de los tests. Me esmero en no contestar correctamente a todo y mientras lucho por no ser perfecto la miro. La miro y la veo. A su lado, una chica

Martes. Las ocho. El despertador ha emitido tan solo dos pitidos. Lo he parado y me he girado para mirar la cara de Lola. Sigue dormida, con esa cara

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Buscando la felicidad? Una llamada a los no-musulmanes
¿Buscando la felicidad? Una llamada a los no-musulmanes. www.hablamosislam.com ¿Buscando la felicidad? Una llamada a los no-musulmanes. Por el Sheij

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Martes. Las ocho. El despertador ha emitido tan solo dos pitidos. Lo he parado y me he girado para mirar la cara de Lola. Sigue dormida, con esa cara de circunspección que la caracteriza, pero dormida. Me levanto. Veamos como está el baño. Mmm… No está mal. Orino mirando al techo, en el que descubro un par de telarañas pero sin bicho viviente. Lanzo los boxers a una esquina y me meto en la ducha. Llegamos ayer a media tarde al J.F.K. Cogimos un taxi hasta el Express, al lado del Madison Square Garden. Nos instalamos, cenamos pronto en el mismo hotel y nos fuimos a dormir. Llevábamos cerca de un año planeando este viaje. Bueno, este no, uno para perfeccionar nuestro inglés. Yo quería ir a Londres y Lola a… Bien, el resultado es obvio. El caso es que, Londres o Nueva York, el tema era salir fuera e ir a un país anglosajón. No lo hubiéramos podido preparar con poco tiempo porque de hecho ahora estamos bastante mal. Mientras me seco entra en el baño. Con los ojos medio cerrados y completamente legañosos esboza una mueca que pretende ser una sonrisa. - Buenos días – consigue decir. - Buenos días – respondo - ¿Qué tal has dormido? - Bien. Mmm… ¿Harás el examen a mi nivel? - Vaaale. Mi inglés es considerablemente mejor que el suyo y Lola ha estado toda la semana anterior y todo el viaje insistiendo para que hiciera la prueba de nivel a su altura y nos pusieran en la misma clase. Mientras preparo café en la cocina de la habitación ella acaba de vestirse. Lo tomamos en silencio y salimos. Andando, en menos de cinco minutos nos plantamos en el Zoni Language Center, donde vamos a anglicanizarnos. Nos presentamos y nos mandan al aula

de los tests. Me esmero en no contestar correctamente a todo y mientras lucho por no ser perfecto la miro. La miro y… la veo. A su lado, una chica menuda, vestida con un sencillo vestido azul cobalto oscuro y unas botas de fieltro del mismo color, de mirada triste y rasgos orientales. Es… japonesa, sí, seguro. Sé diferenciar a las japonesas de las chinas y las coreanas y las vietnamitas y… ¡Qué más da! Pero las japonesas me transmiten algo especial. Me gustan en general y lo que estoy viendo me está volviendo loco. Lola se gira me mira y sonríe. ¿Ahora quiere arreglar las cosas? Le correspondo pero sigo fijándome en su compañera de mesa. Su piel blanca hace juego con su media melena negra azabache. Rondando el metro cincuenta y cinco, sobre los cuarenta y cinco kilos de peso… ¿Qué puede tener? ¿Veinte? ¿Veintidós? Es preciosa, dulce y… triste, muy triste. Irradia una tristeza que va más allá de lo irracional; tal vez sea su manera de ser o la cara que ha de poner cuando hace un test, no sé, pero me entran ganas de levantarme de mi silla, ir para allá y abrazarla. El teacher correspondiente da por finalizada la prueba a la voz de Time! Dejo el lápiz sobre la mesa y echo un rápido vistazo a mi hoja. Creo que lo he hecho lo suficientemente mal como para que me pongan con Lola. Nos levantamos todos de nuestras sillas y, mientras nos comunican que, en un par de horas, podremos consultar las listas con nuestra ubicación, me aproximo a Lola para, obviamente, acercarme, también, a ella. Mi gozo en un pozo. Se va. Lola me retiene agarrándome del brazo. - Mira, este es Detlef, de Hamburgo. - Nice to meet you - le digo al alemán lanzándole la mano. - Igualmente – me contesta en un castellano más que correcto.

- Además de alemán, habla castellano y francés. ¿No es una pasada? - ¿Cómo es que no hablas inglés? – Me extraña que un alemán haya aprendido francés y, sobre todo, castellano, antes que inglés. - Mi madre es española, mi padre alemán y cuando tenía dos años, nos fuimos a Lyon a vivir. Ya sabes, motivos de trabajo. Ahora, hace cinco meses que hemos vuelto a Hamburgo. – Se pone serio – Mi padre está enfermo y ha querido volver a casa. - Vaya… Lo siento. Y, ¿Qué nivel tienes de inglés? - Es parecido al nuestro, por lo que me ha contado. – Lola parece excitada – Igual nos ponen juntos. - ¿Tomamos algo? – le pregunto al alemán. - O.K. Las doce. Salimos del Zoni en dirección al Madison Square Garden y nos metemos en un Starbucks. Allí hay otros estudiantes. La busco pero no la encuentro. Nos sentamos con nuestros cafés y empezamos a hablar. Lola parece muy animada con nuestro nuevo amigo. ¿Siento celos? Tal vez, pero está bien que se abra a nuevas posibilidades. Las dos. Empiezo a tener hambre. Propongo ir a comer algo. Detlef me secunda y a Lola no le queda otro remedio… Nos metemos en el Tracks Bar, en las galerías de Penn Station. El alemán y yo nos pedimos unas hamburguesas y Lola una ensalada con mozzarella. Mientras comemos charlamos poco. Cuando estamos a punto de acabar entra un grupo de estudiantes. Hay varias caras orientales pero no se ve nada cobalto oscuro. Volvemos al Zoni observando al gentío que se congrega en pleno centro de Manhattan. Cada uno absorto en sus pensamientos. Lola y yo vamos cogidos de la mano (la verdad es que no sé por qué) y Detlef va a su lado. Llegamos, miramos las listas y… ¡Bingo! Los tres juntos. Magnífico. Así Lola estará distraída con Detlef.

Busco el aula al que hemos sido asignados y cotejo los nombres. Vaya… Hay cinco o seis hispanos, dos francesas, una pareja de italianos, chico y chica, tres alemanes (contando a Detlef), uno que creo que podría ser húngaro y… ¡Hombre! Dos japonesas. Todo son conjeturas, claro, pero estoy seguro de que mucho, no me equivoco. Las clases empiezan mañana. Salimos con Detlef del edificio y decidimos callejear hacia el Downtown. Mientras vamos caminando sin rumbo fijo, voy recordando mi anterior viaje a Nueva York de hace diez años. Tenía dieciséis y fui con mis padres y Sara, mi hermana. Ella nos dejó hace tres. Se fue con aquel libanés de mirada franca y aire complacido. Se les veía felices. Las llamadas son cada vez más escasas pero los correos electrónicos entre ella y cualquiera de nosotros son realmente frecuentes. Hace ocho meses que ha sido mamá y nos bombardea constantemente con fotos de Hadi, su bebé. El recuerdo de Sara me hace esbozar una tímida sonrisa que pasa desapercibida entre Lola y su nuevo amigo alemán. Paseando se nos hacen las siete y media y propongo acercarnos a Chinatown (ya estamos muy cerca) y cenar algo en un restaurante que frecuenté con mi familia en Mott street. Detlef y Lola no habían estado antes en la gran manzana y acceden a que sea su cicerone. Durante la cena comentamos lo que podríamos hacer al día siguiente, por la tarde, después de la clase. Detlef se aloja en un YMCA, en la calle 42. Decidimos acompañarlo y luego nos vamos al Express. Nos acostamos cansados y sin muchas ganas de hablar. Miércoles. Apenas he pegado ojo. El azul cobalto no ha parado de rondar por mi cabeza. Paro el despertador antes de que suene y me meto en la ducha. No me he fijado si las

telarañas seguían allí. Mientras me seque miraré. Una vez seco y habiendo comprobado que han desaparecido preparo el café y despierto a la bella durmiente. A Lola no parece haberle afectado la caminata del día anterior. Ha dormido como un tronco. Tal vez el encuentro con Detlef la haya animado. Si es así, me alegro por ella; lo nuestro no tiene solución. Ella está cansada de mí y no se lo reprocho. Quiere algo nuevo, diferente. Quiere salir más. Ama los deportes de riesgo y yo soy un urbanita sedentario con un temor casi enfermizo al riesgo. ¿Soy aburrido? Quizás pero, creo, lo compenso con otras cosas. Si quiere tirarse en paracaídas o volar en ultraligero, que lo haga, yo no soy nadie para prohibírselo pero, por descontado, ella no es nadie para obligarme a mí a hacerlo. Empezamos a distanciarnos hace medio año, cuando me negué en redondo a saltar desde aquel puente. Desde entonces no ha parado de llamarme cobarde. No puede pretender que tengamos los mismos gustos, las mismas inquietudes. Ella tiene más vitalidad que yo, sí pero, ¿y qué? A mi me gusta el cine, la literatura, la música… Camino del Zoni voy buscando caras orientales que me llamen la atención. Nada. Seguramente vendrá desde otro lugar. No tiene por qué estar alojada por nuestra zona. Llegamos al centro, buscamos nuestra clase y entramos. ¡Dios! ¡Está ahí! Sentada en primera fila, al lado de una chica, también, japonesa. ¿Cómo se llamaban? Kokone y… No consigo recordar el otro nombre. ¡Mierda! ¿Será Kokone? Pienso averiguarlo, para eso no me falta valor. Arrastro a Lola a la segunda fila, justo detrás de ellas y justo en el momento en que entra nuestro amigo alemán que se dirige hacia nosotros alzando la mano y soltando un Hi! que hace que las orientales se giren. Me regocijo en su contemplación. Es realmente hermosa. Vaya… Sigue con el azul. ¡Que mona! Lleva un top sin mangas, celeste, ajustado, unos shorts azul marino y unas John

Smith a juego con el top, culminándolo todo con una gorra que combina ambos colores; realmente preciosa. Entra nuestra teacher mientras el resto de nuestros compañeros se acomoda en sus sillas. Nos explica en inglés que deberemos presentarnos todos para, así, irnos conociendo. Es una gorda descomunal, inmensa, escandalosamente obesa pero parece simpática. Empieza Hugo, un peruano de treinta años que viene de Lima. A su lado, Elisa, nos cuenta que es su esposa y Larry, a su derecha, que es el hermano de Hugo. Y les toca a las japonesas. My name is Kokone, dice la otra, mientras miro la inquietante tristeza de… Hotaru, la oigo decir, bajando la cabeza ruborizada, I am Hotaru. Justo cuando parece que vaya a echarse a llorar, Kokone la atrae hacia sí y la abraza. Is my little sister, dice, y se calla. Detlef, con tacto, nos saca a todos del estupor presentándose y cediéndole la palabra a Lola. Tras Lola, es mi turno y, mientras el resto de nuestros compañeros se da a conocer, no dejo de observar el rostro compungido de Hotaru. Cuando a las once se para la clase para el típico break me acerco a ella. - Hello! Are you O.K? - No problem – responde Kokone sin dejar que ella hable. Parece que se me saque de encima. En fin, no insisto; probaré más tarde. Tomamos un café rápido y volvemos a la clase que transcurre, al menos para mí, plácidamente y con normalidad. A la salida Claire, una chica francesa, se une a nuestro trío. Mientras Detlef nos la presenta – es de Lyon y tienen bastante en común – intento buscar a Hotaru con la mirada, tal vez también quieran unirse a nosotros. Pero se van, cabizbajas, con paso lento pero decidido. ¡Maldita sea! A través del cristal veo que toman dirección norte. Un dato más. Decidimos pasar la tarde en el MoMA, el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Recuerdo que allí hay

auténticas joyas expuestas y sé que les gustará. Yo, como ya las he visto, podré refugiarme en mi interior. Mientras contemplo la obra de Warhol se me ocurre que quizás a Hotaru le gustara un poco de color. No sé. ¿Qué le pasará? No parece infeliz pero debe estar pasando una crisis de caballo, es como si hubiera perdido algo muy importante para ella. Estamos de suerte. Hoy cierran a las ocho porque lo consideran el día del estudiante y en deferencia a los que estudiamos por la mañana han alargado en dos horas y media la hora de cierre. Lo hemos pasado bien. Claire ha resultado ser una chica estupenda, amante del arte y nos ha explicado muchas cosas que desconocíamos. A las ocho nos echan. Cenamos un hot dog de un carrito en el cruce de la Sexta con la calle 50 y dejamos a Detlef en su residencia. Claire se queda a medio camino entre el YMCA y el Express, en casa de una amiga neoyorquina y Lola y yo, cansados nos metemos en el hotel. -

¿Una copa? – pregunta. De acuerdo – respondo algo taciturno. ¿Qué te pasa? Nada… Mira, aunque últimamente no nos va muy bien, te conozco como si te hubiera parido. - Nada, ya te lo he dicho. - No será por Detlef, ¿no? – pregunta juguetona. - No, ni por Claire, tranquila. - ¡Ah! Pero es por alguien. - Nooo. No seas pesada. Estoy bien, solo que cansado. - Como quieras. Ya me lo contarás con la copa. – Llegamos a la barra – Bourbon, please – dice señalándonos a los dos. Me tomo la copa en silencio, escuchando la música que nos envuelve con su cadencia. Lola parece disfrutar con

la situación pero yo sé que no es así. Ahora, realmente, está preocupada; piensa que me pasa algo. - Decidimos aparcar nuestras diferencias durante el viaje. Intentarlo de nuevo… - Lo sé, pero no voy a poder. Me distraigo con cualquier cosa, no puedo poner mis cinco sentidos en ti. - ¿Cinco sentidos? Bueno, ahora me escuchas, si pero, Detlef ha estado más pendiente de mí que tu. - ¿Te gusta? - ¿Detlef? - Si. - Es majo, si. Pero no es mi tipo, lo sabes. - Pero a él le gustan todas esas cosas que te gustan a ti. - ¿Deportes de riesgo? - Si. - Pero eso no lo es todo. Nosotros hemos aguantado casi cuatro años con gustos diferentes. - Ya. Con incomodidades. - ¡No! La relación de pareja se trata de eso, hay que transformar lo incómodo en un reto. - ¿Y tú lo has hecho? - Lo he intentado… - ¡Por favor! – apuro mi copa y pido otras dos – Mira, voy a serte sincero. Te contaré lo que me pasa. - Adelante. - No, no quiero tu permiso, tan solo quiero que me escuches y, cuando acabe, decides que decir o hacer. - Vale. Me tienes en ascuas. - He descubierto que no estoy enamorado de ti. Desde que hicimos el test ayer, me he dado cuenta de que estoy más pendiente de otra persona. - ¡La japo!

- Hotar… ¿Cómo lo has sabido? Hotaru, se llama Hotaru. - ¡Si ni siquiera habéis hablado! – va a pedir la tercera copa pero la freno. Creo que, por hoy, es suficiente - Mira Diego, te quiero, claro que te quiero y no te creería si tú me dijeras que no me quieres pero, obviamente, ya no estamos enamorados el uno del otro. Hemos vivido momentos, imborrables, impagables pero… Se acabó. Ahora mismo quiero ser tu amiga, tu mejor amiga y me gustaría que tú fueras lo mismo para mí. Se calla. Se lleva su copa vacía a los labios intentando apurar las últimas gotas, inexistentes, se levanta y va hacia los ascensores. En silencio, la sigo. Entramos en la cabina y la abrazo. Es lo mínimo que puedo hacer. Jueves. Coloco mis manos sobre sus hombros y la vuelvo, lentamente hacia mí. Me mira con sus ojos rasgados, felices, radiantes. Una sonrisa aflora a sus labios. La tristeza ha desaparecido. Le acaricio el cuello y, lentamente, voy bajándole los tirantes del top. Se ruboriza pero no pierde el semblante. Desde la primera fila, sentados en dos cómodas butacas y comiendo palomitas, Detlef y Lola nos contemplan divertidos. Algo va mal… Me despierto sobresaltado. Los ojos como platos. Jadeo. Lola duerme plácidamente a mi lado, ajena a mi sufrimiento. Son las siete de la mañana. Apenas seis horas de mal sueño, a caballo entre pesadillas y momentos memorables, me han hecho sudar y estoy empapado. Me levanto y me meto en la ducha. Ha sido tan real que me parece tener el tacto de su piel aun en mis manos pero el agua fría me va devolviendo, lentamente, a la realidad.

Volviendo a anoche, voy recordando las palabras de Lola. Sí, la quiero, claro que la quiero. Hemos hecho muchas cosas juntos, hemos vivido muchas cosas juntos, hemos soñado muchas cosas juntos… Pero ahora, se ha acabado. Siento… No sé. ¿Alivio? ¿Paz? Lo que está claro es que no siento dolor por el hecho de que Lola y yo hayamos acabado y parece que ella tampoco. En fin, lo pasado, pasado está. Me visto en silencio y le escribo una nota. Por si te despiertas, son las 7:20. Me he ido a dar una vuelta. Volveré en una hora más o menos por si sigues durmiendo. Gracias por ser como eres. Lo haces todo más fácil. Te quiero, amiga. Diego. Salgo de la habitación en silencio y bajo a recepción. En el exterior la brisa matinal neoyorquina es muy agradable. Me dejo acariciar el rostro por ella pero mis manos buscan los bolsillos de mi pantalón. Empiezo a andar en dirección al Zoni como un autómata y, a escasos 100 metros, entro en una cafetería con buena pinta. Pido café y un par de bollos y me siento en un rincón, en una mesa, con vistas a la calle. Mis pensamientos se vuelven hacia Hotaru. Me gusta, si. Me he enamorado de ella como un colegial. Pero, ¿qué pasaría si lo nuestro funcionara? No puedo dejarlo todo para irme a Japón. ¿Y ella? ¿Estaría dispuesta a venirse a Europa? No lo sé. Es complicado. Necesito saber, si quiera, si se ha fijado en mí. Necesito hablar con ella. Pago los bollos y vuelvo al Express donde Lola me recibe con una grandísima sonrisa y un abrazo. - Vaya… Parece que vas madurando – dice. - ¿Por? - No sé, tu cara, tu nota… Me ha gustado. - Gracias. - ¿Has visto a tu amiga? - ¿Eh? ¿Hotaru? No, ni siquiera la he buscado. Necesitaba un poco de aire. He dormido fatal.

-

Ya, me ha parecido que te movías mucho. Sí, he soñado con ella y… también contigo y Detlef. ¡Mira! A lo mejor es premonitorio. ¿Te gustaría tener algo con él? No lo sé. Es muy pronto… Y está Claire. ¿Claire? ¡Tienen mucho en común! ¡Bah! Tú vales mucho más, infinitamente más. Si te lo propones… - …no será tan fácil. ¿Y tú? ¿Cómo lo tienes con la japo? - Vaaale… No voy a insistir más en que la llames por su nombre, Ho-ta-ru, llámala como quieras. No lo tengo. Va a ser muy complicado y, si resultara, ¿qué haríamos? Francamente, no me veo en Japón. - Pues vete olvidando si crees que ella irá a España. - ¿Por qué no? Nunca se sabe. - Sueña, sueña… que es gratis. Mientras ella se acaba de arreglar yo le preparo el café. No sé, se nos ve mucho mejor y creo, nos sentimos bien tras sincerarnos el uno con el otro, como liberados. Detlef y Claire hablan animadamente en la entrada del Zoni. Lola me mira irónicamente. - ¿Qué te decía? - ¡Chica! Se habrán encontrado ahí… Mientras nos acercamos a ellos, voy buscando a diestra y siniestra, inconscientemente, algo azul que me llame la atención y, de repente, a unos veinte metros… Vienen en nuestra dirección… Claro que, la entrada al Zoni está entre nosotros y ellas. Hay gente en medio, sí, pero nos han visto y ella agacha la cabeza. Kokone sonríe tímidamente pero a Hotaru no se le ve el rostro aunque, muy a mi pesar, sigue pareciendo triste. De alguna manera, ella y el azul siguen unidos. Mientras Kokone lleva un modelito de dos piezas rosa pastel, su

hermana lleva un cortísimo vestido marinero de colegiala, tipo kogal, azul gris metalizado con calcetines y pañuelo a juego, un poco más claros, y zapatitos de “colegio de monja”. ¡Dios mío! Hasta ahora no me había fijado en sus piernas. ¡Son perfectas! Siento una terrible presión en mi entrepierna y un embarazoso ardor en mis mejillas. - Relájate, Diego. - ¿Eh? – Sorprendido me giro hacia Lola. - Estás como un tomate, chico. - ¿Qué dices? ¡No! - ¡Ja, ja, ja! No finjas. Siempre te han puesto las colegialas. No tienes mal gusto, no… Primero yo… Y la verdad es que es muy mona. - …No, es que… - No sigas. Dile algo, anda. Yo me quedaré con Detlef y Claire. Me quedo de pasta de boniato pero dejo que se acerque a nuestros amigos. Tú puedes, Diego. Cuando las tengo a escasos cinco metros y sin saber por qué suelto en mi mejor francés: - Bonjour, mes amis japonaises! La reacción es fulminante. Hotaru levanta la cabeza, me mira con su ya, habitual, cara de tristeza infinita, la vuelve a agachar y escapa a correr hacia el interior del Zoni. Miro a Kokone desesperado, abriendo los brazos, demandándole una explicación. No entiendo nada. ¿La he cagado? Agacho la cabeza e intento ir en pos de Hotaru pero en aquel momento, una mano, suave, pero fuerte a la vez, me detiene. Es su hermana. - Vous êtes Français? - ¡No! – Respondo yo alterado - ¿Por qué? – continuo en inglés - ¿Por qué se ha ido corriendo? Entonces Kokone empieza a contarme su historia. “Hace un año, en Osaka, yo tenía veinticuatro años y Hotaru acababa de cumplir los diecinueve, vivíamos felices con nuestros padres. Mi padre era directivo de

una importante multinacional, mi madre daba clases de piano por puro placer, ya que el sueldo de mi padre nos permitía vivir con todo tipo de lujos; yo estaba empezando mi segunda carrera y Hotaru… Bien, Hotaru, siempre ha sido una niña complicada… Le ha costado mucho hacer amigos, es muy tímida, introvertida… Yo soy la única persona que la entiende. Pues eso, hace un año, ella estaba estudiando su segundo año de carrera, administración de empresas, cuando conoció a una pareja de hermanos. Eran mellizos, chico y chica; ella se llamaba Tomoe y el Shinya. Tomoe, que en japonés significa “bendición de amiga” y Hotaru se convirtieron en inseparables y poco a poco, mi hermana se fue enamorando, sin saberlo, de Shinya. Para él, Hotaru no significó nada más que una chica agradable, amiga de su hermana que, poco a poco, se fue convirtiendo en su confidente. Shinya le narraba, con todo lujo de detalles, sus conquistas amorosas, ajeno a los sentimientos de mi hermana, y ella se conformaba con su compañía y la de Tomoe. Mientras sólo fueron palabras la cosa no pasó a mayores, pero llegó el día en que Shinya les presentó a su hermana y a Hotaru a Keiko que, además, en japonés significa “adorada”. Les dijo que era su prometida y Hotaru se hundió. Se sumergió en una tristeza apabullante de la que no logra salir. Mi padre, alertado por su estado y alentado por mi madre y por mí decidió pedir el traslado a la sucursal de París. Hotaru lo tomó mal pensando que aun podía conseguir los favores de Shinya y se enfadó terriblemente con nuestros padres. Ellos nos han pagado unas vacaciones en Nueva York para ver si ella se anima pero, de momento, parece ser que continúa igual. Tus palabras en francés le han recordado su traslado forzoso a Francia. No es nada personal contra ti”. Vaya… Se trata de un amor perdido. No correspondido, de acuerdo, pero ella está enamorada. Mi osadía va más allá.

- Verás, Kokone, lo siento… Pero, la verdad, es que a mí… me gusta tu hermana. Siento haberle causado… esto. ¿Crees que puedo hacer algo? - ¿Te gusta Hotaru? ¿De verdad? ¿Quieres ayudarla? - ¡Claro! ¿Qué hago? - De entrada no vuelvas a hablar en francés – una amplia sonrisa asoma al rostro de Kokone – Sólo inglés, ¿vale? - O.K. - Luego, en el break, vienes. Te presentaré. Ya le habré contado que no tenías ni idea de nuestro traslado a Francia. A partir de ahí, no sé… Ya improvisaremos. Si, a la hora del break iré. Ahora ya no es tan complicado. París no es Osaka, está a un tiro de piedra, en comparación, con Barcelona. Empezamos la clase y, mientras Meg, la gorda, nos habla del genitivo sajón, cosa que ya domino, veo a Kokone hablando en voz muy baja con Hotaru. No puedo dejar de mirarla. Es tan… mona. Hotaru se gira hacia mí. ¡Cielos! Me está mirando. Desde su tristeza, lentamente, consigue esbozar una sonrisa y, acto seguido, baja la cabeza a modo de saludo. Creo que me he vuelto a sonrojar pero logro devolverle la sonrisa y, con un leve cierre de ojos, el saludo. Llega la pausa. Vuelo a la máquina de café para ser el primero. Ellas llegan despacio, a la vez que Claire y Lola. Detlef se ha quedado hablando con la teacher. Poco a poco, el resto de alumnos de todas las clases va asomando por el pasillo y amenaza con invadir nuestro espacio vital. - Coffee? – Les pregunto. - Yes, please – responde Kokone – Hotaru? - Se dirige a su hermana para que responda a mi pregunta. - Please – dice ella con su aterciopelada voz. - Yo también – Lola se está partiendo por dentro, lo sé. – ¿Tienes suficiente pasta?

- Pues igual no – miro de soslayo a Claire, que llega en ese momento. Detlef ha dejado de hablar con la gorda y se acerca. - Tranqui, - dice Lola - tengo suelto. – Las japonesas empiezan a buscar monedas pero, antes de que haya podido sacar el primer café llega Detlef. - ¡Espera! Tengo permiso de Meg para que salgamos fuera. - ¿Eh? – Pregunto sorprendido - ¿Qué pasa? - Nada. Salgamos. - Pero… Ellas… - Miro a las hermanas japonesas, que desconocen completamente el castellano y parece que estén viendo un partido de tenis. - También; y Hugo y Elisa. Vamos al Starbucks. No entiendo nada. Le explico a Kokone lo que hay y, encogiéndose de hombros, ella hace lo propio con Hotaru. La pareja peruana ya está al lado de Detlef esperando a que nos decidamos. - ¿Qué está sucediendo? – pregunta Lola - Bueno, parece ser que lo estamos haciendo muy bien y Meg nos da permiso para que pasemos el resto de la clase, simplemente charlando en un café o paseando. La condición es obvia, que sólo hablemos en inglés. Mañana nos preguntará como ha ido. Se lo explico a las japonesas y Lola a Claire. Nos dirigimos en silencio al Starbucks. Parece que tengamos miedo de hablar pero Kokone rompe el hielo justo al franquear la puerta. - ¿De dónde sois? Ya sabéis que nosotras somos japonesas y sabemos que Hugo y Elisa son de Perú pero cuando le tocó a Hotaru desconecté. Lo siento. – agacha la cabeza – Se que tú no eres francés. - No, - respondo – soy de Barcelona. Bueno, Lola y yo. - ¿Barcelona? – Hotaru despierta de su auto inducido letargo - ¿Al norte de España?

- Si – contesta Lola rápidamente, antes de que yo empiece a liarla con mis rollos independentistas – eso mismo. - ¡Vaya! – Kokone sonríe – seremos casi vecinos. Pensé que eráis mejicanos o algo así. Las risas empiezan a apoderarse de nuestra conversación. A medida que pasan los minutos nos vamos conociendo más y mejor y Hotaru participa, cada vez más. Hugo y Elisa resultan ser de lo más divertido. Tienen treinta años cada uno y poseen un restaurante típico en Lima donde el ceviche es el plato estrella. Nos invitan, para cuando todos nos pongamos de acuerdo, a ir a Perú. Nos preguntan a Lola y a mí si somos pareja y ambos contestamos a la vez que no. Acto seguido nos echamos a reír a carcajadas. Todos se quedan en silencio, mirándonos con cara de no entender nada. - Cortamos ayer – digo. - Por la noche – continúa Lola. - Pero es un amor – le cojo la mano con cariño y se la beso. - Y él es un cielo – dice, dándome un beso en la mejilla. - Vaya – dice Detlef - ¿Molestamos? Si queréis nos vamos… - No en serio – Lola cambia el gesto – Llevamos un tiempo bastante mal y ayer, poniendo las cosas en su sitio, decidimos dejar de ser pareja para pasar a ser muy buenos amigos. - Y… ¿Es eso posible? - Claro, Detlef, Lola y yo somos lo suficientemente adultos para que funcione bien. - Además nuestros intereses son, ahora, diferentes. - O sea, ¿Estás libre? – parece que el alemán no pierde el tiempo. - Depende… Mientras Lola le pone “ojitos” a Detlef me vuelvo a fijar en Hotaru. Me está mirando pero no consigo interpretar

esa mirada a camino entre inquisitiva y, claro, triste. Kokone les explica a los peruanos y a Claire la vida en el Japón y Hugo les habla de la cantidad de japoneses que hay en Perú ante el asombro de Kokone. Aprovecho el momento y me acerco a Hotaru. - ¿Estás bien? - Si – me mira dulcemente y agacha la cabeza – Lo siento. - ¡No! El que lo siente soy yo. No sabía que os ibais a vivir a Francia. - No importa. No se le puede hacer nada. MI padre ya ha tomado la decisión. - Y ¿No puedes revelarte contra él? ¿No puedes decirle que te quedas sin más? - ¡Mierda! Estoy echando piedras a mi propio tejado. - No. No puedes entender la cultura japonesa. Cuando el cabeza de familia toma una decisión, esta se acata y punto. - Vaya… Lo siento. Pero… - voy allá – …así estarás más cerca de mí. Hotaru, la dulce Hotaru, la triste Hotaru se levanta y, ante mi asombro se me acerca. Me mira con… delicadeza y agachándose levemente me da un tierno y cariñoso besito en la frente. Acto seguido su silueta se pierde camino de los servicios. Me he quedado anonadado, estupefacto, patidifuso… No se me ocurren otros calificativos más plásticos para describir el estado en el que me ha dejado ese “kissito” de mi japonesita. Pero la cosa no va más allá. Transcurre el resto de nuestra clase particular matinal en el Starbucks y proponemos – realmente, no sabría decir quien continuar con un picnic en Central Park. La idea se toma con entusiasmo y decidimos asignarnos las tareas pertinentes para, al cabo de media hora, volvernos a reunir con comida, bebida, café y tabaco. Nos dividimos en parejas y para que no haya suspicacias las integramos los peruanos, las japonesas, Claire y Lola y Detlef y yo.

A las dos de la tarde llego con el alemán a la puerta principal de Central Park en Columbus Circle. Somos los últimos. El tabaco era lo más difícil de encontrar. Nos adentramos en el parque, buscamos un buen sitio a la sombra y reiniciamos nuestra conversación en inglés. El tiempo vuela mientras contemplo a Hotaru y participo, lo justo, en la plática. Tengo que lanzarme; sé que no le soy indiferente pero no sé cómo abordarla. Oscurece. Tiene frio, se le nota por el bello erizado de brazos y piernas. Las chicas en general lo tienen. Decidimos irnos del parque. Sin más. Me quedo paralizado… - Espera – me susurra Lola – Aun no es el momento. - Pero… - Ahora no. Hace frio. Tienen prisa por irse. Mañana será un buen día – sonríe – lo presiento. - Vale – asiento cabizbajo. Y, cada oveja con su pareja y todas a sus respectivos corrales. Hemos estado picoteando comida toda la tarde por lo que no tenemos hambre. Se ha hecho de noche. Son más de las diez. Ajenos a lo que hagan los demás, Lola y yo nos despedimos del resto y, de reojo, vamos viendo que las japonesas salen detrás de nosotros y los peruanos se van en dirección contraria. Pasados cinco minutos Detlef me toca el hombro. - ¡Diego! - ¿Eh…? – me giro - ¿Qué hacéis aquí? – le veo con Claire y no hay ni rastro de Kokone y Hotaru. - Hemos esperado a que las hermanitas torcieran a la izquierda y hemos acelerado el paso. ¿Qué tal? - ¿Qué tal qué? – pregunto desconcertado. - ¿Has progresado? – Me mira con suspicacia, sonriendo mientras le guiña un ojo a Lola. - ¿Eh? – alternativamente los miro a los… tres. Claire se ha unido a la confabulación. - Con la chica, ¿Cómo se llama…? - Hotaru. Se llama Hotaru. ¿Qué está pasando aquí?

Los tres prorrumpen en una carcajada que me hace sonrojar. Agacho la cabeza. Lola me abraza. - Es que se te nota mucho, Diego. - Bueno… Y ¿qué? - Nada. – Detlef coge aire – Y a mí se me nota que me gustas tú, Lola. - Pero… - mi ex pareja mira a la francesa que continua asiendo el brazo del alemán. - Tranquila Lola – Claire se suelta del brazo de Detlef – yo ya tengo pareja en Francia y se llama Alizée. - ¿Alizée? - Si chica, si. Me gustan las mujeres. No le puedo hacer nada. Detlef y yo sólo compartimos ciudad. - Así pues… - Lola, poco a poco, va esbozando una cálida sonrisa - ¿Te gusto? Mientras el alemán se acerca a Lola para besarla suavemente en los labios, Claire se acerca a mí. - Creo que sobramos. ¿Te molesta que la bese? Lo habéis dejado, ¿no? - Sí, claro, pero es que hasta hace poco Lola era mi chica y… - ¡Ay! El sentimiento posesivo de los hombres… Nos cogemos del brazo y, mientras los otros siguen a lo suyo, empezamos a andar en dirección sur. - Es mona Hotaru, si. Pero a mí me gusta más su hermana… Es más mujer. ¿Cómo se llamaba? - Kokone. - Kokone, claro. Bonito nombre. Vamos a trazar un plan, ya verás. Al final todo acabará bien Viernes. Toda la noche he estado pensando en el plan de Claire. Detlef con Lola, – bueno, eso ya estaba claro anoche y de hecho, he dormido solo – Hotaru y yo, fantástico, si realmente sucede pero, Kokone con Claire, francamente, no lo veo. Si, tal vez Claire tenga los

suficientes atributos como para que cualquier hombre se fije en ella pero, Kokone es “hetero”, ¿no? ¿Puede alguien cambiar de tendencia sexual de la noche a la mañana? No sé. Después de la correspondiente ducha me arreglo más que ningún otro día para estar mejor que nunca para el plan de Claire. Como dijo ella, barba de tres días, pelo alborotado, unos tejanos con algún que otro roto y una camisa de algodón blanca de manga larga arremangada. Está claro que no soy Grey (1) pero tengo mi público y de hecho, cuando salgo al exterior oigo unos silbidos de admiración procedentes del otro lado de la calle. Lola y Detlef, cogidos por la cintura me saludan. Se les nota en la cara que su noche ha sido mejor que la mía. Decido no preguntar. Correspondo a su saludo mientras cruzo. - He dormido fatal… Se nota que vosotros habéis corrido mejor suerte. – Los miro poniéndome en jarras - ¿Ya es oficial? - ¿Lo nuestro? – Pregunta Detlef dándole un beso en la mejilla a Lola. - No – Dice ella – Esperemos a Claire. Caminamos con calma – es pronto – hacia el Zoni y al llegar a la puerta vemos a Claire charlando animadamente con Kokone. No hay ni rastro de Hotaru. Tal vez la francesa haya dado inicio a su rebuscado plan. Al vernos llegar y al estar Kokone de espaldas a nosotros, Claire nos hace una señal para que no nos paremos e indica el interior del centro. Asiento y arrastro a mi ex y a su nuevo novio hacia adentro. Accedemos al aula y, allí, Hotaru, de pie, está escribiendo en la pizarra digital la fecha del día. Está de espaldas y, mi azulada japonesita sigue sorprendiéndome. Lleva sus John Smith celestes con su top a juego, envuelto en un peto tejano corto, sin espalda. Se gira y una sonrisa – para ser ella – exultante le recorre el rostro de oreja a oreja. ¡Se alegra de verme! O a Lola… o a Detlef…

En fin, le correspondo y me siento en el sitio que días atrás ha ocupado Kokone. Ella se encoge de hombros y se sitúa a mi lado. - Hello – le digo. - Hello. ¿Has visto a mi hermana? – pregunta con cierto aire de preocupación. - Si, está afuera, hablando con Claire. Tranquila está en buenas manos. – De hecho no sé porque he dicho eso. - No, si no me preocupa… - ¿Te hubiera preocupado más si hubiera estado con un chico? – Sigo con las tonterías pero me cuesta creer que a Kokone le puedan gustar las chicas. - No. Kokone es mi hermana mayor y ella ha de saber en todo momento lo que es mejor para ella ¿Eh? ¿Está insinuando que…? - Ya, ya… Detlef aprovecha mi espacio vacío para sentarse junto a Lola y, justo en el momento en que Meg entra, me doy cuenta de que las únicas que faltan en clase son Kokone y Claire. Mientras la neoyorquina pasa lista la puerta se abre de golpe y las dos ausentes entran risueñas… ¡cogidas del brazo! y se sientan al lado de Detlef, en los dos únicos sitios vacíos que quedan ante la mirada de desconcierto de nuestra teacher que, tras hacer algún que otro comentario acerca de los cambios de ubicación de algunos de nosotros y, sin mediar palabra se dirige a Hotaru para que nos cuente un poco como fue el experimento de ayer. Ante mi asombro y, creo que general, Hotaru se desenvuelve sin ningún tipo de cohibición; incluso se vuelve hacia mí y hacia su hermana demandando asentimiento en alguna ocasión. Me siento extrañamente feliz. Pero veo en su rostro una nube de incertidumbre… casi de tristeza. El resto de alumnos comentamos las explicaciones de Hotaru y los no participantes en la salida del día anterior intervienen con preguntas de todo tipo. La clase resulta de lo más amena, tanto que, incluso durante el coffeebreak la

conversación se sucede con todo tipo de anécdotas y comentarios. Mi niña está preciosa. Me regocijo en su contemplación, cuando ella no se da cuenta. Es hermosa, bella, preciosa. Se gira hacia mí y me pilla… - Mañana se acaba. – me susurra - ¿Cuando os vais? - El domingo, vuelo directo AF3635 New York J.F.K. Barcelona de Aeroflot, a las 7 y 10 de la tarde. Me lo aprendí de memoria. – suelto de carrerilla con una leve sonrisa. - Vaya… Ahora que habíamos formado un buen grupo… - Si… ¿Y vosotras? - El lunes pero – sonríe – no sabría darte tantos detalles. No sé… Koko tiene los papeles. - ¿Koko? ¿La llamas así? - Si, en mi país casi todas las Kokone son Koko, pero hay muy pocas. Es un nombre poco común. - ¿Cómo Hotaru? - Bueno, si… No, hay más chicas con mi nombre, pero también somos pocas. - ¿Qué significa? - ¿Hotaru? - Si, claro, suena bonito. - No sé como es en ingles… - Trata de explicarlo. ¿Es un sentimiento? ¿Una constelación? - ¿Una constelación? ¡No! ¿De donde has sacado eso? – Está divirtiéndose, lo noto. Sonríe. - No sé. Es lo primero que se me ha ocurrido. - No, sólo es un animal… Un insecto, pero no sé su nombre. - ¿Mosca? ¿Mosquito? ¿Abeja? ¿Avispa? ¿Araña? - Si, ja, ja, ja, ja. – Su carcajada resuena preciosa en el pasillo – ¡Soy la mujer-araña! – Pone la mano con los dedos rígidos, doblados y hace como que avanza hacia mí… ¡Hazlo! – No. Es un bicho que… que brilla de noche.

- ¿Una luciérnaga? ¡Guau! Precioso, como tú… Suelto en castellano. – Sé a qué te refieres. - ¿Qué? - Nada, que es un nombre precioso… como tú. – Se sonroja. Agacha la cabeza. Pero, de repente, la levanta. - ¿Y Diegos? ¿Hay muchos en España? – Me sorprende. ¿Estará cambiando de tema adrede? – Me suena el nombre, pero no sé. - Si. – Sonrío un poquito. Me encanta estar aquí, con ella… Tan cerca, tan bien. Esta conversación, un tanto insubstancial, tal vez, es tan nuestra… En España, si, pero en la zona de donde provengo… - ¡Barcelona! - Si, bueno, Barcelona es la capital de Catalunya, you know? Y, en Catalunya tenemos nuestra propia identidad, cultura, idioma, sociedad… Estamos trabajando por nuestra independencia. – La miro. Está siguiendo mi perorata con atención. Continúo. – Diego es un nombre muy español, en catalán es Dídac. - ¿Dírac? - No, Dídac. - Dídac. - Exacto. – Le corroboro. – Y, de hecho, Lola es Dolors. - ¿Dulós? - ¡Perfecto! Ya hablas catalán. Ja, ja, ja, ja. - ¡Ja, ja, ja, ja, ja! Ha estallado en una carcajada que detiene el tiempo. Está preciosa. Me toca el brazo con su mano y me estremezco. Su aspecto radiante me envuelve en una sensación de satisfacción por ser el único, creo que, al menos en este entorno, la ha hecho reír así. - ¡Vamos tortolitos! – Suelta Lola en castellano para que Hotaru no la entienda. Es todo un detalle, pero continúa. – La gorda nos reclama.

Pienso que, aunque Hotaru no la pille, tal vez Meg sí entienda el castellano y me echo las manos a la cara tapándome los ojos. Lola ríe y me guiña el ojo. - Tranqui. – Me tranquiliza – Está dentro y no me oye. - Come on! – Le digo a mi niña - Espera. – me dice - ¿Te gusta la comida japonesa? - ¡Claro! Me encanta el sushi… - ¿Sólo el sushi? Habrás probado otras cosas, ¿no? - Las gyozas, los fideos yakisoba, el pollo yakitori, la sopa miso… - Contesto sin dejar de andar hacia nuestra clase. - Vaya… Veo que estás puesto. - ¿Por qué? – Pregunto franqueando la puerta del aula. - Ya te contaré. Y Hotaru, la dulce Hotaru, se sienta en su sitio y yo, como antes, a su vera. Kokone sigue al lado de Claire y, claro, Lola está con Detlef. Durante el resto de la clase no puedo evitar mirar de reojo los movimientos de las dos parejas. La complicidad entre mi ex y el alemán es patente y no la esconden, en cambio, entre Kokone y Claire se atisba algo que no sabría definir. Pero hay buen feeling. A la salida Hotaru sigue la conversación. - Esta mañana, al llegar, Claire nos ha comentado a Koko y a mí que estaría bien hacer una cena de despedida. – Me dice con una sonrisa. - ¡Sería estupendo! ¿Cuándo? - Mañana. Parece ser que todos nos vamos o el domingo o el lunes. Y se me ha ocurrido que podríamos hacerla en nuestro apartamento. Koko está de acuerdo. - Pero, ¿quiénes? ¿Los ocho? - ¡Claro! ¿Quién pensabas? – Por un estúpido momento se me había ocurrido la, también estúpida, idea de que se refería a nosotros dos.

- No, no. Si ya… Era por si contabais con los peruanos. – Intento rectificar – Pero has dicho en vuestro apartamento… ¿Donde estáis? - ¿Prometes no reírte? - ¿Reírme? ¿Dónde coño estarán alojadas? - No me voy a reír. – Me pongo solemne – Lo juro. - Estamos en la Trump Tower, en dos apartamentos. Uno para nosotras y otro para el servicio. – La Trump Tower… ¡Dios! Aquí hay mucha pasta… ¡Y otra para el servicio! Busco a Lola por si se ha enterado antes que yo o, a la par pero, no, está tonteando con Detlef. Claire, por la cara que está poniendo, está siendo informada en este mismo momento del emplazamiento de la más que posible cena – entraba en sus planes – que ella había pensado, en un sitio neutro. No obstante, su semblante se va suavizando y va sonriéndole poco a poco a Kokone de una manera tan sumamente picarona que no sé yo si… El alemán me mira con aire de complicidad, supongo que se referirá al hecho de que haya estado toda la mañana con Hotaru y aprovecho para hacerle una señal para que se acerque con Lola hacia donde estamos mi niña y yo. - Me estaba comentando Hotaru de hacer una cena mañana… De despedida. En… En su apartamento. - ¿Su apartamento? Pero… - No, no. Tranquilo. No hay problema… - Sonrío para mí y sacudo la cabeza. – Ya te contaré, ya… Y el grupo sale del Zoni, nuestro grupo, los ocho, – Parece el título de una novela juvenil barata – dispuesto a comerse el mundo. Los peruanos, entusiasmados ante la idea de una cena de despedida conjunta, prometen obsequiarnos con un ceviche casero. - Pero hay que prepararlo con antelación para que repose y esté más bueno. – Dice Elisa.

- Elisa y yo vamos a comprar los ingredientes. No contéis con nosotros esta tarde. Nos vemos por la mañana. - Con nosotros tampoco, - Suelta Detlef ante mi desconcierto - Tenemos preparada una sorpresa para vosotros. – Saludan y se van. - Yo había pensado en que Kokone me mostrara un poco de la música que se escucha en Japón y ponerlas a ella y a Hotaru al corriente de lo que se oye por Francia. - No sé, - Replica Hotaru – no me apetece mucho escuchar música ahora. - Iros si queréis. – Me sorprende mi propia voz – Nosotros nos quedaremos por aquí tomando algo. - Por mí, bien. – Estoy alucinando. Le agrada la idea de quedarse, a solas, conmigo. Nuestros amigos se van alejando y empiezo a pensar… - ¿Comemos algo? – Me sorprende. - Vale, - consigo decir, casi balbucear - ¿qué te apetece? - Cualquier cosa está bien. - ¡Guauu! Lo único qué quiere es estar conmigo. - ¿Te gusta el salmón… ahumado? – Doy por hecho que el crudo le gusta. – Conozco un sitio donde hacen unos bocadillos sublimes. - Donde quieras. Tengo hambre. – Miro a un lado y al otro e, intentando orientarme rápidamente, me dirijo hacia el sur ofreciéndole el brazo. - ¿Señorita? - Caballero – Ella lo acepta. Y, mi japonesita y yo, cogiditos del brazo, nos lanzamos por la Quinta avenida, hacia el sur, en busca de mi chiringuito, en busca de un par de bocadillos de salmón ahumado y un par de refrescos. Tanteo con mi mano libre el bolsillo de mi sudadera, buscando el paquete de tabaco, intentando recordar si la he visto fumar estos días. No, claro, es japonesa y en Japón se tiene en mucha consideración el tema del

medio ambiente (ya, pienso, pero no veas los niveles de contaminación de las grandes ciudades como Tokio, Osaka o Nagoya)… Da igual, no la he visto fumar pero estoy demasiado nervioso como para intentar dejarlo ahora. Saco el paquete y se lo muestro. - ¿Te molesta? - No, - sonríe – me gusta el olor del tabaco rubio. ¿Es rubio? - Claro, – le devuelvo la sonrisa - pero, ¿cómo sabes tú si el tabaco que fuman los demás es rubio o no? - No sé. Shinya fumaba… - Parece que le cambia el semblante. – Alguna vez me dijo que era tabaco rubio. - Lo siento, yo… - Antes de que pueda continuar pone su mano en mis labios para que calle. - Mira, has conseguido que pueda decir su nombre otra vez sin romper a llorar. – Sonríe mientras retira su mano. - Eres tan dulce… - Sin mediar palabra, acerco mis labios a los suyos y la beso. Me devuelve el beso abrazándome y yo me derrito en sus brazos. Esta vez no es un sueño. Al cabo de unos segundos deshacemos nuestro abrazo sin desasir nuestros labios, es como si no quisiéramos despegarnos el uno del otro; es maravilloso. El paquete de tabaco se me ha caído al suelo de la Quinta avenida y Hotaru me lo señala con un golpe de vista. Ya no me apetece fumar. Lo recojo y me lo guardo. Rodeo su cintura con mi brazo y empezamos a andar, pasear, diría yo, retomando nuestro camino. Ella recuesta su cabeza sobre mi hombro y yo me siento el ser humano más rico del mundo, el hombre más feliz del universo. Al cabo, llegamos al chiringuito que, para mi sorpresa, sigue exactamente igual. Cuando le insisto al tipo en que “only butter, please”, él levanta la cabeza y me mira fijamente. Me reconoce. Me sonríe. Mira a Hotaru de soslayo y me guiña el ojo. Sí, me reafirmo, soy un tipo con suerte.

Nos zampamos un par de bocadillos cada uno. Parece que, realmente, teníamos hambre. Ahora ya, con una amplia sonrisa en los labios, el hombre decide no cobrarnos. “Good luck”, suelta con un deje de complicidad. Hotaru se ríe y, con su risa, nos arrastra a mi viejo conocido y a mí. Seguimos hacia el downtown despacio, paseando y hablando de cosas sin substancia, conociéndonos y, creo, gustándonos cada vez un poco más. Nos sentamos en las escaleras del edificio de la Bolsa, en Wall Street y, allí sí, me enciendo un cigarrillo. - Qué suerte que no seas de México. – Me espeta. París y Barcelona están más cerca. - Yaa, - digo yo – y que suerte que os hayáis trasladado a Francia. Japón está muy lejos. – Nos miramos y nos ponemos a reír. Es una risa tonta pero cómplice. – Me gustaría que nos viéramos en Europa… - De todos modos, va a ser un poco complicado… - Lo sé. - ¿Por qué? ¿Lo sabes? – Me mira divertida. - Bueno, - siento que me estoy ruborizando – no sé… - ¿No decías que lo sabías? – Su diversión aumenta. ¿Cómo salgo yo, ahora, de esta? – Si no te importa, puedo ir a verte a París… - ¿Querrías? – Me mira con esos ojitos rasgados negros que me comería a besos, casi implorando. - ¡Claro! Ahora mismo, no hay otra cosa que desee más que verte. Y, - digo después de tragar saliva – si te apeteciera a ti, podrías venir algún día a mi ciudad. - Es muy difícil que me dejen viajar… - Pero ahora estás en New York. - …sin Koko. – Acaba su frase. – Me protegen de… de mí misma, supongo. – Dice encogiéndose de hombros.

- Bueno, ya veremos. Después de que haya ido un par de veces a París y haya conocido a tu familia, te dejarán volar a Barcelona. - ¿Conocer a mi familia? La pregunta queda en el aire, como un susurro mal formulado, con miedo, con temor, con un temor que se hace extensivo a mí. La mueca socarrona de Hotaru me hace sospechar que, tal vez, haya algo más que una sobreprotección de la familia para con su hija pequeña. Pero, ¿por qué? Tan solo tuvo una mala experiencia en asuntos de amores, ¿no? ¿Quién no ha tenido en su juventud algún desengaño amoroso? O, ¿hay algo más? Mi mente se evade por un instante del momento mágico que estábamos viviendo y empieza a elucubrar. ¿Tendrá algún problema mi chica? Tal vez su hermana pueda sacarme de dudas. Se ha hecho tarde. Empieza a refrescar y noto a Hotaru un poco tensa. La abrazo. De repente, dentro del abrazo fundido que ella me ha devuelto, me fijo en su muñeca derecha, tatuada. Es un bonito tatuaje con símbolos japoneses, ¿qué significarán? Pero, no, no es el tatuaje lo importante, no es el significado que, por otra parte, igual lo tiene y yo no lo sé, es lo que esconde. Al acariciar suavemente su antebrazo, bajo hacia la mano y noto el relieve e, instintivamente, ella retira el brazo. Mi mira. Sus ojos imploran compasión, miedo, perdón. Los míos se abren extraordinariamente mostrando confusión. Reitero mi abrazo pero ella se separa. - Pues ya lo sabes. – Baja la cabeza. - Pero… - Me protegen. – La vuelve a levantar. - … - No me deja hablar. Me coloca con suavidad su mano sobre los labios. - Fue un error. Lo sé. Estaba muy ofuscada. Lo pasé muy mal. - No me has de dar explicaciones, Hotaru, - creo que es la primera vez que me dirijo a ella por su

nombre. – Lo hecho, hecho está. Yo… Yo creo que te quiero. - Vaya… - Se separa un poquito más de mí y me mira de arriba a abajo. - ¿Sabes? Eres la primera persona que me dice eso. - Bueno… Tampoco has tenido muchas relaciones, ¿no? - Ni siquiera mis padres. - ¡Oh! – Una gran expresión de asombro se dibuja en mi rostro. - Ya sabes, - me mira lastimera - la cultura japonesa es muy parca en sentimientos. – No doy crédito a mis oídos. Una cosa es que les cueste expresar sus sentimientos y la otra es que no demuestren afecto. - Pero, ¿cómo te demuestran su amor? - Con una sonrisa de vez en cuando, con una inclinación de cabeza juntando las manos o, a veces, como por mi último cumpleaños, con un abrazo pequeñito. – Muestra lo pequeño que puede ser el abrazo haciendo una “c” con el pulgar y el índice de su mano izquierda, mientras esboza una irónica sonrisa. - Lo siento. – En ese momento me doy cuenta de lo que puede representar para ella lo que hemos hecho esta tarde. El beso, los abrazos… - La rodeo con mis brazos y, aunque intenta rechazarlos, al final se deja vencer. – Te quiero. Te quiero. Te quiero. No puedo dejar que Hotaru llegue al apartamento en este estado, con su autoestima bajo mínimos. Mientras vamos caminando de vuelta insuflándole una brizna de ánimo, intento elucubrar algo que decirle a Kokone para que sea ella la que me cuente lo de la cicatriz y no tener que cargar yo con el hecho de saberlo, sólo, por boca de Hotaru. Voy cambiando de un tema a otro para tratar de sacar una sonrisa de los labios de mi “luciérnaga”. Al final, cerca de la Trump Tower, consigo

que se relaje y me hable un poco de comida japonesa. Cuando Hotaru se dispone a abrir la puerta del apartamento, esta se abre de golpe y Claire y Koko aparecen sonrientes al otro lado. - Vaya, - dice Kokone cambiando su semblante, ahora, un poco más serio – estáis aquí. - ¿Dónde pensabas que podíamos estar? – Le pregunta Hotaru. - He llamado. No lo cogías y… - instintivamente, mi chica echa mano de su móvil mirando la pantalla. - Lo siento. – La corta Hotaru juntando las palmas de sus manos y acercándolas a su pecho teatralmente. – No le he dado volumen al salir de clase. - Le he dicho a Kokone que me iba y ha decidido que me acompañaba para ver si te veía. – Anuncia Claire e, intentando quitarle hierro al asunto, continúa. – Pero sé que es una excusa. Le apetece tomar algo. ¿Vamos? - Por mi… - Digo mirando a Hotaru. Ella asiente. Cogemos el ascensor y salimos al vestíbulo del edificio, donde el conserje nos saluda como si fuéramos el mismísimo Donald Trump. Intuyo el dineral que les ha costado el alquiler del apartamento a los padres de las hermanas japonesas, no quiero ni imaginármelo. Una vez en la calle, enfilamos hacia el oeste por 56 street con la idea, tal vez y, en todo caso, no premeditada de ir hacia Columbus Circle; pero, a medio camino vemos una terracita y decidimos sentarnos allí. Justo antes de colocar nuestras posaderas en los cómodos silloncitos, sin soltársela, acerco la mano de Hotaru a mis labios y, mirando a Kokone con toda la intención, le beso la cicatriz. Es desafiante, lo sé, pero es lo que pretendo; automáticamente, Koko, en un rápido movimiento, le cede su sillón a Claire y decide sentarse a mi lado. ¿Va a pegarme? ¿Pretende hablar? Su rostro denota, claramente, enfado pero, ¿con quién? ¿Conmigo? ¿Con Hotaru?

- Bueno, aquí estamos… - Está claro que Claire nota algo raro en el ambiente pero, a menos que Koko le haya contado algo, no ha de tener idea de nada. – A mí, me apetece un té verde. - Creo que a todos nos irá bien una infusión. – Mi futura cuñada no deja de mirar fijamente a los ojos de Hotaru que, por otro lado, trata de rehuirle la mirada. - Yo una coca-cola, - ahora es Hotaru la que mira fijamente a su hermana. Van a saltar chispas. – con mucha cafeína. - Bourbon. – Digo yo. Cada loco con su tema y, a mí, francamente, esta situación me está empezando a divertir. El camarero mira a Kokone y le pregunta el tipo de infusión que desea. Te rojo con extra de limón, muy acido. Lo dicho, van a saltar chispas. Miro a Claire encogiendo los hombros y ella asiente. ¿Lo sabrá? No hay nada en el mundo que me moleste más que la incertidumbre. - Vamos a ver, - tomo las riendas una vez que el camarero se ha ido a por nuestra comanda Hotaru tuvo un problema hace… ¿Cuánto? – Miro a mi chica. - Más o menos medio año. - Cinco meses y veinte días. – Se apresura en poner la puntilla Kokone. - Ya, y dos horas. – Las hermanas están realmente tensas. Veo a Hotaru por primera vez enfadada. - Da igual. – Prosigo. – El tiempo transcurrido desde entonces no es importante. Lo importante es que ella no tomó el camino correcto para solucionarlo. Se equivocó. – Y acabo. - ¿Es qué ninguno de nosotros se ha equivocado nunca? - Yo no me he cortado las venas nunca, – Dice la mayor de las japonesas girando con parsimonia la cabeza hacia mí. – si es a eso a lo que te refieres.

Sin pudor y sin rubor. Lo ha soltado. Mientras Claire la mira con cara de desconcierto, Kokone echa mano de mi paquete de cigarrillos, coge uno y lo enciende. Hotaru se levanta y, llevándose las manos al rostro se va al interior de la cafetería. Me incorporo para seguirla pero la mano de Claire me detiene. - Ya voy yo. No te preocupes. Habla con ella. - ¿Con Kokone? - También lo ha pasado mal. Os irá bien. Cuéntale lo que sientes. – Y desaparece en el interior. Miro a Kokone y, cogiendo otro cigarrillo, le quito el encendedor de la mano, con cariño, y le levanto la barbilla para que me mire a los ojos. - ¿Por qué? - ¿Qué? – Logra balbucear casi como un susurro. Su mirada ausente está depositada sobre mí pero es como si no me viera. - ¿Qué te ocurre? Hotaru lo sabe. ¿Se lo has dicho tú? – Me lanzo. - ¿Tan terrible sería la reacción de tus padres? - Mi madre lo sabe. – Ha recuperado su ser. Ahora sí me mira. – Mi padre… Si se enterara se moriría. - No lo creo. Eres su hija. - No lo entiendes. La cultura japone… - ¡Estoy harto de escuchar esa historia de la cultura japonesa! – Grito. – Os refugiáis en ese tópico. – Le cojo la cara con ambas manos. - ¿Es que no hay homosexualidad en Japón? ¡Vamos! – Le suelto el rostro y me giro para apagar la colilla de mi cigarrillo en el cenicero de la mesa. - ¡No me jodas! – Estoy siendo un poco procaz, lo sé. Pero me estoy empezando a hartar un poco. - Yo… - Veo una lágrima descender por su mejilla. - ¿Tú tampoco has mantenido relaciones? – No seas tan duro, ostias. La represión sexual puede ser muy jodida. – Quiero decir… - Sí, claro que hay homosexualidad en Japón; pero mi familia no lo entendería.

- ¿Te gusta Claire? - Bueno… Sí, un poco… Bastante. – Se le relajan un poco los músculos y sonríe. – Y yo a ella. - ¿Sabes que tiene pareja en Francia? – Tal vez he sido un poco duro. - Sí, me lo ha contado todo de Alizée. – Vaya. - Lo siento. - Pero me ha dicho que ya está un poco cansada de esa relación y que le gustaría empezar una nueva. - Y, ¿tú qué piensas? ¿No crees que Hotaru tiene derecho a intentarlo? - ¿Contigo? – Me mira enarcando una ceja. - ¿Por qué no? Con cualquiera. Y si el intento falla, qué lo vuelva a intentar. Así, hasta que encuentre a su media naranja. - Pero ella… - ¿No nos has visto a Lola y a mí? Cuatro años. Yo tenía veintidós y ella veinte, como Hotaru, ambos salíamos de relaciones anteriores que no habían ido bien, que habían fracasado. - ¿Tú la quieres? - ¿Tú quieres a Claire? - No me has respondido. - ¿Qué es querer? No lo sé. Me gusta. Me gusta mucho. Creo que la quiero y, lo importante, es qué quiero estar con ella la mayor parte del tiempo. - A mí me pasa con Claire. - ¿En serio? – Desorbito mis ojos sin proponérmelo. – Jamás lo hubiera dicho. - ¿Te estás burlando de mí? - No, en serio. Mira, - pongo mi silla frente a la suya – todo empezó con un plan de Claire. Cuando le dije que me gustaba mucho tu hermana, ella dijo que trazaría una estratagema en la que entrabáis tú y ella como pareja, dejándonos a Hotaru y a mí colgados, como forzando una relación por descarte.

- Pero esto no es así. Si no le hubieras gustado a mi hermana, esto no se hubiera dado. - Lo sé. Y, resulta que le gusto. - Vale, y ¿qué piensas hacer? - Le he dicho que quiero ir a verla a París. - Imposible. - ¡¿Por qué?! – Empiezo a desesperarme. - Mis padres no lo permitirán. - ¿Aunque tú nos ayudes? - ¿Cómo? – Sé que empieza a interesarse, lo noto. Kokone empieza a sentirse útil y, tal vez, a través nuestro encuentre una solución a su problema. En ese momento veo a Hotaru y a Claire salir de la cafetería. Se acercan a nosotros. Mi chica tiene los ojos completamente rojos, pero intenta esbozar una tímida sonrisa. La francesa la acompaña, pasándole el hombro por encima. Al llegar a nuestra altura levanta la mano libre y nos hace callar. - ¡Tengo la solución! Nos vamos los cuatro a vivir a Lyon. – Y se queda tan ancha. Sábado. Suena el despertador. Intento levantar mi brazo izquierdo para, al darme la vuelta sobre mí mismo y quedar boca abajo, pararlo pero, algo me lo impide. Estoy paralizado. No puedo moverlo. ¡Dios mío! Al instante me doy cuenta de qué sí puedo mover el derecho y el resto de mi cuerpo y lo paro. Algo se aferra a mí con fuerza, algo que impide que pueda mover mi extremidad zurda. Poco a poco voy recordando y, al mismo tiempo voy desplazando mi mano útil para acariciar la espalda de Hotaru. Su espalda desnuda, bajo la que reposa mi brazo izquierdo. Muy lentamente, voy recuperando la sensibilidad perdida en mí pobre aplastado brazo y noto sobre él los senos de mi amada y sus brazos aferrando el mío con devoción, con locura, con una fuerza que yo

no sería capaz de emular. Una extraña sensación se apodera de mí. Sé que estoy con ella, sé que estamos en el Express, sé que decidimos venir aquí de mutuo acuerdo con su hermana y con Claire y, por encima de todo, sé que no ha habido sexo; sólo amor. Ahora, sí; no sé si he sido un caballero o un gilipolla, no sé si he pecado en exceso de buen tipo o, simplemente, me he dejado llevar por lo que realmente sentía, cariño. En fin, no sé cómo explicarlo, quien quiera entenderme qué lo haga y quien no, que se aguante. Vamos a ver, Hotaru es una preciosidad, es guapa, tiene un cuerpo de escándalo y es muy deseable y, claro que me apetece tener sexo con ella, pero anoche no se terciaba. Cuando Claire soltó aquello de irnos a Lyon los cuatro, nos entró un ataque frenético de risa a todos. Hotaru le había contado su intento de suicidio a la francesa en los servicios y Claire le había corroborado que sí le gustaba su hermana, que se había planteado muy seriamente dejar a Alizée y qué quería que Kokone se soltara y alzara el vuelo definitivamente. Al final, relajados, nos decidimos a dar rienda suelta a nuestros sentimientos; qué mejor que una francesa y un español para dejar que las sensaciones tomen el control. Sin cenar, despedimos a Koko y a Claire cerca de la Tower y nos dirigimos al Express a sabiendas de que Lola volvería a pasar la noche con Detlef. Que curiosa es la vida… Uno viene de Barcelona con su pareja y se encuentra en Nueva York con dos hermanas japonesas, se enamora de una de ellas y resulta que la otra tiene claras tendencias homosexuales pero reprimidas. Aparece un alemán divertido que se lleva a Lola de calle aprovechando la coyuntura y una francesa lesbiana que despierta la lívido de Kokone y, al final, acabamos todos con pareja. Cuando lo vean los peruanos luego van a alucinar… Llegamos al hotel poco antes de que dieran las diez de la noche. Nos fuimos al restaurante para llevarnos algo

al estómago y, lo que hicimos fue llevárnoslo a la habitación. Un par de ensaladas, un par de filetes y una botellita de vino. No sé qué decir. Empezamos a beber antes que a comer y, por desgracia, los magníficos filetes que nos sirvieron siguen encima de la mesa, afortunadamente cubiertos con papel film. Hotaru, poco acostumbrada al alcohol, enseguida se “achispó”; se volvió juguetona de repente, sus ojos brillaban, empezó a correr por la habitación incitándome a que la persiguiera… Cuando conseguí atraparla me besó como nunca nadie me había besado antes. En ese momento, supe que la quería, que la quiero y que, posiblemente, la querré. Tras el beso empezó a marearse y decidí acostarla en la cama. Ni duchas, ni nada de eso; sólo le quité la ropa (¡Sólo!) con la intención de dejarla en ropa interior, pero no llevaba sujetador. Lo hice sin mirar, como un tonto; ella no se estaba enterando de nada y podía haberla contemplado en todo su esplendor pero, es lo que me enseñaron de pequeñito, hay que ser honesto con los demás y, claro, con uno mismo: hice bien. Un ligero ronroneo resacoso me devuelve a la realidad. Se está despertando. ¿Sabe que está aquí, conmigo? Le cubro la espalda y empiezo a acariciarle el pelo, negro, lacio… Abre un ojo. Lo cierra. Abre los dos y… sonríe. Lo sabe. - Mmm. Buenos días. - Hola. – Le beso el pelo. - ¿Estamos en tu hotel? - dice incorporándose, justo en el momento en que la sábana resbala y deja al descubierto sus pechos. ¡Vaya! Ahora sí que los veo bien. No puedo apartar la mirada de ellos. ¡Mierda! Ella se da cuenta y, rápidamente, se los vuelve a cubrir. - ¿Hemos…? – Me implora con la mirada que se lo niegue. - No. Te confieso que me moría de ganas. – Calma. No la pongas nerviosa. - Vaya…

- Pero, tranquila. Soy un caballero y no me gusta aprovecharme de las señoritas borrachas. – Con una gran sonrisa intento tranquilizarla y quitarle al asunto importancia, como si fuera una situación cotidiana. – Mi idea era acostarte y, para eso, tenía que quitarte la ropa. No sabía que no llevabas sujetador, lo siento. - ¡Ah! En ese caso… - Deja caer otra vez la sábana. - Pero, - sus pechos vuelven a hipnotizarme – ayer no miré, cerré los ojos. - Son sólo unas tetas… - Me mira con una sonrisa picarona… ¡Ya estamos otra vez! - ¿En España no se hace topless? - Sí, claro… - trago saliva. ¿Qué hago ahora? – En la playa. Me siento como un chiquillo. He estado con varias mujeres a lo largo de mi vida, pero Hotaru me tiene embelesado. No es que sea un ligón empedernido pero, está claro, durante mi etapa de universitario, no dejé pasar las buenas oportunidades que tuve. Ella me mira con cariño mientras sale de la cama. ¡Dios! ¡Qué bonita es! Lleva un culote aferrado al cuerpo sin una arruga, sin un pliegue, perfecto; su trasero es espeluznantemente maravilloso… - ¡Espera! – Levanto un poco la voz mientras voy hacia ella. Ella se gira despacio. - ¿Qué? - ¿Te acuerdas de lo que pasó anoche? - ¿Qué quieres decir? - Te pusiste… - No sé como decírselo. – Pillaste una buena… - ¿Una buena qué? – Ella no lo entiende y yo no sé cómo decirlo delicadamente en inglés. - Te emborrachaste. – Ya está. - Ya me lo has dicho. – Se me acerca a menos de un metro. – Me has dicho que eras un caballero y que no te aprovechabas de las borrachas. - Ah…

- Siempre que tomo vino me sucede. – Sonríe. – Puedo beber cerveza, sake e, incluso, otras cosas más fuertes pero con el vino no puedo. - Habérmelo dicho cuando cogí el vino… - ¿Para qué? Era lo qué quería. – Se encarama de puntillas a mis ciento setenta y siete centímetros y me besa. – Ahora, si no te importa, me gustaría pegarme una ducha. La veo entrar en el servicio y, a través del espejo, veo como se despoja del culote. Abre el grifo, se mete dentro y cierra la mampara. ¡Qué diablos! - Hotaru, - le digo mientras corro la mampara – ¿ahora estás borracha? – Me mira fijamente a los ojos y sonríe. - Ahora, no. Ni que decir tiene que ha sido la mejor ducha de mi vida. Hombre, no es que nunca lo hubiera hecho en la ducha, pero jamás con tanto amor, con tanto cariño, con tanta ternura. Hotaru se me ha dado con una sensibilidad única, con una maravillosa inocencia. Tras embutirnos en nuestros albornoces, bueno, ella en el de Lola; nos hemos dado cuenta del hambre que tenemos. - ¿Estarán buenos? – Me dice mirando los filetes. - No sé. – Miro de reojo el pequeño microondas que reposa, ofreciendo silenciosamente sus servicios, al lado de la cafetera. – Cuanto menos, podremos calentarlos. Hotaru desenvuelve cuidadosamente uno de ellos y lo huele con suma atención. - Creo que están bien. – Me acerca el plato. - Mmm, pasables. – La miro a los ojos. - ¿De verdad te apetece un filete ahora o prefieres unos bollos? - Lo que a ti te parezca mejor… - Hace recaer en mí la decisión de quedarnos o salir a desayunar fuera. Miro mi reloj. - Salgamos. Conozco un sitio donde habrán unos bollos recién hechos buenísimos.

Ya seca, se quita el albornoz. Ahora puedo mirar su cuerpo sin pudor, ya nos conocemos; hemos sido presentados en la ducha. De repente se me enciende una bombilla en la cabeza. - ¿Quieres que te preste algo de ropa? – Sonrío. - Pero me irá grande… - No, ya verás. Déjame a mí. – Me acuerdo de una camiseta de la segunda equipación del Barça, azul claro sin llegar a celeste y una camisa de manga larga azul marino que llevo en mi equipaje Le dejo unos bóxers míos que sí le van grandes, le doy la camiseta y la insto a que se ponga el peto tejano, pero sin ajustar a la parte de arriba, es decir, con los tirantes colgando a los lados. Encima irá mi camisa. La contemplo como una creación propia. Bueno, tiene la clase de Hotaru pero con mi toque personal. A ver qué dice Lola cuando la vea con la camisa que me regaló hace un par de años por mi aniversario… No creo que le importe, es por una buena causa. Salimos del Express cogidos de la mano y nos vamos a la cafetería donde acabé yo la mañana en que me desperté antes que Lola, donde hacían aquellos bollos increíbles. Entramos y nos sentamos. - Mañana te vas. – Me espeta. - A Barcelona… Lo de Lyon, imposible, ¿no? - Ya lo sabes. – Esos ojitos rasgados me están implorando una solución. - A lo mejor… - Le cojo la mano. – A lo mejor a tu hermana se le ocurre algo. - Como, ¿qué? – Entrelaza sus dedos con los míos y me los besa, uno por uno. – Sabes que no puede ser. - Y, ¿si nos escapamos? - ¿A Lyon? - O a Barcelona, o nos perdemos en el mismo París; es muy grande. - No puedo hacerlo sin que mis padres lo sepan…

Es decepcionante. Siempre la misma canción. La dichosa tradición japonesa me está alejando de mi sueño, tal vez utópico, si, pero, ¿por qué no? ¿Por qué no podríamos dejarlo todo y largarnos a un lugar neutro donde empezar una nueva vida? - ¿Tienes miedo? – Le levanto la barbilla para que me mire a los ojos. - ¿Crees que te dejaría tirada por ahí? - No es eso… - Tal vez no estés segura de lo que sientes por mí… - ¡Claro qué estoy segura! – Vaya. Se ha indignado. - Sería normal. Hace tres días que nos conocemos. - Pero… Pero tú me has sacado de ese letargo en el que he estado este tiempo… Voluntario, si… - O, no. A lo mejor necesitabas inconscientemente que alguien te echara una mano. - No. Sé lo que pasó. Sé lo que hice y asumo las consecuencias. - Pero, ¿qué consecuencias? – Tal vez esté hablando con un muro. – Y, si las asumes, como dices, ya está, ¿no? - No es… - … tan sencillo. – Le suelto la mano. Le suelto la barbilla. Escondo mi rostro entre mis manos. ¡Joder! ¿Qué puedo hacer para sacar de esa cabeza esa idea de que lo nuestro es imposible? Nada más pensar en esa palabra, imposible, se me hace un nudo en la garganta. – Está bien. – Me levanto. - ¿Cómo se dice en estos casos? Ah, sí. Fue bonito mientras duró. – Doy un paso hacia atrás. – See you, que te vaya bonito. - ¡Espera! – Se levanta y me abraza. No le devuelvo el abrazo, me limito a mantenerme quieto dejando que ella se aferre a mí. – No me dejes… - ¿Qué no te deje? – Separo su cuerpo del mío. ¿Qué se supone que debo hacer? No puedo conocer a tu familia, ni, por lo que parece, puedo verte a escondidas por París; ni puedes venir

alguna vez tú a mi ciudad, ni podemos escaparnos a Lyon, ni… Ni… - Lo sé, lo sé… - Vuelve a abrazarme y empieza a llorar desconsoladamente. Ahora sí, le devuelvo el abrazo e intento proyectar en él que me tiene, que soy suyo, que la quiero, que yo también la necesito. He dejado un billete de veinte pavos sobre la mesa y hemos salido. De eso hace, ya, más de una hora. No hemos cruzado palabra pero, mientras Hotaru, con los ojos llorosos, camina recostada en mi hombro, yo le rodeo la cintura con mi brazo. Quiero a esa menuda japonesa de ojitos tristes, la quiero como nunca he querido en mi puñetera vida pero, para mi desgracia, tengo un problema: ella se obceca en que no puede ser. Noto humedad en mis ojos y una lágrima rompe mi mejilla. Pasan los minutos, las horas… Seguimos caminando en silencio. Mi lágrima reposa obsoleta entre los pelos de mi barba de tres días. Se ha secado pero sigue estando ahí, como un lamento perenne. Sé que ella me quiere y quiero comprender su obcecación, pero no quiero resignarme a ella. No se me ocurren soluciones que sean factibles, no se me ocurre nada para que Hotaru y yo podamos ser felices juntos y pienso, que por encima de todo, para serlo hemos de permanecer juntos. - Deberíamos ir al apartamento. – Me dice. – He de ayudar a Koko a preparar la cena. - ¿No la prepara el servicio? – Digo saliendo de mis pensamientos. - Me dijo que quería algo personal. - ¿Quién? - Mi hermana. Algo hecho por nosotras. - Te acompañaré y me iré. – Vuelvo a notar esa estúpida humedad… - Lo entiendes, ¿no? - No. – Se detiene y me mira. - ¿Por qué? - No quiero sufrir más y, si he de perderte, qué sea rápido.

- Pero… - Me iré al aeropuerto, pasaré la noche allí y mañana cogeré el avión. - No quiero que te vayas. – Empieza a llorar otra vez. - Hotaru, te quiero. Te quiero como nunca he querido a nadie y te quiero como no te van a querer nunca, pero me has dejado que lo nuestro es imposible. - Yo también… - …¿me quieres? – Le acaricio la cara. – Creo que lo sé. Tranquila, intentaré olvidarte. Dicen que no hay nada eterno. Inténtalo tú también. - No podré. Yo… - Tendrás que hacerlo. Retomamos nuestro camino hacia la Trump Tower al mismo ritmo, muy despacio. Noto su cabeza rebotar suavemente en mi hombro. Sé que está llorando pero decido no hacer nada… No puedo hacer nada. Cuando llegamos a nuestro destino le cojo ambas manos, - Entiendes que no vaya a subir, ¿verdad? - No, pero te respeto. – Mira nuestras manos entrelazadas. – ¿Nos veremos mañana? - No. No podría resistirlo. He visto como se perdía en el vestíbulo de la Tower, cabeza gacha, abrazándose con sus propios brazos, sollozando, lamentando su decisión… Me he dado la vuelta con la mirada perdida y he empezado a andar hacia el Express. Al llegar, he cogido el ascensor y he subido a la habitación. Acabo de entrar. Cierro la puerta tras de mí, me apoyo en ella y dejo resbalar mi espalda hasta quedar sentado en el suelo. Me echo las manos a la cara y rompo a llorar. Suena el móvil. Es Lola. Seguramente se preguntará, si es que Hotaru no ha dado su versión de los hechos, el motivo de mi ausencia. Obviamente no respondo. Me levanto, me quito la ropa y me meto en la ducha buscando una respuesta al dolor que siento.

El agua fría cae sobre mi cabeza empapando mis ideas, mis escasas ideas, incapaces de encontrar una solución a esta estúpida situación: dos personas que se quieren, que se necesitan y que son incapaces de estar la una sin la otra, abocadas a estar separadas para siempre. Vuelvo a romper a llorar. ¿Cómo puede ser que un par de adultos como nosotros no seamos capaces de encontrar una salida para esto? Bueno, yo sí he encontrado salidas, varias salidas… Pero Hotaru, ¿qué está dispuesta a sacrificar? Tres cuartos de hora después, al sentir mi piel ya algo arrugada cierro el grifo y salgo del baño. Me visto, recojo mis cosas y le escribo una nota a Lola. Lola, No sé si volverás a Barcelona conmigo o te irás en otro vuelo o irás a Lyon… Haz lo que creas que debes hacer y no pierdas la oportunidad de ser feliz. Detlef parece un buen tipo. Dale recuerdos de mi parte y, si no nos vemos mañana, pasad a verme de vez en cuando. Me voy al J.F.K. Espero que me dejen pasar allí la noche, no tengo arrestos para pasarla aquí, donde he compartido espacio con las dos mujeres que he querido más en toda la vida. Es posible e incluso probable que te parezca ridículo el sentimiento que Hotaru ha despertado en mí, pero el amor es así. No quiero ponerme gilipolla, ya sabes cómo soy… Dejo tus cosas ya empaquetadas. Espero que guardes buen recuerdo de mí como yo lo guardo de ti. Sabes que siempre tendrás un amigo donde yo esté. Tuyo, fui. Suyo, soy. Dìdac. Cierro la puerta tras de mí y decido ir andando al J.F.K. Es una tarea ardua, lo sé, y sé que me cansaré en una hora más o menos y cogeré el transporte público pertinente o un taxi que me acerque allí, pero me doy a

la aventura de la caminata en solitario por la gran manzana, tal vez eso me cambie el ánimo. A los, exactamente, cuarenta y cinco minutos decido coger el taxi. El tipo que lo lleva intenta darme conversación, pero no está de suerte, yo no estoy para tonterías. Casi una hora después llegamos a destino. Pago y entro en la terminal. Son cerca de las diez de la noche, quedan casi veintiuna horas para que salga mi avión. Se me antoja una eternidad pero ha sido mi elección. El móvil vuelve a sonar. Lola. No respondo. Otra vez. Lola. Igual. Espero que no me lo tenga en cuenta. Busco una cafetería, me siento y pido un café. Tres horas y tres cafés más tarde me doy cuenta de que la batería de mi teléfono está agotándose. El hecho de que lo hubiera silenciado no quiere decir que Lola no me haya intentado localizar. Miro el historial de llamadas y encuentro otros tres números. No los conozco pero supongo que pertenecen a algunos de los integrantes de nuestro “Grupo de los ocho”. Localizo un punto de carga gratuita para terminales móviles, lo pongo a cargar y me siento en uno de los cómodos sillones del J.F.K. al lado. Me cercioro de que estoy en una zona de fumadores y enciendo un cigarrillo y, en ese momento, suena el pitido del WhatsApp. Vaya, pienso, es el primero en estos días. Dudo pero… la curiosidad, dicen que mató al gato y puede más que cualquier otra cosa. Lo miro. No conozco el número. Hello (Sigo sin identificar a mi interlocutor, pero al ser en inglés sé que es del grupo) Soy Hotaru (Vaya. Veo que sigue escribiendo pero no me entra ningún otro mensaje) Por qué no respondes al telefono? (¿Me lo dices o me lo cuentas? Han pasado casi dos minutos desde el anterior) Dime algo, por favor (Insiste y, aunque me muero de ganas, no sé qué decirle) Diego… Didac… Te echo de menos (¡No me jodas!)

Estoy en el wc sola. Nadie me ve. Por favor, responde. (Hotaru, mi dulce Hotaru, mi tierna Hotaru…) Hola Hola. Dónde estás? JFK Pero, tu avión sale mañana por la tarde, no? No tenia un sitio mejor donde ir. No podía estar en el hotel después de… (Pienso cuando me he despertado con ella a mi lado y me da un escalofrío) Lo siento. Lo siento. Lo siento. Es igual. Ya me acostumbrare a que no estes en mi vida. Total, han sido solo dos días. (Sé que he sido cruel y me lo paga con silencio) Lo siento (Ahora soy yo el que lo siente, cariño. Intento no perder el contacto. No quiero que se vaya) Mi hermana está aporreando la puerta. Creo que se teme que yo vuelva a… Estas bien? Si. No. Si para no hacer locuras. Pues, díselo. No me cree. Joder. (Tomo aire, como si fuera a hablar) Hotaru, no voy a ir. Mañana vuelvo a Barcelona. Lo se. Espera. (Supongo que habla con su hermana) Pues ya sabes donde y como encontrarme. Ahora ya tienes mi teléfono. No se que decir… Ya me imagino. Ya me lo has dicho todo. Pero yo te quiero. Y, crees que yo no? Ya no se que hacer o que proponer. Tal vez si hablo con mi padre… Hablaras con el? Si. Koko me ha dicho que ha de hablar con el. Para que? Para decirle que le gustan las chicas? No lo se.

Si realmente quieres estar conmigo, habla con tu padre antes que ella. Por qué? Crees que tu padre aceptara que sus 2 hijas se larguen a la vez? No lo se. O puedes venir conmigo a BCN. Ya sabes. TU ya sabes que no. No puedo. Se me acaba la batería. (Miento) Esto se va a cortar de un momento a otro. (No puedo seguir con esto) Llamame cuando llegues. WhatsApp. Lo que quieras, pero dime algo. Si puedo, lo hare. Te quiero. Ya. Te quiero, de verdad. Lo sabes. Lo se. Yo también te quiero. (Noto que se me vuelven a humedecer los ojos). Se va a cortar. Lo siento (Lo siento, de verdad, pero no puedo más y una anciana ya me está mirando con cara de pena). Bye Hotaru. Bye Didac. Love U. Ya no es humedad. Estoy llorando. La mujer, de buena fe, me acerca un pañuelo de papel. Se lo agradezco. - ¿Sabe? Yo también fui joven. El amor… ¡Ah! ¡El amor! - Yo… Es que… - Maldita vieja… ¿Ha estado leyendo mis mensajes? Mi indignación ha hecho que mis lágrimas desaparecieran. – Señora… - No se preocupe. No me estoy metiendo en sus asuntos. – Sonríe. – Es sólo que me ha parecido que sufría de “mal de amores”. - Es cierto. – Bueno, parece buena gente. Le lanzo la mano. – Me llamo Diego. - Catherine.

- Disculpe, ¿se va a algún lugar o ha venido a esperar a alguien? - A mis nietos. – Su rostro se torna serio de golpe. – Se fueron hace dos años y… - ¿Regresan hoy? - No lo sé. – Coloca sus manos en el regazo y me mira con ilusión. – Tal vez… - ¿No la han avisado? - No. – Suspira. – De hecho, sé que no volverán jamás pero no pierdo la esperanza. - Pero… - No, no se preocupe, joven. – Ahora con una de sus manos me palmea el hombro levemente. – Se fueron hace, hoy, exactamente veinticinco meses. ¿Quién sabe? Los caminos del señor son inescrutables… Aprovecho que el momento la pone más sensible de lo que ella hubiera deseado y que rebusca en su enorme y ajado bolso, de nuevo, su paquete de pañuelos de papel; para encontrar, a través del móvil, esa fecha. ¡Dios! Un terrible accidente de avión sobre el Atlántico, diez minutos después de haber despegado de Nueva York acabó con la vida de cuarenta y tres personas. Hubieron, además, veinte cuerpos no encontrados. Busco los nombres de las víctimas y los cotejo con sus edades. Entre los desaparecidos hay dos que se apellidan igual y que tenían, en la fecha del siniestro, doce y catorce años. Miro sus rostros e, instintivamente miro la cara de la señora. Ella se da cuenta. - En las fotos que se dieron se parecen mucho a su padre. – Dice. Creo, que, resignada. - ¿Su hijo? - Si. El no pudo soportarlo. Se quitó la vida. – El pañuelo no es suficiente para contener sus lágrimas y yo, por empatía inconsciente, la sigo con las mías. – Dos meses después. La madre lo había abandonado. - ¿Le culpó?

- Supongo… Pero, ¿Quién soy yo para juzgarla? - Yo… - ¿Qué hubiera hecho yo? De hecho, desde aquel día, desde el día en que mi hijo nos dejó, estoy aquí; aguardando… - ¿Un milagro? - Llámele milagro, si. Pero la esperanza es lo último que se pierde. En ese preciso instante me doy cuenta de que he sido un idiota, un perfecto imbécil. He de volver. He de convencer a Hotaru. He de hablar con Kokone y con sus padres, mostrarles mis intenciones, prometerles que siempre cuidaré de ella, que la amo como nunca he amado antes y como nunca la amarán jamás. - Señora, debo irme. – Me levanto con lágrimas en los ojos. - Lo entiendo. – Contesta ella. – Usted aun está a tiempo de vivir su vida. - Gracias por todo. Siempre la recordaré. Y, es cierto, siempre recordaré a esa mujer y, en mis escasas plegarias, rogaré para que ella encuentre la paz al final del camino. No encontraron los cuerpos de sus nietos, ¿quién sabe? Tal vez lograron escapar de la tragedia. Cuando llego al aparcamiento de los taxis me doy cuenta de que me he dejado olvidado el móvil en el cargador. Doy media vuelta y regreso. Treinta y cinco minutos perdidos. Había ido en dirección al parking que estaba más cercano a la salida norte del aeropuerto, la dirección que más me acercaba a Hotaru. Cuando llego a los cargadores, cojo mi terminal. La anciana ya no está allí. Miro la pantalla. Hay dos llamadas perdidas de mi chica. Pero, ¿por qué? Ella sabía que mi móvil estaba en las últimas. De repente, oigo gritos y veo gente corriendo a mí alrededor. ¿Qué está sucediendo? Todos corren hacia la misma dirección. Decido ir para allí. Cuando llego me abro paso entre la multitud para ver, con auténtica

desesperación, como un tipo de aspecto siniestro y desastrado tiene agarrada por el cuello a una chica, a una chica muy asustada, a una chica que, desde lejos, parece japonesa; a una chica que… ¡Que lleva mi camisa! Es Hotaru. ¿Qué diablos hace Hotaru en el J.F.K? - Hotaru… - Susurro. – Hotaru. – Levanto un poco la voz. - ¡HOTARU! – El eco de su nombre resuena en mi cerebro al mismo tiempo que en las paredes de la zona donde nos hallamos. Todos me miran. Yo sólo tengo ojos para ella. Está aterrorizada. Me ha visto. Mueve los labios. Susurra mi nombre. Doy un paso al frente. - Tómame a mí. Suéltala a ella. – Por toda respuesta el tipo saca un revolver del bolsillo de su gastada chaqueta y apunta a la boca de Hotaru. – Por favor… - ¡Atrás! – Grita él. - De acuerdo, de acuerdo. – Le digo. Retrocedo mientras pongo los brazos en alto. – Estoy desarmado. - Pero ellos no. – Dice mientras señala a un par de policías de aduana que le están encañonando. Pero, ¿qué hacen? - ¡Suelte el arma! – Grita uno de ellos. Seguro que, ante tan amable petición, lo hará. El Agente amartilla el arma. - ¿Está loco? – Digo mirándole. - ¡La va a matar! - ¿Quién es usted? – Me mira con cara de desprecio.- ¿Conoce a la china? - No es… - Mi indignación está alcanzando cotas impensables. - ¡No es china! – Le grito. – Es japonesa. - ¿Lo ves? Le dice el otro policía. – Ya te dije que no tenía pinta de china. – Esto es surrealista. ¿¡Qué más dará la nacionalidad que tenga!? - ¿De qué la conoce? – El segundo agente parece más educado y calmado. Se está dirigiendo a mí con amabilidad.

- Es… Es mi novia. – Respondo. Lo digo con orgullo. Lo digo llenándome la boca. Lo digo en voz alta para que ella me oiga. Y Hotaru me oye. Pero el tipo que la está amenazando también. Me miran. Ambos. Hotaru, con los ojos tristes, in blue; el tipo con cara de ir atando cabos. - You! – Me grita. - ¡Desármalos y lanza las armas hacia aquí! ¿Cómo voy a hacer eso? Los policías no me van a dejar hacerlo. Y, ¿luego qué? ¿Qué haría el tipo con tres armas? Cada vez hay más gente por los alrededores curioseando. La mente humana es curiosa, pero el modus operandi yanqui… ¡Madre mía! Mi cabeza funciona a mil por hora. Llevo todo el día buscando soluciones a un problema (que sólo yo veía como problema, de hecho) y, cuando las encuentro, viene Hotaru, supongo que habiendo llegado a una conclusión muy parecida a la mía y todo se va al carajo. Pero… ¿Qué…? Al fondo, muy al fondo, tras la, ya casi multitud de personas que se ha congregado cerca de nosotros, veo a la anciana, a Catherine, acompañando a dos chicos que parecen rondar los quince años. Se la ve feliz, rejuvenecida… Camina asida del brazo de cada uno de ellos que la flanquean con alegría. ¿Es posible que…? ¡Ojalá! Vuelvo a la más cruda realidad de mi existencia. No puedo perder a Hotaru ahora. Ahora que ambos hemos tomado una decisión y creo que es la misma, no puedo dejarla a su suerte. - ¿Qué quieres? – Le grito al hombre. - ¡Qué os larguéis todos! O mato a la chica. - Por favor… - Imploro a los curiosos que, ajenos a nuestra historia, parecen no darse cuenta del enorme peligro que corre mi chica. Nadie se mueve, parece provocarles morbo que haya un tipo encañonando a una inocente chica a escasos metros de ellos.

- Lo tienes difícil, amigo. – Me dice un chico, de más o menos mi edad, que se pone a mi altura. – Conozco a ese tipo. - ¿Qué ha hecho? - No lo sé esta vez, pero suele robar en las tiendas de la duty free. Sólo sé que le llaman “Mac”. – Tal vez “Mac” ha pensado que mi nuevo interlocutor y yo tramábamos algo pero, en ese momento, amartilla el revólver con un sonoro “click”. - ¡Espera! – Grito desesperado y, en ese momento, uno de los agentes aprovecha para disparar. Estúpido policía. Maldito policía. Ha errado su disparo. Sólo hiere en el brazo al agresor de Hotaru que, en un acto de defensa, un reflejo, un movimiento automático, dispara a su vez en el momento en que Hotaru se agacha. La bala pasa arrancando cabellos de la sien de mi chica y avanza, inexorable, hacia mí. Noto el impacto del proyectil en mi cabeza y, como en un suspiro, me siento desfallecer. Jueves. Abro los ojos. Un tipo vestido con bata blanca se abalanza sobre mí con una extraña linterna apuntando a mi ojo izquierdo. Me molesta la luz. Me molesta la cabeza. Me molesta todo el jodido cuerpo. No sé donde estoy ni sé que ha pasado. - ¿Puedes oírme? – Escucho de boca del hombre de blanco e intento contestar pero no puedo emitir sonido alguno. Él se da cuenta. – Tranquilo. Has estado muy grave pero parece que ya estás fuera de peligro. - ¿Fuera de peligro? – Parpadea si puedes escuchar lo que te digo. – Lo hago. Hago un lento barrido por la estancia en la que me encuentro mientras el que supongo que es un doctor me va hablando. Le oigo pero no le escucho. De pie, a su lado, hay una chica de aspecto oriental. No sé quien es. Me mira ansiosa, con ojos desorbitados y, en cierto

modo, felices. Me está poniendo nervioso pero… Pero es bonita, si, muy bonita. Ella va vestida de azul. Detrás de la chica se coloca un hombre, también de aspecto oriental (creo que son japoneses) que acaba de entrar. Le pone las manos sobre los hombros. - Parpadea si me has entendido. – Vaya. El ¿médico? Sigue a lo suyo. Deposito mis dos ojos en los suyos, los abro mucho y, a continuación, los cierro. - Ggggrrr… - Gruño. La chica se apresura a coger un botellín de agua que debe haber estado descansando sobre la mesita (de hecho, no lo sé; no puedo girar el cuello tanto como para verificarlo y mis ojos no llegan hasta allí). - ¿Puedo? – Dice señalándome con la mirada. - Mójale los labios, no más. – Parpadeo tres veces, deseando vehementemente el líquido elemento. – Lleva cinco días inconsciente. - ¿Cinco días? La chica ¿japonesa? se acerca y con una dulzura infinita me moja delicadamente los labios. Con la lengua intento absorber la poca agua que se filtra al interior de mi boca para llevarla a mi reseca garganta. La sensación es muy extraña pero, creo, reconfortante. - Diego… - Susurra ella. – Si, me llamo Diego; bueno, de hecho, mi nombre es Dídac. Pero, ¿nos conocemos? No la recuerdo… - Despacio. – Le dice el médico. – De momento no sabemos las lesiones que le han podido quedar. – Ella asiente. - Hotaru. – El hombre que había entrado y se había colocado tras ella la llama. Ella se sitúa a su lado y lo abraza. - ¡Está vivo, papá! - ¿Estoy vivo? ¿Qué cojones ha pasado? ¿Dónde estoy? ¿Quién es esta gente? - Bueno, - continúa el médico – lo peor ha pasado. Ahora vendrán del servicio de enfermería para asearlo. Intentarán hidratarlo un poco y les explicarán qué se debe hacer a partir de ahora. En

el momento que lleguen, deberán abandonar la habitación; hasta entonces, pueden quedarse con él. - Gracias doctor. – Dice el japonés. - Gracias. – Corrobora la chica. - Es mi trabajo. – Contesta el médico con una sonrisa y palmeándole el hombro a ¿Cómo ha dicho el hombre? ¿Hotaru? - ¿Puedo mirar de darle un poquito más de agua? – pregunta ella. - De acuerdo, pero muy despacio. Y el doctor abandona la habitación dejándonos solos. Solos los tres, los dos japoneses y yo. La chica se mira al hombre y le frena con la mano. Es un movimiento casi imperceptible pero, casualmente, yo estaba mirando para allá. Hotaru se acerca a mí. Se sienta en el borde de la cama y me coge una mano mientras, con la otra, me va mojando los labios. Se lo agradezco sobremanera pero sigo sin saber quién es. Es entonces cuando la puerta se abre con estrépito y entra otra chica, esta de claros rasgos occidentales, que se abraza a la japonesa. - ¡Te dije que era duro como una piedra! - ¡Lola! – Las dos lloran abrazadas. El japonés sonríe satisfecho y yo ansío más agua. Entra otro tipo. Saluda al padre de Hotaru y me mira. También sonríe. ¡Dios mío! No conozco a nadie… Por suerte, en ese momento entra una pareja de enfermeras. - ¡Vamos! Todo el mundo fuera. La mayor de ellas me explica que debo ir despacio. He sufrido una conmoción cerebral producida por el traumatismo craneoencefálico debido a una bala que me han disparado hace cinco días. ¿Me han disparado una bala? ¿En la cabeza? Ante mi expresión de asombro, me relata, pero cómo si yo ya lo supiera, lo acaecido. Se ve que un tipo amenazaba con matar a la chica japonesa de antes y yo le salvé la vida anteponiendo la mía a la suya. Sigo sin recordar nada.

Me hidratan con suero e intentan que hable. Por fin, me veo capacitado para articular sílabas. - No… No me… a… cuer…do de… de… na…d…da. – Se paran. Detienen el aseado de mi cuerpo. - ¿De nada, de nada? – Me pregunta la que parece más experimentada. - Nn… no. - ¿Sabes cómo te llamas? - Si. – Vaya, he conseguido soltarlo de golpe. Parece que vaya a mejor. – Dd…die… go. Die… go. Diego. - ¡Ahora! - Bien, eso está bien. ¿Sabes dónde estás? - Hos… pital. - Correcto. Nosotras somos las enfermeras Lloyd – dice señalando a su compañera – y Phillip y, el que te ha estado atendiendo es el doctor Samuelson. ¿Tienes alguna pregunta en concreto? - Estoy en… - Leo la acreditación de la enfermera Phillip. Se llama Zoe y veo que debajo de su nombre se lee claramente el nombre de un hospital y las letras que forman las palabras New York. - ¿Nueva York? - Si. – Me mira fijamente mientras, con discreción, pulsa el interruptor de llamada. - ¿Dónde pensabas que estabas? - No Lo sé. - ¿Sabes de dónde eres? - ¿Barcelona? - ¿Tiene dudas? – Mientras hace su pregunta, la puerta se abre de golpe y entra el doctor. Veo al fondo a las dos chicas de antes diciéndome hola con la mano pero Samuelson cierra la puerta tras de sí. – Doctor, - la enfermera se dirige a él – creo que tenemos un problema. El bueno de Samuelson asiente. Me explica que los resultados del tac ya habían mostrado señales de una posible lesión cerebral. Me dice que no tiene por qué ser definitiva, que, incluso, la memoria podría volver

sin ayuda, de la noche al día. Asiento, no sin esfuerzo. ¿Volveré a ser quien era? Recuerdo Barcelona. Creo que es mi ciudad natal, pero la recuerdo como algo borroso. Entiendo y hablo inglés, sé que me he estado comunicando con el equipo médico en ese idioma, pero pienso en catalán y castellano y sé que, también, puedo hablarlos perfectamente. - ¿No recuerdas a ninguna de esas personas? – Me pregunta el doctor señalando hacia fuera. - No. - Vaya… Eso puede ser un problema. – Sonríe. – Una de ellas dice ser tu novia. - Es… espero que no sea el chi… chico. – Intento ser sarcástico. Tal vez, en un momento como este, sea lo único que me quede. - No. – Me tranquiliza observando positivamente mi ironía. – La chica japonesa. - Pare… ce que no… no tengo mal gusto. – Con la ayuda del brazo en el que no tengo la vía me incorporo un poco. - ¿Puedo ver… la? - Claro. Le diré que pase. Samuelson desaparece por la puerta y, antes de que aparezca Hotaru transcurren unos tres o cuatro minutos. Le debe estar explicando algo acerca de mi problema. La puerta se abre muy despacio y el rostro angelical de la que dice ser mi novia aparece poco a poco. Se acerca a mí. Es preciosa, ahora que puedo verla más consciente de lo que mis ojos veían hace unos minutos. No obstante, no sé quién es. - Hola. – Dice. - Hola. – Digo. – Me han dicho que tu y yo… - Te han dicho… - Obviamente, la noto triste. - Lo siento. No logro recordar nada. - ¿Ni siquiera mi nombre? – Me coge la mano y la besa. - Hotaru… - Le digo con una sonrisa. - ¿Qué significa? - No sé cómo es en inglés, - me responde.

- Tra… ta de explicarlo. ¿Es un sen… timiento? - ¿Un sentimiento? No, aunque sería bonito. – ¿Sería bonito? Sonríe. Me gusta esta chica. - No sé. Es lo pri… mero que se me ha ocurrido. - No, sólo es un animal… Un insecto, pero no sé su nombre. - ¿Mos… ca? ¿Mosquito? ¿Abeja? ¿Avis… pa? ¿Araña? - Si, ja, ja, ja, ja. – Suelta una carcajada preciosa. – ¡Soy la mujer-araña! – Pone la mano con los dedos rígidos, doblados y hace como que avanza hacia mí. Por un instante me apetece horrores que lo haga. – No. Es un bicho que… que brilla de noche. - ¿Una luciér… naga? - Digo en castellano. – Sé a qué te refieres. En inglés es firefly. - Firefly… - Dicho por ella suena, si cabe, mejor, más musical. – Es bonito. - Si, precioso, como tú. – Se sonroja. Agacha la cabeza, pero de repente, la levanta. Yo cuidaré de ti, Diego. Yo cuidaré de ti.

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