DE DIOSES Y DE HOMBRES LOS MÁRTIRES DE NUESTRA SEÑORA DEL ATLAS CVX‐Galilea (Madrid, España), Navidad de 2010
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El lugar de los cristianos está en las fracturas del mundo; nunca se es más auténticamente cristiano que cuando se expone la propia vida allí donde la humanidad está quebrada. Monseñor Pierre‐Lucien Claverie, mártir de Argelia
1. INTRODUCCIÓN El estreno de la película De Dioses y de hombres1, ha conmocionado a medio mundo. No sólo al mundo del cine, que le ha concedido la Palma de Oro del Festival de Cannes y ha llevado el filme a los Oscars, sino que ha impactado en la conciencia de millones de hombres y mujeres del mundo, reavivando la memoria de los mártires de Argelia. La película adapta el libro de John W. Kiser, que fue distinguido con el Premio Pullitzer: The Monks of Tibhirine. Faith, Love and Terror in Algeria (St.Martin’s Press, Nueva York)2. Existe, no obstante, un libro que es una lectura cristiana, reflexiva, muy interesante, que vamos a tomar como base para este documento. El libro es de Bernardo Olivera, OCSO: Martirio y consagración. Los mártires de Argelia. (1998, Publicaciones Claretianas, Madrid, 2011). Bernardo Olivera era el Abad Superior General de la orden de los trapenses cuando sucedió el martirio de Tibhirine. La comunidad mártir de Nuestra señora del Atlas eligió ser y estar desarmados, unidos a su pueblo argelino y a las familias de su cooperativa agraria, como un eslabón de paz
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Xavier Beauvois, 2010: De dioses y de hombres. Why Not Productions, Armada Films y France 3 Cinéma, Francia. 2 En el momento que realizamos este documento, febrero de 2011, la obra carece de editorial en España. Remitimos a la web del libro en inglés: http://themonksoftibhirine.net/
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que rompía las brutales cadenas de odio y violencia que ya venían de la colonización francesa del siglo XIX, la guerra argelina de independencia, el golpe de Estado militar que gobernaba corruptamente Argelia en ese momento y la revolución terrorista que asolaba el país. Su sacrificio de activa resistencia pacífica fue su modo de imitar y seguir a Cristo, amando hasta el extremo al pueblo argelino y trabajando por la Paz rompiendo con su vida la espiral de violencia que hacía morir al país día a día. De hecho, el propio asesinato de los siete monjes trapenses, esconde un misterio en el que parecen estar implicados tanto los grupos terroristas como el ejército. Si bien fueron secuestrados y sentenciados a muerte por los terroristas, declaraciones aparecidas hace poco por militares argelinos, confiesan que fueron ellos quienes acabaron con la vida de los monjes. Casi todo está por aclarar, pero lo más profundo de todo este acontecimiento nos ilumina con una claridad cegadora nuestra vida cristiana. Es extraordinario que cada persona que sale de ver en el cine la película De dioses y de hombres, ha sentido que, aunque es un hecho muy singular y acecido en un contexto muy excepcional, todo tiene que ver muy intensamente con las concretas circunstancias y encrucijadas de su propia vida personal. Con ese espíritu proponemos meditar el sacrificio de los mártires de Argelia. Sin duda resaltan los monjes trapenses del monasterio de Nuestra Señora del Atlas, pero forman parte de un grupo más amplio, encabezado por el propio obispo de Orán, que pereció por un atentado con bomba junto con su chófer, el mismo verano que sucedió al asesinato en primavera de los monjes de Tibhirine. En este texto recogemos escritos y palabras directas de los monjes trapenses, destacamos comentarios del Abad Superior Bernardo Olivera, OCSO, y transcribimos diálogos de la película De dioses y de hombres3. La noche del secuestro, los monjes trapenses no estaban solos en el monasterio. Junto con ellos había un grupo de huéspedes, entre los que estaba el sacerdote T.B. (su nombre no es público ya que todavía son hechos pendientes de ser investigados). Invitamos a sentirnos como uno de esos huéspedes que cercanos a los monjes sigamos muy de cerca su experiencia. Escucha, si te es posible escuchar… T.B. 3
Documento editado por Fernando Vidal,
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2. ORACIÓN DE ENTRADA Levántate, oh Dios, y juzga la tierra Salmo 82 El Señor se levanta en la asamblea divina y juzga en medio de los dioses; "¿Hasta cuándo juzgaréis injustamente y favoreceréis a los malvados? ¡Defended al desvalido y al huérfano, haced justicia al oprimido y al pobre; librad al débil y al indigente, rescatadlos del poder de los impíos!" Pero vosotros camináis en la oscuridad, faltos de inteligencia y comprensión, mientras vacilan los fundamentos de la tierra. Yo había pensado: "Vosotros sois dioses, todos sois hijos del Altísimo". Pero moriréis como cualquier hombre, caeréis como cualquiera de los príncipes. Levántate, Señor, juzga a la tierra, porque Tú eres el dueño de todas las naciones.
3. MATERIAS PRIMAS
PRIMERA PARTE: LAS PERSONAS Y LOS CONTEXTOS a. Comencemos por las personas: los mártires de Tibhirine “Así eran nuestros siete hermanos. Un grupo como cualquiera de tantos que podemos encontrar en nuestros monasterios; en las parroquias de nuestras diócesis y en las calles de nuestras ciudades: reservados y comunicativos, apacibles y emotivos, intelectuales y manuales. Los unía la búsqueda de Dios en comunidad, el amor por el pueblo argelino y un lazo de fidelidad inquebrantable con la iglesia que peregrina en Argelia.” (Olivera, 1998: p.13) El prior Dom Christian de Chergé nació en 1937 en Colmar, Alsacia, en el seno de una familia de militares y durante su infancia su padre había estado destinado en Argelia. Ingresó en el seminario de París en 1956 pero tiene que interrumpir su formación para realizar el servicio militar. Le enviaron durante más de dos años en
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Argelia, sumida en plena guerra de la independencia. A sus 23 años se siente “arrojado dentro del conflicto de la época, sin preparación, sin explicaciones”. En el curso de la guerra, un amigo musulmán – Mohamed‐ le salva la vida en un altercado callejero y ese mismo amigo será violentamente asesinado al día siguiente por haberle defendido. Este hecho afectó profundamente a su conciencia. En 1982 escribió sobre ese acontecimiento (Orar en la Iglesia a la escucha del Islam): En la sangre de este amigo asesinado por no haber querido hacer un pacto con el odio, he sabido que mi llamada a seguir a Cristo debía encontrar su expresión de vida, tarde o temprano, en el mismo país donde me había sido dada esta prenda del más grande amor…
En un escrito de 1989 (Cristianos y musulmanes: hacia un proyecto común de sociedad), dijo: Conozco por lo menos a un hermano muy querido, un musulmán convencido que dio la vida por amor a otro de manera concreta, con la sangre derramada. Fue un testimonio innegable, que yo acepto como una oportunidad extraordinaria. Y así, desde entonces, sé que puedo fijar, al final de mi esperanza en la comunión de todos los elegidos con Cristo, a este amigo que vivió hasta en su muerte, el único mandamiento.
Y en un sermón del 31 de marzo de 1994, Christian de Chergé predicó: No puedo olvidarme de Mohamed, el cual protegió un día mi vida, poniendo en peligro la suya… y murió asesinado por sus hermanos…
Al regresar a Francia, entra de nuevo en el seminario y tras la preparación se ordena sacerdote en 1964, función en la que destacó tanto que le nombraron capellán del Sacré‐Coeur de Montmartre. En su estampa de ordenación sacerdotal eligió la siguiente frase: Han pedido pan y no hay nadie que lo comparta. Es un hombre formado en la sabiduría del Concilio vaticano II, que empapa toda su experiencia. En 1969 solicita el ingreso en la Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia –los Trapenses‐ y tras su noviciado en el monasterio de Aiguebelle, hizo voto de permanencia en el Monasterio de Nuestra Señora del Atlas en 1976, del cual fue nombrado prior en 1984. Comprometido en el diálogo interreligioso desde su formación teológica en Roma, era el corazón del grupo de diálogo islámico‐cristiano Ribat es Salam (Vínculo de Paz). El nombre procede de la convergencia de la tradición islámica y de una frase de San Pablo: “Empeñaos en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz” (Efesios 4,3). No matarás: a ti mismo, ni al tiempo (que pertenece a Dios), ni a la confianza.
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No matarás la muerte (trivializándola), al país, al otro, a la Iglesia. Los cinco pilares de la Paz son: la paciencia, la pobreza, la presencia, la oración y el perdón. Christian de Chergé
El hermano Luc Dochier nació en 1914 en Bourg‐le‐Péage (Drôme). Convertido tardíamente al cristianismo, ingresó en los trapenses en 1941. Llegó al monasterio de Nuestra Señora del Atlas en 1946 con 32 años, donde permaneció desde entonces. “Era muy conocido en toda la región por su infatigable asistencia médica a la puerta del monasterio. Dentro del mismo sobresalía por su humor sapiencial y solemne, y por sus habilidades culinarias… Rara vez revelaba el tesoro que escondía en su corazón.” (Olivera, 1998: p.10). Luc quiere que el día de su entierro pongan una canción de un cassette que guarda y que le spuso a la comunidad el día que celebró sus ochenta años: ‘Non, Je Ne Regrette”’, de Edith Piaf (No, no reniego de nada). Christophe Lebreton reflejó en su diario (anotación del 30 de enero de 1994) algunas de las palabras que Luc dirigió a sus hermanos el día que cumplió sus ochenta años: Tibhirine ha resistido a la guerra y ha resistido a los terroristas… Es misterioso. Si mi muerte no es violenta, pido que se lea la parábola del hijo pródigo y se diga la Oración de Jesús. Después, que me den un vaso de champaña, si la hay, para decir a‐Dios a este mundo… antes del Vino nuevo. Luc Dochier
El padre Christophe Lebreton nació en 1950 en Blois (Loira) e ingresó en los trapenses en 1974. Llegó al monasterio de Nuestra Señora del Atlas en 1987 y fue ordenado sacerdote en 1980. Era un “escritor infatigable, guitarrista de corazón, poeta a toda hora, siempre del lado de los pobres y marginados”. (Olivera, 1998: p.11) El hermano Michel Fleury nació en 1944 en Ste. Anne (Loira). Ingresó en el Instituto del Prado (instituto fundado por el beato Antoine Chevrier en 1856 en Lyon, dedicado a la evangelización con los pobres) y permaneció en él destinado en Marsella durante una década, en estrecho contacto con la inmigración magrebí. Ingresó trapense en 1980 y profesó en el monasterio de Nuestra Señora del Atlas en 1986, a donde había llegado dos años antes. “Hombre de pocas palabras y trabajador oculto e infatigable”. (Olivera, 1998: p.11) Dejó escrito: Mártir: es una palabra tan ambigua aquí… Si algo nos pasa, aunque no lo deseo, queremos vivirlo aquí, en solidaridad con todos los argelinos y argelinas que ya han pagado con sus vidas, solidarios solamente con todos estos desconocidos e inocentes… Permanezco profundamente maravillado. Michel Fleury, mayo de 1994i
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El padre Bruno Lemarchand nació en 1930 en St. Maixent (Deux‐Sèvres) pero su infancia transcurrió en Argelia, donde su padre estaba destinado como militar. Se ordenó sacerdote en 1956. Antes de ingresar en los trapenses en 1981, había ejercido como director de un prestigioso colegio privado. En 1989 llegó al monasterio de Nuestra Señora del Atlas e hizo profesión solemne al año siguiente. En 1992 había sido destinado como superior al monasterio trapense de Fez, pero cuando sucedió el secuestro estaba fortuitamente en Tibhirine, a donde había ido para participar en la elección del prior del Atlas. “Hombre de gran ponderación y simplicidad. Se había preparado a la profesión monástica con estas palabras que revelaban la disposición de su corazón: Aquí estoy ante ti, Dios mío… Aquí estoy, rico en miseria y en pobreza, cobarde al máximo. Aquí estoy ante ti, que eres sólo Amor y Misericordia. Bruno Lemarchandii
El padre Célestin Ringeard nació en 1933 en Touvois (Loira) y el servicio militar destinado en Argelia le marcó para toda la vida. A la vuelta, se ordenó sacerdote (1960) y se dedicó a los pobres y marginados de Nantes. Ingresó trapense en 1983, llegó al Atlas en 1987 y profesó solemnemente en 1989. “Hombre de gran sensibilidad y de fácil relación interpersonal. No recuerdo haber encontrado jamás un monje con tanta capacidad de comunicación verbal. Amante de la música, organista, era asimismo el cantor de la comunidad.”iii El hermano Paul Favre Miville nació en 1939 en Vinzier, la Alta Saboya y fue fontanero hasta adulto. A los 45 años entró en la Trapa (1984) y llegó al Atlas en 1989, donde profesó en 1991. El 11 de enero de 1995, había escrito: ¿Hasta dónde puede uno ir, para salvar la propia piel, sin correr el riesgo de perder la vida verdadera? Uno solo conoce el día y la hora de nuestra liberación en Él… Estemos disponibles para que Él pueda actuar en nosotros por medio de la oración y de la presencia amorosa a todos nuestros hermanos.
Paul Favre Mivilleiv
El hermano Jean‐Pierre Schümacher todavía vive, con 86 años, cuando se ha estrenado la película De dioses y de hombres. Nació en 1924 en Lorena. A los 18 años fue alistado por el ejército alemán y se libró de destinado al frente ruso gracias a que se le diagnosticó tuberculosis. Continuó su formación con los hermanos maristas y fue ordenado sacerdote en 1953. Ingresó en los trapenses en 1957 y en 1964 se incorporó al monasterio de Tibhirine. Tras la muerte de Christian y sus compañeros, fue elegido prior de su comunidad. Podemos verle en un video en http://es.gloria.tv/?media=123916.
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En una entrevista, le preguntaron sobre su impresión que le produjo la película De dioses y de hombres: “Me ha gustado muchísimo. Expresa muy bien el mensaje de lo que hemos vivido.” En la misma entrevista, Jean‐Pierre describe con sencillez su modo de vida y la relación de la comunidad con el país: En nuestra comunidad, el Prior nos daba una exhortación todos los días; nos hablaba de la Regla de san Benito, nuestro fundador. Había otro Hermano encargado de la liturgia, de las oraciones y los cantos. Otro se ocupaba del trabajo. Teníamos una pequeña asociación para cultivar la huerta junto a cuatro padres de familia que trabajaban con nosotros. Cada uno tenía un pequeño terreno asignado y vendía sus productos. Al final del año, repartíamos los beneficios. Era una bonita forma de vivir juntos formando una familia. No hablábamos mucho de religión, pero teníamos entre nosotros muy buenas relaciones y, a través de ellos, nos comunicábamos con sus familias. Había gente que vivía en casas alrededor de nosotros; estábamos en la montaña y las relaciones con ellos eran muy buenas, muy fraternales. Éramos como una familia. El monasterio era de clausura, pero había un portero que recibía a la gente. Asistíamos a actos religiosos y entierros, lo que quería la gente. Teníamos muy buenas relaciones con ellos. No creo que hubiera terroristas alrededor de nosotros, entre nuestro vecindario... Pero estábamos en plena montaña y la montaña estaba ocupada por ellos. Por eso estábamos indefensos. Lo que había era una buena relación entre cristianos y musulmanes. Si hay una dificultad entre diferentes culturas y religiones es porque no nos conocemos bastante. Cuando nos conocemos mutuamente, somos como hermanos. Escogimos estar con ellos y compartir su vida... Ésa era nuestra vocación. Para aprender a conocer a la gente, hay que vivir entre ellos y compartir su vida. Ir hacia Dios, guardando nuestra propia religión. Era nuestra vocación. Además, el peligro era el mismo tanto para nuestros vecinos como para nosotros. Al quedarse con nosotros, se sentían seguros. Éramos como un matrimonio: vivíamos juntos para lo bueno y para lo malo. Jean‐Pierre Schümacher, 14 de enero de 2011
Jean‐Pierre está muy alejado de cualquier sentido extraño o manipulado del sacrificio. Ante una pregunta imprudente del entrevistador, responde desafiante y claro: ¿Pregunta si deseo, si quiero ser mártir? No, para nada. Estamos aquí para vivir con la gente y no para ser asesinados. Jean‐Pierre Schümacher, 14 de enero de 2011
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El hermano Jean Amédée Noto –que en la película De dioses y de hombres aparece retratado con una débil ancianidad‐, había nacido en 1920 en Argelia. Fue Padre Blanco antes de profesar como trapense con el nombre de hermano Amédée. Se estableció en el monasterio de Nuestra Señora del Atlas en 1946 y profesó en 1952. Dedicó toda su vida a trabajar con los niños del pueblo. Sobrevivió a la masacre de Tibhirine y continuó su vida de monje en un monasterio trapense vecino en Marruecos. Falleció en julio de 2008. Vinculado al monasterio también estaba el hermano Robert, que vivía como ermitaño en los alrededores de la montaña. b. Reflexiones del Abad Superior Bernardo Olivera, sobre sus compañeros mártires No les olvidemos ‐ “No sé cómo contarles todo lo vivido en Argelia. La manera más simple es comunicarles sin más las notas que tomé… Había pensado en corregirlas y redactarlas de otra forma, pero no tengo el tiempo necesario ni estoy en condición de hacerlo…”v ‐ “Un día viernes… moría en la cruz, como uno más, desfigurado y ultrajado, Jesús de Nazaret. Ante esa ignominia, alguien, un centurión pagano, pudo describir la dignidad de ese hombre y exclamó: ¡Verdaderamente era Hijo de Dios! Estas páginas han sido descritas con este fin. Mostrar que la dignidad y trascendencia humana es capaz de vencer a la muerte y de revelar el tierno amor de Aquel que nos creó… Se trata de tocar la vida en su crudeza y gloria para encontrar huellas del paso de Dios en nuestra historia.”vi ‐ “Esta pequeña Iglesia argelina, que optó por la debilidad compartida como lenguaje del Dios encarnado, tiene un misterio que revelar y comunicar al conjunto de la Iglesia universal. Quien tiene oídos, oiga lo que el Espíritu dice… ¡No podemos dejar este testimonio en el olvido!”vii ‐ “La vida y la muerte de los siete hermanos de Atlas es un testimonio que no puede ser olvidado. ¡Que ni la diplomacia, ni la política, ni una mirada carente de trascendencia sobre estos acontecimientos vaya a privarnos de la voz de nuestros mártires ni acalle el clamor de ese grito de amor y de fe!”viii
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“Hoy, si escuchamos su voz, en cuanto personas individuales y en cuanto comunidades de personas, no cerremos nuestro corazón a esta invitación apremiante que nos llama a perseverar en la conversión y en el seguimiento radical de Jesús y de su Evangelio. Que el ejemplo de nuestros siete hermanos avive en nosotros el fuego del amor.”ix
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“Esta herencia nos queda grande, pues es inmensa. ¡Pero nada es imposible para Dios!”x
Hermanos de todos ‐ Christophe comentó en una reunión del grupo Ribat es Salam (Vínculo de Paz): ¿Y, entonces, los otros? Para que todos se transformen en rostro, Tú no puedes hacer otra cosa que mirar los rostros y asumirlos. Christophe Lebreton, 1995 ‐ “Todos estos Hermanos y Hermanas nuestros desearon ir allá donde Cristo fue y hacer lo que Él hizo (Vita Consecrata, 75). Desearon permanecer entre los suyos, así como el buen Pastor permanece y no abandona a sus ovejas.”xi ‐ “Sólo por seguir a Jesús hasta entrar en la misericordia entrañable del Padre, nuestros hermanos deseaban vivir una fraternidad hasta el extremo. Por eso hablaban de ‘nuestros hermanos de la montaña y nuestros hermanos de la llanura’, para referirse a las fuerzas terroristas y a las fuerzas armadas que militaban en su entorno.”xii ‐ “El amor de nuestros hermanos por la Iglesia en Argelia y por la Iglesia local de Argel es bien conocida de todos. La vida y la muerte de estos hermanos nuestros se inscribe en el libro de todos los hombres y mujeres, religiosos y religiosas, cristianos y musulmanes, que vivieron y murieron por Dios y por el prójimo.”xiii ‐ “La adversidad puede llegar a ser una experiencia agobiante, pero puede también dar lugar al perdón y al amor de los enemigos.”xiv Artesanos de la paz ‐ “La pascua oculta y silenciosa de estos hermanos se ha convertido en voz evangélica que clama sin ambigüedad.”xv
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“Dios se vale de lo más pequeño para edificar cosas grandes: solamente los oscuros testigos de una esperanza llegan a ser mártires luminosos del amor. Optaron por ser pequeñas semillas enterradas para que crezca el árbol gigante del Reino.”xvi
Yo creo que la Buena Nueva está sembrada, el grano germina… El Espíritu opera, trabaja en profundidad en el corazón de los hombres. Paul, carta del 11 de enero de 1995
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“No se trata de morir sino de radicalmente vivir.”xvii
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“Se lanzaron hacia el misterio hasta ser plenamente transformados por Él.”xviii
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“En cada uno de estos casos se trató de una gracia comunitaria y no de una gracia individual.”xix
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“Los mártires del amor son los verdaderos artesanos de la paz. No se trata sólo de ser paciente y soportar o tolerar el mal. Tampoco es suficiente ser pacífico pues a nadie se le hace o desea el mal. Se trata de algo más: edificar y construir la paz con la donación de la propia vida. Nadie se la arrebata, la entregan.”xx
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“El seguimiento de Jesucristo implica una doble realidad. La primera es dinámica: moverse. La segunda es estática: estar con Él. Y es evidente que la proximidad depende del movimiento. Esta doble realidad se conjuga en una sola: la entrega. Quien se entrega a Jesús se mueve hacia Él a fin de ser transformado por Él y en Él. Lamentablemente, duele decirlo, la vida cristiana y monástica abunda en ‘conmovidos’ que apenas sí se mueven.”xxi
Retrato de la comunidad El Abad Superior Bernardo Olivera pidió al padre T.B., miembro junto con Christian de Chergé, del grupo de diálogo islámico‐cristiano Ribat es Salam (Vínculo de Paz), que le escribiera su experiencia de la comunidad de Tibhirine. T.B. estaba casualmente como huésped aquella noche del secuestro. Escribió lo siguiente: ¿Qué puede decir un monje sobre sus hermanos monjes? Tanto yo como ellos sabemos muy bien que nuestro carisma en la Iglesia es callar y trabajar, interceder y alabar. Pero también sabemos que hay momentos para hablar y momentos para guardar silencio.
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La voz oculta de los monjes resonó silenciosamente en los claustros de Nuestra Señora del Atlas durante más de cincuenta años. Esa misma voz se ha convertido en los dos últimos meses en un grito de amor que ha sonado en el corazón de millones de hombres y mujeres creyentes y de buena voluntad. Nuestros siete hermanos de Thibirine… se han convertido hoy en portavoces de tantas voces acalladas y de personas desconocidas que dieron sus vidas por un mundo más humano. Nuestros siete monjes me prestan hoy, también a mí, su voz. Hemos de entrar en el mundo del otro, sea éste cristiano o musulmán. Precisamente si el ‘otro’ no existe no hay lugar para el verdadero amor. Dejémonos desinstalar y enriquecer por la existencia del otro. Permanezcamos abiertos, permeables a toda voz que nos interpela. Optemos por el amor, el perdón y la comunión contra toda forma de odio, venganza y violencia. Creamos sin vacilar en el deseo profundo de paz que yace en todo corazón humano. El testimonio de los monjes, al igual que el testimonio de cada creyente cristiano, sólo puede ser comprendido y considerado como una prolongación del testimonio de Cristo mismo. Nuestra vida en seguimiento de Jesús ha de manifestar sin ambigüedad alguna la gratuidad divina de la buena noticia del Evangelio que deseamos vivir: ¡una vida donada, entregada, ofrecida jamás se pierde, siempre se la reencuentra en Aquel que es la Vida! Nuestros hermanos monjes son el fruto maduro de esta Iglesia que vive su pascua en Argelia. Nuestros hermanos monjes son también el fruto maduro de este pueblo argelino que los ha recibido y valorado sus vidas durante tantos años de presencia y comunión. Por eso se impone de nuestra parte una palabra de agradecimiento a todos vosotros. Iglesia en Argelia, argelinos todos, adoradores del único Dios: gracias infinitas por el respeto y amor que siempre habéis demostrado hacia nuestros hermanos monjes. Escucha, si te es posible escuchar…
c. La violencia va rodeando Tibhirine hasta llegar a ellos Desde la primavera de 1993 al verano de 1996, 19 religiosos y religiosas fueron asesinados en Argelia. Nuestra Iglesia ha sido duramente sacudida, sobre todo en nuestra diócesis de Argel. Reducida, golpeada, ha hecho la experiencia abrupta del despojamiento y de la gratuidad, inscritos tanto en el Evangelio como en
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cada una de nuestras vocaciones en el seguimiento de Jesús. Vulnerable, frágil hasta el extremo, se muestra sin embargo también más libre y más digna de crédito en su voto de ‘amar hasta el extremo’. Christian de Chergé, 21 de febrero de 1995
Al menos en tres ocasiones, sobre todo con ocasión de la muerte violenta de religiosos y religiosas cercanos a su corazón, el padre Christian de Chergé evocará esta posibilidad. “Los hermanos eran muy conscientes de la posibilidad de una muerte violenta. La carta que Christian de Chergé envió después del asesinato de dos religiosas en septiembre de 1995, lo dice claramente: La celebración [funeraria de las dos religiosas] tenía un hermoso clima de serenidad y de ofrenda. Reunía una muy pequeña Iglesia cuyos miembros eran conscientes de que la lógica de su presencia debía incluir en adelante la eventualidad de una muerte violenta… Es claro que el deseo de todos es que ninguno de estos argelinos, a los que nos ha ligado nuestra consagración, en nombre del amor que Dios les tiene, hiera este amor matando a alguno de nosotros, a alguno de nuestros hermanos. Christian de Chergé, carta de 7 de septiembre de 1995
“La reflexión de Christian de Chergé sobre la posibilidad de una muerte violenta se había convertido en su propia oración, la oración de un hombre que quiere estar totalmente desarmado de toda violencia ante sus semejantes, sus hermanos: Señor, desármame y desármales Christian de Chergé
El 8 de mayo de 1993, matan a los primeros cristianos en la ola de violencia desatada que sufre Argelia por los enfrentamientos del Grupo Islámico Armado (GIA) con el gobierno. Son el hermano marista Henri Vergès y la hermana Paule Hélène Saint Raymond, Hermanita de la Asunción. “El padre Christian de Chergé escribía a un grupo de amigos después de la muerte violenta del Hermano Henri: En nuestras relaciones cotidianas, tomemos abiertamente el partido del amor, del perdón, de la comunión, contra el odio, la venganza y la violencia. Christian de Chergé, carta del 15 de mayo de 1994
Y en una carta posterior: Yo estaba personalmente muy unido a Henri… Henri me parecía pertenecer a la categoría de los que yo llamo ‘mártires de la esperanza’, de los que no se habla nunca, porque es en la paciencia de lo cotidiano donde ellos han derramado toda su sangre… Este instinto nos lleva, actualmente, a no cambiar nada, a
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menos que se trate de un esfuerzo permanente de conversión (pero a este respecto, todavía, ¡ningún cambio!). Christian de Chergé, carta de 5 de julio de 1994
El 23 de octubre de 1993 fueron asesinadas las hermanas Caridad María Álvarez y Esther Alonso, Agustinas Misioneras, a la puerta de la Iglesia cuando salían de misa. Tras la muerte de las Agustinas, los hermanos de Atlas confirman su decisión de permanecer a pesar de los riesgos: Las comunidades masculinas parecen mantener su opción de permanecer. Esto es claro, hasta el presente, para los Jesuitas, los Hermanos de Jesús, los Padres Blancos en su conjunto. Es claro también para nosotros. En Tibhirine, como en otras partes, esta opción tiene sus riesgos, esto es evidente. Cada uno de los hermanos me ha dicho estar dispuesto a asumirlos, en un actitud de fe en el porvenir, y de compartir con nuestros vecinos, siempre muy cercanos a nosotros. La gracia de este don se nos concede día a día y con toda simplicidad. A fin de septiembre hemos tenido otra ‘visita’ nocturna. Esta vez los ‘hermanos de la montaña’ querían utilizar nuestro teléfono. Hemos objetado que teníamos escuchas… pues es necesario resaltar la contradicción entre nuestro estado y cualquier complicidad con lo que podría atentar contra la vida de otro. Nos han dado seguridades, pero la amenaza estaba allí, bien armada, por cierto. Christian de Chergé, carta del 13 de noviembre de 1994
El 27 de diciembre de 1994 son asesinados los Padres Blancos Jean Chevillard, Christian Cheissel, Alain Dieulangard y Charles Deckers. El 4 de septiembre de 1995, sucumbieron las hermanas Bibiane Dénise Leclerc y Angèle‐Marie Jeanne Littlejohn, Misioneras de Nuestra Señora de los Apóstoles. Christian escribe después del asesinato de estas hermanas: El Papa ha tenido la gran delicadeza de enviarnos un delegado especial que presida las exequias… Con su sonrisa y mucha convicción, nos ha confirmado en nuestro hoy… una disponibilidad a esta forma de fidelidad personal que el Espíritu quiere suscitar y donar a la Iglesia aquí y ahora. Esto no impide ciertas disposiciones concretas y reflejos elementales de prudencia y discreción. Christian de Chergé, carta del 7 de septiembre de 1995
El 10 de noviembre de 1995 fueron atacadas las hermanas Odile Prévost y Chantal, Hermanitas del Sagrado Corazón, pereciendo Odile y el 21 de noviembre, ante esta avalancha de muertes, la comunidad del monasterio trapense del Atlas redacta unida un documento titulado Cómo en la situación actual llegamos a vivir el carisma de nuestra Orden, en el que explican su elección:
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Después de la Navidad de 1993, todos hemos reelegido (re‐elegido) vivir aquí juntos. Esta opción había sido preparada por las renunciar anteriores de cada uno (a la familia, a la comunidad de origen, al país…). Y la muerte violenta –de uno de nosotros o de todos a la vez‐ no sería más que una consecuencia de esta opción de vida en seguimiento de Cristo… Comunidad de Nuestra Señora del Atlas, 21 de noviembre de 1995
Tengo certeza de que Dios ama a los argelinos, y que, sin duda, ha elegido probárselo entregándoles nuestras vidas. Pero, ¿les amamos de verdad? ¿Les amamos bastante? Minuto de verdad para cada uno y grave responsabilidad en estos tiempos en que nuestros amigos se sienten tan poco amados. Lentamente, cada uno aprende a integrar la muerte en este don y, con ella, las otras condiciones de vivir juntos que es exigencia de gratuidad total. Algunos días todo esto parece poco razonable. Tan poco razonable como hacerse monje. Christian de Chergé, circular de la comunidad, 25 de mayo de 1995
SEGUNDA PARTE: MARTIRIO DE LOS MONJES DE NUESTRA SEÑORA DEL ATLAS d. 1ª deliberación tras la masacre de los croatas Al caer la noche el 14 de diciembre de 1993, diez días antes de Nochebuena, catorce amigos exyugoslavos de los monjes de Tibhirine, fueron degollados a cuatro kilómetros ‐en línea recta por la montaña‐ del monasterio por un comando de unas cincuenta personas. Era un grupo pacífico de diecinueve personas, la mayoría croatas, que trabajaban en unas obras no lejos del monasterio y “los acogíamos cada año en la noche de Navidad y de pascua” (Christian de Chergé). Les estaban esperando, por tanto, en unos pocos días para celebrar la Nochebuena y por eso el impacto de la noticia fue todavía mayor. Fueron asesinados, en opinión de Christian de Chergé por el conflicto que en Bosnia enfrenta a musulmanes con el puzzle exyugoslavo. Revisamos las razones que nos mueven a permanecer, conscientes de estar en el punto de confluencia de dos grupos que se enfrentan aquí y un poco por todas partes en Occidente y en el Próximo Oriente, evidentemente. Christian de Chergé, 19 de diciembre de 1993
Tras el degüello de los amigos croatas de los monjes de Tibhirine, el Prefecto le propone al prior la custodia militar de la comunidad. El prior, Christian de Chergé, se niega ante éste. Escenas después, la comunidad delibera sobre esa negativa. Es la primera deliberación comunitaria que nos muestra la película:
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Célestine Ringeard: ¿Cómo has podido tomar esa decisión sin consultarnos? El momento es muy grave para todos. Christian: ¿Qué habrías hecho en mi lugar? Célestine Ringeard: Habría esperado a hablarlo con vosotros para conocer la opinión de cada uno. Christian: ¿Para responder qué, al final? Jean‐Pierre Schümacher: La respuesta es lo de menos, estás quebrantando el principio mismo de la comunidad con tu actitud. Christian: Bien, entonces, ¿quién quiere la presencia del ejército en el monasterio? Jean‐Pierre Schümacher: No quieres entender lo que te estamos diciendo. Christian: Lo entiendo perfectamente, pero ninguno de nosotros tomó la decisión de vivir aquí para estar bajo la protección de un gobierno corrupto, ¿me equivoco? Jean‐Pierre Schümacher: Christian, no te elegimos para que tomaras decisiones solo. Christian baja la mirada. Christophe: ¿Y qué hacemos si vienen al monasterio? ¿Nos dejamos matar? Christian: Es un riesgo, así. Pero fuimos llamados a vivir aquí. En este país, con este pueblo, que también tiene miedo. Viviremos con esa incógnita, sí. Christophe: Yo, personalmente, no vine aquí para participar en un suicidio colectivo. Luc: Quizás podríamos decir qué quiere hacer cada uno si se presentan aquí. Christophe:¿Y qué quieres hacer? Fíjate en los croatas. Luc: Jugar al escondite. La lectura que en la película se lee durante la cena de la semana anterior a Nochebuena, es un texto del Padre Blanco Christian Chessel (La mission dans la faiblesse), que fue uno de los mártires asesinados el 27 de diciembre de 1994 en Argelia. Dice así: Aceptar nuestra impotencia y nuestra pobreza radical es una invitación, Una llamada urgente a crear relaciones que no sean de poder Al reconocer mi debilidad puedo aceptar mi debilidad, puedo aceptar la de los demás y ver en ella una invitación a asumirla, a hacerla mía imitando a Cristo. Tal actitud nos transforma para la misión. La debilidad en sí no es una virtud sino la expresión de una realidad fundamental de nuestro ser, que debe sin cesar ser moldeado por la fe, la esperanza y el amor. La debilidad del apóstol es como la de Cristo, Arraigada en la fuerza del misterio de la Pascua, en la fuerza del Espíritu. No es ni pasividad ni resignación, supone mucho valor Y nos empuja a comprometernos con la justicia y la verdad denunciando la ilusoria seducción de la fuerza y del poder.
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e. Los terroristas irrumpen en el monasterio Así sucede el diálogo en la película cuando los terroristas argelinos irrumpen en el monasterio la noche de Navidad. Primero, Célestine está preparando las figuras del Belén en la capilla y enciende en ella las velas para la celebración de la Nochebuena, mientras canta: Nada existe excepto el amor, Excepto el amor que hoy comienza. Separando el agua de la arena Dios ha preparado la tierra como una cuna Para su venida desde lo alto. Esta es la noche, noche feliz en Palestina, Y nada existe excepto el Niño, Excepto el Niño de vida divina… La película entonces lleva a Célestine a cerrar las puertas al haberse puesto ya el Sol, pero violentamente entran varios terroristas, liderados por Ali Fayattia. Terrorista: ¿Es el Papa? Célestine: No Terrorista: ¿Dónde está el Papa? Célestine: Aquí no hay ningún papa. Terrorista: El jefe, ¿cómo se llama? ¡Su nombre! Célestine: Hermano Christian. Terrorista: ¡Christian! ¡Christian! Célestine: ¡Christian!... ¡Christian! Les sacan de la casa. Terrorista: Venid conmigo. Vamos, vamos, vamos. ¿Quién es Christian? Christian: Sí‐ responde Christian viniendo por el claustro. Terrorista: Venga, venga, deprisa, vengan todos. ¡Ali, aquí está! Éste es Christian. Christian: ¿Qué es lo que quieren? Éste es un lugar de paz. Ali Fayattia: ¿Es usted Christian? Christian: Sí. Aquí no se entra con armas. Si quiere hablar con nosotros tendrá que dejarlas fuera del monasterio. Por favor.
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Ali Fayattia: Jamás me separo de ellas. Christian: Entonces sígame, hablaremos fuera. Ali Fayattia: Necesito al doctor. Tiene que acompañarnos. Christian: Imposible. Ali Fayattia: Hay tres heridos a una hora en coche. Christian: No puede salir de aquí, está enfermo, es mayor y tiene ataques de asma. El hermano Luc siempre atiende a los enfermos que acuden al dispensario. Atiende a todos los que lo necesitan, sin distinción, su identidad no le importa y así seguirá siendo. Pero no puede hacer más. Ali Fayattia: Entonces tendrá que darnos medicinas. Christian: Apenas tenemos medicinas. A diario atendemos a un centenar de nuestros hermanos musulmanes… Ali Fayattia: ¡Basta! No tiene elección Christian: Sí. Tengo elección. No podemos entregarles algo que no tenemos. Pregunten a sus hermanos del pueblo, dirán que vivimos modestamente. Sólo de nuestros cultivos. ¿Ha leído el Corán? ‘Verás que los más amigos de los creyentes son los que dicen: somos cristianos. Y que hay entre ellos monjes y sacerdotes…’ Ali Fayattia: ‘Y que hay entre ellos monjes y sacerdotes y no son altivos’. Christian: Por eso nos sentimos tan cerca de nuestros vecinos. Ali Fayattia: ¡Venga, vámonos! El jefe, Ali Fayattia, se aleja… Christian: ¿Sabe que esta noche no es una noche cualquiera? Ali Fayattia: ¿Por qué? Christian: Es Nochebuena, el momento del año en que celebramos el nacimiento del Príncipe de la Paz. Ali Fayattia: ¿El Príncipe de la Paz? Christian: Sidna Aïssa. Ali Fayattia: Jesús. Ali Fayattia se acerca de nuevo a Christian. Ali Fayattia: Entonces discúlpeme, no lo sabía. Y Ali Fayattia le tiende la mano. Christian ve la mano, la mira unos instantes y finalmente se la estrecha. Los terroristas se van por las tinieblas de la montaña. En la historia real, Célestine, el monje que les había abierto la puerta, sufrió una crisis cardiaca que provocó que tuviera que ser operado gravemente del corazón. Precisamente, en la película nos presentan la siguiente escena al encuentro con los terroristas, cuidando a Célestine. Y tras ello, se ve a los monjes, quienes esa misma noche celebraron juntos la Eucaristía de Nochebuena. El canto con que entra la procesión en la capilla dice:
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Esta es la noche, La inmensa noche de los orígenes Y nada existe salvo amor, Excepto el amor que ahora se inicia. Separando el agua de la arena Dios ha preparado la tierra como una cuna Para su venida de lo alto. Esta es la noche, noche feliz de Palestina. Y nada existe salvo el Niño, Salvo el Niño de vida divina. Haciéndose carne de nuestra carne Dios ha cargado con nuestro desierto Y lo ha convertido en una tierra de primavera sin límites Esta es la larga noche en la que andamos a tientas Y nada existe excepto este lugar, Excepto este lugar de esperanza en ruinas Parando en nuestra morada, Dios nos indicó entre los bosques El lugar donde prendería el fuego del mundo… Sobre aquella violenta visita terrorista de Nochebuena de 1993, Jean‐Pierre escribió: Mientras que nuestros vecinos no nos expresen su deseo de vernos partir, permaneceremos con ellos en un contrato de alianza y de amor, compartiendo sus pruebas y tratando de llevarlas con ellos. La opción de permanecer ‘desarmados’ y ‘no protegidos’ por medidas de seguridad armadas o refugiándonos en otras poblaciones se afianzó rápidamente, así como la de una elección en común a causa del Evangelio, ‘como corderos en medio de lobos’ con las colas armas de la fidelidad en la caridad y en la fe, con la fuerza del Espíritu santo actuando en los corazones. Fe también en la bondad de las gentes, al ver la confianza que les mostramos al entregarnos, desarmados, en sus manos, en un lugar tan peligroso. Todo esto es algo que ha estrechado nuestra unión mutua y con los vecinos… mientras se cernía sobre nosotros, cada vez más palpable, como una sombra amenazadora, la sensación de peligro. Jean‐Pierre Schümacher
f.
2ª deliberación de la comunidad
Tras la celebración, el filme nos pone de nuevo a la mesa en la que la comunidad reunida mantiene la segunda deliberación a la luz de los hechos sucedidos la noche anterior. Amédée: ¿Por qué no les damos los medicamentos? ¡Los tenemos! Luc: ¡Ah!, si tenemos medicamentos me interesa saberlo… No podemos negociar con ellos. Todos los días nos pedirían algo más. Christian: Estoy de acuerdo con Luc.
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Célestine: Pero todo ha cambiado. No olvides que me han apuntado con un arma. No podemos permanecer aquí sin arriesgar nuestras vidas. Yo si me hice monje fue para vivir, no para dejarme matar y degollar dócilmente. Christian: Tienes razón, Célestine, y no debemos buscar el martirio, es verdad. Célestine: Quizás deberíamos irnos o refugiarnos en un lugar más seguro. Amédée: Creo que Célestine ha planteado una buena cuestión. Ya han venido y volverán antes de lo que imaginamos. El que no hayas aceptado sus peticiones, podía interpretarse como una declaración de guerra. Recuerda lo que le hicieron a los croatas. Christian: Pero si hubieran querido matarnos ya estaríamos todos muertos. Paul: Quizás Fayattia no sea el único que toma las decisiones. Tal vez mañana vendrán otros. Hay otra solución: marcharnos. Creo que cada cual debería decidir según su conciencia: o volver a Francia o marchar a otro monasterio en África más seguro. Jean‐Pierre: Marcharse es huir y abandonar el pueblo a los terroristas. Célestine: Hay que hacerlo escalonadamente para evitar que la gente se preocupe. Jean‐Pierre: En realidad eso no cambia nada. El buen pastor no abandona a su rebaño cuando aparece el lobo. Christophe: Yo propongo que cada uno se pronuncie sobre nuestra posible partida. Christian acepta la propuesta de Christophe. Christophe: ¿Jean‐Pierre? Jean‐Pierre: Nos quedamos. ¿Cuándo obedecemos a las armas? Christophe: ¿Paul? Paul: Creo que deberíamos irnos. Progresivamente. Christophe: ¿Célestine? Célestine: Yo estoy enfermo. Me quiero ir. Christophe: ¿Luc? Luc: Marcharse es morir. Me quedo. Christophe: ¿Michel? Michel: Nadie me espera en ninguna parte. Me quedo. Christophe: ¿Amédée? Amédée: Aún no lo sé. Debemos reflexionar y rezar juntos. Christophe: Yo creo que deberíamos irnos. Luc: ¿Y tú, Christian? Christian: Estoy de acuerdo con Amédée. Es pronto para decidir… Nuestro socorro está en el Nombre del Señor. Todos: Que creó el cielo y la tierra. Se levantaron y se desperdigaron. g. Los monjes meditan Christian pasea por la montaña rezando y suena el siguiente canto:
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Nosotros no conocemos tu misterio, Amor sin fin, Pero Tú tienes un corazón Para buscar al hijo pródigo Y consuelas en tu pecho al niño perdido Que camina por este mundo de mortales. Nosotros no vemos tu rostro, Amor sin fin, Pero Tú tienes ojos Para llorar por los oprimidos Y cuidar de nosotros con tu brillante mirada Que revela tu misericordia. “¿Cómo comprender la hondura de este voto en la vida de un monje o de una monja? Quizá el texto de la carta que el padre Christian de Chergé, superior del Atlas, había pensado enviar el pasado 28 de octubre de 1993 a Sayah Attiya –jefe del Grupo Islámico Armado (GIA) y cabeza del grupo que irrumpió en el monasterio aquella noche de Navidad [diciembre 1993]‐ pueda ayudarnos a comprender mejor el sentido de nuestro voto: Hermano, permítame dirigirme a usted así, de hombre a hombre, de creyente a creyente… En el conflicto actual que vive el país, nos parece imposible tomar partido. Nuestra calidad de extranjeros nos lo prohíbe. Nuestro estado de monjes (ruhbân) no liga a la elección de Dios sobre nosotros que es vida de oración y simplicidad, de trabajo manual, de acogida y de compartir con todos, en especial con los más pobres… Estas razones para vivir son una elección libre de cada uno de nosotros. Nos comprometen hasta la muerte. No pienso que sea la voluntad de Dios que esta muerte nos venga de ustedes… Si un día los argelinos estiman que estamos de más, respetaremos su deseo de vernos partir. Ciertamente, con un gran dolor. Sé que continuaremos amándolos a todos, y también a ustedes entre ellos. ¿Cuándo y cómo le llegará este mensaje? ¡Poco importa! Tenía necesidad de escribirle hoy. Perdóneme haberlo hecho en mi lengua materna. Me comprenderá. ¡Y que el Único de toda vida nos conduzca. ¡Amén! Christian de Chergéxxii
Tras el retiro comunitario anual, en enero de 1994, el padre Christophe Lebreton anotaba en su diario: Esta Navidad no fue como las otras. Todo está todavía cargado de sentido.
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Como María, guardamos todas estas cosas que nos han sucedido. Continuamos con la conversación que ella inició en su corazón. El sentido, como una espada, nos traspasa. El Verbo toma esta comunidad de carne y sangre para decirse aquí, hoy. Acabamos de terminar nuestro retiro comunitario con el padre Sansón, jesuita. Hubo puntos de examen y de oración. Y cada uno, sin duda, tomó alguna buena resolución. Yo no tenía más que la tuya: resolución de amor confiado… Estamos desplazados, conducidos allí donde nunca hubiéramos podido ir a pesar de toda nuestra religión. Grande es el Misterio de la Fe, de la fidelidad más tierna. Sí, estoy emocionado de ser miembro de este cuerpo, sin resplandor ni hermosa apariencia… Sé muy bien que no somos mejores, ni héroes, ni verdaderamente nada extraordinario. Esto lo siento fuertemente aquí en Tibhirine… Es una cierta toma de conciencia, como si fuéramos responsables no de algo que hay que hacer, sino de algo que hay que ser aquí, en respuesta de Verdad, en respuesta de Amor. ¿Vislumbramos la eternidad? Hay algo de esto…
El Oficio. Las palabras de los salmos son consistentes, hacen un cuerpo con la situación de violencia, de angustia, de mentira, de injusticia. Sí, hay enemigos. No se nos puede obligar a decir demasiado pronto que se les ama, sin hacer injuria a la memoria de las víctimas cuyo número crece cada día. ¡Dios Santo, Dios fuerte! ¡Ven en nuestra ayuda! ¡Apresúrate a socorrernos! También recibimos palabras de ánimo, de consuelo, de esperanza, y por eso leer la Escritura es vital. Tiene sentido. Se trata de recibir, de reconocer. Reconocer que se cumple: ¡Tú que vienes! Y henos aquí cargados de sentido. Se cumple: Amor Crucificado… No puedo decir si estoy unido a Ti: simplemente lloro y suplico no ser jamás separado de Ti… ¿Dónde me has conducido? Quizás para mí se trata de aceptar vivir. Christophe Lebreton, diario, enero de 1994
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h. Diálogo con Paul Christian se entrevista con Paul en su despacho del monasterio. Christian: Quieres marcharte, ¿no? Paul: He pensado en marcharme, sí. Pero me pregunto qué sería de mi vida entonces. Christian: ¿Y tus familiares en Francia están preocupados? Paul: Ni siquiera sé si están al tanto de lo que sucede aquí. No les he dicho nada. La última vez que les vi fue un poco extraño. Christian: ¿Qué quieres decir? Paul: Pues… Celebrábamos los ochenta años de mi madre en un restaurante. Vi a todo el mundo. Estaban mis hermanas, mis sobrinos, mis sobrinas, mi ahijada. Estaban hablando, contaban anécdotas, tomaban fotos… Y eso que saben que no me gustan… Yo estaba allí, escuchándoles. Estaba feliz. Me había sentado junto a mi madre. Pero al mismo tiempo estaba en otra parte. Me decía: ¿Y si lo dejara todo? ¿Y si…? Podría regresar a mi país, podría retomar mi oficio, la fontanería, el consejo municipal, los bomberos, el coro… todo. Y al mismo tiempo me decía: no, es imposible. Mi vida está allí. O sea, aquí, con vosotros. i. La entrevista con el Prefecto y con el pueblo “El Wali (Prefecto) de Medea les había ofrecido protección militar, pero los hermanos se negaron a aceptarla, pues deseaban ser un signo de paz para todos y cada uno. De igual modo, no aceptaron trasladarse a un lugar ‘protegido’ en Medea, prefirieron permanecer en el propio monasterio. Sólo estuvieron de acuerdo en dos cosas: cerrar las puertas entre las 17:30 y 7:30 e instalar una nueva línea telefónica conectada con la casa del guardián.”xxiii Meses después fueron convocados. Christian y Jean‐Pierre se entrevistan con el Prefecto en su despacho de gobernación. Prefecto: Siento terror por el destino de este país. Ayer dos profesoras del norte aparecieron asesinadas en sus casas. Les explicaban a los adolescentes que es normal enamorarse a su edad y que tienen derecho a mostrarlo. Una adolescente de quince años les denunció a los extremistas. Jean‐Pierre: Estamos tan desolados como ustedes. Prefecto: ¿Y qué sabrán ustedes? Éste es mi país. Además de estar triste estoy cansado de no verlo hacerse adulto. Y contrariamente a lo que piensen, creo que fue la colonización francesa, ese robo organizado, la que nos ha retrasado. El prefecto coge una carta y se la entrega a Christian. Prefecto: Es para usted. Christian la abre. Es una carta de la Dirección General de Protección Civil del Ministerio del Interior. Prefecto: Ya no bromean. Ahora las órdenes son serias. Christian: Sabe que nadie salvo nosotros decidirá si abandonamos el país. Prefecto: Lo contrario me habría extrañado. Y mucho. Pero su testarudez es peligrosa. Fíjense en la gente de ahí fuera. Están en su casa, en su país. Y están aterrorizados con lo que pasa. Sueñan con marcharse pero no tienen ni recursos ni elección. Y créanme: querer marcharse no es cobardía, es querer seguir viviendo en libertad. El Prefecto les muestra la portada de un periódico con el siguiente titular: Degollada una familia de once miembros mientras dormía.
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Prefecto: Si no les mata Fayattia será otro quien lo haga. Vivimos tiempos confusos y nadie tiene el control. Si se quedan su comunidad será otro peón más. Su sacrificio será explotado y manipulado. Hace mucho que nos conocemos. Les aprecio y aprecio lo que su comunidad ha hecho en este país. Les ruego que regresen a Francia. j. Pájaros y ramas Christian, Célestine y Amédée se encuentran con una familia amiga en una casa del pueblo de Tibhirine. Christian: ¿Cree que el pueblo necesitará protección del ejército? Porque… un día volverán. Amigo anciano: Ah, no, no me hable del ejército, olvide al ejército, ¡es un desastre! No, el ejército no va a venir. Nos protegen ustedes. Porque este pueblo ha crecido con el monasterio… ¿Cómo se llamaba el prior de antes? De hace mucho, antes de la guerra… Christian: El hermano Bernard, ¿no? Amigo anciano: No, no, era otro. El anterior. Amiga: Era el hermano Daniel. Amigo anciano: Sí, eso es, eso es: el hermano Daniel. Le dijo a mi madre que no debíamos permanecer aquí, que debíamos ir a la ciudad porque aquí ya no había trabajo. Pero mi madre le hizo jurar al hermano Daniel que no le diría nada a mi padre. Porque mi madre se sentía bien aquí. Tranquila. Amédée: Sí, pero… Puede que nosotros nos marchemos pronto. Amigo anciano: ¿Por qué quieren marcharse? Célestine: Somos como pájaros sobre una rama. No sabemos si nos iremos. Amiga: Los pájaros somos nosotros. Y ustedes la rama. Si se van ya no sabremos dónde posarnos. k. Diálogo con Luc Entrevista de Christian con Luc en su despacho. Luc: Estoy agotado. Christian: Pero Amédée te está echando una mano… Luc: Pues sí, menos mal. No sé qué haría sin él. Jamás he tenido tantas consultas. Voy por ciento cincuenta al día, ¿te das cuenta? Viene gente de todos los rincones de la región, así que me enfrento a patologías nuevas. Mucho hipertenso, gente estresada y algunos conmocionados en estado de shock. Por no hablar de lo que sufren los críos. Christian: La gente podría hablar… de los hombres a los que atendemos (terroristas). Hay que tener cuidado. Luc: Christian. Durante toda mi vida como médico he tenido que vérmela con gente muy diferente. Entre ellos con los nazis e incluso… con el diablo. Christian se pone en pie
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Luc: Escucha, a mí los terroristas no me asustan. Y el ejército, incluso menos. (Se ríe) Tampoco me asusta la muerte. Soy un hombre libre. Christian va a ayudar a Luz a levantarse de la silla. Christian: Muy bien. Luc: Bien. ¡Deja paso al hombre libre! (y ambos se ríen). l. La muerte de Ali Fayattia Christian es llamado a una base militar por el Coronel al cargo de la zona. Coronel: Mis hombres lo engancharon a un camión y lo arrastraron por todo el pueblo. Afortunadamente para él ya estaba muerto. Christian: ¿Y por qué no trató de impedirlo? Coronel: ¿Impedirlo? Christian: Sí. Coronel: Muchos de los que estaban entre la multitud fueron víctimas de sus atrocidades. Sus familiares, sus amigos han muerto. Muchos inocentes. Christian: Es indigno. Ningún ser humano debería sufrir semejante trato. Coronel: ¿Quiere que le cuente su tortura favorita? Fayattia y los de su calaña no merecen la menor compasión. Le encuentro muy indulgente con los terroristas… Demasiado indulgente. Se rumorea que el monasterio está bajo su protección. ¿Les han atendido alguna vez? Christian: ¿Dónde lo encontraron? Coronel: Hace dos días el coche del Wali (el Prefecto) quedó atrapado en una emboscada. De camino a Tikrit. Los terroristas huyeron. Algo más lejos había un hombre herido, arrastrándose. Sus amigos lo abandonaron como a un perro. Habló hasta de su madre. Dijo que se llamaba Fayattia. Mis hombres le dejaron sufrir. Murió. Hubiéramos preferido traérnoslo como trofeo. Christian: Pero, ¿cómo puede estar seguro de que se trata de él? Coronel: ¿Por qué cree que le he hecho venir? Entran en un depósito y Christian es conducido hasta una camilla donde reposa un cadáver cubierto por una sábana blanca. Un soldado la descorre y le muestra el rostro destrozado del cuerpo a Christian. Coronel: ¿Y bien? Christian: Es él, sí. Christian se persigna ante el cuerpo y el Coronel se va indignado. Soldado: Salga. Fuera. Christian acepta irse. Efectivamente, el 22 de enero de 1994, casi dos meses después de haber ido al monasterio de Nuestra Señora del Atlas, Ali Fayattia había muerto en un enfrentamiento con el ejército, tras una dura agonía en la que le dejaron nueve días. Christian, en un sermón cuaresmal ante un grupo de laicos en Argel, dijo a propósito de aquel hombre que había irrumpido desde las montañas en su monasterio aquella Nochebuena de 1993: Sé que degolló a 145 personas… Pero desde que murió he tratado de imaginar su llegada al Paraíso y me parece que, a los ojos del buen Dios, tengo el derecho de presentar en su favor tres circunstancias atenuantes. La primera es un simple hecho: no nos degolló. La segunda es que salió afuera cuando se lo pedí… La tercera circunstancia atenuante es que, cuando después de nuestra conversación nocturna, le dije ‘Estamos preparándonos para celebrar la Navidad, que para nosotros es el nacimiento del Príncipe de
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la Paz, y ustedes vienen así, ¡armados!’, él respondió: ‘Perdón, no lo sabía’. No encubro nada… No me toca a mí emitir un juicio. Cada uno de sus crímenes es algo horrible, pero no es una bestia inmunda, como alguien ha dicho. Es ahora cuando se pone en obra la misericordia de Dios. Christian de Chergé
m. Diálogo con Christophe Christian pasea con Christophe por la montaña. Christophe: Duermo mal. El menor ruido me despierta. Me replanteo mi vida. Mis elecciones. De niño quería ser misionero. Así que morir por mi fe no debería quitarme el sueño. Pero morir aquí… ahora… ¿es realmente útil? Ya no lo sé. Me estoy volviendo loco. Christian: Es cierto, quedarse aquí es una locura. Como la de hacerse monje. Pero recuerda: tu vida ya la has entregado. Se la entregaste a Cristo por seguirle cuando decidiste dejarlo todo: tú, tu vida, tu familia, tu país, la mujer y los niños que habrías tenido. Christophe: No sé si eso es verdad. Rezo. Pero ya no oigo nada. No lo comprendo. Somos mártires, ¿por qué? ¿Por Dios? ¿O ser héroes? ¿Por demostrar que somos los mejores? Christian: No, no, no. Uno se hace mártir por amor, por fidelidad. Y la muerte, si llega, será a pesar nuestro porque hasta el fin, hasta el fin intentaremos evitarla. Nuestra misión aquí es ser hermanos de todos y recuerda que el amor es pura esperanza. El amor lo soporta todo. Y se abrazan. Christophe: Perdóname. Christophe hace varias anotaciones en su diario: Seguirte en tu libertad, perdidamente. Christophe Lebreton, diario, agosto de 1993 Mi resolución es muy sencilla: soy y estoy. Christophe Lebreton, diario, 22 de diciembre de 1993 Ante la muerte, dime que mi fe –Amor‐ permanecerá. A menudo me siento asustado de creer. Christophe Lebreton, diario, 1 de diciembre de 1994
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n. 3ª deliberación comunitaria La comunidad ora cantando en la capilla: Como tierra reseca Estoy en pie ante ti, Señor. Como tierra reseca Estoy en pie ante ti, Señor. Oh, Señor, escucha mi oración Por misericordia, escucha mi llanto Por tu fidelidad, respóndeme, No juzgues a tu siervo, Porque ningún hombre es justo ante Ti. El enemigo persigue mi alma, Ha derribado mi vida al suelo, Me ha hecho vivir en tinieblas Con aquellos hace tiempo en la muerte. Mi espíritu desfallece en mi interior, Mi corazón dentro de mí se desmaya. Respóndeme pronto, Oh, Señor, Mi espíritu titubea, No me escondas tu rostro, No sea que yo sea como los que caen al pozo A continuación de nuevo la comunidad se encuentra deliberando alrededor de su mesa: Christian: Hemos recibido muchas cartas los últimos meses. La gente está preocupada. No puedo contestarlas todas. Y luego está esa periodista francesa que quiere que nos reunamos. No sé qué contestarle. Célestine: No creo que sea bueno exponernos más dándonos publicidad. Christian: Sí, por supuesto, pero… También es una forma de explicar nuestra elección. De mostrar que en este momento tan dramático, la gente de aquí aún tiene razones para la esperanza. Jean‐Pierre: La esperanza no interesa mucho a los periodistas. No es lo que más les motiva. Christian: Pues por eso. Igual debemos motivarles. Bien, propongo que votemos para asegurarnos que estamos todos de acuerdo. ¿Quién quiere marcharse? Luc: Yo ya os he explicado mi
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postura sobre el tema y mi deber es quedarme aquí con los demás del pueblo. Amédée: Yo no me veo marchándome. Célestine: Es verdad. Marcharnos no conduciría a nada. Yo tampoco estoy dispuesto a irme. Paul: Esta noche lo pensaba y la idea de marcharme me incomoda. No me siento en paz. La decisión de marcharnos sin más, no tiene sentido. No era nuestro interés personal lo que buscábamos al instalarnos aquí. Jean‐Pierre: Yo sigo pensando que nuestra misión aquí no ha terminado. Me quedo. Michel: Me he pasado la mañana rezando mientras cocinaba. El discípulo no está por encima de su maestro. No debo apartarme de Él ahora. Christophe: Dejemos que Dios ponga su mesa aquí. Para todos. Amigos y enemigos. Jean‐Pierre: ¿Y tú, Christian? Christian: Las flores silvestres no cambian de lugar buscando los rayos del sol. Dios se encarga de fecundarlas allá donde se encuentren. ¿Quién quiere quedarse? Todos levantaron la mano. o. El helicóptero militar Mientras la comunidad está en plena oración de la mañana, un helicóptero militar sobrevuela el monasterio buscando intimidarles con su atronador ruido. La comunidad se pone en pie y fuertemente abrazada en medio de la capilla canta haciendo frente al desafío: Oh, Padre de Luz, Luz eterna y fuente de toda luz Tú nos iluminas en el umbral de la noche Con el resplandor de tu rostro. Las sombras para Ti no son sombras. Para Ti la noche es clara como el día. Permite que nuestras oraciones Se eleven a Ti como incienso Y nuestras manos Como el amanecer que se ofrece.
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p. Se acerca el final El hermano Bruno llega al monasterio para las elecciones de prior. La comunidad se reúne en torno a su mesa y encienden una vela sobre el medio de ella. Christian: He pensado mucho en ese momento. El momento cuando Ali Fayattia y sus hombres se marcharon. Tras su partida lo único que podíamos hacer era seguir viviendo y lo primero que vivimos fue, dos horas después, la celebración de la vigilia y la misa de navidad. Era lo que debíamos hacer. Y es lo que hicimos. Cantamos para celebrar la Navidad y recibimos a ese niño que se presentaba ante nosotros totalmente indefenso y ya tan amenazado. Y luego, lo que nos salvó fue tener que asumir todas nuestras realidades cotidianas. La cocina, el jardín, los oficios, la campana, día tras día. Y así seguimos, desarmados. Tenemos que resistir la violencia. Y día tras día, yo… mejor dicho, nosotros… hemos descubierto aquello a lo que Jesucristo nos invita y es… a nacer. Nuestra identidad de hombre va de nacimiento en nacimiento y, de nacimiento en nacimiento, nosotros mismos llegaremos a hacer nacer al hijo de Dios que somos porque la Encarnación para nosotros es dejar que la realidad filial de Jesús se encarne en nuestra humanidad. El misterio de la Encarnación reside en lo que vamos a vivir. Así es como se enraíza lo que ya hemos vivido aquí y lo que nos queda por vivir aún. Christian, pocas semanas antes de ser secuestrado junto con su comunidad, predicó por cuaresma: Es muy claro que no podemos desear esta muerte, no solamente porque la tememos sino porque… amo bastante a todos los argelinos y por eso no quiero que ni siquiera uno solo de ellos sea el Caín de su hermano. Christian de Chergé, 8 de marzo de 1996 124‐125)
El padre Christian, en su escrito Oscuros testigos de una esperanza, del 17 de julio de 1994, dijo: Frente a aquel ‘martirio’, el santo y el asesino no son más que dos ladrones que están pendientes de un mismo perdón. ¡Con frecuencia se precisa poco para que sean intercambiables! Christian de Chergé
q. El entierro “Las siete tumbas ya estaban preparadas. Los ataúdes fueron depositados cada uno frente a su respectiva tumba… [en su interior, sólo la cabeza de cada monje]. El padre Jean‐Pierre dirigió a todos los presentes –vecinos y autoridades‐ unas palabras de agradecimiento llenas de esperanza. Luego hablaron en árabe el señor obispo y el padre G.N. Hice una oración final y comenzaron a descender los cajones a las fosas. Eran las 13:15 horas. Monseñor depositó la primera palada de tierra en la tumba de Michel y yo en la de Christophe; el grupo de vecinos continuó la tarea. Precisamente en ese momento salió el sol. Los cajones se iban ocultando bajo las paladas de tierra. Nosotros también éramos sepultados bajo
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los ab brazos, beso os y condolen ncias de can ntidad de veccinos del mo onasterio quee, al mismo tiemp po, nos agradecían que llos monjes ffueran sepulttados allí… EEn mi corazó ón resonaba una sola s frase: ‘No ‘ dejarem mos solos a nuestros difuntos, ¡volvveremos!’. A A las 14:00 partim mos sin partir.”xxiv r. El último mártir de A Argelia El 1 de aggosto de 199 96, monseño or Pierre‐Luccien Claveriee, sacerdote dominico y obispo de Orán, acudiió a una cereemonia en rrecuerdo de los siete monjes aseesinados de e Tibhirine. En el currso de esa celebració ón declaró: Los religiossos no depend den de ningún gobierno, dep penden de la Iglesia y, en n Argelia, la Ig glesia es argelina; ella tienee su futuro ligado al fu uturo de esta ttierra, suceda a lo que suceda a.
A las diezz de la noche, una bomba a distanccia hizo volaar su coche, fallecciendo en el acto él y su u chófer. En otra ocasión monseñorr Pierre‐Lucieen Claverie, que h había nacido en 1938 en Argelia, hab bía dicho: El lugar d de los cristian nos está en lass fracturas dell mundo; nuncca se es más auténticamente cristia ano que cuando se expone la propia vida a allí donde la dad está queb brada. humanid Mon nseñor Pierre‐‐Lucien Claverrie
4. O ORACIÓN N FINAL Testaamento espiritual del paadre Christian de Chergé Cuando un A‐Dioss se vislumbra… Si mee sucediera u un día –y esee día podría sser hoy‐ ser vííctima del terrorismo quee parece queerer abarcar en esste momento o a todos los extranjeros que viven en Argelia, yo qu uisiera que m mi comunidad d, mi Iglesia,, mi familia, recueerden que mi vida estabaa ENTREGAD DA a Dios y a esste país. Que eellos acepten n que el único o Maestro dee toda vida no po odría perman necer ajeno a estaa partida bru utal. Que rrecen por míí. ¿Cóm mo podría yo ser hallado digno o de tal ofren nda? Que ssepan asociaar esta muerrte a tantas o otras tan violen ntas y abaandonadas en la indifeerencia del aanonimato. Mi vid da no tiene m más valor que o otra vida. Tamp poco tiene m menos.
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En todo caso, no tiene la inocencia de la infancia. He vivido bastante como para saberme cómplice del mal que parece, desgraciadamente, prevalecer en el mundo, inclusive del que podría golpearme ciegamente. Desearía, llegado el momento, tener ese instante de lucidez que me permita pedir el perdón de Dios y el de mis hermanos los hombres, y perdonar, al mismo tiempo, de todo corazón, a quien me hubiera herido. Yo no podría desear una muerte semejante. Me parece importante proclamarlo.
En efecto, no veo cómo podría alegrarme que este pueblo al que yo amo sea acusado, sin distinción, de mi asesinato. Sería pagar muy caro lo que se llamará, quizás, la “gracia del martirio” debérsela a un argelino, quienquiera que sea, sobre todo si él dice actuar en fidelidad a lo que él cree ser el Islam. Conozco el desprecio con que se ha podido rodear a los argelinos tomados globalmente. Conozco también las caricaturas del Islam fomentadas por un cierto islamismo. Es demasiado fácil creerse con la conciencia tranquila, identificando este camino religioso con los integrismos de sus extremistas. Argelia y el Islam, para mí son otra cosa, es un cuerpo y un alma. Lo he proclamado bastante, creo, conociendo bien todo lo que de ellos he recibido, encontrando muy a menudo en ellos el hilo conductor del Evangelio que aprendí sobre las rodillas de mi madre, mi primerísima Iglesia, precisamente en Argelia y, ya desde entonces, en el respeto de los creyentes musulmanes.
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Mi muerte, evidentemente, parecerá dar la razón a los que me han tratado, a la ligera, de ingenuo o de idealista: “¡qué diga ahora lo que piensa de esto!” Pero estos tienen que saber que por fin será liberada mi más punzante curiosidad. Entonces podré, si Dios así lo quiere, hundir mi mirada en la del Padre para contemplar con ÉL a sus hijos del Islam tal como ÉL los ve, enteramente iluminados por la gloria de Cristo, frutos de su pasión, inundados por el don del Espíritu, cuyo gozo secreto será siempre, el de establecer la comunión y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias. Por esta vida perdida, totalmente mía y totalmente de ellos, doy gracias a Dios que parece haberla querido enteramente para este GOZO, contra y a pesar de todo. En este GRACIAS en el que está todo dicho, de ahora en más, sobre mi vida, yo los incluyo, por supuesto, amigos de ayer y de hoy y a vosotros, oh amigos de aquí, junto a mi madre y a mi padre, mis hermanas y hermanos y los suyos, ¡el céntuplo concedido, como fue prometido! Y a ti también, amigo del último instante, que no habrás sabido lo que hacías. Sí, para ti también quiero este GRACIAS, y este “A‐Dios” en cuyo rostro te contemplo. Y que nos sea concedido reencontrarnos, ladrones bienaventurados, en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío. ¡AMÉN!
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Relación de actores que en la película interpretan a los siete monjes Christian, interpretado por Lambert Wilson
El hermano Luc, interpretado por Michael Lonsdale
El hermano Christophe Lebreton, interpretado por Olivier Rabourdin El hermano Michel Fleury, interpretado por Xavier Maly
El hermano Célestine Ringeard, interpretado por Philippe Laudenbach
El hermano Bruno Lemarchand, interpretado por Olivier Perrier
Paul, Favre Miville interpretado por Jean‐Marie Frin
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Olivera, 1998: p.13. Olivera, 1998: p.12. iii Olivera, 1998: p.12. iv Olivera, 1998: p.12‐13. v Olivera, 1998: p.29. vi Olivera, 1998: p.7. vii Olivera, 1998: p.15‐17. viii Olivera, 1998: p.26. ix Olivera, 1998: p.26. x Olivera, 1998: p.109. xi Olivera, 1998: p.9. xii Olivera, 1998: p.14. xiii Olivera, 1998: p.22. xiv Olivera, 1998: p.24. xv Olivera, 1998: p.85. xvi Olivera, 1998: p.88‐89. xvii Olivera, 1998: p.92. xviii Olivera, 1998: p.46. xix Olivera, 1998: p.21‐22. xx Olivera, 1998: p.87. xxi Olivera, 1998: p.94. xxii Olivera, 1998: p.19. xxiii Olivera, 1998: p.19. xxiv Olivera, 1998: p.43. ii
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