CUENTOS EN EMERGENCIA Carlos R. Cengarle - 1 -

CUENTOS EN EMERGENCIA Carlos R. Cengarle -1- TRES GOTAS DE ALEGRÍA Prepararse científicamente bien, para el examen final de Medicina Interna, es a

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EMERGENCIA
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El Estado de Derecho en estado de emergencia 1
Publicado en LL, 2001-F, 1050; reproducido en Lorenzetti, Ricardo Luis (dir.), Emergencia pública y reforma del régimen monetario, Buenos Aires, La Le

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CUENTOS EN EMERGENCIA

Carlos R. Cengarle

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TRES GOTAS DE ALEGRÍA

Prepararse científicamente bien, para el examen final de Medicina Interna, es algo básico y fundamental

Como

avanzados practicantes de la Medicina, solo estábamos autorizados a observar el trabajo de los médicos y de las enfermeras. Con nuestras antenas paradas, devorábamos todo aquello que nos permitiera fijar en la memoria, nuestros conocimientos puramente teóricos del enfermo y de la enfermedad. Ansiosos, esperábamos que llegara hasta esa guardia de hospital, el caso interesante y raro, para aprovecharlo y aprender. Un sugestivo patrullero se estacionó en la playa de ambulancias y dos impecables y serios uniformados - uno era mujer -, descendieron acompañados por unos oscuros y frágiles menores. Tres chiquilines asustados, ingresaron de la mano de esos policías, cumpliendo con un burocrático mandato judicial. - No se ubicaron padres ni familiares de estos menores.- informaba sin emoción en sus palabras, la delgada mujer policía a los atentos y desconfiados médicos - Los tres están enfermos y antes de enviarlos al Instituto, la Jueza dispuso que pasaran por este Hospital. Son tres menores indocumentados y según el parte médico forense, uno tiene cuatro años, el otro ocho y el más grande, es un femenino de doce años, que esta embarazado. Viven en la calle y duermen, en una estación del Ferrocarril del Sur... Dicen que son hermanos. Al padre no lo conocieron y la madre, parece que murió de Sida después de nacer el más chico... Eran tres pares de ojitos negros, bien abiertos, que miraban en silencio a nuestros extraños movimientos de guardapolvos blancos. Sentados en un largo banco y amontonándose, parecían darse un poco de calor y algo de protección entre ellos mismos. En el medio se ubicaba la más grande y a sus lados, los otros dos escuálidos purretes. Su temor en silencio y su actitud acurrucada, eran una pregunta enorme y sin palabras, que imploraba una respuesta aliviadora. ¿Qué harán ahora, con nosotros? Eran tres niños que seguramente, estaban concientes sin palabras, que tenían cortada de raíz toda esperanza de un futuro digno. Incluso nuestros prejuicios hacia ellos - fundados en negativas experiencias, como la de haber sido alguno de nosotros, amenazados y robados por niños en similares condiciones - nos hacía imaginarlos deambulando en el futuro, posiblemente robando aquí, mendigando allá, limpiando parabrisas o prostituyéndose...

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Los médicos pediatras y una obstetra, revisaron concienzudamente a cada niño. Nosotros, llevamos muestras de sangre y de orina de cada uno de ellos, hasta el laboratorio. Confeccionamos por escrito, el informe que nos dictaron los galenos y así, fuimos conociendo un poco de las almas que se escondían detrás de esos desdibujados y minúsculos cuerpos. La de doce años - Olga -, estaba embarazada de tres meses. Su cabeza pululaba con hambrientos piojos de todos los tamaños y las liendres, pegoteadas entre sus marchitos cabellos, salpicaban de colores dolorosos a esa pequeña cabeza femenina, que seguramente ya no recordaría las caricias, de alguien que la quisiera de verdad. La mugre era su segunda piel, su coraza. Tenía unas viejas y rotas sandalias por calzado, un pantalón vaquero con más agujeros que tela y una remerita corta, que alguna vez fue anaranjada, patinada en grasa por delante, recuerdo de comidas que quedaron en sus dedos y terminaron limpiándose con ella. Poco a poco, fuimos ganando su confianza y se largó a hablarnos. Así supimos que antes cantaba en los vagones de los trenes y que sacaba buena plata, pero la policía ferroviaria terminó echándola. Como siempre, la vida terminaba echándola de todas partes. Nadie la quería. Últimamente mendigaba y a veces, lavaba el frente de algunos camiones, estacionados en la solitaria zona del puerto. Así lo conoció a Walter, un camionero que le pagó diez pesos por el lavado y cinco, por acostarse con ella en la cucheta de la cabina del camión. Y de lástima, le regaló dos caramelos... El de ocho años, decía llamarse Beto. Sucio y harapiento, le costaba hablar y su bagaje de palabras, era sumamente escaso y reducido. Descalzo, su piel estaba cubierta de moretones, arañazos y profundas cortaduras. Una rugosa cicatriz en sus genitales y en sus muslos, lucía horrenda. Su causa, nos la explicó su hermana: - Fueron los pibes que duermen en la plaza San Martín. Le echaron nafta “en las bolas” y después, le prendieron fuego. El Beto se quedó con un vuelto, no pagó el semáforo donde pedía monedas... pasa que él, aspira pegamento y eso, a veces lo da vuelta... le esta comiendo el cerebro, pero igual le da todo el día a la bolsita nos dijo reflexiva, señalando a su cabeza. El de cinco, demoró unos minutos antes de decirnos que se llamaba Mauro. Nos dijo que vendía estampitas en el subte y que le había roto la pierna un colectivo... pero que ahora, estaba bien. En los últimos meses, limosneaba todo el día y sin problemas, en la terminal de ómnibus. Los médicos estaban atareados con tres victimas de un accidente de tránsito y de un enfermo joven, que posiblemente había que operarlo. Politraumatismo y abdomen quirúrgico, eran casos sumamente interesantes para unos curiosos practicantes como nosotros, pero algo había cambiado. No podíamos despegarnos de esos tres “pibes de la calle”. Hubiésemos querido que alguien nos explicase de la problemática de esos chicos, pero los atareados médicos, terminaron dejándolos a nuestro cuidado. - Estos niños la pasan peor que los de las villas, pues están mucho más desprotegidos. No tienen ni una madre, ni un padre, ni un techo, ni una cama. Ni siquiera un adulto que los proteja o les ponga limite - nos dijo Rita, una -2-

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experimentada enfermera que nos acompañaba en esa guardia hospitalaria - y sépanlo bien a esto que les voy a decir: Los chicos de la calle, nunca lloran. Jamás van a ver un chico de la calle, llorando. Aunque les estén pegando o torturando... Es que si lloran, no sobreviven. La vida los hizo fuertes, son hijos de la lucha.

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Comemos de lo que tiran del Mac Donald y del Burger. A veces, está bueno lo que tiran, pero otras, esta todo podrido... - Comentaba Olga, cuando le preguntamos por sus hábitos alimenticios. Beto aspira pegamento... y bueno, con eso por un rato se olvida de todo. Hasta del hambre. Pasa que todo es tan triste, que uno necesita olvidarse por un rato. Son cosas muy feas, todo lo que pasa en la calle - nos contaba Olga con la mirada perdida. Y luego de un rato en silencio, continuó - Mamá siempre le trataba muy mal, le daba muchas palizas y él, ahora se siente que no sirve para nada... ¿Y que pensás de la droga? - le preguntó Catalina, una de mis compañeras. Y... si uno tiene plata, es fabulosa. Pero si no tenés, puede ser muy duro de conseguirla - contestó frunciendo el ceño, Olga. Pero aquí, en este hospital, los vamos a ayudar - les dijo Gabriel, otro compañero siempre tengan confianza en los médicos... No sé - dijo Olga, con cara de preocupación - a Mauro, le pisó la pierna un colectivo, pero se la arreglaron los médicos en el hospital... es una lástima. ¿Cómo que una lástima? - preguntamos a coro. Y, si... con la pierna rota, la gente, seguro que nos hubiese dado muchas más monedas... - contestó Olga, desde su pobreza y su incultura. ¿Fuiste a la escuela? - trató de descomprimir la situación, mi compañera Laura. Hasta segundo grado y después, no fui más... - respondió Olga, sonriéndose. ¿Y la policía, no los ayuda? - preguntó Nancy, la más rubia de mis compañeras. ¿La policía? La policía a las chicas, siempre nos detienen para palparnos y nos meten la mano entre las piernas y todos juntos, se ríen. Hay que dejarlos, porque así te dejan ir enseguida. Si te ven con una cadenita o algún anillo, te lo roban diciendo que seguro que lo robamos... no sé, parece que les da envidia si te ven con alguna joya. Y si te encuentran plata, también te la sacan. H... de P...

Seguimos charlando de muchos temas, bajo la atenta y silenciosa mirada de Beto y Maula, que se entretenían degustando un alfajor, mientras miraban atentos los Cómic´s en el televisor de la sala de boxes de la guardia. Olga conocía poco y nada de preservativos, de venéreas, de concepción o anticoncepción, de menstruaciones o de abortos. Parecía aceptar que su embarazo, fuese algo inevitable en su condición de abandonada, por lo cual la noticia de su estado, no la alegraba ni la entristecía demasiado. Era un veinticuatro de diciembre, con la gente en la calle preocupada en ser feliz y en comprar muchos regalos. Nosotros mismos, estábamos pendientes de la hora, para rápidamente marchar a reunirnos con nuestras respectivas familias. - Bueno... nosotros nos vamos - dijo Catalina, despidiéndose.

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Olga y Beto, acostumbrados a sufrir, aceptando su destino, bajaron sin protestar sus inocentes miradas y nuevamente, se encerraron en su mutismo hermético e impenetrable. - ¡No... No se vayan! - gritó Mauro, el gurrumino, con la boca llena de alfajor, dejando por primera vez de mirar los dibujitos. No lo dudamos. Prendidos del teléfono - aunque nuestra guardia de practicantes había finalizado a las veinte horas -, llamamos a nuestros compañeros e incluso a varios amigos, pidiéndole colaboración. Al principio fue todo un río de excusas y la más frecuente, resultó ser - “¡No puedo dejar de estudiar! El examen es el veintiséis de diciembre...” Pero a la hora, aparecieron pantalones, calzoncillos, zapatillas, remeras y hasta un simpático gorrito. Y a las dos horas, llegaron más ropas y unos apetitosos turrones, un pan dulce enorme, una porción descomunal de pavo y de ensalada rusa. Hasta llegaron ramilletes de flores, un pesebre y un pequeño árbol de navidad. Incluso con lucecitas que prendían y apagaban... Y botellas de sidra y de gaseosas. Lavamos, peinamos y cepillamos cabellos. Recortamos uñas, de manos y de pies. Limpiamos orejas y con agua tibia, jabón y un buen cepillo, sacamos lustre a sus carenciadas pieles. Mansos y obedientes, nos permitieron descargar en ellos, nuestras ansias juveniles y profundamente paternales, propias de alegres estudiantes de medicina. De abandonados mendigos, los críos pasaron a ser tratados como reyes, con su propio ejército de esclavos voluntarios. Esos indefensos niños nos permitieron materializar nuestras fantasías de cambiar al mundo, aunque sea por una breve noche. Mágicamente vivimos en ellos, el poder transformar su triste y solitaria realidad, en algo concreto y positivo. Era como reconstruir el clásico cuento de la Cenicienta, pero de verdad. Y así, terminamos con inocultable orgullo, siendo las únicas figuras en las que esas criaturas, confiaban y sentían algo de respeto. A las doce de la noche se llenó el cielo de colores, explotando con los miles y miles de fuegos de artificios. Nuestros ojos se nublaron, sumergidos en lagrimas de alegría y de emoción, cuando la mayor parte de nuestras novias y novios, padres y amigos, invadieron la sala de guardia, para brindar con nosotros y los pibes. Y hermanados entre todos, brindamos por el futuro de Olga, Beto y Mauro... sabiendo que el futuro de ellos, de alguna manera se ataba al futuro de cada uno de nosotros. Por lo menos a un futuro moral y espiritual... si acaso fuésemos capaces de vencer al egoísmo. Los dejamos durmiendo en tres camitas, rodeados de juguetes y con sus pancitas llenas. El médico Jefe de la noche, nos observaba y parecía preocupado por nosotros. Nos llamó aparte y con voz grave nos dijo: - Lo único bueno que tiene el ser humano, es la compasión. Créanme, el hombre no tiene ninguna otra virtud que valga la pena... Y viendo nuestras caras de desilusión ante su extraño y deprimente comentario, continuó hablándonos.

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Yo los felicito por la obra tan buena que han hecho, pero muchachos, no se hagan demasiadas ilusiones. Para estos pibes, la calle es su verdadero hogar. Allá afuera, ellos se sienten libres y no tienen frenos de nadie. No pierdan tiempo, esto de los chicos de la calle, solamente se va arreglar cuando tengamos un país en serio... Por ahora, son irrecuperables. Son drogadictos. Y ustedes saben que drogarse, es un camino sin retorno. La policía los esta sacando de las calles en estos días, a pedido de los comerciantes, para que no molesten a los que compran... y nada más.

Posiblemente ese médico, tuviese muchísima razón. Pero aunque fuese una pequeña y olvidable gota lo que hicimos esa noche, fueron tres gotas menos de tristeza en el mar de lágrimas inmenso, por el que transcurren y navegan inevitablemente cada día, la masa inmensa de seres humanos, desterrados de sí mismos. Nuestros sentimientos habían quedado confundidos, pero acompañados de la inmensa gratitud que expresaban sin palabras, esos angelicales rostros de los tres niños que dormían, aunque sea por esas horas, muy tranquilos... Dos días después, todo nuestro grupo aprobó el examen final y con excelentes notas. El papá de Nancy, abogado de profesión, se había puesto en contacto con la jueza. Un matrimonio alemán, tenia intenciones de adoptar a las tres criaturas. Incluso, a la pancita de Olga... Prepararse científicamente bien, para el examen final de Medicina Interna, es algo básico y fundamental

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