Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz

Viernes IV: El himno cristológico de Colosenses (Col 1,12-20) Lectio • Lectura 12 Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir
Author:  Irene Gallego Rey

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Viernes IV: El himno cristológico de Colosenses (Col 1,12-20) Lectio •

Lectura

12

Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. 13 Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, 14 por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. 15

Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; 16 pues por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles. Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él. 17 Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. 18

Él es también la cabeza del cuerpo de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. 19 Porque en él quiso Dios que residiera toda plenitud. 20 Y por él quiso Dios que reconciliar consigo todas las cosas: haciendo la paz por la sangre de su cruz con todos los seres, así el cielo como de la tierra. •

Originalidad y relevancia o El texto sobre el que hoy meditamos ha sido asumido en la Liturgia de las Horas todos los miércoles. Se considera una representación característica y relevante de la himnología cristológica de la Iglesia primitiva. o Entre los antiguos himnos cristológicos, se distingue por incluir en su contenido referencias a la angelología de su tiempo. Por otro lado, la riqueza de vocabulario para indicar la preeminencia de Cristo es profusa. o Al interno de la carta, el himno da la pauta del contenido doctrinal y de la exhortación consecuente de la misma.







Características formales o Ubicación en la carta. Al igual que en otros casos, Pablo incluye este himno después de haber realizado su saludo y su acción de gracias. De hecho, la introducción de nuestro texto (el primer párrafo de la versión del Oficio Divino) no formaría parte del himno, sino sería la conclusión del primer contacto con los destinatarios. El himno constituiría el Leitmotiv de la exposición doctrinal (1,15–2, 5), de la cual se pasaría a advertir sobre los errores que están amenazando a la comunidad (2,6–3,4) y luego a la exhortación conclusiva (3,5–4,18). o En cuanto a su género literario, el texto es un himno. Una vez más, prescindimos de la identificación del himno primitivo que pudo servir como base para el desarrollo paulino. Aún en su configuración actual es posible captar la introducción cristológica (el cual), la estructura ordenada y el vocabulario poético. o Del texto que tenemos, la estructura se puede identificar fácilmente. Contamos con una introducción (vv. 12-14) y dos estrofas: la primera estrofa mira al lugar de Cristo en la Creación (vv. 15-17); la segunda, a su lugar en la Iglesia y en la obra de salvación (vv. 1820). Contenido o El tema del texto es la absoluta primacía de Cristo en todos los órdenes. Como ya hemos indicado, esta primacía se observa con gran abundancia de expresiones en dos niveles fundamentales: en la consideración del cosmos y en la de la obra salvífica. o El contexto en el que el himno queda incorporado a la carta es el de una grave desviación doctrinal en la comunidad de Colosas. Se trata de una iglesia que no ha sido evangelizada por Pablo, sino por Epafras (cuya enseñanza Pablo ratifica), en la cual existe una intensa relación entre judíos y paganos. El resultado es que se han infiltrado visiones incompatibles con la fe cristiana. o Estas visiones corresponden a un antiguo modelo de gnosticismo, marcado por un fuerte sincretismo. Ante todo, existe la idea de un mundo celeste que es superior al de las tinieblas terrestres. Esto significaría el menosprecio de las realidades corporales. Por otro lado, el modo como el hombre adquiriría la salvación sería un “conocimiento” de dichas esferas superiores. Ello genera una gran curiosidad no exenta de superstición. El autor ubica a las realidades celestes sometidas al dominio de Cristo, pero en un todo mayor constituido por toda la creación. De alguna manera asume el vocabulario típico de esos movimientos, pero lo discierne y depura, dándole un nuevo sentido. Por otro lado, se determina que el verdadero conocimiento, el que corresponde a toda sabiduría e inteligencia espiritual, consiste en el reconocimiento de Cristo (v. 9). Anotaciones exegéticas relevantes o a) Introducción:  Le expresión inicial, literalmente, agradece al Padre el habernos capacitado a formar parte de la herencia de los santos en la luz. Se percibe sin dificultad la lógica cristiana de la filiación: al Padre se debe la obra, al Padre pertenece lo que entrega como heredad. La consecuencia es que se nos pide la acción de

o

gracias (dando gracias, eujaristountes). Esta herencia corresponde a la de los “santos”, que era el modo de hablar de la comunidad cristiana. No se subraya con el término el carácter moral sino ontológico, es decir, no se mira en primer lugar el comportamiento sino la pertenencia a Dios. Esa pertenencia es llamada “luz”.  Si a la santidad corresponde la luz, ello se opone al mundo de las tinieblas, de la cual hemos de ser arrancados. La expresión era utilizada por las falsas doctrinas para significar el abandonar la esfera terrena para ascender al orden celestial. Aquí cambia de sentido: de lo que debemos ser arrebatados no es del mundo, sino del pecado.  Por lo tanto, el resultado de la salvación no es ser trasladado a una esfera angelical, sino al Reino de su Hijo amado. Se introduce aquí una formulación recurrente, que coloca a Cristo junto con un pronombre (en este caso “en”, “en Él”), que de alguna manera retrata el dinamismo de la participación en los frutos de la redención por la unión vital con Él. Tanto el traslado como la liberación evocan la acción divina del Éxodo.  La obra de Cristo es definida como “redención” (apolytrwsis), concepto que se especifica como “perdón (cancelación, liberación) de los pecados”. B) Entramos, así, al himno. De la primera estrofa destacamos:  Inicia con la expresión “el cual”, que ya conocemos. Inmediatamente antes se ha hablado de Cristo, el Hijo predilecto, en el que tenemos la redención. Este “ya conocido” es llamado “el mismo” (autos) en las reiteraciones.  La primera manera de hablar de él es: “imagen de Dios invisible”. Es una imagen profundamente evocadora. Incluye, por una parte, la paradoja (muy oportuna para sus destinatarios) del orden “invisible” que, sin embargo, se vuelve visible precisamente en la “imagen” (eikon). [Cercana idea a la presente en la introducción de Hb: resplandor de su gloria e impronta de su sustancia.] Estas nociones son semilla del desarrollo dogmático posterior, que puede reconocer el orden divino del Hijo así como su procedencia respecto al Padre. Por otro lado, no deja de ser significativo que el hombre mismo en su creación sea presentado como creado “a imagen y semejanza” de Dios. La teología contemporánea no ha permanecido indiferente ante estas ideas. La verdadera imagen de Dios es el Hijo, y el hombre ha sido creado “a imagen de la Imagen”.  La segunda expresión es: primogénito (prototokos) de toda criatura. Debe entenderse como supremacía. El mismo término reaparecerá en la segunda estrofa, pero referida entonces a los muertos. Cabe, en este sentido, hablar de una función radical que extrae al ser del no ser (de la nada, de la muerte).  La obra de la creación no se contempla como esferas diversas y degradadas, sino como un “todo” orgánico. No es extraño que los textos más densos de significado cristológico abunden en la expresión “todo”. Es un “todo” que se explicita de diversas maneras: lo del cielo y lo de la tierra (cosmología más griega que semita), lo visible y lo invisible. El significado, de cualquier manera, es

o

el mismo: un vistazo englobante a absolutamente toda la realidad creada, a todo lo que se distingue esencialmente de Dios por no tener de sí mismo el ser.  En este “todo” conviene mirar unos términos que nos pueden resultar extraños: Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades. Se trata, según la angelología antigua, de las fuerzas invisibles que dominan el cosmos, que de alguna manera participarían del orden superior. El sentido del texto no es identificar cuáles son las realidades espirituales y presentarnos sus nombres, sino señalar que todo el orden espiritual y todo el mundo de lo invisible está, de cualquier manera, igualmente sujeto a Cristo, que es anterior a todo ello.  Resaltamos, por último, la serie de expresiones que detallan el “lugar” o la “función” de Cristo en la creación de “todo”. Se dice literalmente en el v. 16: en Él fue hecho todo; todo por él y para (hacia) Él. La presencia omniabarcante de su acción es destacada. Caben muchas implicaciones: “en” puede significar que Cristo es principio y centro, modelo o causa ejemplar; “por”, medio o instrumento del Padre; “para”, finalidad. Por si no fuera suficiente, se insiste en su calidad “previa” al tiempo (es anterior a todo) y en el hecho de que todo mantiene su dependencia de él (todo se mantiene en Él = todo subsiste en Él). c) La segunda estrofa mira el orden de la salvación.  En primer lugar, es admirable la abundancia de términos. Se le llama: “cabeza del cuerpo de la Iglesia”; “principio” (arje); “primogénito de entre los muertos” y, como síntesis, “para que Él sea el primero en todo”. Se reflejan, así, diversos niveles de primacía. Ante todo, contemplando el organismo eclesial, se le asigna la función capital, tan conocida en las figuras paulinas; ello se debe a que en la salvación él ocupa la función de “principio” de ser y actividad. Ya hemos hablado de su ser “primogénito”; aquí cabe añadir el “de entre los muertos”, que evoca la salida de la tumba y el constituirse en punto de referencia para esperar y entender la propia resurrección definitiva. El “primero en todo” sintetiza que todo el orden salvífico empieza con Él, depende de Él y se realiza desde Él.  Sobresale la misteriosa expresión: en Él quiso Dios que residiera toda plenitud. “Plenitud” (pleroma) es un término helénico, que cabe interpretar aquí de diversos modos. “Plenitud de la divinidad” (cf. 2,9), pero también como el modo en que la divinidad colma toda la creación (en la teología paulina, la encarnación y la resurrección asocian a Cristo al cosmos). ¿No es, por otro lado, la misma naturaleza de Cristo como “ungido” un concepto que reclama “plenitud”? No necesitamos excluir las interpretaciones, pues el texto mismo nos habla de “toda plenitud”. Tal vez es la síntesis última de todo lo dicho, que no alcanza a agotar la primacía de Cristo.  No debe excluirse de la misma “plenitud” la restauración universal de la salvación. Se utilizan dos verbos, que hacen eco de la introducción respecto al pecado: reconciliar y pacificar, en ambos casos referidos de nuevo a “todo”.  También esta acción está caracterizada por las expresiones “en Él”, “por Él” y “para Él”. Una interpretación ve el “para” referido al Padre: así ocurre en



nuestra traducción. Pero no debe desatenderse que se trata de las mismas tres fórmulas de la primera estrofa, de modo que acaso se deba favorecer tal versión. En Él está la plenitud, por Él se da la reconciliación y la pacificación, y la finalidad es una reconciliación cristológica. Conforme a la teología paulina, dicha obra salvífica se obtiene de Cristo por la sangre de su cruz. No se olvida, así, que todo el himno que puede sonar cósmico tiene en realidad un referente histórico preciso en el misterio pascual del Señor.

Meditatio •







También hoy conocemos una cultura sincretista. Basta recorrer una tienda popular de libros, un estante de revistas o la oferta de estaciones de radio y televisión, para enfrentar un extraño mercado que combina ciencia, superstición, anhelos humanos y preguntas sin respuesta. Aún cuando el conocimiento humano efectivamente ha alcanzado espacios inusitados, tanto en lo que se refiere al macrocosmos como al microcosmos, tanto en el orden de la constitución biológica y genética como en los espacios mentales del subconsciente, el hecho es que en el mundo hay realidades que nos son conocidas, y otras que nos resultan inaccesibles. ¿Me doy cuenta de que todas dependen de Cristo? Soy miembro del pueblo santo de Dios, he sido arrancado del dominio de las tinieblas. El éxodo liberador se realiza en mi propia persona y quiere cundir a todas mis relaciones y espacios de vida. ¿Me doy cuenta de que esta acción de la gracia depende de Cristo Cabeza? Si me detengo en las expresiones del texto, ¿qué descubro en las palabras que describen a Cristo: el Hijo amado, imagen, primogénito, cabeza, principio, primero, plenitud…? ¿Qué descubro en los verbos que hablan de él: crear, mantenerse, reconciliar, pacificar? ¿Y en las tres preposiciones: en Él, por Él, para/hacia Él? ¿Cómo lo ubico en la presentación del tiempo (antes de todas las cosas) y del espacio (todo subsiste en Él). Mirando a mi propio ser, confrontado con Cristo y con la realidad toda por este texto, ¿dónde he buscado yo mismo la plenitud, la consistencia, el sentido?

Oratio • • • •

Damos gracias a Dios Padre, que nos ha permitido participar de la herencia del pueblo santo en la luz Todo fue creado por ti, todo fue creado para ti, todo tiene consistencia en ti. Tú, Señor, me has redimido, me has reconciliado, me has dado la paz. Tú eres, Cristo, el primero en mi vida, el principio en mi vida, mi plenitud.

Contemplatio •

Todo por ti, todo para ti, todo en ti.

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