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RENÉ DESCARTES Vida y obra Descartes nace en 1596 en La Haye (Turena, Francia), en el seno de una familia acomodada perteneciente a la baja nobleza (su padre era consejero del Parlamento de Rennes y su madre hija del teniente general de Poitiers). Al año siguiente muere su madre. A partir 1604 estudia en el colegio jesuita de La Flèche, uno de los centros de enseñanza más famosos de su tiempo. Allí recibió una sólida formación científica y filosófica, de acuerdo con los estudios habituales de la época. Aquella enseñanza − inspirada en los principios de la filosofía escolástica, considerada como la defensa más válida de la religión católica frente a los gérmenes de la herejía − dejó insatisfecho y confuso a Descartes. Según nos narra en el Discurso del método: «Desde mi niñez fui criado en el estudio de las letras y como me aseguraban que por medio de ellas podía conseguir un conocimiento claro y seguro de todo cuanto es útil para la vida, sentía yo un vivísimo deseo de aprenderlas. Pero tan pronto como hube terminado el curso de los estudios, cuyo remate suele ser dar ingreso en el número de los hombres doctos, cambié por completo de opinión. Pues me embargaban tantas dudas y errores que me parecía que, procurando instruirme, no había conseguido más provecho que el de descubrir cada vez más de mi ignorancia…». De entre lo aprendido en La Flèche, Descartes destacará la matemática como la única disciplina en que encontraba un conocimiento sólido y libre de disputa. Sobre ésta dirá: «Lo que más me gustaba era la matemática, por la certeza y evidencia de sus razonamientos, pero aún no me daba cuenta de cuál era el mejor uso de ella: al contrario, pensando que sólo servía para las artes mecánicas, me asombraba que sobre cimientos tan firmes y sólidos todavía no se hubiese construido algo más elevado e importante». Como veremos, el objetivo fundamental de la filosofía cartesiana radica en extender el rigor y la solidez del método matemático a la totalidad del edificio del saber, logrando así un método que nos permita avanzar en la búsqueda de una verdad tan firme como la que nos proporcionan las matemáticas. Tras concluir sus estudios en la Flèche Descartes estudia Derecho en la Universidad de Poitiers. Una vez licenciado, decide dedicarse al «leer en el gran libro del mundo», para lo que se alista voluntario en el ejercito y participa en la Guerra de los Treinta Años (primero, en 1618, en el ejército protestante de Mauricio de Nassau y un año después en el católico de Maximiliano de Baviera). En 1618 conoce en Breda a Isaac Beeckman, sabio holandés que le introduce en el mundo de la incipiente nueva ciencia. Con él discutirá acerca de problemas de física matemática y de geometría. En 1619 la dureza del invierno le obliga a pasar varios días encerrado junto a la estufa dedicado a la meditación filosófica. Se plantea algunos problemas de geometría, y la solución lograda le lleva a buscar un método general para resolver cualquier problema geométrico. Pronto amplía el plan para encontrar un método para el descubrimiento de la verdad en cualquier ciencia. Se apodera de él una especie de entusiasmo místico como si el descubrimiento lo hubiera salvado de una crisis espiritual, y al mismo tiempo, hubiera cargado sobre él una grave responsabilidad.
De 1619 a 1628 se dedica a viajar. En Italia (1623-25) y París (1626-28) amplia sus estudios de matemática y metodológicos. Escribe las Reglas para la dirección del Espíritu, su primer escrito fundamental (publicado póstumamente en 1701), donde expone los preceptos prácticos para el correcto uso de la razón, sus reglas del método que aparecerán después en el Discurso del método. A partir de 1628 se establece en Holanda, buscando la tranquilidad necesaria para desarrollar su trabajo. Escribe El mundo o Tratado sobre la luz una cosmología que no se atreve a publicar debido a la condena del Santo Oficio a Galileo (1633) por defender las tesis heliocéntricas. En 1637, deseoso de dar a conocer sus estudios físicos, publica de forma anónima tres ensayos titulados La dióptrica, los meteoros y la geometría, que van precedidos de un prólogo que es lo que se conoce hoy como el Discurso del método. En él se expone tanto el método cartesiano como sus ideas filosóficas fundamentales. Con su publicación se inicia, a un tiempo, una fuerte corriente de simpatía por las nuevas ideas y una reacción que creció en violencia con el correr del tiempo. En 1641 publica las Meditaciones Metafísicas iniciadas antes del Discurso del método. Antes de publicarlas requiere la opinión de los filósofos más importantes de la época como Hobbes, Gassendi, Mersenne, etc. Publica sus objeciones y las respuestas que se les da junto con la obra. En esta obra aparece con más claridad la novedad de la filosofía cartesiana. Algunos profesores de las universidades holandesas la introducen en sus cátedras provocando la reacción contraria de la Iglesia. Se le acusa de ateo y hereje entre otras cosas. La polémica no acabará hasta bien entrada la Edad Moderna. En 1644 publica los Principios de Filosofía, donde resume su metafísica y expone adelantos en las ciencias físico-naturales. En 1649 la reina Cristina de Suecia le invita a ir a Estocolmo. Él, deseoso de tranquilidad para dedicarse a sus estudios, acude puesto que cada vez era más enconada la lucha entre los adversarios y los defensores de sus ideas. Se publica el Tratado de las pasiones del alma. En 1650 muere de pulmonía. No puede resistir los rigores del clima nórdico. Lo entierran allí pero más tarde (1666) lo llevan a París. En 1663 las obras de Descartes son incluidas en el Índice de obras prohibidas por la Iglesia Católica. Descartes es considerado el «padre de la filosofía moderna». Pero Descartes no sólo contribuyó al desarrollo de la filosofía. Es también conocido por ser el creador de la geometría analítica y de la óptica geométrica, además de por haber sido el primero en formular el principio de la inercia. CONTEXTO HISTÓRICO-CULTURAL DEL PENSAMIENTO CARTESIANO Para comprender el desarrollo del pensamiento cartesiano debemos atender a tres coordenadas que enmarcan su desarrollo intelectual: 1.- La pervivencia hegemónica de una debilitada filosofía escolástica en las Universidades. 2.- El resurgir del escepticismo. 3.- El auge y desarrolló de la nueva ciencia.
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1.- La pervivencia de la escolástica Hemos visto que Descartes recibió una educación basada en los principios de la escolástica. La escolástica es la filosofía característica de la Edad Media, que mantenía su hegemonía en las universidades y escuelas del siglo XVII, y que tenía como base teórica una síntesis entre la teología cristiana y la metafísica aristotélica. Tomás de Aquino (1224/6-74), con su Suma teológica, constituye la máxima expresión de la escolástica, si bien Descartes estudió la renovación parcial que de ésta había hecho el jesuita Francisco Suárez (1548-1617). Por su propio relato en el Discurso del método, sabemos que este saber dejó a Descartes profundamente insatisfecho, pues a su juicio no proporcionaba la seguridad y certeza deseables en el saber, y que sí encontraba, bien es cierto que aplicada a cuestiones mucho menos relevantes, en el saber matemático. Para Descartes la escolástica constituía un tipo de pensamiento poco fundamentado: el criterio de verdad y el método sobre los que se sustentaba eran obsoletos, carecían de rigor y validez, se mostraban incapaces de integrar y desarrollar los descubrimientos y desafíos que proponía la incipiente nueva ciencia. Por eso, el pensamiento cartesiano parte de la premisa de que es preciso establecer un nuevo criterio de verdad y un nuevo método para poder desarrollar una filosofía que proporcione un fundamento firme para el saber. Para Descartes el problema fundamental de la filosofía que había aprendido en la Flèche radicaba en la ausencia de un método apropiado para descubrir la verdad. Como veremos, una de los principios metodológicos fundamentales de Descartes consistirá en no aceptar como verdadero nada de lo que no tengamos plena evidencia de que lo es. De este modo, Descartes criticará duramente el papel que en la filosofía escolástica había jugado la autoridad − bien sea de las Sagradas Escrituras, de la Iglesia o de Aristóteles − como criterio de verdad. Por otro lado, también cuestionará la fertilidad de la lógica aristotélica empleada en las disputas escolásticas, basada en el silogismo, como medio apropiado para progresar en el conocimiento y alcanzar nuevas verdades1. Descartes vive en una época en que la cosmovisión medieval se derrumba. En esta situación, la filosofía escolástica se ve incapaz de ofrecer nuevas ideas e intenta mantener las antiguas a base de autoridad. Ahora bien, mientras que esta filosofía no puede explicar ciertos fenómenos naturales para los que la nueva ciencia sí tiene explicación, esta nueva ciencia tan sólo hace algunos avances muy parciales y es incapaz de desarrollar de forma sistemática un nuevo modo de hacer filosofía y por tanto de ofrecer unos cimientos firmes en que levantar una nueva visión del mundo. Así nos encontramos ante un vacío por el derrumbe del sistema anterior (la Escolástica), y ante la urgencia, claramente percibida por Descartes, de establecer unos nuevos fundamentos sobre los que asentar firmemente la filosofía y el saber.
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Así, en el Discurso del método dirá de la lógica clásica y sus silogismos que «más sirven para explicar a otros las cosas ya sabidas o incluso (…) para hablar sin juicio de las ignoradas, que para aprenderlas».
2.- El resurgir del escepticismo A la vista de esta situación, no nos puede sorprender que, en el marco de la vuelta a los clásicos griegos que se vive en el Renacimiento, destaque un resurgir del pensamiento escéptico olvidado en la Edad Media. En este contexto, se traducen al latín y se dan a conocer algunos textos clásicos del escepticismo griego, como los de Sexto Empírico. Ahora bien, el mayor representante del resurgimiento renacentista del escepticismo es el francés Michel de Montaigne (1533-92), en cuyos Ensayos, en los que es clara y explícita la influencia de Sexto Empírico, defiende la incapacidad de ser humano para alcanzar la verdad. Si tenemos en cuenta el vacío dejado por el derrumbe de la cosmovisión medieval que en el anterior punto mencionábamos, no nos puede sorprender este auge del escepticismo. En este sentido, puede resultar ilustrativo tratar de imaginar el impacto que pudo tener sobre los hombres de la época la tesis heliocentrista defendida por Copérnico (1.473-1.543). Pues, si cabe dudar de una evidencia tal como que la tierra se halla inmóvil y el sol gira a nuestro alrededor, ¿de qué no será posible dudar? Por otro lado, también las disputas religiosas originadas en torno a la reforma protestante ofrecerán un motivo de duda y jugarán así un papel importante en el resurgir renacentista del escepticismo. Parece claro que este escepticismo juega un papel importante en el pensamiento cartesiano. No en vano, la duda metódica, es decir, una forma extrema de escepticismo, es el punto de partida de su filosofía. Sin embargo, es preciso observar que en el caso de Descartes no se trata de una duda de carácter escéptico, sino metódico: el objetivo de la duda radica justamente en la voluntad de refutar el escepticismo, incluso en sus versiones más extremas, para construir así posteriormente un edificio que descanse sobre cimientos sólidos. 3. La nueva ciencia Pero sin lugar a dudas el mayor impulso para la filosofía cartesiana proviene del surgimiento e incipiente desarrollo de la nueva ciencia de la naturaleza. Durante los siglos XVI y XVII Europa asiste al surgimiento de una nueva forma revolucionaria de estudiar los fenómenos naturales. El propio Descartes jugará un papel importante en este proceso. Descartes no sólo trata de desarrollar nuevos conocimientos científicos, sino que además intenta proporcionar un nuevo fundamento filosófico que sea acorde a esta nueva visión de la naturaleza. Uno de los procesos más importantes del desarrollo de la nueva ciencia moderna de la naturaleza consiste justamente en lo que se ha denominado la «matematización de la naturaleza». Esta matematización de la naturaleza es claramente expresada en un célebre pasaje de un texto de Galileo. Dice así: «La filosofía está escrita en ese vasto libro que está siempre abierto ante nuestros ojos: me refiero al universo; pero no puede ser leído hasta que no hayamos aprendido el lenguaje y nos hayamos familiarizado con las letras con las que está escrito. Está escrito en lenguaje matemático, y
3 las letras son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las cuales es humanamente imposible entender una sola palabra" (Il Sagiatore, 1.623).
Se puede afirmar que la ciencia moderna parte de este supuesto planteado ya por Galileo: todo fenómeno natural puede ser explicado en términos matemáticos. Como veremos, la filosofía cartesiana, en especial en lo relativo a su concepción de la naturaleza (en su lenguaje: res extensa), es plenamente acorde a este supuesto. Otro rasgo característico de la concepción de la naturaleza propia de la nueva ciencia es el mecanicismo. Según ésta, explicar el movimiento de cualquier ser natural no es algo muy diferente de explicar el movimiento de un reloj, metáfora empleada en esta época para referirse al universo. El origen del movimiento de cualquier cuerpo ha de buscarse en una causa eficiente que imprima su fuerza sobre el cuerpo en cuestión conforme a unas leyes determinadas. Se elimina así cualquier tipo de explicación finalista o teleológica que recurra a causas finales para explicar el movimiento. Como veremos, la física cartesiana compartirá esta concepción mecanicista. Son célebres sus intentos de explicar el movimiento de los animales y las plantas como si éstos fueran autómatas. Ahora bien, de esta concepción de la naturaleza se desprende que, en principio, si fuera posible conocer la totalidad de las leyes de la naturaleza y la totalidad de los datos que definen una situación inicial, sería posible predecir con certeza el futuro. Se trata, por tanto, de una concepción determinista de la naturaleza. En este sentido, podemos entender el esfuerzo cartesiano por entender el alma humana (res cogitans) como una sustancia independiente de la naturaleza (res extensa) como un intento de salvaguardar la libertad humana frente a la necesidad natural. Pero la influencia de la nueva ciencia en el pensamiento cartesiano no se limita a los contenidos de su concepción de la naturaleza. Antes bien, Descartes considera que, de la misma manera que el estudio de la naturaleza se había revolucionado gracias al empleo de un método de carácter matemático, es preciso emprender una revolución de este tipo que afecte no sólo a la filosofía natural, sino a la filosofía general o metafísica. Éste es el punto de partida de la filosofía cartesiana. EPISTEMOLGÍA EL MÉTODO La voluntad de encontrar un método que tome lo mejor del razonamiento matemático, garantizando así su certeza y firmeza, pero que sea apropiado para la totalidad del saber, es el punto de partida del pensamiento cartesiano. Descartes define el método de la siguiente manera: «Entiende por método reglas ciertas y fáciles, mediante las cuales el que las observe exactamente no tomará nunca nada falso por verdadero, y, no empleando inútilmente ningún esfuerzo de la mente, sino aumentando siempre gradualmente su ciencia, llegará al conocimiento verdadero de todo aquello de que es capaz».
En el Discurso del método Descartes expondrá cuatro reglas para su método: 1.- Regla de la evidencia: Según este primer precepto, no debemos tomar como verdadero nada de lo que no tengamos plena evidencia de que lo es. Sólo debo aceptar como verdadero aquello que mi entendimiento capta con claridad y distinción como verdadero. 2.- Regla del análisis o resolución. Según Descartes, el entendimiento sólo puede captar con evidencia la verdad de las ideas simples. Por lo tanto, será necesario descomponer las ideas compuestas en sus elementos más simples. Se trata de analizar (es decir, descomponer, dividir) los problemas confusos hasta dar con sus elementos más simples. 3.- Regla de síntesis o composición. Una vez hemos convertido los conceptos compuestos en ideas simples e intuitivas, debemos volver a recomponerlos por medio de la síntesis: se trata de una unión de intuiciones parciales de las que podemos percibir de una manera intuitiva y clara tanto en sus elementos más simples como en la unión de éstos entre sí. Se trata, por tanto, de formar una cadena de intuiciones parciales cuyo resultado mantendrá la claridad y distinción de las partes. 4.- Regla de la enumeración. Es preciso revisar todo el proceso para tener la certeza de no omitir ningún elemento o paso importante. En esta comprobación del proceso obtenemos una intuición general y una evidencia simultánea del conjunto. Es fácil observar que todo el proceso tiene como base la primera regla, la de la evidencia: hay que lograr una evidencia en la primera verdad; hay que lograr una evidencia en el proceso y en el conjunto del proceso. LA METAFÍSICA Y LA DUDA METÓDICA En el Discurso del método podemos leer que Descartes comienza aplicando este método a la matemática, y viendo el éxito obtenido en ésta, al resto del saber. Como la metafísica es la disciplina de la que todas las demás ciencias toman sus principios, decide comenzar por ésta. Se trata, por tanto, de examinar en primer lugar si es posible encontrar alguna verdad evidente, de la que no sea posible ningún atisbo de duda, para examinar después si es posible a partir de aquí seguir construyendo un sistema sostenido por unos cimientos sólidos. Es en este contexto donde Descartes plantea su célebre duda metódica. La duda cartesiana posee las siguientes características: 1. Es universal: Es decir, hay que duda de todo, poner en duda todo aquello de lo que quepa la más mínima posibilidad, por remota que sea, de duda. Sólo así llegaremos, si lo hacemos, a una verdad absolutamente cierta. 2. Es metódica. Es decir, la duda cartesiana no es una duda escéptica, no tiene una finalidad demoledora, sino constructiva. La duda cartesiana no es un fin en sí mismo, sino un paso necesario para encontrar una verdad que refute a todo posible escepticismo. La duda cartesiana lleva al escepticismo a su extremo para tratar de refutarlo. 3. Es teóretica. En el Discurso del método se nos advierte de que esta duda debe restringirse al plano de las elucubraciones metafísicas, sin extenderla al ámbito de las creencias e ideas
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éticas y políticas. Descartes se da cuenta del peligro (quizás en primer lugar para él) de defender esto. Estos son los motivos de la duda cartesiana: 1.- La primera y más obvia razón para dudar de nuestros conocimientos se halla en las falacias de los sentidos, que nos inducen a veces a error. Ahora bien, ¿qué garantía existe de que no nos inducen permanentemente a error? La mayoría de nosotros consideramos muy improbable que los sentidos nos engañen siempre, pero la improbabilidad no equivale a la imposibilidad. Por eso, la posibilidad de dudar del testimonio de los sentidos no queda totalmente eliminada. 2.- Cabe, pues, dudar de que las cosas sean como las percibimos por medio de los sentidos, pero ello no nos permite dudar de que existan las cosas que percibimos. Por eso Descartes añade una segunda razón −más radical− para dudar: la imposibilidad de distinguir entre vigilia y sueño. A veces los sueños nos muestran mundo de objetos con extremada viveza, y al despertar descubrimos que tales mundos no tienen existencia real. ¿Cómo alcanzar entonces la absoluta certeza de que el mundo que creemos real no es en realidad producto de un sueño? (Igual que en el caso anterior, la improbabilidad de esta hipótesis no es suficiente para dar una certeza total). 3.- La hipótesis anterior nos permite dudar de la existencia de las cosas que forman el mundo exterior, y entre éstas de mi propio cuerpo. Sin embargo, no parece afectar a las verdades matemáticas: incluso en sueño los tres ángulos de un triángulo suman 180º. Esta es la razón de que Descartes añada un tercer y más radical motivo de duda: tal vez hemos sido creados por un Dios que nos engaña sistemáticamente, que ha dispuesto nuestra naturaleza de tal modo que creamos estar en la verdad cuando estamos en el error. Descartes rechaza esta idea considerando que la bondad es un atributo inherente a Dios, así que sustituye la idea de un Dios engañador por la de un genio maligno «de extremado poder e inteligencia, que pone todo su empeño en inducirme a error» (Meditaciones…, I.). Esta hipótesis del genio maligno equivale a suponer que tal vez el entendimiento humano sea de tal naturaleza que se equivoca siempre y necesariamente cuando piensa captar la verdad. Se trata una vez más de una hipótesis improbable, pero que nos permite poner en duda todos nuestros conocimientos. LA PRIMERA VERDAD: COGITO ERGO SUM De esta forma, la duda ha puesto entre paréntesis incluso las certezas más habituales: cabe la posibilidad de desconfiar de los datos de los sentidos, de la existencia del mundo exterior, del propio cuerpo, es posible dudar incluso de las certezas matemáticas. ¿Qué nos queda entonces? ¿Dónde está esa primera verdad indubitable desde la que construir el sistema de la metafísica? Descartes sostiene que es este acto mismo de la duda el que muestra la existencia de una verdad absoluta de la que no cabe la menor posibilidad de duda, a saber: que el hecho mismo de dudar
implica que soy algo que duda; que, más allá del hecho de que pueda dudar de todos los contenidos de mi pensamiento, es imposible dudar del acto del pensamiento como tal. Incluso desde la hipótesis de que todo lo que pienso sea falso, es absolutamente necesario admitir que soy algo que piensa y, por lo tanto, que existe (literalmente dirá Descartes: soy una cosa pensante: res cogitans). Este es el contenido de la primera verdad del pensamiento de Descartes expresada en la célebre frase: cogito ergo sum: pienso, luego soy.
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Ahora bien, mi existencia como algo que piensa no es sólo la primera verdad y la primera certeza, sino que se constituye también en el prototipo de toda verdad y toda certeza. Tras hallar esta verdad, Descartes se plantea: ¿por qué la existencia del sujeto pensante es absolutamente indubitable? ¿Qué es lo que hace que esta verdad se perciba como necesariamente verdadera? A lo que responderá: porque se percibe con total claridad2 y distinción3. De este modo, la primera verdad confirma retroactivamente la validez de la primera regla del método. A este respecto, resulta necesario observar que la primera verdad, cogito ergo sum, pese a su apariencia no debe ser entendida como un silogismo (que sería algo así como: 1. Todo lo que piensa es; 2. Yo pienso; Luego: yo soy). No se trata de un razonamiento, sino de una intuición: percibo con total claridad y distinción mi existencia en tanto que cosa pensante (res cogitans). EL ANÁLISIS DE LAS IDEAS Y LA PRUEBA DE LA EXISTENCIA DE DIOS. Tenemos ya una verdad absolutamente cierta: la existencia del yo como cosa pensante. Esta existencia indubitable del yo no parece implicar, sin embargo, la existencia de ninguna otra realidad. En efecto, aunque yo lo piense, tal vez el mundo no exista en realidad (tal y como se plantea en la duda metódica); lo único cierto es que yo pienso que el mundo existe. Así pues, ¿cómo demostrar la existencia de una realidad extramental, exterior al pensamiento? ¿Cómo conseguir la certeza de que existe algo aparte de mi pensamiento, exterior a él? El problema no es trivial, pues, conforme al ideal deductivo, Descartes debe deducir la existencia de la realidad a partir de la existencia del pensamiento: de la primera verdad han de extraerse todos nuestros conocimientos, incluido el conocimiento de que existen realidades extramentales. Así pues, de lo único de lo que estoy absolutamente cierto es de que pienso y soy algo que piensa. Por lo tanto, la filosofía cartesiana sólo puede continuar a partir del análisis de este pensamiento y de aquello de lo que este pensamiento está compuesto, es decir, de las ideas4. Debemos, por lo tanto, partir de las ideas. Hay que someterlas a un análisis cuidadoso para descubrir si alguna de ellas nos sirve para romper el cerco del pensamiento y avanzar en la búsqueda de la verdad. Descartes distinguirá cuidadosamente dos aspectos en las ideas: por un lado, son actos mentales, modos del pensamiento; por otro lado, poseen un contenido. En tanto que actos mentales, todas las ideas son igualmente reales, todas tienen una presencia actual en mi pensamiento en tanto que efectivamente las pienso y soy consciente de que las pienso. Sin embargo, en lo que se refiere al segundo aspecto, al contenido de las ideas, hay diferencias 2
Descartes considerará que una idea es «clara» cuando «se muestra de modo presente y manifiesto a un espíritu atento». 3 Una idea será «distinta» cuando no pueda ser confundida con otra y se pueden analizar todas las características o notas que la constituyen. 4 Es importante señalar que la noción de ‘idea’ a partir de Descartes cambia con respecto al pensamiento anterior: las ideas ya no son arquetipos o esencias de realidad objetiva que posibilitan tanto las cosas como mi pensamiento, sino que ahora se subraya su carácter subjetivo, es decir, las ideas son la actividad de mi conciencia, las realidades presentes en mi propio pensamiento.
entre ellas. Desde esta perspectiva, Descartes distingue tres tipos de ideas: las ideas adventicias, facticias e innatas. - Las ideas adventicias son aquellas que tienen su origen en los sentidos, en lo que se me aparece como el mundo exterior (las ideas del árbol, la mesa, los colores). - Las ideas facticias son aquellas que tienen su origen en mí, aquellas que son producidas por el propio pensamiento a partir de una combinación de elementos procedentes de otras ideas (por ejemplo la idea de centauro o de sirena). - Las ideas innatas son aquellas que no proceden del exterior ni son producidas por mí, sino que de algún modo nacen con mi propia conciencia, son inherentes a mi propio pensar. Pues bien, será justamente el análisis de una de las ideas que considerará innata, la idea de perfección (también la idea de infinito) lo que permitirá a Descartes ir más allá de la conciencia para avanzar en el conocimiento del mundo exterior. Descartes observa que del hecho mismo de dudar se deduce claramente que soy un ser imperfecto que además sabe que lo es (pues si fuera perfecto conocería toda la verdad). Pero para ser consciente de mi imperfección debe estar presente en mi pensamiento la idea de perfección. Ahora bien, ¿cuál es el origen de esta idea de perfección? En el análisis del origen de esta idea Descartes parte de un principio que puede resultar controvertido en este momento del análisis, a saber, la idea de que «debe haber por lo menos tanta realidad en la causa eficiente … como lo hay en su efecto». O dicho de otro modo: la idea de perfección no puede proceder de mí, que soy un ser imperfecto, ni de ningún otro ser limitado e imperfecto como los que me muestran mis sentidos. La idea de perfección no puede por tanto ser ni adventicia ni facticia, sino que ha de ser innata. Además, sólo un ser que tenga en sí tanta o más realidad como la propia idea puede ser causa y origen de esta idea. Debe, por tanto, existir un ser perfecto que haya depositado en mi espíritu dicha idea. Y como Dios no es otra cosa que un ser perfecto, queda demostrado que Dios existe. Ahora bien, si Dios se caracteriza por su perfección, es decir, por poseer todas las perfecciones que podamos pensar (entre ellas la existencia), parece claro que este Dios ha de ser bueno y veraz, esto es, no nos puede engañar de forma sistemática. Por lo tanto, no es posible que un Dios bueno y veraz pueda permitir que me engañe al creer que el mundo existe. Dios se erige así como garantía de nuestra capacidad para alcanzar la verdad. De este modo, vemos que de la existencia de Dios Descartes no concluye nuestra dependencia de una verdad revelada ajena al poder de la razón, sino más bien la confianza en la capacidad natural de la razón humana para conocer. Dios no puede ser por tanto un obstáculo para el conocimiento, el progreso científico y el uso libre de la razón, sino más bien el garante de que mediante el uso de la razón el ser humano progresará en el conocimiento y la búsqueda de la verdad. Queda, sin embargo, por resolver el hecho de que, por más que Dios sea veraz y nos haya otorgado la capacidad del conocimiento, el ser humano yerre. Descartes sostendrá que la causa del error no debe buscarse en la propia naturaleza humana, sino más bien en la precipitación del ser humano en el uso de esta razón. Para alcanzar la verdad es preciso que se desarrolle el método que potencie la inclinación natural del ser humano a alcanzar la verdad.
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EL MUNDO COMO MÁQUINA O LA RES EXTENSA La prueba de la existencia de Dios sirve a Descartes para probar la existencia del mundo: puesto que Dios existe y es bueno, no puede ser que me confunda haciéndome creer en la existencia de un mundo inexistente. Si mis sentidos atestiguan la existencia del mundo exterior, ya no hay razón para ponerlo en duda. Dios se convierte así en la garantía de que a mis ideas les corresponde un mundo, una realidad extramental. Ahora bien, de aquí no podemos concluir que Dios garantice la verdad de todas mis ideas. Descartes defenderá también aquí la claridad y distinción como criterio para discernir entre lo que es objetivo y verdadero y lo que no. Y de la aplicación de esta regla concluye que la única propiedad esencial que se puede predicar del mundo corpóreo y material es la extensión, pues sólo ésta puede concebirse de un modo claro y con total distinción de las demás propiedades: En efecto, cualquier cosa que se pueda atribuir al cuerpo presupone la extensión y no es más que un modo de la cosa extensa; al igual que todas las cosas que encontramos en la mente no son más que diversos modos del pensar. Por ejemplo, la figura no se puede entender si no es en la cosa extensa, ni el movimiento, fuera del espacio extenso; tampoco la imaginación, el sentido o la voluntad pueden entenderse si no es en la cosa pensante. Sin embargo, puede entenderse la extensión sin la figura o el movimiento.
Así pues, Descartes distingue dos tipos de realidad o dos sustancias independientes entre sí, de forma que a cada una de ellas le corresponde un atributo esencial: de la misma manera que el atributo del alma humana es el pensamiento (por eso lo denominará res cogitans, cosa pensante), del cual dudar, imaginar o sentir son modos, el atributo del mundo corpóreo es la extensión (res extensa, cosa extensa), cuyos modos son la figura y el movimiento. De este modo, la comprensión del mundo material que se desprende de la filosofía cartesiana corresponde a la visión del mundo característico de la nueva ciencia: sus propiedades esenciales son aquellas que son expresables de forma matemática. Descartes denominará a estas propiedades cualidades primarias. Por el contrario, las propiedades que, como el color, el sabor, el peso o los sonidos, no constituyen ideas claras y distintas serán consideradas cualidades secundarias y no objetivas. En esta concepción del mundo no hay cabida tampoco para explicar el movimiento de la naturaleza a partir de explicaciones de signo animista características del Renacimiento. El movimiento de todos los cuerpos ha de ser explicado siguiendo las leyes de la física. Como dirá Whitehead siglos después, a partir de Descartes «la naturaleza es opaca, silenciosa, sin aroma, sin color: sólo es un impetuoso entrechocar de materia, sin finalidad, sin motivo». ANTROPLOGÍA LA SEPARACIÓN CUERPO ALMA Y EL PROBLEMA DE SU INTERACCIÓN Se puede afirmar que uno de los objetivos primordiales de la filosofía cartesiana radicó en la separación entre alma y cuerpo, pensamiento y extensión, como dos sustancias distintas,
salvaguardando así la libertad humana en un mundo regido por leyes deterministas. Aceptando la visión determinista de la naturaleza en que se basaba la nueva ciencia, Descartes quiso substraer al pensamiento humano de la necesidad mecánica característica de la naturaleza, situándolo en una esfera de realidad autónoma e independiente de la materia. Sin embargo, esta distinción radical entre pensamiento y extensión planteó el problema de la interrelación entre éstos, interrelación que todos experimentamos cuando realizamos un movimiento voluntario de nuestro cuerpo o cuando sentimos el dolor de alguna parte de él. En su Tratado sobre el hombre además de ensayar una explicación de los procesos físicos y orgánicos del cuerpo humano Descartes situó en una pequeña glándula situada en el centro del cerebro, la glándula pineal, el lugar en que alma y cuerpo se hallan interrelacionados. ÉTICA LA REGLAS DE LA MORAL PROVISIONAL Ya hemos dicho que Descartes es consciente del peligro de aplicar la duda radical al ámbito de la moral y la política. Mientras que en la especulación se puede suspender el juicio hasta encontrar los principios fundamentales, la necesidad y urgencia de la acción no nos permite esta licencia. Por ello, en diferentes lugares Descartes elabora una serie de preceptos que configuran lo que denomina una moral provisional. Ésta consiste en seguir una serie de normas que sabemos inciertas como si fueran indudables: - Obedecer las leyes y costumbres del país, así como la religión tradicional. Ante la diversidad de opiniones debe adoptarse una postura moderada. - Firmeza y decisión en el modo de actuar, aunque al principio se tengan dudas y vacilaciones. - Procurar vencerse a sí mismo antes de que a la fortuna y cambiar las propias opiniones antes que el orden del mundo (norma de influencia estoica). - Revisar todas las ocupaciones posibles a fin de elegir la mejor y aquella en que uno sea más capaz.