sala de redacción y podía gozar de un buen aumento de sueldo. Sueldo que le permitiría hacer realidad su sueño de casarse y tener una familia. Así lo hizo. Aquí hago un paréntesis en esta historia para relatar algo que hizo que Luis empezara a tener una conducta cínica, que a veces es necesaria cuando alguien se hace jefe de personas, sean soldados, empleados administrativos, cocineros, o periodistas, como en el caso de nuestro personaje.
Como resultado de su reciente premio Pulitzer, el editor del diario lo invitó a una recepción en su casa, para celebrar con muchas personalidades del mundo social que querían fotografiarse con el gran periodista del año. La mansión de Don Ricardo brillaba de lujo y elegancia. Gente del jet-set -con sus sonrisas prepagadas y acostumbradas a las alfombras rojas- caminaban por doquier. Don Ricardo se pavoneaba con su pupilo, orgullosamente. La gente bebía el champán, y el escocés 18 años corría alegremente.
El tiempo iba pasando y la gente estaba muy alegre. Luis sintió la necesidad de ir al baño, pero en todos había largas colas. Bajo el efecto de la bebida, Luis se atrevió a tener un poco de confianza con la dueña, y educadamente le preguntó si había un baño extra. La dueña se le quedó viendo con los ojos bien abiertos y Luis, sonrojado, le aclaró que en ningún momento le había pasado por la cabeza que tuviera que ser el baño de la habitación principal. Dicho esto, la dueña rió con fuerza y le susurró: --- “Yo sé, cariño, que esa no es tu intención, pero la tendré presente” y le guiñó un ojo. Luis no hallaba qué decir. Por supuesto, a él no se le había ocurrido hacer algo con la esposa de su jefe. La señora lo tomó por el brazo. Lo llevó hasta la cocina privada -donde estaba su vieja criada María- y le dijo a ésta que lo llevara al baño de la servidumbre. María, gruñendo, le indicó que lo siguiera y lo condujo hasta el baño. Le advirtió que no fuera a estropear los diarios que estaban en el piso, porque esos eran para que la perrita de la dueña hiciera sus “businesses”. Luis rió, Encendió la luz, hizo pipí y luego quiso echarle un vistazo a los periódicos regados en el piso. Esperaba que fueran los de la competencia, pero -para su sorpresa- eran los diarios de su patrón. Justamente frente al inodoro estaba su foto, la del Pulitzer. Para que la perrita hiciera sus necesidades. No dijo nada, pero sí pensó: bueno ya eso es noticia vieja.....
Luego vendría el matrimonio con Rosalba, la hija del editor. Bella e inteligente. De esa unión nació una hija. Los gastos subían, pero Luis podía cubrirlos. El problema eran las crecientes relaciones sociales de alta categoría y ... el gasto. Un día alguien poderoso se acercó a Luis y en voz baja le propuso algo. --- “Eso nunca” gritó Luis a todo pulmón, y el poderoso tuvo que salir corriendo ante la sorpresa de muchos, menos de la de sus verdaderos amigos. --- “Nunca aceptaré palangre, jamás”. El periódico empezó a tener problemas, el gobierno dejó de colocar sus anuncios y, sabemos que cuando eso ocurre, la registradora falla. Un día llamaron a Luis desde la Presidencia del diario y le informaron que, por unanimidad de la Junta Accionaria, habían decidido transferirlo a la Vicepresidencia Ejecutiva. Un cargo inventado, al cual mandaban a los incómodos. ¡Claro, que ganando más dinero! Luis no pudo decir nada. ¿Para qué, si ya el cambio estaba decidido? Una oficina solitaria, donde leería el periódico, resolvería crucigramas, oiría radio, vería televisión, o se emborracharía todos los días. Y así fue. Luis pasó al olvido. Sólo se animaría en las mañanas, cuando rumbo a la oficina sentía el olor a diario fresco.
“Crónica de un Piojo Devorador de Libros” (Santiago, 3-Julio-2008)
Érase una vez un libro que nadie leía. Había sido escrito muchas veces por muchas manos, pero escasamente alguien lo leía. Lo habían llevado a la imprenta, lo habían hecho libro, lo habían alabado, lo habían premiado; pero pocos, muy pocos, lo habían conocido. En algunos estantes lo habían colocado, algunos estudiantes lo habían estudiado; pero algo pasaba con el libro. Lo más curioso era que nadie sabía qué era lo que pasaba. Estaba bien escrito, bien empezado y bien terminado. Tenía intención, fuese la que fuere. Pero, a nadie le interesaba. Poco a poco lo fueron arrimando, hacia un extremo del estante de madera donde inicialmente había sido colocado. Luego, llevado al estante de metal. Finalmente, trasladado al estante de plástico. Allí, por accidente, durante la limpieza anual, el libro cayó silenciosamente al piso. Nadie lo notó, ni siquiera el piso. Por un tiempo quedó mudo y triste, y sus hojas, otrora orgullosas, se volvieron amarillas y se cubrieron de polvo. Finalmente, le cayeron piojitos comedores de papel. Desde el Prólogo hasta el Índice, los piojos habían construido una maraña de complicados laberintos que cruzaban el libro en múltiples direcciones. En la parte central del libro se hallaba el lobby, un espacio muy amplio.
Es necesario aclarar algo: ¡Dentro del libro había mucha actividad! En esos días se celebraba la Décimo-segunda, multiplicada por diez a la veinticuatro, Reunión Anual y Casual de los Piojos Comedores de Libros-en-Desgracia. En las habitaciones reales, ubicadas cerca del lobby, estaban hospedados los más importantes personajes de la piojocracia. En todo el centro del lobby trabajaban las atentas piojas Anfitrionas, quienes orientaban a los recién llegados. Los piojos venían de todas partes, aun cuando las delegaciones más numerosas provenían de los estantes de plástico y de hierro. Los piojos asistentes eran clasificados según la temática. La delegación de los de Literatura era enorme. Los de Poesía eran innumerables, sobre todo porque sabían que había comida y bebida gratis. Casi todos tenían largas cabelleras y lentes de montura redonda. De vez en cuando aparecía una hembra algo tomada que reía ruidosamente en rima:
ja ja ja je je je ¿ja ja ja? ¡ je je je ! Los piojos Novelistas eran los más solicitados por los piojos Reporteros. De ellos, sobresalían los que venían de “Cien años de Soledad”. Tenían cabello ondulado, lentes de montura gruesa y negra, nariz aguileña y un bigote terminado en puntas. En medio del bigote lucían pelos largos amarillentos que salían del interior de la nariz. Eran muy alegres y siempre andaban con piojos Musicales que
tocaban ruidosos vallenatos. Los piojos Cuentistas tenían todos pantalones cortos y siempre andaban con los piojos Relatos, las piojas Fábulas, los piojos Historias.... Los piojos Tecnológicos eran los más jóvenes y escasos, porque sus hábitats duraban muy poco tiempo y luego eran llevados a las moledoras de papel. Las moledoras, por supuesto, eran el terror de los libros. Hubo un momento cuando todos los piojos guardaron silencio; fue a la entrada de los piojos Filosóficos. Todos los respetaban. Eran muy pocos. Ancianos, muy callados. Algunos llevaban largas barbas blancas, otros no tenían ni un pelo. Llevaban túnicas pálidas e iban calzados con sandalias. Poder entrevistarlos era un honor reservado a pocos y entre ésos que podían hacerlo estaba este humilde piojo Cronista. Nuestros sabios piojos entraron al salón reservado para la reunión con los entrevistadores, formaron un semicírculo y se sentaron en el piso con las piernas cruzadas. Nosotros hicimos también lo propio con nuestras seis paticas. Cuando quisimos hablar con el piojo que se alimentaba de Lao-Tse, él se negó con un gesto. Jamás hablaba pues consideraba que lo que tenía que decir, ya estaba dicho desde hacía mucho tiempo en el libro del Tao-Te-Kin. Bueno, menos mal que estaban los piojos de Alan Watts, los piojos de Aristóteles, los de Sócrates, y los de Platón. Ellos sí estaban dispuestos a hablar. Sobre todo los piojos de Fernando Savater, que eran muy didácticos y todo se lo querían contar a los piojitos Amador.
No voy a mencionar lo que dijo cada uno de los filósofos, porque sería demasiado largo y complicado para nuestros cerebros de piojos, así que, a efecto de la entrevista, voy a asignarles un nombre genérico para identificar al grupo completo. Los llamaré piojo Filósofo Tapa Amarilla o mejor dicho, en inglés, Yellow Cap. Me dirigí a él. ---- “Profesor” (lo mejor es llamarlos profesores o maestros. Yellow Cap prefirió profesor porque ganan más dinero) ---- “Profesor Uay an Ci, (Y& C, abreviatura de Yellow Cap) ¿cómo ve esta reunión?” Y el profesor Y&C respondió: *** “Bueno, yo diría que podría ser una interesante reunión si se pudieran aglutinar tres factores determinantes: espacio, líquidos y comida”. Y le pregunté: ---- “Pero, ¿cree usted que debería ser importante, algo consustancial con el ser vivo?” *** “Pues claro, eso lo dice la lógica. Hay un cuarto elemento consustancialmente ligado a los tres factores anteriores, y es que debe haber unas buenas y limpias pocetas o inodoros”. ---- “Hablando de la vida y la muerte, ¿cómo considera usted que deben trascender los que escriben? ¿ Deben sobrevivir los libros a la muerte de los que escriben, o lo que escriben debe morir con quienes lo escriben?
*** “Oye, me acabas de hacer una pregunta muy interesante. Yo siempre he creído que las personas mueren porque están vivas, pero definitivamente cuando uno lee un libro, éste tan sólo se queda durmiendo, hasta que alguien lo despierta”. Ars onga, vita brevis... ---- “¡Qué sabiduría! ¿Y cómo puede ser útil, por ejemplo un cuento, por mencionar una de las más modestas expresiones de la literatura? *** “Un cuento no tiene por qué ser útil, pero si es útil es porque sirve para algo. Un cuento puede ser útil para tomar café, o para ir al baño”. Dolce fare niente.... ---- “¡Oooh! ¿Piensa usted que debe existir una fórmula para escribir un cuento?” *** “Ja, eso es un absurdo. Eso es como pedir que la vida tenga una fórmula. Si yo le pidiera a los piojos que me cuenten en pocas palabras el cuento de su vida, todos deberíamos tener un cuento diferente, una manera diferente de empezar y de terminar el cuento. Además, el cuento es una forma narrativa que, mientras se cuenta, está vivo. Si lo formulamos, lo reducimos a una ecuación, con algunos componentes constantes y otros variables. ¡Eso sería tan aburrido como la vida de un piojo Bibliotecario!” Vanitas vanitatum, et omnia vanitas... ---- “Uhmmm ¡Qué interesante! Hablando de otro tema, ¿cómo le parecen los libros de temas políticos?
*** “Controversiales y algunos peligrosos”. ---- “¿Puede aclararme y profundizar más, por favor? *** “Hablar sobre política nos lleva al espinoso asunto de la ética pública. Marco Aurelio Plutonio, gran pensador de la Roma Imperial pensaba que la Polis debía tener Políticos y Policías. Los Políticos, que gobiernan y gozan de los placeres del poder y los Policías que mantienen el orden en la Polis. Ahora bien, no hay nada más peligroso que un piojo Policía con un libro en sus paticas”. Habló el buey y dijo muuuu ---- “¿Qué opina usted de los piojos Tecnológicos? *** “¡Los pobres! Son los que tienen la vida más corta. Piense, ¿adónde están los piojos de las tarjetas perforadas de la IBM 360, o los de tantos manuales de programas que continuamente se vuelven chatarra tecnológica, los de manuales de mecanografía, telegrafía, topografía, etc. Cada vez es más corta la vigencia de los manuales tecnológicos y rápidamente los llevan a las máquinas moledoras de papel. Por eso los piojos Tecnológicos mueren jóvenes. Observe bien los estantes de madera con puertas de vidrio”. ---- “ Ah, ya sé, usted se refiere a los Clásicos”. *** “¡Exactamente! Esos estantes o, mejor dicho, vitrinas, son para los libros clásicos. Aquí tengo que
decir que los clásicos, no sólo están en la literatura o en las otras bellas artes. Allí también tienen que estar los que han realizado grandes aportes a la humanidad: Newton, Pascal, Einstein, Darwin, etc. Físicos, matemáticos, biólogos; en fin, científicos y filósofos. Desde el más pomposo hasta el más humilde. También son dignos -y esto lo digo porque me gusta comer fino en un buen restaurante- los recetarios de cocina, de la buena cocina, libros sobre vinos, scotch, cerveza. Igualmente, buenos libros de oficios, como carpintería, mecánica, aviación”.
De pronto, oímos un ruido en el lobby, que iba in crescendo. Era la turba de piojos Nazis Cabezas Rapadas, y piojos Barbudos Marxistas, con todas sus derivaciones locales. Gritaban consignas como: “los libros son del pueblo, no de la burguesía”, “libro, socialismo o muerte”, “piojo, camarada, tu muerte será vengada”,
o, en el caso de los piojos Nazis: “piojos judíos, contad con la muerte”, “sólo los piojos blancos son bonitos inteligentes”, “piojos en la oficina, piojas en la cocina”.
e
Todos los que estábamos en la reunión salimos corriendo, porque sabíamos de la ferocidad de la turba política. Protegimos y cargamos a los piojos Filosóficos. Una vez fuera del libro que nadie leía, vimos cómo éste se iba consumiendo, hasta que quedaron sólo las tapas.
“No hay escape” Santiago, 7-Junio-2008)
Relato nostálgico con dejo cacofónico, escrito con ocasión de la Ley Sapo en Venezuela “Podrá el mirlo blanco silbar encima del mirto”. Esto pensaba el misántropo sabio, después de beber la mistela que su tía Adela le había obsequiado después de su diario miserere. El reía internamente del misticismo cordillerano de su tía, quien mezclaba alegremente a Dios con aguardiente. Indudablemente, el mismo Dr. Sutton cuando la viera, pensaría que no era Mal de Alzheimer lo que le producía su inicial locura con temblura, sino el Delírium Tremens de un organismo agotado e hinchado por el abuso alcohólico. ---“A Deogracias” suspiró el sabio y volvió a su postura pensativa. Ya había olvidado al mirlo blanco y se aprestaba a tomar otro complejo dilema en su andar matutino. Abrió un postigo de la gran ventana frontal y un rayo de luz inundó la sala. De frente, a lo lejos, estaba la cordillera con sus picos nevados. El cielo azul pálido con pocas nubes. A gran altura, un cóndor hacía cabriolas en busca de la carroña que le saciara el hambre y la de su prole. Al sabio le costaba un mundo desandar lo pensado. Era como tejer una larga manta de fina trama, bella y complicada, para después desbaratarla. No quería matar lo terminado. Pero buscar un nuevo tema también era difícil, porque ya muchos los había agotado. De pronto, a los lejos, observó algo que volaba empujado por el viento. Giraba sobre si mismo, dando tumbos de allá para acá, y finalmente penetró en la sala. Era un volante
propagandístico con una foto. Cuando lo tomó en sus manos, un temblor le sacudió el alma. Era la imagen del presidente mitotero, quien anunciaba un mitin para el domingo venidero. Buscó con desespero la botella ámbar de la mistela. De un sólo tirón la descorchó y de un largo trago casi le vació el licor. Frotó su boca suavemente, una y otra vez. Se sentó en el piso, llevó sus manos a la cabeza y maldijo repetidas veces. El sólo quería pasar la vida en sus meditaciones sumamente triviales, o simplemente complejas. El quería huir de este usurpador de espacio y tiempo. Quería huir de este tirano perverso, que con su figura feamente amorfa no dejaba lugar para la vida misma. Se había refugiado en el pequeño pueblo, lejos de las modernidades. No había electricidad, no había carreteras que le llegaran, no había medios de comunicación. Era sólo un villorrio apartado. Insignificante, como las personas que en él vivían. El misántropo se preguntaba, por qué el demonio gobernante quería llegar al lugar con su insoportable verborrea; por qué el gordiflón sátrapa quería ahora llegar a su escondida villa. Vio de nuevo la foto del horrible presidente y la misma fue adquiriendo vida de batracio; de sus labios sobresalía una lengua filosa y larga... Rechoncho y de piel arrugada, con una verruga enorme en la frente, cuando abrió su boca un ronco y penetrante sonido sacudió el silencio del caserío; croaba
incesantemente. De vez en cuando saltaba de un lugar a otro, y jamás callaba. El pobre sabio bebió el resto de la mistela y lloró. Releyó el pedazo de papel, y maldijo con furia. La revolución había llegado al pueblecito. El batracio quería que todos fueran como él. Se asomó a la ventana y descubrió que toda la gente del vecindario se había convertido en sapos con boinas rojas que lo miraban a él, delatoramente.