Cuentos de miedo de La Escuela del Mar LOS EXTRATERRESTRES DEL MONTE NEGRO

Cuentos de miedo de La Escuela del Mar LOS EXTRATERRESTRES DEL MONTE NEGRO LOS EXTRATERRESTRES DEL MONTE NEGRO Un cuento de José Manuel Ferro Ilust

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Cuentos de miedo de La Escuela del Mar LOS EXTRATERRESTRES DEL MONTE NEGRO

LOS EXTRATERRESTRES DEL MONTE NEGRO

Un cuento de José Manuel Ferro Ilustraciones de Isabel Ferro

Hola, soy Albert y estos son mis amigos en esta aventura espacial

Hola, yo soy Alex

Hola, yo soy Mónica

LOS EXTRATERRESTRES DEL MONTE NEGRO Me gusta mirar el cielo por la noche y contemplar las estrellas. Los Reyes me trajeron un telescopio, pero debe ser de juguete porque no veo nada con él. Así que este año les voy a pedir otro, pero de verdad de verdad. Sé encontrar el Carro, que los mayores llaman la Osa Mayor, ¡aunque se parece más a un carro, ¿a qué sí?! Mi hermana siempre quiere enseñarme el cinturón de Orión, el gigante, pero yo sigo sin verlo. Entonces yo le pregunto a mi padre: “Papá, ¿cómo hacían los hombres para ver las figuras de las estrellas en el cielo?” Y él me contesta: “No sé.” Y es que mi padre muchas veces no sabe nada. Donde mejor se ven las estrellas es en el campo. Bueno, y en las películas de “La guerra de las galaxias” o en los videojuegos, pero están pintadas con ordenador. Donde vimos las estrellas como nunca fue en Zújar, el pueblo de mis yayos, en Granada. ¡En realidad estuvimos a punto de verlas de muy, muy cerca!

Habíamos ido a Zújar de vacaciones de Semana Santa, con Alex, Mónica y sus papás. Al lado del pueblo hay un pantano muy grande y también unos baños de agua caliente que molan cantidad. En el pantano también te puedes bañar, pero a mí lo que más me gustaba era ir a explorar por la orilla con mi padre, vestidos con el bañador y las chanclas y con un palo haciendo de lanza, como si fuéramos primitivos.

Enfrente del pueblo está el Cerro Jabalcón. Es una montaña muy grande. En lo alto hay unas antenas para el teléfono y para que se ve se pueda ver la tele, y en lo más alto de todo una iglesia pequeña que se llama ermita. “Jabalcón” es un nombre árabe, de cuando los árabes vivían en España hace mucho tiempo. Y un señor que estaba escribiendo un libro sobre el antiguo Zújar le contó a mi padre que Jabalcón quería decir “Monte Negro”, porque antes tenía muchos árboles que de lejos se veían negros. Todo esto lo digo para que veáis lo chulo que es mi pueblo, y para contaros como Alex, Mónica y yo nos metimos sin querer en una aventura espacial increíble.

Lo que pasó es que una noche, después de cenar, a mi padre se le ocurrió ir al cementerio de Zújar. A mi padre le gustan mucho los cementerios. Es un poco rarito mi papá, ya os lo he dicho otras veces. Así que convenció al padre de Mónica para que fuéramos al cementerio con la excusa de que desde allí se veían muy bien las estrellas y la Vía Láctea. ¡A nosotros tres no hacía falta que nos convenciera! Pero es que además nos dijo que nos iba a contar un cuento de miedo dentro del cementerio. ¡Menuda caña!

Las mamás, que son muy listas, se quedaron en casa charlando y nosotros empezamos a subir hacia el camposanto, que es como llaman en Zújar al cementerio, por unas calles empinadas, oscuras y silenciosas. Llegamos a la puerta, que era una reja negra de hierro y ¡qué suerte!, estaba cerrada sólo con una cuerda. Mi padre deshizo el nudo y nos metimos dentro. Un perro ladraba con fuerza allí cerca. Si ninguno de vosotros ha estado nunca de noche en un cementerio donde no hay nada de luz, no sabe lo que se pierde. Es muy emocionante. Eso sí, con la condición de no ir sólo, y de que al tonto de tu padre no le dé por intentar encontrar la tumba del abuelo de tu madre ¡sin linterna y en una noche sin luna! Así que enseguida exclamé: - ¡Pero, papá! ¿No íbamos a mirar las estrellas? - Sí, sí, Albert, enseguida –dijo y miró al cielo-. ¡Ya veo la Osa Mayor, a ver quién la ve primero! Y siguió andando con el padre de Mónica, hablando de un concierto de unos que se llamaban Rolling Stones que querían ir en el verano. Nosotros nos subimos encima de una tumba, y Alex y yo empezamos a chulear: “¿A que la veo yo primero?”, “¿¡A que no!?”. Pero fue Mónica la que la vio enseguida y nos la enseñó. También nos enseño Orión, que a mi me costó verla un montón. Y una letra que era la M de Casiopea.

- ¡Parecen unas tetas! –exclamé, y la Mónica se puso supercolorada. Entonces Alex dijo: “¿Qué es aquella luz que se mueve?”, y yo contesté “¡Un avión!”. Pero la luz se fue haciendo cada vez más grande y se movía muy deprisa, y al final se puso encima del Jabalcón. Era como una pelota de luz muy grande. De repente empezaron a salir de ella unas bolas de luz más pequeñas que comenzaron a volar en todas direcciones, como los cohetes de San Juan, pero sin hacer ningún ruido. ¡Era una pasada!

Pero entonces el perro que había estado ladrando y ladrando todo el rato se calló de repente, y yo ya vi que aquello no podía ser bueno. Y Mónica, que nunca habla mucho, dijo “¡Uy, uy, uy...!” Y es que una de aquellas bolas de luz volaba hacia el pueblo, y primero

fue para un lado, luego para otro, y luego se vino justo encima nuestro. - ¡Lo sabía! – dijo Alex. Que chulito, yo también lo sabía. Como me había traído la cámara de fotos de mi hermana hice un disparo, y a lo mejor fue por eso por lo que salió de la bola una torre de luz que descendió sobre nosotros, como si nos enfocaran con una linterna gigante. Nos quedamos más quietos que el caballo del malo muerto. Pero sin darnos tiempo a escapar la luz nos succionó y fue como subir en un ascensor. Paramos de subir. Se abrió una puerta de luz y allí estaban ellos: ¡Unos extraterrestres! ¡Os lo juro!

- ¡Hola, boca-bit! –dije no sé por qué. - ¡Bit!, ¡Bit! –contestó uno de los extraterrestres. Era clavado a un marciano de esos de las pelis, verde como un polín. - ¡Hola, terrícolas! –dijo otro–. Hemos adoptado esta personalidad porque sabemos que es así como creéis que somos los viajeros del espacio. Y hemos aprendido a hablar como vosotros, para que podáis colaborar en los experimentos.

- ¡Experimentos! ¡Cómo mola! –dije-. Me gustan mucho los experimentos, sobre todo hacer colonia Nos llevaron por su nave, que era superrara. Las paredes eran cuadrados de luz y hasta el suelo era una alfombra de luz en la que parecía que flotábamos. Por fin llegamos a una especie de laboratorio, y allí vimos algo que nos aterrorizó: ¡inyecciones! - Acércate, niño –dijo un alien bajito y gordo que parecía una sandía. - ¡Yo no! –dije. - ¡Ni yo! –dijo Alex. - ¡Traedlos! –ordenó el que parecía el jefe. Empezamos a correr como si fuera una carrera de banderas de mi cole. Hay tres colores: los verdes, los blancos y los azules. Yo soy del color verde, pero esta vez los verdes eran ellos. - ¡Papá!, ¡Papá! –gritábamos. Llegamos ante una redonda de luz roja que había en el suelo, con unas letras extraterrestres escritas a un lado. - ¡Por ahí, por ahí! –gritó Mónica. Nos tiramos dentro y nos deslizamos por una especie de tubo de luz, resbalando en sus paredes invisibles. Parecía el tobogán del castillo del terror del Tibidabo. Salimos gritando: “¡Yujuuuuu...!”, y caímos sobre un suelo duro como una piedra. ¡Ay! A pesar de que era de noche reconocí el sitio: era la ermita de la cima del Jabalcón.

- ¡Corred! –chillé-. ¡Corred, sé dónde podemos escondernos! Yo sabía de otra vez que había subido con mis papás que detrás de la ermita había un aljibe bajo tierra. El aljibe recogía el agua de la lluvia para dar de beber en verano a las ovejas que pastaban en en lo alto del Cerro. Pero entonces, al dar la vuelta a la ermita nos dimos de morros con una figura siniestra. Era un hombre alto y con cara de pocos amigos, con un pañuelo en la cabeza tipo pirata. El resplandor de una pequeña hoguera le iluminaba desde abajo. - ¿Qué hacéiz aquí a eztaz horaz, enanoz? –rugió. - ¡Estamos huyendo de los aliens! –gritó Alex. - ¿Alienz? ¡Jo, jo, jo! ¿Y ezo qué ez? Los tres señalamos hacia el cielo, y el hombre aquel vio la bola de luz y se puso a temblar. - ¡Ozú! –exclamó. Echamos a correr de nuevo y el tipo nos siguió. En un segundo estábamos en la reja del aljibe, la abrimos y nos metimos dentro. El agua nos llegaba hasta las rodillas y estaba cubierta de cagarrutas de oveja. - ¡Puaj! –hicimos los cuatro. - Oiga, ¿y usted quién es? –preguntó Alex. - ¡Zoy el famozo bandido Comezopaz! - ¡Aaah! –dijimos nosotros.

- Otra pregunta –volvió a decir Alex–. Oye, Mónica, ¿cómo sabías que allí ponía “salida”? - No lo sabía, tonto. Lo adiviné. - Yo también tengo otra pregunta –dije-: ¿¡Por qué no os calláis, que nos van a descubrir!? En aquel momento una luz inundó el aljibe: ¡Nos habían encontrado!

Nos llevaron de vuelta a la nave. Cogieron al bandido Comesopas, lo dejaron en calzoncillos y lo ataron a una pared luminosa con unos aros de luz alrededor de las muñecas y los tobillos. Para ser un bandido tenía una pinta patética: parecía un pollo sin plumas, y no hacía más que suplicar con un hilillo de voz: “¡Zocorro!, ¡Zozocorro!, ¡Zacadme de aquí, ayudadme!”

El alien sandía se le acercó con una jeringuilla enorme, y entonces me acordé de un chiste muy malo. - ¡Eh, boca-bit, te apuesto a que no eres capaz de hacer una cosa, por muy viajeros del espacio que seáis! El extraterrestre era un chuleta también, yo ya lo había calado, porque enseguida contestó: - Je, je, je. A ver, niño, dime. Entonces Alex metió la pata: - ¿A que no eres capaz de atravesar el Sol con tu nave? - ¡Noo, Alex! La bola de luz empezó a vibrar y notamos que se movía cada vez más deprisa. Frente a nosotros se abrió una ventana grandiosa, y vimos cómo la nave salía de la Tierra y se dirigía hacia el Sol. Aquello parecía “La guerra de las galaxias”. El Sol empezó a hacerse más y más grande, hasta que llenó toda la pantalla con un color cada vez más de fuego. Aunque no hacía calor sudábamos como en agosto. Entonces, la nave aceleró y lo atravesó. - ¡Je, je, je! –rió el jefe de los extraterrestres. - Sí, pero ¿a que no podéis traer el Titanic? –se me adelantó Mónica, que hacía poco había visto la peli y se había enamorado de Leonardo di Caprio, como todas. - ¡La otra! –exclamé.

La nave alien volvió a la Tierra y se sumergió en el mar. Era alucinante. Llegó hasta el fondo y allí estaba el barco. Os lo juro. De algún modo nos metimos en su interior y fuimos paseando por los camarotes, por el comedor, por todas partes, y luego el Titanic se elevó y salió fuera del agua, con nosotros dentro.

- ¡Ya está bien! Sigamos con el experimento –dijo el jefe verde polín, mientras el transatlántico volvía a hundirse de nuevo y la nave se elevaba hacia el cielo. - ¡Un momento! –grité-. ¡Falto yo! - ¡Ah, claro, tres deseos, como en todas vuestras historias!, ¿no? – dijo el alien mirándome, y los ojos le brillaban como fuego verde-. Muy bien, niño, pero empezaremos los experimentos contigo, por listo.

- ¡Glub! Pero si no sois capaces de hacer lo que os diga, nos tenéis que dejar libres a los cuatro y marcharos de la Tierra para siempre. ¿Vale? - Vale, vale –dijo el jefe. Los otros extraterrestres hacían unos gestos que yo creo que es que se morían de la risa. - Bueno, pues espera –dije. Empecé a apretar y a ponerme colorado, a pensar en garbanzos y en lentejas, y al fin conseguí tirarme un pedo. Los extraterrestres abrieron los ojos como platos. Y entonces añadí: - Tenéis que atarlo con una cuerda y pintarlo de amarillo limón. - ¡Ezo, Ezo! –exclamó el Comesopas, muy contento.

Un ratito después, la bola de luz se situó sobre el cementerio de Zújar y con un rayo nos depositó suavemente sobre una tumba. Luego, de todos los puntos del cielo acudieron montones de bolas de luz que se juntaron con la primera. Había tanta luz allí, sobre nosotros, que parecía de día. Y de repente el cielo se quedó a oscuras. Sólo las estrellas brillaban en él. Millones de estrellas. El bandido Comesopas, en calzoncillos, estaba echado sobre una lápida, contemplando el cielo, con una sonrisa de oreja a oreja. - ¿Le ha gustado el chiste, Señor Comesopas? - Musho, shaval.

- ¡Eh! ¿Dónde os habíais metido? –dijo el padre de Mónica surgiendo entre las sombras, con mi padre detrás. Y entonces,... ¡fue buenísimo!: el bandido Comesopas se levantó de golpe, extendió la mano, y dijo: - Buenaz nochez, caballeroz. Zoy Juan Comezopaz. Y nuestros padres se desmayaron.

- FIN -

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