Criminal. Capítulo 1. Qué voz tan dulce tienes

Criminal Por Julio Caicedo* Capítulo 1. Qué voz tan dulce tienes El oficial Calloway fuma mientras observa el bello rostro de la pelirroja que canta

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Criminal Por Julio Caicedo*

Capítulo 1. Qué voz tan dulce tienes El oficial Calloway fuma mientras observa el bello rostro de la pelirroja que canta I Canʼt Get Started. Sus facciones son extremadamente femeninas, delicadas, y su vestido ceñido da forma a las fantasías más profundas e intensas de sus oyentes y admiradores. Bajo la escasa luz el oficial parece más un mendigo que un importante investigador del cuerpo de policía. Su barba áspera y sus pómulos pronunciados dejan adivinar varias noches de insomnio. Toma de su trago cada vez que la exuberante pelirroja le dirige la mirada. Es como un reflejo que oculta su nerviosismo y su inseguridad. En medio de su admiración, de forma repentina llega a su cabeza, de manera inconsciente y desagradable, la horrible imagen de su esposa estrangulada, obligándole a cerrar los ojos. En medio de la oscuridad de sus recuerdos, la ve con una prenda alrededor del cuello, en la alcoba, y con él arrodillado a su lado. No lo quiere recordar, pero es inevitable. Abre sus ojos. OFICIAL CALLOWAY (piensa): Es idéntica a ella. Su misma mirada, las mismas llamaradas en los ojos, sus dos labios gruesos y rojos; su voz tan potente, sus gestos tan seguros. Su imagen me recuerda la de ella. Calloway se levanta de su asiento y su gabardina comienza a rozar el piso a medida que se acerca a la tarima en donde se encuentra el grupo de jazz. Es muy amigo del hombre del piano y también del que sopla en el saxofón, pero a la mujer nunca le ha dirigido nada distinto a un saludo. Apenas llega al escenario dedica unas cuantas palabras de admiración a sus amigos músicos por tan hermosa pieza interpretada y luego se dirige hacia la pelirroja. Esta noche no tiene temor, la timidez ha desaparecido. Aun así, algunas gotas de sudor empiezan a resbalar por su frente a pesar del frío de la noche, y cuando se encuentra frente a los hermosos ojos claros de la mujer queda estupefacto, nunca la había visto tan de cerca y nunca se había percatado de cuán hermosa es. Ese instante parece durar una eternidad, y su emoción y su agitación son tan grandes que tiene la impresión de que su problema cardíaco ha decidido no perdonarlo más y le ha asestado un golpe mortal en el corazón. Se lleva la mano al pecho al sentir el pinchazo. Es ella quien habla primero. Parece imposible que tal voz, tan dulce y sensual como la miel, sea capaz de interpretar con tanta potencia las melodías que Calloway escucha constantemente en el bar. HOONEY: Pensé que nunca iba usted a atreverse a acercarse a mí. OFICIAL CALLOWAY: Su belleza es una red que me atrapa y me amordaza. Es usted una muy buena cantante. —Luego piensa: «Su actitud tan inocente es más cautivadora que la perfección de su arte». HOONEY: No son necesarios tantos halagos, mis músicos son los responsables de que yo aparente ser tan exitosa. Oh, escuche la canción que están interpretando en este momento, es una de mis canciones preferidas, I Remember Clifford, recuerde el nombre. OFICIAL CALLOWAY: Señorita, mi memoria es tan imperfecta como mi apariencia. Lo único que puedo recordar son las caras de los asesinos que atrapo. HOONEY: Hágalo por mí.

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OFICIAL CALLOWAY: Lo intentaré. En ese momento Filippo, el pianista, llama a Hooney al centro del escenario para su próxima interpretación. Hooney se despide de Calloway con un beso en la mejilla y él siente que pierde toda sensación exterior; lo único que queda es el eco del sonido que produjeron los labios de Hooney al tocar su rugosa mejilla. El oficial baja del escenario, se sienta a observar a Hooney y, con un cigarrillo en una mano y el trago en la otra, oye, sin prestarles atención, las canciones que siguen por el resto de la noche, completamente abismado en los ojos de la cantante. Ella interpreta ahora Minnie the Moocher, y sus miradas constantes a Calloway lo absorben completamente. La imagen de su esposa lo asalta de nuevo.

Capítulo 2. Ese gordo inepto I Sentado en su oficina, Calloway mira fijamente la pared, completamente fuera de la realidad, absolutamente concentrado en su pensamiento. Con su sombrero colgado en un perchero pero con su gabardina puesta, ya que allí lleva el revólver y quiere tenerlo siempre lo más cerca posible, medita sobre los casos que está investigando y ni siquiera observa la carpeta abierta que tiene sobre el escritorio. No hace nada, no parpadea, simplemente mueve un bolígrafo entre sus dedos, en una especie de juego inconsciente. Su despacho es bastante oscuro, desordenado y pequeño, y hay montones de folios dispersos por todas partes. Su teléfono suena. Es Mandy, su secretaria, una rubia muy blanca con pocos atributos interesantes o llamativos. Le dice que el jefe lo solicita. Calloway coge su sombrero y con mucha parsimonia abre la puerta y sale del despacho. Camina lentamente por el corredor vacío, con las manos entre los bolsillos, preguntándose qué tontería le dirá su inútil superior. OFICIAL CALLOWAY (piensa): Espero que ese gordo no me pida otro de sus maravillosos favores. Ya he matado a muchos por él y pienso que no es seguro que asesine a otro. Los casos están tomando un aspecto muy extraño y han dejado de parecer simples crímenes callejeros. Calloway pasa junto a Mandy y se detiene a preguntar por Roger, su asistente. OFICIAL CALLOWAY (mirándola fijamente a los ojos, estudiándolos detalladamente al mismo tiempo que saca un cigarrillo y lo enciende): Querida Mandy, ¿has visto a mi asistente Roger? MANDY: ¿A quién, oficial? ¿A su asistente? No entiendo, estoy un poco confundida. Tal vez no me han informado de algún nuevo contrato, pero que yo recuerde… Justo en ese momento el sonido de una puerta contra el marco hace girar la cabeza de Calloway, y su mirada fija y concentrada pasa de la cabellera rubia de Mandy a la calva de su jefe, que sale de su oficina con su rostro rechoncho y colorado, dejando ver una expresión de furia. INSPECTOR GORDON: Pensé que nunca iba a llegar, señor Calloway. Lo necesitaba desde hacía un rato, urgentemente. El rostro de Calloway sigue igual que antes, sin expresión alguna, totalmente sereno, y su boca continúa aspirando y expulsando el humo de su cigarrillo. Para ser su jefe, piensa, el aspecto que

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Gordon ofrece es muy desfavorable, desalentador, si se le puede llamar así. Su corbata desarreglada y sus pantalones desteñidos disminuyen aún más su poco autoritaria apariencia. INSPECTOR GORDON: Pase por favor, oficial, que tenemos que hablar de cosas importantes. Calloway comienza a caminar lentamente, disfrutando lo poco que queda del cigarrillo; al cruzar la puerta bota la colilla en el cubo de la basura y tras él entra el inspector, quien cierra la puerta y baja las persianas. Después, luego de sentarse a su escritorio, empieza a hablarle a Calloway, que continúa de pie, recostado en una pared. INSPECTOR GORDON: Necesito que acepte inmediatamente su jubilación. OFICIAL CALLOWAY (mientras abre y cierra su encendedor, reparando esta vez en que este tiene una inscripción marcada en su lado posterior): No pienso hacerlo. INSPECTOR GORDON: Es una orden, no un favor, señor Calloway. Los asesinatos ya están pareciendo muy sospechosos. Debemos aprovechar esta oportunidad. Retírese, será mejor. Además, su problema del corazón está empeorando, yo lo sé y, si quiere, puedo ayudarle con algo de dinero. —En ese momento saca del cajón de su escritorio un fajo de billetes y se lo muestra a Calloway, que camina tranquilamente de un lado a otro de la oficina. —Por otro lado —continúa—, me informó el psicólogo que en sus últimas revisiones generales ha estado usted presentando signos de una posible extraña enfermedad mental, una especie de desorden emocional o psicológico, y me dijo también que hay dos opciones para tratarlo: que reduzca sus horas laborales o, la que me parece más conveniente, que acate la ley y acepte su jubilación. Así que, si quiere, puede firmar en este mismo momento los documentos necesarios para llevar a cabo el proceso. Si no, lo haremos entonces mañana. Calloway se detiene, mira el fajo de billetes y luego mira al inspector a la cara. Todo esto lo hace con detenimiento, sin exaltarse, respirando con su ritmo normal, al compás de su agrietado corazón. Acto seguido saca del interior de su gabardina un cigarrillo, lo enciende y le da una primera calada. Cierra los ojos, lleva un poco hacia atrás la cabeza, en señal de placer, exhala y, después, da media vuelta, abre la puerta, sale y cierra con un portazo similar al que había oído cuando su jefe salió. Mientras camina por el pasillo, dirigiéndose al ascensor que lo llevará al primer piso, se imagina la cara de asombro, rabia e impotencia de su jefe, y al hacerlo sonríe de una forma un poco maligna y sarcástica. OFICIAL CALLOWAY (piensa): ¿Cuánto tiempo más tendré que soportar a ese inepto? Como si creyera que va a obligarme a dejar mi pasión, mi amor, mi trabajo, tentándome con la riqueza de un montón de billetes. Si quisiera ser rico, hace ya mucho tiempo habría hecho algún negocio sucio. Lo que yo quiero es sentirme útil. Además, mi problema del corazón es manejable, lo sé, y ese tal psicólogo no sirve para nada. Yo no necesito dinero, necesito acción, solo acción. Yo no estoy viejo, no estoy enfermo. Al salir del Departamento de Policía, Calloway se ve como una pequeña luciérnaga en medio del vasto bosque, pues lo único visible es su cigarrillo, rodeado completamente por la oscuridad y por la lluvia. La inmensidad del edificio lo reduce increíblemente. No saca nada para cubrirse mientras llega hasta su auto negro. Solo inclina su cabeza para que el cigarrillo no se le apague. Abre la puerta, sube, prende la radio, suena Iʼve Got You Under my Skin, gira la llave y el auto se mueve. Es un Volkswagen.

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II Al llegar al edificio donde se encuentra ubicado su apartamento, en un tercer piso, deja el auto en el sótano, baja de él y toma el ascensor. Llega al tercer piso, abre su puerta, entra, saluda secamente a su esposa con un grito que, supone, llegará hasta su recámara. Extrañamente, no oye respuesta. Piensa que ya está dormida. Saca su revólver, se quita la gabardina, la arroja en el sofá de la sala. Va al comedor, deja su arma en la mesa y luego dirige su mirada al mueble de donde en unos cuantos segundos sacará la botella de whisky para servirse un trago. Sin embargo, la botella no está, pero sí está rota la vitrina. Mira el suelo al pie del estante. La botella de whisky y otras cuantas están rotas. Casi con la misma rapidez con que su cara toma una expresión de alarma y sospecha, agarra el revólver y se dirige lenta y escurridizamente a su cuarto. Da un salto y apunta con el arma hacia donde supone que está el ladrón. Pero no encuentra ningún ladrón. El oficial Calloway suelta el arma, que cae al piso produciendo un ruido duro y seco, y se abalanza hacia su cama con gran expresión de dolor, con lágrimas en los ojos. Queda sollozando, arrodillado al lado de su cama. Lanza quejidos y gritos repentinos cuando no soporta la presión del aire dentro de su pecho. A su lado, con su delicada mano izquierda, sin argolla, entre sus manos, está su esposa estrangulada, con moretones en el rostro y con un hilillo de sangre que sale de su boca, de un rojo intenso.

Capítulo 3. Eres un tonto I Calloway camina en medio de las calles, en medio de la lluvia, en medio de los pocos autos que a esas altas horas de la noche todavía transitan. Su caminar está impregnado de furia, de decisión, de odio. Camina contra el viento, contra su dolor, su tristeza, su enfermedad, y su gabardina se levanta, dificultándole el paso. Esta vez se ve más insignificante aún, rodeado por tantos rascacielos y tanta oscuridad. Su cara es ahora más vieja y cansada, más descuidada. Junto con las gotas de lluvia que resbalan por los costados de su nariz y sus mejillas, caen también otras gotas, diferentes, más saladas, más pequeñas. OFICIAL CALLOWAY (piensa): Eres un desgraciado, un desgraciado. Te juro que voy a encontrarte y que voy a matarte, voy a matarte con un tiro en la cabeza. Te llevaste a mi esposa, y también a mi Hooney. ¿Por qué, maldito? ¿Por qué las asesinaste? Pero cuando te encuentre no voy a tener compasión, no, no dudaré un segundo en dispararte, voy a dispararte con todo el odio que tengo dentro de mí, y vas a morir, porque te lo mereces, mereces morir. Entra a un callejón. Es demasiado oscuro para ver algo. Solo se escuchan gritos, ruidos, alaridos, quejas, preguntas. Ni una sola respuesta. Calloway simplemente quiere saber quién es el asesino, pero nadie le dice nada. Pasado un rato, se lo ve sentado en un bote de basura, con señas de haber llorado, pero ahora fuma, con expresión serena, casi feliz. La venganza es pura en él. A su lado se encuentran dos antiguos maleantes a los que alguna vez arrestó, inconscientes. Ellos no sabían nada. Al terminar su cigarrillo, Calloway sale del callejón y sigue caminando sin rumbo, guiado por sus pies y completamente convencido de que esa noche encontrará al asesino. Lo encontrará y lo matará. II

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El oficial Calloway llega a un bar. Se sienta en la primera mesa vacía que encuentra. «Qué suerte tengo», piensa mientras observa y saluda con un movimiento de cabeza a su asistente, Roger, que está sentado también en una mesa cercana, bebiendo un trago. Llama al mesero, le pide un whisky y sigue observando a su asistente. OFICIAL CALLOWAY (piensa): Es un sujeto extraño. Lleva una semana completa trabajando conmigo y todavía no me ha pasado el primer reporte. Sin embargo es buen conversador, inteligente, agradable. Ya veremos cómo sigue con los casos. Por ahora, dejémosle tranquilo. Mientras Calloway piensa y observa, su asistente enciende un cigarrillo y cruza su mirada con la de su jefe. Calloway toma un trago largo. Luego mira a su alrededor. Casualmente reconoce a alguien, un antiguo compañero. Se levanta y va hacia él. Cuando está cerca le habla desde atrás, a su espalda, y el sujeto se vuelve, extrañado. En cuanto ve a Calloway toma de su vaso, fuma, sonríe y extiende con rapidez y seguridad su mano, que Calloway estrecha de buen grado. Mientras hace esto, el sujeto también se levanta de su asiento y al hacerlo revela su gruesa contextura, que sin embargo está acompañada por movimientos ligeros y tranquilos. MCCARTY: Señor Calloway, es un gusto volver a verlo. OFICIAL CALLOWAY: Lo mismo digo yo, aunque hubiese preferido que las circunstancias fueran diferentes. MCCARTY: Se le nota un poco consternado. ¿Algún problema grave? OFICIAL CALLOWAY: Uno grave y doloroso. A medida que hablan, ambos fuman y McCarty, además, toma de su vaso. Se ven envueltos en un ambiente confuso, indeterminado, donde sus voces quedan resonando y sus rostros se entremezclan con el humo que exhalan, y donde el murmullo del resto de las personas es ya casi insoportable y está tomando poco a poco el lugar que ocupa el silencio en la conciencia. MCCARTY (fumando): Puede usted hablarme con toda tranquilidad. OFICIAL CALLOWAY: Muchas gracias por su disponibilidad. —Da una calada a su cigarrillo—. La verdad, no esperaba menos de usted, oficial, después de tantos años trabajando juntos. Espero que esté disfrutando de su jubilación, aunque en estos momentos no tengo intenciones de profundizar en ese tema. Lo que me mueve a entablar conversación con usted es un caso un poco misterioso y que posiblemente se convierta en un gran problema. Luego de inhalar un poco del humo de su cigarrillo, Calloway sigue hablando: «Recientemente ha habido dos asesinatos con características muy similares. El último de ellos fue hace dos días en un bar cercano; asesinaron a una cantante —dice mientras se lleva la mano al pecho con expresión de dolor disimulado—, a una bella cantante. Ahora —prosigue, manteniendo siempre su voz serena, gruesa y profunda—, la pregunta que quiero hacerle es: ¿ha oído rumores sobre algún nuevo asesino o ladrón? Me imagino que seguramente usted tendrá más acceso a ese tipo de información debido a que ya no pertenece al cuerpo de policía, ¿o me equivoco? –—McCarty hizo un leve gesto de afirmación y siguió mirando fijamente a Calloway—. Además, sé que tiene usted contactos en el bajo mundo. Necesito que me diga si sabe algo». MCCARTY (fumando): Calloway, lamento decirle que sé muy pocas cosas. Yo también he oído de esos dos asesinatos. A propósito, siento mucho lo de su esposa. —Calloway se puso serio, rígido—.

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La única información que tengo es que de ambos lugares de los asesinatos se vio salir a un hombre bajo, de bufanda y saco, con bigote, muy cauteloso. OFICIAL CALLOWAY (extrañado): Qué raro, yo mismo investigué y entrevisté a muchos, y ninguno me dijo nada parecido. MCCARTY (sonriendo sarcásticamente): Calloway, por favor, ¿cómo cree usted que va a obtener este tipo de información? Eso solo lo saben personas del bajo mundo. Con gran esfuerzo lo sé yo. OFICIAL CALLOWAY: Muchas gracias, McCarty. Ambos se estrechan la mano. Calloway tira su cigarrillo, da media vuelta y se dirige a la puerta. Cuando está a punto de salir, mira a su lado derecho y observa a Roger. Su asistente sigue bebiendo, sigue observándolo y sigue sin pronunciar ninguna palabra. OFICIAL CALLOWAY: Roger, acompáñeme; necesito su ayuda para esta investigación. —Roger ni habló ni se paró; simplemente bebió una vez más y fumó de su cigarrillo. Entre desesperado y orgulloso, Calloway salió sin decir una palabra más. III Se dirigió de inmediato al edificio del cuerpo de policía, donde preguntó por su jefe y le dijeron que no estaba. Decidió entonces entrar sin autorización al despacho del inspector Gordon, para revisar los historiales criminales. Estaba desesperado por encontrar al asesino y no le importaba lo que su «jefe» pudiera decirle o hacerle. Entró desobedeciendo a Mandy, luego de arrebatarle la llave del despacho, que estaba sobre el escritorio; una vez adentro, cerró la puerta con seguro, bajó las persianas y se acercó al estante donde estaban archivados todos los casos. Necesitaba encontrar algún criminal que reuniera las características que le había dicho McCarty y no pensaba abandonar el despacho sin ninguna pista. «Si es necesario, me quedaré la noche entera», pensó. Comenzó su búsqueda y abrió el primer cajón. Empezó a revisar carpeta por carpeta, nombre por nombre, caso por caso. Después de media hora infructuosa, Calloway se sentó en la silla de su jefe, con expresión aburrida e impotente. De un momento a otro le dio un puñetazo a la mesa y empezó a tirar todo lo que había sobre ella, papeles, lápices, bolígrafos, carpetas, teléfono, etc. Una vez terminado esto, comenzó a sacar cada uno de los cajones y a tirar con ira su contenido al suelo. No aguantaba más, estaba desesperado, profería gritos y daba manotazos. Prefería morir a seguir viviendo con la idea de que el asesino estaba libre. Sin embargo, en el último cajón que abrió, ya más calmado y con un llanto espasmódico, encontró lo que menos esperaba hallar. «Creía que el asesino se la había llevado», pensó mientras tomaba entre sus dedos la argolla de matrimonio de su esposa y la miraba nostálgicamente. «Y estoy en lo correcto, el asesino la robó». Calloway salió del despacho sin siquiera apagar la luz y se dirigió a su auto para ir al departamento de su jefe, de su próximamente difunto jefe.

Capítulo 4. Dulce Hooney I

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Como todas las noches, Calloway está sentado y observa a la pelirroja que es capaz de deshacerlo enteramente en un instante. Su expresión es de placer mientras fuma y escucha la canción I Wanna Talk About You. Su cara aún está pálida y cansada, tal vez mucho más que en ocasiones anteriores. Apenas termina la canción, el grupo toma un pequeño descanso y Calloway aprovecha para ir a conversar sobre algo importante con Hooney. Atraviesa rápidamente el bar y entra con cuidado en el pasillo de los camerinos. Nunca había estado en ese lugar, así que saca un cigarrillo mientras lee el letrero de cada puerta, buscando la palabra Hooney. Sus ojos leen Filippo, Danny, Charles, Edward y, por fin, Hooney, en letras doradas. Entra sin llamar y encuentra a la bella chica maquillándose frente al espejo, con un lápiz labial rojo intenso. Ella se da la vuelta y se levanta, sorprendida. HOONEY: Oficial, bien sabe usted que no puede estar aquí, si llegan a encontrarnos vamos a… Sus palabras se apagan dentro de la agitada respiración de la boca de Calloway. Al principio Hooney no lo hace como es debido, sino que tensa los labios y parece tener la intención de apartar el rostro. Pero tras unos segundos se relaja y participa del movimiento rítmico que proporcionan las lenguas entrelazadas y los inquietos labios. HOONEY (al terminar el beso): Pensé que nunca se atrevería. OFICIAL CALLOWAY: Yo pensaba lo mismo. En ese instante llaman a la puerta. Hooney ya debe salir a cantar. Sin ningún miedo ni pena, Calloway abre la puerta y empieza a caminar por el pasillo, de regreso a su mesa, sin importarle si alguno de los integrantes del grupo lo ve. Detrás de él va Hooney, que, colorada de la vergüenza, le dice a Filippo que después le explicará. Antes de salir del pasillo de los camerinos, Calloway da media vuelta y le dice a Hooney: «Te espero afuera cuando termines». Hooney, entre feliz y apenada, muestra una disimulada sonrisa al mismo tiempo que asiente con la cabeza. Calloway se sienta y le pide a un mesero un trago, y Hooney sube al escenario para cantar God Bless the Child. Al terminar la presentación del grupo, Calloway espera fuera del bar a Hooney, fumando y observando las calles. Finalmente, cuando han pasado alrededor de veinte minutos salen todos los miembros del grupo de jazz. Calloway le sonríe a Hooney, quien además de su vestido habitual lleva un abrigo. Ambos entran en el auto negro de Calloway y mientras Hooney enciende la radio y empieza a escucharse Goodbye Pork Pie Hat, Calloway pone en marcha el vehículo y oye el rugir del motor. Van a su apartamento.

II Cuando ya están en el tercer piso del edificio, Calloway busca la llave de su apartamento. Aunque la mantiene siempre en el bolsillo derecho, esta vez no está ahí, y empieza a desesperarse mientras la busca. Repentinamente, Hooney lo toma por los hombros, lo voltea y lo besa, apoyándolo contra la puerta mientras ella, a su vez, se apoya en él. El beso es intenso y es largo, y el abundante y rojo cabello de Hooney cubre parte del rostro de Calloway. Un momento después, Calloway retira su cabeza del lazo amoroso para dirigir su mirada a la puerta, en cuya cerradura inserta rápidamente la llave recién encontrada, abre y, el uno totalmente concentrado en los labios del otro, ambos entran en el apartamento. La puerta se cierra con estrépito y el corredor queda vacío y en silencio.

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Al despertar, Calloway se encuentra solo en su cama. Aún siente en su habitación el dulce y suave aroma de Hooney, pero ve que ni ella ni nada de ella están en su apartamento. Se ha ido, tal vez más pronto de lo que él hubiese deseado. Es más, en estos momentos, Calloway siente que su deseo por Hooney es infinito y que hubiera sido capaz de renunciar a su amada labor para dedicarse completamente a ella. Después de cerrar los ojos por unos instantes para recordar el bello rostro de la chica pelirroja, Calloway se levanta, prende la radio, comienza a afeitarse y, al terminar, se pone su sombrero y su gabardina y toma su revólver. Sale del apartamento para dirigirse al edificio del cuerpo de policía. III En la noche, Calloway va de nuevo al bar. Es una noche fría y muy nublada. Llueve fuertemente. Una vez que ha entrado en el bar, se sienta en la misma mesa de siempre. Pide un vaso con whisky y fija su mirada en el escenario, donde el grupo de jazz está a punto de tocar una canción. Hooney comienza a cantar y Calloway, a perderse entre sus versos. A medida que la canción avanza, el oficial va alejándose cada vez más de la realidad y adentrándose profundamente en sí mismo. Pareciera que ni siquiera respira, y lo único que se nota que mueve son sus ojos, de un blanco intenso, con delgadas nervaduras rojas, que desplaza rítmicamente a la par con el movimiento de Hooney en el escenario. A su vez, ella detiene constantemente su mirada en él, moviendo claramente sus rojos labios para que él pueda saber cuándo estos lo desean. Al terminar la canción, Hooney baja lentamente de la tarima, se acerca a Calloway, se agacha y le da un profundo beso. Después se aleja hacia el pasillo de los camerinos, no sin antes darse la vuelta para enviarle a Calloway un beso con la mano y, luego, desaparecer en la oscuridad del corredor. Después de unos cuantos minutos de descanso, el grupo decide reanudar su actuación. Sin embargo, Hooney no ha vuelto aún. Es muy raro, ella nunca se retrasa. Calloway se da cuenta desde su asiento de la agitación que se vive en el escenario. Se percata de que es producida por el retraso de su bella pelirroja. Sin avisar a sus amigos del grupo, se levanta sigilosamente y se desplaza hacia el camerino de Hooney. «Qué extraño», piensa cuando nadie le abre, aun después de tocar varias veces a la puerta. Decide entonces forzar la puerta. Se aleja de ella un poco y sin dudar ni un segundo la abre de un fuerte empujón. Todo está oscuro en el interior. Enciende la luz. «Maldita sea», murmura mientras se acerca lentamente al cuerpo de Hooney, quien aún tiene sus ojos abiertos y su garganta envuelta en una toalla. «Maldita sea», murmura de nuevo, antes de tirar su sombrero y de que se observe en su mejilla una pequeña lágrima. «Me las vas a pagar», es lo último que dice antes de recostarse en una pared mientras prende un cigarrillo.

Capítulo 5. ¿Roger? Calloway se ve tenso frente al volante. Lleva su cigarrillo fuertemente agarrado entre los dientes. Va a gran velocidad y su auto da saltos y resbala sobre el asfalto mojado. Las plumillas hacen su trabajo con eficiencia y despejan el campo de visión del oficial. Las dos luces delanteras, junto con los postes de alumbrado público, son las únicas fuentes de luz presentes a esa hora en las calles, y son como puntos diminutos en comparación con la absorbente oscuridad reinante.

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Repentina y bruscamente, Calloway gira a la derecha y, pasados unos metros, presiona a fondo el freno, produciendo un fuerte estremecimiento tanto en su cuerpo como en el auto. A diferencia de su comportamiento durante el recorrido, sale del auto lenta y tranquilamente. Cierra la puerta con fuerza, prende un cigarrillo y comienza a caminar cubriéndose un poco de la lluvia con su gabardina. El edificio al que ha llegado es realmente imponente. Lo mira con cierto odio y resentimiento. Cuando se dispone a entrar se percata de que alguien está recostado en la pared, con la cabeza baja y el sombrero cubriéndole buena parte del rostro. Calloway lo reconoce inmediatamente. OFICIAL CALLOWAY: Me alegra que haya decidido venir, Roger. Pero ¿cómo supo usted que yo venía para acá? ROGER: Eso no importa, oficial. Mejor apurémonos, no sea que encontremos dormido a ese desgraciado y nos toque liquidarlo de forma rápida e indolora. Calloway asintió, tiró el cigarrillo y lo pisó con fuerza. «Roger tiene razón», dijo. Ambos entraron, caminando tranquilamente. Estando ya frente a la puerta del apartamento de su jefe, Calloway tocó. Nadie abrió. Tocó de nuevo. La misma respuesta. Sin pronunciar ni una palabra sacó su revólver y disparó a la cerradura de la puerta. Extendió su mano y la empujó hacia adentro. Todo estaba oscuro. Ambos policías entraron, y en cuanto cruzaron el umbral una luz débil se encendió y vieron la figura de su jefe sentado. No llevaba su camisa de inspector sino una camiseta blanca, interrumpida en dos ocasiones por largas tiras que salían de sus pantalones y volvían a ellos, primero por delante y luego por detrás, y que durante su camino se apoyaban en sus hombros. Tenía un vaso de whisky en la mano y una sonrisa cruel en la cara. INSPECTOR GORDON: Lo estaba esperando, señor Calloway. —Miró fijamente al oficial, como si no notara la presencia de Roger—. Nunca dudé ni un segundo de su capacidad y habilidad como inspector. Sabía que me encontraría. OFICIAL CALLOWAY: Qué bueno, porque supongo entonces que también sabe que en unos instantes va a morir. INSPECTOR GORDON (tras soltar una carcajada): Qué cómico es usted, Calloway, y qué iluso. Tan iluso que creía que su esposa le era fiel. —Calloway le dirigió una mirada extrañada y fulminante—. Sí, es lo que usted está pensando. Su esposa lo traicionó. Lo traicionó conmigo. ¿Y por qué? Pues porque usted es un inútil que no sirve para nada en la cama. Poco a poco Calloway iba tensando más su cara, apretando los dientes, estrechando más sus cejas, llenando de furia sus ojos, acercando su mano al revólver envainado. INSPECTOR GORDON: Y en cuanto a Hooney, qué puedo decir, una belleza incomparable. —De vez en cuando tomaba de su vaso—. Pero como no era para mí y siempre me rechazó, entonces tampoco podía ser para usted. Con un movimiento rápido Calloway sacó su revólver con la mano derecha, apuntando a su jefe, mientras se agarraba el pecho con la izquierda. Miró por un instante a Roger, que, un poco alejado, miraba fijamente, con las manos en los bolsillos, al inspector, sin tener intenciones evidentes de hacer algo.

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«Maldito —dijo Calloway cuando de nuevo miró a su jefe—. Voy a matarte». «No serías capaz — respondió el inspector Gordon—. Sabes que te meterías en un gran…». Las palabras del inspector fueron detenidas por el disparo y por el grito de Calloway, al cual siguió inmediatamente el derrumbamiento de Gordon. Este murió inmediatamente por el disparo en la cabeza, y Calloway cayó en el suelo con sus dos manos sobre el pecho, y de su gabardina salió rodando un frasco de pastillas cuyo contenido se regó completamente. «Maldito corazón mío», pensó mientras extendía su brazo tratando de alcanzar alguna de las pastillas. «Roger, pásame rápido una», le pidió a su asistente al ver que él no alcanzaba. «Roger, rápido, por favor… ¿Roger?». Roger no se movía, se había sentado y lo miraba tranquilamente, sin hacer ningún movimiento para ayudarlo. «Maldita sea, Roger, de manera que sí estoy enfermo. Conque es verdad que no existes», murmuró mientras recibía un pinchazo fulminante en el pecho. En ese preciso instante el grupo de jazz del bar estaba tocando Autumn Leaves. «Qué mala suerte tengo», pensó Calloway antes de morir.

* Pseudónimo de un estudiante de la UMNG.

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