De cháchara (I y II) (Conversaciones sobre la mujer rural castellana) Por Publio Cepa

De cháchara (I y II) (Conversaciones sobre la mujer rural castellana) Por Publio Cepa © Esta cháchara pretende ser un homenaje a la mujer labradora d

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De cháchara (I y II) (Conversaciones sobre la mujer rural castellana) Por Publio Cepa ©

Esta cháchara pretende ser un homenaje a la mujer labradora de Castilla la Vieja y al hablar de las villas y tierras segovianas, tan en trance de caer en el olvido de la modernidad, tan en riesgo de ser engullida por la televisión, que todo lo iguala

I

- ¿Y dice usted que tiene que contar algo sobre la mujer rural?

- ¡Hombre!, conforme me han indicado los de la tele que van a venir a verme, sí, que no en balde soy de la provincia de Segovia, muy interior y muy secana ella, y, además, de pueblo y no de la capital, que nací ahí, cerca de la orilla del Riaza, y ahí sigo viviendo, así que mujeres rurales las he visto desde que eché los dientes y las sigo viendo a todas horas, y eso que cada vez hay menos, no se vaya usted a creer, que se van a la ciudad en cuanto pueden porque dicen que el campo se les queda pequeño. Y digo yo, ¿pequeño?, pues ¿no son más anchos los labrantíos, montes y yermos de Castilla, y aun sólo los de Segovia, que todas las ciudades de España juntas?, a ver, ¿no lo son? Y si lo son, como lo son, ¿a qué ton viene eso de decir que nos asfixian, que nos atan y que no nos dejan ni rebullir? Mire, no es por hacer comparanzas, que derreniego de ellas, pero yo me pregunto, ¿es que no hay aquí más y mejor aire para respirar que en Madrid, ni menos bullicio, que las campanas de mi pueblo y las esquilas y esquilones de su ganado se oyen en cuatro kilómetros a la redonda, ni más independencia, que eso sí que vale un Perú, ni más bonitas vistas, que ahí al lado tiene la Sierra de Ayllón con el Pico del Lobo, las Peñuelas y la Peña Cebollera Vieja, y luego, más al oeste, Somosierra y Navafría, aguas abajo de las cuales están las Hoces del Duratón con las cuevas en que, en tiempos de sarracenos, vivió San Frutos, nuestro patrón, y más al norte, las Hoces del Riaza, con sus buitreras, la Serrezuela y la meseta sin fin? Pero, a la postre, las que, en habiendo nacido por aquí, se van, para mí que siguen siendo

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rurales, porque, aunque se escondan en el fin del mundo y se refinen y enseñoreen, que eso dicen, que se refinan y enseñorean, llevan durante toda su vida el pueblo pintado en la cara por mucho que se pintarrajeen y cosido en las entrañas por mucho que se las den.

En siendo así, o sea que las mujeres rurales son las de pueblo por más que huyan de él, las primeras que conocí fueron madre, que en gloria esté, la madre de ella, o sea, la abuela, que cuando yo era chico estaba ya para el arrastre, hecha un gurruño, mis tres hermanas, que una se fue a un convento, la otra se pasó años y años en Alemania y la pequeña murió joven dejándonos una sobrinilla que era bien maja, y la mujer, que por ahí anda. Y luego, más y más. Y ahora, mis dos hijas, aunque la mayor de ellas viva en Madrid porque allí quiso irse, y mi nuera, que está en Bilbao por lo mismo, que, por mí, como si se ponen las dos a hacer el pino, oiga, que bien vienen por el pueblo en fiestas, bien, a presumir de coche y de ropas de postín.

Así que diré algo, que algo me supongo que sabré, sobre la mujer de pueblo, labradora o no, y en concreto, sobre la segoviana, sobre las de antier, las de ayer y las de hoy, y salga el sol por donde quiera, por detrás del teso de mi pueblo sin ir más lejos, que ya sería salir contra natura, ya, porque el teso no está a oriente, sino a occidente.

- ¿Y por dónde empezará cuando esté con los de la tele?

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- ¡Qué se yo! A lo primero habrá que ver lo que me preguntan, y si sé contestar, pues contesto, y si no, callo, que no hay como estar callado cuando no se sabe qué decir.

- ¿Y si no le preguntan nada y le piden que hable sin más, que suelte una parrafada?

- ¡Más tontos serían!..., pero en ese caso, que no se dará, ya se lo digo, hablaría de todo por su orden, que es lo que hay que hacer, hablar por su orden, sin hacer revoltillos ni embarullamientos, que eso no conduce a nada. Y lo haría con tiento, como es de ley, porque, muchas veces, por abrir la boca de más, que es cosa de memos, se puede meter uno en un fangal de cuidado y, marramao, se jodió el gato.

Así que empezaría por madre, que, a fin de cuentas, fue la que me parió y, lo que es aún peor, aguantó a padre, que apenas abría la boca pero era un marrullero de cuidado, una montonera de años, ¡que ya fue cruz aquello, ya!, continuaría con mis hermanas, que veían las cosas de manera distinta que madre, y terminaría con mis hijas, mi nuera y, quizás, mi sobrina, que todas ellas menos mi chica la pequeña, que es una labradora de categoría, apenas ven ya nada porque están medio cegadas. O sea que, como le dije, iría por su orden, de la más vieja a la más joven, pasito a paso y sin disparatar. Y de esa manera y metiendo también en la saca a la hermana menor de madre, la tía, que se me olvidaba, ¡joder!, daría a lo rural segoviano, que es de lo que se trata, un repaso de más de cien años, que se dice pronto.

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- ¿Y si con lo que diga, a pesar de sus cuidados, se encorajina alguna de las que cite?

- ¡Hombre, uno puede que sea tonto, pero no tanto! En la tele hablaré en figurado, ¡qué hacer!, porque, aun andando con pies de plomo, a pie quedo o echado en el suelo medio alebrado, podría soltar, sin querer, eso sí, alguna inconveniencia, o sea que podría ser algo deslenguado y preparar así una avería de cuidado, y no querría que, por un sí es no es o un quíteme allá esas pajas, se me viera la oreja y saliese escalabrado. Así que sólo buenas palabras y fingimientos, aunque sin faltar a la verdad, ¡eh!, que uno está ya muy resabiado.

- O sea que no mentir, pero sin faltar ni hacer daño.

- Ya veo que me sigue, ya. Esa es mi intención, pero luego, en el batiburrillo del palique, cualquiera sabe: igual se me escapa una perdigonada por derecho al entrecejo de alguna…, porque hay cada una por ahí que, si le contase, se echaría a temblar, que más de una vez he tiritado yo y eso que soy hombre bragado.

- ¿Y por qué cree usted que, en contra de la lógica, le han elegido a usted y no a una mujer para hablar precisamente de las féminas?

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- ¿A mí qué me dice?, ¡¿qué sé yo?! A lo mejor es que creen que si fuese una hembra la que hablase de mujeres todo serían mieles y no habría forma de sacar buen partido del asunto. O puede que les haya petado, así, sin más…, y si le queda alguna duda, pregúnteselo a ellos, ¡no te jode!

Y ahora, deje que sea yo el que pregunte: ¿a cuento de qué ha venido usted desde Madrid sólo a pegar la hebra conmigo y por qué demontre sabe que van a venir por aquí los de la tele?

- ¡Hombre!, pues porque el otro día estuve en los estudios de televisión y alguien me dijo lo de su entrevista y que era usted un personaje muy segoviano, uno de ésos que ya no se encuentran ni con candil.

- ¿Eso le dijeron? ¡Más tontos y no nacen!, porque sabrá usted que lo convenido era que todo esto se iba a hacer con discreción, a la chiticalla, sin pregonarlo ni echar las campanas al vuelo antes de tiempo, y veo que se han ido de la lengua, que ya me jode, ya. Y lo del candil, ¡quia!, que aquí los hay como yo a montones y andan por todas partes.

Pero, no se me escabulla, que sigue sin decirme cuál es su interés en verme.

- Verá, es que soy etnólogo y…

- ¿Etno…qué?

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- Etnólogo, hombre, etnólogo…, ya sabe, estudioso de las costumbres y tradiciones de los pueblos.

- ¡Bah! Mire, a mí no me venga con chorradas, porque yo, de eso que dice, no sé nada, y no creo que haya venido hasta aquí sólo a estudiar esas menudencias, que algún provecho mayor sacará usted del viaje, digo yo.

- ¡Hombre!..., es que estoy escribiendo un libro sobre las usanzas de…

- ¡Pues como me saque en ese libro que dice, que hay que ser bobo del todo para escribir libros, que es tirar el tiempo por tirarlo, le fostio, ya sabe lo que le digo, le fostio, vaya! Además, aquí, en los pueblos castellanos, no hay nada que estudiar, que apenas quedamos cuatro gatos: ¡cuánto mejor en cualquier ciudad, con la grandísima cantidad de gente que vive allí, que parecen hormigueros y hay más segovianos en ellas que en toda la provincia incluida su capital!

- No se ponga usted así y estése tranquilo, que no voy a sacarlo en ninguna parte, que, a mí, como a usted, también me gusta lo figurado. Y de los pueblos, que lo sepa, aún hay mucho que aprender, que en ellos está el origen de todo.

- Porque usted lo diga, hombre, porque usted lo diga…, ¡no le digo!

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II

- Bueno, ya que me ha aceptado como tertuliano, o eso creo, ¿por qué no me dice algo de su madre, que seguro que tiene para contar largo y tendido?

- ¡No lo habría de tener! Largo y tendido es poco, pues sepa que, desde que me parió, siempre estuve junto a ella y la ayudé en todo, hasta en bien morir, y eso que se nos fue en un abrir y cerrar de ojos y casi ni llego, que, cuando me avisaron de lo de su ahogo, estaba beldando unos garbanzos en la era del pueblo, que está un tanto apartada del caserío para que no se ciegue la población con las briznas de paja al aventar, o mejor digo cegase en lugar de ciegue, porque a estas alturas ya nadie avienta como antaño, que eso es de los tiempos de Adán y Eva. En resumidas cuentas, que yo, aun de casado, he estado muy enmadroñado, y sin dolerme prendas por ello, ¡eh!, que ahora, en los tiempos que corren, no lo están ni los que aún no han echado los paletos y ni tan siquiera los que andan con los calostros, y es que ya no se respeta a las madres como antes, que hasta les hablábamos de usted y les decíamos “madre”, así, a secas, y ahora, fíjese usted, de tú y “mamá” o “mama”, que cada uno según le dé usa una forma u otra, aunque para mí que la primera, mamá, es más acertada, porque me ha dicho uno de la capital que eso de mama es de barrio bajo, de obrero, y aquí, en Castilla, los labradores y ganaderos no somos obreros, sino empresarios, pequeños, sí, pequeños hasta el punto de que algunos no pasamos de pelantrines, labrantines o pegujaleros, pero empresarios al fin, lo que ahora llaman autónomos, vamos, no se vaya usted a creer. Y es que esto no es la Andalucía esa que dicen, donde, en el

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campo, la mayoría trabaja asalariada para unos pocos a tanto la peonada, y esos que así laboran no son labradores como aquí, sino, por mucho que labren y que ladren, que yo no me meto en eso, campesinos o jornaleros, que no es lo mismo, no señor, que todavía hay clases, que ellos no tienen donde caerse muertos ni cuatro duros para pagarse el entierro, y nosotros, sí. Así que ya está sobre aviso: no mente la palabra campesino por estas tierras, que aquí, en la vieja Castilla la Vieja, le pueden llover piedras a montones si lo hace, y no hay vuelta de hoja.

Mire, la muerte de madre me atropelló mucho, muchísimo, me dejó hecho polvo, no pensaba yo que me fuese a herir de esa manera, de forma que, después de tantísimos años, aún me sangra la herida. Además, fui yo el que tuvo que avisar a mis hermanas, a las dos casadas, por carta, y a la monja la fui a ver a su convento de bernardas de Aranda y aproveché para coger unas pastas y hacerle los cargos por los que tenía que renunciar a su parte de la hijuela, y lo hizo, renunció, a ver, ¿para qué había de querer una religiosa unas parcelas de nada, un trozo de una casa de piedra y adobe y cuatro trastos viejos?, a ver, ¿para qué?

Y ahora me levanto y me las piro, como dicen los nietos.

- ¿Se marcha? ¿Ya ha terminado?

- ¡Ni por pienso!, que vuelvo enseguida. Voy ahí al lado, a la tasca, a echar un mordisco y un trago, que me ha venido la gazuza y ya me suenan las tripas. ¿Quiere acompañarme?

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- No gracias, que he desayunado a modo.

- ¡Toma y yo…, pero el almuerzo no lo perdono!

…………………………………………………………

- ¿Qué es lo que lleva en la mano que va mordiendo?

- Pues, ¿qué ha de ser?, una camuesa de postre.

- ¿Y qué es lo que ha almorzado, si puede saberse?

- ¡Bah!, poca cosa: asadurilla de cordero con mucho moje, buen pan de hogaza y medio porrón de clarete, que no sabe lo bien que me ha sabido todo ello. Y usted se lo ha perdido porque ha querido, que ahí, en la cantina en que he entrado, tenían otras muchas cosas de las que se pegan al riñón, de las de coge pan y moja, de las de unte y unte hasta reventar y antes entripado que sobre, como morcillas de arroz y de cebolla, cabecillas y rabos de cordero, que debían de estar para chuparse los dedos, chuletillas y callos, y el vino, tinto o clarete, ése que ahora muchos llaman rosado o, a lo mejor, es que no es lo mismo, y es que, puestos a perder, se está perdiendo hasta el hablar en cristiano y se llegan a confundir las churras con las merinas o, como dice un amigo mío muy sabido, los abulenses con los avileños, que ya es confundir, ya, porque unos son los que viven en Ávila y los otros, unos bueyes negros que se dan por allí, para que vea que estoy enterado.

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Pero, con tanto ir y venir, he perdido el hilo de mi charla, y no quiero que se me vaya el santo al Cielo. Me parece que me había preguntado por madre, ¿no?

- Así es, por su señora madre.

- Pues verá, madre vivió muchos años, tantos que ni sé cuántos fueron, aunque miento, porque sí lo sé, y desde que la destetaron, es un poner, hasta que la palmó no paró de trabajar, la pobre. Hubo tiempos, cuando mis hermanos y yo éramos pequeños, que andaba tan achuchada que acabó sin saber si estaba viva o muerta, y padre, dale y dale, echándole nuevos quehaceres encima, porque padre, que lo sepa usted, era muy suyo, muy egoísta e iba a lo que iba, aunque, en cogiéndolo bien, era incapaz de matar a una mosca.

Y oiga, si me lo permite, que hoy en día, con tanta y tanta pamplina, hasta eso está medio prohibido, voy a echar un pito, que los mejores son los de después del yantar. ¿Quiere uno?

- No gracias, no le voy a hacer el gasto, que yo fumo de lo mío.

- Veo que le da al rubio. Pues sepa que tiene química, ¡a ver!, no como mi picadura, que es sólo tabaco tal y como lo da el campo, que donde esté el buen negro que se quite lo americano.

Y sigo con madre, no se vaya a creer que me he olvidado de ella.

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Me recuerdo que, cuando era chico, lo primero que hacía al levantarse a las cinco de la mañana, a la amanecida si era verano y de noche cerrada y con carámbanos en los aleros si era invierno, era ir a la chita callando al corral y hacer de vientre en cuclillas en medio de él, que madre, en eso del cagar, era muy regular, de modo que, por lo general, deponía todas las mañanas a la misma hora y lo hacía siempre duro y de color marrón oscuro, con lo que quedaba claro que tenía una salud a prueba de bomba. Luego, se limpiaba con el canto de una mano, canto que, entre pase y pase, restregaba contra el suelo para limpiarlo, y así hasta quedarse a gusto y niquelada, aunque a veces, cuando llovía o nevaba y el suelo estaba mojado, se apañaba con un canto, que a canto salimos, como hacíamos mis hermanos y yo, de modo que cada miembro de la familia tenía su propia piedra, bueno, todos menos padre, que, el muy fino de él, usaba siempre papel de estraza, aunque madre le decía cada dos por tres que eso era un gasto grandísimo y que además se le iba a estriar salva sea la parte. Mire, yo, en eso del cagar, no he salido a madre, tan perfecta en ello, ni tampoco a padre, tan estítico que apenas lo hacía una vez a la semana, aunque, eso sí, en cantidad, no he salido a ninguno de los dos, ya ve, y es que, desde que tengo uso de razón, la cosa me aprieta cuando menos me lo espero, una, dos o más veces al día, y tengo que salir echando leches a algún lugar reservado porque me voy de varas o por la pata abajo, que es lo que dicen los nietos y viene a ser lo mismo, en un decir amén. Y cuando, allá por los sesenta, llegó a casa el retrete, uno de ésos de cisterna en alto con tirador de cadena y pomo, daba gusto sentarse en él con la puerta cerrada sin miedo a que nadie entrase de repente, tanto gusto que, una vez ya cagado, se

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me pasaban allí sentado las horas muertas descansando y disfrutando, con la mente en blanco, así, como en la inopia, los codos sobre las rodillas, la cabeza gacha y los calzones caídos. Pero, cuando iba a él sólo a mear, rara era la vez, antes de hacerme a ello, que, con la portañuela abierta y la chorra en la mano, atinaba en la taza, así que dejaba el suelo hecho un Cristo y la mujer me daba un mamporro y me decía que era un puerco y que no tenía mejor cosa que hacer que limpiar mis orines. Mi gusto por el retrete, a lo primero, fue grande, pero, pasado un tiempo, no mucho, no vaya a creerse, me di cuenta de que como el corral no había nada y que, además, del hacerlo en él se sacaba provecho porque las gallinas y el cerdo daban buena cuenta de todo, y así, lo que defecábamos lo recuperábamos en forma de huevos o chacinas y no se perdía nada, como debe ser. Pero, para la cosa del cagarcio, mejor aún que el corral es el campo abierto, y es que allí, en medio de la nada, a la vera de un arbusto si acaso, da gusto que la hierba te cosquillee el culo y el viento te airee las partes, que, de tanto en tanto, es conveniente orearlas.

- Verá, no creo que deba seguir por ahí, porque eso son asuntos íntimos que a nadie importan.

- Pero, ¿qué dice?..., ¡usted no sabe lo que dice! Mire, el cagar, hacer de vientre, defecar, deponer o como demontre quiera llamarlo, es una de las cosas más importantes de la vida y de cómo se haga o deje de hacer dependen muchos porvenires: no es lo mismo cagar duro que blando, a diario que de ciento en viento, aquí o allá, así o asá…, y más aún, para que lo sepa, es uno de nuestros mayores gustos cuando se hace con urgencia tras haber

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aguantado un rato largo, o sea que no me venga con melindres. Y además, no se crea que porque me diga así, así ha de ser, y porque me diga asá, asá, que aquí, por lo que veo, el que habla soy yo y usted apenas abre la boca, que parece un fraile cartujo.

Escuche, en tiempos de madre y hasta hace bien poco, en un pueblo como el mío, lo de las deposiciones, hablando de ellas en general, no era una insignificancia, no, ¡qué iba a serlo!, sino una cuestión de importancia, y es que se las veía por todas partes y de todos los pelajes y, si no se las veía, se las pisaba y se pringaba uno bien, pero bien. Aparte de las humanas, de las que ya le he dicho algo, poca cosa, no se crea, había cagadas de galgo y lebrel, los perros más comunes por aquí por aquello de las liebres, caca de gato, cagajones de caballerías, boñigas de vacas y bueyes, cagarrutas o cagalitas de ovejas y cabras, purines de cerdo, gallinaza y palomina. O sea que no nos faltaba de nada, que, por no faltarnos, ni esparrañadas de cigüeñas al pie de la torre de la iglesia y, claro, entre eso, el polvo o el barro y las guedejas o vedijas de lana sueltas de las churras, las calles parecían un albañal de asquerosas que estaban. Pero ahora no, ahora están bien limpias, apatenadas, oiga, que ya se ve que el alcalde se ocupa de ello.

Y de los cuescos, para qué le voy a hablar. Baste con que le diga que padre se los echaba silenciosos y olorosos, que son los peores, y lo hacía por lo general en la cama en la que dormía con madre, y el muy guarro de él, como le gustaba el olor de los suyos pero no el de los de los demás, los aventaba meneando la sábana para que le llegasen enteritos a la nariz, con lo que

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madre, despertándose por el hedor, lo ponía al caer de un guindo, que no era para menos, oiga, porque apestaba toda la casa y hasta los perros ladraban y el gato maullaba.

Y como me he hartado a hablar de excrementos, de ventosidades, del ciscar y de otras alegrías del cuerpo, me va a perdonar, pero me están dando unos retortijones de aúpa y, si no apuro, me voy a escagarruciar aquí mismo y me va a salir el churre por las perneras, que lo mío es muy líquido.

- Está usted perdonado, que, de toda la vida, hasta en las mejores familias, pasan esas cosas, no se vaya a creer, aunque la mayoría se va de forma disimulada y no lo va voceando por ahí.

……………………………………………………………..

- Me he quedado bien a gusto, hágase idea, pero bien a gusto, y he dejado en el excusado del bar un olor que para qué, tal que si hubiera muerto un santo allí.

- Pues les va a quitar usted clientela.

- ¡Bah!, ¡eso no es como usted dice!, ¡qué les he de quitar! si, para entendernos, lo mío, a la postre, viene de donde viene, de su asadurilla, su hogaza y su clarete.

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Y si le parece, continuaré donde estaba, con madre.

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