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CONTENIDO
DEDICATORIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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PRÓLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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CAPÍTULO I LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL A LA LUZ DE LA PALABRA DE DIOS “Dirección espiritual” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Interés actual por la vida espiritual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Dos etapas bien definidas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El camino espiritual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El director espiritual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Maneras de impartir dirección espiritual . . . . . . . . . . . . . . . . .
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CAPÍTULO II EL ITINERARIO ESPIRITUAL I. El paso de la muerte a la vida, del pecado a la gracia . . . . . . II. La lucha constante contra el pecado . . . . . . . . . . . . . . . . . . III. Dirigidos por el Espíritu Santo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . IV. La gracia de Dios y la colaboración humana . . . . . . . . . . . . V. El crecimiento espiritual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . VI. La cruz en mi vida como en la vida de Jesús . . . . . . . . . . . .
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LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL A LA LUZ DE LA PALABRA DE DIOS
CAPÍTULO III CAMINANDO HACIA LA SANTIDAD I. Paso a paso hacia la santidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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II. Llamamiento universal a la santidad . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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III. Las gracias sublimes de unión con Dios y de transformación en Cristo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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CAPÍTULO IV DISCERNIMIENTO ESPIRITUAL Y VOLVER CONSTANTEMENTE A DIOS I. La voluntad de Dios y el discernimiento espiritual . . . . . . . . 109 II. Dios me llama a volver a él y a ser santo . . . . . . . . . . . . . . . 117 III. Sanación interior: Jesús es mi Salvador y mi liberador . . . . 125 IV. Necesidad de implorar un bautismo en el Espíritu Santo . . 133 CAPÍTULO V LA VIDA DE ORACIÓN I. ¿Qué es la oración? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141 II. Jesús, modelo de oración . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145 III. Exhortaciones de san Pablo a la oración . . . . . . . . . . . . . . . 149 IV. La oración mental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153 V. La oración de contemplación infusa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159 VI. Para una oración contemplativa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163 VII. La oración en el nombre de Jesús y la oración a la Santísima Trinidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167 VIII. La oración contemplativa, cumbre de la oración carismática . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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IX. La eucaristía y la vida de oración . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175 X. La oración de “descanso en el Señor” . . . . . . . . . . . . . . . . . 181 XI. Oración contemplativa ante un icono . . . . . . . . . . . . . . . . 185 XII. Contemplar y alabar a Dios cantando . . . . . . . . . . . . . . . . 189 XIII. Oración para el atardecer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193
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CAPÍTULO VI “LECTIO DIVINA”: LECTURA ORANTE DE LA PALABRA DE DIOS I. La lectio divina, lectura orante de la Sagrada Escritura . . . . . . 197 II. Lectio divina y oración contemplativa . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201 III. Ejercicios de lectura orante con la Biblia . . . . . . . . . . . . . . 203 CAPÍTULO VII ESPIRITUALIDAD BÍBLICA I. Qué se entiende por “espiritualidad bíblica” . . . . . . . . . . . . . 213 II. Diferentes espiritualidades en la Biblia . . . . . . . . . . . . . . . . 217 CAPÍTULO VIII VIVIR LA ESPIRITUALIDAD DEL EVANGELIO DE SAN JUAN El evangelio de san Juan . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . I. El Misterio de Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . II. La misión de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios . . . . . . . . . . . III. La misión del Espíritu Santo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . IV. María, la Madre de Jesús, Madre de todos los creyentes . . . V. Vivir como discípulos de Jesús . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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EPÍLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 261 APÉNDICES I. La presencia o presencias de Dios en las cosas y en nosotros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 265 II. Los vicios de la humanidad según el Nuevo Testamento . . . 269
PRÓLOGO
Querido lector: La finalidad de las reflexiones que tienes entre manos es invitarte a “vivir en plenitud tu vida cristiana” a la luz de la Palabra de Dios que encontramos en la Sagrada Escritura, Palabra divina que no solo hay que leer, sino poner en práctica y vivir: “Poned por obra la Palabra y no os contentéis solo con oírla, engañándoos a vosotros mismos” (Sant 1,22). Sin ser un manual de “espiritualidad bíblica” ni de “dirección espiritual”, la Biblia, en su inagotable riqueza divina, encerrada tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, nos ofrece elementos fundamentales de espiritualidad y constantemente nos muestra y nos dirige por los caminos que nosotros, “linaje elegido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo adquirido, pueblo de Dios” (1 Pe 2,9-10), debemos seguir para realizar el plan de salvación que Dios ha fijado para toda la humanidad. Esparcidos en sus páginas sagradas, aquí y allá, encontramos todos los principios necesarios para una vida espiritual intensa, y, al mismo tiempo, se nos ofrecen consejos de auténtica dirección espiritual. Estos principios y consejos se entrelazan, formando una unidad. La cita de un salmo sintetiza admirablemente nuestro pensamiento: “Tu Palabra es antorcha para mis pies; es luz en mi sendero” (Sal 118,105)1. La Palabra de Dios no solamente nos invita a una conversión de vida y a un cambio profundo en nuestra manera de vivir, sino que nos invita y nos urge a tender hasta la plenitud de nuestra vida en Cristo, hacia la santidad, mostrándonos el camino para una unión profunda 1
Las innumerables referencias bíblicas que se encuentran en las páginas de este libro sirven de ejemplo de las riquezas de espiritualidad y de dirección espiritual que nos ofrece la Sagrada Escritura. ¡Dichosos nosotros si, además de leerlas, el Espíritu Santo nos mueve a realizarlas!
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con Dios: “Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” (Jn 17,21), y para nuestra transformación en Cristo, como escribió san Pablo: “Vivo ya no yo, sino que vive en mí Cristo, y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál 2,20). El gran director y conductor en la vida espiritual es el Espíritu Santo. Él inspiró los Libros santos y él hace que esos escritos divinos sean vida en nuestra vida. Jesús, en sus discursos de despedida, la tarde de la institución de la eucaristía, nos hizo esta revelación: “El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho”. Y “cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os conducirá hasta la verdad completa” (Jn 14,26; 16,13). La misión del Espíritu de la Verdad es conducirnos por el camino seguro y correcto, para que no nos extraviemos siguiendo multitud de senderos que a veces son peligrosos vericuetos y nos apartan del verdadero destino de la existencia humana. Además, el Espíritu Santo, que nos santificó y nos transformó en “hijos de Dios” en el momento de nuestro bautismo, quiere encaminarnos hasta la cumbre de la santidad. El Espíritu Santo es el santificador por excelencia y su misión es hacernos santos: “Hermanos, amados del Señor: Dios os ha escogido desde el principio para la salvación, mediante la acción santificadora de su Espíritu y la fe en la verdad” (2 Tes 2,13). Este libro no pretende ser un manual ni de espiritualidad bíblica ni de dirección espiritual según los cánones de las ciencias correspondientes. Nuestras reflexiones dimanan como consecuencia del estudio de los libros bíblicos, en los cuales se buscará en vano un orden lógico, filosófico o incluso teológico sobre estos temas. En la Biblia brillan la libertad y la espontaneidad del Espíritu. Él dice lo que quiere, donde quiere y cuando quiere. Las reflexiones que siguen tienen un triple objetivo: 1. Saber que Dios quiere hacernos santos y desea que nosotros colaboremos con él en esta tarea de santificación. 2. Dejarnos dirigir por el Espíritu Santo a través de la Palabra de Dios, sembrada con principios de espiritualidad muy profunda tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento2. 2
Concilio Vaticano II, Constitución “Dei Verbum”, cap. VI: “La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia”, n. 21.
PRÓLOGO
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3. Aprender a ser “directores espirituales” a través de la Palabra de Dios, según el salmo: “Tu Palabra es antorcha para mis pies, luz para mi sendero” (Sal 119,105). De aquí se desprenden los ocho capítulos de esta publicación: I. La dirección espiritual a la luz de la Palabra de Dios. II. El itinerario espiritual. III. Caminando hacia la santidad. IV. Discernimiento espiritual y volver constantemente a Dios. V. La vida de oración. VI. La lectio divina: lectura orante de la Palabra de Dios. VII. Espiritualidad bíblica. VIII. Vivir la espiritualidad del evangelio de san Juan. ¡Que Cristo Jesús, ungido por el Padre con el Espíritu Santo (Mc 1,10-11; Hch 2,33), haga descender sobre nosotros ese mismo Espíritu divino, a la manera como lo hizo sobre los apóstoles en Pentecostés, y así podamos ser dóciles a su acción divina y dejarnos conducir hasta las alturas de la santidad!
“DIRECCIÓN ESPIRITUAL” Este concepto indica, ante todo, una relación particular entre nuestro espíritu con el Espíritu Santo, pues él es el primero y verdadero director espiritual del creyente, en cuyo interior habita, como en su santuario: “¿Acaso no sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (1 Cor 3,16; cf. 6,19). A este respecto, el apóstol Pablo nos dejó un principio importante de dirección espiritual cuando escribió: “Cuantos son dirigidos por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios” (Rom 8,14). Por eso, desde un principio, el director espiritual y la persona dirigida deben ser conscientes de que el Espíritu Santo es el director principal y de que el ministro o el acompañante en la dirección espiritual es solo un instrumento del mismo Espíritu Santo en la conducción espiritual de los fieles. INTERÉS ACTUAL POR LA VIDA ESPIRITUAL En nuestra época, a pesar de tantas incertidumbres y desvíos, hay una profunda e intensa hambre de espiritualidad. En efecto, nos encontramos con numerosos fieles cristianos –laicos, personas consagradas, sacerdotes– que, movidos por el Espíritu Santo, desean recibir una “dirección espiritual” para ser conducidos por un camino seguro de progreso que les lleve a ser santos, esto es, a la plenitud de la vida espiritual cristiana, hasta llegar a la “unión con Dios” (Jn 17,11) y a la “transformación en Cristo” (Gál 2,20).
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San Pablo tocó esta dimensión –la de tener maestros para llegar a la madurez espiritual– cuando escribió a los efesios acerca de los diversos carismas que comunica Cristo para llevar a los creyentes a su madurez espiritual: “Cristo mismo dio a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto ordenamiento de los santos..., para edificación del cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef 4,11-13).
DOS ETAPAS BIEN DEFINIDAS En la dirección espiritual hay dos fases o etapas bien definidas, que se deben tener siempre en cuenta. Primera etapa: Conocer a la persona que solicita dirección espiritual Ante todo, hay que partir del conocimiento del estado actual de la persona que desea ser dirigida en su vida espiritual. Esta fase o etapa previa es indispensable tanto para el director como para la persona dirigida, pues necesita conocerse a sí misma, según el antiguo adagio filosófico griego: “Conócete a ti mismo”. Se trata de hacer un diagnóstico: conocer la historia de la persona interesada, su temperamento y su carácter, sus experiencias profundas, sus conflictos, sus heridas, sus triunfos y sus caídas. Aquí ocupa un lugar importante una buena y bien dirigida terapia psicológica, que ayude a la persona a situarse frente a sí misma y a cancelar, con la gracia de Dios, los obstáculos que le impidan emprender una verdadera vida espiritual. Pero también, y tal vez más importante, es necesario conocer la situación actual de la vida espiritual de la persona que solicita la dirección espiritual, ya que desea no solamente beneficiarse de una terapia psicológica, sino sobre todo recibir una dirección espiritual que la conduzca a Dios y a la altura de su transformación en Cristo: “Y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. Ahora, en mi vida mortal, vivo creyendo en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gál 2,20). Frente a esta situación de base, es necesaria ante todo una oración de “sanación interior”, pidiéndole al Señor que, con el poder de su
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Espíritu Santo, sane a esa persona creyente del pecado y de las heridas causadas por el mismo, a fin de derribar los obstáculos que impidan el trabajo en el progreso espiritual. Finalmente, así como podemos tener recaídas en nuestras enfermedades corporales, tampoco hay que descartar que vuelvan los desajustes psicológicos. Si este es el caso, es aconsejable acudir nuevamente a la terapia conveniente. Segunda etapa: Emprender el camino hacia la santidad A la persona se le debe mostrar el camino de la vida cristiana, que parte de la conversión a Dios y de un verdadero encuentro vivo y personal con Cristo, y continúa en un constante proceso hasta llegar a la altura de la santidad. Aquí puede servir como ejemplo la ascensión a la cumbre de una alta montaña. Para conquistar una cumbre nevada, se requiere fijarse la meta y tener un fuerte ideal de conseguirlo. Esto engendrará la necesidad de un continuo y decidido esfuerzo, de ir por etapas, poco a poco, hasta conquistar la cumbre deseada. Por lo tanto, es necesario, en primer lugar, ilustrar a la persona creyente acerca de los principios de espiritualidad bíblica que nos muestra la Palabra de Dios en la Escritura. La instrucción y el acompañamiento irán de la mano.
EL CAMINO ESPIRITUAL 1. Hay que recordar y tener siempre presente la condición fundamental de todo ser humano que viene a este mundo. Todos nacemos pecadores, pero el bautismo nos purifica de nuestros pecados, nos santifica y nos convierte en hijos de Dios, haciéndonos entrar en “el pueblo de los santos”, en “el pueblo de Dios”. El Nuevo Testamento da a los cristianos bautizados el título de “santos” por la acción santificadora que el Espíritu Santo obra en nosotros en el momento de nuestro bautismo. El Espíritu Santo nos hace pasar de la “situación de injustos y pecadores al estado de justos y santos”. El Espíritu Santo nos hace santos. 2. La vida será siempre de lucha contra el pecado. Tras la conversión y el encuentro personal con Cristo, suelen darse épocas de paz, bienestar y tranquilidad espiritual, pero, cuando menos se espera, surgen nuevas situaciones de debilidad, de tentación o desaliento,
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incluso de caídas en el pecado. Por tanto, será necesaria siempre una conversión constante y la purificación de nuestros pecados. 3. Una vez situados en el estado de haber sido justificados por la fe y de estar en paz con Dios, es decir, encontrarse en “estado de gracia” (Rom 5,1-2), podemos iniciar el camino que nos llevará a la perfección cristiana. 4. A fin de ganar tiempo en la tarea de nuestro caminar hacia la santidad y de que todo cuanto hagamos tenga valor de eternidad, es muy oportuno tener presentes desde un principio, como metas prácticas de acción, cinco consejos fundamentales del apóstol Pablo, que son como granos de oro puro, sobre los cuales hay que practicar una revisión día tras día. – “¡Haced todas vuestras cosas por amor!” (1 Cor 16,14). – “Ya sea que comáis, bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” (1 Cor 10,31). – “Todo cuanto hagáis, de palabra o de obra, hacedlo en el nombre del Señor Jesús, dando por medio de él gracias a Dios Padre” (Col 3,17). – “Todo cuanto hagáis, hacedlo con toda el alma, para agradar al Señor y no a los hombres, conscientes de que él os dará la herencia en recompensa” (Col 3,23). – “En Cristo Jesús lo que cuenta es la fe que se hace operante por la caridad” (Gál 5,6). A propósito de este último consejo del apóstol, hay que recordar que en el “amor a Dios y al prójimo” se sintetizan la Ley y los Profetas (Mt 22,36-40; Gál 5,14); más aún, en el “amor-caridad” se sintetiza la definición misma de Dios: “Dios es misericordioso, bondadoso, paciente, rico en amor y en fidelidad” (Éx 34,6). O, según una expresión condensada y bien conocida, “Dios es amor” (1 Jn 3,8). Como consecuencia, al iniciar nuestro ascenso a la montaña de la santidad, tengamos presente que es necesario comenzar practicando, ya desde ahora, el amor-caridad con todos nuestros prójimos, particularmente con los más necesitados. Nuestro supremo modelo en la práctica del amor-caridad es el propio Jesús. Recordemos estas palabras de Santiago: “¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga ‘tengo fe? si no tiene obras?... La fe, si no tiene obras, está realmente muerta” (Sant 14.16).
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EL DIRECTOR ESPIRITUAL Un verdadero y auténtico director de espíritu no es quien enseña caminos aprendidos solo por sus estudios y sus experiencias, sino el que, además de esa debida preparación académica y experiencia espiritual, intuye la acción del Espíritu Santo que quiere llevar a un alma por tal o cual camino que a él le place. Al director espiritual le corresponde acompañar a la persona y conducirla por donde Dios quiere llevarla. El director espiritual puede ser un varón o una mujer, pues no se trata de sacramentos para los que la Iglesia ha señalado ya a sus ministros respectivos. En la historia de la espiritualidad abundan los ejemplos de directores espirituales clásicos; mencionemos, como ejemplos, a san Benito, santa Escolástica, san Bernardo, san Francisco, santa Clara de Asís, santo Domingo, santa Catalina de Siena, san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, san Francisco de Sales, etc. San Juan de la Cruz fue un maestro espiritual muy exigente. A propósito de las cualidades que debe tener el director espiritual, escribe: “Además de ser sabio y discreto, ha menester ser experimentado. Porque, para guiar al espíritu, aunque el fundamento es el saber y la discreción, si no tiene experiencia de lo puro y verdadero, no atinará a encaminar al alma hacia él cuando Dios se lo da, ni lo entenderá”3. Pero Dios ha provisto siempre a su Iglesia con el don de verdaderos directores de espíritu, y lo seguirá haciendo hoy. Baste citar como ejemplos del siglo pasado a santa Teresa del Niño Jesús, a santa Isabel de la Trinidad, al Siervo de Dios monseñor Luis María Martínez, arzobispo de México, pastor entregado a su grey, excelente teólogo y sabio y prudente director espiritual, que supo discernir los caminos por los que el Espíritu Santo quería llevar a las almas. Un ejemplo concreto de su atinada dirección espiritual fue la practicada en el acompañamiento de la venerable sierva de Dios Concepción Cabrera de Armida. Y junto a ella se podría mencionar a otras personas que confiaron a monseñor Martínez su dirección espiritual. 3
San Juan de la Cruz, Llama de amor viva: canción 3, número 30. Sobre el director espiritual, léase también del mismo autor Obras completas (Ediciones Sígueme, Salamanca 2002): párrafo sobre “maestro espiritual”, en la “Guía de lectura sistemática” (p. 1120).
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A su vez, la venerable sierva de Dios Concepción Cabrera fue, mediante su riquísima producción literaria espiritual y sus cartas, una verdadera directora espiritual de obispos, sacerdotes, religiosos y laicos4. El venerable siervo de Dios padre Félix de Jesús Rougier, fundador de los Misioneros del Espíritu Santo, fue un insigne director espiritual y utilizó como instrumento de su ministerio el género literario epistolar, escribiendo miles de cartas llenas de concisos consejos de dirección espiritual. El director espiritual no debe imponer sus propios criterios, sino que, partiendo de sus estudios, conocimientos y experiencias, y sobre todo de su vida de oración personal, debe humildemente discernir, con luz divina, los senderos por los que el Espíritu Santo quiere conducir a tal o cual persona, y acompañarla por ellos en su camino espiritual hasta la cumbre de la santidad. Se aconseja que, antes de impartir la dirección espiritual, el director espiritual pida al Padre que ponga sus pensamientos en su mente; que sea Jesús, el Verbo de Dios, el que pronuncie sus palabras por la boca de su representante, y que el Espíritu Santo llene con el fuego de su amor el corazón de quien tiene que dirigir a los creyentes por las vías de la santidad. Y que, al mismo tiempo, Dios ilumine, instruya y mueva el corazón de los que escuchan, a fin de que la dirección no sea vana o estéril, sino consiga su cometido.
MANERAS DE IMPARTIR DIRECCIÓN ESPIRITUAL Existen diversas opciones de impartir la dirección espiritual: de manera individual o en grupo, mediante la comunicación de la doctrina. 1. Ordinariamente, cuando se habla de “dirección espiritual” se piensa en una entrevista de tipo personal. Se puede pensar que esta es la más adecuada; sin embargo, tal dirección individual se enfrenta a un grave problema práctico: ¿de cuánto tiempo pueden disponer el director espiritual y la persona dirigida para una atención individual y gratuita, teniendo en cuenta a todos los que solicitan esa dirección espiritual? 4
Concepción Cabrera de Armida, “A mis sacerdotes”, en Obras completas, tomo I. Editorial La Cruz, México 71997.
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2. Otra manera de dirigir espiritualmente es exponer a un determinado número de personas los principios de la vida espiritual que brotan de los libros de la Revelación divina en la Sagrada Escritura. Este camino de espiritualidad bíblica y de dirección espiritual, poco transitado y explotado –y que es el que estamos ofreciendo–, proporciona ventajas muy grandes, pues la Palabra de Dios es por sí misma iluminadora, operante y eficaz; es fuerza divina, vida, claridad, energía y principio de santificación. “No es casualidad –escribe Benedicto XVI– que las grandes espiritualidades que han marcado la historia de la Iglesia hayan surgido de una explícita referencia a la Escritura”5. Y cita a san Antonio Abad, san Basilio Magno, san Benito, san Francisco de Asís, santo Domingo de Guzmán, santa Teresa de Jesús, santa Teresa del Niño Jesús y a otros santos y santas. Siendo así, el Espíritu Santo se puede servir de la comunicación directa de la Palabra de Dios, proclamada al mismo tiempo a muchas personas, para iluminar y mostrar los caminos y mover a estos creyentes para que puedan transitar con seguridad por los senderos que llevan a la santidad. 3. Una tercera opción de dirección espiritual, muy valiosa y nueva, es la que puede dar toda persona, hombre o mujer, que haya sido bien formada en la fe y esté imbuida del conocimiento de la Palabra de Dios. ¡Cuántas personas laicas del pueblo de Dios están siendo tomadas por el Espíritu Santo para encausar, aconsejar y enderezar; en definitiva, para “dirigir espiritualmente” por los caminos de la fe, de la esperanza y del amor a quienes se les acercan en busca de consejo! No hay que tener miedo. ¿No son acaso un ejemplo elocuente las mamás cristianas que con la ayuda de Dios dirigen espiritualmente a sus hijos e incluso a sus esposos? ¿No hemos citado a muchas santas mujeres que han desempeñado una verdadera dirección espiritual en muchos momentos de la historia de la Iglesia? ¡Ánimo, pues!
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Benedicto XVI, Exhortación apostólica “Verbum Domini”, n. 48 (30 de septiembre de 2010).