Creatividad en la fidelidad

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LA CREATIVIDAD EN LA CLASE DE RELIGIÓN
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Creatividad en la fidelidad El próximo día 30 de este mes, se cumple el vigésimo aniversario de la exhortación postsinodal Christifideles Laici sobre “la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo”, tema del Sínodo de los Obispos convocado por Juan Pablo II en 1987. Aprovechando dicha conmemoración, estas páginas quieren ser un llamamiento al compromiso del laico, protagonista activo de la comunión y agente de evangelización, y no un mero “cliente de la Iglesia”, “beneficiario de concesiones” o “voluntario de beneficencia”. A cuarenta años del Vaticano II y dos décadas de aquella cita sinodal a ellos dedicada, todo apunta a que ¡sigue siendo la hora de los laicos! A MODO DE PRESENTACIÓN

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Se cumplen muy pronto veinte años de la exhortación postsinodal Christifideles Laici. Dicha exhortación sitúa al fiel laico, desde el primer momento, “en la misma misión de la Iglesia”, porque es el obrero de la Viña (Mt 20, 3-7). Con ello, el Papa pretende, por un lado, evitar la separación entre la fe (“lo que creemos”) y la vida (“lo que hacemos”), y, por otro lado, desea que superemos todo “clericalismo”, porque el fiel laico ya “tiene dignidad propia”, previa a cualquier “reconocimiento” por parte de la jerarquía o de los presbíteros; en resumen, el fiel laico, por su bautismo, ya tiene una misión propia que cumplir en la sociedad. Dirigiendo la mirada al postconcilio, años 1970-2000, hemos visto signos y avances muy positivos en el tema de los laicos. El Papa nos recordaba algunos: los nuevos estilos de colaboración entre los laicos, los sacerdotes y los consagrados; la participación activa de los laicos en la liturgia, en el anuncio de la Palabra y en la catequesis; los múltiples servicios, ministerios y tareas confiados a los laicos; el lozano florecer de grupos, asociaciones y movimientos de espiritualidad y compromiso propiamente laicales; y la participación más amplia de la mujer en la vida de la Iglesia y en el desarrollo de la sociedad. El presente Pliego lo dividimos en dos partes: por dónde caminan la teología

y espiritualidad laical y el tema de los ministerios laicales. Estas páginas están escritas en la línea de destacar más lo positivo que las sombras, y de animar al compromiso del laico en el mundo, desde su inserción como adulto en la Iglesia. Los laicos no son “los clientes de la Iglesia”. Son protagonistas activos de la comunión y misión de la gran familia que es la Iglesia. No son “los beneficiarios de concesiones”, sino miembros con una misión específica, fundada en el Bautismo y la Confirmación y, para muchos, en el Matrimonio. No son “voluntarios de beneficencia”, sino miembros de la Iglesia que realizan su específica vocación y carisma. En resumen, cuando se habla de laicos evangelizadores, no se entiende que lo son por suplencia o falta de sacerdotes, sino por su propia identidad e insustituible misión. ¡¡En verdad, después de cuarenta años del Concilio Vaticano II, y veinte del Sínodo de Obispos sobre el laicado, sigue siendo la hora de los laicos!!

I. ¿POR DÓNDE CAMINAN LA TEOLOGÍA Y LA ESPIRITUALIDAD LAICALES? 1. Tres tendencias en teología y espiritualidad laical En 1953, escribía Y. Congar que “no existía una teología (y, por lo mismo, una espiritualidad) del laicado”.

Y, en 1987 en pleno Sínodo, monseñor F. Sebastián continuaba lamentándose de “que no existían ni una teología, ni una espiritualidad del laicado desde los presupuestos eclesiológicos del Vaticano II”. En la más reciente bibliografía sobre teología y espiritualidad laical, los caminos no son nítidos. En cualquier caso, debemos hacernos esta pregunta más global y comprometida: ¿Estamos ante el redescubrimiento de los laicos, y con ello de su espiritualidad, o ante el redescubrimiento de la Iglesia misma y su relación con la sociedad? Tres parecen ser las líneas básicas o troncales por donde discurre la teología y espiritualidad del laicado: a. Ser laico no es otra cosa que ser cristiano sin más. b. La secularidad y laicidad (índole secular) como nota específica de toda Iglesia, y de los laicos en particular. c. Reforzamiento del binomio comunidad-ministerios como alternativa al binomio clérigos-laicos. Ampliamos dichas líneas para entender mucho mejor el alcance de lo afirmado. a. Ser laico es ser cristiano, sin más Según esta primera postura, ya es bastante y suficientemente importante con ser cristiano/bautizado. No se debe pensar y actuar como si hubiera que “añadir algo” al ser cristiano, como, por ejemplo, el estar en el mundo o el ejercer algún ministerio. Sobre todo, en esta época pos-cristiana, hay que mostrar la originalidad del ser cristiano, que no es algo que pueda sin más darse por supuesto. En realidad, la figura y el problema del laico han surgido de una serie de circunstancias históricas que han privilegiado el ministerio sacerdotal, y el carisma religioso, relegando a los laicos. Con ello surgió, de rebote, una distancia entre el simple bautizado, los consagrados, y la jerarquía (que, tendencialmente, se identificarían con la Iglesia). Esta distancia que el bautizado experimentaba es lo que convertía al laico en un sujeto pasivo y, de hecho, secundario. Por tanto, si el ministerio

ordenado, y la vocación de especial consagración, se convierten en verdadero signo de transparencia y servicio eclesial, el laico no será problema, sino sujeto y partícipe activo en la vida y en la misión de la Iglesia. b. La secularidad como rasgo específico de los laicos Para esta segunda tendencia, y siguiendo expresamente el Concilio Vaticano II y, posteriormente, la Christifideles Laici, el carácter “mundano” de la existencia de los laicos no es un rasgo meramente extrínseco (sociológico), sino que alcanza nivel ontológico (teológico y de identidad profunda). En efecto, desde su vida propiamente laical, para algunos familiar, y desde su profesión mundana, los laicos deben instaurar los valores evangélicos en la sociedad y en la historia contribuyendo a la consacratio mundi (consagración del mundo). Para evitar visiones recortadas de la época anterior, se destaca el valor eclesial de esa actividad mundana, así como la presencia de la gracia y de la dimensión salvífica de las actividades realizadas por los laicos en orden a la santificación.

Con su obrar en el mundo, el laico, en signo de comunión eclesial, participa de la única y misma misión eclesial. Sin duda, y con mucho, este tema de la secularidad laical es el que más literatura teológica ha producido. Las posturas van desde una defensa decidida y una exaltación de lo secular, como identidad ontológica y teológica propia del laico (por ejemplo, P. Rodríguez, J.L. Illanes, G. Lo Castro, L. Moreira Neves), hasta la defensa de una mitigación o equilibrio de esta índole secular propia del laico, al relacionarlo con la secularidad de toda la Iglesia en el marco de la relación Iglesia-mundo (por ejemplo, R. Blázquez, W. Kasper, G. Regnier, B. Forte, E. Bueno). En cualquier caso, cuando se habla de la laicidad (secularidad) como rasgo de toda la Iglesia, se quiere decir con ello que sería un lamentable reduccionismo atribuir la referencia al mundo a un solo sector de miembros de la iglesia, es decir, a los laicos. Si bien la laicidad marcaría “al fiel laico” lo peculiar de su vocación y misión. En realidad, también los que han recibido la imposición de manos tienen una dimensión secular. Igualmente, las vocaciones de especial consagración. Teológicamente, la laicidad

de toda la Iglesia se comprende desde el significado de la relación Iglesia-mundo, y desde el sacerdocio común, el profetismo y la dimensión regia; todo bautizado es miembro de una Iglesia que ha de servir al mundo para hacer presente la voluntad salvífica de Dios y su reino, aunque efectivamente cada bautizado ejerce o desarrolla esa laicidad de modo propio y peculiar, por lo que hay diversidad de ministerios y de funciones y, en cierta mera, de “presencia y situación” en el mundo, en la historia y en la sociedad. La cuestión está, por tanto, en resaltar lo específico de la secularidad de los laicos (“su índole secular”), pero no en hacer de la misma algo “sólo y exclusivo” de ellos. Esta categoría de laicidad (secularidad), como ha señalado B. Forte, ha sufrido diversas etapas históricas: desde un rechazo de la misma (eclesiocentrismo donde se exasperaba la dimensión sacral y espiritual), hasta la recuperación progresiva (teología de las realidades terrestres) y su plasmación y aceptación plena en el Vaticano II (Iglesia y mundo no son dos polos opuestos; el mundo es el lugar natural de la Iglesia –“la viña”–, y en él está la Iglesia como levadura y fermento). Se puede afirmar que la categoría de laicidad (secularidad) ha servido como categoría “puente” para despertar y redescubrir la vocación y misión propias del laico. Pero dicho redescubrimiento de la secularidad o laicidad como dimensión de toda la Iglesia, unido al redescubrimiento de la eclesialidad total, exigen la superación en el seno de la Iglesia de todo clasismo y la no reducción a parcelas o cotos. Se concluye que el laico sólo puede ser definido en referencia a una constelación histórica determinada en la relación Iglesia-comunidad temporal, recuperándose el marco eclesiológico y la proyección evangelizadoratransformadora de la realidad. De aquí su espiritualidad profunda. c. La alternativa comunidad/ministerios

El ministerio ordenado debe servir a la unidad de los diversos carismas

El mismo Y. Congar es el que ha favorecido esta postura que trata de superar el binomio clásico clérigo/laico, como intento de desarrollar los presupuestos conciliares y de recoger las conclusiones más sobresalientes

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PLIEGO de los estudios neotestamentarios y de los diálogos ecuménicos. La comunidad cristiana posee una dimensión tanto pneumatológica como cristológica: es receptora de pluralidad de carismas para atender a los diversos servicios y necesidades que experimenta en su dimensión evangelizadora y en sus actividades internas. Si el ministerio apostólico enlaza con el ministerio histórico de Jesucristo, ello no debe ir en perjuicio de los otros carismas que existen en la comunidad. Por ello, la comunidad cristiana debe tener la creatividad suficiente para estructurarse conforme a estos criterios. El ministerio ordenado garantiza la continuidad apostólica y sirve a la unidad de los diversos carismas, pero no debe ser ejercido como opresión o anulación del resto de los carismas existentes en la comunidad. De aquí se deduce la promoción de los ministerios laicales.

2. Principales problemas y cuestiones planteados hoy por la teología y espiritualidad laical

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Marcadas las diferencias o matices de las tres corrientes de teología y espiritualidad laical, digamos que las tres posturas expuestas consideran superado el binomio clérigo-laico. La reflexión sobre los laicos ha llevado a la conclusión de que el verdadero problema es eclesiológico, en su doble vertiente: hacia dentro (recuperación de una eclesiología de totalidad) y hacia fuera (la nueva postura a adoptarse en la relación Iglesia-mundo). Englobando dichas líneas, podemos afirmar que la teología laical, y con ello su espiritualidad, caminan en sus fundamentos por una instancia tridimensional: Dimensión cristológica (“desde donde se es laico”), o recuperación de una definición positiva del laico como “ser cristiano en la Iglesia misterio”. Y contribuyendo a hacer presente el único misterio de Cristo en todas sus dimensiones: Jesucristo, misterio de comunión trinitaria, que instaura el reinado de Dios (“ya, pero todavía no”) siendo sacerdote, profeta, rey y sanador. Dimensión eclesiológica de comunión (“en donde se es laico”), o superación del binomio (clero-laico) y del trinomio

(clérigo-laico-religiosos), asumiendo el binomio originario comunidadministerios, dentro de una eclesiología de totalidad (como misterio-comuniónmisión). Dimensión antropológica de misión (“para donde se es laico”), o recuperación de la secularidad como nota específica de todo el Pueblo de Dios, de toda la Iglesia (consecuencia del misterio de la Encarnación), pero vivida por los fieles laicos de forma peculiar (índole secular), en cuanto se encuentran “plenamente” insertados en la mundanidad. Afirmado lo anterior, subrayamos que, para evitar tanto el peligro de secularización como de clericalización, o incluso de espiritualización, debemos redescubrir la categoría de laicidad eclesial (secularidad), en cuanto dimensión de toda la Iglesia, así como la importancia de la inserción concreta del laico en la Iglesia particular, ejerciendo su ministerialidad y su compromiso asociado, para hacer presente el misterio del Jesucristo total. Podemos afirmar con fuerza que en el tema de la teología y espiritualidad laical estamos no solamente ante el redescubrimiento de los laicos como tales, sino ante el redescubrimiento de la Iglesia misma y su nueva y necesaria relación con la compleja y plural cultura y sociedad de hoy. Pero a estas alturas todavía alguien puede seguir preguntando si es posible determinar un estatuto teológico propio para el laicado o, con palabras más sencillas, si tiene sentido hablar de teología y espiritualidad laical. Respondo afirmativamente, superando posturas de escepticismo y, para ello, tomo prestadas las palabras de A. G. Magnani: laico viene a ser como “el ámbito” en el que la laicidad de toda la Iglesia (su relación mundanal) se realiza de forma plena y concreta. Es decir, siguiendo la doctrina de LG, 31 y AA, 4, “laicado es el lugar teológico concreto en el que se realiza plenamente la laicidad de la Iglesia”. De otra forma expresado, parafraseando a G. Martimort, “la teología y espiritualidad laical no sería otra cosa que la eclesiología vivida coherentemente en nuestro mundo

de hoy hasta crear un estilo de vida genuinamente cristiano”. Por eso se ha podido afirmar, lo repetimos, “que el laicado es una condición sacramental de servicio, una condición carismática de libertad, un testimonio evangelizador en el mundo y una presencia de corresponsabilidad”. En este sentido, lo laical y el laicado encierran un “carisma especial” dentro de la forma de vivir la experiencia cristiana concreta, como puso de manifiesto Christifideles Laici, e incluso ha sido sancionado por el nuevo Código de Derecho Canónico y el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 897-913). Dicho “carisma especial” es la realización plena de la “índole secular de toda la Iglesia”, entendida en un sentido teológicamente profundo y eclesialmente equilibrado, para no “secularizar al laico” (encerrarlo en lo mundano) o “absolutizar en él dicha dimensión” como si nada tuviera que ver ésta con el fiel religioso y el fiel presbítero. A partir de este dato troncal o fundamental, seguimos haciéndonos la misma pregunta: ¿Cómo se pueden definir una genuina teología y espiritualidad laical? Necesariamente debemos mirar al Sínodo de 1987 y a la exhortación Christifideles Laici, como tendremos ocasión de hacerlo ampliamente. Si, en resumen, se me permite apuntar cuatro puntos cardinales de la teología y espiritualidad laical, subrayaría como Norte el amor apasionado y la conversión sincera a Jesucristo; como Sur, la experiencia de comunión eclesial; como Este, una seria y continuada formación permanente, y la vivencia de la espiritualidad, para saber dar razón de la fe y esperanza; y, como Oeste, la transformación de todas las realidades socio-culturales y “mundanas” desde las claves del Reinado evangélico. Con una insistencia: no puede haber Rey sin Reinado, ni Reinado sin Rey. Es decir, no se pueden separar la identidad y la misión, la mística y la acción. Se puede afirmar, con palabras de P. Escartín, que los laicos “son expertos en mundanidad”, en cuanto es el Espíritu quien los lleva a vivir en el mundo y para el mundo, pero siempre en nombre de la Trinidad, con el hálito de las

La teología laical no puede separar identidad, misión, mística y acción Bienaventuranzas (dimensión crística), en la matriz eclesial (dimensión eclesial) y ordenando, según el Plan de Dios, los asuntos temporales (dimensión secular). Desde esta perspectiva se pueden, y se deben, integrar las diversas corrientes de teología y espiritualidad laical que arrancan desde los años inmediatamente anteriores al Concilio Vaticano II. Lo intentamos en forma de preguntas y respuestas: ¿Es el laico un “cristiano sin más”? Sí, si por tal entendemos su inserción radical en el misterio de Jesucristo para ser miembro de su Cuerpo, llamado a la santidad y a vivir el estilo de las Bienaventuranzas evangélicas.

¿Debería tener el laico mayor protagonismo en la comunidad ejerciendo más ministerios, oficios y funciones? Sí, en cuanto es miembro del Pueblo de Dios, de pleno derecho, y ejerce el sacerdocio común, profético y regio. ¿Tiene el laico como propio y característico la “índole secular”? Sí, en cuanto es Templo vivo del Espíritu Santo y debe consagrar el mundo a la Trinidad y favorecer el Reinado de Dios en el “mundo”, desde dentro de él, a modo de fermento. Expresado lo cual, nos atrevemos a realizar unas graves advertencias: según se subraye una u otra de las tres dimensiones fundamentales, al fiel laico

se le puede “diluir” (desdibujando la identidad del laico en su vocación cristiana común sin más) o secularizar (dejarle sólo en su inserción mundana), o clericalizarlo (encerrarlo sólo en los límites eclesiales, reivindicando sólo ministerios y, así, “jerarquizarlo”, o acentuando exclusivamente su vinculación con el ministerio apostólico).), o espiritualizarlo (en una especie de huida del mundo, insistiendo sólo en su vida espiritual), o incluso hacer de él una especie de religioso (subrayando sólo la dimensión bautismal de consagrado). Pero, además, la teología y espiritualidad laical se viven en un contexto socio-cultural determinado y en una Iglesia particular. Y, en algunos casos, en una dimensión universalista de evangelización (movimientos eclesiales), en el sentido de que dichos movimientos encajan en una dimensión apostólicaevangelizadora “universalista” desde el ministerio apostólico, como afirmó en su día Benedicto XVI. Su vinculación jerárquica y su dimensión de catolicidad serían las dos notas que los definen. Detrás de la teología y espiritualidad laicales, lo repetimos, están en juego la eclesiología o imagen de Iglesia que se potencia y vive, y cómo son las relaciones Iglesia-mundo. Evidentemente, en nuestros días, una Iglesia misterio de comunión y misión, y unas relaciones Iglesia-mundo en clave de Nueva Evangelización y con claro y decidido protagonismo laical. ¿Qué cuestiones o problemas quedan abiertos para el futuro en el tema de la teología y espiritualidad laical?: Si los movimientos laicales acabarán por imponerse como teologíaeclesiología-espiritualidad laical, incluso desde una acentuación de lo universalcatólico. Es decir, si a la hora de hablar de lugar teológico-eclesiológico de los movimientos laicales, sabremos equilibrar su dimensión universalista (“católica”), que enlaza con el ministerio apostólico, y su verdadera inserción en la Iglesia local. Si los Institutos Consagrados Seculares tendrán un futuro en la Iglesia, o dejarán paso a la consolidación de los nuevos movimientos laicales y se integrarán en ellos.

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Si las Iglesias locales, y quienes las integran (sacerdotes-religiosos-laicos), a partir de la eclesiología de totalidad, con protagonismo laical, cambiarán radicalmente su fisonomía. También en el tema de ministerios y protagonismo de la mujer. Sin irnos a extremos o a la ley del péndulo. Es decir, si en otras épocas se habló de clericalización de la Iglesia, hoy no podemos caer en una Iglesia “laica” en el peor sentido de la palabra. Es muy importante redescubrir la espiritualidad propiamente laical, ya que ésta iluminará, a su vez, la espiritualidad del sacerdote secular en algunas de sus dimensiones esenciales (por ejemplo, cómo vivir el ministerio en la Iglesia particular y en su dimensión de secularidad), y revalorizará la del cristiano de especial consagración (porque aunque los consejos y Bienaventuranzas son para todos los bautizados, sin embargo, siguen existiendo vocaciones como signo “escatológico” de comunión, presencia y vivencia radical), y, en general, será la clave para discernir las relaciones Iglesia-mundo. No es casualidad que el papa Juan Pablo II insista tanto en el protagonismo de los fieles laicos en la Nueva Evangelización. Por estos derroteros, y respondiendo a dichos interrogantes, se puede y se debe seguir avanzando en la teología-eclesiología y espiritualidad laicales en los umbrales del tercer milenio. Con honestidad intelectual tenemos que afirmar que la denominada “espiritualidad laical”, y su teología, como casi todo lo decisivo en el cristianismo, no serán nunca cuestiones zanjadas, conscientes de que, ante la complejidad de las preguntas y elementos que se encuentran en juego, estamos muy lejos de decir la última y definitiva palabra. La vida, como el Misterio, no se pueden atrapar. Concluimos recogiendo una frase de S. Pié i Ninot, quien define así las claves para una teología y espiritualidad del laicado: “Una condición sacramental de servicio, una condición carismática de libertad, un testimonio evangelizador en el mundo, y una presencia eclesial de corresponsabilidad”.

II. LOS MINISTERIOS, ESPECIALMENTE LAICALES, EN UNA IGLESIA “MISTERIO DE COMUNIÓN PARA LA MISIÓN” 1. Ministerios, carismas y funciones en una Iglesia “misterio de comunión para la misión”1 Para encuadrar todo lo que se dirá a continuación, hay que recordar el marco eclesiológico en el que nos movemos: misterio de comunión para la misión2. La Iglesia, misterio de comunión para la misión, puede ser definida también como “ministerial”, tal y como se deduce de las cartas paulinas (1 Tes 5, 12; Rm 12, 6-8; 1 Cor 12, 4-11. 28-31; 14, 6). Se puede leer en la Primera Carta a los Corintios (1 Cor 12, 12 y ss) que todos formamos un único cuerpo en Cristo. Todos nos necesitamos y debemos poner al servicio complementario de los demás los dones, funciones, carismas y ministerios que el Señor, el Espíritu y la misma Iglesia han suscitado y siguen suscitando. San Pablo destaca al menos tres ministerios: el ministerio de apóstol, de profeta y de doctor (1 Cor 12, 28;

Ef 4, 11). Sin olvidar a los responsables de las comunidades, a quienes Pablo llama “sus colaboradores” (Rm 16, 3; 1 Tes 3, 2; 2 Cor 8, 23; 1 Tes 5, 12; 1 Cor 16, 16), así como los evangelistas y pastores (Ef 4, 1-6). Podemos concluir que, desde el inicio, la Iglesia es carismática y ministerial; los ministerios hacen a la comunidad, y la comunidad (con especial protagonismo de sus responsables) discierne esos mismos ministerios que otorga el Espíritu. La evolución histórica de los ministerios es muy compleja. En lo que afecta a los ministerios, se ha llegado a la conclusión de que existen ministerios: a. Por designación expresa de Jesús: los doce apóstoles: Lc 6, 13; Mt 10, 2; Mc 6, 30. b. Otros por designación del Espíritu Santo: ministerios señalados en las cartas paulinas (Rm 12, 6-8; 1 Cor 12, 8-11; 1 Cor 12, 28; Ef 4, 11). c. Y otros por designación de la Iglesia: por ejemplo, los “colaboradores” de los que se habla en Hch 6, 1-6; 13, 1-3 o en las cartas paulinas (1 Cor 16, 16; 1 Tes 5, 12; Rm 16, 1, etc.).

Los ministerios de los laicos tienen su base sacramental en el Bautismo

A la hora de hablar de una teología renovada de los ministerios en la Iglesia, los teólogos insisten en el redescubrimiento de la identidad de los laicos y de su misión en la Iglesia y en el mundo. Se debe añadir el redescubrimiento del bautismo en lo que comporta de misión para todos los fieles y, finalmente, la participación de los laicos en el ministerio pastoral. No es algo totalmente nuevo. En la carta apostólica Ministeria quaedam (1972), Pablo VI escribió el primer texto oficial en el que se habla de los ministerios de los laicos, cuando afirma que los ministerios pueden confiarse a los laicos de tal forma que no sigan estando reservados a los candidatos al sacramento del Orden. El mismo Pablo VI, en Evangelii Nuntiandi (8-12-75), señalaba (n. 70) que los seglares, en primer lugar, tienen como vocación específica la evangelización en medio del corazón del mundo en todos los ámbitos y ambientes. También añadía (n. 73) que los laicos pueden ser llamados a colaborar con los pastores para el servicio de la comunidad eclesial, ejerciendo ministerios y funciones muy diversos. Tales ministerios y funciones “son preciosos para la implantación, vida y crecimiento de la Iglesia”. La Iglesia particular debe fomentarlos, formarlos y saber discernir su oportunidad y necesidad. El Nuevo Catecismo de la Iglesia (1994), al hablar de los fieles cristianos (nn. 871-873), reconoce que entre los bautizados se da una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción, pero existen diversos ministerios, carismas y dones. Algunos, incluso, pueden ser llamados a colaborar con los pastores (n. 910). Todo para la común edificación del único cuerpo de Cristo. En el Nuevo Catecismo se habla también de la participación de los laicos en la función profética de la Iglesia (nn. 785; 904-907; 942), en la función regia (nn. 908-913; 943), y en la función sacerdotal (nn. 901-903; 941). Esta doctrina magisterial se verá ampliada y enriquecida en Christifideles Laici (1988), como hemos señalado en la segunda parte. Precisamente, a partir de Christifideles Laici, y siguiendo

la tradición, al hablar de funciones y ministerios laicales, podemos, en un primer momento, realizar la siguiente distinción: a. Ministerios laicales ocasionales, ejercidos en circunstancias determinadas y puntuales: voluntariado de caridad, catequistas, etc. b. Ministerios estables no sacramentales o instituidos: los principales, hoy, son lector y acólito. c. Ministerios sacramentales y públicos: tienen por base el sacramento del Orden. Estos ministerios denominados “laicales”, tanto los ocasionales como los estables, desarrollarían las cuatro dimensiones tradicionales de la Iglesia particular, a saber: evangelización (martyria), caridad (diakonia), culto (leiturgia) y comunión (koinonia). Son ministerios importantes y necesarios, y expresión del sacerdocio común bautismal de los fieles y de la riqueza de manifestaciones del Espíritu para la edificación de la Iglesia. La hora de su reconocimiento se oscila entre un “maximalismo” (pluralidad) y un “minimalismo” (monolitismo). De esta tensión se hizo eco, ya en 1997, la instrucción vaticana Sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes. Recordemos aquí sus subrayados más importantes.

2. La instrucción vaticana del año 1997 Dejamos el tema de los ministerios laicales en el nuevo Código de Derecho Canónico3, y recordamos lo que subraya la instrucción vaticana del año 19974.

Como no podía ser menos, se reconoce a todos los fieles la colaboración en la misión de la Iglesia, tanto en el orden espiritual, a la hora de llevar el mensaje de Cristo y su gracia a todos los hombres, como en el orden temporal, a la hora influir y perfeccionar el orden de las realidades temporales (p. 6). Por ello, como recordaba Christifideles Laici (n. 23), los pastores son invitados a reconocer y promover los ministerios, oficios y funciones de los fieles laicos que tienen su fundamento sacramental en el Bautismo y Confirmación y, para muchos, en el Matrimonio. En orden a la Nueva Evangelización, se exige un equilibrio entre “el especial protagonismo” de los sacerdotes y, al mismo tiempo, la total recuperación de la conciencia de lo que supone “la índole secular” en la misión del fiel laico (ChL, n. 15). En cualquier caso, se subraya constantemente que no se puede confundir el campo de los clérigos y el de los fieles laicos. Colaborar con el sagrado ministerio no significa “suplir ni sustituir” (p. 7). Se agradece especialmente la colaboración de los fieles laicos en tiempos de persecución, de missio ad gentes, o de escasez de clero (p. 8). Para evitar irregularidades, matiza algunos principios teológicos: 1. La diferencia entre sacerdocio común y sacerdocio ministerial no se encuentra en el sacerdocio de Cristo (el cual permanece siempre único e indivisible), ni tampoco en la santidad (a la cual están llamados todos los fieles), sino en el “modo esencial” de participación en el mismo y único sacerdocio de Cristo. Así, mientras el sacerdocio común de los fieles se realiza en el desarrollo de la gracia bautismal (vida de fe, esperanza y caridad), el sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común y se le ha conferido un poder sagrado para el servicio de los fieles. Para clarificar aún más los dos sacerdocios, la instrucción vaticana nos recuerda algunas características del ministerio ordenado, apoyándose en Pastores Dabo Vobis: El sacerdocio ministerial, obispos y presbíteros, hunde su raíz en la sucesión apostólica y está dotado de una potestad sacra, la cual consiste en la facultad y

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responsabilidad de obrar en persona de Cristo Cabeza y Pastor (PDV, n. 15). Son servidores de Cristo y de la Iglesia por la proclamación autorizada de la Palabra de Dios, de la celebración de los sacramentos y de la guía pastoral de los fieles (p. 11) (Cf. PDV, n. 16). Todas sus funciones (enseñar, celebrar, regir) forman una unidad. Por lo tanto, el ejercicio, por parte de los laicos, de alguna de estas funciones no les convierte en “pastores, sino en colaboradores” (p. 13). El ministerio ordenado es necesario para la existencia misma de la Iglesia. “No se debe pensar en el sacerdocio ordenado como si fuera posterior a la comunidad eclesial o como si ésta pudiera concebirse como constituida sin este sacerdocio” (p. 14) (Cf.ChL, n. 16). El sacerdocio ministerial es, por tanto, insustituible. 2. A partir de los anteriores principios teológicos, la instrucción vaticana señala diversas disposiciones de carácter práctico. Destacamos las siguientes: a. Necesidad de una terminología apropiada (pp. 17-18): Reservar, en principio, la palabra “ministerio” para el ministro ordenado; a los laicos, les corresponden “funciones”. Una cosa es ser “ministro extraordinario” (cuando se es llamado por la autoridad competente para cumplir una función prolongada), y otra ser denominado, según la función (“catequistas, acólito, lector”, etc.). Nunca es legítimo a un fiel laico designarle con apelativos como “pastor, capellán, coordinador, moderador”, que se prestarían a confusión con lo que es un ministro ordenado. b. El fiel laico y el ministerio de la Palabra: A los laicos se les puede conceder “una suplencia” en casos de objetiva necesidad; pero no se puede convertir en un hecho ordinario ni puede entenderse como promoción del laicado (p. 20). La homilía, durante la celebración de la Eucaristía, está reservada al ministro ordenado. A los laicos, incluidos seminaristas, se les puede permitir una breve monición para entender mejor la liturgia que se celebra, o un testimonio

en eventos especiales, o la posibilidad de intervenir en un diálogo dentro de la homilía. Fuera de la Misa puede ser pronunciada, por fieles no ordenados, según lo legislado (p. 21-22). c. Ejercicio de párroco por parte de un fiel laico: Según el c. 517,2, puede ejercerlo por escasez de sacerdotes, y no por razones de comodidad o de una equivocada promoción del laicado. Siempre se debe ejercer en atención al “ejercicio de la cura pastoral”, y no para dirigir, coordinar, moderar o gobernar, que compete propiamente al sacerdote. Se debe otorgar prioridad a los diáconos y agotar incluso la vía de los sacerdotes mayores (pp. 22-24). d. Participación de los laicos en organismos de colaboración en la Iglesia particular: En el Consejo presbiteral, sólo participarán sacerdotes en activo y en comunión con el obispo. Ni fieles laicos ni diáconos. En el Consejo pastoral y económico, diocesano y parroquial, los fieles laicos participan como “consultores”, al no ser organismos deliberativos. El Consejo parroquial debe ser presidido por un párroco; son nulos los acuerdos en ausencia del párroco. Los grupos de expertos o de estudio no suplirán nunca a los consejos presbiteral y pastoral. Los arciprestes serán siempre presbíteros (pp. 24-26). e. El fiel laico y las celebraciones litúrgicas: A un fiel laico o a un diácono no le es permitido pronunciar las oraciones y cualquier parte reservada al presbítero. No se puede ejercer una especie de “cuasi presidencia”, dejando al sacerdote “lo mínimo” para garantizar la validez de la Eucaristía. Tampoco los laicos pueden utilizar ornamentos reservados al sacerdote o al diácono (estola, casulla, dalmática) (pp. 26-27). En cuanto a las celebraciones dominicales en ausencia de presbítero, se debe tener especial mandato del obispo, y son, siempre, ocasionales. No se pueden utilizar elementos propios de la liturgia sacrificial (por ejemplo, la plegaria eucarística).

El ministro extraordinario de la Sagrada Comunión, también fuera de la Eucaristía, lo es cuando la necesidad lo reclama. Se puede nombrar ad actum (para el momento) por el sacerdote que preside la Misa. Es siempre de suplencia y extraordinario. Estos ministros no deben hacer la comunión ellos mismos como si fueran concelebrantes; tampoco se deben asociar a las promesas de los sacerdotes del día de Jueves Santo (pp. 28-29). f. El fiel laico y las celebraciones sacramentales: No puede un fiel laico administrar la Unción de enfermos, ni con óleo bendecido para la unción ni con óleo no bendecido. La unción guarda estrecha relación con el sacramento de la Reconciliación y la digna recepción de la Eucaristía (pp. 30-31). La asistencia a los matrimonios, por parte de los fieles laicos, requiere tres notas: ausencia objetiva de sacerdotes; que el obispo obtenga el voto favorable de la Conferencia Episcopal; necesaria licencia de la Santa Sede. Excepto el caso extraordinario del c. 1112, ningún

sacerdote puede delegar a un fiel laico para asistir a un Matrimonio (p. 31). En cuanto al Bautismo, la ausencia de presbítero o el impedimento del mismo, que justifican el que un fiel laico pueda bautizar, no pueden asimilarse a las circunstancias de excesivo trabajo del ministro, o a su no residencia en el territorio de la parroquia, o a su no disponibilidad para el día previsto por la familia (pp. 31-32). La animación de exequias sólo puede ser ejercida por un fiel laico por verdadera falta del ministro ordenado y observando siempre las normas litúrgicas (pp. 32). La instrucción vaticana concluye haciendo una llamada a la formación adecuada de los fieles laicos y su necesaria selección para los ministerios. A raíz de esta instrucción, se ha escrito que “no se puede dar la impresión de rivalidad entre laicos y presbíteros… Como si los laicos buscan su promoción personal y los presbíteros defendieran su coto reservado… No hay que juzgar el ejercicio de los ministerios a partir de algunas disfunciones evitables”5.

Debemos saber mirar siempre el futuro con valentía, creatividad, confianza, imaginación, apertura y sano discernimiento. Seguimos avanzando y profundizando.

3. Aportaciones más recientes sobre el tema de los ministerios laicales ¿Cuáles son las principales y más importantes aportaciones sobre los ministerios laicales en la actualidad? Comenzamos haciéndonos eco de un libro de J. Rigal6. El autor subraya que, junto a los ministerios que son reconocidos, y con base sacramental, han aparecido los “ministerios delegados”, estrechamente vinculados al ministerio del Orden y que no eran casi imaginados por el Vaticano II, aunque sí se habló de ello en dos textos (LG, 35,4 y AA, 24). Se debate en la terminología si hablar de ministerio en “ausencia de” o en “espera de”… Y hasta ciertos teólogos plantean si debe o no considerarse a quien lo ejerce como laico o como ordenado. También en el año 2001 aparece un libro de Joaquín Perea7 sobre el laicado. Pretende ser como un manual.

En lo referente a los ministerios propiamente laicales, una vez expuesta su fundamentación eclesial y pneumatológica, se centra en algunas consideraciones de carácter pastoral a tener en cuenta en el futuro, tales como (pp. 393-400): La estrecha relación entre ministerios laicales y pastoral de conjunto. La complementariedad entre presbíteros y laicos para no caer el clericalismos y en “laicalismos”. Mantener siempre en el horizonte la dimensión secular y la pluralidad de opciones en materia sociopolítica. Y, finalmente, la resolución de la “presidencia” de los laicos a tenor del c.517,2. Teología y necesidades contextuales deben caminar de la mano. Sin salirnos del año 2001, D. Borobio publica una obra que culmina sus trabajos anteriores sobre ministerios laicales8. Lo más novedoso: la fundamentación de los ministerios en los sacramentos. Así, el Bautismo es la fundamentación radical de todos los servicios y ministerios (pp. 64-69); la Confirmación supone la aceptación pública de la tarea ministerial (pp. 7074); el Orden es la consagración para la animación de servicios y ministerios (pp. 75-78); el Matrimonio es el compromiso para un ministerio plural (pp. 78-81); la Penitencia, la renovación de la condición ministerial del cristiano (pp. 82-83); la Unción, la llamada ministerial en la situación de enfermedad (pp. 84-85); y la Eucaristía, el centro de vivificación ministerial (pp. 86-88). Es importante revalorizar a la mujer en el tema de los ministerios (pp. 89-120). D. Borobio, finalmente, nos regala un decálogo para la promoción de servicios y ministerios (pp. 365-369): 1. Tener clara la identidad de lo que son los ministerios. 2. Analizar la realidad en donde se va a servir. 3. Priorizar los servicios y ministerios más necesarios. 4. Concretar los más inmediatos y urgentes. 5. Discernir los carismas personales. 6. Ofrecer medios para la formación. 7. Acompañamiento permanente. 8. Favorecer una pequeña comunidad de fe y de misión.

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9. Distinguir entre “servicios” y “ministerios”. 10. Promover permanentemente nuevos servicios y ministerios. En el año 2003, aparece un libro muy interesante sobre la Situación de los laicos (identidad, misión y ministerios) en Europa. Lleva la firma de J. Martínez Gordo9. Se habla de los laicos con encomienda pastoral. Se distingue una variada tipología: 1. Encomiendas en régimen de voluntariado en el anuncio de la Palabra (catequistas), animación litúrgica, promoción de la caridad. Lo más positivo: crece la conciencia de corresponsabilidad. Lo menos positivo: capacitación y formación, problemas de relación con los profesionales. 2. Docencia de religión con missio canónica. Lo más positivo: buen trabajo y buena voluntad. Lo menos positivo: las reivindicaciones laborales pueden imponerse sobre lo vocacional. 3. Celebraciones dominicales en ausencia de presbíteros. Lo más positivo: conciencia de corresponsabilidad y desarrollo de ministerios. Lo menos positivo: falta formación en los agentes y sensibilización en quienes los reciben; condena de comunidades a la no presencia regular del presbítero; tal vez no poner todo el acento en la pastoral vocacional al sacerdocio ministerial. 4. Encomienda pastoral y con liberación económica (con proceso de discernimiento vocacional y compromiso de formación). Está muy en mantillas y en una Iglesia más bien “pobre”. La editorial Monte Carmelo inició hace unos años la colección ‘Diccionarios Norte’. El tema de los ministerios es abordado al menos en dos de ellos. El primero, en el año 2003, en el Diccionario del agente de pastoral litúrgico, por D. Borobio. Por su parte, R. Calvo (pp. 483-487), escribe la voz ‘Ministerios’ en el Diccionario del laicado y Movimientos y asociaciones laicales (2004). Se recuerda cómo la Iglesia se articula desde lo carismático y lo ministerial. El desarrollo de los ministerios vendría por una triple dimensión: 1. Valorar el bautismo y lo que supone de compromiso ministerial.

2. Necesidades y estructuración eclesial para cumplir su misión. 3. Necesidades de evangelización. De la confluencia de los tres factores anteriores, se detectan cinco vías para el desarrollo de los ministerios: a. Servicios de dirección: responsabilidad o coordinación de áreas o sectores, consejos de pastoral y de economía, etc. b. Servicios para la celebración y la liturgia. c. Servicios de transmisión y profundización de la fe: teólogos, catequistas, etc. d. Servicios para el compromiso cristiano en lo social. e. Servicios para anunciar la buena nueva, tanto a los alejados como a los no creyentes. Precisamente, R. Calvo vuelve a hablar del tema de los ministerios, en clave de futuro y creativa, dentro una interesante obra de pastoral publicada en el año 200410. Se subraya en ella que se necesitan animadores de pastoral creativos que, lógicamente, llevarán a suscitar ministerios nuevos. En la misma dinámica de abrir caminos nuevos para la identidad y misión de los laicos, encontramos el libro de C. García de Andoin11. En el capítulo IX, se habla de impulsar la corresponsabilidad y la ministerialidad laical (pp. 291-330). Y se subraya la “precaria y sumergida realidad de los ministerios confiados a los laicos” (p. 304).

Entre 2005 y 2006, han aparecido diversos diccionarios donde se tocan, de diferente manera, las voces sobre Ministerio-ministerios. Así, M. Guerra, al hablar sobre Ministerio y ministerios12, recuerda que todos los bautizados participan del único sacerdocio de Cristo y que todos ejercen diversos ministerios, si bien se debe diferenciar entre sacerdocio ministerial y otros ministerios. Por su parte, J. Camarero se centra en el ministerio de la Palabra13. N. López Martínez se encarga de la voz ‘Ministerio’ en el Diccionario de Teología14. Distingue entre las diversas formas de servicio eclesial. Algunas (episcopado, presbiterado y diaconado) presuponen la recepción del sacramento del Orden; otro (ministerio petrino), por la legítima elección canónica (c. 332); otros, por la institución mediante un sacramental (lector y acólito); y otros incumben a todos los cristianos por el hecho mismo de serlo. Entre todos los ministerios se da jerarquización e interdependencia. Finalmente, R. Gerardi15 vuelve a fundamentar los ministerios eclesiales en la dimensión cristológica y eclesiológica; distingue entre ministerios ordenados y ministerios laicales. Y éstos, los laicales, se dividen en instituidos y “ministerios de hecho”, suscitados por el Espíritu y que ofrecen una gran variedad. Entre la bibliografía más reciente, nos hacemos eco, por último, de un libro

de J. Aldazábal16. El autor se centra en los ministerios litúrgicos, en cuatro ámbitos (pp. 55-59): 1. En el ámbito de la Palabra. 2. En el ámbito de los servicios de la caridad. 3. En la dirección de la comunidad. 4. En la celebración litúrgica: tanto en la preparación y celebración de los sacramentos en colaboración con el sacerdote, como en la celebración de la Eucaristía, y en la ausencia o espera del presbítero. En una línea muy similar a la expresada por J. Aldazábal, R. González Cougil, aborda este tema recordando que dichos ministerios laicales en el marco de la Eucaristía no deben erigirse como “protagonistas” ni ensombrecer la presencia de Cristo, ni mucho menos deben ser motivo de divisiones en la comunidad17. Fruto de la XVII Semana de Teología Pastoral, el Instituto Superior de Pastoral de la Universidad Pontificia de Salamanca, publicó la obra Hablan los laicos (2007)18. En la parte segunda, en la sección de Coloquios, se planteó expresamente el tema “Ministerios laicales, ¿cuáles?”. En una primera intervención, Javier del Barrio19, desde la Renovación Carismática Católica, habla de tres nuevos ministerios (pp. 186-187): 1. Servicio para la liberación del malestar interior o consejero moral. Se refiere a la falta de sentido de la vida, a la falta de identidad personal, a la ausencia de valores, al vacío interior. 2. Servicio de visita a enfermos, ministros de los enfermos. Serían hombres y mujeres dotados de carisma para sintonizar con la situación anímica de los enfermos, especialmente de los más graves. Se trata de una ayuda no sólo anímica, sino de saber descubrir la presencia del Señor. 3. Tutorías espirituales en el campo educativo. Se trata de una especial y personal atención a los alumnos y de su orientación existencial. Entre los más nuevos ministerios laicales, añadimos además, por su originalidad y funcionalidad, otros tres: el denominado animador de grupos, el coordinador pastoral, y el animador de la cultura.

B E P P

I L A R

B E R O

L I O G R A F Í A M E N T A L A S E G U I R F U N D I Z A N D O

I. CONCILIO VATICANO II: · Apostolicam Actuositatem (1965) · Ad Gentes (1965) · Gaudium et Spes (1965) II. PABLO VI: · Ministeria Quaedam (1972) · Evangelii Nuntiandi (1974) III. JUAN PABLO II: · Encíclica Laborem exercens (1981) · Encíclica Sollicitudo rei socialis (1987) · Exhortación Apostólica Christifideles Laici (1988). · Encíclica Centesimus Annus (1991) IV. CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA: · Testigos del Dios Vivo (1985) · Constructores de la paz (1986) · Católicos en la vida pública (1986) · La verdad os hará libres (1990) · Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo (1992) V. COMISIÓN EPISCOPAL DE APOSTOLADO SEGLAR de la CEE: · El apostolado seglar en España (1974) · Guía marco para la formación de laicos (1996) · El apostolado de los laicos (1999) VI. OTROS TÍTULOS DE INTERÉS: · AA.VV., Vocación y misión del laico en la Iglesia y en el mundo, (Symposium), Col. Teología del Sacerdocio, Facultad de Teología de Burgos, Burgos 1987. · AA.VV., La misión del laico en la Iglesia y en el mundo, (Symposium), Facultad de Teología de Navarra, Pamplona 1987. · AA.VV., El laicado en la Iglesia, Universidad Pontificia, Salamanca 1989. · IGLESIA EN CASTILLA, Vocación y misión del fiel laico en la Iglesia y en el mundo, XVIII Encuentro de Arciprestes, Villagarcía de Campos 1999. · E. BUENO-R.CALVO, Diccionario del laicado y Asociaciones y movimientos católicos, Monte Carmelo, Burgos 2004. · R. BERZOSA MARTINEZ, Ser laico en la Iglesia y en el mundo, DDB, Bilbao 2000. · A. M. CALERO, El laico en la Iglesia. Vocación y Misión, CCS, Madrid 1997. · P. ESCARTÍN, Un laico como tú en una Iglesia como ésta, BAC, Madrid 1997. · C. GARCÍA DE ANDOIN, Laicos cristianos, Iglesia en el mundo, HOAC, Madrid 2004. · J. MARTÍNEZ GORDO, Los laicos y el futuro de la Iglesia. Una revolución silenciosa, PPC, Madrid 2002. · J. PEREA, El laicado: un género de vida eclesial sin nombre, DDB, Bilbao 2001. · J.L. SANTOS DÍEZ (Ed.), Laicos en la Iglesia. El bien de los cónyuges, Universidad Pontificia, Salamanca 2000. · V. VILANOVA, La evolución del laicado en el siglo XX, SM, Madrid 1997.

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El animador de grupos ha tomado cuerpo y se ha visto consolidado dentro de la nueva Acción Católica, especialmente en el campo juvenil. Junto al consiliario, son como los dos pilares troncales para que los grupos crezcan y cumplan su misión20. La figura y ministerio del coordinador pastoral se contempla como un verdadero y necesario servicio en favor de la comunidad parroquial en sus diversas dimensiones o ámbitos. Figura desarrollada especialmente en América Latina. Dicha figura no está llamada a trabajar en solitario, sino formando un verdadero equipo con otros cualificados agentes de pastoral21. Más novedoso y llamativo resultará, sin duda, el ministerio del animador de la cultura, especialmente en la denominada “cibercultura”. Los obispos italianos hablan de dicho ministerio22 como complementariedad de quienes ejercen ministerios litúrgicos, catequéticos o de caridad. No suplanta los demás, sino que potencia la creatividad y la imaginación a la hora de evangelizar en la nueva cultura emergente. Es fruto de una Iglesia que se sabe misionera y de puertas abiertas. Para entender la figura del animador de la cultura, hay que explicar lo que significa la sala de la comunicación creativa: ”Estas salas se han convertido en algo propedéutico al templo, punto de referencia y de interés también para los alejados, servicio al Pueblo de Dios, y también a todos los hijos de Dios dispersos” (Juan Pablo II). En este sentido, se aboga por reservar en las obras parroquiales un ámbito para destinarlo a la sala de la comunicación y a los varios servicios que ésta puede prestar a la comunidad misma y a los alejados. Esta sala no se entiende sin más como la del cine-club clásico, sino como una verdadera y propia estructura pastoral al servicio de la comunicación creativa y evangelizadora y del encuentro con creyentes y alejados. Puede servir para la primera evangelización y para consolidar la comunidad. Basta disponer de un espacio equipado con algunos de los modernos instrumentos de la comunicación audiovisual.

A la hora de cerrar estas líneas, no queremos olvidar tampoco la exhortación postsinodal Sacramentum Caritatis (22-2-07)23. También tiene que ver con nuestro tema, principalmente (no exclusivamente) en los siguientes números: Asambleas dominicales en ausencia de sacerdote (n. 75); Eucaristía y fieles laicos (n. 79); estructura de la celebración eucarística (nn. 43-51); y papel activo de la familia en el proceso y sacramentos de la iniciación (n. 19). Concluimos: para el futuro, en el tema de los ministerios laicales, la norma seguirá siendo la señalada por el Vaticano II en sus documentos: creatividad en la fidelidad. Sin olvidar

unas proféticas palabras de Benedicto XVI en un contexto análogo al que hemos venido tratando: “Participad en la edificación del único cuerpo. Los pastores estarán atentos a no apagar el Espíritu (1 Tes 5, 19) y vosotros aportaréis vuestros dones a la comunidad entera. Una vez más: el Espíritu sopla donde quiere, pero su voluntad es la unidad. Él nos conduce a Cristo, a su Cuerpo… El Espíritu Santo quiere la unidad, quiere la totalidad. Por eso, su presencia se demuestra finalmente también en el impulso misionero24”. Estas palabras del Papa pueden servir para poner broche de oro al tema del laicado.

N O T A S 1. Cf. R. BERZOSA, “Los ministerios confiados a los laicos: teología y praxis”: Seminarios 159 ( Enero-Marzo 2001), 35-50. Allí se señala la bibliografía fundamental sobre este tema: D. BOROBIO, Ministerios laicales, Atenas 1984; ID., Los ministerios en la comunidad, Editorial Litúrgica, Barcelona 1999; J.M. CASTILLO, “Ministerios”, en Conceptos fundamentales de Pastoral, Cristiandad, Madrid 1983, 627 y ss.; J. DELORME, El ministerio y los ministerios en el NT, Cristiandad, Madrid 1975; S. DIANICH, Teología del ministerio ordenado, Paulinas, Madrid 1984; A. LEMAIRE, Les ministères aux origines de l’Eglise, Paris 1971; R. PARENT-S. DUFOUR, Los ministerios, Mensajero, Bilbao 1994; E. SCHILLEBEECKX, Los responsables en la comunidad cristiana, Cristiandad, Madrid 1983; B. SESBOÜÉ, ¡No tengáis miedo!. Los ministerios en la Iglesia hoy, Sal Terrae, Santander 1998. 2. R. BERZOSA MARTÍNEZ, Para comprender y vivir la Iglesia Diocesana, Burgos 1998; R. BLÁZQUEZ, La Iglesia del Concilio Vaticano II, Sígueme, Salamanca 1988; M. KEHL, La Iglesia, Sígueme, Salamanca 1996; B. FORTE, La Iglesia de la Trinidad, Secretariado Trinitario, Salamanca 1996. 3. Cf. R. BERZOSA, Ser laicos en la Iglesia y en el mundo, Desclée de Brouwer, Bilbao 2000, 71-77. 4. Seguimos la edición en castellano de la Librería Editrice Vaticana (Ciudad del Vaticano 1997), 37 págs. 5. B. SESBÜÉ, ¡No tengáis miedo! Los ministerios laicales en la Iglesia hoy, Sal Terrae, Santander 1998, 195-197. 6. J. RIGAL, Descubrir los ministerios, Secretariado Trinitario, Salamanca 2001. 7. J. PEREA, El laicado: un género de vida eclesial sin nombre, Desclée de Brouwer, Bilbao 2001. 8. D. BOROBIO, Misión y ministerios laicales, Sígueme, Salamanca 2001. 9. Cf. J. MARTÍNEZ GORDO, Los laicos y el futuro de la Iglesia, PPC, Madrid 2003. 10. R. CALVO, Hacia una pastoral nueva en misión, Monte Carmelo, Burgos 2004. 11. C. GARCÍA DE ANDOIN, Laicos cristianos, Iglesia en el mundo, Ediciones HOAC, Madrid 2004. 12. Profesores de la Facultad de Teología de Burgos, Diccionario del Sacerdocio, BAC, Madrid 2005, 430-441. 13. Profesores de la Facultad de Teología de Burgos, Diccionario del Sacerdocio, 442-455. 14. AA.VV., Diccionario de Teología, EUNSA, Pamplona 2006, 640-644. 15. AA.VV., Diccionario de Pastoral Vocacional, Sígueme, Salamanca 2005, 686-693. 16. J. ALDÁZABAL, Ministerios al servicio de la comunidad celebrante, CPL, Barcelona 2006. 17. Cf. R. GONZÁLEZ COUGIL, “Ministerios laicales en la Eucaristía”: Pastoralia 24 (Octubre 2007), 17-20. 18. INSTITUTO SUPERIOR DE PASTORAL, Hablan los laicos, Verbo Divino, Estella 2007. 19. Servicios laicales en una parroquia, 179-188. 20. Cf. COMISION EPISCOPAL DE APOSTOLADO SEGLAR, La pastoral y la Acción Católica en la Iglesia Diocesana, EDICE, Madrid 2000; R. BERZOSA, Voz ‘Acción Católica’, en Diccionario de Pastoral y Evangelización, Monte Carmelo, Burgos 2000, 15-17. 21. Cf. J.L. GARCÍA, El coordinador de Pastoral, PPC, Madrid 2007. 22. CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA, Comunicación y misión. Directorio sobre las comunicaciones sociales en la misión de la Iglesia, EDICE, Madrid 2005. 23. BENEDICTO XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis, Editrice Vaticana, Vaticano 2007. 24. J. RATZINGER; Los movimientos en la Iglesia. Nuevos soplos del Espíritu, San Pablo, Madrid 2006, 148-149.

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