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„De rechupete”: Ein Leckerbissen” Este verano he viajado al Perú con el afán de confirmar las afirmaciones que difunde la presa internacional sobre el progreso económico-social que atraviesa el país de los Incas desde hace ya más de algunos años. Ese progreso está a ojos vista desde que uno entra en la sala de desembarque del aeropuerto “Jorge Chávez”. Para comprender mejor el estado actual de las cosas os hago un resumen cronológico de cómo era el Perú a partir de finales de los años cincuenta del siglo XX hasta hoy. Nací a finales de la década de los cincuenta del siglo pasado. Un par de meses después de mi nacimiento mis padres abandonaron los Andes piuranos (Canchaque-Huancabamba) y se fueron con toda su pandilla (Clique) a vivir a la costa, Piura, porque mi madre no quería que sus vástagos llevaran una vida como la que ella tuvo: Esclava india. Ella había pasado su vida, desde poco después de su nacimiento hasta el momento de su casamiento con mi padre, en casa y con la familia de un comerciante criollo exitoso, Don Noé Ramírez, que proveía, sobre todo, café y aguardiente a los pobladores de la ciudad de Piura. Por consiguiente era miembro de un segmento económico-social de la llamada clase social dirigente: “Los Terratenientes” (Landbesitzer). En 1964, vivíamos en el barrio Talarita, distrito de Castilla-Piura, Ex hacienda Tacalá cuyo propietario era don Orlando Balarezo, un gamonal. Teníamos una radio alemana, Telefunken, y diariamente, a las 5.30 h, mi padre la encendía para escuchar las noticias nacionales e internacionales y, naturalmente, oír huaynos (música andina). Me fascinaba percibir el “tomar vuelo” de los transistores, demoraba un par de minutos y luego empezaba la fiesta, la sesión de novedades. Me empezaban a llamar la atención, por un lado, las trifulcas (Streit) que tenían lugar en el valle de la Convención, Cuzco, entre campesinos-indígenas y gamonales, por otro lado, las discusiones y comentarios que hacían mis padres sobre estos temas. En 1965 llegó el momento de ir a la escuela primaria, Colegio San Antonio de padres Franciscanos. En 1966 ya estaba en otra escuela, una escuela particular que reunía a niños de padres con cierto poder adquisitivo. Ya sabía leer y empezaba a comprender lo que mi madre nos contaba de lo que había sido de su vida: Haber vivido en casa de Don Noé como una esclava, analfabeta, sin derecho a nada, por desgracia había vivido el peor momento de esa época (1940-50) que los sociólogos denominan: El Perú feudal con régimen de casta: el indio, el mestizo y el Señor que se instauró con la creación de la república, 1821. En 1967 notaba que se estaba cocinando algo en la vecindad. Víctor Miranda – amigo de niñez- hijo del jefe de la caballería de la Guardia Civil, nos contaba que su padre se iba a ir de caza, a corretear y castigar a los “indios” que se atreviesen a invadir los terrenos de los gamonales piuranos, los Ortíz, Balarezo, Urteaga, Seminario, Romero, Ruesta… Hasta que, efectivamente, llegó el día del asalto (Überfall): Eran las 3 de la madrugada, me despertaron los ruidos que hacían mis padres al momento de partir a participar en una invasión de terreno cuyo motivo era tener una área donde pudieran construir una vivienda y vivir dignamente, a pesar de que esos terrenos le pertenecían legalmente a la Comunidad de Indígenas. El lugar era un arenal al sur del distrito de Castilla, a 20 Km del barrio Talarita.! Qué horror! Mi madre llevaba ollas, papas (Kartoffel), termos (Thermosflaschen), petates (Palmblattmatte), carbón, kerosene. Mi padre portaba herramientas para construir una choza (Hütte) de esteras (Bambusmatte). Lo que más me llamó la atención fue el machete que llevaba al cinto. Para mí eso era como si mis padres se fueran a una guerra. Teresa, mi hermana mayor, y yo nos echamos a llorar. La tía Angélica nos consoló y se quedó a nuestro lado viendo la partida de mis padres. Recuerdo sus frases de aliento y esperanza: ¡Volverán victoriosos! ¡Dios es Grande! Después de algunas semanas de lucha contra la policía (el Estado) la invasión resultó un éxito total, pues lo que había sido una idea de querer vivir dignamente se convirtió en una lucha de vida o muerte por la realización de ese ideal que se consolidó con la fundación de un nueva barriada, “El Indio“(Wilde Siedlung, der Indianer). Así pudo ir toda la patota, mis padres y mis cinco hermanos, a vivir a ese arenal donde nuestra vida era ir a la escuela y jugar al fútbol con un par de cientos de niños hasta que el sol se ocultara, ¡qué dicha! Recuerdo que añoraba ser golero de la selección nacional de fútbol ya que mi ídolo era don Otorino Sartor. A través de este suceso conocí los gestos humanos de los “invasores”, de los que nos hablaba mi madre: La tradición campesina-indígena que estaba orientada en el sentido de la fraternidad y solidaridad. 1
En 1968, estaba en una escuela estatal, la “258”. Todos éramos chicos del pueblo, de la masa, nuestro padres eran gente humilde, algunos peones en las haciendas, otros trabajadores urbanos, comerciantes. Ya podía percibir con claridad por la prensa, la radio y, sobre todo, por la explicación que nos hacía nuestro maestro, don José Nizama, el disgusto de la gente con la pésima dirección política de país. Las familias Romero y Cuglievan –gamonales- extendían sus territorios agrícolas, los campesinos-indígenas bajaban en masa a las ciudades de la costa y el enfrentamiento por la tenencia de la tierra se volvía sangriento. En pocas palabras, el Estado oligárquico (término periodístico) estaba en crisis y su situación se convertía en una bomba de tiempo cuya detonación no se dejaba esperar. El 3 de octubre 1968, el general, don Juan Velasco Alvarado, dio un golpe militar derrocando al presidente constitucional, don Fernando Belaunde Terry. El 24 de Junio 1969, encendimos la radio Telefunken para oír el discurso del general. La junta militar decretó la Ley de Reforma Agraria, con ésa el Estado confiscaba las haciendas e indemnizaba a sus propietarios. Éstos habían adquirido poder político, económico y territorial gracias a la herencia de sus antepasados o la tierra se la habían (zu Unrecht in Anspruch nehmen) usurpado a las Comunidades indígenas y la detentaron durante 148 años de República. Mi madre no lloró de alegría al saber esta noticia sino que se envalentonó diciéndonos: ¡ Muchachos, es hora de empezar a vivir! Eso era verdad: El general Velasco, piurano, paisano nuestro, un hombre del pueblo, soldado raso (Einfacher Soldat), anunció su visita a su pueblo. Nuestro maestro, don José Nizama, nos propuso ir al aeropuerto a darle la bienvenida. ¡Qué emoción! El Aeropuerto estaba a 500 m de nuestra escuela. Preparamos pancartas de ovación: “Cholo soy, y no me compadezcas” “El rico no comerá más de tu pobreza” ”Chino, saca la metralleta”, “Chino, no nos ganan”, “Chino, haz cagar a los gamonales”…Y lo vimos bajar del avión, “El chino Velasco” estaba frente a nosotros, nos daba su mano, nos abrazaba, todo era un alboroto de alegría. Desde ese entonces empezamos a vivir, a palpar, a identificarnos con un personaje, un héroe vivo que nuestros padres lo admiraban y lo querían porque había hecho justicia: Reivindicación del campesino-indígena, un personaje que siendo autóctono y con un pasado glorioso de sus antepasados, los Incas, se le expulsó de la condición nacional desde 1823 (1. Constitucional Nacional). Con eso terminó el dominio político de una casta (Agro-industrial) que decidió por muchos años el destino de los peruanos. Abril 1970, estaba en el colegio estatal, “San Miguel”, claro, allí habían estudiado el Gral. Velasco y nuestro Maestro, don Mario Vargas Llosa. En el colegio nos conocíamos más por nuestros apodos (Spitzname) que por nuestros apellidos: “Pata de Mula”, “Boca de llanta”, “Guanayo”, “Pajero”, “Parchazo”, “Macondo”, “Rata”, “Pato”, “Malambito”, “Jefe”, “Guanabita”, “Chochitas”, “Coche”, “Zorro”, “Tiki-Taka”, “Kon-tiki”, “Huevadita”, “Charapita”, “Mala hembra”.... Empezábamos a distinguir nuestros rasgos morfológicos: algunos eran blancos, otros mestizos, indios, negros, zambos, chinos, japoneses y todas la n-combinaciones híbridas entre esos grupos. Lo más notorio de esta muchachada eran nuestros compañeros del Bajo Piura, que eran indígenas auténticos, como muchos de nosotros que veníamos de la sierra, y eran descendientes de las tribus pre incas: Los Tallanes y Vicús con sus apellidos peculiares como Silupú, Querabalú, Chiroque, Timaná, Ancajima, Yovera, Ipanaqué, Yarlequé, Pulache, Chero, Yanaqué, Adanaqué, Sullón, Payco, Ipanaqué, Macalupú, Yesquén, Simbilá, Narihualá... Nombres que suenan a terruño piurano. Empezábamos a mascar el inglés ya que el profe de esa asignatura era un ex piloto de la US Air Force (II Guerra Mundial), Mr. John Tiefer. Oíamos la música que oían también nuestros cuatro o cinco compañeros de clase, miembros de la high society piurana: Elvis Presley, the Beatles, Trini López, Johnny Cash, Paul Anka, John Denver, Harry Belafonte, Dámaso Pérez Prado, Rolando la Serie y claro está, los pasillos ecuatorianos de Julio Jaramillo; José Feliciano, Lucho Barrios, “Los Destellos”, “Los Girasoles” etc. En mi clique, nos parecía que éramos cosmopolitas. Hasta llegaron Pelé y Garrincha a jugar contra el Atlético Grau. Pero el detalle más importante de ese período era que ya no existía el régimen social de casta del que tanto me había hablado mi madre. Por un lado, éramos un crisol de razas / Todas las Sangres (1), por otro lado, empezábamos a percibir e identificarnos con un nuevo estatus social que nos hacía diferentes a nuestros padres: No éramos ni campesinos-indígenas ni mestizos ni Señores: Nos autodenominábamos “Cholos”. Hasta mis parientes blancos me llamaba, por cariño, “Cholo”. Empezábamos a medirnos intelectual y deportivamente entre nosotros. El estímulo de ser el mejor de la escuela, de mostrar temple varonil (macho), de ser un tipo ganador empezábamos a percibirlo: Nos parecía que el Éxito ya nos hacía cosquillas.
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En enero de 1973 llegamos a Lima, la capital del país. Mi padre había perdido su trabajo en Piura y no encontraba otro, su pandilla crecía y tenía ganas de seguir estudiando y de emprender algo nuevo. Mis padres decidieron irse a vivir a Lima como lo hacían miles de Campesinos- indígenas de los Andes. Llegamos a Lima y aterrizamos en el distrito de San Martín de Porres, Avenida Perú (cuadra 16, Jirón Tegucigalpa). Era un distrito cuyos barrios habían tenido la misma historia de fundación que el barrio “El Indio”. La capital era otro mundo para todos nosotros, pues habíamos conocido, en Piura, el sosiego, la siesta, un clima cálido. Ya en Lima, mi madre me matriculó en un colegio del Centro limeño (Jirón Chancay), “Señor de los Milagros”. La vida escolar era algo semejante a la que había vivido en Piura. Nos conocíamos por nuestros apodos: “Culito”, “Sanguito”, “Padrecito”, “Científico loco”, “Actor”, “Cara de loco”, “Espión”, “Cholo Sotello”, “Cholo Parejo”, “Cholo Grande”, “Machete”, “Mochita”, “Hacha”, “Loco Panty”, “Patita de Cuy”, “Cara de bota”, “Cacha Mulas, “Melcochita”, “Bozal”, “Mahoma”... Cuatro o cinco compañeros de clase pertenecían a la nueva Clase media, hijos de empleados públicos, abogados o ingenieros. El resto venía de barrios marginales; nuestros padres se ganaban el pan para sus hijos haciendo cualquier cosa, pertenecían al otro Perú, al Perú Informal; no éramos hijos de “alguien” reconocido, éramos descendientes de alguien sin herencia, éramos los hijos de la prole. La vida escolar y cotidiana corría a la velocidad de Usain Bolt. Después de la escuela teníamos que echarles a nuestros padres una mano en el trabajo. Pero esa actividad no nos hacía daño, al contrario, empezábamos a sentir y modelar el llamado espíritu de lucha, a tomar conciencia de nuestra clase social: “Los Cholos”. Sin darme cuenta me integré a esa dinámica de grupo. Éramos aún Chibolos (Junge) de 15, 16 años. Vivíamos al ritmo del estudio, del trabajo y del fútbol. En el fútbol teníamos a ídolos vivos: El “Cholo” Sotil, el “Nene” Cubillas. Los veíamos jugar, hablábamos con ellos, nos identificábamos con ellos. Oíamos y bailábamos al compás de nuevos ritmos musicales: La Salsa, la cumbia peruana hasta nos insertábamos en la modernidad con el ritmo de Elton John: “Crocodile rock” y todo eso tenía lugar a 300 m de nuestra escuela: El pasaje “Malambito”. Lugar legendario donde después de la escuela “arreglábamos cuentas” a puñetazo limpio. Sentíamos que estaba pasando algo nuevo con nosotros: No teníamos la cara triste y taciturna, la pesadumbre (Schwerfälligkeit), el comportamiento sumiso (unterwürfig) que mucho de nuestros padres tenían. La gracia y el vigor juvenil los poníamos al servicio del momento en el que vivíamos. Todos habíamos tenido el mismo pasado histórico: Habíamos visto correr sangre en nuestra niñez (Blut geleckt). Este año el Gral. don Augusto Pinochet, derrocó, en Chile, al presidente, don Salvador Allende. Hispanoamérica era un polvorín (Zeitbombe). 1974, era el último año escolar. Se oían rumores de un próximo conflicto militar entre Perú y Chile. La Junta Militar ordenó reclutar personal de emergencia. Seleccionó a los 15 mejores estudiantes, en rendimiento intelectual y condición física, de cada colegio limeño con el fin de enseñarles las “artes de la guerra”. Primera Estación: Batallón de tanques (Panzer División 222, Observador Avanzado, Aufklärer). Allí estaban el “Loco Panty”, “Mahoma”, “Machete”, “El científico loco”, “Huaquisto”…Nuestro instructor era el teniente Calle, chico bien, hijo de general. En corto tiempo aprendimos el manejo de los instrumentos de medición y a bosquejar los perfiles topográficos de zonas “enemigas”. Desde ese momento nació, en muchos de nosotros, el interés por la ingeniería, la aventura, el deporte, la lucha “cuerpo a cuerpo”. El Instructor se interesaba por conocer nuestro origen social. Le fascinaba nuestra sagacidad, capacidad intelectual y deportiva y la voluntad de hacer las cosas con disciplina y corrección. Dic. 1974 terminamos nuestros estudios y el “servicio militar”, con ello un capítulo fascinante de nuestras vidas, un capítulo lleno de alegría a pesar de que la vida de nuestros padres era otra: Ellos se rompían el espinazo trabajando para mantenernos y solventar nuestros estudios y los de nuestros hermanos, pues éramos cien y la madre. En nuestra cabeza no había otro anhelo que ir a estudiar a una universidad. Nos despedimos y nos preguntábamos qué será de nosotros en 20 o 30 años. 1975, estaba en la Universidad Agraria, La Molina. La Molina era una universidad estatal de élite, era la cantera de los profesionales del Agro que iban a trabajar en las haciendas agro-industriales (Caña de Azúcar, Algodón, Plátano o irrigaciones). La “Uni” entraba en un proceso de masificación popular. Éramos un montón en la Facultad, 60 machotes. 4 o 5 de pertenecían a la clase media, clase social minúscula sin influencia política ni económica. El resto venía del interior del país. Algo nunca visto por los catedráticos. Empezamos a conocernos por nuestros apodos: “Pantalla”, “Ojo de brujo”, “Piti Block”, “Suspiro”, “Pepe”, “Orejas”, “Daniel Rod”, “Cañero”, “Palito”, “Inca Veles”, “Olluquito”, 3
“La negra Ávalos”, “Cachito”, “Jorge”, “Tarzán”, “Gladiador”, “Conejo”, “Julius”, “Amadeus”, “Chaveta”, “Calígula” y el mitológico, “Chicha.con”. Los catedráticos habían estado acostumbrados a ver otro tipo de estudiante universitario: blanco, con apellidos oligarcas, con poncho, botas y sombrero, con un sirviente que lo llevaba y lo recogía en coche. De pronto vieron a un estudiante con otra pinta (Aussehen), con otro comportamiento. Ellos nos mostraban abiertamente su antipatía. La dupla de biólogos, los Dres. Peña y Vílchez, se decían así mismos: Oye, mira, ahí vine la “Cholada” “Hijos de Velasco”. El docente de Química, Ing. Luna, un tipo colérico, nos decía sin pelos en la lengua: “Cholos de mierda”, o el Ing. Vargas Rodríguez –lo hacía mejor- se tapaba la nariz con un pañuelo perfumado porque no soportaba el tufo Cholo (Duft). El Ing. Alberto Fujimori nos enseñaba matemáticas. Así podíamos notar las posiciones políticas de nuestros docentes. En 1976 el Gral. Velasco fue reemplazado por su colega, don Francisco Morales Bermúdez. El Perú pasaba por una crisis financiera grave. Muchos de nosotros fuimos perturbados ideológicamente por los chinos, troskistas, soviéticos, cubanos. Todo lo que había sido ensayado socialmente por el Gral. Velasco iba desapareciendo. Con esto empezaron las movilizaciones populares. Pero todo eso no perturbó nuestro ímpetu de vivir. “Piti Block”, el único que tenía coche en nuestra facultad, un Fiat blanco con altavoces potentes, traía lo nuevo de la música yankee: Stevie Wonders, Whitney Houston, the cardigans, bee gees, Kenny Rogers, Tina Turner…, pero allí es cuando aparece un nuevo estilo musical con el cual nos identificábamos: La Música Chicha de “Chacalón ”, don Lorenzo Palacios Quispe –QEPD-, un Cholo más de nosotros. Pero, ¡Qué música! Una música revolucionaria que mezclaba lo andino (huayno) con la cumbia (origen colombiano). Íbamos a sus festivales, queríamos verlo cantar, queríamos ver como la masa chola disfrutaba del jolgorio musical. Todos los músicos y bailarines tenían rasgos andinos, indios. Era el Perú que ansiábamos conocer, el Perú del que mi madre nos contaba: ser una unidad llena de alegría, sabor a Ande. Aunque también había excesos como las reyertas a puñal limpio. En pleno baile, nuestro compadre, “Chicha.con”, analizaba el comportamiento social peruano de los últimos años desde un punto de vista matemático. Pues, él era un virtuoso de esa materia. Era un tipo blanco, serrano, hablaba quechua, juguetón, le habíamos pronosticado hacer un doctorado en el Massachusset Institute of Technology. Según sus análisis: Todos los presentes se igualan en un ser colectivo, todos somos una parte de la tribu, una parte del fenómeno de masificación, de barbarie asolapada con pincelazos de música moderna, achorada (Gauner mässig)… Considero que nosotros, los “universitarios privilegiados”, somos los vectores de fuerza cuya resultante será alcanzar y disfrutar de la democracia política y las libertades públicas… A inicios de los años 80 del siglo XX dejamos la universidad y cada uno se fue por su lado. Supimos que “Julius” se fue a los EE UU, “Piti” a Suecia, “Jorge” a Costa Rica, “Pantalla” a Argentina, “Orejas” a Alemania… Julio 2014, después de 30 años logré localizar a algunos “chicos malos” de mi juventud y de estudios en La Molina. Nos reunimos en casa de mi compadre, “Chicha.con”. Qué sorpresa tan agradable me llevé al ver a mi “Gallería” de antaño. Todos ellos muy bien situados económica y socialmente. “Amadeus” es el mejor productor de miel de abeja del país, “Jorge” el mejor productor de vinos y propietario de un hotel cinco estrellas en Ica, “Huaquisto” asesor FAO en el África negra, “Mochita” Coronel de la Policía, “Bozal” piloto de la Fuerza Aérea, “Loco Panty” Catedrático de la Universidad Mayor de San Marcos, “Julius” un científico de quilates (hochkarätiger Wissenschaftler) comprometido con los pequeños campesinos de los valles arequipeños; “Mahoma” Ing. Mecánico y empresario exitoso, “Chicha.con” un hombre exitoso en el mundo de las finanzas y ahora incursiona con fuerza en el sector agroindustrial. Los otros componen el sector estatal de administración agrícola. Le pregunté a “Chicha.con” cómo pasaron los peruanos las décadas de los 80 y 90, me dijo: En esos años “nos comíamos nuestra caca”. Eran años fatales: terrorismo, depresión económica, corrupción, clientelismo, migración... Recién a inicios de siglo empezamos a ver luz al final de túnel. Se podría calificar esto como un período prodigioso por el crecimiento económico alcanzado y por el importante avance social que se nota en todos los sectores. La gente va dejando la pobreza que conocimos de jóvenes y se va formando una clase emergente, clase media vigorosa “a prueba de balas e inmune a las fuerzas ocultas de las “Huaringas” (2), y eso lo puedes ver con nosotros. Compara lo que éramos antes y lo que somos ahora: Todo se ha hecho gracias a nuestro esfuerzo y a las buenas circunstancias internacionales de mercado… 4
Mi mujer me dio un día de libertad (Frei gestellt) para que haga lo que quisiera. Me di un salto al barrio de los Olivos, Cono Norte de Lima. El lugar es irreconocible, económicamente hablando, al que conocí en los años 70: Aquí viven los nuevos ricos del Perú. Los barrios oligarcas de antaño, Miraflores, San Isidro, Barranco, son reliquias. Mi curiosidad y el encargo de una fundación suiza, sahee.org, me llevaron a Chancay. Viajé a ese lugar (45 Km al norte de Lima) en un Taxi-colectivo ultra moderno, Toyota Prius, cuyo conductor corría a 120 Km/h y sobre una autopista de doble vía como en Alemania o Suiza. Dentro iban 3 jóvenes de 20 años con Lap top e intercambiaban experiencias laborales en sus empresas (Acciones en la Bolsa bursátil), un profesor hablaba de nuevos métodos pedagógicos, otro de Claudio Pizarro en el F.C. Bayern München… En Chancay conocí a un par de personas simpáticas quienes me invitaron a almorzar. Almorzando, claro un Pisco Sour , “Ceviche a lo Macho” y una “Chela” (Cerveza) , y hablando de cosas de la vida se interesaron por saber algo de mí. Les conté el acontecimiento que marcó mi vida como estímulo de lucha: La fundación del barrio el “Indio” y de mi anhelo de ser golero (Torwart) como don Otorino Sartor, golero de selección de fútbol del Perú, 1970. Ellos no creían lo que les estaba contando; estas 3 personas Chancayanas reaccionaron diciendo unísono: ¡Otorino Sartor en nuestro vecino! Ese día conocí a mi ídolo de niñez en cuerpo y alma después de 43 años de larga espera. ¡Increíble! Este señor era el que atajaba los disparos de Franz Beckenbauer, Gerd Müller, Uwe Seeler, Berti Vogts, Wolfgang Overath, Jürgen Grabowski… en el encuentro de fútbol entre Alemania Federal y Perú, México 1970. En pocas palabras, el Perú de hoy está de “puta ma’”, perdón, con political correctness: El Perú está “de rechupete” / Ein Leckerbissen.
Con mucho amor Hombre
(1) “Todas la Sangres”. Término que implica en Perú: Sufrimiento indio. José María Arguedas. Lima 1966. (2) “Las Huaringas”, laguna mística en los Andes piuranos donde se reúnen “Dios y los Santos”.
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