Story Transcript
Lector masculino: Murió por amor, quien por amor se dio.
Fin
De la autora: Muchos de los datos que conforman esta historia se fueron recogiendo en distintos programas misioneros desde los años cuando la autora formaba parte de las Auxiliares de Niñas, hoy Niñas en Acción, en sus lejanos años de adolescente en Cuba. Además, asistida parcialmente por algunas historias sobre la vida de Lottie Moon* y de artículos en revistas misioneras, se ha tratado de reunir datos que constituyen la totalidad de lo que aquí se comenta. *Entre éstas se incluye La nueva historia de Lottie Moon, por Catherine B. Allen (Birmingham, Alabama: WMU, SBC, 1992). Sería imposible dar crédito por nombres a autores y autoridades que se han dedicado a no olvidar una vida tan fructífera e interesante para los bautistas. Han sido muchos años los que han pasado desde que comenzó a fomentarse la idea de algo distinto sobre la vida de una pionera de la fe hasta que se logró consolidar la misma, por lo que globalmente se incluyen a todos aquellos que de una manera u otra, influyeron en la creación del presente trabajo.
A.M.A.
¡Cuánto amó, quien por amor se dio! Cuadros plásticos basados en la vida de Lottie Moon, misionera a China Por Ana María Alvarado
Escena 1 Escenografía – Viewmont, Virginia. Representa una sala de estar de familia acomodada típica del sur de Estados Unidos antes de la Guerra Civil. La escenografía debe ser sobria y elegante con muebles de la época (1840), una mesita de centro o de té con un Biblia visible al público. En la misma mesita puede haber un juego de té de plata o porcelana y una lámpara de mesa antigua. En las paredes puede haber cuadros de cacería o simplemente paisajes que representen el sur de Estados Unidos. Vestuario – Deben dar efecto de lo que se llevaba a mediados del siglo XIX. El Sr. Moon, riguroso traje con su lacito al cuello y camisa de cuello alto tipo mariposa y la niña con vestidito largo con cintas. Los niños también propiamente vestidos con pantalones tipo bombachas. Todos los trajes deben ser de color oscuro. Maquillaje – El Sr. Moon, hombre joven de pelo relativamente largo, pero no melena. Debe estar bien peinado con algunas canas al frente. La niña debe mostrar un gran lazo en la cabeza y el pelo medio recogido, pero suelto por debajo de la cinta. Los niños con peinados bien pegados. Luminotecnia - Las luces juegan un papel muy importante. Debe cambiar de ámbar a rojiza a blanca en cortos intervalos. Desarrollo de la escena - Sentado en un butacón alto aparece el Sr. Eduardo Moon y sentados en la alfombra sus tres hijos pequeños, Thomas, Oriana e Isaac, de edades entre dos y ocho años. Mientras se va leyendo la historia, el Sr. Moon se mueve nerviosamente en su butacón y se levanta a veces dando pasos, frotándose las manos y mirando curiosamente hacia el interior de la casa, que puede ser a cualquier lado del escenario. Los niños juegan con muñecas antiguas o juguetes que denoten el tiempo en que ocurre la escena. A veces miran al padre extrañados y también miran hacia el interior de la casa, se levantan le toman la mano al padre, le miran a la cara como si hablaran con él. El padre les hace algún cariño, les pasa la mano por la cabeza, etc. Los niños vuelven a sus juguetes en el piso. Cuando lo indique el lector y se oye el llorar de un recién nacido, el padre se levanta animoso, le da una palmadita a cada hijo, se lleva las manos juntas a los labios, eleva la mirada al cielo como en actitud de oración con una gran sonrisa a flor de labio. Acto seguido y con paso firme se adentra hacia el interior de la casa. Mientras, los niños se miran unos a otros con semblante de duda y hacen gestos con la cara, vuelven a sus juguetes. Al rato aparece el padre amante con una sonrisa de placidez para informarle a los hijos que ha nacido una nueva hermanita. Los carga, los besa y hace los gestos propios de quien da una noticia agradable. ********************************
Lector masculino: Hacía un día ligeramente frío y a través de las ventanas de la casa se veía la blancura de la nieve por todas partes de los 1,500 acres de tierra que rodeaban a Viewmont, Virginia. Este hermoso lugar había sido el hogar de Ana María desde muy niña y su padre adoptivo se lo dejó en herencia a la muerte de su madre. Eduardo Moon y Ana María contrajeron matrimonio el 16 de octubre de 1830, cimentando con esa unión, una robusta descendencia. De familia cristiana, el nuevo matrimonio afirmó su matrimonio en el servicio al Señor y así intentaron criar a su abundante prole que llegó hasta siete. Eduardo Moon era diácono de la iglesia bautista, y tanto él como su esposa eran muy conservadores. Amaban la obra y fueron ellos quienes donaron el terreno y el dinero para la Iglesia Bautista de Scottsville, Virginia. Sin embargo, la familia, criada en la abundancia de bienes terrenales, no iba a seguir la fidelidad de los padres en las cosas del Señor. A veces se negaban a asistir a los cultos. Se vivía en esos tiempos bajo los debates de conservadores y liberales en cuanto a las cuestiones religiosas y abrían grandes brechas dentro del grupo de creyentes. Fue un tiempo de confusión para muchos que paulatinamente fueron apartándose de sus respectivas iglesias porque ya no sabían qué creer. Esta influencia dio como resultado la apatía de los hijos del matrimonio Moon. Los esposos Moon eran personas muy educadas por lo que en el hogar se respiraba un aire de cierta intelectualidad, poco común en el Sur donde generalmente era el hombre el educado y la mujer, compañera idónea o no, rezagada a un segundo plano donde pocas veces intervenía en conversaciones mixtas. Era la época cuando indefectiblemente, se formaban dos grupos en cualquier reunión, los hombres a un lado y las mujeres al otro. No así en el hogar de los Moon donde Ana María, dado a su exquisita educación, intervenía y atendía a sus visitantes,
dedicada se sintió verdaderamente abandonada y totalmente huérfana de ayuda humana.
Lector masculino: Lottie Moon se deprimía cada día más. Sufría la suerte de sus hermanos chinos en su propio corazón. Compartía con más devoción todo cuanto tenía que era bastante poco. Los otros misioneros comenzaron a preocuparse por el deterioro de su cuerpo y sugirieron que saliera de su casa y comenzaron a empacar sus pocas pertenencias. Iban a cerrar su amada casa de Los Cruceritos. Lottie no pudo menos que derramar lágrimas amargas que conmovieron a los que estaban con ella. Con esto se canceló el viaje y Lottie permaneció en su verdadero hogar en el medio del corazón de su país adoptivo que llegó a querer tanto o más que al suyo propio. Los misioneros entonces trataban de traerle lo que podían para que se alimentara, pero ella la daba a sus hambrientas hermanas chinas. Se quitaba su comida para darla a los demás. Una misionera llegó un día a verla, pero Lottie no la reconoció. Se pasaba casi todo el tiempo como en un sopor y era tal su depresión que comenzó a arrancarse el pelo. Lottie Moon ya no era la misma, el hambre había minado su cuerpo y afectado su mente. Sus compañeros en el campo misionero tomaron la decisión que ella no podía tomar y fue así como prepararon su viaje de regreso a Estados Unidos. Los misioneros que se despidieron sabían que no la verían más con vida. Se despedían de un baluarte de la fe y de una abnegada mujer que verdaderamente había dado su vida a su campo misionero.
Lectora femenina: Ese año de 1912 había sido duro y de grandes pruebas. Apenas pesaba 50 libras esa diminuta mujer que depositaron en el Manchuria rumbo a Japón y finalmente a Estados Unidos. La acompañaba una enfermera misionera y la esperaba en San Francisco un amigo. Una vez que el Manchuria dejó el territorio que había constituido su sueño y su vida misionera, Lottie Moon dejó de desear nada en este mundo y cayó en un sueño del que no despertó hasta el 18 de diciembre Cuando animadamente se dio cuenta de que estaba enferma y que la cuidaban, pidió excusas por lo importuna que pudo haber sido y pidió oraciones a la enfermera misionera además de que quiso oír por última vez, "Cristo me ama," el primer himno que cantó en chino hacía ya 39 años. Esa fue la despedida de una pequeña mujer de corazón grande y abierto para las misiones cuando todavía no se concebía que una mujer pudiera dar su vida en servicio y amor.
Lector masculino: El 19 de diciembre de 1912, Lottie Moon solamente señalaba con su mano débil hacia las alturas, hacia su hogar celestial y eterno. Ya no anhelaba nada más. Al fin el barco llegó a Kobe, Japón, que había sido hogar de Lottie por casi un año y donde trabajó con el mismo tesón por la salvación de preciosas almas japonesas. Amaneció el 24 de diciembre, víspera de Navidad, época que fue siempre una constante en la vida de Charlotte D. Moon. Era martes. La amada misionera, alma y dedicación de las misiones mundiales, abrió los ojos, saludó a la usanza china y se fue con su Señor. En Yokohama, Japón, el jueves 26 de diciembre, un día después de Navidad las frágiles 50 libras que quedaban de Lottie Moon se cremaron y se guardaron en una urna. Fue todo lo que llegó a Estados Unidos de una verdadera pionera en el esparcimiento de la palabra por el mundo. Cuando se cerró su casa en Tengchow y se vendieron sus posesiones, todo llegó a un total de $254.00. No hubiese podido regresar a su país porque no le habría alcanzado el dinero. Lottie fue llorada por chinos y americanos salvando la distancia de un enorme mar de por medio. Su vida fue de olor fragante, agradable, de servicio y amor. Jamás nadie antes había hecho lo que ella hizo, levantar las consciencias de las mujeres bautistas, enseñarles a los líderes de la junta foránea que había compromiso con las misiones.
Lectora femenina: El nombre de Lottie Moon será recordado por todas las generaciones de misioneros por la estela que dejó tras sí. Ese año (1912) se celebraron 2,358 bautizos en China. En 1918 Annie Armstrong, quien años antes había renunciado al matrimonio con un misionero a la China por sentirse llamada a las misiones domésticas, propuso que la ofrenda anual para misiones extranjeras llevara el nombre de Lottie Moon, nombre que va unido a ideales excelsos y a inspiración para trabajar más por las misiones. Su nombre no se olvidará mientras haya puertas que se cierran al evangelio y obreros que no respondan al llamado de Dios.
algunos murieron en el campo misionero por los rigores no previstos, otros regresaron, pero algunos quedaron y ya con nueva ayuda Lottie se lanza a conquistar nuevos campos misioneros y P’ingtu es uno de ellos. Ciudad importante, pero idólatra y difícil para el evangelio. Costó un poco pero ya Lottie sabía cómo conquistar el corazón de los chinos. Allí se establece una linda iglesia. En Estados Unidos surge la figura de Annie Armstrong y se organiza oficialmente la Unión Femenil Misionera. Ambas pioneras en misiones se intercambian cartas de ánimo. Cristaliza otro sueño en una hermosa realidad. Con esto se consolidaba la ayuda al campo misionero y poco después de esta memorable ocasión la ofrenda que se recogía en Navidad para las misiones chinas pesó en el corazón de más mujeres quienes tomaron la iniciativa de promulgarla y hacerla una obligación de todos los bautistas.
Lector masculino: Lottie regresó a su amada Virginia junto a su hermana Eddie después de 14 años de ausencia. Lottie descansó, luego habló en varias iglesias y en la Convención Bautista del Sur celebrada en 1892 la agasajaron. Allí se desplegó una bandera roja con el mensaje que decía: "Estamos agradecidos a Dios porque nos mandó a la Srta. Moon como misionera. En su corazón mora el amor de Cristo." En esa convención Lottie Moon habló de su campo misionero vistiendo su ropaje chino. Ya le era tan habitual para ella que no se sentía cómoda con ningún otro. Hubo un gran avivamiento entre los bautistas norteamericanos con la visita prolongada de Lottie Moon. Con denuedo y sin descanso habló a muchos de las necesidades del campo misionero y apelaba a que no fuera demasiado tarde para reaccionar, mientras no lo hicieran, las almas morían sin Cristo. Durante la celebración de los cien años de obra bautista en Virginia, Annie Armstrong habló de las misiones domésticas mientras que Lottie Moon usó su momento para promover las misiones foráneas. Dos heroínas y visionarias de la fe se unieron para darle el empujón definitivo al amor por las misiones entre los Bautistas del Sur. En la siguiente convención celebrada en Nashville en 1893, Lottie habló con entusiasmo de sus chinos amados y hablando con distintas sociedades femeniles estuvo de acuerdo que la ofrenda misionera de Navidad se usara para las misiones en Japón donde ella pasaría casi un año por razones de la guerra entre China y Japón en 1901. Este momento marcó el verdadero comienzo de la ofrenda anual por misiones extranjeras. Lottie regresó a China el 21 de noviembre de 1893 después de una larga y fructífera estancia en su país. Llegó descansada y con nuevos bríos. Trabajó y organizó sociedades de mujeres. Hubo un gran avivamiento y los creyentes se multiplicaban. Hubo cientos de bautizos y Lottie se regocijaba. Llegaron tiempo malos y la pobreza se recrudecía. El crimen aumentó alarmantemente y las escasas pertenencias de la misionera fueron mermadas a causa de robos. Sin embargo, nada la detenía. Ella confiaba en su Salvador.
Lectora femenina: El peso de los años comenzó a mermar la salud de Lottie Moon. Ya su vitalidad de los primeros tiempos se le había escapado. A pesar de ello, su entusiasmo por la obra misionera era una realidad en su vida. Amaba su campo y deseaba hacer más de lo que podía. Lottie no se cuidaba, se daba a los demás. Así fueron pasando los años y ella fue avejentándose. Se preparó para el que sería su último viaje a Virginia. Unos chinos amigos de Chefoo le confeccionaron ropa occidental y la prepararon para su viaje. Llegó junto a los suyos y los encontró enfermos. Ella tampoco estaba muy bien, pero no se quejaba. Los que la vieron y la recordaban de su viaje anterior no pudieron menos que notar su pelo cano, su semblante ajado, su cuerpo encorvado, sus dientes ausentes. Así y todo no dejó de hablarles a las mujeres de la necesidad de la obra misionera y las animó a que fueran ellas las sostenedoras de la obra que Dios les ponía cono reto. Con grandes deseos de regresar a su casa en Tengchow, Lottie se embarcó el 27 de febrero de 1904 para volver a vestir su ropa china, la que le quedaba bien, la que llevaba con gusto y la que coincidía en todo con su alma china. Eran sus chinos los que la necesitaban. Su familia había quedado en su país atendida y gozando de relativa tranquilidad en lo suyo. Ella había regresado a lo que verdaderamente constituía su vida. Continuaron llegando misioneros y Lottie entrenaba a todos con amor y cariño y una dedicación increíble. Sacaba fuerzas de donde ya no había. Comenzó una terrible temporada que habría de extenderse por toda China. El hambre hizo presa de todo el país y las enfermedades minaban aldeas enteras. Con más denuedo y tesón Lottie Moon se movía entre los suyos y daba más y más cada día. Por otro lado, la Junta de Misiones Foráneas estaba confrontando una fuerte deuda y por ello le comunicó a Lottie Moon que no podían continuar mandando ninguna ayuda a China. Fue cuando la misionera amada y
que eran muchos, a la par que Eduardo. Por este tiempo, algunos pastores bautistas se desplazaban tras la predicación e iban visitando distintas iglesias en largos recorridos. Muchos de ellos encontraron grata acogida en el hogar de los Moon. Inclusive, se aprovechaba la oportunidad del ministro visitante y se daban cultos. Pero en fin, el día que nos ocupa en nuestra historia, el 12 de diciembre de 1840, había transcurrido sin mayores tropiezos con las faenas propias de un hogar que disfrutaba paz y donde residía el amor familiar. Rara vez había desavenencia en este hogar por lo que la vida transcurría con la apacibilidad típica de las familias cristianas del sur. La situación económica les permitía vivir sin preocupaciones mientras que la educación de los hijos era esmerada. La bella Ana María Moon esperaba el cuarto vástago de la feliz pareja y todo era expectativa porque de un momento a otro podría llegar el anhelado bebé. La hacendosa madre había ya hecho algunos preparativos para la Navidad que se acercaba y cuando se celebraría el nacimiento de Jesús con un nuevo fruto del matrimonio. Todo era emoción y alegría. A los niños se les dijo que pronto recibirían un hermanito o hermanita que iría completando la familia Moon. Ellos habían observado el vientre de su madre abultarse, pero no sabían nada más, solamente confiaban en la promesa de los padres de que estaba por llegar otro niño al hogar. En medio del nerviosismo de la espera y rogando a Dios que todo saliera bien, Eduardo Moon, contemplando a sus tres hijos confiaba en que pronto todo se tornaría en alegría. Fue cuando oyó el grito anhelado de ese alguien amado que acababa de hacer su entrada al ámbito del hogar. Padre amante y dedicado, le mostró en esos momentos a sus hijos, el amor que sentía por ellos, pero la curiosidad no lo dejaba tranquilo y de un salto se encaminó hacia el lecho donde su esposa lo esperaba para presentarle a su nueva hija, la niña Carlota.
Lectora femenina: Así llegó al mundo Charlotte D. Moon, quien desde muy niña se le comenzó a llamar Lottie. Fue una niña vivaracha, amiga de maldades y juegos y muy diminuta. Quizá su físico diminuto le permitía hacer sus maldades con más facilidad, pues podía ocultarse sin mucha dificultad. En un ambiente familiar agradable y con un poco de descuido en la disciplina, Lottie jugaba con sus hermanos y andaba como una travezuela por todo el campo alrededor de Viewmont. Desde muy temprano en su vida, aprendió modales refinados y su madre la fue educando, al igual que a sus hermanos, en las letras y las ciencias. Desde muy pronto Lottie captó muchas de las enseñanzas de su madre y mostró interés en aprender. Era una niña inteligente que recordaba todo lo que se le decía. Le gustaba saber e investigar lo que no sabía. La madre se preocupaba de que siempre se hablara de literatura, de historia y de cualquier tema interesante que pudiera servir de aprendizaje a sus hijos. A pesar de que el tema de la religión se comentaba con frecuencia, era en esto en lo que Lottie no mostraba mucho interés. Las cuestiones espirituales la enfadaban un poco. Al igual que sus hermanos, parece haber rechazado la mucha insistencia de los bautistas conservadores donde a todo se le buscaba el lado negativo y muy pocas eran las cosas que no se consideraban pecado. En estos tiempos todavía prevalecía la idea de los niños como pequeños adultos, sobretodo cuando había visitantes en la casa. En casa de los Moon, esto se observaba a medias, pues los padres eran muy permisivos para con su prole. De modo que los hijos vivieron un poco distinto a otros niños de su época. No obstante, les fastidiaba cuando un comportamiento más riguroso se les exigía. Quizá esto fuera la causa de esconderse cuando era hora de ir a la iglesia y asistir a cultos donde siempre la norma era discutir las disputas fundamentales de la fe y el ataque certero contra los que no pensaban como ellos. Sin embargo, de cualquier inconveniencia propia de cualquier hogar, la niñez de Lottie Moon se desarrolló sin contratiempos y en un ambiente de tranquilidad, alegría y amor. La familia continúo creciendo y era un motivo de gozo y dicha cada vez que en la casa de dos pisos se oía llorar a un nuevo bebé como anuncio de su arribo a Viewmont. Lottie fue la hermana del medio. A ella la siguieron tres hermanas, Sarah, Mary E. y Robinett. El padre, Eduardo Moon, murió inesperadamente el 26 de enero de 1853. Tenía Lottie entonces 12 años de edad. Fue cuando su madre, Ana María, le cambió el nombre de la hija menor, Robinett a Edmonia en memoria del padre. Con los años, Lottie y Eddie se unirían en el sueño misionero a la China.
Escena 2 Escenografía – Quizá se pueda usar la misma escenografía anterior con ciertas variaciones en el mobiliario. Debe representar la sala de recepción de un seminario femenil del sur. Esta sala debe representar tanto el instituto en Botetourt Springs, Virginia, como el de Albemarle en Charllottesville, Virginia. La época es entre 1854 y 1858. Es recomendable que se distribuya el mobiliario y se agregue un escritorio con un tintero de pluma de ganso, papel, una Biblia, otros libros de texto y algunas flores, además de la consabida lámpara antigua. Si es posible esta lámpara pudiera ser de escritorio. En las paredes debe haber algún mapa de Virginia preferiblemente o de Estados Unidos además de algún cuadro con algún motivo religioso. El ambiente en general deber ser bastante sobrio con cortinas gruesas. Vestuario – Una mujer adulta vestida de negro con falda larga y peinado en moño sentada al escritorio. Dos o tres jóvenes sentadas con alguna mujer adulta en la sala en actitud de espera. Todas calladas y moviéndose con cierta intranquilidad. Maquillaje – Igual a la escena anterior. Luminotecnia – Luces claras, pero no brillantes. Todo el siglo XIX se caracterizó por la sobriedad y a esto deben ayudar el uso de las luces. Desarrollo de la escena – En medio de la escena, alguien puede entrar y salir después de traer algunos papeles y representar una breve conversación con la señora en el escritorio y con la persona adulta que acompaña a las jóvenes.
cuando la invitaban a predicar en otras aldeas. Sin pereza se subía al shentze con su Biblia, algunos alimentos y su cama y feliz emprendía el camino. A veces lo que la separaba del resto de la gente a manera de dormitorio era una bufanda que colgaba en lo que pudiera. Cada día se adentraba más y más y contra viento y marea se metía en el corazón de la China. Su alma rebozaba de gozo pero su cuerpo acumulaba dolencias. Mantenía una profusa correspondencia con la junta foránea y con las sociedades femeniles. En una ocasión comunicó que "la vida en el campo misionero va disminuyendo las fuerzas sin que haya noción de ello. ¿Cómo podemos cuidarnos si hay tanto que hacer?" A veces su cartas eran realidades que las hacían un tanto duras, pero ella se proponía hacerles ver a sus hermanos bautistas de Estados Unidos que sin la ayuda de ellos era imposible continuar la obra misionera. Poco a poco estas cartas fueron haciendo mella. Lottie Moon ya había dejado de ser ella para ser sencillamente misionera de Cristo. Lo mismo testificaba a hombres como a mujeres y se sentía completamente asimilada a la cultura china. Lo que nunca pudo superar fue la comida china que le producía serios estragos estomacales. Para remediar esto siempre procuraba tener harina de Estados Unidos con la que se confeccionaba sus escasos alimentos. Un día de 1881 Lottie anunció que se iba a Harvard y advirtió a su familia que prepararan boda para la primavera. El Dr. Toy, su antiguo profesor y quien parece que en otra ocasión le había propuesto matrimonio, vuelve a reverdecer el amor y Lottie lo acepta. Todo se desvaneció porque Cristo la había llamado no para esposa y madre de familia sino para servirle a El para ser madre de tantos chinos huérfanos de la luz del evangelio. Muchos años después de este pequeño incidente, Lottie comentó que había estado enamorada pero que Dios contaba más en su vida. Lottie Moon continuó su labor de misionera abnegada sin jamás arrepentirse de no haber consumado una felicidad terrenal. Continuó vistiendo su vestido chino, que no abandonó salvo las pocas veces que regresó a Estados Unidos.
Esta escena no tiene mucho movimiento por cuanto representa una institución académica donde apenas se oía volar una mosca. Sin embargo, para darle interés, es prudente que entren y salgan algunas jóvenes con sus libros en el brazo y vestidas muy conservadoras. Estas jóvenes pueden traer algún papel y dejarlo encima del escritorio, hacer alguna consulta a la señora en el escritorio, recoger algún libro o carta, mirar inquisitivamente a las jóvenes que esperan, sonreír a la señora acompañante y salir rápidamente de la escena. *******************************
Lectora femenina: Ya en 1855 los tres hermanos mayores habían estudiado y se habían licenciado, Thomas y Orianna de médicos e Isaac de abogado. Fue el año en que Lottie comenzó sus estudios en el Seminario Femenil en Botetourt Springs, Virginia. En ese año escolar comenzaron 100 alumnas, número extraordinario para esos años en que la mujer poco contaba en la sociedad dominada por el sexo masculino. Eran los hombres los que estudiaban y se graduaban y claro, dirigían el destino no tan solo de las familias sino de todas las demás áreas. La familia Moon se caracterizó por romper barreras al preparar tanto a sus hombres como a sus mujeres. La madre ponía mucho empeño en dejar a todos sus hijos con una buena educación, y lo logró. Lottie Moon además de tocar el piano, arte en que se sobresalían las niñas de su época por considerarse entre las bellas artes propias de la mujer, excedía en sus cursos académicos. Fue un alumna sorprendentemente brillante. La única asignatura que no le interesaba y la que dejó caer fueron las ciencias. Quizá porque el maestro no supo motivarla o porque sencillamente no le llamaba la atención su estudio, la pasó raspando el "tolerable." Sin embargo, en idiomas fue una de las mejores si no la mejor alumna de su tiempo. Era una verdadera intelectual que pronto habría de merecer juicios muy halagadores por su condición de mujer culta y sumamente preparada. En las clases Lottie fácilmente aventajaba a sus compañeras, pero era más atrevida en cuanto a su conducta. Las otras, por respeto no se atrevían a las maldades que Lottie hacía. Llegó la época de las vacaciones y Lottie regresa al hogar donde encuentra a su querida hermanita Edmonia y a mamá esperándola. Viaja en coche tirado por caballos con sus bultos y su alegría contagiosa. Lottie era una diminuta joven de apenas 4 pies 3 pulgadas, delgada, con el pelo recogido en moños sueltos adornado con cintas y lazos. En esa época de su vida, Lottie era un torbellino. Caminaba apresuradamente, costumbre que nunca abandonó, se reía, disfrutaba de la vida y repartía alegría dondequiera que se encontraba. Una vez que llega a su hogar encuentra a la madre revisando cartas del seminario con quejas sobre la conducta de Lottie. La madre se siente avergonzada del comportamiento de su hija, pero Lottie explica todo con la mayor naturalidad y sin dejar de reír. Era una rebelde que no admitía imposiciones ni se sentía menos por ser
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Escena 4 Escenografía – La misma que la anterior, pero con más deterioro. Pueden haber algunos utensilios rotos, algunas cortinas de bambú raídas y una prematura anciana diminuta y encorvada por el paso de una vida de sacrificio y abnegación. Entran y salen niños, hombres y mujeres chinos, algunos trayendo algo, otros pidiendo algo, algunos hablando con Lottie Moon. Esta escena debe dársele movimiento aunque ya la efervescencia de la vida de la misionera se ve agotada. Hacia el final, deben los personajes ir recogiendo las pertenencias de Lottie Moon y muy quietamente parece un barco donde depositan el cuerpo frágil de la misionera donde morirá. Vestuario – Igual a la escena anterior. Maquillaje – Igual a la escena anterior. Luminotecnia – Luces algo macilentas que indiquen que el frescor de la juventud en torno a Lottie se ha ido, pero cuando entran jóvenes, mujeres y hombres vuelve el ánimo y el entusiasmo al lugar. Desarrollo de la escena – Ésta es la última y más dramática escena, por lo tanto debe moverse con el dramatismo que van presentando los lectores. Lottie Moon prepara y entrena nuevos misioneros que van llegando a su casa y permanecen un rato con ella para indicar que pasaron un tiempo en su casa. Así también continúan entrando y saliendo chinos a su casa. Lottie va poco a poco perdiendo fuerzas y se mueve con dificultad mientras que sus amados chinos muestran desaliento e incertidumbre.
Lectora femenina: Rumores de guerra amenazaban la relativa tranquilidad en que ya se desenvolvía Lottie Moon. Se teme por las vidas de todos y la escasez puede llegar a consecuencias nefastas. Lottie continúa empecinada en su obra de esparcimiento sin prestar atención al peligro que pueda correr su vida. Ella estaba en su casa. Lottie Moon había cerrado su escuela porque su labor era evangelizar. Ese había sido su llamado y sus cartas habían hecho eco en la Junta de Misiones Foráneas. Habían llegado algunos nuevos misioneros entre los cuales
Lector masculino: Su hermana Eddie se enferma y su salud se quebranta por día. Lottie sufre y la atiende. Un médico misionero la ve y recomienda que inmediatamente regrese a Estados Unidos porque su vida peligraba. Eddie era de constitución más débil que Lottie y las inclemencias del clima y la falta de las comodidades más rudimentarias quebrantaron su salud de tal modo que la marcaría para toda su vida. Llega el momento de la despedida y Lottie la acompaña a Chefoo donde la deja al cuidado de otros. Ella regresa al campo misionero donde experimenta la soledad y la realidad de la vida misionera alejada de los suyos, de su idioma y de sus costumbres. Es cuando escribe, al recibir una carta de una sociedad femenil en Cartersville:
Lectora femenina: "¿Nos han olvidado? Esta misionera se siente así. Gracias que ayer llegó su carta … ¡Qué hermoso estar en su pueblo con gentes que hablan su lengua y que ha sido parte de sus vidas desde siempre! Cuánto deseamos correspondencia. A veces nos deprimimos y nos entristecemos, ah, pero cuando llega alguna carta que distinto es. Lo mismo les digo, cuando vemos que otros reciben y nosotros no, nos parecen que en realidad nos han olvidado." Lottie aprovechaba sus momentos de asueto y con lo decidida y arrestada que era disfrutaba de paseos en burro y baños en el mar. Nadaba y recuperaba fuerzas y ánimos. Cuando regresaba a la casa volvía a empacar su cama y sus alimentos y con otra misionera se aventuraba de nuevo a visitar aldeas chinas donde aún no había llegado la palabra de Jesús. A veces tenían que "acampar" en medio de agricultores, tanto hombres como mujeres que no tenía tiempo de oír nada, pero la curiosidad les daba ganas de acercarse a las mujeres blancas que extendían su parco equipaje en patios infectados de animales que picaban y rodeados de fetiches e ídolos y se hospedaban con familias cuyo único cuarto era bajo y lóbrego. Ahí estaba el kang o cama de ladrillo donde se podía sentir un poco menos la humedad. A Lottie con su juventud y su deseo, aunque sentía los estragos de la inclemencia del tiempo y lo inhóspito de tales albergues, lo enfrentaba todo con la decisión que la distinguía. Su cuerpo, sin embargo, iba sufriendo estos estragos silenciosamente. Hubo ocasiones en que visitaron 44 aldeas en poco más de una semana. Se agotaba, descansaba apenas y seguía su faena. Cuando Lottie se dio cuenta del recelo de las mujeres en acercársele se le ocurrió la idea de hornear galletitas y al rato de que el olor agradable a canela cundiera el lugar, para su satisfacción vio como paulatinamente se acercaban y gustaban de sus galletitas. Eran los momentos para usar para comenzar el acercamiento, hacerse amiga de ellas para luego poderles presentar el plan de salvación. Lottie Moon tenía paciencia y no apresuraba nada que pudiera entorpecer las relaciones que comenzaban a cimentarse entre ellas y las mujeres chinas. Su meta era ganar su confianza y poco a poco lo fue logrando. Ya se sentía con más seguridad en hablar el chino y esto le abrió más las puertas. Cuando estaba sola en alguna aldea lejana, añoraba sus cultos en inglés que celebraba junto a otros misioneros bautistas, metodistas y presbiterianos. Pero estaba consciente de que había sido llamada para darse completamente a este vasto país sin Cristo. Pasaba días sin hablar una palabra de inglés, pero con esto se beneficiaba su chino. Sostenía curiosos diálogos con las mujeres chinas que le preguntaban desde los pies grandes de los misioneros hasta otras costumbres. Ella contestaba todo y daba una vuelta para caer en la misión que la llevó a la China. Ya Lottie casi se sentía en casa.
Lector masculino: Estando Lottie ya casi cimentada y viendo los resultados de su labor, llegó noticia de que su hermana continuaba enferma y tuvo que hacer un alto en su camino misionero para irla a rescatar a Nagasaki en Japón. De ahí salió con ella rumbo al hogar, a su amado hogar de Viewmont, donde llegaron justo para celebrar la Navidad de 1876 con toda su familia. Faltó su hermana Mollie que había muerto. Eddie no pudo regresar a China, pero Lottie sí. Fue una nueva Lottie Moon la que se embarcó en el Tokio Maru en noviembre de 1877. Pasó casi un año en su país, pero la llamaba su campo misionero, difícil y arduo como era. Para la Navidad ya Lottie Moon se encontró en lo que ahora constituía para ella su verdadero hogar, Tengchow. Es en esta segunda etapa que comienza una escuela para señoritas y continúa su labor misionera por ese medio. Trataba de mantenerse al corriente de lo que pasaba en Estados Unidos, pero cada día comprobaba que su corazón estaba en la China. Procuraba hablar de Cristo con todos. Por eso se ponía contenta como una niña que recibe un lindo juguete cuando la invitaban a predicar en otras aldeas. Sin pereza se subía al shentze con su Biblia, algunos alimentos y su cama y feliz emprendía el camino. A veces lo que la separaba del resto de la gente a manera de dormitorio era una bufanda que colgaba en lo que pudiera.
mujer. Así es como le explicó a su madre su actitud ante las reglas del seminario.
Lector masculino: Ana María Moon, mujer viuda al frente de toda su familia, tuvo que hacer las veces de padre y madre. Por eso ante los informes recibidos sobre la estadía de Lottie en el seminario, recrimina a su hija el comportamiento no aceptable de una señorita de bien, de familia cristiana y de costumbres refinadas. La madre conservadora en sus principios morales y religiosos, aunque de mente amplia por su esmerada educación, no puede dejar pasar la ocasión y le pide explicaciones a Lottie. Es cuando la joven entre risas, pero con carácter indomable le da vueltas a las cosas y explica con el más grande aplomo sus travesuras. No admitía que le impusieran la asistencia reglamentaria a la iglesia, quizá a cultos aburridos donde se predicaba poco amor y más temor, como tenor de esos tiempos. Se sentía atada a creencias que no le significaban nada y su intelecto, exquisito y cultivado, buscaba ansiosamente las ideas de grandes escritores. Lottie no disponía de suficiente tiempo para leer, aprender, pensar, absorber las grandes ideas de los literatos y filósofos del mundo. Gustaba de Shakespeare y con avidez buscaba oportunidades de leerlo y empaparse de su literatura. Prefería leer a Shakespeare que a la Biblia. Bastante dosis de ella había tenido durante sus años de niña cuando en su casa se leía reglamentariamente y lectura que todos debían oír con respeto y devoción. Falta grave en el seminario y que fue notificada a la madre. En el seminario la campana de la institución anunciaba el despertar del día y el despertar de las estudiantes. Sin esa campanada al amanecer nadie se enteraba de que el día comenzaba con sus faenas acostumbradas. Todo era rutina en el apacible sur de antes de la guerra. El día primero de abril de 1855, conocido como el Día de los inocentes, Lottie Moon tramó la suya, maldad para ella ingenua, pero que trastornó todo ese diario vivir sin interrupciones donde se sabía cada minuto lo que había que hacer. Era un lugar sin sorpresas porque todo estaba planeado y de ese plan, no se movía ni un ápice. Era un reglamento inflexible donde la programación era inalterable. La madrugada le facilitó el momento y unas sábanas le ayudaron a consumar su deseo de dormir esa mañana hasta tarde sin tener que asistir a clases. Lottie subió al campanario y envolvió el badajo de la campana con las sábanas de manera que amortiguaran todo ruido que pudiera producir cuando se tirara de la cuerda que hacía que el badajo diera contra los lados de la campana. Sus compañeras rieron y agradecieron su gracia porque pudieron quedarse en cama un tiempo más. Aunque no se le castigó, sí se le rebajó puntuación en comportamiento. Un día unas compañeras le preguntaron el significado de la D, como inicial de su segundo nombre y Lottie rápida y astutamente les contestó, "Diablo." Este apelativo gustó e inclusive lo usó Lottie para firmar una poesía que escribió en torno a sus seis amigas intelectuales. Con esa mente abierta y adelantada a su siglo, la tituló "La pandilla nuestra". A cada amiga dedicó un verso y terminó con uno que alude a ella personalmente donde se ve su despreocupación por las cosas de la vida que la rodeaba.
Lectora femenina: Esa última estrofa recoge la personalidad de Lottie cuando tenía 16 años. Una chiquilla traviesa y despreocupada que gustaba divertirse. De último queda la Lota Que del mundo ni una jota Le importa y solo anhela De sus amigas, francachela. A pesar de su indiferencia por las cosas del Señor y su espíritu casi de burla durante ese año en el seminario de Botetourt Springs, Lottie logra graduarse con notas excelentes el 3 de julio de 1856. De ahí pasa al Instituto Femenil de Albemarle, también en Virginia, donde comienza a sentar cabeza y abrazar los estudios con más ahínco y dedicación. A pesar de su educación, en este instituto no la ven con buenos ojos pues la consideran rebelde y punto menos que hereje. Pronto Lottie Moon se destaca en idiomas de manera extraordinaria. Aprende latín y griego, italiano, francés y español y estudió además hebreo. Tenía una facilidad extraordinaria para los idiomas. Habilidad ésta que le habría de ayudar enormemente cuando el Señor la llamó al campo misionero. Sus profesores buscaban su compañía y hasta parece que hubo proposición matrimonial por parte de uno de ellos. Lottie declinó aunque siguió la amistad que años más tarde iba a volver a tocar la proposición matrimonial. Parece que este profesor quien se enamoró de Lottie fue el que dijo: "No he leído nunca antes un inglés mejor escrito como el de Charlotte D. Moon."
Lector masculino: Las oraciones que se elevaron en favor de la salvación de Charlotte D. Moon no cayeron en el vacío porque eran sinceras y provenían de personas que la amaban y la admiraban. Los planes de Dios tienen su cumplimiento y el 21 de diciembre, ya casi Navidad, de 1858, Lottie Moon aceptó la salvación y pidió ser bautizada. Parece que la Navidad siempre habría de jugar un papel importante en su vida y trascendería a las misiones mundiales. Lottie se graduó con una Maestría en Artes en 1861 y en esa ocasión el Pastor Broadus la calificó como "la mujer mejor educada del Sur de Estados Unidos." Lottie comienza una nueva vida. Le tocó vivir y ayudar a su familia, así como a soldados heridos durante la cruenta Guerra Civil. Sus planes se ven tronchados. De la riqueza pasa a la pobreza y su familia nunca recuperó lo perdido. Lottie necesitaba trabajar y es así como comienza su carrera de maestra. Es en Kentucky donde enseñó gramática, literatura e historia. Durante esta época es cuando su hermana menor Eddie se va de misionera a China en 1872 y es cuando comienza Lottie a interesarse en las misiones. Comienza un período de dudas y oración y Lottie confronta todos los problemas discriminatorios de su tiempo: el poco valor que daba la Junta de Misiones Foráneas al trabajo de la mujer. De un instituto pasó a otro siempre abogando en favor de las misiones y de la necesidad de enviar mujeres a esos campos. Enseñaba en la escuela dominical, mandaba cartas, comentaba y estimulaba para que la obra misionera se extendiera a mujeres solteras. A su hermana Eddie la sostenían cinco iglesias de Richmond. Eddie le escribía desde China diciéndole que era la voluntad de Dios que fuera allá a hacer la obra. En 1873, según sus propias palabras, el llamado al campo misionero chino "fue tan claro que parecía un timbre resonando en mi oído." La Junta de Misiones Foráneas de Richmond. Virginia bajo la dirección del Rev. H. A. Tupper la comisionó para que fuera misionera a China el 7 de julio de 1873. No retrasó su viaje, y el 15 de agosto de 1873 dejó Alabama para Nueva York desde donde se embarcó para San Francisco y ahí comienza su aventura misionera el 1 de septiembre del mismo año.
Escena 3 Escenografía – Una casa sencilla y humilde al estilo chino con alfombras de mimbre en el suelo y una Biblia visible. Debe haber ventanas alrededor para que entre la luz. Puede haber utensilios chinos en algún rincón. Apenas una silla y una rústica mesa al estilo occidental, pero de ser posible de confección casera. En un rincón de la escena puede haber un tipo de fogón bajo con una olla y palitos y tazones chinos en una repisa. Cerca del escenario, si es posible debe haber una replica de un shentze o carromato chino que se colocaba en dos o tres mulas cuando se transportaban de un lugar a otro. Vestuario – Lottie Moon vestida con vestido chino de algodón azul oscuro con ribetes en negro al igual que las mujeres y los niños. No hay mucha variedad entre el vestuario de hombres, niños o mujeres en la China que vivió Lottie Moon. Maquillaje – Nada en las caras. Más bien deben ser rostros macilentos y con temor. Pueden delinearse los ojos con creyón negro para dar efecto de ojos alargados como los tienen los asiáticos. El peinado de Lottie es con un moño recogido detrás de la cabeza sin adorno ninguno. Las demás mujeres también con moños o melena corta sin ningún artificio. Luminotecnia – Más bien claro que represente una escena diurna, pero dentro de una casa. La cantidad de luz que puede entrar por las ventanas es la que debe procurarse. Desarrollo de la escena – Lottie Moon aparece sentada en el suelo rodeado de niños y algunas mujeres que representan las mujeres chinas. También está con ella, al principio, su hermana Eddie. Ambas gesticulan y también los niños como si estuvieran cantando y ellos oyendo historias bíblicas. Las mujeres también escuchan desde una esquina en actitud de respeto y con sumisión. Lottie Moon es el centro de atención. Con frecuencia, una luz intensa debe iluminarla por breves segundos. Lottie
Moon y su hermana Eddie enseñan y cantan con los niños. La escena cambia al irse los niños y entrar mujeres a quienes también les ministran. A veces Lottie se queda sola en actitud contemplativa. En otras ocasiones puede sentarse a la mesa y escribir cartas meditando de vez en cuando. Mujeres y hombres occidentales pueden salir y entrar después de hablar brevemente con Lottie y su hermana . Ellos representan otros misioneros de la zona. Lottie Moon irá representado lo que se va leyendo. Hacia el final de la escena su hermana Eddie, ya enferma recibe las atenciones de Lottie y se ve que ésta prepara las escasas pertenencias de su hermana para el viaje de regreso a Estados Unidos Lector masculino: Al fin se cumple un sueño y Lottie Moon está en el corazón de la provincia china de Shantung. Allí comienza su verdadera aventura misionera, aventura que amó hasta el día en que Dios la llamó a su presencia. Pronto confrontó los rigores del campo misionero tan ajeno a los cristianos de Estados Unidos. Al principio, tanto su hermana como ella veían a los habitantes de este gran país como gente incivilizada y de una cultura muy inferior a la occidental a la que ellas estaban acostumbradas. Sus costumbres eran tan distintas—su comida, su forma de actuar, sus normas de vida del hogar, su poco respeto a la mujer y a los hijos. Todo era confusión y duro aprendizaje que incluía un idioma tan distinto a los que Lottie había estudiado y aprendido con tanto gusto. Eran idiomas refinados según ella los consideraba. Ah, pero el chino era otra cosa. Esos sonidos guturales que no salían fácilmente y esa escritura por símbolos donde cada uno representaba muchas cosas, casi la desanimaron. Pero, en los planes de Dios, Lottie Moon tenía su lugar en la China. Desde el 25 de octubre de 1873, cuando llegó, hasta que por fin se adaptó y se sintió china y amó este lugar más que al suyo propio, pasaron muchas cosas agradables y desagradables en la vida de Charlotte D. Moon. Detrás habían quedado los días de Viewmont, del seminario, del instituto, su propia escuela, sus años de magisterio, el calor del hogar, amistades, su iglesia, las sociedades femeniles. Todo era un mundo nuevo, difícil, hostil. Lottie pasó desde Shanghai a Tengchow y observó la miseria, las aldeas chinas, las mujeres sobrecargadas de trabajo, la idolatría, el recelo, el temor a todo lo extranjero. Desde muy pronto se hizo el propósito de ser una más entre ellos, dejar los atavismos occidentales y compenetrarse con esa cultura distinta aun cuando le hacía daño la comida china. Ella tenía que llegar a ser una verdadera china para poder enseñar del amor de Jesús. Lectora femenina: Así fue como Lottie Moon pasó a ser Li-Ti-Au, el nombre chino que adoptó y por el que siempre fue llamada por sus amados chinos. Ya con más confianza y en ocasiones con el apoyo de otros misioneros con quienes se reunía y hacía viajes misioneros comenzó su lucha contra creencias horrendas. Una de sus grandes preocupaciones era evitar que a las niñas se les ligaran los pies, lo que consistía en doblarles los dedos, menos el dedo gordo del pie, hacia atrás y se los vendaban con el fin de que no les crecieran a causa de la ruptura que sufrían. Muchas veces esto resultaba en infecciones terribles y malolientes que en algunos casos producían la muerte. Las niñas con los pies vendados de esta manera caminaba con dificultad hasta que iban cicatrizando con el tiempo después de sufrir intensos dolores sin calmantes que pudieran mitigarlos. Así quedaban las niñas con pies diminutos y caminaban como dando saltitos. Ningún hombre quería tomar como esposa a quien no se hubiera arreglado los pies de esta manera macabra. Poco a poco se fue ganando el favor de los nativos, no predicando con palabras sino con acciones. Una tarde salieron de merienda ella, su hermana y otra misionera. Todos estaban deseosos de ver a las "extranjeras," pero las mujeres de mejor posición no se les acercaban. Comprendió Lottie que era necesario no hacer las cosas a lo grande, sino personalmente. Así fue que ingenuamente, por medio de sentarse a merendar en un limpio a campo traviesa, comenzaron a unirse las gentes y se suscitó una hermosa tarde con sermón por parte de un diácono chino y las mujeres testificando. Perdieron el hambre ante las bendiciones espirituales y el entusiasmo de saber que estaban en el lugar donde Cristo las quería. Desde este momento Lottie no dudó nunca más de que había encontrado su verdadera profesión, misionera del evangelio de la cruz a personas que de otra manera jamás lo habrían oído. Poco a poco va Lottie Moon esparciendo la semilla y cosechando frutos. Su vida más que sus enseñanzas comienza a hacer un profundo impacto en las vidas a su alrededor. Comenzaron los testimonios, los bautizos, las predicaciones fogosas de los hermanos chinos. Ya Lottie se defendía en chino y el primer himno que cantó en esa lengua fue "Cristo me ama." Con esa sencillez del evangelio, las personas deseaban continuar oyendo y Lottie deseaba adentrarse más y más en el territorio antes no transitado y por ende ajeno a las enseñanzas bíblicas de la salvación.