DESIERTO DE CARACOLES. de PABLO LONGO

“DESIERTO DE CARACOLES” de PABLO LONGO (Segundo delirio de la “Tetralogía del Cielo”) Dedicada a mi dulce caracol: Cecilia. LA LLEGADA DEL PESCADO MA

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ALBORAYA LOS CARACOLES LOS CARACOLES. nombre: JOSÉ MIGUEL LÁZARO BAYARTE
LOS CARACOLES LOS CARACOLES C.P.”CERVANTES”/ALBORAYA nombre: ___________________________________________ JOSÉ MIGUEL LÁZARO BAYARTE C.P.”CERVANT

DESIERTO, lugar de encuentro
_ El Desierto _____________________ EL DESIERTO es el lugar de la escucha, de la escucha de la nada, de la escucha del silencio, de la escucha de un

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“DESIERTO DE CARACOLES” de PABLO LONGO (Segundo delirio de la “Tetralogía del Cielo”) Dedicada a mi dulce caracol: Cecilia.

LA LLEGADA DEL PESCADO MARINA: Ya ha de saberse, que lo que has traído más que un pez es un hombre. ALBA: Te juro que lo pesqué, mamá. MARINA: Muerto. Tiene olor a podrido. Aparte, ¿qué piensas de un pez en la montaña? ¿Cómo llegó hasta ahí? ALBA: Tenía caracoles en su traje y manos, sus pies dañados, olía a azufre y sal marina. MARINA: Seguro fueron los caracoles que lo sacaron del mar, escalando la cordillera lo enterraron en la nieve. ¡Está muerto, ni respira tontona! Observa que suelta escamas. ALBA: Que maravilla, mamá. ¿Puedo dejármelo? MARINA: ¡Es un hombre! ALBA: Dices que está muerto. MARINA: Enterrémoslo antes que nos acusen de haberlo matado. ¿Alguien te vio? ALBA: Sí, la Luna. MARINA: Tenemos a la Luna de testigo, ahora que el Sol no se entere. ¡Vamos, hija! Pero que lenta has salido, igual a tu padre. ALBA: Siempre lo mismo, no puedo tener nada mío. Yo lo encontré y me lo dejo, ¡joder! Ya me lo vendrás a pedir, ¡de acá! MARINA: Atrevida, si no fuera que soy ciega ya te hubiera dado una paliza, rebelde como toda la juventud. A tu edad yo... ya no me acuerdo un soroncho. Y pensar que te di todo: amor... etcétera. Así me pagas. Pero te jodí, porque ya no tienes ojos que comerme. Criar cuervos, carajo. Llévate ese apestoso sacababa, ha convertido nuestra casa en una letrina. ALBA: Él se quedará a dormir con nosotras. MARINA:

Que duerma en la acequia.

ALBA: ¡Mamá! MARINA: Tienes razón, toda la comida olerá a cloaca marina. ALBA: No. Él dormirá conmigo, le pondré un par de frazadas para que no se congele. Mañana lo llevaré a la feria. MARINA: Alba, yo duermo contigo, no pretenderás que esa cosa... ALBA: Piensas bien mamita, lo bañaré. MARINA: (APARTE.) Imbécil. Si a usted le faltan indios para el melón. ALBA: Ponga la pava en el brasero, que preparo la palangana. MARINA: Si quiere le recolecto flores del pedemonte para untar su cuerpo lustroso con aromas regionales, ¿digo no? Como para que vaya adaptándose. Puedo traer un ramillete de tomillo, menta peperina, carqueja... ALBA: Bueno, mamá, como usted desee. MARINA: (APARTE.) Imbécil. Oh, qué justo la noche está escarchando una helada. ALBA: Las plantas mamá. Prenda fuego para que no se quemen las viñas. MARINA: Ya tontita, si estamos en verano. ALBA: Y qué, si encontré un pescado en la montaña, bien puede helar en verano. MARINA: La verdad que aquí nada nos sorprende. ¿Qué sería de nosotras en otras tierras? Acá nos quejamos de todo, es verdad, pero nos gusta estar así, sino ya nos hubiéramos o hubiésemos ido. Acá todo es una sorpresa diaria: que el segador se metió con la del puestero, que el cabeza de cabra sale con la vaca de su sobrina, que el perro metió la cola al igual que el diablo, y ahora está preso. Tan mansito y fiel el cabronazo. ALBA: ¡No, ése era el cabeza de cabra! MARINA: Y ahora esto. Yo lo voy a avisar en todo el pueblo, por fin voy a ser popular. ¡Mujer ciega se casa con un pescado! Sí mi amor, mañana vamos a la feria. ALBA: Mamá, vamos a bañarlo.

MARINA: ¿Y si nos viola? ALBA: A usted, y con su edad. Aparte está muerto. Voy sola. MARINA: Quien dice que resucite y la desee sexualmente a usted jovencita, y como es un poco lerda se enreda en su tela araña. Tengo que estar allí. ALBA: Ay, mamacita. Algo se movió en el cuarto. MARINA: Es el perro. ALBA: No creo que mida más de 1, 70. MARINA: Es el perro, miedosa. ALBA: Ay, lo vi de nuevo, pasó para el otro lado. MARINA: ¿Se arrastró? ALBA: Sí, creo. MARINA: Es el perro. ALBA: ¿Escucha? Parece que está balbuceando algo. MARINA: Es el perro. ALBA: Mama, el perro duerme atado afuera, y está ladrando en el fondo. MARINA: Es el perro a quien hay que traer. ALBA: Voy a buscarlo. MARINA: ¡No me deje sola, tonta, si me quiere violar! ALBA: Si a usted la agarra grite fuerte, si la quiere violar relájese. Papá murió hace mucho. MARINA: Lo único que faltaba, una casa con una ciega y una bestia extraña. Me están usurpando mi casa. Esa es la moda. Primero los aborígenes, luego los españoles, italianos, mis hijos y ahora una bestia. ¡Carajo, la historia se repite! Dónde fue la pendeja, a buscar un vecino. Aquí, donde no ha y nadie en 10 Km a la redonda. Si será mensa. Lo está fabricando al perro. ¡Quién está ahí? Ya, salga o le doy un rebencazo. No te animás a

contestar. Si tan solo pudiera verlo... que chota, ya se dio cuenta que soy ciega. Cada vez me parezco más a mi hija. Hace frío, che. ¡No jodas, tomá!

ALBA: ¡Mamá, se la puso al choco!

MARINA: Te lo dije: es el perro. ALBA: Mamá quédese quieta, ahí viene caminando. MARINA: ¿El perro? ALBA: No, el pescado. EL HORIZONTE DE LOS PESCADOS MARINA: Al final, nos despertamos con el canto del gallo. Terminamos durmiendo en el corral. La cosa seguía adentro. Era un viejito. Nada de pescados. Un viejito del mar en la montaña. Se terminó bañando en salmuera. Su mirada apagada, blancas perlas brillaban cuando reía, sus dedos parecían tentáculos, y se desplazaba como una estrella... de mar. No sé si habla, y si lo hace en qué idioma. ALBA: Mamá, creo que se mueve. Está vivo. MARINA: Eso ya lo sé. ¿Cómo es? ALBA: Tiene la mirada perdida, clavada en el horizonte. Mira la montaña como si quisiera atravesarla. Tiene una calva. MARINA: ¿Y sus manos? ALBA: Son dos racimos. MARINA: ¿Y su torso? ALBA: Es una roca, con mil figuras que cambian según desde donde se lo mire. MARINA: ¿Por qué te has callado? ¿Qué estás mirando? ALBA: El río que se desprende del valle. MARINA: ¡Atrevida! Aquí no hay ríos. Desierto, desierto salado con montañas saladas y sin mar. No hay horizonte más que un bloque de piedra, grandes piedras. Es un velo que no nos permite ver más allá. Soy ciega, pero en esta tierra he conocido miles de ciegos. No pueden

ver el mundo, intentan ver lo lejano y no pueden ver lo que están pisando. En esta tierra vivo. Esta es tu tierra, hijita mía. Duerme, duerme y sueña.

EL MERCADO EN EL ALTUS ALBA: Mamá, que idea la suya de traer mi pescadito al mercado, 20 kilómetros de caminata con el pobre arrastrándose por las dunas. Aparte me da la lata que se está desangrando, mire. Tiene una especie de gelatina que chorrea. Hace días que no responde, le hablo y no me contesta. MARINA: Nena, vos y tus quejas. Si lo dejás porque te lo dejás, ahora te la aguantás. ALBA: ¿No huele a pelo quemado? MARINA: Pero si serás pava, le estás refregando la cabeza por la arenilla. ALBA: ¡Se me quema el pescado! MARINA: ¡Apague y no grite! ALBA: ¡Fuego! ¡Se quema la cabeza! ¡Pero dónde está golpeando, mamá! MARINA: ¡Tarada, no te das cuenta! ¡No veo un sorcho! Con el sol que rompe la tierra y la muy imbécil haciendo fricción. ALBA: ¿Qué iba a saber? MARINA: Nunca sabés nada, igual que tu padre. Pero mirá, así como un día lo mandé a la mierda a tu padre así voy a hacer con vos. A mi altus, ya no estoy para estos trotes. Ya la vida mucho me ha castigado dándome tantos años, vivir en un país que te reduce a la nada, y un esposo que... mejor no hablar. ALBA: Papá era un sol. MARINA: Sí, porque entraba por todas las ventanas sin hacer ruido. ALBA: Le pondré un poco de parras para cubrirle las quemaduras, pelos de sarmientos sobre su calva, que los carozos le tapen esos pozos de ánimas ¿no le importa si le tapo los oídos con flores? Es para que no escuche a mamá cuando putea por los precios. MARINA: ¡Mierda! ALBA: ¿Cuánto? MARINA:

Mierda he pisado, que los caballos anden por la acera, acera, tarada no te das cuenta que le salen abejas de los oídos al pobre viejo, le está naciendo un panal. ¿Qué le pusiste, ridícula? ALBA: Flores, mamá. MARINA: Las abejas deben de estar pululando en el tímpano del viejo. ALBA: ¿Qué viejo, si es un pescado? MARINA: Más ridículo todavía. No me sorprendería que me dijeras que se va volando. ALBA: ¿Bueno, va a llevar las naranjas? MARINA: Sí, pero que están gigantes. ALBA: Mamá, esas son las sandías. MARINA: Sabía que me ibas a reprochar la decisión, no, pero si ahora está de moda que se reproche todo. No lo alcanzas a probar que ya lo estás escupiendo. Cuando era chica mi padre nos daba carne y sopa, te decía: -¿querés carne o sopa? El primero decía carne y le daba sopa, por pretencioso. El segundo como veía la mano decía sopa, y mi padre le daba el gusto. Entonces yo que era la última decía: - lo que guste, y me daba un sopapo. Nena entregá el socotroco ese que lo vamos a trocar por un cajón de frutas para envasar. ALBA: No mamá, ya lo he decidido. Me estoy acostumbrando a su olor, a su presencia, a su deformidad craneana. Siempre quise tener un amigo y ahora lo tengo. MARINA: Cuando el estómago aprieta no hay amistad que valga. ALBA: Estoy cansada de que tengamos que comernos entre nosotros. La tía Pampita como no tenía para agua se ahogó en problemas. El abuelo Tiestes se comió un niño envuelto y no era más que su hijo que jugaba a las escondidas en el horno de barro. Al primo ciego los hijos le comieron los ojos, como buitres, y si no me equivoco también te los comieron a vos. MARINA: No, eso nunca. Si no tengo ojos es porque tu padre me los besaba tantos que los llenó de miel, entonces, las hormigas me los devoraron mientras dormía la siesta, entre los surcos de aquella estancia de mis sueños. Nunca sangraron, solo lloraron miel, tanta miel que endulcé los parrales, y los vinos se hicieron suaves y jugosos, una delicia. Luego cuando tu padre probó esos vinos, la miel lo empalagó y mi llanto poseyó su alma, entonces bebió tanto, se embriagó tanto, pero tanto vino que se hizo vinagre y se empezó a fermentar por dentro, luego era puro alcohol y el Sol lo desvaneció. Así mi venganza. ALBA: Usted está que delira de la insolación. A papá lo mataron en una gresca de boliche. Chupaba y no pagaba. ¿Por qué no quiere ver la realidad? MARINA:

Llega un día en que tienes que cerrar los ojos y aceptar la vida, te guste o no. Yo no elegí casarme con tu padre, ni siquiera lo conocía. De pronto, me vi vestida de blanco y con un hombre bajo mis sábanas. Ahí nomás el blanco desapareció, y no lo volví a encontrar.

ALBA: ¿Escucha los olores de los murmullos tras las zapas? MARINA: Pensar que mi padre tenía un huerto, a tu padre se le ocurrió taparlo y poner en su lugar una cancha de bochas. ALBA: A papá le gustaba jugar. MARINA: Eso no te lo reprocho, jugaba con mi dinero, mi cuerpo, mis sentimientos y mis amigas. Nena, ¿por qué no lo adornás al coronto ese y lo vendés? Va a ser pesado a la vuelta. ALBA: Agua, mi pescadito me está pidiendo agua. MARINA: Mandrake, habla el soromoncho. ALBA: ¡Mamá, no lo trate así! MARINA: ¡Mátalo ya! ALBA: ¿Está loca? MARINA: Loca voy a estar cuando recupere la memoria y nos acuse de haberlo secuestrado. ALBA: Se me muere, necesita ir al mar.

EL BARCO PARA EL PESCADO ALBA: Era la noche oscura, el niño la soñó llorar pétalos sangre. Corrieron, corrieron, entre matorrales y corales. Se ocultaron en el centro de la noche oscura. La Luna fue testigo. Su resplandor maternal iluminaba la carita del niño. Era su vida, y ella la suya. Donde rebota el viento de sal, los pescadores criaron gritos. La sombra bailaba cabalgando tierra adentro. Enjaulados cruzaron la usina, como el niño la soñó. Todo se derrumbaba, las columnas cayeron traicionadas, la ciudad se hundió cantando, el niño la soñó cantando. Ardió la ciudad, con sus calles empedradas. Morían ahogadas de gran tempestad. Ocultaban el rostro de su pueblo natal, morían los suyos en altamar. La marea los enterró, a la montaña lo separó, lo separó cantando, como el niño lo soñó. El niño murió entregado en los brazos de su mamá. La marea se la llevó, como el niño lo soñó. Sus ojos tocaron la nieve, no soportó la claridad. Ciego ha de andar, buscando siempre la mar. Si mil años ha de tardar, mil años ha de caminar. ALBA: Mamá, se me ha ocurrido una idea. MARINA:

Mire usted, ahora también piensa. ALBA: Sé que lo mejor para mi pescadito es que vuelva al mar. Aquí estamos lejos, del otro lado. Pero quiero cumplirle el deseo de que crea estar en el mar, antes de que muera. MARINA: ¿Y cómo vas a hacer? ¿Lo vas a arrastrar como la vez del desierto? ALBA: No. Le construiré un barco. No es mi deseo que muera lejos de los suyos. MARINA: Pero así le vas a mentir. ALBA: ¿La verdad no es la mejor de las mentiras?

LA NOVIA DEL PESCADO MARINA: Durante todo este tiempo, la casa ha recobrado la luminosidad de antes. Fue un milagro su llegada. En esta casa, dos mujeres solas no pueden vivir. Ahora somos muchos en un mismo lugar, pero donde comen dos comen tres. A él le damos pastos mojados y se lo hacemos pasar por algas, cuando la lluvia pare los caracoles es día de suerte. Desde que mi esposo nos dejó, tuve que ocupar su rol y me olvidé que ante todo era una madre. Mi hija es medio lenta, ya lo saben, pero tiene un gr an corazón, no sé qué es preferible. En este tiempo, los días se han hecho noches y las noches tranquilidad. Vivimos en un valle, rodeados de un manantial de estrellas. En una casa de ciegos, el más ciego de todos puede ver el horizonte. Mi hija no lo entiende, pero el viejo tiene que marcharse. Hace 20 años que está construyendo ese barco, creo que no lo termina porque teme extrañar. Me imagino su partida y ya lo estoy extrañando. MARINA: ¿Has hablado con él? ALBA: No. MARINA: Está callada, parece que el rey de los grillos le ha robado el anillo. ALBA: No es eso mamá. MARINA: Entonces, ¿qué es? ALBA: He terminado el barco. He esperado tantos años este momento, creí que lo soportaría. Todo lo que tengo lo pierdo. ¿Por qué mamá? MARINA: Me tiene s a mí, yo nunca te dejaré. Si lo hubiera querido ya lo hubiese hecho. ALBA: Pero es distinto, usted es mujer y yo necesito un hombre. Primero se fue papá y ahora mi pescadito, que es mi único amigo, porque en este pueblo no hay más que dos mujeres solas en medio de la nada. Solas. Pareciera que el sol calienta más, las noches fueran más largas y lentas, el tiempo no transcurre, hasta se ha olvidado de nosotras. ¿Quién se va a acordar de una niña tonta y de una vieja que teje telares para nadie? Y mi

pescadito, ni agua. Imagínese que lo he tenido que meter en los surcos de la acequia para que no se me pudra. Pero ya está viejo. Me he dado cuenta porque duerme contra la corriente, ya va a morir el pobrecito.

MARINA: Es tiempo de que se vaya. ALBA: Que él decida. MARINA: No señorita. Él no está en condiciones de decidir, aquí se hace lo que yo digo, y si digo que debe irse se va, porque él no pertenece a este lugar por más que le guste. Él nació en el mar, entre las rocas y la espuma, adornado de algas y caracoles. Aquí se está muriendo, de tristeza. Se está muriendo por dentro, nosotras no podemos verlo pero él sufre por más que no diga media palabra. ALBA: Yo no puedo decírselo. MARINA: ¿Por qué? ALBA: Porque lo amo. MARINA: Lo que faltaba, no, si Mandinga estuvo golpeando las puertas. Ahora la nena se enamora de su pescadito. Digamé, por si acaso, ¿se piensa casar con él? ALBA: Sí, ¿no ve que estoy vestida de novia? Me quiero casar de blanco, que usted lleve mis anillos y frente al altar nos bendigan la unión para siempre infinito. MARINA: (APARTE.) Imbécil. A veces me pregunto a qué mierda he venido a este mundo. A avivar giles. ¿Dónde están los zapatos? ALBA: Ahí están caminando hacia la cocina, recién salieron del baño. No me dejaron en paz toda la bendita noche, parece que tenían hambre, yo le largué un par de cordones y se calmaron. MARINA: No me cambie de tema. Acá la única que no se ha calmado soy yo. ¿Por qué casarse con un pescadito? ¿Quiere tener hijos sirenas? ¿No ha pensado en su madre? ALBA: Sí, tu llevarías los anillos. Sería linda una familia de sirenas. Los haríamos de barro. Mamá, ¿qué hace esa flor que le cubre el rostro? MARINA: Me creció mientras dormía. ¿Usted cree que con la edad que tiene puede hacerse cargo de una familia? ALBA: Que él decida. MARINA:

Loca, igual que tu padre. Si tan solo pensara, pero no, es impulsiva al igual que todos los jóvenes. Decisiones apresuradas. No hay que pensar en detener el tiempo. El temporal ha llegado y nos ha agarrado sin paraguas. ALBA: Mamita querida, lo he zamarreado para todos lados, lo cacheteo, le tiro agua y nada. MARINA: Por fin tu pescadito nada. ALBA: No responde. MARINA: Nunca lo hizo, no sé de qué se sorprende. ALBA: Está quietecito, los segundos le acarician el rostro. Una gota de sal desprendieron sus párpados cansados. Se soltaron los caracoles. Uno a uno en sorda caída. Me vio, yo lo sé. Intentaba hablarme pero no le entendía. Hasta sus heridas dejaron de sangrar. MARINA: El viejo por fin pudo regresar con los suyos. El barco zarpó por la mañana, al alba. Cruzó el mar de arena y se enterró en el valle, próximo al río. El sol lo esperaba ansioso. Él no podía ver la maravilla de su aventura. Los rayos treparon el barco hasta la cima del Coloso. El viejo bajó en tobogán por los penitentes y pisó las nubes. Él no podía ver lo que pisaba y por eso creía pisar tierra. Arrancó una pluma de nube y caminó, tanto caminó que llegó al mar, donde lo esperaban sus recuerdos. Las aves corrigieron su rumbo, playa adentro. Sólo, pisó el suelo de su patria, sintió la arenilla húmeda rozándole los dedos, el viento salado bañó su sonrisa. Las aves lo empujaron y caminó mar adentro, sobre las aguas. El mar danzó de alegría. Caminó hacia el naciente para llegar al poniente, de sorpresa, hasta perderse en el país de las utopías: el horizonte. Estaba feliz, y triste. Feliz por volver con los suyos. Triste por dejarnos. Yo también estaba triste. Ella también. Pero hay que darse cuenta que somos caracoles, solitarios en un desierto de nada. Llevando nuestra coraza de lado a lado, pero solitarios al fin. Sólo hay lugar para uno en nuestra casa. ¿Qué será de los jóvenes que son el futuro? ¿Qué será de nosotros que somos el pasado? ¿Quién se encargará del presente? En una casa de ciegos, el más ciego vio el horizonte.

PABLO LONGO Agosto – Septiembre de 2002 Mendoza, Argentina

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