De este modo, en este primer número, publicamos cuatro artículos escritos por nuestros frailes, a quienes desde ya agradecemos por su colaboración

INFO CLIOP - n° 13 N. 13 – ENERO 2015 El Maestro de la Orden, Fr. Bruno Cadoré, instituyó el 14 de julio de 2014 una nueva Comisión Litúrgica de la O
Author:  Julio Montes Toro

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INFO CLIOP - n° 13 N. 13 – ENERO 2015

El Maestro de la Orden, Fr. Bruno Cadoré, instituyó el 14 de julio de 2014 una nueva Comisión Litúrgica de la Orden (CLIOP). Conformamos la nueva comisión este servidor, de la Provincia de Portugal, como presidente, Fr. David Caron (Provincia de San Martín de Porres, E.E.U.U.), Fr. Thomas Moller (Provincia de Teutonia, Alemania), Fr. Dominique Jurczak (Provincia de Polonia), Sor Ragnild Bjelland. (Hermanas de Ntra. Sra. de Gracia de Chatillon en Oslo), Fr. Joseph Nguyên Van Hiên (Provincia de Vietnam), Fr. Manuel Eduardo Solórzano Zerpa (Vicariato de Venezuela, Provincia del Santo Rosario). Estos dos últimos frailes fueron nombrados como miembros delegados. Algunos de nosotros hacíamos parte de la Comisión precedente. Ahora, el Maestro de la Orden nos pide que colaboremos con él para promover la unidad de la Orden por medio de la vida litúrgica. Además de esta contribución más general, el Maestro de la Orden pide a la Comisión, en su carta de nombramiento, las siguientes tareas:       

Animar la vida litúrgica en la Orden. Acompañar el trabajo de traducción del Proprium Ordinis Praedicatorum. Informar a la Orden sobre la noticias oficiales importantes relacionadas con la liturgia. Ayudar a los responsables provinciales de la liturgia a conocer el patrimonio litúrgico con el que cuenta la Orden. Establecer contacto con los frailes y hermanas encargados(as) de la formación inicial y permanente en las provincias en lo referente a la vida litúrgica. Colaborar en la preparación del Jubileo de la Orden empleando textos significativos publicados por la Orden. Promover dentro de la Orden la investigación científica en el campo litúrgico.

Con esta orientación y retomando la edición de Infoclip (boletín creado por la Comisión precedente), hemos querido que este número estuviera dedicado a el que consideramos como el pilar principal de nuestra vida dominicana: la predicación. Evocando las palabras del Maestro de la Orden durante la última reunión de la Comisión: nuestras celebraciones son públicas en razón de la predicación y, por ello, exigen de la comunidad la alegría de la acogida. De este modo, en este primer número, publicamos cuatro artículos escritos por nuestros frailes, a quienes desde ya agradecemos por su colaboración.    

El primer artículo es la presentación hecha por Fray David Caron, O.P., D.Min., hijo de la Provincia San Martín de Porres (EEUU) y miembro de la CLIOP, que lleva como título: « ¡La alegría es una tarea interior que tiene implicaciones en el exterior!». El segundo artículo, de nuestro hermano Paul Philibert, O.P., teólogo y promotor de formación permanente de la Provincia San Martín de Porres (EEUU), titulado: «Predicar la alegría del Evangelio: reflexiones dominicanas en torno a Evangelii Gaudium». El tercer artículo, escrito por Fray Jorge Presmanes, O.P., D. Min., de la Provincia San Martín de Porres (E.E.U.U), cuyo título es: «La predicación como diálogo entre fe y cultura: una perspectiva hispano-americana». El cuarto artículo «Catequesis litúrgica y las artes: una respuesta pastoral a Evangelii Gaudium» de Sor Mary Frances Fleischaker, O.P., D. Min., de la Congregación de Hermanas Dominicas de Adrian (Michigan, E.E.U.U.).

Esperamos que la lectura de estos artículos nos ayuden a percibir de modo aún más profundo el sentido de nuestra predicación y que Santa María Magdalena, la primera predicadora, ayude a toda la familia dominicana a vivir y a predicar el evangelio de la gracia que Cristo nos confió. 1 Fr. José Filipe da Costa Rodrigues, O.P.

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¡El gozo es una tarea interior con implicaciones en el exterior! David G. Caron, O.P., D.Min. Provincia de St. Martin de Porres, E.E. U.U.

Introducción «Don’t worry...be happy!» Así reza el estribillo de una canción popular conocida en todo el mundo. «Aplaude si crees que la felicidad es la verdad», dice la letra de una de las últimas canciones de Pharrell Williams titulada «Happy». Con frecuencia, la cultura moderna utiliza incorrectamente las palabras «felicidad» y «gozo» como si fuesen sinónimos. Sin embargo, existe una diferencia entre el gozo y la felicidad que proviene de la fe que la realidad cultural actual no ha capturado. Un diccionario define felicidad como «estado de bienestar, una experiencia placentera o satisfactoria». La definición de la palabra «regocijarse», de la que deriva la palabra «gozo», es «sentir gran gusto, festejar o estar alegre». Dependiendo de la traducción, la Biblia utiliza las palabras «feliz» y «felicidad» cerca de 30 veces, mientras que «gozo» y «regocijarse» aparecen más de 300. Gozo procede de la raíz griega «chara» y significa «estar exultante». Santiago 1, 2 se refiere al gozo de la siguiente manera: «Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas». El gozo profundo y permanente al que se refiere Santiago se recibe con la ayuda de Dios a medida que la fe madura y se fortalece, y es el fruto de una auténtica conversión. La felicidad tiende a ser efímera y depende de factores externos como las personas y las circunstancias. El gozo es la satisfacción que proviene de factores internos, como la fe en el Señor. El auténtico gozo dura para siempre y no depende de las circunstancias. El gozo se basa en una relación con Jesucristo. ¿Acaso sorprende que tanto el documento Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II como la exhortación apostólica del Papa Francisco Evangelii Gaudium hagan referencia al gozo de conocer a Jesús y de hacer que se conozca su figura? Gaudium et Spes, a menudo denominada la Carta Magna del compromiso e implicación de la Iglesia en el mundo, resalta la necesidad de evangelizar, ya que invita a todos a interpretar los signos de los tiempos a la luz del evangelio. Para el Papa Francisco y la Iglesia, esto quiere decir la luz de Cristo. El resultado de dicho gozo, puesto en acción, es lo que el Concilio ha fijado como objetivo único de la Iglesia: el advenimiento del reino de Dios y la salvación de toda la humanidad. Gaudium et Spes lo describe de esta forma: «La Iglesia es sacramento universal de salvación». (GS 45) El Papa Francisco, en sus homilías diarias y en Evangelii Gaudium, se refiere a este gozo cuando habla de la Nueva Evangelización como un avance gozoso del Centro (Cristo) a llevar las buenas nuevas de Cristo a todos, especialmente a los más necesitados. Reafirmó esta llamada al gozo cuando dijo, en el Día Mundial de la Juventud en Río, «También vos, querido joven, querida joven, podés ser un testigo gozoso de su amor, un testigo entusiasta de su Evangelio para llevar un poco de luz a este mundo. Dejate buscar por Jesús, dejate amar por Jesús, es un amigo que no defrauda».

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INFO CLIOP - n° 13 ¿Extraña que escriba en el capítulo inicial de su Evangelii Gaudium: «El gozo del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace el gozo»? Es este encuentro gozoso lo que libera la imaginación. Nuestro Santo Padre Santo Domingo ha sido descrito a lo largo de los tiempos como un fraile gozoso. Para los miembros de la Orden de los Predicadores, pretendemos fomentar y ser partícipes de este mismo gozo a través del estudio en comunidad y el refuerzo de la liturgia, la catequesis litúrgica y la predicación. Buscamos ofrecer una alternativa al catecumenado del consumo, tan poderoso e influyente, de la cultura occidental, que afirma: «Don’t worry—be happy!». En otras palabras, la cultura asevera que la felicidad se encuentra en el «Don’t worry—be happy!: ¡Compra, posee y acumula!». En su lugar, invitamos, a otros y a nosotros mismos, a formar parte del gozo que envuelve y desvela el Misterio, que es Dios. Para nosotros, Cristo resucitado es el gozo de todo el deseo del hombre. Él es, para cada discípulo, el gozo del Evangelio. En el siguiente artículo académico, Paul Philibert, O.P., teólogo y Promotor de la Formación Permanente de la Provincia de San Martín de Porres, establece las distinciones entre la catequesis litúrgica, la predicación y Evangelii Gaudium, necesarias para la formación ministerial y la reflexión. A continuación, siguen dos artículos pastorales, encuadrados en el contexto estadounidense, pero con implicaciones universales. Jorge Presmanes, O.P., Director del Instituto de Teología y Ministerios Hispánicos/Latinos de la Barry University (Miami) escribe sobre la predicación como un diálogo entre la fe y la cultura que encuentra la liturgia como un lugar. Mary Fran Fleischaker, O.P., liturgista y profesora adjunta de teología, también de la Barry University, argumenta a partir de su experiencia docente que el objetivo de la catequesis litúrgica es ayudar a las personas a preparar, reflejar y vivir los misterios que celebran, concretamente a través del arte. El gozo de Cristo es el hilo que sostiene estos artículos y los impulsa en la dirección del Misterio inagotable que alabamos. Que todo aquel que lea estos artículos se quede con profundos conocimientos pastorales, tal como nos recuerdan las palabras de San Juan de la Cruz: «El alma de quien ama a Dios siempre nada en gozo».

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Predicando el gozo del Evangelio: reflexiones dominicanas sobre Evangelii Gaudium Fr. Paul Philibert, O.P., S.T.D. Provincia de St. Martin de Porres, E.E. U.U.

En la Fiesta de Cristo Rey de 2013, el Papa Francisco publicó su exhortación apostólica posterior al sínodo de los obispos sobre «la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristina» que se celebró en el Vaticano entre el 7 y el 28 de octubre de 2012. Normalmente las exhortaciones apostólicas se producen en el plazo de dos años desde la clausura del sínodo. Lo que llama la atención en este caso, no obstante, es que no fue escrita por el Papa que convocó el sínodo, el Papa Benedicto XVI, sino por su sucesor. Además, aunque Evangelii Gaudium es un reflejo de las preocupaciones e ideas de los obispos de todo el mundo que se trataron en el sínodo, tiene la finalidad más amplia de servir como declaración de principios del Papa Francisco sobre sus objetivos y esperanzas para la Iglesia. Se trata de un documento extenso, con un lenguaje pastoral muy fluido, lejos del estilo jurídico. Trata diversos temas, desde el carácter misionero de la Iglesia, las crisis a las que esta se enfrenta, la proclamación del Evangelio y la dimensión social de la evangelización. Incluye pasajes extraordinarios que ilustran las ideas del Papa Francisco sobre una Iglesia que es misionera en todas sus partes, cuyos obispos locales deberían responsabilizarse por resolver problemas y proponer soluciones pastorales, una Iglesia que se preocupa por los pobres del mundo, y que tiene la misión de difundir la agradable y buena nueva de la misericordia de Dios. Algunas palabras claves aparecen una y otra vez a lo largo del documento: amor, gozo, los pobres, paz, justicia y el bien común. La preocupación del Papa por el bien común ha sido, quizá, la que más atención haya recibido de los medios de comunicación, puesto que es tajante al afirmar que la actual servidumbre de las economías del mundo al supuesto equilibrio de las fuerzas del mercado es una fuente de injusticia y grandes daños. Los problemas de los pobres solo pueden resolverse «renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad» (EG 202). Se esfuerza por revitalizar la idea del bien común a pesar de que el discurso político lo omite totalmente. Desde un punto de vista dominicano, no obstante, lo más destacable a mi juicio es su tratamiento extensivo de la predicación y, en concreto, de la homilía. El Papa Francisco tiene un sólido aprecio al poder de la palabra de Dios, una clara comprensión del contexto litúrgico de la predicación dominical, y una fuerte convicción de que la predicación eficaz proviene del estudio y la contemplación. Como veremos, concede una primacía psicológica y teológica al kerygma, él lo denomina «el primer anuncio», como presuposición y requisito para el resto de avances en la catequesis y la evangelización. En este caso, mi atención se centrará en la liturgia pastoral. Por tanto, estas reflexiones analizarán las enseñanzas del documento sobre el anuncio, la predicación y el contexto litúrgico en que se pronuncia la homilía. 4

INFO CLIOP - n° 13 Estableciendo el contexto Las líneas iniciales del Evangelii Gaudium invitan a la Iglesia a «una nueva etapa evangelizadora» marcada por el gozo del encuentro con Jesús (nº1). Francisco invita a los cristianos a «renovar [...] su encuentro personal» con Jesucristo, que requerirá abrir los corazones con franca sinceridad ante el Señor, buscando el perdón y la ayuda cuando la necesitemos, y recibiendo el impulso de una nueva vida al experimentar el amor de Jesús (nº3). Citando al Papa Benedicto, Francisco escribe: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (nº 7). Este encuentro está destinado a crecer hasta convertirse en una amistad que nos lleve más allá de nosotros mismos. «Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?» (nº 8). Trabar amistad con Jesús se encuentra en el núcleo de la evangelización. La predicación, que insta a las personas a creer en Jesús, puede revitalizarse «recupera[ndo] la frescura original del Evangelio», del que brotan nuevos caminos, una nueva creatividad y nuevas expresiones para afrontar las necesidades del presente. En este sentido, la evangelización siempre será «nueva» (nº 11). Esto requiere un profundo conocimiento tanto de Cristo como de sus palabras en las Escrituras. Asimismo, toda la actividad de la Iglesia debería organizarse en torno al paradigma de la salida misionera, pasando de «una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera», en otras palabras, del mantenimiento a la misión (nº 15). Uno de los subtemas que se repite durante la mayor parte del documento es la advertencia de no dejar que las preocupaciones administrativas restrinjan el papel esencial del ministerio de la palabra. Cuando llevamos a cabo la predicación «ordinaria» (como es la homilía dominical), no debemos olvidar que siempre implica una experiencia radical del Evangelio como su fuente y una llamada a la conversión como objetivo. Sin embargo, para numerosas personas de países cristianos, el lenguaje religioso se ha convertido en palabrería que han oído una y mil veces, por lo que el impacto en su forma de vivir es mínimo. A propósito de esto, Francisco escribe: «Una pastoral en clave misionera no se obsesiona por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas [...] [E]l anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario» (nº 35). Existe un «núcleo fundamental» que proclama el amor de Dios manifestado en Jesucristo. Tal como el Concilio Vaticano II nos enseñó [Unitatis Redintegratio 11], existe una jerarquía de verdades que varían en su relación con este núcleo fundamental (nº 36). Esto exige un sentido ajustado de la proporción en la predicación con respecto a la frecuencia y el énfasis dado a determinados temas. Sería desproporcionado hacer demasiado hincapié en la templanza y descuidar la caridad y la justicia. Se produce un desequilibrio similar «cuando se habla más de la ley que de la gracia, más de la Iglesia que de Jesucristo, más del Papa que de la Palabra de Dios» (nº 38). Por encima de todo, el Evangelio nos invita a responder al amor de Dios, a ver a Dios en los otros y a perseguir ayudar al prójimo en sus dificultades.

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INFO CLIOP - n° 13 Por debajo de esta exploración de la vida pastoral católica yace la convicción fundamental de que la Iglesia existe para evangelizar, y que la evangelización incluye a los otros en el gozo de conocer a Jesús a través de la predicación del Evangelio. Se trata de una misión compartida por todo el pueblo de Dios, cuya gran mayoría desconoce prácticamente su papel en la evangelización. Este «nuevo capítulo de evangelización» interpreta toda la vida y las actividades de la Iglesia como testigo del gozo de conocer a Cristo. Preguntas para la reflexión personal y grupal: 1. ¿Cuál es nuestro registro personal y como comunidad con respecto a «compartir el gozo del Evangelio» como labor fundamental de la predicación? ¿Prestamos más atención a articular las reglas morales o disciplinarias al pueblo de Dios en lugar de persuadirle sobre la gratificación del amor y la gracia de Dios? ¿Somos realmente conscientes de esta dimensión de nuestro ministerio? 2. ¿Nos centramos en compartir el discipulado —amistad con Cristo— como el principal objetivo de nuestra predicación? Desde nuestra experiencia personal, ¿cuáles son las mejores formas de hacerlo en la cultura en que vivimos? La proclamación del Evangelio El capítulo tercero de Evangelii Gaudium se divide en cuatro secciones: todo el pueblo de Dios anuncia el Evangelio, la homilía, la preparación de la predicación y la comprensión del kerygma. Cada una de ellas se refiere al anuncio explícito de que Jesús es el Señor. Citando al Papa Juan Pablo II, el Papa Francisco describe la evangelización como «predicación alegre, paciente y progresiva de la muerte y resurrección salvífica de Jesucristo» (nº 110). Todo el pueblo de Dios anuncia el Evangelio. El pueblo de Dios, asimismo, «se encarna en los pueblos de la Tierra», cada uno con su propia cultura. «La gracia [pre]supone la cultura, y el don de Dios se encarna en la cultura de quien lo recibe» (nº 115). Así es como la Iglesia expresa su catolicismo, introduciendo a los pueblos «con sus culturas en su misma comunidad». Esto quiere decir que todos los esfuerzos de la cultura occidental por satisfacer las necesidades de los pueblos no occidentales son pocos. El efecto completo de la encarnación de Cristo está incompleto hasta que se anuncia y arraiga en todas las lenguas, culturas y lugares del planeta. La evangelización se encuentra al servicio de la plenitud de la gracia de la encarnación. Asimismo, el Espíritu Santo santifica e impulsa a todos los fieles a la labor evangelizadora. Dios dota a la totalidad de los fieles de un instinto de la fe —el sensus fidei— que los ayuda a discernir cuál es el plan de Dios, otorgándoles cierta connaturalidad con las verdades divinas y una sabiduría que los orienta (nº 119). «La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados. [...] Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús» (nº 120). Nos encontramos de nuevo

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INFO CLIOP - n° 13 con la insistencia del Papa Francisco en el encuentro personal con Jesús y en el gozo contagioso que de él brota. Cada creyente cuenta con un don único como testigo para contribuir.1

Todos los fieles, incluidos los ministros de la Iglesia, también comparten el contexto de ser testigos de persona a persona en el transcurso de reuniones y conversaciones diarias. Esta «predicación informal», ya sea con desconocidos o con amigos, implica llevar el amor de Dios al prójimo en cualquier lugar o situación. Esto implica diálogo personal —conversación— e intercambio, de la forma que sea adecuada, del mensaje fundamental sobre cómo Dios nos ama haciéndose humano, viviendo con nosotros, y ofreciéndonos amistad y la salvación. La predicación del Evangelio debe ser expresada con categorías propias de la cultura donde es anunciado, y así se creará «una nueva síntesis con esa cultura» (nº 129). El Espíritu Santo también enriquece a toda la Iglesia con carismas. El Papa Francisco indica que el signo de la autenticidad de un carisma es su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del pueblo de Dios para el bien de todos. Aunque pueda resultar sorprendente, no aporta ejemplos de dichos carismas aquí, aunque no resulta difícil pensar en carismas de liderazgo de grupos, de dones artísticos y musicales, de servicio a la comunidad y, sobre todo en esta época, de desarrollo y utilización de nuevas formas de comunicación electrónica. El Espíritu Santo también reconcilia a las personas en su diversidad: «solo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad» (nº 131). De forma adicional, el anuncio del Evangelio a las distintas culturas también implica acercarse a los círculos profesionales, científicos y académicos. «El carisma de los teólogos y su esfuerzo por la investigación teológica, que promueve el diálogo con el mundo de las culturas y de las ciencias, es un servicio necesario para la misión salvífica de la Iglesia» (nº 133). Preguntas para la reflexión personal y grupal: 1. ¿Nuestra predicación aborda la misión apostólica del laicado con vistas a prepararlo para su papel evangelizador? ¿Le transmitimos a los laicos su importante papel como discípulos que también son «enviados» a la misión de predicar el Evangelio? 2. ¿Qué carismas podemos identificar entre los fieles a los que servimos? ¿Cómo pueden convertirse estos carismas en una fuente de nueva vida para la comunidad? ¿Qué carismas necesitamos nosotros mismos en cuanto ministros de la palabra y predicadores?

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Aunque aquí el Papa Francisco no aborda la predicación laica dentro de la liturgia, es obvio que en su opinión el laicado es un testigo crucial del poder de la palabra de Dios. Este hecho es importante para la formación del laicado dominicano en su vida apostólica. Las directrices del Papa en cuanto a las características de la predicación y sobre la preparación para ella son igualmente importantes para el laicado implicado en cualquier ministerio de la palabra. Esto representa un gran apoyo para el numeroso laicado que habitualmente imparte ministerio en liderazgo eclesiástico, en catequesis y en la predicación en diversos contextos.

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INFO CLIOP - n° 13 La homilía es la prueba de la capacidad del pastor para comunicarse con su pueblo. En la práctica, la homilía es a menudo una fuente de sufrimiento: para el laicado por la desilusión con lo que escuchan, y para los predicadores por el trabajo y la vulnerabilidad de espíritu que la predicación les exige. Sin embargo, la homilía es el lugar en que la mayoría de los fieles cristianos escuchan y terminan de comprender la palabra de Dios. Es la evangelización por excelencia. La proclamación de la palabra de Dios dentro de la liturgia, concretamente dentro de la Eucaristía, no es ni meditación ni catequesis. Forma parte de la acción dinámica de la liturgia como palabra que une al pueblo de Dios en obediencia de la fe, inaugurando un diálogo con él «en el cual son proclamadas las maravillas de la salvación y propuestas siempre de nuevo las exigencias de la alianza» (nº 137). Después el pueblo de Dios, sujeto activo de la celebración eucarística, puede responder de palabra y con sacrificio, alabando la gloria de Dios y ofreciéndose junto a Cristo su cabeza al Padre. Por tanto, la predicación litúrgica «se incorpora como parte de la ofrenda que se entrega al Padre y como mediación de la gracia que Cristo derrama en la celebración» (nº 138). Desde el punto de vista litúrgico esto quiere decir que la homilía no es un adorno que hace interesante el rito; es el rito. Esto también implica que la función de la homilía es expresar la palabra proclamada en esta Eucaristía concreta dentro del contexto, las necesidades y esperanzas que esta comunidad presente debe comprender. Aunque pueda parecer que esto dificulta sobremanera la homilía, de hecho la aclara. La homilía debe pasar a ser la palabra de Dios proclamada en nuestra situación. El objetivo de la homilía, en palabras del Papa Francisco, es orientar «a la asamblea, y también al predicador, a una comunión con Cristo en la Eucaristía que transforme la vida» (nº 138). Dicha predicación debería ser breve y evitar parecerse a una clase. El Espíritu Santo es un espíritu de amor que inspira al predicador para reconocer la fe y las necesidades pastorales del pueblo. «La prédica cristiana, por tanto, encuentra en el corazón cultural del pueblo una fuente de agua viva para saber lo que tiene que decir y para encontrar el modo de decirlo» (nº 139). Esto exige cierto riesgo y fe por parte del predicador. Ya que la liturgia es un diálogo entre el Señor y su pueblo, el predicador debe comunicar mediante su proximidad personal, la calidez de su voz, la sencillez de su discurso y el gozo de sus gestos el propio amor y la ternura del Señor (apartado 140). Por tanto, los predicadores deben ser conscientes de que hablan en nombre del Señor, de que propician un diálogo con el pueblo que, por su parte, se expresará con sus plegarias y respuestas y, sobre todo, en el acto de ofrecerse a ellos mismos. El Papa Francisco añade que el secreto de la predicación de Jesús «se esconde en esa mirada de Jesús hacia el pueblo, más allá de sus debilidades y caídas. [...] El Señor se complace de verdad en dialogar con su pueblo y al predicador le toca hacerle sentir este gusto del Señor a su gente». (nº 141). La homilía posee un carácter cuasi sacramental, porque transmite el propio mensaje del Señor de corazón a corazón. Los fieles deben acabar sabiendo que «toda palabra en la Escritura es primero don antes que exigencia» (nº 142). La prédica incultura la palabra de Dios logrando una síntesis entre la vida de la palabra y la cultura en la que se proclama. «La diferencia entre iluminar el lugar de síntesis e iluminar ideas sueltas es la misma que hay entre el aburrimiento y el ardor del corazón» (nº 143). 8

INFO CLIOP - n° 13 Cuando los fieles ven en la palabra de Dios un regalo que se les ofrece en sus propias circunstancias, sus corazones se conmueven y se llenan de amor. Durante la homilía, los fieles permanecen en silencio y permiten que Dios les hable. Quieren que «alguien haga de instrumento y exprese los sentimientos», de manera tal que después cada uno continúe su conversación con el Señor de mil maneras diferentes. Nuestra identidad cristiana se vive entre el abrazo bautismal que el Padre nos dio, y el abrazo misericordioso del Padre que nos espera en la gloria. «Hacer que nuestro pueblo se sienta como en medio de estos dos abrazos es la ardua pero hermosa tarea del que predica el Evangelio» (nº 144).

Preguntas para la reflexión personal y grupal: 1. ¿Entendemos totalmente que la homilía es una parte integral del rito de la Eucaristía? Es la culminación de la liturgia de la palabra, guiando a la asamblea de fieles hasta su profesión de la fe y al sacrificio renovado de su sacerdocio bautismal. ¿Tu pueblo entiende este papel de la predicación litúrgica? ¿La entendemos adecuadamente nosotros mismos? 2. ¿Comprendes lo que el Papa Francisco quiere decir con «diálogo» que se expresa en la predicación litúrgica? ¿Te ayuda esto a comprender por qué el objeto de la predicación litúrgica debe ser la palabra viva de Dios proclamada en la celebración para este día en particular? ¿Cómo podemos invitar a los fieles a continuar este diálogo en su participación litúrgica en la Eucaristía? 3. El Papa Francisco afirma que la predicación litúrgica tiene un carácter cuasi sacramental. Desde el punto de vista teológico y pastoral, ¿qué ideas te sugiere esta frase? La preparación para la homilía es tan importante que el Papa Francisco ofrece una explicación detallada de un método para preparar homilías. Enfatiza la necesidad de dedicar tiempo de calidad a la preparación, explicando que la confianza en la ayuda del Espíritu Santo implica ofrecerse, con todas nuestras capacidades «como instrumento [...] para que puedan ser utilizadas por Dios» (apartado 145). Esto presupone convocar al Espíritu Santo en la oración. El primer paso de la preparación es prestar toda la atención al texto bíblico que servirá de fundamento para nuestra predicación. Lo estudiamos detenidamente, con paciencia para conocer sus profundidades, y dejamos de lado cualquier preocupación mientras nos concentramos en la palabra de Dios con «actitud de humilde y asombrada veneración» (nº 146). La preparación para la predicación requiere detenerse con amor en la palabra de Dios, mientras oramos como Samuel: «Habla Señor, que tu siervo escucha» (1 Sam 3, 9). Al utilizar herramientas habituales de análisis literario, debemos estar seguros de que comprendemos el significado del texto, escrito con un lenguaje muy diferente del que usamos hoy en día. Nuestro objetivo principal es descubrir el mensaje que estructura y da unidad al texto. «Esto implica no solo reconocer una 9

INFO CLIOP - n° 13 idea, sino también el efecto que ese autor ha querido producir» (nº 147). También debemos relacionar el significado del texto con la enseñanza de toda la Biblia, puesto que el Espíritu Santo ha inspirado la Biblia en su conjunto. No podemos debilitar el acento propio del texto sobre el que basamos nuestra predicación. «Uno de los defectos de una predicación tediosa e ineficaz es precisamente no poder transmitir la fuerza propia del texto que se ha proclamado» (nº 148). El predicador debe estar muy familiarizado con la palabra de Dios, acercándose a esta con un corazón dócil y orante. Debemos recordar, asimismo, que, en palabras de Juan Pablo II, «la mayor o menor santidad del ministro influye realmente en el anuncio de la Palabra» (nº 149). Nuestra propia determinación en ser «oyentes» de la Palabra que predicamos resultará clara para el pueblo de Dios. En este momento, el Papa Francisco acude a las famosas palabras de Santo Tomás de Aquino que se han convertido en el lema de nuestra Orden, afirmando que la predicación consiste en la actividad de «comunicar a otros lo que uno ha contemplado» (S. Th. II-II, q. 188, art. 6). Dicho de otra forma, uno «primero tiene que aceptar ser herido por esa Palabra que herirá a los demás, porque es una Palabra viva y eficaz» (nº 150). Y en palabras que son emblemáticas para este nuevo Papa: «Lo indispensable es que el predicador tenga la seguridad de que Dios lo ama, de que Jesucristo lo ha salvado, de que su amor tiene siempre la última palabra» (nº 151). El Señor quiere usarnos como seres vivos, libres y creativos, que se dejan penetrar y convertir por su Palabra antes de transmitirla. Este pasaje de Evangelii Gaudium evoca claramente el carisma de la Orden de los Predicadores, con un acento especial que el Papa Francisco pone en el gozo de conocer contemplativamente al Señor y el gozo de compartir ese tesoro con otros. Esto implica una «lectura espiritual» o lectio divina de un texto. Esta debe comenzar con el sentido literal del texto, para asegurarnos de que no deformamos el texto según nuestros deseos o prejuicios. No obstante, a continuación debemos preguntarnos en presencia de Dios: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje?» (nº 153). Podríamos estar tentados de pensar en lo que el texto significa para otro sin aplicarlo a nuestra propia vida. Dios nos invita a los predicadores a crecer en la fe, y Dios siempre comprende nuestra situación. «[Dios] simplemente quiere que miremos con sinceridad la propia existencia y la presentemos sin mentiras ante sus ojos, que estemos dispuestos a seguir creciendo, y que le pidamos a Él lo que todavía no podemos lograr». (ibid.) La preparación para la predicación de esta forma es una llamada continua a la conversión que requiere la entrega de nuestras vidas a favor de la palabra viviente que se nos ha encomendado predicar. Además de ser un contemplativo de la palabra, el predicador debe ser «también un contemplativo del pueblo». Los predicadores deben ser capaces «de conectar el mensaje del texto bíblico con una situación humana» utilizando un lenguaje, signos y símbolos que el pueblo reconozca (nº 154). Con anterioridad el Papa Francisco se refirió a esto como a la inculturación de la palabra. Requiere de un «discernimiento evangélico» sobre cómo Dios llama a los creyentes en el contexto preciso de sus vidas. Por tanto, debemos evitar abordar preguntas que nadie está haciendo, y evitar tratar noticias o programas de televisión con el mero fin de despertar interés. Nuestra labor es invitar «a la conversión, a la adoración, a actitudes concretas de fraternidad y de servicio». Los predicadores están llamados a descubrir lo que los fieles realmente necesitan oír.

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INFO CLIOP - n° 13 Asimismo, debemos interesarnos por cómo predicamos. Debemos responder al amor de Dios valiéndonos de todos nuestros talentos y de nuestra creatividad. Es importante aprender a utilizar imágenes que puedan hacer que un mensaje parezca familiar y posible. Para que al pueblo le guste el mensaje, una buena homilía debería tener «una idea, un sentimiento, una imagen» (nº 157). «El mayor riesgo para un predicador es acostumbrarse a su propio lenguaje y pensar que todos los demás [...] lo comprenden espontáneamente» (nº 158). Debemos adaptarnos al lenguaje del pueblo, compartiendo sus vidas y prestándoles una gustosa atención. Debemos asegurarnos de que la homilía tiene «unidad temática, un orden claro y una conexión entre las frases», de manera que las personas pueden seguirla fácilmente. (ibid.) Una buena homilía también es positiva, sin señalar lo malo, pero destacando lo que podemos hacer mejor. La predicación positiva siempre ofrece esperanza. Y como colofón sobre la preparación, el Papa Francisco añade: «¡Qué bueno que sacerdotes, diáconos y laicos se reúnan periódicamente para encontrar juntos los recursos que hacen más atractiva la predicación!» (nº 159). Preguntas para la reflexión personal y grupal: 1. Santo Tomás de Aquino describió la vida dominica como una vida «mixta» de contemplación y acción, negándose a aceptar la dicotomía imperante en su tiempo entre estas dos formas de vida religiosa (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae II-II, q. 188, art. 6). ¿Ofrece esta exhortación del Papa Francisco una perspectiva acerca de nuestro carisma especial como dominicos? Hoy en día, resulta especialmente importante y clara esta «mezcla» cuando nos enfrentamos a la preparación para la predicación. No obstante, ¿cómo se extiende esta «mezcla» más allá del estudio y la preparación explícita del sermón a otras áreas de nuestra comunidad y vida pastoral? 2. Evangelii Gaudium hace hincapié en que el Espíritu Santo necesita que todos nuestros dones y talentos estén listos para inspirar con eficacia y guiarnos. ¿Puedes evaluar cuáles son los dones especiales que aportas a la predicación? ¿Hay alguna área en la que podrías ser más generoso al poner tus dones al servicio de la predicación? 3. ¿Tienes alguna forma de saber si las personas que habitualmente te escuchan predicar comprenden el lenguaje y el estilo de predicar que empleas? ¿Qué opciones tienes para conseguir de las personas una evaluación de tu predicación? El kerygma, o primer anuncio, es la base de la fe y la catequesis que le sigue. El kerygma es el centro de toda actividad evangelizadora y de todo intento de renovación eclesial. Debemos repetírnoslo una y otra vez: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte» (nº 164). Estas son las bases sobre las que descansa toda la formación cristiana. Tiene un carácter trinitario: «Es el fuego del 11

INFO CLIOP - n° 13 Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos revela y nos comunica la misericordia infinita del Padre» (ibid.) El papel central del kerygma requiere destacar lo que resulta más necesario hoy en día: El amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa. Que sea un anuncio que «no imponga la verdad y que apele a la libertad, que posea unas notas de gozo, estímulo, vitalidad, y una integralidad armoniosa que no reduzca la predicación a unas pocas doctrinas» (nº 165). Esto presupone que los evangelizadores serán accesibles, abiertos al diálogo, cálidos e imparciales. Este papel central del kerygma para despertar y sostener la fe fue uno de los grandes principios del Padre Pierre-André Liégé, O.P., quien elaboró para el Papa Pablo VI el borrador del documento que pasó a ser Evangelii Nuntiandi2. El kerygma es el momento de encuentro que desemboca en la fe en un Señor que es fuente de vida más allá de la muerte, de sentido más allá de lo absurdo y de amor en un mundo de traiciones. Construir estructuras doctrinales en cualquier cosa que no sea un kerygma sólido es construir sobre arena, puesto que no somos salvados por ideas, sino mediante nuestra relación con nuestro salvífico Señor. Por ello, el Papa Francisco afirma: «Nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más sabio que ese anuncio» (nº 165). Este es el mensaje central que debe oírse una y otra vez en cada etapa de la vida cristiana. En las últimas décadas también se ha desarrollado el proceso de iniciación mistagógico que estructura el ritual de iniciación cristiana de los adultos. Comprende la formación progresiva de toda la comunidad y hace hincapié, por encima de todo, en los signos litúrgicos de la iniciación cristiana. Las comunidades necesitan esta renovación mistagógica, que es una renovación de toda la comunidad, ya que acomete la iniciación de los recién llegados. Transforma el significado y la importancia de los ritos litúrgicos para todos (nº 166). A continuación, el Papa Francisco resalta el papel de la belleza «para llegar al corazón humano» y anima a valerse de las artes en la evangelización (nº 167). Explica la importancia del acompañamiento espiritual para llevar a otros más cerca de Dios (nn 169-173). Aquí destaca el arte de escuchar, describiéndolo como «la capacidad del corazón que hace posible la proximidad, sin la cual no existe un verdadero encuentro espiritual» (nº 171). Por último, toda evangelización se fundamenta en la palabra de Dios «escuchada, meditada, vivida, celebrada y testimoniada» (nº 174). La palabra de Dios debe pasar a ocupar un lugar más central en cualquier actividad eclesiástica. Esta familiaridad necesaria con la palabra de Dios exige a las diócesis, parroquias y asociaciones católicas proponer un estudio serio de la Biblia y promover su lectura orante por separado y en comunidad. «Acojamos el sublime tesoro de la Palabra revelada» (nº 175). De varias formas destacables, esta parte del Evangelii Gaudium es un reto para la Orden de los Predicadores de redescubrirse en la dinámica de la predicación como un acto contemplativo fructífero. Haciendo hincapié en el kerygma se insiste en la dinámica empírica de la llamada a la fe, una llamada que exige una profunda fe en el predicador. Apelar a la belleza y a las artes 2

El estudio más completo de la vida y obra de Liégé es Gérard Reynal, Pierre-André Liégé: Un itinéraire théologique au milieu du XXe siècle (París: Cerf, 2010).

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INFO CLIOP - n° 13 también nos recuerda la riqueza de nuestra tradición dominicana en las artes, ya sea Fra Angelico o Kim en Joong, Tomás de Aquino o André Gouzes. Incluso hoy en día existen obras maestras de testimonio artístico de la fe en todas las lenguas y culturas de la Orden. No hay duda de que nuestra misión y nuestro carisma son vitales para la vida futura de la Iglesia. Preguntas para la reflexión personal y grupal: 1) Père Liégé apuntó que la mayoría de los católicos de la era moderna fueron bautizados cuando eran niños, por lo que nunca estuvieron expuestos, como era el caso de los conversos de Pablo en Asia Menor, al «choque» del kerygma. Pablo expresó evocadoramente esta buena nueva que cambió su vida cuando escribió: «Lo que quiero es conocer a Cristo, y sentir en mí el poder de su resurrección, tomar parte en sus sufrimientos; configurarme con su muerte con la esperanza de alcanzar la resurrección de la muerte» (Fil 3, 10-11). ¿Entiendes por qué las doctrinas sin kerygma no pueden comunicar la experiencia de este misterio? ¿Cómo crees que se produce el «choque» del kerygma en la vida de tu comunidad? 2) El Papa Francisco resalta el cambio de corazón o la conversión en curso integrales para la autenticidad del crecimiento del predicador. ¿De qué forma supone un reto este acento como individuo y como comunidad? 3) ¿Dónde observas que las artes desempeñan un papel que otorga vida en la evangelización? ¿Hasta qué punto el propio acto de predicar es un arte que debemos aprender a ejecutar con mayor pericia y belleza? Observaciones finales En el último capítulo sobre «la dimensión social de la evangelización», el Papa Francisco comienza con estas palabras: «El kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del Evangelio está la vida en comunidad y el compromiso con los otros» (nº 177). Esto pone de relieve el papel central del kerygma en su visión pastoral. Además, a lo largo de toda esta parte, hace referencia a la carta encíclica del Papa Pablo VI Populorum Progressio (1967) y su insistencia en la «promoción integral de cada ser humano» (nº 182). Cabe recordar, en este punto, que el Papa encomendó al padre Louis-Joseph Lebret, O.P. la escritura de este documento. El Papa Pablo VI hace referencia a Lebret en el párrafo 14 de la encíclica. Numerosos pasajes de Populorum Progressio, al igual que de Evangelii Gaudium, resuenan inconfundiblemente con los temas que Lebret había elaborado a lo largo de los años en sus trabajos como economista y teólogo social3. Por último, me gustaría mencionar que existen fundamentos que se presuponen a la teología de esta exhortación apostólica que no son reconocidos por un gran número de clérigos y fieles, a pesar de ser centrales a la teología del Vaticano II. Entre ellos cabe destacar especialmente estas tres enseñanzas del Concilio: 3

Se puede consultar una breve biografía de Lebret en Thomas F. O’Meara y Paul Philibert, Scanning the Signs of the Times: French Dominicans in the Twentieth Century (Adelaide: ATF Theology, 2013), 59-78.

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INFO CLIOP - n° 13

1) La celebración de la liturgia de la Iglesia es trabajo de todo el cuerpo de Cristo: todos los fieles bautizados. El apartado 26 de Sacrosanctum Concilium afirma: «Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es "sacramento de unidad", es decir, pueblo santo [...] Por eso pertenecen a todo el cuerpo»4. El ministerio de la palabra nunca puede concebirse como un entretenimiento o diversión para los observadores de la acción litúrgica. Es el alimento y el compromiso de aquellos que son propiamente el sujeto activo del culto de Cristo a su Padre expresado en su cuerpo, la Iglesia. 2) El sacrificio de la Eucaristía es, con la claridad de las palabras de San Agustín, el sacrificio de la cabeza y los miembros del cuerpo de Cristo. Los fieles ofrecen sus vidas y a ellos mismos como sacrificio espiritual junto al cuerpo de Cristo, tal como explica el apartado 34 de Lumen Gentium5. 3) La Eucaristía como res et sacramentum, el pan y el vino consagrados, es un regalo inmenso, tal y como todos los fieles reconocen. Pero muy a menudo no comprenden que el res et sacramentum es el medio para crear «un cuerpo, un espíritu en Cristo». Santo Tomás denomina a esto el res tantum mediante el cual «comulgamos y nos unimos mutuamente» (Summa Theologiae III, q. 73, art. 4). La eucaristía, por tanto, refuerza la unidad del cuerpo místico intensificando la unión de los fieles con Cristo y la unión mutua de sus miembros. Este es el centro de la visión de la Iglesia de Santo Tomás6. A la luz de esto, podemos afirmar que se invita a los fieles no solo a participar en el rito de la Eucaristía, sino también a vivir vidas eucarísticas. El apartado 34 de Lumen Gentium expresa esta idea al decir: «De este modo, también los laicos, como adoradores que en todo lugar actúan santamente, consagran el mundo mismo a Dios». La teología del Papa Francisco, destinada a un pueblo de Dios apostólico que participa plenamente en la misión evangelizadora de la Iglesia, integra estos tres temas: un pueblo que celebra el misterio pascual de Cristo como miembros del cuerpo de Cristo, que ofrece su vida y su trabajo en solidaridad con el sacrificio voluntario de Cristo al Padre, y que viven la Eucaristía como motivo y forma de su discipulado cristiano. Todos estos temas son próximos al kerygma 4

El estudio clásico de la teología detrás de este texto es: Yves Congar, «The Ecclesia or Christian Community as a Whole Celebrates the Eucharist» en At the Heart of Christian Worship: Liturgical Essays of Yves Congar, trad. P. Philibert (Collegeville, MN: Liturgical Press, 2010), 15-67. [El título original en francés es «L' "Ecclesia" ou communauté chrétienne, sujet intégral de l'action liturgique» en Vatican II: La Liturgie après Vatican II—Unam Sanctam 66 (París: Cerf, 1967), 241-282.] 5 Véase Gilles Emery, O.P., «Le sacerdoce spirituel des fidèles chez saint Thomas d’Aquin», Revue Thomiste 99:1 (Ene.-Mar. 1999), 211-243. Así como Jean-Pierre Torrell, O.P., A Priestly People: Baptismal Priesthood and Priestly Ministry, trad. Peter Heinegg (Nueva York: Paulist, 2013). [El texto original en francés es Un people sacerdotal: sacerdoce baptismal et ministère sacerdotal (París: Cerf, 2011).] 6 Véase Gilles Emery, O.P., «The Ecclesial Fruit of the Eucharist in St. Thomas Aquinas», Nova et Vetera, Edición en inglés, 2:1 (2004), 43-60. [Disponible online en: doc.rero.ch/record/31423/files/Emery.Church.Eucharist.pdf.]

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INFO CLIOP - n° 13 fundamental, en la medida en que expresan la generosa gracia del amor de Cristo por todo aquel que se le acerca en fe, así como los efectos transformadores de los dones del Espíritu Santo que configuran el pueblo de Dios ante Cristo. Se trata de catequesis —catequesis importante— que podría ampliar nuestro entendimiento del mensaje sobre el ministerio de la palabra que el Papa Francisco nos ofrece en esta poderosa exhortación apostólica. Por el momento, baste con que el Papa Francisco nos haya llamado como miembros de la Orden de Predicadores a una conciencia renovada de nuestro carisma y de nuestra misión.

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INFO CLIOP - n° 13

La predicación como diálogo entre la fe y la cultura: una perspectiva hispano-estadounidense Jorge Presmanes, O.P., D.Min. Provincia de San Martín de Porres, E.E. U.U.

Jesús le dijo a María Magdalena: «No me retengas que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: «Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro». María Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor, y ha dicho esto » (Juan 20, 17-18). Con las palabras «He visto al Señor» y la posterior narración de María Magdalena de lo que el Cristo resucitado le había dicho se da inicio al ministerio predicador de la Iglesia. La declaración de que el Señor se había levantado de entre los muertos y se encontraba entre ellos dio a los estupefactos discípulos el vigor para perseverar con gozo en la escatológica misión que se les había conferido. Hoy en día, la predicación cristiana, nacida del gozo que se encuentra en presencia del Resucitado entre nosotros, continúa encarnando la esperanza que lleva a los discípulos a trabajar en nombre de la construcción de la Iglesia del Reino de Dios. En su exhortación apostólica, Evangelii Gaudium, el Papa Francisco insta a renovar esta misión e invita a los fieles a predicar la buena nueva del amor infinito de Dios, tal como se reveló en Cristo crucificado y resucitado1. Desde Mediator Dei (1947) a Sacrosanctum Concilium (1963), pasando por las ediciones de 1969 y 2000 de la Instrucción general del misal romano, la Iglesia ha hablado de las cuatro vertientes de la presencia de Cristo en la celebración de la Eucaristía, argumentando que Cristo está presente de forma sustancial y continua en las especies eucarísticas, en la persona del ministro, en la palabra de Dios que se proclama, y en el pueblo de Dios reunido para celebrar su fe. En las siguientes páginas exploraré la última de estas vertientes, la presencia de Cristo en el pueblo de Dios a través del prisma del ministerio de la predicación de la Iglesia. Comenzaré con la afirmación del Papa Francisco de que la predicación es un diálogo entre Dios y el pueblo de Dios. Sin embargo, este diálogo no se produce en el vacío, sino en el contexto de la cultura de una comunidad de fieles concreta. Lo que propongo aquí es que este diálogo vinculado a una cultura entre Dios y los seres humanos es el quid del proceso de inculturación. Concluiré esta breve reflexión con algunas ideas fruto del proceso de inculturación que ha enmarcado el trabajo de los ministros hispánicos y los miembros de la Academia de Teólogos Católicos Hispánicos de los Estados Unidos (Academy of Hispanic Catholic Theologians of the U.S., ACHTUS) que podrían ser de utilidad a los predicadores de la comunidad latina entre otros. La predicación como diálogo entre Dios y el pueblo de Dios En su exhortación apostólica, Francisco cita a Juan Pablo II en su Dies Domini para definir la predicación como un «diálogo entre Dios y su pueblo». A juicio de él, la homilía es un evento

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Evangelii Gaudium, nº 11

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INFO CLIOP - n° 13 que «supera a toda catequesis por ser el momento más alto del diálogo entre Dios y su pueblo»2. Para el Papa Francisco, la predicación es, ante todo, un lugar para que los fieles encuentren el amor de Dios. Este encuentro con el amor de Dios por parte de la persona «se convierte en feliz amistad» que pasa a ser catalizador de la conversión y le libera de «una conciencia aislada y de la autorreferencialidad». Como resultado del encuentro con el amor de Dios, los fieles se ven impulsados a compartir ese amor con otros. «Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida», afirma «¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?»3. No deberíamos olvidar el hecho de que el auténtico amor nunca es una abstracción, y, por tanto, en sus homilías los predicadores hacen que los oyentes sean conscientes de las manifestaciones concretas del amor de Dios reveladas en las Sagradas Escrituras, en la tradición de la Iglesia, y en la vida de la congregación. La mayoría de los predicadores han sido convenientemente formados para identificar las manifestaciones del amor de Dios en la Escritura y en la tradición, pero no tanto para hacerlo en la realidad viviente de la congregación. Para ser competentes en esto último, sería conveniente que los predicadores fuesen observadores de la experiencia humana, ya que es ahí donde encontrarán una fuente primaria para su predicación: la presencia del Señor resucitado4. Una predicación que medie un diálogo entre Dios y el pueblo de Dios y se muestre atenta a la revelación de Dios en la cultura sigue siendo relativamente inexistente en la formación que la mayoría de los predicadores reciben. En su lugar, lo que la mayoría han aprendido en el seminario es un método de adaptación que comienza con el texto de las Escrituras y su exégesis, y que, a su vez, se adapta a un mensaje fijo que se considera neutral desde el punto de vista cultural. En la adaptación hay poco espacio para el diálogo entre la cultura de los fieles y la tradición de la Iglesia. A diferencia del enfoque unidireccional de la adaptación, un modelo de predicación basado en el diálogo establece una correlación esencial entre fe y cultura. Quizá el mejor ejemplo de este modelo basado en el diálogo es la predicación de San Pablo a los Gentiles. Como resultado de su predicación del Evangelio, no solo numerosos de sus oyentes se convirtieron a la fe, sino que la Iglesia se convirtió a la cultura. Cambió un postulado fundamental de la fe: que la justificación ya no se encontraría exclusivamente en la obediencia a la Ley de Moisés, sino únicamente a través de la fe en Jesucristo. La predicación de Pablo a una cultura gentil modificó su interpretación fundamental de lo que significaba ser un seguidor de Jesucristo. Predicación e inculturación La inculturación es el término teológico que se refiere al diálogo entre «fe» y «cultura» en la misión evangelizadora de la Iglesia. Los estudios contemporáneos sobre el tema de la «cultura» han puesto el acento en una interpretación semiótica del término. En otras palabras, se centra en la atribución de significado de una sociedad a través del uso de símbolos y sistemas sociales. Por consiguiente, para comprender a una cultura debemos ser capaces de leer los patrones de significado encarnados en los símbolos y prácticas sociales de un grupo humano específico. En 2 3

EG, nº 137

EG, apartado 8.

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Véase: Mary Catherine Hilkert, Naming Grace: Preaching and the Sacramental Imagination (Nueva York: Continuum), 1997.

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INFO CLIOP - n° 13 el contexto de la misión evangelizadora de la Iglesia, la «cultura» es el portal a través del cual se puede comunicar el Evangelio, puesto que es a través de la cultura que se produce el diálogo entre Dios y el pueblo de Dios. La palabra «cultura» aparece aproximadamente 74 veces en Evangelii Gaudium. El diálogo con la cultura es fundamental para la evangelización porque determina cómo un grupo humano se entiende a sí mismo y al mundo que le rodea y cómo se expresa Dios a través de su práctica social y actividad simbólica. Asimismo, Gaudium et Spes nos recuerda que los seres humanos «no llega[n] a un nivel verdadero y plenamente humano si no es mediante la cultura» y que siempre que se trata de la vida humana «naturaleza y cultura se hall[a]n unidas estrechísimamente»5. Por lo tanto, la cultura es una realidad global que enmarca cada uno de los aspectos del conocimiento y la acción del ser humano6. «No existe sociedad humana ni ser humano», afirma Orlando Espín, «que pueda, ni siquiera soñar, la posibilidad de existir sin una cultura. Ese sueño en sí sería un ejercicio cultural, concretado precisamente a través de la cultura del soñador»7. Resulta pertinente señalar dos puntos finales con relación a la cultura en cuanto está incluida en la misión predicadora de la Iglesia. El primero, que cada cultura es única. No existen dos culturas que sean idénticas porque cada una de ellas está moldeada por la singularidad del clima, la historia, la geografía, las prácticas sociales, la estructura simbólica y los marcadores culturales resultado de la aculturación. Por tanto, aunque la cultura es una realidad universal, siempre se manifiesta en la particularidad de una sociedad específica en un momento específico de la historia. El segundo, que la cultura es una realidad dinámica. Por consiguiente, cambia constantemente a causa de los procesos naturales de aculturación, movimiento histórico, cambios en los patrones climáticos, avances tecnológicos, procesos evolutivos y una infinidad de otros factores. Puesto que la realidad es una realidad dinámica, la práctica evangelizadora de la Iglesia también debe cambiar y evolucionar si pretende seguir siendo relevante para la cultura en la que subsiste. Genéricamente, la fe puede entenderse como una relación entre Dios y la humanidad en la que Dios inicia la relación. Es Dios quien nos comunica su amor incondicional por nosotros y nos invita, a su vez, a amar a las criaturas de Dios. Esencialmente, se trata de una invitación del Padre a levantar el reino del amor, la paz y la justicia en Jesucristo a través del poder del Espíritu Santo. Para los fieles cristianos la mayoría de las veces esta invitación se media mediante las palabras y los actos de los predicadores y evangelizadores en un momento y cultura particulares. Ya que la cultura es la lente esencial a través de la cual el ser humano interpreta el entendimiento, la fe debe comunicarse a través de la cultura específica de un pueblo para que sepan que Dios les ama y están llamados a pasar ese amor en la fe. El mensaje del amor liberador de Dios por las personas está dirigido a toda la humanidad, pero solo puede ser escuchado y entendido cuando se envuelve con los patrones de significado de un grupo humano específico en

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Gaudium et Spes, nº 53. EG, apartado 115. 7 Orlando Espín, «Grace and Humanness: A Hispanic Perspective», Journal of Hispanic/Latino Studies 2 (1994), 134. 6

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INFO CLIOP - n° 13 un momento específico de la historia. En otras palabras, la fe únicamente se concreta en lo particular; los universales solo se fijan a partir de lo particular8. Pero la fe necesita que la persona responda afirmativamente a la llamada de Dios a amar a Dios y al prójimo. Por lo tanto, no solo la fe es proclamada a través de la cultura, sino que la respuesta humana a la llamada a la fe también está unida a la cultura, porque la fe siempre se manifiesta en lo concreto. La respuesta a la llamada de Dios no es esencialmente una cuestión privada; un simple «sí» a Dios articulado en el silencio del corazón del creyente. La respuesta afirmativa a la llamada de Dios al amor es un acto concreto y, por tanto, se produce en una cultura específica en el espacio y el tiempo. Por ejemplo, la fe que se expresa en los actos de amor de alimentar al hambriento, en atender las necesidades de un hijo, cuidar un pariente enfermo o en perdonar a un amigo son acciones concretas que se producen en el contexto de la interacción humana en la historia y, por consiguiente, en la cultura. Lo mismo sucede con la celebración ritual de la fe a través de la actividad simbólica y metafórica de la liturgia. Por último, la predicación en cuanto diálogo entre Dios y el pueblo de Dios debe estar enraizada en una teología de la revelación que contemple la cultura como espacio de autorrevelación de Dios. No es ninguna novedad para aquellos que creen en la encarnación, en la Biblia, en la presencia de Cristo en la Iglesia a lo largo de la historia, y en la presencia cuádruple de Cristo en la liturgia. A través de una teología de la revelación el predicador preside un diálogo entre la fe y la cultura consciente de que ambos son espacio de autorrevelación de Dios. Por tanto, la predicación como inculturación es una correlación esencial entre fe y cultura. En consecuencia, la Iglesia, en su esfuerzo evangelizador, insta a la cultura a convertirse, pero también debe estar abierta a ser convertida por la cultura a través de la cual se produce el encuentro con Cristo resucitado a través de la obra del Espíritu.

Inculturación y catolicismo hispano-estadounidense Como hemos demostrado, la inculturación solo puede entenderse en lo concreto. Para ello, paso a abordar el punto de vista de la experiencia hispano-estadounidense. Ha habido presencia hispánica en lo que hoy son los Estados Unidos desde 1513. En 1565 se fundó el primer municipio hispano en lo que hoy es St. Augustine, Florida. Al oeste, los hispanos ya se habían asentado en partes de Nuevo México en 1598. Hoy en día hay 53 millones de hispanos en la nación, lo que convierte a los Estados Unidos en el segundo país hispano más grande del mundo después de México. Hay más hispanos en los Estados Unidos que en España, Argentina, Colombia o cualquier otro país de habla hispana9. La mayoría de los hispanos de los Estados Unidos son de ascendencia mexicana (65 %), seguida de Puerto Rico (9,4 %), El Salvador (3,8 %), Cuba (3,6 %) y la República Dominicana (3 %). Aunque la población hispana de los Estados Unidos es más pobre y con un nivel de escolarización inferior a la media nacional, los latinos están bien representados a lo largo y ancho del escenario socioeconómico de la república. Hay familias latinas que llevan en el país desde el siglo XVI y otras que hace poco que llegaron. Algunas hablan español como primera lengua, 8 9

Yves Congar, «Christianity as Faith and Culture», East Asian Pastoral Review 18, n.º 4 (1981): 304. Censo de los Estados Unidos, 2013.

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INFO CLIOP - n° 13 otras mezclan español e inglés, y algunas no hablan nada de español. Como reflejan estas estadísticas, la comunidad hispana de los Estados Unidos no es un grupo homogéneo. La diversidad en el seno de la comunidad hispana ha dado lugar a una reflexión sistemática sobre el tema de la inculturación en el contexto de esta comunidad tan diversa por parte de agentes pastorales y teólogos por igual. Aunque las teologías hispano-estadounidenses y las prácticas pastorales han incluido numerosos aspectos diferentes de la cultura hispana, existen cuatro marcadores que han sido recurrentemente abordados por los ministros hispanos y los estudiosos de la teología. En primer lugar, en las culturas occidentales «liberales y modernas» la antropología prevalente es aquella en que la persona es una entidad individual, autónoma e independiente. Las culturas hispánicas tienden a rechazar esta forma individualista de entender el ser humano. En su lugar, la antropología operativa para numerosos hispanos es aquella en la que cada uno está definido por su red de relaciones. El «individuo liberal y moderno» de Occidente sí otorga valor a las relaciones y a la comunidad, pero no lo considera esencial para el desarrollo de la persona. Por el contrario, los hispanos suelen ver las relaciones y el sentimiento de pertenencia a una comunidad como un vínculo inseparable a sus identidades, e intrínsecamente esencial para el crecimiento humano10. En segundo lugar, puede decirse que la experiencia hispana es, para bien o para mal, una experiencia de «otredad». La noción está asentada en el hecho de que los hispanos de ascendencia latinoamericana comparten la experiencia del mestizaje, es decir, de la mezcla genética o cultural, entre españoles y amerindios, o españoles y africanos, que hace que no sean ni españoles, ni amerindios ni africanos. Esto mismo puede decirse del mestizaje fruto de la experiencia hispanoamericana11. En tercer lugar, nuestros correligionarios hispanos en los Estados Unidos han abrazado una eclesiología de comunión en la fe y en la misión, y en el compromiso de participar plenamente en la vida y el ministerio de la Iglesia12. De esta eclesiología fluye una teología del ministerio enraizada en el sacerdocio de los fieles. El énfasis concedido a la responsabilidad bautismal del ministerio entre los católicos hispano-estadounidenses ha dejado de ser necesario parcialmente. Por ejemplo, existen aproximadamente 34.000.000 de católicos hispanos (entre el 45 y el 50 % de la Iglesia en los Estados Unidos), aunque apenas el 7,45 % de los sacerdotes son hispanos (aproximadamente 3.000)13 y el porcentaje de religiosos hispanos es inferior al 5 %. Para numerosos católicos hispanos, el «consuelo» de estar escasamente atendidos por el clero y los religiosos es que han abrazado su llamada bautismal al ministerio. Al día de hoy, en la comunidad latina la tradición de la fe la llevan principalmente ministros laicos que ejercen su sacerdocio bautismal con entusiasmo14. Por último, y quizá de forma más significativa para la 10

Véase: Robert Goizueta, Caminemos Con Jesús: Toward a Hispanic/Latino Theology of Accompaniment (Maryknoll, Nueva York: Orbis Books, 1995). 11 Véase: Virgilio P. Elizondo, The Future Is Mestizo: Life Where Cultures Meet, Rev. ed. (Boulder, Colo.: University Press of Colorado, 2000). 12 Véase: Encuentro & Mission: A Renewed Pastoral Framework for Hispanic Ministry (Washington, DC: United States Conference of Catholic Bishops, 2002), § 33-36. 13 Véase: United States Conference of Catholic Bishops, «Hispanic Ministry at a Glance» en www.usccb.org, (15 de mayo de 2014). 14 Véase: Paul Phillibert, The Priesthood of the Faithful: Key to a Living Church (Collegeville: Liturgical Press, 2005).

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INFO CLIOP - n° 13 teología de la predicación aquí contemplada, es que los hispanos suelen compartir una imaginación sacramental que ve la presencia de Dios en la realidad creada y en los objetos y acontecimientos comunes y ordinarios del día a día. Esta imaginación sacramental se revela a menudo en la religiosidad popular y sus expresiones en rituales, en las devociones a María y a los santos, y el significado otorgado a sus imágenes, en altares caseros y similares15. Como ya se refirió anteriormente, la preparación de la homilía de un predicador es un ejercicio de inculturación en que el homilista establece un diálogo entre la tradición de la fe y la cultura de la congregación. Cuando se predica en la comunidad latina, el predicador se vale de los marcadores culturales esbozados anteriormente: una antropología relacional que hace hincapié en la familia y la comunidad, la experiencia hispana del mestizaje y la experiencia de sentirse desubicado que marca la vida de numerosos latinos, una eclesiología de comunión y participación que respeta el sacerdocio de los fieles, y una rica imaginación sacramental enraizada en la creencia de la presencia inmanente de Dios en el mundo. Esto último es, quizá, lo más importante para predicar en cuanto inculturación, puesto que sin imaginación sacramental el proceso de inculturación se subvierte. La predicación inculturada hace de la preparación de la homilía una búsqueda de la presencia de Dios en nuestro mundo que, en palabras del Papa Francisco, requiere una «sensibilidad espiritual para leer en los acontecimientos el mensaje de Dios». Cuando nos enfrentamos a la preparación de la homilía de esta forma esta «se convierte en un ejercicio de discernimiento evangélico, donde se intenta reconocer —a la luz del Espíritu— una llamada que Dios hace oír en una situación histórica determinada»16. A lo largo de los años, he buscado y experimentado diversos estilos homiléticos y teologías de predicación que se identificaban con mi propia forma de predicar, pero aún no he encontrado ninguna que supere lo que hizo María Magdalena el día de la resurrección. En su narración del encuentro con el Señor, se revela una teología de la predicación fundamental: predicar es desvelar y señalar la presencia de Cristo en las Escrituras, la tradición de la Iglesia y en la cultura de la congregación. Y aun así, esta tarea es inalcanzable a menos que el predicador se entregue realmente al proceso de inculturación.

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Véase: Orlando O. Espín, The Faith of the People: Theological Reflections on Popular Catholicism, (Maryknoll: Orbis Press, 1997). 16

EG, nº 154. 21

INFO CLIOP - n° 13

«Catequesis litúrgica y las artes: una respuesta pastoral a Evangelii Gaudium» Mary Frances Fleischaker, O.P., D.Min. Hermanas Dominicas de Adrian, Michigan, EE. UU.

«Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida [...] eso os anunciamos» (I Juan 1, 1)

Los encuentros con el Cristo viviente siempre son encarnacionales, ya sea en el siglo I o en el siglo XXI. Se trata de experiencias de la persona en su totalidad, mediadas a través de la palabra escrita y hablada, las relaciones humanas, la creación, la liturgia y la belleza en todas sus formas, y nunca pueden reducirse a ideas abstractas, independientemente de lo esclarecedoras que sean. Todo esto lo sabemos como dominicos que formamos una «comunidad evangelizadora» junto a toda la Iglesia, encontrando y contemplando el Verbo eterno de Dios y compartiendo el fruto de nuestro estudio y nuestras plegarias en diversos ministerios y estilos de vida. Y, por tanto, la exhortación apostólica del Papa Francisco, Evangelii Gaudium (EG), resuena profundamente en nuestras mentes y corazones. El «gozo del Evangelio» es algo que todos hemos experimentado y que estamos deseosos de compartir. Mi respuesta a este inspirador documento está influida por quien soy como dominica, ministra pastoral y educadora. A efectos de este ensayo, me centraré en las partes del EG que sirven como trampolín para reflexionar sobre la catequesis litúrgica y las artes. Espero que el lector encuentre aquí alguna cosa de interés y valor para estimular sus propias ideas y estudio.

Primera parte: liturgia y participación contemplativa «La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo» (EG 24). Con esta escueta declaración, el Papa Francisco declara su convicción acerca de la relación integral entre nuestra misión como Iglesia y nuestro culto en comunidad. Nos recuerda que a través de la participación en la liturgia recordamos y expresamos nuestra identidad como discípulos y evangelizadores del Evangelio, y somos fortalecidos para vivir en consecuencia. En este aspecto, repite la visión de Sacrosanctum Concilium (SC), que indica que la liturgia «es la fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano» (SC 14). Esta noble afirmación se materializa cuando los creyentes se introducen y se dejan tocar por la gracia transformadora de Dios revelado en Cristo y presente en la liturgia mediante «signos sensibles [que] significan» (SC 7). Sabemos que la liturgia invita y logra nuestra participación interna y externa de muchas formas y a diferentes niveles, tanto verbal como no verbalmente. Entre estas se encuentran los lenguajes simbólicos del espacio, el tiempo, la visión, la palabra y el sonido, posturas y gestos encarnados, el gusto y el olfato. Juntos y por separado abren potenciales vías para el encuentro sacramental con Cristo a través de la acción del Espíritu Santo. En concreto, la atracción de la belleza, expresada

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INFO CLIOP - n° 13 mediante formas artísticas multisensoriales al servicio de la liturgia, tiene la capacidad de captar el espíritu humano y nos hace más receptivos a la presencia divina entre nosotros. Nada de esto se produce automáticamente o sin nuestra cooperación y participación personal voluntarias. Pero con ellas, los miembros de una congregación reunida desarrollan gradualmente su capacidad para reconocer la dimensión oculta del misterio sagrado que celebran a través de las formas sacramentales. El encuentro y la respuesta a la presencia de Cristo en el ministro que preside, las especies eucarísticas, la Palabra, y la Iglesia orante dependen de la conciencia de esta presencia cuádruple, una sensibilidad propiciada por las artes litúrgicas y por la predicación. Más de un escritor ha identificado la cualidad de la participación litúrgica auténtica como «contemplativa», no en un sentido restrictivo o excluyente, sino más bien como el maduro florecimiento de la gracia disponible para todos los creyentes. Ser más perceptivo a la acción salvífica de Dios dentro de la liturgia a menudo abre el camino para una percepción más profunda de la presencia divina también en los acontecimientos ordinarios de la vida. Mary Collins, O.S.B., afirma lo siguiente: «Los contemplativos son receptivos a la presencia. Están presentes en el misterio en el que se vive toda vida. Están alertas y esperan a que lo sagrado se manifieste dentro de lo mundano. Ven trazos de la gracia divina incluso en los fragmentos del quebrantamiento humano y lo absurdo»1. Collins conecta el cultivo de dicha alerta dentro de la vida y de la participación litúrgica. De manera similar, Kathleen Hughes, R.S.C.J., sugiere que podría ser apropiado llamar a la liturgia «contemplación en común», ya que es ahí donde se nos invita a desarrollar una sensibilidad hacia la presencia divina expresada de múltiples formas, incluso en los rostros de aquellos con los que nos reunimos2. Un componente indispensable de dicho desarrollo o formación es la reflexión habitual sobre el significado de nuestra experiencia litúrgica, puesto que la liturgia expresa el significado no de forma explicativa o didáctica, sino metafórica y evocadora3. Este significado anida dentro de acciones simbólicas, así como en palabras, y se dirige a la totalidad de lo que somos: emoción e imaginación, memoria y razón, cuerpo y mente.

Segunda parte: catequesis litúrgica y mistagogía «Toda formación cristiana es ante todo la profundización del kerygma que se va haciendo carne cada vez más y mejor, que nunca deja de iluminar la tarea catequística, y que permite comprender adecuadamente el sentido de cualquier tema que se desarrolle en la catequesis» (EG 165). Para el Papa Francisco, la Iglesia es «ante todo» un pueblo que peregrina hacia Dios en un viaje en comunidad de conversión, crecimiento y transformación, siempre necesitando profundizar en el corazón del Evangelio mediante catequesis y formación continuas. Insiste en que este proceso no es esencialmente cuestión de instrucción doctrinal, sino de crecimiento en Cristo y que la educación y la catequesis están al servicio de este crecimiento (EG 163). Lo mismo podría decirse del poder formador de la liturgia que, con el tiempo, da forma dentro de los creyentes participantes al espíritu del discipulado cristiano4. La conexión entre la liturgia y la catequesis se reconoce en el Catecismo de la Iglesia Católica: «La catequesis litúrgica pretende introducir en el Misterio de Cristo

1

Mary Collins, Contemplative Participation (Collegeville, Minnesota: Liturgical Press, 1990), p. 82. El subrayado es mío. 2 Kathleen Hughes, Saying Amen: A Mystagogy of Sacrament (Chicago: Liturgy Training Publications, 1999), p. 24. 3 Gilbert Ostdiek, «Liturgical Catechesis» en The New Dictionary of Sacramental Worship, p. 171. 4 Véase Gilbert Ostdiek, «Liturgy as Catechesis for Life», en Liturgical Ministry 7 (primavera, 1998) 76-82.

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INFO CLIOP - n° 13 procediendo de lo visible a lo invisible, del signo a lo significado, de los sacramentos a los misterios»5. La liturgia, la catequesis y el kerygma estuvieron íntimamente unidos en la Iglesia primitiva y en un momento formaron un ciclo integral de la práctica pastoral6. A lo largo de la historia del Cristianismo, no obstante, múltiples factores contribuyeron a que esta relación se debilitase. Alcanzado el siglo XIX, la catequesis ya se había separado del culto, reducida esencialmente a un formato de preguntas y respuestas asociado principalmente a los niños. A lo largo de la mayor parte del siglo XX progresaron importantes movimientos de renovación tanto en la catequesis como en la liturgia por vías paralelas pero separadas. En 1972, el Ritual renovado de Iniciación Cristiana de Adultos volvió a introducir de nuevo una relación más asentada en el diálogo entre la catequesis y la liturgia. En concreto, el renacimiento de la mistagogia, un proceso de reflexión e interpretación teológica que se produce durante los cincuenta días de la Pascua, abrió nuevas posibilidades para la catequesis litúrgica incluso más allá del propio Ritual. El Papa Francisco hace referencia en el número 166 a la mistagogia como periodo discreto de catequesis posbautismal: «[la iniciación mistagógica] ... es la necesaria progresividad de la experiencia formativa donde interviene toda la comunidad y una renovada valoración de los signos litúrgicos de la iniciación cristiana». La mistagogia, entendida en un sentido más amplio como un método de catequesis litúrgica, es un proceso reflexivo que puede darse en cualquier momento 7. De hecho, la propia liturgia es inherentemente mistagógica. Para Kathleen Hughes, el acontecimiento litúrgico, cuando se celebra de forma intencionada tomando seriamente el poder del discurso metafórico y la acción simbólica para facilitar el encuentro con el misterio de Dios, es una «mistagogia de primer nivel» o mystagogia prima si se prefiere8. La totalidad de la vida y experiencia sacramental de una comunidad de fieles es un asunto idóneo para la reflexión mistagógica. Hughes esboza una progresión gradual y orgánica de la participación litúrgica y la sensibilidad a la reflexión sobre la experiencia, a la abertura y recepción del significado, a la trasformación de la vida9. Un poderoso ejemplo de reflexión mistagógica temprana, conocido por muchos de nosotros, es parte del sermón de San Agustín sobre la Eucaristía: «Por consiguiente, si vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo, sobre la mesa del Señor está el misterio que sois vosotros mismos y recibís el misterio que sois. A lo que sois respondéis con el amén, y vuestra respuesta es vuestra rúbrica»10. Su entendimiento es intemporal y continúa abriendo nuestros ojos al significado más profundo de acciones litúrgicas y respuestas familiares. La participación total, activa y consciente en la liturgia tiene que ver con la participación atenta, no con un mero formalismo. El poder evocador de las artes cumple un papel ministerial insustituible a la hora de animar a este tipo de participación. Medios artísticos como la música, la iconografía, los textos poéticos y la arquitectura son, por tanto, fuentes de valor incalculable para la reflexión mistagógica y la catequesis litúrgica. El Papa Francisco da a entender esta conexión en la forma en que trata el «camino de la belleza».

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Catechism of the Catholic Church (Nueva York: William H. Sadlier, 1994, §1075. Ostdiek, NDSW. 7 «Mistagogia» procede del griego y significa «interpretación del misterio« o la «enseñanza del misterio». 8 Su observación se basa en el argumento de sobra conocido de que la liturgia es theologia prima o teología de primer nivel, la expresión ejecutada más inmediata de quiénes somos y en qué creemos como Iglesia. 9 Hughes, pp. 25-28. 10 Agustín, Sermón 272. 6

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INFO CLIOP - n° 13

Tercera parte: el camino de la belleza «Es bueno que toda catequesis preste una especial atención al "camino de la belleza" (via pulchritudinis) [...] En esta línea, todas las expresiones de verdadera belleza pueden ser reconocidas como un sendero que ayuda a encontrarse con el Señor Jesús» (EG 167). El Papa Francisco desarrolla este tema de la belleza como cualidad inherente de la evangelización y discipulado cristianos en la sección titulada «Una catequesis kerygmática y mistagógica». La belleza, por supuesto, ha sido considerada tradicionalmente un atributo divino, al igual que la bondad y la verdad. No obstante, la referencia del Papa al «camino de la belleza», o via pulchritudinis, resalta específicamente un tema clave explorado por Benedicto XVI durante su pontificado y articulado oficialmente con ocasión de la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio de la Cultura en 2006. Un breve resumen de este documento resulta revelador y pertinente para nuestra discusión. El documento, «Via Pulchritudinis, camino de evangelización y de diálogo», propone con elocuencia una respuesta eclesial creativa a los signos y desafíos de nuestro tiempo. El Papa Benedicto XVI traza tres itinerarios de la belleza: el primero, la belleza de la creación; el segundo, la belleza de las artes; y el tercero, la belleza de Cristo, concretamente de la forma en que se encuentra en la belleza de la liturgia. Como cabía esperar, se presta una especial atención a los fundamentos filosóficos de cada tema. No obstante, las tres vías también incluyen propuestas pastorales concretas para la utilización del arte sacro inspirado por la fe cristiana en la catequesis y formación cristiana, especialmente aquella que forma parte de la ilustre herencia artística de la Iglesia. También se menciona la «Carta a los artistas» de Juan Pablo II (1999) que pretendía reavivar la dinámica relación existente entre los artistas y la Iglesia a lo largo de los tiempos. Es claramente obvio que el Papa Francisco tenía toda la intención de afirmar y basarse en las iniciativas de sus dos predecesores en relación con la Via Pulchritudinis. De esta forma, estimula el interés de los pastores, catequistas, artistas y muchos otros en investigar ambos documentos. Sin duda, nosotros nos encontramos entre ellos. Hace tiempo que los dominicos entendemos la expresión artística como una forma convincente de predicar el Evangelio. Nuestra tradición incluye tanto a artistas como a mecenas que reconocieron el poder revelador de la expresión artística. Los frescos de Fra Angelico en San Marcos y los textos poéticos de Santo Tomás de Aquino para la Fiesta del Corpus Christi nos vienen fácilmente a la cabeza como ejemplo de obras de arte numinosas inspiradas por el encuentro contemplativo con Cristo en la liturgia. En la imagen y en el texto poético nuestros hermanos interpretaron artísticamente el misterio que celebraron litúrgicamente. Así, siguen abriendo las puertas de la imaginación y percepción espiritual para innumerables creyentes y no creyentes por igual. Sin embargo, nuestra comprensión de su obra, junto con multitud de otras obras de belleza artística inspiradas por la fe cristiana, se produce de forma ciertamente separada de su contexto histórico original. Las observamos y apreciamos a través de unas lentes contemporáneas. Siendo así las cosas, ¿cómo podemos mejorar el entendimiento del poder de las artes para funcionar como vías hacia el encuentro divino y vehículos de reflexión mistagógica y catequesis en nuestro tiempo? A continuación se resumen dos perspectivas a considerar. La primera es la del teólogo David Tracy. La segunda procede del trabajo de la estudiosa de la liturgia Janet Walton.

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INFO CLIOP - n° 13 Tracy sugiere que existe un diálogo constante entre las personas y los medios artísticos que se encuentra en el centro de la comprensión de su poder formador y transformador. Este proceso es una suerte de «juego» que implica dejar de lado las formas habituales de control y autoconciencia que forman parte del día a día. Tracy afirma: «En nuestra experiencia real de la obra de arte, nos adentramos en los movimientos del vaivén de la obra: de su descubrimiento y relevación a un reconocimiento percibido de lo esencial detrás de lo cotidiano; de su carácter oculto a un enraizamiento percibido; de su revelación y ocultación de la verdad a nuestras experiencias realizadas de verdad transformadora, a la vez ocultando y revelando»11. Participar en el juego de interacción con las artes implica cierta receptividad y dejarse llevar; una voluntad de cambiar. A continuación añade: «Al permitirnos experimentar el arte nos transformamos, por poco que sea, en el modo de ser de la obra de arte en que experimentamos el reto, a menudo el choque, de una realidad mayor que el yo cotidiano, una realidad del poder paradigmático de lo esencial que nos transforma»12. Las observaciones de Tracy se aplican igualmente bien a la interacción con las formas artísticas fuera y dentro del culto. Nos ofrecen un destello del proceso de participación al que somos atraídos por las percepta externas o modos sensoriales de expresión artística: visual, audible, espacial, quinestésico, etc. El análisis de Walton de la relación entre las artes y el culto en comunidad también ofrece implicaciones para la mistagogia. Nombra y describe varias cualidades comunes a todos los medios artísticos que les permiten ofrecer acceso a la dimensión trascendente del culto 13. De ellos, dos son las más relevantes ahora: significado y memoria. El significado desvelado por las artes se transmite de forma única en cada medio. Este significado no se puede expresar de otra forma ni traducirse a otra forma. El significado de una canción está en el acto de cantar; el significado de bailar, en el baile; el significado de la arquitectura en la experiencia del espacio. Estos significados no son lógicos ni lineales, sino no discursivos, intuitivos, significados encarnados abiertos a múltiples interpretaciones a múltiples niveles14. En este sentido, las formas artísticas tienen mucho en común con otras acciones simbólicas y expresiones integrales de la liturgia que pueden explorarse a través de la reflexión mistagógica y la catequesis. Memoria: Walton argumenta que las artes no solo mantienen viva la información sensorial asociada a las experiencias pasadas, sino también el espíritu encarnado en ellas. Esto es así para los recuerdos personales y comunitarios. Tales recuerdos a veces salen a la superficie de la sensibilidad consciente durante el culto litúrgico, pero a menudo están revueltos a niveles más profundos. Es por esto que resulta esencial prestar atención a los sentimientos y a los recuerdos para la recuperación de experiencias litúrgicas durante la reflexión mistagógica. Las formas artísticas que mantienen nuestra atención durante la liturgia también sirven como lugares para una reflexión posterior15.

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David Tracy, The Analogical Imagination (NuevaYork: Crossroad, 1991), p. 114 Ibid. 13 Janet Walton, Art and Worship: A Vital Connection (Wilmington: Michael Glazier, 1988), pp. 70-87. Su lista incluye, en concreto, significado, revelación, ilusión, emoción, sensibilidad, conversión, memoria y valores. 14 La filósofa Suzanne K. Langer distingue entre dos tipos de símbolos: símbolos proposicionales o discursivos relacionados con el pensamiento lógico, lineal o secuencial; y símbolos presentacionales o no discursivos, como la música, la poesía, la danza y las artes visuales y relacionados con los conocimientos intuitivos. Véase Feeling and Form: A Theory of Art (Nueva York: Charles Scribner’s Sons, 1953). 15 Dos escritores que han explorado el uso de música litúrgica como vehículos de la catequesis mistagógica son: Edward Foley «Musical Mystagogy: A Mystagogy of the Moment» en Finding Voice to Give God Praise (Collegeville: Liturgical Press, 1998) y Michael Driscoll, «Musical Mystagogy: Catechizing Through the Sacred Arts» en Music in Christian Worship (Collegeville: Liturgical Press, 2005). 12

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INFO CLIOP - n° 13 Conclusión Este ensayo pretendía explorar partes claves del Evangelii Gaudium, que presenten implicaciones para la catequesis litúrgica y las artes. Entre estas se incluyen los puntos de vista del Papa Francisco sobre la liturgia, la catequesis y el «camino de la belleza» destinados a hacernos pensar. A lo largo del mismo, también hemos reflexionado sobre la naturaleza encarnacional de los encuentros personales y en comunidad con Cristo, la dimensión contemplativa de la auténtica participación litúrgica, el valor de la mistagogia como forma de catequesis litúrgica, y el papel ministerial multisensorial de las artes tanto en la liturgia como en el proceso de reflexión mistagógica. Hemos recurrido a nuestra tradición dominicana de predicación mediante las artes, que continua desenvolviéndose hoy en día en nuestros hermanos y hermanas, pintores, escritores, músicos, compositores, bailarines, fotógrafos, iconógrafos, caligrafistas, realizadores de cine, videógrafos y arquitectos contemporáneos. A través de la belleza de su obra, innumerables hombres y mujeres recibirán una invitación a encontrar la belleza de Cristo, el Verbo encarnado. El gozo del Evangelio es algo a lo que todo el mundo está llamado a ver, oír, degustar, tocar y celebrar. La melodía, el color, la línea, la textura, el espacio y el movimiento pueden ser vehículos provocadores para expresar esta realidad intangible que la lengua común apenas puede comunicar. Aun así, sabemos que la más bella manifestación de la presencia de Cristo siempre será una comunidad resplandeciente de discípulos fieles, alimentados por el Verbo y el sacramento, y consciente de su misión de servicio a un mundo profundamente amado por Dios.

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