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Coronado con aceite George H. Warnock
"Ni saldrá del santuario, ni profanará el santuario de su Dios; porque la consagración por el aceite de la unción de su Dios está sobre él. Yo Jehová" (Lev. 21:12). "Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios , a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable;" (1 Ped. 2:9).
Contenidos Introducción Capítulo 1 – Reinando en vida Capítulo 2 – El Carácter del Reino Capítulo 3 – Aceite inagotable... Pero no de sobra Capítulo 4 – La Consagración del Sacerdote Capítulo 5 – Ingredientes del Aceite Santo Capítulo 6 Urim y Tumim Capítulo 7 El Ministerio más excelente en los Cielos Primera Impresión: Octubre, 1987 (Canada) Segunda Impresión: Diciembre, 1989 (USA) Tercera Impresión: Junio, 1994 (USA) Cuarta Impresión: Diciembre, 1995 (Colombia, S.A.)
Coronado con Aceite – George H. Warnock
Introducción Con frecuencia podemos tomar un libro, leerlo, y admitir que lo que hemos leído es bueno y se ajusta a las Escrituras. Entonces comenzamos a preguntarnos: “¿Qué hizo este libro en mí? ¿Ha producido una mayor medida de la vida de Cristo? ¿O me ha impartido un mayor deseo de caminar en obediencia y de acercarme más a Él? Quizás no siempre podamos contestar preguntas como las de arriba de forma precisa. Pero si lo que leemos hace que nuestros corazones ardan dentro de nosotros, como sucedió con los discípulos que caminaban junto al Extraño por el camino de Emaús, creo que podremos estar seguros de que Dios está obrando en nuestras vidas, incluso aunque siga habiendo mucha perplejidad en cuánto a Sus caminos. Puesto que éste es un día de duda y de perplejidad para muchos de entre el pueblo de Dios, entre los que desean verdaderamente agradarle pero que no han podido comprender los hilos enredados y los caminos sin salida que ellos pensaban que los llevarían a una vida de mucho fruto en el Reino de Dios. Y así, tenemos aquí otro nuevo escrito. Como mis otros escritos, no pretende establecer posiciones doctrinales como tales, sino dar una medida mayor de esperanza y de ánimo a los que ven “el camino aún más excelente”, pero que en su intento, encuentran difícil apartarse de la senda de los árboles caídos, de los baches y de las rocas, para llegar a la autopista de la vida. Sabemos que la autopista esta ahí y no es difícil verla. Pero sólo mediante una operación del Espíritu en nuestras vidas, vamos a poder romper la verja de las obras religiosas y de los sistemas de los hombres (ahí fuera, en el mundo, o bien dentro de nuestra propia naturaleza), para caminar con Él en el Camino. Dios quiere que sepamos que nuestro Sumo Sacerdote está entronado en “un ministerio más excelente” en los cielos, y el Espíritu de Dios está aquí en la tierra para invadir nuestras vidas por completo, y para guiarnos hacia este “camino aún más excelente”.
George H. Warnock
Coronado con Aceite – George H. Warnock
CAPÍTULO 1 – REINANDO EN VIDA El Reino de los Cielos que Jesús vino a establecer en la tierra en un Reino espiritual celestial. La gente pierde interés cuando mencionamos cosas como ésas, porque si es algo espiritual, entonces no es considerado real. Déjame que te asegure que el espíritu del hombre es la parte más importante del hombre—que el espíritu es el hombre real. Y el Reino de los Cielos es ese ámbito en Dios donde el hombre es levantado, elevado, vivificado y llevado a la realidad. Este Reino era anunciado por Juan el Bautista y fue dado a luz por el ministerio del Señor Jesús mismo. No es un Reino que Él considera apropiado aplazar por el hecho de ser Él mismo rechazado. Tampoco fue aplazado para alguna era futura. Vino justo a tiempo. ¡Ojalá el pueblo de Dios pudiera reconocer esto! Como el Israel antiguo, hemos seguido esperando un reino que vendría “con señales”, y con una expresión externa. Se enseña que Jesús regresará a la tierra cualquier día para establecer el Reino, mientras que la Biblia nos enseña claramente que Él ya lo estableció y ordenó su constitución y su progreso en la tierra cuando vino por primera vez. Si hay algo que Jesús enfatizara por encima de otras cosas en referencia a esta verdad, es el hecho de que el Reino de los Cielos había de crecer de la tierra por causa de una simiente que fue plantada—y que Él mismo se convirtió en esa Simiente. “Así es el reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra; y duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo. Porque de suyo lleva fruto la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga.” (Marcos 4:2628). Fíjate en esta verdad clarísima: es plantado en la tierra. Crece y madura en la tierra. Y la “espiga” llega a la madurez y al crecimiento completo como “grano lleno en la espiga”—en la Tierra, y no en el Cielo. Después tenemos la parábola de los cuatro tipos de suelo en los que es arrojada la semilla del Reino, y como la semilla que cayó en buena tierra produjo fruto abundante, “a ciento, a sesenta y a treinta por uno” (Mat. 13:23). Nuestro Señor nos dice que también el Enemigo siembra cizaña entre la buena semilla y que Dios permitirá que ambas cosas, la cizaña y el trigo, crezcan juntas hasta el día de la cosecha. Y nos dice que la cosecha es “el fin del mundo” (era) (Mat. 13:38,39). Al final de la era del Reino que Jesús dio a luz, no al principio del mismo. Pero todo esto era tan opuesto al pensamiento de la gente de Su tiempo, que no podían recibirlo. Jesús nos dice por qué: “Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, Y con los oídos oyen pesadamente, Y han cerrado sus ojos”. (Mat. 13:15). Ciertamente no habría sido difícil para Él explicar que Él estaba ahí para convertirse en Su Rey en la tierra y para reinar desde Jerusalén. Eso es exactamente lo que ellos buscaban. Pero el Reino que Él vino a establecer era tan, tan diferente, que no podían ver lo que Él quería revelar. Así, se volvió a Sus discípulos, y les dijo: “Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen. Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron. ” Mat. (13:16 17). Fíjate en lo que dice: “Muchos profetas” desearon ver lo que aquellos discípulos estaban viendo ahora, y no podían. ¿De donde sacamos la noción de que los profetas anhelaban y profetizaban sobre algo distinto? Pedro nos dice que “todos los profetas desde Samuel en adelante, cuantos han hablado, también han anunciado estos días.” (Hechos 3:24).
No comprendían completamente los tiempos sobre los que escribían pero Dios les mostró que “no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo” (1ª Ped. 1:12). Dios quiere espiritualizar lo natural El principio es: “Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual.”(1ª Cor. 15:46). No es menos real cuando se vuelve espiritual—es más real. Cuando el Israelita natural viene a Cristo, no es menos Israelita. Más bien, por primera vez se convierte en un verdadero israelita: “No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia.” (Rom. 9:6,7). Y Pablo nos dice lo que Dios quiso decir con esto: “No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes” (v.8). ¡Ciertamente la “Jerusalén Celestial” es mucho más real, mucho más gloriosa, más hermosa, más duradera que esa pequeña colina en la vieja Jerusalén! (lee Heb. 12:22). Era el deseo de Dios desde el principio producir un pueblo espiritual a partir del natural. Cierto, Él ordenó sacrificios y ofrenda, circuncisión, altares y templos—durante un tiempo. Pero Él siempre deseó “los sacrificios del corazón contrito” (Salmos 51:17). Siempre deseó al de “espíritu contrito y pobre” como morada, y no “una casa” edificada por los hombres y hecha de madera y de piedra (Isaías 66:1,2). El propósito de Dios desde el principio fue que Él “circuncidara tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas” (Deum. 30:6). ¿Espiritualizaremos o carnalizaremos la Palabra? Tened por seguro que si Dios, por Su Espíritu Santo, no sopla Su propio aliento y vida en la Palabra, entonces la estaremos carnalizando. La estaremos convirtiendo en la “letra que mata” en lugar del “Espíritu que da vida” (2ª Cor. 3:6). Ahora bien, tenemos muy buenas traducciones que nos son útiles para romper las barreras que existen entre las escrituras originales y nuestras lenguas modernas. Y estamos agradecidos por esos traductores, antiguos y actuales, que están honestamente tratando de expresar el pensamiento de la Escritura conforme a la intención original de los escritores. Pero nunca olvidemos que queda una barrera de lengua insuperable entre el Creador y la criatura; y que sólo el Espíritu Santo puede hacer un puente en ese vasto golfo. Saulo de Tarso conocía el Hebreo y el Griego a la perfección, pero con todo eso, nunca había descubierto la verdad viviente. Dios le reveló la verdad “por revelación de Jesucristo” (Gál. 1:12). Y por supuesto, descubrió en la lectura de las escrituras, que lo que Dios le había revelado estaba de acuerdo con lo que estaba escrito. “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová.” (Isaías 55:8). ¿Cómo de grande es la barrera entre nuestros pensamientos y los de Dios? “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos.” (v.9).
“Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.” (1ª Cor. 2:14). Estamos totalmente desvalidos, hermanos, para llegar a un conocimiento de la verdad y de las Escrituras a menos que Dios no las revele por Su Espíritu. Él habla desde el ámbito del Espíritu al ámbito de lo terrenal y lo carnal. Él habla desde el ámbito de la eternidad al ámbito de lo finito. No hay lingüista en la tierra hoy día, ni lo ha habido en el pasado, que pueda tender un puente sobre ese golfo. ¡Pero Señor, queremos conocerte a Ti! ¡Queremos escuchar de Ti! ¡Queremos verte! ¡Ilumínanos por Tu Espíritu para que podamos ver! Deseamos “verdad en lo íntimo” (Salmos 51:6). Queremos el pan de vida. Queremos el “maná” que ha sido espiritualizado con la atmósfera del Cielo. Queremos “agua” pura que ha sido espiritualizada con la vara de aflicción y que fluya del Cristo viviente. Queremos Tu palabra, “por siempre establecida en los Cielos”—pero debemos tenerla fresca y nueva cada mañana. Desde los días de nuestra juventud, e incluso cuando nuestra cabeza esté llena de canas y nuestra fortaleza debilitada—debemos escuchar y ver cosas nuevas, cosas frescas del trono del Dios. Debo escuchar una palabra que esté constantemente “espiritualizada” con el aliento del Cielo. Estamos persuadidos respecto de las grandes verdades fundacionales de la Escritura; pero en todo lo que sabemos, simplemente reconocemos que solo “conocemos en parte” (1ª Cor. 13:12). Esta conciencia no nos da un sentido de incertidumbre, sino que nos deja con un sentido de una mayor insuficiencia. Lo que Tú das, lo que Tú revelas, es suficiente para hoy. Pero mañana, necesito una fresca provisión. Encontraré esa provisión en el mismo pozo, en el mismo río, en el mismo maná, en el mismo Lugar Santo. Pero si realmente he aprendido del Señor, y he caminado en obediencia, en fe, en esperanza, en caridad—la porción de mañana será de un orden más alto para guiarme hacia alturas más altas de apreciación espiritual, a arroyos más anchos de amor y misericordia, y a profundidades más bajas de humildad y mansedumbre. Amen. Debemos aprender a poner la confianza y la seguridad en Dios y en Su Espíritu Santo, que nos lleva a “toda la verdad”. Él es un Guía que puede ser confiado. Si caemos en engaño, es por causa de la perversidad de nuestro propio corazón. Nadie que camine con Jesús y que permanezca cerca de Él puede ser seducido por el Enemigo. Porque en el Señor Jesús hay Luz, y no hay tinieblas en Él. No negamos que haya aún un Reino por venir. Pero la esencia de ese mismo Reino está aquí en la tierra ahora. Y si no nos encontramos nosotros mismos reinando en vida ahora, qué vano y sin sentido pensar que vamos reinar con Él más tarde. Por que sea lo que sea que se involucre en aspectos futuros del Reino de Dios, en realidad no es nada más que la manifestación del Reino que está ahora plantado en los corazones de los hombres por Su Espíritu. Hay “cizaña” mezclada con el “trigo”—eso es cierto. Y por esta razón muchos de entre el pueblo de Dios rehúsan creer que el verdadero Reino de Dios esté en la tierra hoy día. Jesús dijo que sería así hasta “el final”—hasta el día de la cosecha. La cizaña aparecerá dondequiera que haya trigo creciendo, porque el Enemigo quiere echar a perder el huerto de Dios. El Anticristo aparecerá donde quiera que haya pueblo ungido, porque él es “anti” Cristo—se opone al Ungido. Él no tiene ningún interés en venir a un templo edificado con las manos del hombre. Él quiere hacerse cargo del Templo de Dios, que es donde la gloria de Dios debe gobernar y reinar. Él quiere expulsar a Cristo fuera de Su Templo. El significado de
“anticristo” no es solo alguien que se “opone a Cristo”—también puede significar alguien que está “en lugar de Cristo”. Cualquier cosa que él pueda hacer para reemplazar a Cristo en tu vida o en la asamblea de tu iglesia, lo hará. Si puede tener éxito en reemplazar la unción con cualquier otra cosa, no importa qué, habrá ganado una gran victoria. ¡Y qué gran éxito ha tenido haciendo esto especialmente en estas últimas décadas! Sabemos que el “Anticristo” llegará a su plena manifestación en el último tiempo. Pero Juan nos dice que a habido muchos anticristos trabajando incluso en su día (1ª Juan 2:18). Él ha sido el constante enemigo del pueblo de Dios. Y Dios siempre ha producido un pueblo conquistador, muchos de entre ellos habiendo vencido por la sangre y el martirio. Pero hoy parece que la iglesia haya olvidado que ella está involucrada en una batalla con un mundo que odia a Dios, y el Anticristo ha tomado fuertes posiciones en medio nuestro. Hemos hecho muy bien un pacto con el mundo para cooperar con él lo mejor que sepamos—ayudando a luchar sus guerras y a involucrarnos mucho en todos sus programas y sus sistemas políticos—en lugar de convertirse en un pueblo separado para el Señor. Pensamos que hemos de ser “reyes” de este sistema del mundo, en lugar de sus enemigos. Y parece que sepamos muy bien como coexistir. La razón es que hemos tomado los reinos de este mundo como nuestra posesión bajo las condiciones de Satanás, y así, el obtiene la honra y la gloria de nuestro sometimiento. Él intentó atrapar a Jesús de este modo y fracasó. Y ha seguido usando las mismas tácticas con los seguidores de Jesús—con mucho éxito en muchas ocasiones. Capítulo 2 – El Carácter del Reino
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Capítulo 2 – EL CARÁCTER DEL REINO “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.” (Rom. 14:17). Jesús vino al mundo a establecer el Reino de los Cielos—no a desterrar a los romanos de Jerusalén, sino a desterrar el pecado de los corazones de los hombres. Al caminar en obediencia y representar verdaderamente al Padre en la tierra, se enfrentó directamente con el mundo, la carne y el diablo. Continuamente rehusó entrometerse en los reinos de este mundo, aunque en una ocasión vinieron a Él en un intento desesperado por hacerlo su Rey “por la fuerza”. “Mi Reino no es de este mundo”, dijo Él (Juan 18:36). Él vino para traer a la tierra una clase de reino diferente—el Reino de los Cielos, el Reino de Dios sobre la tierra. (Algunos intentarían hacer una distinción entre el Reino de los Cielos y el Reino de Dios. Toma tu concordancia y mira estos términos tal y como son usados en los cuatro evangelios. Es evidente que se trata del mismo Reino: El Reino de Dios traído del Cielo para abrazar los corazones de los hombres). Estos principios sobre los que el Reino se establece son los principios de la justicia, la verdad, la mansedumbre y el amor. Mira como está delante de Pilatos, un representante de uno de los imperios más poderosos de todos los tiempos hasta la fecha, y ve como Él le contesta a la pregunta, “Luego, ¿eres tu Rey?” “Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz.” (Juan 18:37). El Reino de Dios es Justicia Antes que nada, es un Reino de Justicia, porque sin justiciasin la justicia de Dios—no puede haber paz verdadera. Y sin justicia y paz no puede haber verdadero “gozo” en los corazones de los hombres. Ahora bien, la “justicia” es un don gratuito de Dios y nos llega mediante las operaciones de Su gracia: “Para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.” (Rom. 5:21). El Reino de la justicia ha invadido al reino del pecado y de la muerte. Hay mucha clase de reyes, gobernadores y dictadores tanto en el mundo como en la Iglesia—pero sobre ellos, hay un potentado mayor que tiene la autoridad final, y es la Muerte. Hay un breve reinado de gloria y de poder y después se acaba todo. Todos arrojan sus coronas al trono de la Muerte. Los reyes en la Iglesia hacen lo mismo. Puede que gobiernen y reinen en esplendor, que tengan grandes seguimientos, que atraigan a las masas a su sometimiento, que reciban honra y adoración de las multitudes—pero tarde o temprano ellos mismos tendrán que someterse a un potentado mayor, la Muerte. Pero cuando el Reino de los Cielos esté ciertamente haciendo incursiones en las vidas de los hombres, los siervos de Dios comenzarán a reinar en vida por causa de la operación de la Cruz en sus vidas. La justicia es ministrada en los corazones de los hombres y la “gracia reina por la justicia para vida eterna”. Sin una ministración de justicia por parte del Espíritu Santo, no habrá un fundamento permanente para la “paz” y mucho menos para el “gozo”. Generalmente este orden es invertido porque— hablando de forma general—los reinos de la Iglesia se basan en principios del mundo.
El “gozo” es la búsqueda del mundo, por lo que se ha convertido en piedra angular de nuestras reuniones de Iglesia. La música es como la música del mundo y está diseñada para traer gozo. Los jóvenes son atrapados por los placeres del mundo, por lo que añadiremos placeres mundanos a nuestros servicios religiosos. Tendremos música mundana y juegos mundanos en las reuniones de Iglesia y de este modo, podremos conseguir que un número mayor de jóvenes se involucre en nuestras actividades de Iglesia. Y a todo eso lo llaman “el Gozo del Señor”. En muchos casos, es como “el estrépito de los espinos debajo de la olla.” (Eclesiastés 7:6). Ahora bien, ¿Qué es la justicia? ¿Las buenas obras de la gente? No realmente. “Cristo Jesús… nos ha sido hecho… justicia” (1ª Cor. 1:30). Esto pone a todo el asunto bajo una luz completamente diferente. Es cierto que ha de haber buenas obras. Pero no son buenas obras realmente delante de Dios a menos que sean fruto de la operación de Cristo Mismo en medio de nosotros. Sólo cuando permanecemos en Cristo, es su justicia revelada en nuestras vidas. Sólo al caminar Cristo en Su Pueblo—guiando, motivando, potenciando y manifestando Su propia vida, seremos realmente una manifestación de la justicia de Dios en la tierra. Podremos sacar adelante programas muy impresionantes—religiosos o de otra índole. Podremos predicar, evangelizar, e involucrarnos en toda clase de actividades cristianas. Pero si es por causa de celo humano y no por causa del fruto de la justicia de Cristo en nuestras vidas—si no es porque estamos “trabajando junto con Dios” en el “yugo” de Cristo—todas estas obras maravillosas serán como “trapos de inmundicia” delante de Él, y no servirán de nada en el día de Cristo. “ Justicia y Paz” “En el desierto morará el derecho, y la justicia habitará en el campo fértil. La obra de la justicia será paz, y el servicio de la justicia, tranquilidad y confianza para siempre.” (Isaías 32:16,17). Cuando la paz se convierte en objeto de nuestra búsqueda, podemos edificar un reino de paz muy fácilmente, basado en nuestros propios esfuerzos. Lo vemos en el mundo a nuestro alrededor. Pero también es algo desenfrenado en la iglesia. El Espíritu de compromiso ha sobrecargado al pueblo de Dios. Parece necesario para sobrevivir. Dios nos ayude a discernir los pensamientos y las intenciones de nuestros corazones. ¿Brotan nuestros motivos del Cristo que mora en nosotros? ¿O estamos comprometiendo la verdad por causa de la unidad? Jesus “no vino a traer paz, sino espada” (Mateo 10:34). Vino a hacer justicia, a establecer justicia, y la paz será el fruto de todo ello. Pero esto traerá una confrontación con el mundo que nos rodea: amigo contra amigo, hermano contra hermano, padre contra hijo, madre contra hija, suegra contra nuera. Esto es inevitable porque el Reino de Dios se basa en la justicia. La sabiduría que procede de lo alto es “primeramente pura, después pacífica” (Santiago 3:17). “Amable, benigna”—Si. No es áspera ni cruel. Pero tampoco puede ser comprometedora. Debe ser primeramente “pura”. La verdadera paz saldrá de esto. La verdadera amabilidad y mansedumbre saldrán de esto. “Los puros de corazón” verán a Dios, y manifestarán y mostrarán el amor, la misericordia y la benignidad de Cristo. Pero en medio de todo ello, conocerá el sufrimiento de Dios por causa del pecado de Su pueblo y “amará la justicia y aborrecerá la iniquidad”, como el mismo Jesús.
“ Y Gozo” “Y gozo en el Espíritu Santo”. Me da la sensación de que el reino que prevalece ahí fuera, en la iglesia hoy día, es muy parecido al mundo. Es un reino que se basa en el Gozo. ¿Quién podría negar que Dios quiera que Su pueblo tenga “el gozo del Señor”? Pero el gozo es el “fruto del Espíritu”. El gozo es el fruto que crece de la viña de la verdad y la justicia. No es algo que intentas producir con mucha buena música de moda. No es fabricada por los mecánicos de la alabanza y de la adoración. No es el entusiasmo y la excitación que genera un artista que sabe como levantar las emociones pero que no lleva el corazón al quebranto y al arrepentimiento. Es el “aceite del gozo” que fluye de la oliva que ha conocido el quebranto y la presión en las tinajas de los tratos de Dios. Es el gozo de Sara, que llama a su hijo recién nacido “Risa” (Isaac) por causa de la fidelidad de Dios en producir fruto y bendición a una mujer de noventa años que había lamentado durante mucho tiempo su esterilidad antes que Abraham y delante del SEÑOR. Es el gozo de Ana, que de igual forma conoció la tristeza de corazón y mucho reproche por ser estéril inevitablemente. Pero llegó a ese punto en que pudo gozarse en un Dios que baja a los altivos y los poderosos y exalta a los humildes—que lleva a desolación a los que se han glorificado en su fruto y hace que la mujer estéril sea madre de siete. Es el gozo de José, “cuyos pies fueron puestos en grilletes” y “cuya alma fue puesta en hierro” pero que en el cumplimiento de los tratos de Dios en su vida, lloró por sus hermanos con lágrimas de gozo y de victoria, y se gozó en las operaciones soberanas de Dios en su vida—en el Dios que da “óleo de alegría en lugar de cilicio”. Es el gozo de Pablo, que se consideró “feliz” de estar atado con cadenas, sabiendo que era libre porque sabía que era “prisionero del Señor”. La felicidad no es un sentimiento que viene y va por causa de las circunstancias. No es algo que tengas que obrar cuando vienes a la iglesia después de una semana desgraciada en tu trabajo. Es ese estado permanente de bendición que es tuyo en medio de la prueba, en medio de la presión—porque sabes que estas caminando con Dios, haciendo Su voluntad y reinando en vida por Cristo Jesús. Cristo reina como sacerdote sobre el trono Se dice que el Reino que está aún por venir es el que Cristo establecerá cuando regrese de nuevo, en el que Él hará cumplir la justicia en la tierra por decreto justo. Hubo un tiempo en que Dios administraba decretos justos de esta forma e imponía castigos muy severos sobre los que desobedecían Sus leyes. Y el resultado final de todo ello fue la muerte. Pablo fue muy lejos para decir que la administración completa del Antiguo Pacto fue una “ministración de muerte” (2ª Cor. 3:7). No porque hubiera nada malo con la Ley en sí—sino que en el resultado global de todo ello era inevitable quebrantar la ley por causa de la “debilidad de la carne”. Y aquello que debía haber ministrado vida, produjo una ministración de muerte. Pero ahora nos enseñan que uno de estos días Dios establecerá un Reino en la tierra y forzará a los habitantes de la tierra al sometimiento emitiendo decretos justos. ¿Es
que no nos damos cuenta de que tenemos un Mediador de un “mejor Pacto” entronado a la diestra de Dios en los cielos? ¿Y que tiene todo el poder en el “Cielo y en la tierra” para ministrar e impartir justicia por el Espíritu a los corazones de los hombres aquí y ahora? Algunos piensan que esto es totalmente inadecuado— ¡Supongo que porque Él está simplemente demasiado lejos! Sabemos que Él va a gobernar y a reinar en justicia más tarde, porque Su reino es un “Reino eterno”. Pero Él esta reinando sobre un trono de gloria ahora— “He aquí el varón cuyo nombre es el Renuevo, el cual brotará de sus raíces, y edificará el templo de Jehová.” (Zacarías 6:12). Este Hombre es el Señor Jesús. Él es la Rama, o el renuevo. Isaías Le llama “raíz sacada de tierra seca”. Crece fuera de “Su Lugar”—Y Su lugar es Su santo Templo en la tierra. Su lugar es el Huerto de Dios. En el Huerto de Dios, Él se convierte en la vid, y junto a la Vid, hay muchos “pámpanos”. “El edificará el templo de Jehová, y él llevará gloria, y se sentará y dominará en su trono, y habrá sacerdote a su lado; y consejo de paz habrá entre ambos” (Zac. 6:13). Él era el Templo de Dios en la tierra mientras estaba aquí (lee Juan 2:19). Pero Él ahora esta edificando una extensión de este Templo que Él era mientras caminaba en la tierra. No es otro Templo—pero ahora Él es la Piedra principal de ese Templo agrandado; y Él lleva la gloria. Como nuestro Sumo Sacerdote en los cielos, Él lleva sobre Sus hombros la plenitud de la gloria de Dios—y reina como Sacerdote, llevando esa gloria. El sacerdocio se ha trasladado de la tierra al cielo. El antiguo sacerdocio terrenal tenía que ser cambiado por ser una “ministración de muerte”. Todo el orden completo terminó en muerte porque era un sacerdocio terrenal basado en el antiguo pacto que incluso el viejo sacerdocio no podía guardar. Pero ahora Cristo ha entrado en “un ministerio más excelente” en los cielos, un ministerio sacerdotal según el orden de Melquisedec: “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. 1 Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre Según el orden de Melquisedec.” (Salmos 110:1,4). ¿Por qué razón Dios trasladó la administración del sacerdocio de la tierra al Cielo, y de Leví a Melquisedec? Pablo nos muestra la razón: (1) Melquisedec es superior a Leví porque Leví pagaba diezmos a Melquisedec, y recibía la bendición de Melquisedec. Esto prueba que Melquisedec era mejor porque “lo inferior” siempre es bendecido por “lo mejor” (Heb. 7:7). (2) El orden levítico, por muy bueno que fuese en su momento, acabó en muerte. Y todos los reinos que acaban en muerte deben dar lugar al Reino de Dios que fluye en vida (lee Heb. 7:8,16).
(3) El orden levítico no podía perfeccionar. No podía completar la obra de la redención ni llevarla a su consumación y por tanto, tenía que ser cambiado (Heb. 7:11,12). Amados, fijaos en esto. Que la Iglesia permanezca en un estado de constante imperfección es sana doctrina tal y como la Iglesia lo ve. Dios dice que tiene que “cambiar” el viejo sistema porque no podía llevar a la perfección, a la consumación, a la plenitud que se produce en el Nuevo pacto. (4) El viejo sistema fue declarado “sin provecho” por la simple razón de que el Antiguo Pacto no tenía el poder de producir ningún beneficio a Dios ni al hombre (lee Heb. 7:18). La Ley tuvo su día; y ha demostrado a lo largo de 1400 años de historia humana que el sistema completo fluía en muerte. No obstante, si “trajo una esperanza mejor por la que nos acercamos a Dios” (Heb. 7:19). La esperanza de la Ley no era otro reino terrenal. La esperanza de la Ley era un nuevo orden, con un nuevo sacerdocio conforme al orden de Melquisedec. Este sacerdocio debía ser administrado directamente desde el trono de Dios en los cielos. El fundamento de este nuevo reino sería la justicia y la paz, porque el mismo nombre Melquisedec precisamente significa “Rey de Justicia”. Este Melquisedec reinaba sobre la ciudad de Salem, que significa Paz. No preguntamos quién era este hombre, este extraño personaje; porque el secreto de sus orígenes le hace un tipo más adecuado de Cristo, a quién el mundo no conoció. Se dice que este hombre era “sin padre, sin madre, sin descendiente, no teniendo ni principio ni fin de vida.” (Heb. 7:3). Con otras palabras, su nombre no aparece en las genealogías de los registros levíticos. Lo mismo sucede con Cristo. Ahora bien, Cristo tenía una genealogía en el evangelio de Mateo y también en el de Lucas. También tenía una madre y un Padre. Pero por lo que refiere a los registros sacerdotales levíticos, Él no existía. El entra en la escena de un ministerio sacerdotal real—desde la oscuridad; puesto que surgió del seno de Dios. Y ahora gobierna y reina como un Sacerdote sobre un trono “mejor” y en un “mejor” sacerdocio, en el Reino de la vida. Lo que la ley no podía hacer porque era “débil en la carne”, el Sacerdote sobre el trono del Cielo puede hacerlo a través de la ministración del Espíritu” a los corazones de los hombres (2ª Cor. 3:8,9; Rom. 8:3). Él reina sobre una Sión celestial para asegurar que Su ministerio sea más efectivo, más duradero, más dominante de lo que habría sido si Él hubiera de ministrar desde alguna localización geográfica en la tierra. Los hombres no piensan que ésta sea la mejor forma. La mayor parte de la gente en la Iglesia tampoco parece pensar que ésta sea la mejor forma. ¡Pero le pareció bien a Dios! Y Dios ha emitido un decreto para establecer al Rey en la Sión Celestial: “Pero yo he puesto mi rey sobre Sión, mi santo monte. Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy” (Salmos 2:6,7; Heb. 5:5,6). Este decreto está reafirmado una y otra vez por los santos apóstoles y profetas de Dios; y no obstante, de alguna manera nuestros maestros modernos son muy valientes para declarar que Su Reino no será realmente efectivo hasta que el Sión Celestial se convierta en uno terrenal. Dios esta satisfecho de que Su Rey pueda “someter a todos sus enemigos” debajo de sus pies al reinar desde un trono celestial. ¿Por qué no podemos descansar sobre este decreto? ¿Qué es lo que nos hace pensar que Él es estorbado en Su tarea al estar tan lejos? Él estuvo en la tierra en una ocasión, y habiendo acabado la obra de la redención, siguió aquí durante cuarenta días más. Podría haberse quedado 40 años—o 2000 años si fuera necesario. Pero el “decreto” del Padre era que el Hijo tuviera un “ministerio más excelente” en los cielos (Heb. 8:6). Exaltado en los cielos tendría la totalidad del poder, no solo en la tierra, sino también en los cielos (Mat. 28:18). El poder en la tierra no sería suficiente, porque
los verdaderos problemas en la tierra son con “principados y potestades” en los ámbitos celestiales. Los verdaderos problemas de la tierra son con Satanás, que es “el príncipe de la potestad del aire” y también “el dios de este mundo”. De este modo el decreto de Dios ha establecido a un Hombre en los Cielos que reinará como “Sacerdote sobre el trono” sobre el trono más alto que pueda hallarse en todo el universo. “Sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero.” (Efesios 1:21) ¿Por qué piensan los hombres que regresar a la tierra Le daría de alguna manera poder para juzgar más efectivamente, por causa de su traslado del Cielo a la tierra? Dios lo trasladó de la tierra al cielo para que pudiera tener “un ministerio más excelente”. ¡Por supuesto que va regresar! Pero no para empezar un Reino. Viene para devastar por completo los reinos de los hombres así como los reinos de los cielos—y para dar a luz “nuevos cielos y nueva tierra donde mora la justicia.” (2ª Ped. 3:13). Normalmente se presenta la venida del Señor como la esperanza del mundo, cuñado el evangelio de Cristo realmente comience a tener un impacto en las naciones y el Reino de los Cielos sea impuesto sobre la tierra por un decreto justo. Pero Jesús compara Su venida con el juicio del diluvio y con la destrucción de Sodoma y Gomorra (Mat. 24:3739; Lucas 17:2829). Él nos dice que justo antes de Su venida serán los “días de la venganza” y que “las potestades del cielo serán sacudidas” (Lucas 21:22,26). Pablo nos dice que el Señor Jesús vendría “en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo”(2ª Tes. 1:8). Y Pedro nos dice que el retraso de Dios en el cumplimiento de la “promesa de Su venida” es porque Él es “es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.” (2ª Ped. 3:9). Si Su venida significa que la tierra estará entonces saturada con el evangelio del Reino, ¿Por qué razón entonces Dios retrasa Su venida queriendo que todos procedan al arrepentimiento? La razón es que “el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas.” (2ª Ped. 3:10). A veces me preguntan, ¿Dónde encajamos el milenio en este escenario? Lo único que puedo preguntar es por qué Pedro no lo encajó él mismo ahí. Quizás tengamos que dejarlo a un lado hasta que las otras piezas del puzzle encuentren su lugar. ¿Pero hemos de tomar la única Escritura en la Biblia que se refiere a un reinado de “mil años” y hacer que toda la doctrina del Reino de Dios gire a su alrededor? (Apoc. 20). El libro de Apocalipsis está lleno de símbolos, y la mayor parte de los números, si no todos, son simbólicos en su significado. La única referencia adicional a “mil años” en el Nuevo Testamento se encuentra en este pasaje de Pedro; y aquí nos recuerda que “mil años” son como un día. Los hombres siempre están preparados para apuntar que los “últimos días” mencionados por los apóstoles han cubierto ya “mil años”, de modo que la presente era cristiana hasta ahora es como “dos días” del calendario de Dios. Entonces, ¿Por qué tardamos en reconocer que “mil años” puedan reducirse a significar “un día” tal y como lo indicó el apóstol?
No podemos pasar por alto las solemnes advertencias del apóstol porque muchos teólogos nos aseguren que los nuevos cielos y la nueva tierra no puedan surgir hasta al menos otros mil años. Puede que Pedro no esperara que esta era durara al menos 2000 años desde su tiempo. Pero bajo la inspiración del Espíritu dijo que “buscamos” y nos “apresuramos” para el Día de Dios, que es un día de fuego. “Apresurarnos” tiene el significado de “esperar con anhelo, tener expectativa muy fuertes.” Puesto que el Señor viene en fuego para devastar los reinos de los hombres y destruir la tierra y los cielos tal y como los conocemos y producir “nuevos cielos y nueva tierra, donde mora la justicia”: (2ª Ped. 3:12,13). Es en el día de hoy cuando el evangelio del Reino se extiende por todas las naciones. Y Dios está preparando un pueblo para esta hora como lo ha preparado en cualquier otra hora de apostasía. Es el mismo evangelio del Reino que salió al principio, pero ahora es el tiempo de la cosecha y el fin de la era. La cizaña ha de ser recogida en montones para ser quemada. La paja será separada del trigo y consumida. El trigo ha de ser juntado en el granero. Este evangelio del Reino será una palabra que devastará a los reinos de la oscuridad; pero será una palabra de salvación que no sólo será hablada sino que brillará hasta los confines de la tierra. Cuando consideramos el gran potencial que tenemos ahora para promocionar el evangelio, con la radio, la televisión y toda clase de parafernalia electrónica… los programas misioneros masivos… la disponibilidad de comunicaciones muy veloces y viajes… el conocimiento acumulado que yace ahora a nuestra disposición vía libros, cintas y seminarios—los cuales son todos diseñados como ayuda para entender las escrituras, para evangelizar y para hacer que la Iglesia crezca… ¿Cómo podemos evitar sentirnos tremendamente impresionados con el potencial para esta hora para la extensión del evangelio? ¡A menos que recordemos 50 años atrás! En aquel entonces solíamos escuchar estadísticas como éstas: ¡Mil millones de habitantes de la tierra o bien no han escuchado el Evangelio o no saben nada sobre el Señor Jesús! ¡Hoy los números han crecido en espiral hasta dos o tres mil millones, y quizás más! Y sin embargo, la Iglesia sigue exaltando a nuestra tecnología moderna como el método de Dios para enviar Su palabra a la tierra. ¡Que ciego—qué tremendamente ciego puedo volverse el pueblo de Dios! No estamos diciendo que no deberíamos usar nuestros métodos modernos para viajar y para comunicarnos. Estamos en un mundo modernos y usamos lo que Dios no has provisto como consideremos mejor. Pero lo que decimos simplemente es que nuestra tecnología y nuestros métodos y ayudas modernos para el evangelismo no tienen un efecto real sobre la efectividad del Evangelio del Reino. El Evangelio de Cristo es reproductivo por naturaleza y produce según su naturaleza. Todo ser viviente que Dios puso en la tierra fue creado con una ley de procreación inherente en su vida celular. Pero me temo que la Iglesia esté casi estéril por haber estado bebiendo de cisternas que han sido contaminadas con residuos tóxicos de la psicología y de las filosofías de los hombres. Puede que esté creciendo a pasos agigantados (de cualquier forma en apariencia, puesto que es evidente que la mayor parte de lo que nosotros llamamos crecimiento de iglesia no es otra cosa que un simple traslado de gente de una “iglesia” a otra que tenga un programa mejor). Pero, ¿Cuántos de nuestros de nuestros miembros de iglesia conocen realmente al Señor? Ahora es muy popular “nacer de nuevo”—puesto que presidentes, gobernadores y actores y prominentes hombres de negocio son “nacidos de nuevo”. Cuando el estigma de la cruz es arrancado de la Iglesia, también lo es la vida de Cristo. ¿Dónde queda ese trabajo del Espíritu que da a luz a bebes en Cristo? ¿Dónde queda esa convicción real de pecado que hace que los hombres se aborrezcan a sí mismos en su condición de perdidos, y clamen a Dios por misericordia? Puede que la Iglesia diga, “¡Estos son mis hijos!” Pero me pregunto si verdaderamente Dios no estará diciendo, “¿Soy Yo Su Padre?” ¿Cómo llama Dios a
la persona que es amadrinada por la Iglesia, pero no apadrinada por el Señor de la Iglesia? (Lee Heb. 12:8). Jesús dijo, “Cuando Él (el Espíritu de verdad) venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.” (Juan 16:8). ¿Cómo puede una iglesia que ha sido totalmente cautivada por el espíritu del mundo convertirse en un reproche efectivo para el mundo a su alrededor? El Escándalo de la Cruz “Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura.” (1ª Cor. 1:23). ¡Aquí yace el verdadero problema! El pueblo de Dios no quiere convertirse en objeto de “escándalo”. No queremos ser un prototipo, un reproche a un mundo al que hemos de acomodarnos para ganar su favor. De este modo puedes “unirte a la Iglesia” y olvidarte de casi todo lo demás—siempre que abandones algunos de los pecados externos y extremos que la ética cristiana no permite. Pero cuando evitamos el escándalo de la Cruz, estamos eliminando de nuestra forma de vida ese instrumento de muerte que Dios ordenó para golpear a nuestra naturaleza carnal y a los corazones carnales de los hombres a nuestro alrededor. Pablo dijo, “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo.” (Gál. 6:14). Esta es la era de Laodicea El espíritu de compromiso casi ha conquistado al pueblo de Dios y especialmente al liderazgo en la Iglesia hoy día. La parte triste de todo esto es que están casi ciegos a su condición. Nuestro Señor tiene “colirio” para ungir nuestros ojos para poder ver. Pero ser ciegos y al mismo tiempo insistir que vemos—esto nos deja totalmente desvalidos e inmunes a cualquier oferta de salvación. Todo el mundo está preparado para admitir que la Iglesia de Laodicea es el carácter de la Iglesia de los últimos tiempos; pero Laodicea es siempre esa otra iglesia cruzando la calle, no aquella a la que nosotros asistimos. ¡La nuestra es esa “Iglesia gloriosa” de la que Pablo habló! Y de este modo, el “evangelio” del Reino continúa siendo proclamado por una Iglesia laodicea… Una Iglesia que se ha basado prácticamente en su totalidad en la acumulación de recursos terrenales y que se ha involucrado cada vez más en la economía de la tierra, en la política de la tierra y en los gobiernos de la tierra. Una Iglesia que es “rica y que se ha enriquecido en bienes— Una Iglesia que promete al pueblo de Dios salud, prosperidad, felicidad y gozo… con la condición de que liberen sus recursos para la gloria de Dios— Una Iglesia que ha pervertido el “discipulado” para significar devoción a su sistema en lugar de abandonarlo todo para seguirle a Él—
Una Iglesia que considera que los grandes recursos financieros son la provisión de Dios para alcanzar a los perdidos, en lugar de reconocer esto como el lazo que la ha estrangulado y que la privado del aliento de vida— Una Iglesia que ha abrazado casi totalmente al mundo y a sus sistemas, pensando que al abrazar al mundo podría ganarlo— Una Iglesia que ha sido cautivada por el espíritu de Jezabel, que es un espíritu de hechicería, y que seduce a los siervos de Dios a “cometer fornicación y a comer cosas sacrificadas a los ídolos.” (Apoc. 2:20). Los profetas de Jezabel y de Baal pueden declarar algunas verdades muy sorprendentes, como lo hizo Balac. Pero su corazón era perverso; lo estaba haciendo por el dinero que había de por medio, y la ira de Dios cayó sobre él. En el tiempo de Ezequiel Dios se quejó de que los profetas no estaban preparando al pueblo para el día de la batalla y que tampoco estaban levantando la verja de defensa para que el pueblo pudiera permanecer firme en el día del SEÑOR. En lugar de eso, seducían al pueblo diciendo, “Paz, y no hay paz”. (Lee Ezequiel 13:116). Hay muchas profecías en nuestras iglesias. ¿Pero cuanto tiempo ha pasado desde aquel tiempo en que oíamos profecías que hacían que los hombres se postraran sobre sus rostros “al ser hecho manifiesto lo oculto del corazón de ellos” y que clamaran, “verdaderamente Dios está en medio de vosotros” (1ª Cor. 14:25)? Leemos de hombres como Wesley o como Fox y otros muchos que predicaron bajo tal unción y poder que los hombres temblaban y caían sobre sus rostros con un dolor retorcido, por causa de lo impresionante de la santa presencia de Dios. El Pentecostés temprano fue conocido por la presencia consumidora y ardiente de Dios. Los corazones de los hombres eran golpeados mientras agonizaban bajo la convicción y el reproche del Espíritu Santo. Ahora quieren levantar monumentos en la memoria de aquellos grandes días de visitación. ¡Los sepulcros son lugares inofensivos! ¡Ahora somos respetables! ¡No queremos cosas de esas en nuestras iglesias! ¿Por qué no buscar “los viejos caminos” sobre los que los profetas de la gloria de Dios caminaron en las generaciones pasadas? Me temo que es porque no queremos realmente que esos arroyos purificadores de fuego santo puedan destruir nuestro cómodo estilo de vida Laodiceo. El hueso no está—y nos conformamos pasando el tiempo admirando la cáscara rota— Nos alimentamos de las cáscaras que comen los cerdos en lugar de regresar a la mesa del Padre— La gloria se ha apartado y arreglamos el velo que se rasgó en dos, siguiendo con nuestra “adoración” ante un arca que está vacío de la Shekinah— Los altares siguen en nuestras iglesias, pero no hay sacrificio sangriento puesto sobre ellos. Las partes desmembradas de la ofrenda quemada ofrecen una escena demasiado sangrienta—con la cabeza, el corazón y el hígado expuestos a los fuegos santos de Dios— Debemos tener un altar porque un altar es parte de la adoración del templo. Pero que sea un altar de roble o de caoba, y que esté adornado con tapices y cordones dorados, y no corrompido con el humo de la ofrenda quemada. Que no sea ensuciado con el llanto y el gemido de corazones penitentes o por la mugre de los pecados de la
calle. Ahora somos Laodiceos y nuestros templos deben permanecer hermosos por dentro y por fuera para atraer a las multitudes. Los suelos tienen que ser diseñados con el arte de los arreglistas florales—porque este templo es para los ricos y los poderosos. No queremos vagabundos aquí. ¡Nuestros patios tienen que estar llenos de gente que alaba, feliz y jovial! Ya no adoramos en misiones en oscuros callejones o en fachadas de antiguos almacenes. Nuestros templos son de la mejor arquitectura y obra de arte. Porque “estamos enriquecidos en todo y no tenemos necesidad de nada”. Y si por casualidad Dios nos prospera y nuestros graneros rebosan, los venderemos o los destruiremos para hacer graneros más grandes para la gloria de Dios. Esto es lo que muchos consideran que es la “visión” y el “alcance espiritual”. Tenemos que edificar torres que alcancen a los cielos para evitar que el pueblo de Dios esté disperso—para mantenerlos juntos—para hacerlos uno—“Y para hacer un nombre para nosotros mismos.” “Y el SEÑOR descendió para ver la ciudad y la torre que habían edificado los hijos de los hombres.” (Gen. 11:5). ¡Pero no le impresionó lo más mínimo! Amados, no nos inquietemos lo más mínimo cuando Dios comience a confundir los lenguajes de los hombres y a dispersar a la gente. No nos preocupemos cuando las finanzas vayan mal y los hombres se vean forzados a dejar sus planes para acabar la ciudad y la torre. Dios quiere que sepamos que “el Altísimo no mora en templos hechos de manos”. El corazón del hombre es la única morada que Dios ha deseado por habitación. No os sorprendáis cuando el Señor de la gloria camine en medio de la Iglesia hoy y tumbe las mesas de los cambistas. No tratéis de colocar las mesas solo por haber comprado y pagado una de ellas. ¡Y no culpéis al diablo tampoco! Es Dios el que dice, “No hagáis la casa de mi Padre casa de mercadería”. Es Dios el que dice: “Ya os habéis sentado demasiado tiempo en vuestros bancos cómodos cantando las canciones de SEÑOR en tierra extraña—Yo ahora hago volver vuestra cautividad—Os saco de Babilonia—Os guío a Sión, la ciudad del Dios viviente… ¿No podemos oír el llamado al arrepentimiento en esta hora asombrosa? “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ! !Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete.” (Apoc. 3:1519).
De modo que nuestro Señor permanece en la puerta, llamando y pidiendo entrada: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo.” (Apoc. 3:20). Un bordón, un par de sandalias y una túnica Esta era la provisión de Dios para los primeros predicadores del evangelio del Reino que Jesús envió: “Les ordenó que no llevaran nada para el camino, sino sólo un bordón; ni pan, ni alforja, ni dinero en el cinto; sino calzados con sandalias. No llevéis dos túnicas.” (Marcos 6:89). Se que vivimos en tiempos distintos. Pero también se que, con todo lo hermoso que pueda parecer todo esto en esta era de los grandes aviones, los satélites y las antenas parabólicas—nos hemos cargado absolutamente con un sistema que exige una enorme cantidad de enredos para un pueblo peregrino. No pensemos ni por un instante que el Reino de Dios depende de alguna manera de los modernos recursos del hombre, con toda su maquinaria electrónica. Usamos lo que Dios provee. Pero cuando toda la maquinaria de nuestro moderno estilo de vida haya sido barrida, la propagación del Evangelio de Cristo no sufrirá por causa de ello. Nuestro verdadero calzado no son las sandalias que llevamos, sino el calzado de “la preparación del evangelio de la paz”. El bordón en la mano es todo lo que necesitamos. Nuestro cetro real es lo que procede de Él, el Rey de reyes y el Señor de señores. Nuestra verdadera túnica consiste en las vestiduras de justicia, la capa bordada del ministerio sacerdotal, con el efod alrededor de la cintura y la mitra de santidad sobre nuestras cabezas. Cualquier provisión que necesitemos para nuestro camino de peregrinaje—Dios será fiel en proveerla. Nuestra verdadera provisión está en el hecho de que Él nos envía. Porque si Él nos envía, entonces Él es responsable de nuestro bienestar. Simplemente andamos como “peregrinos”, como embajadores con un mensaje del Cielo, dejamos caer la semilla en los corazones de los hombres y confiamos que Dios riegue, cultive y cuide a la planta creciente y que produzca fruto para Su gloria. La Iglesia de Cristo se está propagando a ella misma El camino del hombre consiste en edificar templos y graneros para almacenar la simiente. Pero el camino de Dios es dispersarla. Los paganos montaban en cólera. Decían: “¡Cortaremos las cuerdas del rey de Sión! ¡Dispersaremos al pueblo a todo lo largo y lo ancho! Pero cumplieron los propósitos de Dios al hacerlo. Poco sabían que en sus fanáticos esfuerzos por erradicar a la Iglesia, en realidad estaban plantando las semillas del Reino de Dios en todas las partes de la tierra. No sabían que éste era un pueblo que se reproduciría y que se propagaría a sí mismo, que produciría de lo suyo propio en la buena tierra de un mundo hambriento y casi muerto por inanición. No sabían que estaban tratando con reyes cuyos cetros eran simples bordones, pero que se movían en la autoridad del Rey del Universo. Las sandalias que calzaban eran las del “apresto del evangelio de la paz”. Y su túnica era la vestidura de verdad, en la que vivían y por la que proclamaban una palabra que era “más afilada que toda espada de dos filos”.
Ahora bien, el propósito del verdadero ministerio es alimentar a las ovejas del pasto de Dios para que se vuelvan fuertes, vitales, saludables y reproductivas. Tenemos toda clase de granjas de ovejas a nuestro alrededor. Y están usando toda clase de trucos, música rock, entretenimiento, pantomimas y danzas—llámalo como quieras—para hacer que la Iglesia sea productiva, cuando en realidad eso la hace estéril. Pero Dios en esta hora va a levantar “pastores conforme a Su propio corazón” que ministrarán vida a las ovejas, para que puedan producir según su naturaleza: “Que suben del lavadero, todas con crías gemelas, Y ninguna entre ellas estéril” (Cantar de los Cantares 4:2). ¿Qué supones que sucedería si todas las ovejas de Dios parieran mellizos? ¿Mellizos que a su vez son vitales, fuertes, saludables y reproductivos? Empecemos con un rebaño pequeño, muy pequeño. Empecemos con un cristiano vital en cada ciudad o pueblo del mundo… solo uno (Creo que hay al menos 150.000 pueblos, ciudades y poblaciones en el mundo). De modo que tendríamos 150.000 cristianos genuinos en la tierra. Ahora bien, demos a cada uno de estos cristianos vitales un día completo para traer a alguien al Señor. De modo que ahora habría dos en cada una de estas poblaciones: dos ovejas llenas de vitalidad, fuertes y sanas. El día siguiente, doblaría al número del día anterior, hasta 4—y el día siguiente al anterior, hasta 8—y así sucesivamente. ¿Parece eso demasiamos difícil? ¿Cuanto tiempo entonces supones que nos llevaría llenar al mundo entero de cristianos saludables, fuertes y llenos de vitalidad? ¡Sólo unas dos semanas! ¡Eso es todo! ¡En apenas dos semanas el mundo entero estaría saturado con el evangelio del Reino! Y todo esto por la palabra de la boca, de un vecino a otro, sin el uso de cualquier otro medio de comunicación. Obviamente, un día sería algo exagerado. En lugar de eso tomemos a una semana para que cada uno se reproduzca en otro, y el doble a la siguiente semana—y a la siguiente, durante 15 semanas—y la obra se cumpliría en aproximadamente un poquito más de un año. ¡Cada oveja del pasto de Dios sería responsable de dar a luz en Cristo en cada uno de estos períodos—y el mundo entero estaría lleno de cristianos verdaderos en 15 días—o 15 semanas—o 15 meses—sea cual sea el caso! Hablamos de una Iglesia vital—de verdaderos discípulos de Cristo, viviendo y andando en los principios del Reino del Cielo. No esto sugiriendo que éste pueda ser el plan de Dios. Simplemente lo uso como una ilustración del camino de Dios. 150.000 x 2x2x2x2x2x2x2x2x2x2x2x2x2x2x2 =4.915.200.000 ¡Aproximadamente 5000 Millones! “Y el Señor añadía cada día a la Iglesia los que habían de ser salvos” (Hechos 2:47). “Y el número de los discípulos se multiplicaba” (Hechos 6:1). “Y la Palabra de Dios aumentaba: y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén.” (Hechos 6:7). “Pero la palabra del Señor crecía y se multiplicaba.” (Hechos 12:24).
Y hubo una gran persecución… y todos fueron dispersados excepto los apóstoles. (Hechos 8;1,4). Los apóstoles permanecieron en Jerusalén y la gente fue por todas partes sembrando las semillas del Reino por toda la tierra. La Iglesia de Dios ha recibido vida inherente de Dios para reproducirse a sí misma en la tierra. Y puede que esto suene poco realista hoy día; porque una Iglesia muy irreal rehúse reconocer su condición estéril, escogiendo avanzar con sus propios programas estériles en lugar de poner fin a todo e instar a sus miembros a clamar a Dios por lo genuino. ¿Cuándo vamos a darnos cuenta de que somos la Iglesia, y que el edificio no tiene nada que ver con esto? “Oh si, por supuesto”, estamos convencidos. “Todo el mundo sabe eso”. Pero si lo saben, ¿Entonces por qué siguen edificando grandes templos para la gloria de Dios en la llanura de Sinar? ¿Por qué siguen dándoles tal reverencia y honor? ¿Por qué no puede el pueblo de Dios apartarse de todo eso cuando la gloria de Dios ya se ha apartado? Simplemente porque “Esta es mi iglesia— Yo nací aquí—Yo ayudé a pagarla.” Las congregaciones de la Iglesia primitiva se caracterizaban por su simplicidad. “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.” (Hechos 2:42). Sus hogares se convirtieron en lugares de reunión y esto se convirtió en su forma de congregarse cuando las iglesias comenzaron a brotar por todo el imperio. Si no tenían casas, se reunían donde podían. Eran la Iglesia. Necesitaban comunión y reconocían que si había “dos” de ellos, entonces podían tener comunión. Tenían acceso al templo de Jerusalén durante un tiempo. Pero cuando comenzó la persecución, esas instalaciones dejaron de estas disponibles. En Jerusalén podía haber cientos de hogares. Pero eran uno porque caminaban en la verdad y el Señor Jesús estaba presente en medio de ellos. Porque Él prometió que cuando “dos o tres” se reúnen en Su nombre, Él estaría ahí, en medio de ellos (Mat. 18:20). Él no estaba animando a ese pequeño puñado a reunirse el miércoles por la tarde. Estaba hablando del poder del Reino que ata a las fuerzas del mal y suelta las fuerzas del cielo, cuando simplemente dos personas están en armonía en el Espíritu y el Señor Jesús es Señor en medio de ellos—un puñado reuniéndose en esta casa—otro puñado reuniéndose en esta otra¿Qué más podía desear el Señor? ¿Qué pasaría si tuviéramos doscientos hogares así, tres cientos, cuatrocientos—llenos de gente que se reúnen para tener comunión, teniendo al Señor Jesús en medio de ellos en la plenitud de Su presencia? Decimos estas cosas para animar al pueblo de Dios en este día en que los programas de los hombres están viniéndose abajo. No decimos que no podemos alquilar o edificar una estructura de alguna clase si Dios da una clara dirección al respecto. Lo que decimos simplemente es que es prácticamente ocasional. Usamos lo que Dios provea conforme a Su voluntad, pero debemos estar preparados para dejarlo todo ello en un aviso momentáneo. Él quiere que seamos peregrinos en carácter, con la capacidad para propagarnos a nosotros mismos, reproductivos por naturaleza—y que estemos seguros de que los edificios y los templos no tienen nada que ver con el evangelio del Reino de Dios. Dios va a producir esta clase de gente en la tierra. Y lo puede conseguir rápidamente. ¡Ven Señor Jesús! Pero puede que cueste los fuegos de la prueba y de la persecución producir eso. Recuerdo el sentimiento de desesperación que barrió a la Iglesia aquí en el Occidente cuando se cerraron las puertas a la obra misionera en China. ¿Es que no podemos creer que el Rey Jesús tiene “la llave de David” , “que abre y nadie cierra, y que cierra y nadie abre” (Apoc. 3:7)? Y así, cuando se cerraron las puertas de China, Dios comenzó una gran obra de purificación y de refinamiento. Y a través de mucha
prueba y sufrimiento ha surgido en esa gran tierra una Iglesia fuerte, sana, que se propaga a sí misma. En años recientes ha llegado un poquito de ayuda desde el exterior. Pero la Iglesia en China no depende de esto. Saben que esto podría cambiar en cualquier momento. Y han probado que Dios es fiel en el pasado para levantar en medio de ellos el ministerio que ellos necesiten. En comparación, tienen pocas Biblias y no por mucho por medio de la literatura cristiana. Se reúnen donde pueden, en los campos, entre los árboles, en las calles, pero generalmente en sus hogares. Todo esto es bastante ocasional porque reconocen que son la Iglesia—y crece y crece y crece porque Cristo Jesús está en medio de ellos como Señor y Rey. Capítulo 3 – Aceite inagotable… pero no de sobra
Coronado con Aceite – George H. Warnock
CAPÍTULO 3 – ACEITE INAGOTABLE… PERO NO DE SOBRA “Y mandarás a los hijos de Israel que te traigan aceite puro de olivas machacadas, para el alumbrado, para hacer arder continuamente las lámparas.” (Éxodo 27:20). “Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas.” (Mateo 25:14). ¿Es esto para nosotros? No voy a entrar en la mecánica de la parábola, si estas vírgenes son o no parte de las doncellas de la novia, o si son parte de la novia. No, no entraré en eso. Lo que Jesús dijo es suficiente para nosotros. “Velad, pues, porque nos sabéis el día ni la hora en que vendrá el Hijo del hombre” (Mat. 25:14). Dios nos libre de que nuestro concepto de caminar con Dios degenere en un sistema de teología por el que aprendemos a encasillar esa verdad que nos parezca demasiado devastadora a nuestros corazones. La teología tiene una tendencia a desechar la verdad bajo la falsa noción de que si daña, no puede ser cristiana. La verdad devasta al hombre natural. Y hasta que no lleguemos a este lugar de completa devastación en lo que respecta al hombre natural, no vamos a entrar en la hermosura de la verdadera vida espiritual. Necesitamos prestar atención a esta parábola si es que deseamos de verdad estar preparados con aceite para el día de oscuridad que nos espera. Se acerca un día de prueba y de examen para el pueblo de Dios—de hecho, podríamos decir que es una puerta—un día en el que Dios va a exponer los corazones y va a revelar la desnudez y la pobreza de esta Iglesia Laodicea que profesa ser rico y estar llena de aceite, y no tiene necesidad de nada. Es un día en el que nuestra confianza en las experiencias, en las bendiciones, en los dones, en los ministerios, en las estructuras carismáticas, en la metodología carismática—todo va a ser derribado. El pueblo de Dios en general suele sacar soluciones fácilmente. Tiene acceso a una extensa biblioteca de libros de éxito, seminarios y talleres que prometen ensanchamiento espiritual personal además de realce de la vida de la Iglesia y del Crecimiento de la Iglesia. El criterio parece ser éste: ¿Funciona? Si funciona, si al menos parece obrar según los deseos de nuestros corazones, eso parece ser lo único que importa. Sea o no el camino de Dios, o si producirá o no el objetivo de Dios, eso no parece importar nada en absoluto. La hora de la prueba El Señor nos ha advertido que viene una hora de prueba sobre el mundo “para probar a los moradores de la tierra “(Apoc. 3.10). Habrá vencedores en esa hora y Dios nos ha mostrado la forma de vencer en el día de la hambruna, en el día de la oscuridad y del pesimismo, en el día en que Él envíe Su fuego a la tierra. Será un día en el que “falte el producto del olivo”, un día en el que no haya “fruto en las vides”. Será un día de revelación del valor espiritual de cada uno o de su bancarrota. Que Dios nos ayude a declarar la bancarrota ahorra, cuando Él revela el montón de deudas que no tenemos forma de pagar. Porque si declaramos la bancarrota ahora, podremos
comprar “oro probado en el fuego” y “vestiduras blancas” para vestirnos, y “colirio para ungir nuestros ojos” y así, poder ver. Las sabias y las insensatas eran todas ellas vírgenes. Todas tenían lámparas—todas tenían sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. Si fueran “doncellas de la novia”, puedes estar seguro de que la esposa exigiría aún mayor diligencia para su preparación que las mismas doncellas. Todas sus lámparas ardían con aceite; porque en la medianoche no se levantaron ni encendieron sus lámparas—se levantaron y las “limpiaron”. Llegaron a este punto de espera y de adormecimiento, mientras ardían sus lámparas; pero al dormirse, las lámparas comenzaron a apagarse. La luz de las lámparas de las vírgenes insensatas parecía iluminar tanto como las lámparas de las sabias. Pero había una diferencia, una diferencia que se reveló solamente en la medianoche. Las sabias habían traído consigo una provisión de aceite en sus “vasijas”—mientras que las insensatas confiaban que las lámparas que tenían seguirían dando luz sin una provisión extra. ¿Es suficiente el aceite en las Lámparas? ¿Confías en la lámpara que tienes, en la estructura bajo la que te cobijas, el orden del Nuevo Testamento en el que has hallado refugio? ¿O está puesta tu confianza en una unión personal y permanente con Cristo mismo? ¿Confías en el hecho de que has recibido de Su Espíritu y por tener dones del Espíritu y ciertas manifestaciones de bendición y de poder en tu vida? ¿O persigues una vida de completa y permanente unión con el Señor? El aceite en tu lámpara se acabará pronto. No hay bendición, experiencia, don, ministerio o estructura de iglesia que mantenga viva la lámpara en la hora de la prueba. Tener el orden correcto, el patrón apropiado del Nuevo Testamento, la clase correcta de estructura o de cobertura, el orden correcto—nada de esto será suficiente. Tener Sus dones, Sus bendiciones, Sus ministerios—en sí mismos no harán nada. Tienen Su propósito, un propósito muy necesario, que no es otro que el de llevarnos a esta relación de la que estamos hablando—hacernos “crecer en Cristo”—hasta la “plenitud de Dios” (Efesios 3:18,19; 4:13). Pero ésta no es la visión y la esperanza. Y si éste no es el objetivo de nuestras numerosas reuniones en Su Nombre—tarde o temprano la lámpara se secará y la luz comenzará a extinguirse hasta apagarse completamente. Hay una sola manera de poder mantener el aceite que mantendrá la luz que mantendrá la visión de Su manifestación y que nos preparará para esa manifestación—y es por medio de la unión con Él, que es la Fuente. No es alguna nueva doctrina que pueda tomar o dejar. Es la provisión de Dios para Su pueblo en una hora de hambruna y de oscuridad. Tienes que comenzar a caminar en identificación y unión con Cristo en Su Cruz así como en Su vida. Sólo en Él hay una provisión que no falla. No es algo que tengas automáticamente cuando recibes de Su Espíritu y participas de Sus dones y bendiciones. Más que eso, estos dones y estas bendiciones tienen el propósito de ayudarnos a lo largo del Camino cuando buscamos proseguir hacia la apropiación de la muerte de la Cruz y de la vida de resurrección hacia la que esos dones y ministerios para nuestra preparación han de dirigirnos. Hay una sutil enseñanza que emana en esta hora de la Iglesia que dice algo así: “Olvida esas cosas tan distantes—regresa a lo básico, recibe los dones del Espíritus y comienza a trabajar para Dios.” La sutileza de todo ello yace en el hecho de que Dios ha dado preciosos dones de Su Espíritu como el medio, y no como el fin. Dones de poder para ayudarnos, animarnos, fortalecernos en nuestras muchas dificultades; y palabras de sabiduría, de conocimiento y de fe para llevarnos a una permanente
plenitud con Él. Pero como el hombre siempre ha estado dispuesto a hacer. Aceptamos la parte en lugar del todo, el medio como el fin. Aceptamos el engranaje por el edificio. Nos gloriamos en las hermosas flores de los árboles y no nos preocupamos si hay manzanas. Admiramos el verde vivo de los campos de trigo y no vemos el valor del grano maduro y del trillado, y del apartado de la paja. Unión con la Fuente Tenemos la respuesta a nuestra necesidad en la visión que Dios vio a Zacarías en el momento de la edificación del segundo templo: “Y me dijo: ¿Qué ves? Y respondí: He mirado, y he aquí un candelabro todo de oro, con un depósito encima, y sus siete lámparas encima del candelabro, y siete tubos para las lámparas que están encima de él; Y junto a él dos olivos, el uno a la derecha del depósito, y el otro a su izquierda.” (Zac. 4:23). No un simple candelero, sino un candelero unido a una inagotable fuente de aceite— aceite de oliva—aceite de la cabeza principal y de la fuente. Dios mostró a Zacarías que los “olivos” eran los hijos del aceite, los ungidos. Era Cristo, pero era Cristo junto a sus muchos hermanos. Eran hijos del aceite, hijos de la unción—y a través de ellos había una inagotable provisión de aceite del candelero de Dios. Dios ha concedido a Sus siervos verdaderos dones y ministerios espirituales, pero no se para ahí. Son un pueblo que por causa de Su poder preparador, han experimentado Su camino y están caminando por Su camino, y están indicando a otros Su Camino. Hay una inagotable provisión de aceite—pero tienes que comprarlo por ti mismo. No puedes prestarlo de tu líder, de tu pastor, de tus maestros. Y cuando lo halles (o más bien a Él), no puedes venderlo a nadie más. No puedes delegarlo a otros. No puedes darlo aunque desees fervientemente compartirlo con otros. Uno debe andar con Él y aprender Sus caminos—escuchando Su voz y haciendo Su voluntad. Asociarte con los ungidos de Dios no es suficiente. Al ministrar ellos desde el corazón de Dios, querrán llevarte a esa unión con Cristo porque saben que no estarás preparado para avanzar en esta hora de la medianoche para encontrarte con el Esposo a menos que entres en esta unión vital con Aquel que es la Fuente. Tienes que comprar el aceite por ti mismo, si es que quieres tenerlo. Y tendrás que comprarlo ahora. En la medianoche, que está muy cerca, no tendrás oportunidad para comprarlo. ¿Cuál es el precio? ¿Cuál es el precio? Sería difícil para mí decirlo explícitamente. Pero el Señor te lo va a mostrar si realmente quieres conocer y pagar el precio. La etiqueta del precio no es conforme al valor del aceite, porque esta provisión inagotable no vale dinero ni tiene precio realmente. Pero si hay una etiqueta de precio y tendrás que descubrirla por ti mismo. Puede ser alguna cosa terrenal insignificante que haya cegado tus ojos a las verdaderas riquezas. Pero también podría ser un cierto grado de logro espiritual al que detestes renunciar para poder tener Su plenitud. Incluso podría ser un ministerio, grande o pequeño—lleno de verdad, lleno de aceite, lleno de bendición—pero que saldrá en la oscuridad de la noche si no lo entregas por completo a Él por el precio del supremo llamamiento de conocerle. La etiqueta del precio simplemente revela la pequeñez de tu propio corazón y la lucha por la que hay que pasar para poder recibir las riquezas de Su gracia. Podría ser cualquier cosa—pero tiene que ser todo. Porque solo al abandonarlo todo lo que tenemos, que podemos recibirlo todo de Él. Estas bendiciones y dones, estas capacidades son solo manifestaciones de Él mismo. Son buenas pero solo pretenden
llevarnos hacia Él, a la plenitud, a la Fuente principal. Si fallan en esto, pronto se secarán y morirán. “Escudríñanos, Oh Señor, y conócenos. Pruébanos y conoce nuestros pensamientos. Sigue enviando tu Palabra a nuestros corazones para que tu pueblo pueda vender todo lo que tenga rápidamente y comprar esta preciosa e inagotable provisión de aceite. Porque ciertamente la noche se acera. Y muy pronto tendremos que salir al encuentro del Esposo bajo la iluminación, la unción y la dirección de Tu Espíritu”. Cuando Jesús vino la primera vez, fueron precisamente los que disponían de abundante conocimiento de las Escrituras los que no le reconocieron—mientras que los corazones humildes y de baja condición estaban preparados para verle. ¿No podemos aprender de lo que sucedió en Su primera venida al esperar Su segunda venida? Es evidente que va a haber manifestaciones externas muy repentinas y dramáticas en Su segunda venida. Pero también es evidente que habrá aspectos de Su manifestación que solo reconocerán aquellos que tengan ojos para ver y oídos para oír. Pablo vio al Señor en tal esplendor de Su gloria que se quedó ciego. Pero los compañeros que viajaban con Él no vieron nada y solo pudieron escuchar sonidos ininteligibles. Y sin embargo todo sucedió al mismo tiempo y en el mismo lugar. Se que esto no fue en la primera venida del Señor. Ni tampoco en Su segunda venida. ¡Pero Pablo lo vio! Fue una aparición del Señor tan real como Su aparición a Pedro, a Santiago y a Juan y a los otros discípulos (1ª Cor. 15:58). Cinco vírgenes Le vieron y caminaron en Su presencia, mientras que las vírgenes insensatas no Le vieron. Él viene como “ladrón en la noche” a los que no están caminando en la luz—sino en el brillo de Su gloria a los que si están caminando en la luz (1ª Tes. 5:2,4). Estas cosas pueden ser muy inquietantes para las mentes teológicas, porque la teología debe estar preparada para arreglar las Escrituras de modo que puedan establecer con precisión la forma en que será la venida del Seor. Pero Dios no se revela a Sí mismo de esta forma. En todas las parábolas, en todas las exhortaciones en las epístolas, hay tanto ánimo como advertencia al pueblo de Dios: que Él puede aparecer en cualquier momento, y que los que Le vean cuando se manifieste serán los que hayan estado buscándole, esperándole y deseándole (lee Mat. 24:44; 25:10; 1ª Tes. 1:10; Tit. 2:13: Heb. 9:28; 1ª Juan 3:2,3). Pero no quiere decir que todo lo que tenga que ver con la segunda venida tenga que tener lugar en un mismo momento en el marco del tiempo. Se necesitaron 33 años para el cumplimiento de todas las profecías en relación con Su primera venida. Y no tenemos forma de saber cuántos años pueden pasar para que el cumplimiento de todos los aspectos de Su segunda venida sean revelados. Pero recordemos que los que Le buscaron intensamente y cuyos corazones estaban preparados, Le vieron en el Día de Su manifestación, simplemente porque estaban caminando con Dios y porque tenían ojos para ver lo que el mundo no podía ver. No podemos dejar de reconocerle si estamos buscándole constantemente. Y Dios nos libre de que cualquiera de nosotros sea hallado en compañía de los que andan por ahí dando conferencias sobre hermosas tablas en relación con la segunda venida, mientras la esposa de Cristo esté festejando con Su Señor “en la cena de bodas del Cordero”. Capítulo 4 La Consagración del Sacerdote
Coronado con Aceite – George H. Warnock
CAPÍTULO 4 LA CONSAGRACIÓN DEL SACERDOTE “Toma a Aarón y a sus hijos con él, y las vestiduras, el aceite de la unción, el becerro de la expiación, los dos carneros, y el canastillo de los panes sin levadura” (Lev. 8:2). Aarón no entra lleno de valor en el santuario jactándose: “Nací sacerdote, tengo derecho de estar aquí”. Es cierto, nació para ser sacerdote. Y del mismo modo nosotros nacimos en la familia de Dios para ser “real sacerdocio” y para ofrecer “sacrificios espirituales” a Dios. Pero si nacemos para ser sacerdotes, también nacemos para estar consagrados al Señor, para conocer el sacrificio, para conocer la purificación, para estar totalmente separados para Dios, para ser Su Santo Templo en la tierra. Consideremos algunas de las cosas que había que hacer para la consagración de Aarón y de sus hijos para el ministerio sacerdotal. Eran lavados con Agua Eran desnudados completamente de sus ropas y lavados con agua pura en el lavatorio (Lev. 8:6). Somos lavados por la sangre de Cristo, eso es cierto. Pero Su sangre fue derramada hace casi 2000 años; y es la Palabra viva de Dios la que ahora contiene los ingredientes de esa preciosa sangre. Jesús dijo, “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (Juan 15:3). Del mismo modo que para la limpieza del leproso había una vasija que contenía el agua viva que había que mezclar con la sangre del ave expiatoria, así la palabra viva que es ahora traída a nosotros por el Espíritu, contiene y nos ministra la eficacia de la sangre de Cristo (Lee Levítico 14:5 7). “Este es el que vino mediante agua y sangre, Jesucristo; no sólo con agua, sino con agua y con sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.” (1ª Juan 5:7). ¿Qué clase de agua? La palabra, pero la palabra viviente—la palabra que Él era, la palabra que Él les dio. La palabra sobre la sangre del Nuevo Pacto. La palabra en relación con seguirle, con tomar la Cruz, con aborrecer nuestras vidas y perdernos por Su causa, la palabra en relación con caminar en abnegación total y de permanecer en unión con la Vid. Fueron vestidos con nuevas vestiduras “Y puso sobre él la túnica, lo ciñó con el cinturón, lo vistió con el manto y le puso el efod; y lo ciñó con el cinto tejido del efod, con el cual se lo ató.” (Lev. 8:7). Desligados de las viejas vestiduras, lavados en el lavatorio, y después vestidos con vestiduras especialmente para ellos, “para gloria y hermosura” (Éxodo 28:2). No fueron simplemente lavados y revestidos con sus viejas vestiduras. Ni siquiera con vestiduras limpiadas a conciencia en la tintorería. Tenían que ser nuevas vestiduras, vestiduras sacerdotales. Eran vestiduras de Su propio diseño, “para gloria y para hermosura”— vestiduras que mostrarían la gloria del Señor y la hermosura de Su santidad. Estas vestiduras eran hechas de forma intrincada y preparadas conforme a la artesanía de hombres que tenían la sabiduría de Dios. Nuestra ropa nueva es conforme a las operaciones y los tratos de Dios. Había un pectoral, un efod, una capa y una túnica bordada, una mitra y un cinto” (Éxodo 28:4). Después, sobre los dos hombros de la prenda llamada “efod”, parecida a un chaleco, había “dos piedras” en las que iban
grabadas los nombres de los hijos de Israel (Éxodo 28:11). De modo que cuando Aarón se ponía delante del Señor, llevaba de hecho “los nombres de los hijos de Israel delante del Señor sobre Sus dos hombros” (v. 12). La coraza de Justicia Ahora bien, una pieza llamada “pectoral de juicio” se abrochaba al efod—también hecha de de “obra ingeniosa”, y se abrochaba al efod con cadenas de oro, una especie de delantal. Sobre el pectoral había cuatro filas de piedras preciosas, tres en cada fila, en total doce piedras, cada una de ellas representando a cada una de las tribus de Israel. Era llamado pectoral de juicio porque como Aarón estaba delante del Señor, llevaba “el juicio de los hijos de Israel sobre su corazón delante del SEÑOR” (Éxodo 28:30). Sobre sus hombres llevaba los nombres en el lugar del poder y de la fuerza. Pero sobre su corazón llevaba los nombres en el lugar del amor y de la misericordia. Se denominaba la coraza de juicio porque todo lo que nuestro Sumo Sacerdote hace en los cielos en la administración de Su sacerdocio, lo hace en rectitud y en justicia, así como en amor y en misericordia. Sabemos que cuando Dios condena, o si condena, lo hace porque es un Dios justo y santo. Pero nos damos cuenta de que cuando Él nos justifica, lo hace también porque Él es santo y justo. Cristo murió porque nos amaba. Pero la justificación es un término legal. Dios nos justifica como Juez justo. Aarón estuvo delante del propiciatorio con la coraza de justicia atada al efod. Consideremos el propiciatorio en el entorno del Nuevo Testamento. “Siendo justificados gratuitamente por su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió públicamente como propiciación por su sangre a través de la fe.” (Rom. 3:24,25). La palabra “propiciación” es traducida como “propiciatorio” en Hebreos 9:5; y esto se refiere a la tapa sobre el arca del pacto, ante la que el sumo sacerdote permanecía el día de la expiación, cuando entraba en el Lugar Santísimo. Es ahí donde él rociaba la sangre expiatoria a favor de los hijos de Israel. Ahora Cristo nuestro Propiciatorio declara que Dios es justo al remitir nuestros pecados: “como demostración de su justicia, porque en su tolerancia, Dios pasó por alto los pecados cometidos anteriormente” (Rom. 3:25). Dios perdonó y remitió los pecados pasados de Su pueblo por causa de los sacrificios que ellos traían. ¿Pero como podría verse a Dios como a un Dios justo, al aceptar la sangre de un animal por el pecado del hombre contra su creador? Pablo nos recuerda que era por causa de la tolerancia de Dios que Él podía remitir los pecados, puesto que Él mismo esperaba el día de la Cruz, cuando Él sería completamente vindicado y declarado justo al aceptar los sacrificios de toros y cabras que jamás podían quitar los pecados. Pero el apóstol va más allá: “Con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.” (Rom. 3:26). ¿Podemos alcanzar a entender el significado de esto? Somos salvos por el amor y la misericordia de Dios, esto es verdad. Pero Dios quiere que sepamos que en virtud de la Cruz, somos justificados o declarados justos por decreto justo del Juez del Cielo. Ningún juez terrenal podría hacer algo así. Pero si lo hiciera, ¿Cómo podría mostrarse justo al hacerlo? Pero así de maravillosos y de inescrutables son los juicios de Dios, así de grande y de efectiva fue la obra de la Cruz, que cuando Dios el Juez declara justo al creyente pecador, precisamente mediante esta misma declaración, Él se está revelando a sí mismo totalmente justo y recto. Y así, el salmista dice: “La misericordia y la verdad se encontraron; La justicia y la paz se besaron.” (Salmos 85:10).
¿Dónde sucedió esto? ¡En el propiciatorio! Y por eso en cada extremo del propiciatorio en el Antiguo Testamento había figuras de querubines, hechas de oro sólido—una en frente de la otra, pero mirando hacia la sangre rociada del sacrificio. La Misericordia y la verdad se unieron. Los querubines que un día fueron puestos en la entrada del Edén para impedir al hombre acceso a la presencia del Dios santo contra el que había pecado—están ahora en el propiciatorio para dar otra vez la bienvenida al hombre pecador a la presencia de Dios. Esta es la verdad que hizo que el mundo ardiera durante la Reforma, cuando Dios por Su Espíritu comenzó a alumbrar la luz de la verdad de la “justificación” que había sido casi completamente oscurecida de los ojos de los hombres y estorbada por la esclavitud y el ritual religiosos. “El justo vivirá por la fe” era la palabra que Dios hizo viva a Martín Lutero. Sólo Dios por Su Espíritu Santo puede hacer que esto sea una revelación viva en los corazones y las mentes de los hombres. Y necesitamos esta revelación si vamos a caminar en la justicia de Cristo. Necesitamos saber que estas vestiduras de Su justicia son nuestras gratuitamente si vamos a tener fe para ponérnoslas y llevarlas. El Acusador de los Hermanos Ahora bien, Cristo es nuestro Sumo Sacerdote, el que lleva nuestros nombres delante del trono del juicio en los Cielos, recomendándonos ante Dios y Su Santa presencia. Pero hay uno que persiste en acusarnos delante de Dios cuando tiene y si tiene la oportunidad. “Me mostró al sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del ángel de Jehová, y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle. Y dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado del incendio? Y Josué estaba vestido de vestiduras viles, y estaba delante del ángel” (Zac. 3:13). Podemos estar seguros de que cuando el pueblo de Dios se ponía manos a la obra en la tarea de restaurar el sacerdocio, habría contratado a los mejores sastres en Israel para confeccionar esas vestiduras sacerdotales. Podemos estar seguros de que fueron limpiados y purificados. Pero Zacarías era un profeta, y Dios le estaba mostrando al sumo sacerdote, tal y como Él lo veía. Dios veía “vestiduras viles”, y esto daba a Satanás ocasión para acusarle delante de Dios. Pero una palabra de Dios era suficiente para silenciar al Acusador: “Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado del incendio?” Una palabra de reproche de nuestro intercesor en los cielos es todo lo que se necesita para “purgar nuestra conciencia de obras muertas para que sirváis al Dios vivo”.”¿Quién es el que condena? Cristo Jesús es el que murió, sí, más aún, el que resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.” (Rom. 8:34). Nos gloriamos en el hecho de que Dios nos ha justificado gratuitamente por Su gracia. Pero Dios no nos da vestiduras santas para que las veamos y las admiremos. “Y éste habló, y dijo a los que estaban delante de él: Quitadle las ropas sucias. Y a él le dijo: Mira, he quitado de ti tu iniquidad y te vestiré de ropas de gala.” (Zac. 3:4).
Quita y Pon ¡Se trata de un cambio de vestiduras, amados! No las viejas vestiduras lavadas y vueltas a poner. No se trata de un refinamiento de nuestra naturaleza. No se trata de tu elocuencia refinada y dada a Dios. Tampoco se trata de tus talentos musicales refinados y dados a Dios. Ni tu capacidad ejecutiva, tus talentos profesionales y empresariales, refinados primero y dados a Dios. No son las viejas vestiduras en absoluto, sino las nuevas, para gloria y hermosura. “
Pero ahora desechad también vosotros todas estas cosas…, y os habéis vestido del nuevo hombre, el cual se va renovando hacia un verdadero conocimiento, conforme a la imagen de aquel que lo creó.” (Col. 3:810). Si, tenemos nuestras propias personalidades distintas de nacimiento. Pero no sigamos excusándonos. “Bueno, así es como soy”. Puede que sea cierto. ¿Pero es así como Dios quiere que seamos? Dios nos hace como somos para poder se recreados en lo que Él quiere que seamos. Hace la flor para que se convierta en el fruto. Hace al gusano para que se convierta en la mariposa. Quiere cambiarnos. No quita de nosotros nuestra personalidad particular. Pero quiere producir algo completamente nuevo. Quiere producir una revolución en nuestras personalidades para que lo que Dios ve, y lo que nosotros vemos, y lo que el mundo vea sobre nosotros—sea una Nueva Creación. Como “escogidos de Dios”, Él quiere revestirnos de “misericordia, benignidad, humildad de mente, mansedumbre, paciencia, de capacidad para soportarnos y perdonarnos unos a otros… como Cristo nos perdonó.” (Col. 3:12,13). Qué esencial es que los que profesamos funcionar en el ministerio sacerdotal lleguemos a ese punto de entrega total al Señorío del Espíritu de Dios en nuestras vidas. Porque solo el Espíritu de Dios puede capacitarnos para ministrar justicia a Su pueblo. No podemos quitarnos las “vestiduras viles” solo diciendo, “¡Me las quito!”. Sólo la “ministración del Espíritu” puede hacer eso (2ª Cor. 3:6). No es sorprendente que haya tanta muerte en medio de nosotros. Las formas pueden estar ahí: la alabanza, la adoración, la predicación, la enseñanza—pero si el Espíritu de Dios no está alcanzando hasta el corazón de Dios y tomando las cosas de Cristo para “mostrárnoslas” a nosotros—a pesar de nuestra justicia de verdad y de doctrina, no habrá una ministración vital del Espíritu de Cristo en medio de nosotros. Una mitra santa y una Corona de Oro “Después puso la mitra sobre su cabeza, y sobre la mitra, en frente, puso la lámina de oro, la diadema santa, como Jehová había mandado a Moisés.” (Lev. 8:9). Coronado con una lámina de oro, y sobre la lámina, las palabras grabadas: “Santidad a JEHOVÁ”. “Y estará sobre la frente de Aarón, y llevará Aarón las faltas cometidas en todas las cosas santas” (Éxodo 28:38). Ahora bien, Aarón no estaba jactándose en cuánto al hombre tan santo que él era. En lugar de eso, esto es lo que estaba diciendo: “Estoy completamente consagrado al
servicio de Dios—mi mente, mis pensamientos, mi estilo de vida por completo, esta consagrados a los santos caminos de Dios. Y no es por causa mía que lo hago, sino por Su causa y por causa del pueblo de Dios, Israel. Es su iniquidad la que yo llevo, para que puedan conocer la salvación de Dios.” Era una confesión que por causa de su alto llamamiento, estaba totalmente entregado a Dios, a Sus propósitos y al ministerio del Santuario. Jesús dijo: “Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.” (Juan 17:19). Ungido con Aceite santo “Derramó del aceite de la unción sobre la cabeza de Aarón, y lo ungió para santificarlo.” (Levítico 8:12). Cuando David vio al pueblo de Dios reunido en adoración, fue inspirado a decir: ¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras.” (Salmos 133:1,2). ¡Si los sacerdotes de Dios descubrieran que somos participantes de la “misma unción” con la que nuestro Sumo Sacerdote es ungido! ¡Y que solo participamos de esa misma unción cuando estamos revestidos de sus vestiduras santas! ¡Que Dios no unge nuestra naturaleza carnal, ni nuestras palabras carnales, sino solo las vestiduras de Cristo mismo! ¡Y que solo participamos de esta unción cuando las gotitas de este aceite fluyen sobre nosotros desde la barba del Anciano de Días en los cielos! “Por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros.” (Heb. 1:9). El carnero de la consagración Había dos carneros para ofrecer, uno como holocausto y el otro como el carnero de las “consagraciones”. (Lev. 8:18,22). El holocausto es principalmente una ofrenda de la voluntad; por cada servicio a Dios debemos proceder de una entrega a hacer Su voluntad y no la nuestra. “Lo ofrecerá; de su voluntad…” (Lev. 1:3). Es la ofrenda de Cristo la que supera y sustituye a todas las otras ofrendas: “Sacrificio y ofrenda no te agrada; Has abierto mis oídos; Holocausto y expiación no has demandado. Entonces dije: He aquí, vengo; En el rollo del libro está escrito de mí; El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmos 40:68). La ofrenda del “carnero de las consagraciones” era una ofrenda de un orden más alto que los holocaustos en general. En esta ofrenda, Aarón y sus hijos eran consagrados por sangre y después por aceite:
“Tomó Moisés de la sangre, y la puso sobre el lóbulo de la oreja derecha de Aarón, sobre el dedo pulgar de su mano derecha, y sobre el dedo pulgar de su pie derecho.” (Lev. 8:23,30). Sangre sobre la oreja, para que pudieran escuchar con oídos que han sido limpiados, purgados y avivados para conocer Su voz. Sangre sobre el dedo pulgar, para que las obras de sus manos puedan ser las obras de Cristo y no las suyas propias. Sangre sobre el pulgar del pie parea poder caminar por camino puro y santo.
Y después las mismas vestiduras eran rociadas con sangre y aceite, para que pudieran ser completamente santificadas para el ministerio del sacerdocio. De modo que tenemos de nuevo los tres testigos: lavados en agua pura, para poder ser vestidos con las vestiduras de gloria y hermosura. Consagrados por la sangre y ungidos por el aceite. No había limpieza en el lavatorio mismo—no es por la letra de la palabra, sino por la palabra viva, por el agua mezclada con la sangre. “El Espíritu es el que da testimonio; porque el Espíritu es la verdad.” (1ª Juan 5:6). Podemos hablar mucho, predicar mucho, tener mucha enseñanza de la palabra, y podemos tener los hechos sobre la redención y la sangre. Pero que Dios cierre nuestras bocas y que perezca nuestro testimonio de la tierra si el Espíritu de Dios no da testimonio de lo que estamos diciendo y haciendo. Porque sólo Él es Verdad. Sólo Él es el Testigo Fiel y Verdadero en la tierra, como Cristo lo es en los Cielos. Capítulo 5 Ingredientes del Aceite Santo
Coronado con Aceite – George H. Warnock
Capítulo 5 Ingredientes del Aceite Santo Hemos hablado del aceite del candelero que daba luz en el santuario. Pero ahora queremos hablar de los ingredientes del aceite de la unción que se usaban para la unción del sacerdocio y del tabernáculo. “Tomarás especias finas: de mirra excelente…, y de canela aromática…de cálamo aromático…, de casia… y de aceite de olivas... Y harás de ello el aceite de la santa unción.” (Éxodo 30:2325). (1) Mirra excelente (también traducida como “mirra líquida”). La mirra era una resina olorosa que rezumaba el arbusto de la mirra. Pero era “amarga”, y eso es exactamente lo que significa la palabra “mirra”. Como recordarás, la mirra era uno de los dones que los sabios trajeron a Jesús en Su nacimiento. Porque había de ser “varón de dolores” en Su vida y en Su muerte. Su verdadero gozo brotaba de la obediencia a Su Padre Celestial, y en Su relación permanente con Él. Él no se gloriaba en Su ministerio, en Sus obras, en Sus logros—daba toda la gloria al Padre que era quién hacía todas Sus poderosas obras por medio de Él. ¿No nos hemos preguntado a veces como es posible que hombres que han tenido una gran unción, hayan carecido de la gracia y de la hermosura del Espíritu en sus vidas? Es porque han rehusado permitir que la mirra se mezcle con el aceite en los laboratorios de Dios. El camino del discipulado ha sido pervertido para significar simplemente el llegar a someterse a algún ministerio o alguna clase de sistema de iglesia. Los hombres simplifican el camino del discipulado eliminando la mirra. Simplemente sujétate a nuestra “cobertura”. Simplemente involúcrate en nuestro “orden de iglesia”. Simplemente reconoce a “nuestro profeta” o a “nuestro apóstol”, si quieres ser un verdadero discípulo. Pero a pesar de todas las garantías que ellos puedan darnos, el camino del discipulado demanda tanto hoy como cuando Jesús advertía a Sus discípulos: “El que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo…” “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.” (Lucas 14:27.33). (2) Canela Aromática. La canela dulce era de la corteza del arbusto de la canela y tenía una cierta dulzura aromática. El significado raíz de la palabra es “erigir” o “estar en pie”. El aceite santo, si está compuesto verdaderamente por el boticario, hará que el pueblo ungido de Dios ande rectamente, camine en verdad. Del Hijo ungido dice que “has amado la justicia y aborrecido la iniquidad”. Nos gloriamos en la justificación—en la justicia imputada de Cristo que recibimos por la fe. Pero si verdaderamente recibimos esta justicia y caminamos en ella, vamos a aborrecer la iniquidad. Estas dos cosas se excluyen mutuamente. La verdad y el engaño no pueden coexistir. La justicia y la iniquidad no pueden coexistir. Una cubrirá a la otra y terminará por excluirla. No es difícil discernir un montón de moscas muertas en la unción hoy día. “Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista” (Eclesiastés 10:1).
(3) Cálamo Dulce. La palabra “cálamo” ha sido traducida como “vara” o “bastón”, y una vez como “rama” (para las ramas del candelero). (Lee Isaías 42:3; 43:24; Éxodo 25:33). Y así como Juan el Bautista (que parecía ser una rama sacudida por el viento”), el cálamo dulce es una vara de fortaleza, un canal, una rama por la que el aceite puede fluir. Es la misma palabra que se utiliza para el “tallo” sobre el que se forman y maduran los granos de maíz (Lee Génesis 41:5). Un tallo alargado, aparentemente sin ningún valor en particular; pero la vida fluye por él y hace que crezca el fruto y que madure. No hay nada pretencioso al respecto. “No busca lo suyo”. Simplemente quiere ser un canal para el aceite, el tallo por el que pueda fluir la vida para producir el fruto del Espíritu y para producir la vida de Cristo en otros. Pablo llevaba consigo un “tesoro” en “vasos terrenales”. La razón era para que la “excelencia del poder fuera de Dios, y no de nosotros”. (2ª Cor. 4:7). Una vara en mano de Moisés mientras cuida de las ovejas en Madián se convierte en “la vara de Dios” cuando viene delante de Faraón. El cayado del pastor se convierte en un cetro de poder y de autoridad. “Una vara sacudida por el viento” golpea con temor en el corazón de un poderoso y malvado Faraón. Un hombre esposado hace que otro gobernador “tiemble”. En Su juicio, los soldados tejen las zarzas para convertirlas en una corona de espinas y para ponérsela en la cabeza a Jesús, colocando una vara endeble en Su mano y aclamándole “Rey de los Judíos” en tono burlesco. Pero en la sabiduría de Dios y en la sabiduría de la Cruz, esa “vara” se convierte en Su cetro de dominio real sobre toda la creación. La corona que Él llevó se convierte en la corona del Rey ungido que reina eternamente sobre la colina de Sión, Rey de reyes y Señor de señores. ¿Cómo entonces los reyes y señores inferiores del Reino de los Cielos se jactan de cetros de vara de hierro y de coronas de oro? Parece que pensaran que Jesús se convirtió en el Cordero para que ellos pudieran convertirse en leones. Que Jesús tomó forma de “siervo” (esclavo) para que ellos pudieran tomar forma de reyes. (4) Casia. La casia era también la corteza de un arbusto. Y su significado raíz es “marchitado”. Procede la misma raíz que la palabra “postrarse” cuando se refiere al siervo de Abraham postrando su cabeza y adorando al Señor en humildad de corazón (Gén. 24:26). Es también la palabra utilizada para “espalda encorvada”, cuando David se humilló en reverencia delante de Saúl (1ª Samuel 24:8). La carne puede producir una humildad burlona y legalista. Pero estamos hablando de un verdadero temor y adoración reverencial, inherentes en el aceite de la unción de los laboratorios de Dios. La risita atolondrada y el gozo en muchos de nuestros lugares de “adoración” no tiene nada que ver con la unción santa. La felicidad, el gozo y el entretenimiento casi han desplazado a la casia de la casa de Dios. Todo este entretenimiento musical profesional que tenemos hoy día no tiene nada que ver en absoluto con la verdadera unción. La verdadera unción es principalmente un estado de ser, no un acto que obras en el momento del servicio religioso. Jesús habla sobre los “verdaderos adoradores”, y no meramente sobre el acto de la adoración. Sólo cuando te conviertes en un adorador puedes verdaderamente “adorar al padre en Espíritu y en verdad” (Juan 4:23). Busquemos ministrar a Cristo, para que los hombres se conviertan en adoradores, en lugar de tratar de estimular la “adoración” en un servicio religioso. ¿Sabías que la primera mención de la palabra “adoración” en la Biblia tiene que ver con la ofrenda de Isaac sobre el altar de Moriah? La verdadera adoración
es simplemente eso: darlo todo a Dios en entrega total. Le das gloria, honra y acción de gracias en la alabanza; pero en la adoración hay un “postrarse” delante de Él en entrega total a Su Señorío. Y así, después de exaltar al Señor con el cántico, la alabanza y la gratitud, el salmista prosigue y clama por la adoración: “Venid, adoremos y postrémonos; Arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor.” (Salmos 95:6). La verdadera adoración lleva a una entrega total a Su voluntad. La verdadera adoración suaviza el corazón para que podamos oír Su voz y nos condiciona a caminar en línea con Dios. Dios, oramos, mézclanos con la casia de Tus tratos llenos de gracia para que podamos conocer la plenitud del aceite de Tu unción. (5) Aceite de Oliva. El aceite de oliva es usando constantemente en las Escrituras como un tipo del Espíritu Santo. Pero el aceite de la unción se mezcla con todos estos ingredientes que hemos mencionado para describir más claramente los atributos del Espíritu de Dios, cuya presencia en nuestras vidas hará extender la fragancia de Cristo. Él viene a nuestras vidas para hacer real a nosotros al Señor Jesús, y para brillar desde nuestras vidas en la hermosura de la santidad. El Arte del Perfumista ¿Entendemos ahora la razón por la qué los hombres pueden ser ungidos de Dios y aún así, faltarles la gracia, la santidad, la hermosura de Cristo? Es porque no han conocido los procesos de Dios en Sus laboratorios divinos. ¡Como hemos tratado de tomar los ingredientes de Su gracia y mezclarlos en nuestras vidas para que las virtudes de Su propio carácter y excelencia puedan fluir! ¡Y como hemos fracasado estrepitosamente! Ahora entendemos por qué. No hemos estado dispuestos a sufrir la mezcla de las virtudes de Cristo según el “arte del perfumista”. Sólo Dios conoce el secreteo de este arte “maravilloso”. Pero Él comparte Sus secretos aquí y ahí cuando estamos dispuestos a someternos a Sus caminos. Y al hacerlo, descubrimos que la unción es más fragante, más agradable a los ojos de Dios, y más edificante a las vidas de Su pueblo. La amargura de la mirra quita la amargura de circunstancias, de desengaños del pasado, y de las muchas heridas echas a nosotros en las batallas de la vida. Hay una fragancia y una dulzura de nuestras vidas que no habríamos conocido a menos que nos hallásemos a nosotros mismos aplastados y pulverizados en los morteros del perfumista de Dios. Descubrimos que la rama golpeada de nuestro cálamo nunca está realmente rota, que el lino humeante no está apagado. Más bien, Dios nos ha llevado por este camino para prepararnos para una unción mucho más rica, una unción mucho más pura, un aceite santo que coronaría nuestras cabezas con virtudes sacerdotales y ministerio sacerdotal en la casa de Dios. Y así, continuamos orando: “Señor, mézclanos en tu laboratorio Divino. Añade todas las gracias y virtudes de Tu Espíritu en nuestras vidas y mézclanos en tu aceite santo conforme a tu propio are y sabiduría, aunque tus caminos parezcan ser muy amargos—para que mezclado con los sufrimientos de Cristo y con la fragancia de Tu propia naturaleza, podamos descubrir la corona del ministerio sacerdotal. No nos des el poder que ejercen los gobernadores de los gentiles, para enseñorearse de otros. Danos genuino poder espiritual con los hombres y con Dios—poder sacerdotal para poder gobernar sobre los inquietos corazones de los hombres por medio de una ministración de tu gracia, paz, verdad y amor.”
Las Restricciones del Sacerdocio Hay muchas restricciones puestas sobre el sacerdocio y la razón es muy clara: “Porque la consagración por el aceite de la unción de su Dios está sobre él.” (Lev. 21:12). Estamos restringidos por causa del aceite de la unción. La unción no nos da libertad para hacer como nos parezca. Dios nos haga saber que la corona de aceite es una corona que nos confina al santuario. “Ni saldrá del santuario”. Perezca el pensamiento de que por tener la unción, la “libertad del Espíritu” nos da libertad para hacer nuestra propia obra, para magnificar o agrandar nuestro ministerio, para ir y venir, hablar o ministrar como consideremos. Ni tampoco significa que nos hacemos miembros del clero, o que nos confinamos en un claustro. El aceite santo es para todo el pueblo de Dios. Porque este santuario vivo en el Nuevo Pacto no es ninguna clase de sistema religioso—ni tampoco un edificio que haya sido dedicado para la gloria de Dios. El pueblo de Dios es Su santuario; y la santa presencia de Dios es el lugar donde nos sentamos delante de Él para habitar en Su Templo. Y aquí es donde descubrimos la revelación de Su corazón por el Urim y el Tumim. Puede ser en tu trabajo o en tu negocio, en la fábrica o en la granja, en el campo o en las calles. Los santos sacerdotes de Dios han de permanecer en el santuario todo el tiempo, incluso al caminar en medio de los hombres. Aún más, debemos saber que no ministramos como sacerdotes a menos que estemos delante del propiciatorio en los lugares celestiales. Debemos llegar a estar completamente enfocados en el cielo, llevando la mitra santa sobre nuestras cabezas, y la corona de “santidad al SEÑOR”, si es que vamos a ser de alguna valía terrenal aquí, en medio de los hombres. No Somos parte del Sistema de la Ramera “No tomará viuda, ni repudiada, ni infame ni ramera, sino tomará de su pueblo una virgen por mujer” (Lev. 21:14). Pablo dijo, “Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo.” (1ª Cor. 11:2). Cualquier cosa, cualquier sistema religioso, cualquier ministro, cualquier apóstol, cualquier profeta—que se entreponga entre tú y Cristo, Dios no lo aprobará. El verdadero ministerio es para este propósito: asegurar que el pueblo a quien ministramos esté completamente consagrado a Cristo y no a nosotros ni a cualquier sistema religioso. El ministerio no ha de erigirse como un mediador entre el pueblo de Dios y el Señor, o por encima de ellos—sino a ser uno con ellos en relación mutua con Cristo. El Sacerdocio debe ser sin defecto “Ninguno de tus descendientes por sus generaciones, que tenga algún defecto, se acercará para ofrecer el pan de su Dios...” (Levítico 21:17). ¿Quién está preparado? ¡Solamente Cristo está preparado! Y Él lleva la “iniquidad” de un pueblo santo sobre Su corazón para que Él pueda limpiarlos y perfeccionarlos, para que también ellos puedan estar preparados en unión con Él.
“Porque ningún varón en el cual haya defecto se acercará; varón ciego, o cojo, o mutilado, o sobrado, o varón que tenga quebradura de pie o rotura de mano, o jorobado, o enano, o que tenga nube en el ojo, o que tenga sarna, o empeine, o testículo magullado. Ningún varón de la descendencia del sacerdote Aarón, en el cual haya defecto…se acercará.” (Levítico 21:18.21). ¡Qué nivel tan alto! ¡Qué enferma y deformada está la Iglesia de Jesucristo! Pero Su cuerpo fue roto y Su sangre derramada para que podamos ser sanados. Él fue cegado con la sangre que emanaba de Su frente para que nosotros podamos ver. Él fue hecho cojo por los clavos en Sus pies para que nosotros podamos caminar por caminos de verdad y de justicia. Su talón fue herido para que por Su talón herido nosotros podamos herir la cabeza de la Serpiente y ser libres. Le rompieron los pies y las manos con calvos crueles (aunque no fue roto ningún hueso suyo) para que nosotros podamos caminar en justicia y usar nuestras manos para Su gloria. “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido” (Isaías 53:4). Él sufrió todo esto para que nosotros, que estamos familiarizados con muchas enfermedades y aflicciones, tanto físicas como espirituales, podamos ser sanados; para que nosotros, Sus hermanos, Sus hijos, podamos ministrar con Él en el santuario celestial, coronados con una plancha de oro de “Santidad al SEÑOR”, y con una corona de aceite de unción sobre nuestra frente. Restricciones del aceite santo Hemos hablado un poco sobre las restricciones del sacerdocio. Ahora queremos hablar sobre las restricciones del aceite de la unción; porque fue por causa del aceite santo que Dios puso estas prohibiciones sobre nosotros. (1) El aceite no es para la carne “Sobre carne de hombre no será derramado, ni haréis otro semejante, conforme a su composición; santo es, y por santo lo tendréis vosotros.” (Éxodo 30:32). Hemos mencionado algunas cosas en esta línea cuando hablábamos de la consagración del sacerdote. Dios no derramará Su aceite santo sobre carnalidad. Los sacerdotes de Dios deben despojarse de sus vestiduras sucias y ser lavados en el agua pura del lavatorio. Esta vasija para el lavamiento estaba en la puerta del lugar santo. Aquí, delante de Moisés y de Dios solamente, los sacerdotes se desnudaban, no delante de los ojos de la nación que estaba acampada fuera de la valla de lino. Dios no quiere que Su pueblo mire la desnudez de los pecadores de Dios. Necesitamos recordar esto en este día y hora en que Dios está exponiendo los corazones de los hombres. Pero no nos encojamos de exponernos abiertamente delante de nuestro Mediador en los cielos. Él desea solo poder limpiarnos con agua pura porque Él quiere que entremos al servicio sacerdotal para Él. Hay un solo Mediador, nunca olvidemos eso. Y estemos seguros de que si estamos compartiendo los problemas de otro ministerio sacerdotal, solo podremos funcionar delante de Dios en virtud de la unción del Sumo Sacerdote mismo. Son Sus vestiduras de verdad y de mansedumbre las que debemos llevar. Son sus palabras de consuelo y de perdón las que debemos hablar. Los verdaderos sacerdotes no apartarán la tela de la puerta para exponer a su hermano, como el Cam de antaño. Sino que como Sem y Jafet, cubrirán la desnudez y recibirán la bendición de Dios en su vida por causa de su corazón sacerdotal. Porque Él sabe que si éste se deleita en la caída de su
sacerdote compañero, él será el siguiente en caer. Él sabe que Dios quiere sacerdotes “misericordiosos” que puedan mostrar compasión a los que estén en error. Él sabe que él mismo también está “rodeado de debilidad”—y si no lo sabe, tendrá que descubrirlo antes de poder estar preparado como sacerdote en el santuario de Dios. “Sobre carne de hombre no será derramado.” Los sacerdotes de Dios deben ser lavados y limpiados y después revestidos de vestiduras sacerdotales. Vestiduras de Su justicia. Vestiduras para gloria y hermosura. Vestiduras de “lino fino”. No hemos de llevar puesto nada que produzca “sudor” en la casa del SEÑOR. (Lee Ezequiel 44:17,18). ¡Que terrible sudor producen algunos sacerdotes de Dios al buscar quemarse a ellos mismos por Dios y por sus propios logros! Dios dice, “Veo vestiduras tejidas con telas de araña” y declara: “Sus telas no servirán para vestir, ni de sus obras serán cubiertos.” (Isaías 59:6). Dios está levantando un sacerdocio conforme a Sadoc, que ministrará en verdad y en justicia, y sus vestiduras serán de lino puro, santo y limpio. Sadoc significa “justicia”. El nombre es la última parte de la palabra “Melquisedec” (MelquiSadoc), que significa príncipe de justicia. Estamos hablando de las restricciones del aceite santo. No es para la carne. Es para un sacerdocio cuyas vestiduras sucias le han sido quitadas, que han sido lavados y vestidos con las vestiduras de Su propia justicia. (2) No hay sustituto para la Unción “Ni haréis otro semejante.” (Éxodo 30:32) No debemos intentar hacer que algo sea como lo verdadero. ¡Qué valiente y blasfema se ha vuelto la iglesia en nuestros días! Una cosa es que falte la unción, o que sin saberlo, nos metamos en una unción falsa. Pero hoy día muchos declaran abiertamente que están usando el arte del mimo para mejorar Su adoración en la casa de Dios. ¡Hay profesionales del mimo, de la pantomima, de las marionetas, del teatro, de la magia y de los payasos por todas partes que están enseñando al pueblo a hermosear su adoración! ¡Y todo ello en el nombre de la adoración carismática! ¿Cuánto tiempo todavía ha de pasar hasta que vengas y limpies Tu templo, y “purifiques a los hijos de Leví, los limpies, y los afines como a oro y como a plata, para que puedan ofrecerte una ofrenda en justicia “? (Mal. 3:3). La falsedad, la ficción y los sustitutos en la Iglesia hoy día son increíbles. Pero en todo eso, tiene que haber un velo de gran engaño sobre los corazones de la gente—puesto que muchos creen que esta es la verdadera adoración y la verdadera unción. ¿Es que la Iglesia no se da cuenta de que “anticristo” no significa solo “contra Cristo”, sino que también significa “en lugar de Cristo”? Y Cristo significa el Ungido. ¿Es que no podemos ver que aquel que es “enlugardelaUnción” es realmente “AntiCristo”? Dios, ayuda a Tu pueblo a verte y a ver como ves tu la unción falsificada en medio de nosotros; ¡Porque sólo cuando Te veamos, y comprendamos el dolor de Tu corazón, podremos volvernos de la desviación de nuestros caminos!
El pueblo de Dios solía cantar bajo la unción, alababa en la unción, adoraba en la unción, bailaba delante del Señor en la unción. Pero ahora simplemente lo hacen porque han sido enseñados a hacerlo profesionalmente. ¡Jóvenes, buscad todo aquello que es verdadero en Dios! Puede que sea mucho más difícil de hallar—pero no hay nada comparado con el santo aceite de la unción de Dios. Podréis hacer algo semejante a eso y pasarlo muy bien. Y podréis obtener muchos aplausos de cristianos mentalmente carnales que no saben nada sobre la unción de Dios. Pero todo es “madera, heno y hojarasca” y ascenderá como humo en el Día de Cristo. La Fragancia de lo Real En realidad no necesitas mucho conocimiento bíblico o discernimiento para ver la falsedad de todo ello. El olor es más que suficiente. De Cristo dice: “Has amado la justicia y aborrecido la maldad; Por tanto, te ungió Dios, el Dios tuyo, Con óleo de alegría más que a tus compañeros. Mirra, áloe y casia exhalan todos tus vestidos; Desde palacios de marfil te recrean.” (Salmos 45:7,8). ¡No intentes hacer nada así! Simplemente no huele bien. Desecha tu maquinaria y adora al Señor en la hermosura de la santidad. No necesitas bailarinas ni tampoco instrucciones de coreografía para poder bailar delante del Señor. No necesitas palabras floreadas—deja que tus palabras fluyan desde un corazón que ha tocado al corazón de Dios. Y si levantas tu instrumento o tu voz para expresar Sus alabanzas—que tu cántico sea el cántico del Señor que Le glorifica, y atrae los corazones de la gente hacia Él. Dios no necesita bufones de la corte para divertir Su corazón cargado, ni estarán delante de Él en Sus atrios sacerdotales. (3) Es Santo “Santo es, y por santo lo tendréis vosotros.” (Éxodo 30:32). Es algo consagrado completamente al servicio de Dios, totalmente apartado para Dios y para Sus propósitos. Es Su obra, no la nuestra. Cristo Jesús nos ha sido hecho “sabiduría, justificación, santificación (santidad) y redención” (1ª Cor. 12:30). Dios quiere que demos a Su sacerdocio la misma Unción que Él dio a Cristo, y ser tan santos a nuestros ojos, como a los Suyos. “Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros…” (1ª Juan 2:27). (4) No es para el extraño “Cualquiera que compusiere ungüento semejante, y que pusiere de él sobre extraño, será cortado de entre su pueblo.” (Éxodo 30:33). Es para la familia de Dios: “vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo.” (1ª Pedro. 2:5). Si, nacemos comos “sacerdotes” en la familia de Dios. Pero si vamos a participar del sacerdocio, debemos ser disciplinados. Debemos ser lavados en agua pura,
despojados de las viejas vestiduras y revestidos con las nuevas, además de consagrados al servicio sacerdotal. Debemos conocer las restricciones del aceite santo. Nuestra heredad como sacerdotes no nos da libertad para ser indulgentes en la obra del Señor cuando así lo deseemos, o como lo consideremos oportuno. El aceite de la unción nos confina a Su voluntad. No somos libres para usar unciones sustitutivas—si pensamos que atraeremos a más gente. No podemos usar fuego extraño como Nadab y Abiú, o como nuestros artistas modernos, que usan máquina de humo para imitar la gloria de Dios. No podemos ofrecer incienso extraño para obtener el aplauso de los hombres. ¡Pregunta a Nadab y a Abiú si el hecho de “haber nacido” sacerdotes fue suficiente para prepararlos para el ministerio en las cosas santas tal y como ellos vieran apropiado! Dios se entristeció por causa de la casa de Israel y dijo: “Basta ya de todas vuestras abominaciones, oh casa de Israel; de traer extranjeros, incircuncisos de corazón e incircuncisos de carne, para estar en mi santuario y para contaminar mi casa (Ezequiel 44:7,9). El extranjero en la casa de Dios es el hombre “incircunciso de corazón”. La circuncisión del Nuevo Pacto capacita al hombre para “servir a Dios en el Espíritu y gloriarse en Cristo Jesús, y no tener confianza en la carne.” (Fil. 3:3). Dios dice que Sus sacerdotes deben ministrar conforme “al orden del santuario”. Es desorden si no es el orden de Dios. Es esclavitud de hombre si no es la libertad del Espíritu. El “orden del santuario” determinará la forma y el carácter de nuestras reuniones en Su Nombre. Ahora mismo hay una enorme cantidad de fuego extraño, de incienso extraño y de unción extraña. Pero por causa de que la gloria de Dios ya no está ahí, no hay fuego que salga de la presencia de Dios para poner fin a todo ello. Confinados a la Unción Reconozcamos que es precisamente en las restricciones del aceite de la unción donde descubrimos la verdadera libertad en nuestros espíritus. Porque, ¿Qué hombre es liberado para servir a Dios en la libertad del Espíritu sino aquel que anda en la restricción de la unción? ¿Qué hombre conoce la verdadera libertad sino aquel que se sienta a Sus pies, confinado a Su voluntad? ¿Quién es el que conoce la verdadera libertad sino aquel que entra en el yugo de Cristo? ¿Es que no podemos ver la contradicción gloriosa de pelear la buena batalla para entrar en el reposo de Canaán? ¿De tomar Su yugo para aprender de Él, y hallar descanso para nuestras almas? ¿De convertirnos en esclavos de Cristo para descubrir la verdadera libertad? ¿De entrar en una cárcel de confinamiento para descubrir la libertad de hacer Su voluntad? ¿De convertirnos en prisioneros de Faraón o en prisioneros de Nero—para descubrir que somos libertos del Señor? ¿De experimentar la mirra de la prueba y de la amargura, para que nuestras vidas muestren la fragancia de Cristo? ¿De morir para que podamos surgir en vida?
¿De contar todas las cosas por pérdida “por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús nuestro Señor”? ¡Contradicciones gloriosas! Y gloriosa y santa es la unción que nos confina a la sabiduría escondida y nos libra de la sabiduría de este mundo— Que nos confina a Él, que es amor puro y luz pura, y nos libra de la oscuridad que nos rodea en este mundo— Que nos confina a lo largo, lo ancho y lo alto de las profundidades de Dios— profundidades que son inescrutables—y nos libra de las cosas fugaces y pasajeras de esta vida— Que nos confina a océanos de verdad y amor, y no libra de los fangosos pantanos de la teología y de las filosofías de los hombres— Que nos confina a Su palabra viva, y nos reduce a Dios, para que podamos librarnos de nosotros mismos y del mundo a nuestro alrededor. Capítulo 6 – Urim y Tumim
Coronado con Aceite – George H. Warnock
Capítulo 6 – Urim y Tumim “Y pondrás en el pectoral del juicio Urim y Tumim para que estén sobre el corazón de Aarón cuando entre delante de Jehová.” (Éxodo 28:30). No sabemos de qué forma o sustancia estaban hechos estos objetos preciosos. Tampoco necesitamos saberlo. El verdadero carácter y virtud de estas gemas (o lo que quiera que fueran), es revelado en los nombres por los que son conocidos, y en lo que obraban delante de la presencia de Dios. Primero consideremos el significado de las palabras, porque son palabras hebreas que han permanecido sin traducir en la mayoría de las versiones inglesas. · ·
URIM: “Luces”, de una palabra que significa “llama”, algo luminoso, glorioso, brillante. TUMIM: “Perfecciones” de una palabra que significa “completar”, “lograr”, “llevar a fin”, “llevar a plenitud”, “perfeccionar”.
Ambas palabras están en plural; y los objetos son dos en número, lo que indica el numero de la relación colectiva en el cuerpo de Cristo, la parte y su contrapartida, la mano derecha y la izquierda, el ojo derecho y el izquierdo, el oído derecho y el izquierdo, y así sucesivamente. En el Urim y en el Tumim tenemos Luz—la Luz de Dios llega a su plenitud, a la perfección. Tenemos una expresión colectiva de la Luz y de la Gloria de Dios en plenitud de manifestación. Tenemos la revelación completa de la palabra, del corazón y de la mente de Dios, en un pueblo que ha entrado en una unión permanente con Cristo y que está escondido en la coraza de justicia. Cuando Aarón estaba delante del Dios Altísimo con un corazón sacerdotal—adornado con vestiduras sacerdotales y ungido con aceite santo—Dios mismo proclamaba Sus decretos justos de forma clara, exacta y precisa. Todo Israel permanecía expectante pero temeroso, fuera del Tabernáculo, preguntándose lo que Dios tendría que decirles ese gran día. Tenían las escrituras que Moisés había escrito para ellos. Tenían los decretos y las ordenanzas de Dios de parte del gran dador de la Ley—y el Urim y el Tumim no cambiaban nada de eso. Habían de enfrentarse a formidables enemigos al comenzar a entrar en la tierra de la promesa. Circunstancias invisibles se levantarían en las que necesitarían una palabra muy explícita del Señor. Y no sería opuesta a lo que estaba escrito. Pero indicaría y revelaría alguna instrucción específica que necesitarían para dirección al caminar por un camino desconocido, el inexplorado camino del SEÑOR. Y después de entrar en la tierra, necesitarían aún instrucciones muy explícitas del SEÑOR en cuanto a la forma de la batalla, y cómo habían de conquistar a sus enemigos y poseer la tierra. Muchos entre el pueblo de Dios no parecen comprender esto. “Tenemos la palabra, ¿Qué más necesitamos?”. Esa es la actitud de muchos. Dejémoslo claro: la palabra de Dios es todo lo que necesitamos para equiparnos completamente para una vida de fruto y de piedad. Pero esa Palabra ha de ser iluminada por el Espíritu Santo al caminar por el sendero de la vida. También habrá muchas ocasiones en las que necesitaremos una palabra muy explícita para momentos concretos de decisión o para alguna gravosa área de conflicto, que la Biblia nunca pretendió darnos. No quita lo que
está escrito ni tampoco le añade. Pero somos el pueblo del Camino, como lo fue Israel. Y como ellos, nosotros también necesitamos dirección y guía bien claros y palabras específicas del corazón de Dios de vez en cuando, al viajar por el camino desconocido y atravesar zonas de conflicto y de prueba. Ahora Josué es advertido que debe “meditar” en el “Libro de la ley” de día y de noche para tener éxito (Jos. 1:8). No obstante, necesitará alguna clase de consejo directamente del SEÑOR a lo largo del camino; y Eliezer el sacerdote había de “pedir consejo por él según el juicio del Urim delante del SEÑOR” (Núm. 27:21). Dios sería fiel en darle una dirección clara e infalible—tanto al avanzar en la batalla como al regresar a casa después de la victoria. No era un juego de azar—como el lanzamiento de los dados, o un “si” o un “no”. Era la palabra pura, clara, de la boca del SEÑOR. Saúl buscó esta clase de dirección pero porque su corazón estaba enajenado de Dios, Dios rehusó ayudarle. “Y consultó Saúl a Jehová; pero Jehová no le respondió ni por sueños, ni por Urim, ni por profetas.” (1ª Samuel 28:6). El Urim de Dios, la Luz clara y brillante, es para aquellos que anden por ella. El gobernador del remanente que regresó del cautiverio para edificar el templo y restaurar el sacerdocio, no podía determinar si ciertos sacerdotes en Israel eran sacerdotes válidos del orden Aarónico. Sus nombres no podían ser hallados en los anales genealógicos. ¿Cómo podían saberlo? Entonces el gobernador decretó “que no comiesen de las cosas más santas, hasta que hubiese sacerdote para consultar con Urim y Tumim” (Esdras 2:63). Las Escrituras no podían ayudarles en el asunto. Tampoco podían recrear esas gemas especiales y tratar de hacerlas funcionar por la fe. Si Dios no restauraba el Urim y el Tumim, quedarían totalmente desvalidos para hacer nada sobre el asunto. ¿No somos nosotros confrontados muchas veces con problemas perplejos como éste? El Urim y el Tumim eran colocados en el bolsillo del pectoral, que iba abrochado con cadenas al “efod”. De este modo, el “efod” se identificaba con la palabra iluminadora del Urim y del Tumim, mucho después de que estos objetos preciosos aparentemente se desvanecieran de la escena. Samuel, de niño en el Tabernáculo, “fue ceñido con un efod de lino” (1ª Sam. 2.18, 28). El efod parecía ser esa prenda del sacerdocio que daba validez a este alto llamamiento. Y al envejecer Samuel, el Urim y el Tumim se establecieron en su corazón tan bien que Dios “no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras” (1ª Sam. 3:19). La palabra clara que Dios habló por medio de Samuel fue tan válida y certera como cualquier mensaje que Dios hubiera dado a cualquiera de los sacerdotes previos en Israel por medio del Urim y del Tumim. El efod de lino que Samuel llevó de niño en el Tabernáculo había florecido y se había convertido en una prenda de verdad que llevó el resto de sus días, y “todo Israel, desde Dan hasta Beerseba, conoció que Samuel era fiel profeta de Jehová” (1ª Sam. 3:20). Cuando Abiatar huía de la ira de Saúl, se apresuró en venir a David “con un efod en la mano” (1ª Sam. 23:6). Y aunque David no era sacerdote, tenía el corazón de un sacerdote y en muchas ocasiones ejerció las prerrogativas sacerdotales—incluso llegando a levantar el Tabernáculo de David en el Monte Sión, donde él como rey de Israel, tenía comunión sacerdotal con Dios y permanecía delante del Arca del Pacto. En todo esto fue un hermoso tipo y precursor de Cristo, que reinaría como Sacerdote sobre el trono. Por tanto, cuando David se levantaba con necesidad de instrucciones directas y explícitas de Dios en cuanto a su propia preservación y las batallas que tenía que pelear, tenía acceso al “efod”. Dios honró sus oraciones y le dio una dirección muy clara en cuanto al camino por el que había de ir. Dios le advirtió que Saúl vendría a Keila en su busca y que por tanto, debía huir (1ª Sam. 23:913). Una vez más cuando
el enemigo golpea el campamento donde vivían David y sus hombres, llevándose un gran botín, David pregunta a Dios qué hacer y Dios le dice específicamente: “Persíguelos, porque de cierto los alcanzarás y sin duda rescatarás a todos.” (1ª Sam. 30:8). No había nada en las escrituras que pudiera darle el consejo que necesitaba para esta ocasión específica. Pero Dios le dio una dirección clara, directa e infalible, y David ganó una gran victoria. David, aunque oficialmente era rey, funcionaba también como sacerdote. ¿Cómo podría ser de otro modo si era “un hombre conforme al corazón de Dios”? Tenemos muchos voluntarios para el poder real. Pero pocos con corazones de mansedumbre, humildad, misericordia, paciencia, longanimidad, conforme al corazón de Dios. Cuando David trajo el arca del Pacto a Jerusalén, tenía que haber sido puesta en el Lugar Santísimo en el Tabernáculo. Pero David la puso en un nuevo Tabernáculo que había construido para este nuevo reino que prefiguraba el orden de Melquisedec, un reino y un sacerdocio de justicia y de paz. Y cuando el Arca regresaba, se quitó sus vestiduras reales y se puso una “túnica de lino fino” y un “efod”. El ministerio sacerdotal para el Señor era más importante para él que el poder real y la autoridad (1ª Crónicas 15:27). No sorprende que la hija de Saúl, que se crió en el esplendor real y que se había casado con un rey, le “despreciara” en su corazón— ¡al ver al rey de Israel rebajándose al nivel de un humilde sacerdote de Israel! Dios tiene una palabra clara y pura para su pueblo “Y de Leví dijo: Tu Tumim y tu Urim sean para tu varón santo, a quien pusiste a prueba en Masah, con quien luchaste en las aguas de Meriba; el que dijo de su padre y de su madre: “No los conozco"; y no reconoció a sus hermanos, ni consideró a sus propios hijos, porque obedecieron tu palabra, y guardaron tu pacto.” (Deum. 33:89). Eran un pueblo santo, totalmente entregado al SEÑOR, apartado enteramente al servicio del santuario. No podía haber una interferencia humana en su devoción a Dios. No había relación con hermano, hermana, padre, madre, hijos—que pudiera tener precedencia sobre el servicio a Dios. Nada podía hacerlos restarles de su deseo ardiente de observar la palabra de Dios y de guardar Su pacto. Como los discípulos de Cristo, deben abandonarlo todo si han de seguir verdaderamente al SEÑOR y si Él ha de ser verdaderamente el Maestro de ellos. No tenían heredad que pudieran llamar propia—nada que pudieran dejar para sus hijos excepto el llamado santo del servicio sacerdotal. El Urim y el Tumim por los que Eliezer dividió la tierra de Canaán no asignarían nada para la tribu sacerdotal, siendo el propio Eliezer miembro de esta tribu. El Urim y el Tumim no eran cosas que él pudiera manipular para su propio provecho—para su propia gloria y honra. Tendrían ciudades para habitar y sus necesidades serían satisfechas, pero ellos eran especiales para Dios y Dios era especial para ellos. “Por lo cual Leví no tuvo parte ni heredad con sus hermanos; Jehová es su heredad, como Jehová tu Dios le dijo.” (Deum. 10:9). Una palabra clara y pura brotaría de sus labios porque temían y temblaban delante de Dios y porque observaban Su palabra y guardaban Su pacto. El Urim y el Tumim no funcionarán en un corazón rebelde Cuando Saúl andaba en desobediencia, el Urim y el Tumim permanecían en silencio y no podía encontrar dirección de Dios. Cuando vio a los ejércitos de los Filisteos derritiéndose en confusión, pidió que le trajeran el arca de Dios y el sacerdote para ver lo que estaba pasando, pero nada sucedió. Consecuentemente, avanzó y actuó conforme a su mejor juicio. Dios estaba dando a Jonatán una gran victoria pero Saúl se quedó con el crédito de todo ello. Y para sellar su propia autoridad, sometió al
pueblo a un control muy estricto y les negó el acceso a la miel que fluía de la madera de los árboles (lee 1ª Samuel 14). Llegó el tiempo en que los cielos permanecían en silencio “pero Jehová no le respondió ni por sueños, ni por Urim, ni por profetas.” (1ª Samuel 28:6). Dios dijo que Su Urim y Su Tumim eran para Su santo, no para los rebeldes y tercos. Es para un pueblo que camina en verdad y que tiembla a Su palabra. Es la provisión de Dios en la hora de la Apostasía El Urim y el Tumim se extinguieron muy pronto en Israel. No obstante, Dios fue fiel en llevarles esa palabra clara de Urim incluso en tiempos de oscuridad y de apostasía. Dios ha de tener a alguien delante de Él en genuino ministerio sacerdotal que libere una palabra clara y pura a Su pueblo—no importa lo apóstata que el pueblo haya llegado a ser. Nuestros maestros están hablando sobre gobernar y reinar, sobre el uso de los recursos de la tierra y de sus gobiernos, de los oficios de los presidentes y de los primeros ministros. Pero Dios sufre por una Iglesia apartada y rebelde. Y Dios levantará un sacerdocio en esta hora con Urim y con Tumim, ungidos para mostrar al pueblo de Dios “la diferencia entre lo santo y lo profano, y hacer que disciernan entre lo impuro y lo limpio” (Ezequiel 44:23). Dios tendrá un sacerdocio profético que llevará “la carga del Señor” sobre sus hombros y que llevará “la iniquidad” del pueblo sobre sus corazones, intentando hacer que vuelvan a Dios. Transición del Urim y Tumim de la vieja era a la nueva Esos objetos originales llamados Urim y Tumim pronto se extinguieron en Israel, puesto que no eran otra cosa que tipos y sombras de la realidad. Y sin embargo, en los tiempos del Antiguo Testamento, Dios comenzó a poner el Urim y el Tumim en los corazones de Sus vasos escogidos, los profetas. Llevaban el juicio de la gente sobre sus corazones ante el Señor continuamente, como sacerdotes del SEÑOR, y a veces era una carga demasiado gravosa de llevar. Cuando el sacerdocio se corrompió, Dios levantó a Samuel, con el Urim en su corazón, y vino a Israel con una palabra clara y pura de la boca de Dios. “Y todo Israel, desde Dan hasta Beerseba, conoció que Samuel era fiel profeta de Jehová.”(1ª Samuel 3:20). Por supuesto, tenían la ley, el templo, el sacerdocio y los sacrificios. Pero cuando estos fallan, Dios es fiel en levantar el ministerio del Urim y el Tumim para volver los corazones del pueblo hacia Dios. Jeremías tenía una palabra pura de Dios y se convirtió en tal carga sobre sus hombres que decidió que era suficiente… “Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre.” (Jer. 20:9). (A los ojos de Jeremías, ser profeta de Dios era evidentemente cualquier cosa menos un ministerio atractivo). ¿Pero como puede un hombre con el Urim (el fuego Santo de Dios) en su regazo— como puede apagarlo? Y de este modo testifica: “No obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude”. Dijo que le cargaba aún más intentar retener la palabra—que tenía que seguir dándola. Un rey pensó que extinguiría el fuego de la palabra de Jeremías encendiendo su propia hoguera y quemando las palabras del profeta. Pero esto solo logró acrecentar el fuego en el corazón de Jeremías y Dios le dio palabras de nuevo—e incluso más que las que había escrito la primera vez. (Lee Jer. 36:32).
Evidentemente, para Israel era una fuente de gran perplejidad descubrir que después de una temporada de restauración y avivamiento, las preciosas gemas del Urim y del Tumim no podían ser halladas en el pectoral del sumo sacerdote. No entendían que Dios había puesto estas gemas en Sus escogidos los profetas, escondidos en bolsillos secretos del corazón. No entendían que incluso en su tiempo, el ministerio profético era el comienzo de una gran transición entre el antiguo pacto y el nuevo, entre el orden antiguo y el nuevo. Incluso los mismos profetas, aunque hablaran una palabra muy clara y precisa de Dios, no entendían la naturaleza de los tiempos sobre los que escribían. Sabían que hablaban palabras claras de advertencia a una nación apóstata. Pero en su mensaje mezclaban palabras de esperanza y de promesa para un día de gloria que aún había de manifestarse. Al buscar a Dios sobre el asunto (se nos dice “inquirieron y diligentemente indagaron” sobre lo que profetizaban), Dios les mostró que en realidad estaban hablando de la Iglesia, el pueblo de Dios que viviría después de la resurrección de Cristo. “A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo.” (1ª Ped. 1:12). Hoy se nos enseña que los profetas hablaban de un reino nacional, político y terrenal que se establecería en la vieja Jerusalén. Pero Dios les reveló un secreto, de forma que hablaron de los días que siguieron a la resurrección de Cristo. “Y todos los profetas desde Samuel en adelante, cuantos han hablado, también han anunciado estos días.” (Hechos 3:24). El Urim y el Tumim en Juan el Bautista Habían pasado 400 años desde que Malaquías había llegado a la nación con una palabra clara de parte de Dios. Después Dios levantó al profeta más grande dado a Israel. Jesús dijo que de entre todos los nacidos de mujer, “no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista” (Mateo 11:11). Y tampoco había habido una apostasía mayor en Israel que cuando se levantó Juan el Bautista en el espíritu y el poder de Elías, haciendo el llamado al arrepentimiento. Todos los hombres que tienen entendimiento sabían que Juan fue establecido como el profeta del Dios Altísimo. Lucas, en su narrativa, nos habla del mundo religioso y político tan bien organizado que formaba el entorno para la repentina aparición de este gran profeta. “En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y…” Lucas prosigue explicando sobre los gobiernos tan bien organizados de la tierra con el fin de informar sobre el entorno en el que “un hombre enviado por Dios” iba a aparecer en la escena con una clara palabra de Dios. Tiberio era el emperador del poderoso Imperio Romano. Poncio Pilato era gobernador de Judea, Herodes de Galilea; Su hermano Felipe de Iturea y de Traconite; y Lisanias, de Abilinia. Después había un magnífico sistema religioso gobernado por Anás y Caifás, los sumos sacerdotes. ¿Por qué razón consideró el Espíritu de Dios dar todos estos detalles? (Lee Lucas 3:1,2). Creo que Dios nos está mostrando que en medio de este imperio político altamente organizado y de este sistema religioso también altamente organizado—ahí mismo, en medio de todo eso, Dios introduce otra Voz, clara y distinta del resto—una Voz que proclamaría a un Reino completamente nuevo. Fue ahí mismo, en el centro de la más espantosa apostasía, que podemos leer estas palabras: “vino la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.” (Lucas 3:2). Ahí fuera, en el desierto, Dios comenzó a enviar una palabra muy clara desde Su corazón: “Arrepentíos porque el Reino de los Cielos se ha acercado”. El mensaje era muy claro: solo una cosa era aceptable a Dios—“Producid frutos dignos de arrepentimiento” (Lucas 3:8).” No puedes confiar en tu herencia racial—incluso si eres de los hijos de Abraham. No puedes confiar en tu herencia religiosa, si no produces fruto que sea agradable a Dios. El hacha de Dios esta listo para cortar cada árbol estéril. El
aventador está en la mano de Dios para separar la paja. Hay un fuego a punto de ser encendido, porque el que viene, “os bautizará con el Espíritu Santo y fuego” (v.16). Sé que se enseña que esto habla del juicio de Dios que vendrá sobre la nación pecadora. Y sé que nos dicen que el pueblo de Dios no debería anhelar o esperar este poderoso y devastador bautismo. Pero Jesús prometió este bautismo. “Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días.” (Hechos 1:5). Sucedió el día de Pentecostés. Y Pedro recordó las palabras de Jesús de nuevo cuando el Espíritu Santo cayó sobre los creyentes gentiles en Cesarea. “Entonces me acordé de lo dicho por el Señor, cuando dijo: Juan ciertamente bautizó en agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo. ” (Hechos 11:16). ¿Juicio? ¡Por supuesto! Porque debemos conocer los juicios del fuego de Dios en nuestros corazones para purgarnos y limpiarnos de toda contaminación. Hemos de esperarlo, buscarlo, desearlo— ¡el Fuego de la Santa Presencia de Dios para consumir toda la paja y la escoria en la casa de Dios y para hacernos Santos! Para encender el fuego de la ofrenda quemada—y para llevarnos a la Presencia del Fuego de la Shekinah en el Lugar Santísimo. Como sacerdotes de Dios, debemos venir a Su presencia y estar delante de Él—para que este Fuego Santo pueda ser encendido en nuestros propios corazones. Una vez más Dios está levantando un pueblo con Urim y con Tumim en sus corazones, que viva una vida santa y pura y que hable una palabra clara y pura en medio de la apostasía. El Urim y el Tumim en el Hijo Todos los profetas hablaron de “estos últimos días” en los que la revelación de la verdad final de Dios surgiera en Su Hijo Unigénito: “Dios, habiendo hablado hace mucho tiempo, en muchas ocasiones y de muchas maneras a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por su Hijo” (Heb. 1:1,2). Juan era una Voz que clamaba en el Desierto, Jesús mismo era la Palabra, la expresión encarnada de la Palabra de Dios. No vino a cambiar el verdadero significado de la escritura sino a dar luz a su verdadero significado. Porque en Su humanidad, Él era la Palabra—no sólo por causa de lo que Él dijo, sino por causa de lo que Él era—la expresión misma del corazón de Dios caminando en forma humana. En Él tenemos el deseo extremo de la intención de Dios con el Urim y el Tumim. Sin embargo, era el plan de Dios para el Hijo, que habiendo acabado un ministerio terrenal, entrara a un ministerio aún más glorioso en los cielos. Su ministerio terrenal culminaría con Su muerte sacrificada en la Cruz. Pero Él se levantaría de entre los muertos como el Conquistador y sería entronado a la diestra del Padre en los cielos, continuando con el envío de esa palabra clara y pura desde Su trono celestial. Al hablar desde el cielo, Su palabra no sería menos efectiva que cuando estaba en la tierra, porque el mismo Espíritu de Verdad que estaba con Él en la tierra, ahora sería implantado en los corazones de Sus escogidos, que seguirían hablando esa palabra clara de corazón de Dios. Sé que tendemos a pensar que si hay un vaso humano involucrado, la palabra de sus labios estará ligada a contaminarse con el error y la debilidad. Pero Dios no vio un problema en este aspecto. Dios dijo que Su plan era el mejor. Por eso, antes de marcharse, Jesús aseguró a Sus discípulos: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré.” (Juan 16:7). Al estar en los Cielos, llevando la coraza de justicia (juicio) sobre Su corazón, en el que están escritos los nombres de Su pueblo— continuaría hablando mediante el Urim y el Tumim con una palabra clara, pura y precisa del Padre. No habría mezcla, ni corrupción de la palabra que saldría del Hijo
en el Cielo. Porque el Espíritu Santo viviendo en Su pueblo en la tierra sería fiel en la carga puesta sobre Él para comunicar clara y precisamente las palabras de Jesús a Sus vasos escogidos en la tierra. Ahora bien, se que los hombres enseñan que tuvimos perfección en el ministerio del Hijo mientras estaba en la tierra, pero nunca encontraremos perfección en el ministerio del Espíritu Santo mientras nosotros, pobres mortales, estemos involucrados. Y así ha sido en general. ¿Hemos de llegar a la conclusión de que Jesús estaba equivocado cuando dijo que “nos convenía” que Él se fuera para que Su Espíritu pudiera tomar Su lugar en la tierra y en los corazones de Su pueblo? ¡En absoluto! El camino de Dios es el mejor. Y todavía ha de demostrar que es así. El Hijo sigue reinando como Sacerdote sobre el trono y la obra del Espíritu Santo no está aún acabada. Y el Señor Jesús nos ha asegurado que cuando Él habla desde el Cielo, sonará en la tierra de forma tan clara, tan inconfundible y tan pura como cuando Él estaba en medio de nosotros. Consideremos algunos de estos preciosos secretos que Él reveló a Sus discípulos justo antes de Su partida: (1) El Espíritu Santo es el Espíritu de Jesús Él es descrito como “otro Consolador”, puesto que el Hombre Jesucristo es el abogado en el trono, mientras que el Espíritu Santo es el nuevo Abogado que mora en Su pueblo en la tierra. Pero Él es de hecho el mismo Espíritu del Señor Jesús, diferenciado solamente del Hijo por Su nueva habitación en la tierra: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.” (Juan 14:18). Y otra vez, “Voy, y vengo a vosotros.” (V.28). Léelo en Su contexto. Nos está diciendo que al marcharse, volvería otra vez y moraría en Su pueblo por el Espíritu de Verdad a quién Él enviaría del Padre. (2) El Espíritu Santo hará obras mayores que las que hizo Jesús cuando estaba aquí “Y mayores obras que éstas haréis, porque Yo voy al Padre” (Juan 14:12). No porque Su pueblo sea mayor—son mucho más frágiles, mucho más sujetos a debilidad. Pero es porque Jesús se ha marchado al lugar de todo el poder y la autoridad en los Cielos. Y ahora el Padre “es glorificado en el Hijo” y el Hijo es “glorificado” en Sus hermanos en la tierra (Juan 14:43; 17:10). (3) Jesús es el Camino—entonces y ahora “Sabéis a dónde voy y sabéis el camino” (Juan 14:4). El Camino no sería oscurecido por causa de Su partida; Porque el Espíritu de Verdad tomaría Su morada en los Suyos en la tierra (Juan 14:6,17). (4) Intimidad con Cristo garantizada—Como entonces, también ahora “En aquel día sabréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí y Yo en vosotros” (Juan 14:20). Esta nueva intimidad de comunión en el Espíritu Santo sería de la misma clase y naturaleza como la que Él mismo tenía con el Padre. Todos estarían juntos en una gloriosa unión unos con otros y con el Padre. (5) Su pueblo, un Hogar para el Padre y el Hijo “Vendremos a él y haremos morada con él” (Juan 14:23). Esta es la promesa para los que guardan Sus palabras y Le aman. El anhelo eterno en el corazón de Dios por un Hogar ser cumplirá finalmente en los corazones de Su pueblo—el único Hogar que Dios ha deseado, el único Templo que Dios ha anhelado.
(6) Habrá una continua revelación de verdad El Espíritu Santo no se quedará corto en Su ministración de verdad a Sus escogidos. “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.” (Juan 14:26). Y revelaría otras muchas cosas en la medida en que ellos las necesitaran, y en la medida en que pudieran recibirlas. “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis soportar. Pero cuando El, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad. “(Juan 16:13). (7) Habrá una relación de vid y pámpano ¡La unión con Él sería tan real como la unión de la rama a la vid! “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador... Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.” (Juan 15:1,4). (8) Habrá una certeza de oraciones contestadas En esta relación permanente con la vid, las oraciones de Su pueblo serán tan efectivas como las oraciones del Hijo mismo. Porque en Él no solo sabrán ellos cómo orar y por qué cosas orar—sino que unidos a Él, es el propio deseo de Él lo que ellos expresan delante del trono. “Si permanecéis en Mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis, y os será hecho” (Juan 15:7). (9) Dios ama a los Suyos con la misma intensidad con la que Él ama al Hijo “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor.” (Juan 15:9). También prometió al Padre que seguiría dando a conocer el nombre del Padre a Su pueblo hasta—“que el amor con Me has amado esté en ellos y Yo en ellos” (Juan 17:26). (10) Hay una provisión divina para permanecer en este amor “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.” (Juan 15:10). (11) Hay una capacitación divina para manifestar ese amor “ Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado.” (Juan 15:12) ¿Capacitación en Sus mandamientos? Si, porque los mandamientos del Nuevo Pacto no son como los del antiguo. Los mandamientos de Dios son “vida eterna” (Juan 12:50)—en la ministración del Espíritu” (2ª Cor. 38). (12) Jesús cuenta Sus secretos a Sus amigos “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer.” (Juan 15:15). Hay algo más alto que ser un “siervo” del Señor. Dios quiere “amigos”. Dios puede encontrar muchos siervos para hacer lo que tiene que hacerse; pero tiene pocos “amigos” con quien Él pueda compartir Su corazón. Marta estaba muy agobiada con “una gran cantidad de servicio”. Se trataba de un trabajo que había que hacer.
Pero María escogió “la buena parte”. Dios no tenía necesidad de crear a un hombre a Su imagen si lo único que deseara fuera servicio. Él tiene miles, diez miles de huestes angelicales que pueden hacer eso. Pero Dios quiere amigos porque Él quiere comunión. Es más, necesita comunión porque Él es un Padre que anhela que Sus hijos e hijas, creados a imagen y semejanza de Él, compartan Su amor, Su naturaleza, Su mismo corazón. Su corazón clama por esto. Él busca a aquellos que Le adoren en Espíritu y en verdad. (13) Su pueblo tiene garantizado el Fruto “Yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto” (Juan 15:16)—fruto que permanezca, fruto permanente. Y el fruto es de tal deleite al Padre que Él promete contestar cada oración que ascienda delante de Él desde los suyos, que permanecen en la Vid. (14) Su pueblo tiene garantizada la enemistad del Mundo ¿Por qué no gozarnos en esto, si nosotros, como nuestro Maestro, amamos la justicia y aborrecemos la iniquidad? “Porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.” (Juan 15:19). (15) El Espíritu Santo testificará de Cristo “Cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí” (Juan 15:26). El Espíritu de Dios es fiel en testificar solo de Cristo. Por eso vino a la tierra. Vino a tomar el lugar de Jesús, el testigo fiel y verdadero, que ahora está en el trono. Y porque el Espíritu es fiel en testificar solo de Cristo, los siervos de Dios en la tierra que Le aman también “darán fielmente testimonio de la verdad” (v.27). (16) Su entronamiento en el cielo—el mejor plan de Dios “Os conviene que yo me vaya” (Juan 16:7). No habrá una interrupción en el ministerio del Hijo simplemente porque se haya marchado y Su pueblo en la tierra no se muestre siempre como fiel. Ni tampoco regresa a la tierra para hacer algo que la iglesia no haya podido hacer. La Iglesia todavía conocerá—el mundo todavía lo reconocerá—¡que el plan de Dios es el mejor! (17) El Espíritu Santo ha tomado el Lugar de Jesús en la tierra. “Porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré” (Juan 16:7). Cuando Él vino, vino a hacer, a decir y a obrar como Jesús mientras estaba aquí: convencer al mundo “de pecado, de justicia y de juicio” (v. 8). Jesús era la verdad y el Espíritu Santo es ahora el “Espíritu de la Verdad”—una vez más morando en un cuerpo, en un cuerpo colectivo en la tierra. (18) El Espíritu Santo guiará a Su Pueblo a toda la verdad “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad.” (Juan 16:13). Jesús era la verdad aquí en la tierra. Pero había muchas cosas que Su pueblo todavía no podía recibir. El Espíritu de Dios que viene a morar en Su pueblo seguiría de este modo la obra que Jesús había comenzado—y los guiaría a una revelación aún mayor de la verdad. Algunos insisten, “Ahora tenemos la Biblia completa, con el Nuevo Testamento añadido al Antiguo: así que no necesitamos una revelación mayor.” Pero los que dicen tales cosas ignoran el hecho de que el
Nuevo Pacto en sí debe ser ministrado a los corazones de los hombres por el mismo Espíritu que hizo que los escribas lo escribieran. Debe ser una “ministración del Espíritu” (2ª Cor. 3:38). El pueblo de Dios, a pesar de haber recibido el Espíritu, debe tener una mayor dotación del “Espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de Él”, “alumbrados los ojos del entendimiento” si es que van a oír, ver y conocer lo que Dios está diciendo—y a experimentar y a apropiarse de lo que Dios está haciendo (lee Efesios 1:17,18). (19) El Espíritu Santo hablará solo lo que oiga “Porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.” (Juan 16:13). La Palabra desde el Trono será declarada exacta y precisamente en la tierra, porque el Espíritu se halla bajo la obligación de hablar tan solo lo que Él oiga. Y así, Sus ministros en la tierra estarán igualmente en la obligación de hablar solo lo que el Espíritu hable a las iglesias. (20) El Espíritu glorificará al Hijo “El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber.” (Juan 16:14).Tomar de Cristo e impartir ese tesoro a Su pueblo no glorifica a los ministros de Dios; glorifica al Cristo. El hombre que habla “de sí mismo” busca su propia gloria (Juan 7:18). Pero el hombre que habla desde el corazón del Espíritu busca la gloria de Cristo y la Suya solamente—porque el Espíritu toma del regazo del Hijo para glorificar al Padre. (21) Todos los tesoros de Cristo son dados a Su pueblo “Tomará de lo mío, y os lo hará saber.” (Juan 16:15). “La sabiduría escondida”. “Las inescrutables riquezas de Cristo”. “La anchura, la largura, la profundidad y la altura” de Sus inmensurables tesoros. “El amor de Cristo que sobrepasa a todo conocimiento”. “La profundidad de las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios”. Es el ministerio del Espíritu Santo permaneciendo en Su pueblo en la tierra para producir todas estas riquezas del corazón de Dios y darlas a conocer a Su pueblo. Y aún así, el hombre necio se resistirá: No necesitamos al Espíritu Santo porque tenemos la Biblia—creyendo en ignorancia que pueden comprender “las profundidades de Dios” sin la permanente presencia del Espíritu Santo, que toma las cosas de Cristo y las da a conocer al hombre. Ciertamente, en todo lo que venimos diciendo, hay evidencia abundante de que en la venida del Espíritu Santo para permanecer en Su Templo en la tierra, el pueblo de Dios de ninguna manera iba a quedarse escaso de una clara, precisa, exacta e inconfundible revelación de Dios en virtud de la debilidad y de la fragilidad de los vasos en los que mora el Espíritu Santo. Y ciertamente es también evidente que los vasos escogidos de Dios no son de ningún modo igual a Cristo—de ningún modo han de ser considerados como otros “pequeños Cristos”, otras voces ni nada semejante. Sólo permaneciendo en Él podemos participar de este alto y santo llamamiento. Separados de Él, cortados de Él como la rama es cortada de la vid—no son nada, absolutamente nada. No podemos recibir ningún oficio, función o capacidad como alguien independiente de Él, por medio de otro que no sea Él, separados de Él , en contraste con Él o alguien diferente de Él. Sólo Él es ese Apóstol, Profeta, Evangelista, Pastor, Maestro, infalible. Sólo Él es el Camino, la
Verdad y la Vida. Sólo Él es el Sumo Sacerdote en el santuario celestial. Sólo Él es el Ungido. Y nosotros sólo somos verdaderos pastores, verdaderos maestros— permaneciendo en Él y hablando desde Su unción, desde Su corazón, desde esa unión permanente con Él. Cualquier creyente de mente abierta tendría que admitir que lo que hemos dicho sobre el ministerio del Espíritu Santo en Su pueblo es correcto y sujeto a las Escrituras. Pero la pregunta persistente es, ¿Puede suceder verdaderamente? ¿Podemos nosotros llegar a esta clase de relación mientras estemos aquí, en este mundo? Y la respuesta es ¡Si! ¡Porque Jesús podría haber permanecido aquí en la tierra y haber seguido siendo esa clara Voz del Padre—a menos que el Padre hubiera tenido un plan mejor en mente! ¡Dios dijo que nos “convenía” que el Hijo fuera entronado en los cielos! ¡Mejor para nosotros y más gloria para Dios! Porque Él tiene confianza absoluta en que al irse, podrá reproducir Su propia naturaleza en la tierra en virtud del ministerio como Sumo Sacerdote en el Santuario Celestial. Y ahora consideremos en algún detalle la naturaleza y el carácter del “ministerio más excelente” del Cristo exaltado. Capítulo 7 – El Ministerio más excelente en los Cielos
Coronado con Aceite – George H. Warnock
Capítulo 7 – El Ministerio más excelente en los Cielos “Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas.” (Heb. 8:6). En este instante hay un hombre que reina sobre el trono más grande y poderoso de todo el universo de Dios. Y Él está ahí para someter a Sus enemigos debajo de Sus pies—y para edificar un Templo glorioso en la tierra. “Sí, El reedificará el templo del SEÑOR, y El llevará gloria y se sentará y gobernará en su trono. Será sacerdote sobre su trono y habrá consejo de paz entre los dos oficios.” (Zacarías 6:13). ¿Quién es éste? Es “el hombre cuyo nombre es el Renuevo” (v.12). Es el Señor Jesús mismo. Pero Él es alguien que “crece” fuera de Su lugar. Él es una “raíz de tierra seca” (Isaías 53:2). Él crece y se convierte en una Vid. En esa Vid, hay otras ramas que se unen a Él, y que se convierten en uno con Él. Con Él, esas ramas serán sacerdotes sobre el trono; porque han sido hechos “reyes y sacerdotes para Dios” (Apoc. 1:6) Pero no hay dos instituciones: un reino por un lado, y después un sacerdocio. Se que Dios hizo esta distinción en el Antiguo Testamento, cuando Israel fracasó como nación en convertirse en un “reino de sacerdotes” (Éxodo 19:6). Pero el fracaso del hombre no frustra el plan ni el propósito de Dios; después de la resurrección de Cristo, Él hizo lo que había planeado y declarado a Moisés. Tuvo un “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.” (1ª Ped. 2:9). Dios quiere un pueblo sacerdotal que “reine en vida”, un pueblo hecho de “vasos de misericordia”, que tendrá autoridad real para ministrar vida a otros por causa de Su ministración desde el trono. Tenemos muchos voluntarios para el trono—hombres que buscan oportunidades para aprovecharse de los recursos de la tierra, de los gobiernos de la tierra, y así sucesivamente. Pero las coronas de Dios son para los que han sido aprobados como sacerdotes. Y la única corona de autoridad sobre sus frentes será una corona sacerdotal de aceite. “Ni saldrá del santuario, ni profanará el santuario de su Dios; porque la consagración por el aceite de la unción de su Dios está sobre él. Yo Jehová.” (Lev. 21:12). “Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. ” (Salmos 110:4). “Has amado la justicia, y aborrecido la maldad, por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros.” (Heb. 1:9; Salmos 45:6,7). Él ganó la corona de poder llevando sobre Su frente la corona de espinas. Él ganó la corona del aceite porque “amó la justicia y aborreció la iniquidad”. Él recibió el cetro de justicia porque tomó del soldado romano la débil vara que le fue entregada en la mano, y sufrió la ignonimia de una coronación burlesca. Todo esto se convirtió en el primer capítulo de Su coronación como Rey.
El segundo capítulo tuvo lugar en Su ascensión. Es ahí donde Dios “puso” a Su Rey sobre Sión y Le hizo ser Rey de reyes y Señor de señores. Fue “puesto” ahí para ser un Sacerdote sobre el trono. Su ministerio en la tierra fue terminado. Ahora comenzaría Su ministerio mesiánico en los cielos. El Reino de Dios no era pospuesto por haber matado a Su Rey. Fue precisamente la muerte violenta del Rey lo que se convirtió en el primer capítulo de Su coronación en los Cielos. El largamente esperado Mesías había de reinar en un trono que estaría muy por encima del que Su pueblo había planeado para Él. Estaría muy por encima de cualquier de cualquier trono terrenal. Todo esto fue muy inquietante para un pueblo que esperaba que Él estableciera un reino en Jerusalén. Pero después de Su ascensión, poco a poco les quedó claro. Él recibió un trono más glorioso del que jamás ellos hubieran imaginado posible. David murió y fue enterrado y su sepulcro estuvo delante de ellos, para que pudieran verlo. Pero David mismo, a quién Dios había prometido un reino eterno—vio de antemano un poco lo que Dios tenía en mente para el Rey que saldría del linaje de David. David era un profeta y como todos los demás profetas, vio al Mesías gobernando sobre el trono exaltado en los cielos. “Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono… viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo.” (Hechos 2:30,31). Y al sentarse ahora sobre el trono de David en los cielos, Pedro declara: “Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís.” (V.33). Por haber sido Cristo entronado como el Rey que había sido prometido a su padre David, Él pudo comenzar a derramar sobre Su pueblo las bendiciones del ministerio Mesiánico en la tierra. La salvación del pecado y el derramamiento del Espíritu Santo sobre Su pueblo es la primera y principal bendición concedida por el Mesías exaltado. La promesa era a Israel. “La promesa es para vosotros y para vuestro hijos…” y se extendió para abrazar a todas las naciones—“para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.” (V.39). Y Pedro declara aún más, que la bendición de Abraham era la bendición de la salvación del pecado: “Diciendo a Abraham: En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra. A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad.” (Hechos 3:25,26). Cuando Jesús murió en la cruz, rompió la “pared de partición” entre Judío y Gentil, abriendo el camino para que todos los hombres se hicieran participantes de la “ciudadanía de Israel”… ya no más extranjeros y advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios”. Judío y Gentil ahora son redimidos por la misma Cruz y ya no hay dos pueblos enemistados el uno con el otro; sino que juntos en Cristo, se han convertido en “un nuevo hombre” (Lee Efesios 2:1219). Se que la enemistad sigue en los corazones de ambas naciones y así seguirá—pero cuando ambos se inclinen ante los pies de la Cruz, la enemistad desaparecerá—y repentinamente se convertirán en parte de esa “nación santa”, y participantes juntos del Pacto de Abraham. Cristo se convirtió en una maldición para hacer que esto sucediera: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley siendo hecho maldición por nosotros. Porque escrito está, maldito es todo aquel que es colgado de un madero: Para que la bendición de Abraham pudiera alcanzar a los gentiles por medio de Jesucristo… (¿Y cual es la bendición de Abraham?)… Para que podamos recibir la promesa del Espíritu por la fe (Efesios 3:13.14). El mensaje de Dios a Israel y a todas las naciones es fuerte y claro—Dejad de intentar levantar el muro que Dios echó abajo al espantoso precio de la Cruz. Dios no ve “diferencia” en las naciones y los pueblos de la tierra. “Por cuanto todos pecaron y han sido destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23). “La promesa del Espíritu” es la bendición de Abraham. ¡Nunca olvidemos eso! Puede haber beneficios inferiores incluidos en la promesa, pero todos ellos se extinguen
delante de nuestros ojos si como Abraham, “buscamos la Ciudad que tiene fundamentos, cuyo Constructor y Hacedor es Dios.” (Heb. 11:10,16). Y es la obra del Espíritu Santo producir en la tierra esta Ciudad Santa, esta Jerusalén celestial, este Monte Sión, esta Iglesia del Dios viviente—y llevarla a su plenitud, a su terminación, a su perfección. (Lee Heb. 12:22,23; Efesios 4:816). Habiendo entendido estas cosas, después de mucha perplejidad y asombro, los discípulos pudieron entender que era “conveniente” que Jesús se marchara a Su trono celestial. Su partida no significaría que ahora ellos se quedaran sin nada o que fallaran Sus promesas sobre el Reino. Solo al marcharse podía Él regresar otra vez a ellos en una morada tal de Su presencia que ahora, el que estaba con ellos, estaría en ellos. Y era desde ese trono celestial donde Él tendría todo el poder y la autoridad para gobernar sobre todas las naciones así como sobre todos los cielos. Se que Él regresa en poder y dominio real. Pero no para comenzar un Reino. Para eso vino la primera vez y se marchó para continuar haciéndolo. Y ahí es dónde Él permanece hasta que el “precioso fruto de la tierra” sea cosechado. Después regresa para cortar los árboles estériles, para desenraizar la cizaña, para quemar la paja, para consumir el rastrojo, para devastar por completo todas las obras del hombre: “y para recoger el trigo” en Sus graneros (lee Mateo 13:2431). Viene para consumir todo lo corrupto—social, política, económica, religiosa y ecológicamente. Viene para “recoger de su reino a todos los que son piedra de tropiezo y a los que hacen iniquidad; y a echarlos en el horno de fuego; allí será el llanto y el crujir de dientes. Entonces LOS JUSTOS RESPLANDECERAN COMO EL SOL en el reino de su Padre. El que tiene oídos, que oiga.” (Mateo 13:4143). Él viene a recoger la cosecha del Reino, no a comenzar una nueva. Ahora “solo vemos como por espejo, oscuramente” en lo que se refiere a estas cosas. Pero cuando sus juicios ardientes hayan acabado, Dios tiene la siguiente exhortación para las naciones: “Estad quietos, y sabed que yo soy Dios.” (Lee Salmos 46:810). Como los discípulos de Jesús, muchos de entre el pueblo de Dios están intentando poner presión para que Jesús se involucre en las políticas del Reino, aunque Él solo está preocupado por “la justicia”. Muchos presionan para mostrarles el camino al trono, a la presidencia, a conseguir que los hombres correctos estén en la corte suprema— aunque Él busca mostrarles el camino de la Cruz. Quieren conocer los pasos de gloria que les lleven al trono de marfil de Salomón. Pero Él quiere que sigamos Sus pasos hacia el Gólgota. Él quiere que sigamos orando, “Señor, venga Tu Reino, Hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”. Un pacto nuevo y mejor La carga completa del Nuevo Testamento y especialmente de las epístolas, que vino como resultado de Su ministración desde el trono celestial—es que el ministerio celestial del Mesías sea “más excelente” de lo que podría llegar a ser cualquier ministerio terrenal. El “santuario celestial” es mejor que el terrenal. El Mediador celestial es mejor que el terrenal. El sacerdocio de Melquisedec es mejor que el Levítico. El Nuevo Pacto es mejor que el antiguo, que “era débil en la carne”.
La sangre del Nuevo Pacto es mejor que la sangre de toros y cabras. El Antiguo Pacto estaba escrito sobre tablas de piedra; el nuevo, sobre las “tablas de carne del corazón”. La sangre de toros y de cabras cubría el pecado a penas durante un tiempo—no podían quitarlo. En el Nuevo Pacto, los pecados son tratados para no volver a ser recordados en el Cielo, y para nunca más corromper la conciencia de un pueblo que ha sido purgado de obras muertas para servir al Dios vivo. La aplicación de la sangre de Cristo a nuestros corazones y mentes quita de tal forma el pecado y sus cicatrices que no los vemos más, como Dios mismo tampoco los ve más. Todo lo referente a la ministración del Nuevo Pacto desde el trono celestial del Mesías es mejor, mejor, mejor… Este es el Reino que Cristo está ahora estableciendo en los corazones de los hombres en la tierra. Y nuestra oración sigue siendo, “Venga Tu Reino, hágase Tu voluntad así en la tierra como en el Cielo”. Él tiene “todo el poder en el cielo y en la tierra” para hacer que suceda. Tiene a un pueblo sacerdotal que camina en unión con Él, que sigue orando que suceda. La Creación sigue clamando por “la manifestación de los hijos de Dios” (Romanos 8:19). Y tened por seguro que los hermanos menores de Cristo no van a ser manifestados de forma distinta la forma que Su Hermano Mayor fue manifestado. Jesús no cayó repentinamente del Cielo envuelto en gloria y manifiesto en la tierra como el Hijo de Dios con poder. Tampoco Sus hermanos menores. Jesús nació a nuestra humanidad y Dios fue manifiesto por medio de Él en la debilidad de Su humanidad. Creció bajo la disciplina y aprendió la obediencia por medio de Sus propios padecimientos. Tomó Su cruz diariamente—no sólo la vez en que la llevó hasta el Gólgota. A lo largo de toda Su vida anduvo bajo la sombra de la Cruz. Sus hermanos menores ciertamente van ser “manifiestos” del mismo modo, porque Jesús dijo, “YO soy el Camino”. Ellos también han de conocer el rechazo, el sufrimiento, y aprender la obediencia del mismo modo que Él, y llegar a ser discípulos que tienen a todas las cosas como pérdida “por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, su Señor”. Sólo “sufriendo con Él”, serán ellos manifiestos como Sus hijos y “reinarán con Él” (Rom. 8:17). El primer y especial Hijo de Dios fue “manifiesto” en debilidad, en pobreza, en rechazo, en sufrimiento—mucho antes de ser manifestado como el Hijo de Dios en gloria de resurrección. Y lo mismo será con Sus hermanos menores: no serán manifiestos como los hijos de Dios en poder y gloria hasta que hayan sido manifiestos en la tierra como seguidores del Cordero, mostrando el amor, la misericordia y las virtudes de Su Maestro en medio de la debilidad y la mortalidad. ¡Que locura pensar que están por encima de Su Maestro y que un día simplemente caerán del Cielo a la tierra como “hijos” glorificados para librar a la creación de su esclavitud! El labrador espera, ¡Tened también vosotros paciencia! Reconozco que muchas cosas que he mencionado respecto al Nuevo Pacto no han de ser vistas en gran medida en el pueblo de Dios. Esto no altera el Pacto. Simplemente explica la razón por la que el Espíritu aún sigue en la tierra, por qué Jesús aún no ha regresado y por qué el Labrador sigue esperando “el precioso fruto de la tierra”. El precio pacto de Dios ratificado por la sangre de Jesús aún ha de llegar a su plenitud final en Su pueblo. El Hijo todavía ha de recibir la recompensa de Su sacrificio. El Padre seguirá preparando una novia santa para Su Hijo, que es digno de lo mejor que
la gracia y el poder del Creador pueden producir. El Espíritu Santo será fiel en Su obra en los corazones de los hombres para producir una Esposa que sea digna de Su Hijo, por los méritos de la “Sangre preciosa”. Cuando presente a esta virgen sin mancha a Cristo, no tendrá que pedir disculpas de este modo: “Aquí esta la Novia que querías que preparara para Tu Hijo—aún llena de faltas y de manchasya lo sé— ¡Pero esto es lo mejor que he podido hacer! Él tiene todo el poder y la autoridad para producir la Iglesia perfecta, el fruto perfecto, la Novia perfecta que Dios Le ha autorizado a preparar. Juan Diecisiete En la oración de Jesús por Sus escogidos, justo antes de Su partida, tenemos un hermoso avance de “Su ministerio más excelente” en los cielos. Él habla como si ya estuviera glorificado y entronado a la diestra de Dios. Habla como alguien que ya ha cumplido Su ministerio terrenal, porque había afirmado Su rostro para ir a la Cruz que Le esperaba delante de Él. Sabe que ha vencido al mundo. Pero ora aún en la tierra en la presencia de Sus inquietos discípulos, para poder darles consuelo y seguridad respecto al propósito de Su partida. Si alguna vez te encuentras a ti mismo preguntándote sobre el significado del Nuevo Pacto, y dudando si va a ser o no cumplido en tu vida—simplemente lee este capítulo lentamente y en oración, y sé renovado en el espíritu con respecto a la esperanza de Su llamamiento y la fidelidad de tu gran Sumo sacerdote en los cielos para completar la obra ahí, tan ciertamente como acabó la obra que el Padre le dio para cumplir en la tierra. Queremos leer el capítulo completo y considerar en detalle cada versículo: V.1 “Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que el Hijo te glorifique a Ti.” Se ve al Padre como si sujetara la mano del Hijo, para que el Hijo pudiera tener todo el poder para cumplir el Pacto en Su pueblo. En realidad, Él mismo es ese Pacto. Nuestro Sumo Sacerdote en los Cielos no se desanimará ni desfallecerá hasta que haya establecido en la tierra la justicia…Yo soy el SEÑOR, en justicia te he llamado; te sostendré por la mano y por ti velaré, y te pondré como pacto para el pueblo…” (Isaías 42:46). Ahora Jesús ora al Padre que pueda ser “glorificado” para poder cumplir completamente el Pacto. Dios ha declarado, “Mi gloria a otro no daré.” (Isaías 42:8). Y sin embargo, aquí Jesús la está pidiendo. Porque sabe que fue manifestado en la tierra no para robar la gloria de Dios sino para ser ese vaso en la tierra que verdaderamente irradiara y extiendiera la gloria de Dios en la tierra. “Vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.” (Juan 1:14). No vino a revelarse a Él mismo, el Hijo, sino a mostrar al Padre. El Hijo era la expresión radiante del Padre. Y por ser fiel como hombre en vivir y obrar en la tierra en dependencia total del Padre, triunfó donde había fracasado el primer Adán. De este modo se convirtió exactamente en lo que Dios había querido que Adán llegara a convertirse, en la misma “gloria de Dios” en la tierra (lee 1ª Cor. 11:7). Cuando Dios da Su gloria y nosotros la retenemos, ¡Estamos robando la gloria de Dios! El hombre fue hecho para glorificar a Dios. Los ángeles y las huestes celestiales fueron hechos para glorificar a Dios. Cuando Lucifer dijo, “Elevaré mi trono por encima de las estrellas de Dios”—este ser de luz (que es lo que significa su nombre exactamente) perdió Su brillo y se convirtió en oscuridad (lee Isaías 14:13). “El querubín ungido que cubre” fue llamado a cumplir esa clase de ministerio: “cubrir”, por así decirlo, proteger, defender la gloria de Dios (lee Ezequiel 28:14). El único medio al alcance de hombre o ángel para proteger la gloria de Dios, es asegurarse de no retener ninguna gloria para él mismo. Sino que en todo lo que haga, en cualquier capacidad con la que pueda ministrar—dé honra y alabanza a Dios y quiera guiar a
otras de Sus criaturas a ese mismo espíritu de adoración—para que también ellas puedan dar toda la honra y la alabanza a Él. Como las otras criaturas vivas que rodean el trono, nosotros también hemos de “dar gloria, honra y gracias al que está sentado en el trono, que vive eternamente y para siempre” (Apocalipis 4:9). Ahora bien, el Hijo de Dios fue glorificado en la tierra porque en todo lo que hizo, la gloria que el Padre había puesto sobre Él regresaba al Padre en alabanza y exaltación. Cuando predicaba, era Dios quién era glorificado. Cuando sanaba, era Dios quién era glorificado en el Hijo. (Juan 11:4, 13:31). Y ahora había llegado el momento de partir de este mundo y de comenzar un ministerio celestial; y así, ora poder ser “glorificado” en esa ministración celestial del mismo modo que lo había sido mientras ministró en la tierra. Una vez más el Padre sería glorificado en el Hijo sobre el trono, como lo había sido aquí, en la tierra. “Glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo también Te glorifique a Ti.” En toda nuestra enseñanza sobre los propósitos de Dios en Sus “hijos”, encontramos necesario enfatizar esto, porque algunos tienen la noción de que estamos enseñando igualdad con Cristo. Acusaciones de este tipo puede que sean inevitables porque enseñamos una unión vital con el Hijo. Y Jesús mismo fue acusado de “hacerse igual a Dios” por insistir que Él era uno con el Padre. En Su humanidad, Jesús tomó un lugar por debajo de la Deidad, por debajo del Padre. Él dijo, “El Padre mayor es que Yo”. Nosotros somos menos que Cristo, mucho más débiles que Cristo, absolutamente desvalidos y desechos separados de Cristo. Sólo al participar de Su unción, al crecer en Él, al permanecer en Él, podremos participar de la misma unción y de la misma gloria. Dios no glorifica a apóstoles, profetas, maestros u otros ministerios. Ni siquiera glorificó al Apóstol, ni al Profeta, ni al Maestro, mientras anduvo en la tierra. Pero Dios “glorificó” al Hijo—porque solo un hijo disciplinado puede glorificar verdaderamente al Padre. V. 2 “Como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste.” Su ministerio sacerdotal es para un pueblo de pacto. Él tiene “potestad sobre toda carne” para dar vida a Su pueblo de pacto. Él tiene el poder y la autoridad para “someter a todos Sus enemigos debajo de Sus pies”—y un día Él “habrá suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies.” (1ª Cor. 15:2425). No presionamos demasiado hondo en un entendimiento de Su futuro Reino y la gloria y el poder que serán revelados en ese Día. Pero claramente, Él reina sobre Su trono Mesiánico ahora. Si el pueblo de Dios sabe tan poco sobre Su presente reinado en la tierra y sobre Sus operaciones en Su pueblo aquí y ahora, también es cierto que Dios no va a dar ninguna revelación profunda sobre cosas que pertenecen a la era siguiente—o a las eras aún por venir. Ahora mismo Él está entronado con “poder sobre toda carne” para cumplir el Nuevo Pacto en Su pueblo. Él se ha comprometido a traer vida a un pueblo escogido del Padre y dado al Hijo como un regalo. Se trata de un pueblo que caminará en obediencia absoluta a Su voluntad, como el mismo Jesús. Lo intentamos y fracasamos muchas veces porque no nos damos cuenta que la obediencia que Dios exige es la obediencia que Él da. Es por la “obediencia de Uno” que nosotros somos hechos justos (Rom. 5:19). Dios quiere asegurarnos que no es nuestra obediencia sino la Suya—y que cualquier cosa que Él demande de nosotros, sea grande o pequeña— sólo podemos agradarle reconociendo nuestra impotencia y caminando en la obediencia de Cristo. Este espíritu de obediencia Él lo suple cuando nosotros simplemente nos quitamos nuestro calzado, como el Josué de antaño—y caminamos en los Suyos.
Su propósito es dar “vida eterna”—y su ministerio sacerdotal gira totalmente alrededor de eso. ¿Y qué es la vida eterna? V.3 “Y esta es vida eterna, que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Tu Hijo Jesucristo a quién Tú has envidado.” Es bueno poder salir del charco de las posiciones doctrinales y fluir con Cristo en los arroyos vivientes de la verdad. A duras penas puedes definir tus doctrinas fluyendo en el Arroyo, pero es más puro. Lo que quiero decir es que la teología siempre debe definir la verdad dentro de unas limitaciones. De lo contrario, ¿Cómo se puede controlar? Pero un río, el Río de la vida, aunque carezca de limitaciones definidas, te arrastrará hacia delante con sus corrientes de sanidad, hasta el mismo corazón de Dios. Entonces, ¿Cuál es la doctrina de la vida eterna? No es una mera existencia en el Cielo. ¡Es conocer a Dios! “Para que Te conozcan”. Comienza cuando Le recibimos—o más bien, cuando Él nos recibe a nosotros; pero fluye eternamente. Le conocemos cuando Le descubrimos por primera vez, del mismo modo que conoces el océano cuando te sumerges en las aguas junto a la costa. Pero en realidad no Le conoces hasta que empiezas a explorar “la largura, la anchura, la altura y la profundad” de Su Ser. No Le encuentras en libros, sino caminando con Él. (Y si los libros no te ayudan a caminar más cerca de Él, lo mejor es que no los leas). Ahora bien, el Espíritu de Dios viene a nuestras vidas para ayudarnos a explorar la inmensidad de Su Ser: “Porque el Espíritu todo lo escudriña, aún las profundidades de Dios”. (1ª Cor. 2:10). No te jactes de conocer a Dios solo porque hayas tenido un encuentro con Él. Es bueno que hayas tenido un encuentro con Él. Pero sólo Le conocemos cuando nos perdemos en los océanos de Su Ser. Y Dios no va a reposar—y Jesús no habrá completado Su ministerio en los cielos—hasta que Su pueblo “conozca el amor de Cristo que sobrepasa a todo conocimiento” y sea “lleno de la plenitud de Dios” (Efesios 3:19). (No negando, por supuesto, que nos llevará toda la eternidad comprender lo que estamos hablando). V. 45. “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.” Él acabó la obra de redención en la tierra. Ahora esta a punto de comenzar una obra en los cielos. Él fue glorificado por el Padre para la tarea terrenal. Ahora pide una nueva glorificación para la tarea celestial, para también poder completar esa obra. En la tierra Él era la expresión radiante de la gloria del Padre. “Y vimos Su gloria, como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad” (Juan 1:14). Pero ahora en el Cielo Él está tan inmerso en la Gloria, tan absorbido en el Padre de quién vino, que es visto como el Mismo Anciano de Días, de la misma e idéntica sustancia y semejanza: Juan lo vio de este modo: “Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas.” (Apocalipsis 1:14.15). ¿Quién era él? Daniel también vio a la misma persona, a quién la llamó “el Anciano de Días”— “Y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente” (Dan. 7:9).
V. 68. “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste” Es el nombre del Padre el que Jesús vino a revelar. Él jamás fue por ahí explicando los nombres diferentes de JehováDios y el significado de los mismos. Porque Él mismo era la revelación, la expresión radiante de la gloria del Padre. En todo lo que hizo, en todo lo que dijo—era el nombre del Padre, Su naturaleza y Su carácter, lo que Él estaba dando a conocer. V.9. “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son”. El objetivo de Dios es alcanzar al mundo con el conocimiento de Su gran salvación, puesto que Cristo murió “para que el mundo fuera salvo por Él”. Y así, las iglesias han reconocido el objetivo de Dios e intentan lo mejor que pueden cumplir el objetivo de Dios—pero son lentas en caminar por el camino de Dios. El método de Dios para hacer que el mundo crea es por medio de un pueblo que se ha unido a Él— no mediante una campaña cristiana organizada. El ministerio aún más excelente de Cristo en los cielos es el de preparar discípulos que se conviertan en Sus representantes en la tierra. Y de este modo, nuestro Señor Jesús ora por los Suyos, no por el mundo. Cuando Él es verdaderamente glorificado en los suyos, entonces, por supuesto, orarán por el mundo al que el Señor los envíe. Y por causa de esa unión con Él, ellos tendrán un testimonio viviente, vital, del Señor resucitado. V.10. “Y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos”. Ya hemos visto que el Padre era “glorificado en el Hijo”. Y ahora, como nuestro Sumo Sacerdote en los cielos, Él ora poder ser glorificado en Su pueblo. Si hay algo que los escritos de Juan enfatizan, es el hecho de que nosotros, por medio del Espíritu Santo, hemos de tener la misma clase de relación con el Hijo que Él tenía con el Padre. “Soy glorificado en ellos”, dijo Jesús. El Padre no tenía temor de que Su obra en la tierra fuera interrumpida o estorbada de alguna manera si se llevaba a Cristo a un trono celestial. Porque del mismo modo que el Padre era glorificado en el Hijo, ciertamente ahora el Hijo sería glorificado en Su pueblo en la tierra. V.11. “Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. ¿Cómo podemos dejar de entender lo que el Padre está diciendo? ¿Cómo podemos pervertir de tal modo Su intención para reducir su significado a que simplemente quiere un pueblo que olvide sus diferencias, se reúna en grandes congregaciones y pruebe de este modo al mundo que son uno? Es una perversión total de la verdad igualar la “unidad del Espíritu” con el ecumenismo y el diálogo entre los líderes de iglesia—nuestros teólogos reuniéndose y buscando áreas de consenso para eliminar las divisiones en la Iglesia. La unidad del Espíritu no tiene nada que ver con eso. Es simplemente lo que dice—ser uno con el Espíritu. “Para que sean uno, así como nosotros somos uno.” Uno con Jesús, como Él es uno con el Padre Llevando Su gloria, como Él llevó la gloria del Padre Caminando con el Hijo, como Él caminó con el Padre Obedeciendo al Hijo como Él obedeció al Padre Amando la justicia como Jesús amó la justicia Aborreciendo la maldad, como Jesús aborreció la maldad Ungido con el “óleo de alegría”—el mismo que fue derramado sobre la cabeza del Hijo Que fluye por todo Su cuerpo Hablando las palabras del Hijo, como Él habló las palabras del Padre. Haciendo las obras del Hijo, como Él hizo las obras del Padre.
V.1216 . “Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos. Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.” El pueblo de Dios no tiene nada en común con el sistema del mundo. Por eso ellos son odiados. No pueden cooperar con planes terrenales. Simplemente los atraviesan como “extranjeros y peregrinos”, porque buscan una clase diferente de ciudad. Son extranjeros a ésta, y desechan los enredos terrenales. Esto en si puede que no cause demasiados problemas. Pero mientras están aquí son embajadores de otro País. Y es este testimonio lo que causa todos los problemas. Estamos aquí para reprender, reprochar y convencer a los que nos rodean. Esto es lo que produce enemistad de parte de un mundo que odia a Dios—un mundo que puede profesar que quiere a Dios, pero que también quiere a sus ídolos. Porque la codicia es idolatría según el apóstol Pablo (Col. 3:5). Y la codicia no está desenfrenada en el mundo solamente, sino que es predicada y promocionada por los que prometen riquezas, felicidad y prosperidad a un pueblo que se une a la Iglesia y que prosigue con sus sistemas mundanos. El cristianismo del día de hoy es en gran medida parte de este sistema del mundo. Con demasiada frecuencia hemos “hecho un pacto” con los habitantes de la tierra en lugar de destruir sus ídolos—como el Israel de antaño. Crecemos desde nuestra infancia en una sociedad que consideramos como nuestra. En muchos países donde el Cristianismo ha florecido, se enseña incluso que son la nación escogida de Dios. Es difícil para la mayoría de los cristianos aceptar el hecho de que estamos en guerra con este sistema del mundo. “Toda la armadura de Dios” es lo que leemos y sobre lo que enseñamos, pero ¿Dónde queda el conflicto con el dios de este mundo? La actitud parece ser “Mundo, déjanos tranquilos, y te dejaremos tranquilo—vivamos juntos en hermosa coexistencia”. Y así, el mundo nos tolera ahora porque más o menos somos uno con él. Será muy distinto cuando comencemos a caminar conforme a los principios del Reino del Cielo. Tened por cierto, pueblo de Dios, que cuando el Espíritu de Verdad reciba el Señorío en medio de nosotros, va a “convencer al mundo de pecado, justicia y de juicio”—porque eso es exactamente lo que vino a hacer. Y el mundo nos odiará por ello. V.1719. “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.” Jesús está orando por nosotros en el Santuario Celestial, para que nosotros podamos ser hechos santos, apartados, consagrados a Él por la verdad. Con demasiada frecuencia el significado de la “santificación” ha sido reducido a una cierta experiencia que puedes tener—y después eres apto para perder dicha experiencia. Después, al buscar a Dios, “la” vuelves a tener. Ahora Cristo ha sido hecho para nosotros “santificación”—del mismo modo que Él es nuestra “sabiduría”, nuestra “justicia”, y nuestra “redención”. (1ª Cor. 1:30). Somos santificados por completo cuando Cristo tiene el control de nuestras vidas— cuando Él vive y camina en nosotros por Su Espíritu. Se convirtió en nuestra heredad cuando Jesús murió en la Cruz, una vez y para siempre (Heb. 10:10). Y es una obra constante de gracia en nuestros corazones “por el lavamiento del agua por la palabra” (Ef. 5:26)—y nosotros, a cambio, “santificamos al Señor Dios en nuestros corazones” (1ª Ped. 3:15). Sólo viviremos la vida santificada, la vida totalmente consagrada a Dios, cuando le demos Su señorío en nuestros corazones. Y así, Jesús, por causa de nosotros se ha “santificado” a Él mismo. ¿Teníamos que limpiar Su vida de suciedad de la carne? ¡No! Sino que Aquel que siempre fue puro y limpio, fue más allá y “se santificó a Sí mismo”. Es decir, se apartó por completo a la voluntad del Padre.
“Así Yo los he enviado al mundo”. Muchas iglesias y agencias misioneras están enviando a sus representantes al mundo; y sabemos que Dios está haciendo una cierta obra conforme al llamado de cada uno. Pero cuando Dios haya preparado para Él mismo un pueblo “santificado”—totalmente separado para Dios y Él los envíe, tendrán la misma clase de impacto en el mundo que tuvo Jesús cuando fue enviado por el Padre—como Sus discípulos cuando fueron enviados por el Hijo. V.2021. “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.” Y de este modo somos incluidos en esta oración sacerdotal. Y la oración es muy explícita. “QUE TAMBIÉN ELLOS SEAN UNO”. La única “unidad” que deleita al corazón del Padre es la unidad con Jesús, la unidad con el corazón y la mente de Dios—teniendo la misma clase de unión con el Hijo como la que Él tiene con el Padre. Fijémonos en esto: este es el testimonio de Dios al mundo, que Jesús es el Hijo de Dios. Este es el camino de Dios. Y cuando todos los esfuerzos del hombre por alcanzar el mundo por medio del evangelismo de masas y por las facilidades de los medios de comunicación, hayan fracasado por completo, Dios enviará Sus testigos a los confines de la tierra—para que todo el mundo sepa que un Cordero reina en el trono de la gloria. ¿Cómo sé esto? Porque cuando los juicios de Dios caigan sobre la tierra, los habitantes de la tierra se esconderán en los montes y rocas para esconderse de la ira del Cordero. Sabrán que el Cordero se ha levantado para juzgar a las naciones. “Caed sobre nosotros y escondednos del rostro de Aquel que se sienta en el trono, y de la ira del Cordero”. Me pregunto si Dios podría derramar la medida completa de Su ira antes de que haya un testigo santo y puro del Cordero que reina en el trono. V.22,23. “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.” El pueblo de Dios no es hecho uno mediante cónclaves ecuménicos ni grandes convenciones carismáticas presididas por poderosos apóstoles y profetas. Es hecho uno por la gloria de Dios, por la gloria que puso sobre Cristo—puesto que esta es la gloria que Él ha puesto en Su pueblo. Las conferencias, los diálogos, la comunicación abierta entre los líderes de las Iglesias, el “reunirnos en amor, en alabanza y en adoración” y el tratar de solventar asuntos controversiales—esto no tiene nada que ver con ellos. Es mediante la gloria de Dios, que viene a morar en Su templo—la misma gloria que tomó Su morada en el Señor Jesús, haciéndole ser el mismo Templo de Dios en la tierra—haciéndole ser el portavoz de Dios, la voz de Dios, la revelación de Dios mismo a los corazones de los hombres. Pero ahora ya no es más la “plenitud de Dios” en Su Hijo en la tierra, sino la plenitud de Dios en Sus “muchos hermanos”—Su unigénito siempre teniendo la preeminencia en todas las cosas ahora y para siempre. ¡Amen! Hechos perfectos en UNO Llegando a la plenitud en UNO Llegando a la consumación en UNO Llegando a la madurez en UNO Para esto es precisamente el ministerio desde el trono. Y si el “ministerio” no produce esto en la tierra, el propósito de Dios en producir esto se quedará corto de Su
intención original. Porque el Hijo de Dios, exaltado a la diestra de Dios en los cielos, está ahí para producir esa clase de ministerio en la tierra. “A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un VARÓN perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:1213). Esta es la revelación de Dios mismo al mundo. Este es el testimonio de Dios al mundo, que el Hijo fue enviado del Padre para redimirlo—y que Jesús ahora reina como Rey de reyes y Señor de señores sobre todas las cosas. Tú dices, ¡Imposible! Lo se, es totalmente imposible para los hombres. Por eso Dios escoge hacerlo de este modo, para que sólo Él pueda ser glorificado. V. 24 “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo.” No negamos los objetivos finales de Dios simplemente porque enfaticemos Sus operaciones del presente; y Él quiere que nosotros estemos con Él de manera muy real—aquí y ahora. Esperamos ansiosamente estar con Él en la gloria futura; pero Él también quiere que permanezcamos en Él ahora. “Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre.” (1ª Juan 2:24). Él quiere que permanezcamos con Él ahora—para que también podamos permanecer en Él entonces. No pensemos ni por un instante que si encontramos nuestro hogar en Dios ahora, el Cielo tendrá menos significado para nosotros en su momento. Lo opuesto si es cierto. Es porque el Hijo del Hombre permaneció en el Cielo mientras andaba en la tierra, que pudo orar de forma efectiva. “Glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.” (Juan 17:5, Juan 3:13). La futura gloria de nuestra herencia dependerá de nuestra apropiación de esa gloria aquí y ahora en esta vida. Habrá diferentes grados de gloria ahí, porque Pablo nos dice: “Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria. Así también es la resurrección de los muertos.” (1ª Cor. 15:41,45). Pero tengamos por cierto que nuestra lucha por conseguir el “premio” del que habla Pablo no estará determinada por cuánto conocimiento tengamos del “supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Estará determinada por haber o no caminado por Su Camino y por habernos identificado con Sus sufrimientos. V.2526. “Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.” ¿Cuál es la búsqueda final, la esperanza y anhelos finales, el deseo supremo del corazón de nuestro Sumo sacerdote en el trono?
Es que el mismo amor que el Padre tenía por Cristo, y que fue manifestado por medio de Cristo, pueda estar en nosotros. Y por eso Él está tan preocupado de que caminemos en Su verdad. Por eso Él nos revela el corazón, la mente, el nombre—la misma naturaleza y carácter del Padre. Es para que al conocer al Padre, podamos participar de Su amor en una plenitud permanente mayor y mayor aún. El hombre necio dice, “Olvida todas esas enseñanzas lejanas y simplemente amémonos unos a otros”. Tú no te lanzas y te aferras al amor como si se tratara de algo terrenal, tangible. ¡No lo agarras y desaparece por arte de magia! No puedes conocer el amor hasta que conozcas a Dios, puesto que Dios es amor. No puedes hallar el amor sin caminar cerca de Él, sin aprender de Él—aprendiendo la obediencia, tomando Su cruz, siguiendo al Cordero por donde quiera que Él vaya. Por eso debemos ministrar la verdad y caminar en la verdad. Dios quiere llevarnos hacia Sí mismo, para introducirnos en Su amor. Lo que no puedes es salir y agarrarlo como si se tratara de una mariposa que revolotea por tu camino, o como una brizna de hierba que flota en el agua. El amor es más bien como el aire—la misma atmósfera del Cielo que nacimos para respirarlo. El amor es el mismo océano, en cuyas profundidades debemos hundirnos—y en el que debemos vivir—si es que vamos a convertirnos en un pueblo que esté lleno con la plenitud del amor de Dios. Tenemos que ser recreados para poder convertirnos en criaturas de Su amor. Y el propósito final de Cristo morando en nuestros corazones—al caminar en fe, en obediencia, en esperanza, en paciencia—es que Él pueda llevarnos hacia la plenitud de Su amor. Él quiere producir un pueblo colectivo en la tierra que pueda comprender, aprender—que pueda aferrarse y perderse en la plenitud de Su amor: “Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.” (Efesios 3:1719). No digas, “Simplemente amémonos y olvidemos la verdad”. No digas, “Tengamos el Templo, y olvidémonos del fundamento”. No digas, “Cosechemos la cosecha, y olvidémonos del tiempo de la siembra”. No digas, “Tengamos las manzanas y olvidémonos del riego, la poda, las hojas y las flores.” Se requiere el infinito y paciente cuidado del labrador en nuestras vidas y la gran obra intercesora de nuestro Sumo Sacerdote en los cielos para producir en la tierra un pueblo que manifieste el mismo amor que estaba en Jesús. Y nuestro Señor sigue pidiendo al Padre que produzca esta clase de gente en la tierra. Porque Jesús sabe y quiere que sepamos que la respuesta de Dios a nuestra oración es la respuesta de Dios a cada necesidad humana. El Urim y el Tumim han llegado a la plenitud gloriosa en nuestro Sumo Sacerdote sobre el trono de gloria, y aún ha de llegar a una plenitud gloriosa y triunfante en Sus escogidos en la tierra. El Urim (las luces, las glorias, los fuegos) que rodean el trono e irradian de Su rostro, aún debe brillar en el Tumim (las perfecciones, la plenitud, la consumación de la revelación divina en la tierra). Porque el Espíritu de Dios está aquí en la tierra para tomar las excelencias de Cristo desde el corazón de Dios y revelárnoslas. Y puesto que Él no es solo URIM en Su naturaleza—Él es también TUMIM en Sus operaciones. Él no es solo Luz, Fuego y brillo en el Cielo. Él es
también TUMIM: Él consuma, Él lleva a la perfección, Él lleva a su consumación el Nuevo Pacto que nuestro Sumo Sacerdote media ante el trono. “Porque somos hechura Suya”—o como alguien lo ha traducido—“somos Su obra de arte”, que Dios ha decretado como la maravilla y la gloria de Su sabiduría, no solo aquí en la tierra, sino también en los cielos. (Efesios 2:10; 3.10). Quizás nunca antes la Iglesia se haya vuelto más estéril, más mundana, más cautivada por principios del mundo, más embellecida con los adornos de la tierra, como hoy día—y aún así, tan vacía de la Gloria de Dios. Nunca antes ha estado tan bien equipada con los recursos de la tierra; y sin embargo, nunca ha sido tan débil en su testimonio, ni estado tan confundida en su discurso, tan idólatra en su adoración, como hoy día. Diez mil voces claman por las ondas y caen desde los satélites sobre nosotros—¿pero cual es esa clara voz de pura autoridad que sale del corazón de Dios? Todo esto va a cambiar; y creo que las trompetas de Dios están empezando a sonar. Una vez más en este día de apostasía como en los otros días de apostasía, Dios va a levantar una palabra pura desde el trono, una palabra segura y certera de Urim y Tumim y los hombres sabrán—esta es la Palabra del Señor. Dios podía haber decretado que Jesús se quedara en la tierra, pero Él Le entronó en los Cielos. ¿Es que no podemos reconocer que el plan de Dios es el mejor de todos? ¿Y que el plan de Dios era que el Espíritu de Dios viniera a tomar Su morada en Sus escogidos en la tierra, para cumplir en ellos el Pacto que Cristo está mediando en los Cielos? Tengamos por cierto que el Espíritu Santo puede ser confiado para que complete la obra que Dios Le ha dado para hacer en el mundo y en la iglesia. Estamos prestos a exaltar Sus dones; o a exaltar Sus ministerios. Pero el propósito del don y el propósito del ministerio es exaltar al Cristo. Y Cristo es verdaderamente glorificado solo cuando Su pueblo viene a una relación viva con Él. Jesús dijo, “Yo soy glorificado en ellos”: El fin y el propósito puro del don es producir un pueblo que camine en comunión con Cristo—un pueblo que ha aprendido a “caminar en el Espíritu”. “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.” (Rom. 8:14). El Espíritu Santo es un Guía que ha de ser confiado. Jamás caeremos en engaño si permanecemos cerca de Jesús, y caminamos en el Espíritu. Dios, en tiempos pasados, entregó el hirviente caos de un mundo aún sin formar, al cuidado maternal de Su Espíritu—quién—como dijo el poeta—“Te sentaste como paloma sobre el vasto abismo, y lo preñaste”. Él es quien esparció las galaxias en los cielos y quien ordena su mismo movimiento por todos los extremos inexplorados del universo. Él da el espíritu de vida a cada criatura viviente, ordenando su camino desde su nacimiento hasta su muerte. Él da sabiduría al águila para edificar su nido en las alturas de los despeñaderos, y para hacer su hogar en las rocas. Él da sabiduría a la hormiga, para almacenar su alimento en el verano para el día del invierno, que ni siquiera sabe que se acerca. Él envía las langostas a la batalla, y sin embargo no tienen un rey ni un gobernante.
Pero el pueblo de Dios desde los días de Saúl ha sido reacio a poner su confianza en Dios diciendo, “Danos un rey que nos diga qué hacer—que nos guíe, y que nos introduzca.” El hombre, redimido por gracia maravillosa, y lavado y limpiado por sangre preciosa, es revestido con el Espíritu Santo que viene a morar en nuestros corazones en la plenitud de Su presencia. El hombre redimido, enriquecido con gracia inmensurable, y con la misma sabiduría de Dios—todavía tiene temor de hacer que el Espíritu Santo sea su guía y su intérprete al caminar por los inexplorados desiertos de la vida. Tiene miedo de dejar que la Ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús se convierta en el principio motivador y potenciador por el cual vivir. Y en lugar de eso escoge dejar que la ley de algún sistema de iglesia, ministro, apóstol, o profeta, se convierta en la norma por la cual vivir y por la cual caminar. ¿Para qué son estos ministerios? Para llevarnos a esta clase de vida en el Espíritu, para que pudiéramos caminar con Dios. Y si no consiguen eso, están fracasando en cumplir la función por la que Dios los llamó y los puso en el Cuerpo de Cristo. Su propósito es el de alimentar a pueblo de Dios con la verdad, para que simplemente pudieran caminar con Dios en la libertad del Espíritu.
No serás libre del engaño—ni llegarás al conocimiento de la verdad estudiando todos los libros diferentes que hay escritos sobre el engaño y que tanto abundan en la Iglesia estos días. Solo conocerás la verdad y andarás en la verdad, cuando hagas al Señor Jesús el Señor de tu vida, y cuando aprendas a confiar en que Su Espíritu Te guíe y te conduzca a toda la verdad. Él es un Guía fiel, alguien en quién confiar. &
George H. Warnock