Después de atravesar la casi totalidad del siglo

LIBROS AURELIO ALONSO Con Marx: de regreso a la arrancada* Revista Casa de las Américas No. 265 octubre-diciembre/2011 pp. 138-142 D 138 espués
Author:  Mario Rey Naranjo

2 downloads 123 Views 189KB Size

Recommend Stories


El compromiso con la totalidad
El compromiso con la totalidad Cuando nos encontramos navegando, es muy comun observar y concebir a las velas como elementos independientes entre si.

Actualmente, casi el 90% de la energía
qei biogás Marta Pérez Martínez, María José Cuesta Santianes, Sylvia Núñez Crespí, Juan Antonio Cabrera Jiménez Unidad de Prospectiva y Vigilancia T

Story Transcript

LIBROS

AURELIO ALONSO

Con Marx: de regreso a la arrancada*

Revista Casa de las Américas No. 265 octubre-diciembre/2011 pp. 138-142

D

138

espués de atravesar la casi totalidad del siglo XX en cruzada contra la amenaza (que no era amenaza) del comunismo (que no era comunismo), el sistema democrático (que tampoco es democrático) del capital, devenido imperio (que sí es el imperio del capital), se desayunó de pronto, al desplomarse sorpresivamente su adversario, ante un efecto de vacío hegemónico. Su hegemonía había quedado sin argumentación suficiente pues el contrincante abandonaba el combate. Era un vacío que podía hacer pírrica su victoria sobre el fantasma del Este. De modo que el 11 de septiembre de 2001 vino a dar nombre, de manera estremecedora, a la nueva amenaza. Las dos torres de más de cien plantas se desvanecieron al impacto de sendos aviones suicidas, como si fueran de utilería. Que se sepa, ninguna figura de las finanzas, entre esos que tenían *

Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero: El orden de «El capital». Por qué seguir leyendo a Marx, Madrid, Ediciones Akal, 2010.

oficina en las torres, pereció allí; tampoco he leído nada convincente que explique la fragilidad de esas construcciones. Con el cataclismo, el nuevo fantasma, el que necesitaba la cruzada del siglo recién comenzado, había nacido; su nombre era «terrorismo». En realidad no había nacido. Estaba ahí desde tiempos remotos y los propulsores mismos de la cruzada, que lo habían aplicado con cierto éxito, sabían llegada la hora de utilizarlo sin escrúpulos, para lo cual había que comenzar por demostrar a los norteamericanos que el terror venía de fuera y que las víctimas podían ser ellos. Redefinieron así el terror a su antojo, para condenar a las víctimas en lugar de a los victimarios. Y en esas condiciones, la misión sagrada (¿sagrada?) del llamado mundo libre (¿libre?) iba a ser, en lo adelante, prevenir y combatir el terror redefinido en los oscuros rincones en los cuales se esconde (nunca en su verdadera sala de parto). El Mundo había vivido una veintena de conflictos bélicos en las cuatro primeras décadas del siglo XX, y más de un centenar en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Ya era un grueso expediente, que permitió que la impunidad plena del

imperio post Guerra Fría se sometiera a prueba asesinando a cinco mil panameños para secuestrar al jefe de Estado del país con el pretexto de procesarlo como narcotraficante. Pero la crueldad invasora y la sangre derramada por el imperio en el Tercer Mundo a lo largo de la primera década de la presente centuria rebasan cualquier esfuerzo de imaginación. La operación octomesina desplegada por la Otán en Libia, con un costo calculado en más de setenta mil vidas, víctimas civiles casi todas, rompió los records de impunidad. Las cabezas de jefes de Estado (los más vulnerables entre los insumisos, hasta ahora) ruedan, literalmente, como en el Medioevo, anunciando así hasta dónde la barbarie de la era tecnológica aspira a llegar. Este no es el tema del libro que voy a comentar a continuación; y al propio tiempo lo es, porque todo lo que puede tener de acierto teórico la obra de Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero carecería de sentido si no se insertara de un modo o de otro en la urgencia de parar la mano a un ordenamiento vandálico donde las diferencias de poder parecerían haber cerrado toda posibilidad de ser revertidas, y ya ni siquiera contenidas: su carga antihegemónica, quiero decir. «Hegemonía» es ahora el concepto clave que define cómo se introduce, alimenta y reproduce el imaginario político de un pueblo para creer que la mera existencia de otros es una amenaza o que su resistencia deviene una prueba de terror. La demonización de aquel a quien se quiere doblegar o incluso destruir. El derrumbe socialista sembró certezas (sin contar con ideas acertadas) en el imaginario político: el socialismo fracasó, la democracia terminó victoriosa, el descrédito y el descarte teórico del marxismo era evidente, llegó la libertad con el dominio del mercado y se acabó la historia. Certezas que

debían limpiar el camino de escollos a la nueva cruzada. Pero del lado de acá del Atlántico Hugo Chávez apareció liderando la búsqueda de un camino socialista, también nuevo, en Venezuela, y enseguida encontró curso continental desde la resistencia al esquema neoliberal, lo cual convirtió a la región en un territorio de lucha contra la dominación imperialista, gracias a un número creciente de Estados cuyos gobiernos están renuentes a poner en juego la soberanía y el bien común de sus pueblos. El germen de una especie de detente de los condenados de la Tierra. Gobiernos que no se generaban, además, a partir de sacudidas revolucionarias sino del resultado de elecciones celebradas según moldes republicanos liberales vigentes. El mundo real comenzó por la América Latina a poner de manifiesto que la canasta de certezas montada por la cúpula mundial del poder capitalista era una segunda edición, más trágica aún que la primera, de la nueva ideología imperial (que tampoco es del todo nueva). Afganistán, Iraq, Libia, Palestina, no dejan espacio a la metáfora de Marx sobre la repetición de la historia. Ya no se repite como comedia. ¿Cabe la ingenuidad de pensar que el escenario latinoamericano escapará a la estrategia imperial? La lectura realista del mundo que vivimos y hacemos no le abre espacio a la ingenuidad, ni puede desestimar la probabilidad que marcan las variables positivas. Fernández Liria y Luis Alegre han experimentado y reflexionado el proyecto bolivariano y publicaron, a partir de sus experiencias y evaluaciones, el ensayo Comprender Venezuela, pensar la democracia, que ganó mención en una edición anterior del Premio Libertador. La obra ante la cual estamos ahora, premiada en el presente año, El orden de «El capital». Por qué seguir 139

leyendo a Marx, constituye un esfuerzo teórico de primera magnitud, y por el prólogo de Santiago Alba Rico sabemos que en una primera versión estuvo lista para publicarse en 1999, pero la discusión de la misma entre sus autores de hoy –maestro y discípulo– indujo al aplazamiento y a poner por medio un nuevo período de estudio que les permitiera hacer y deshacer, recorrer los bordes, sumergirse en la historia viva, y poner en juego todos los recursos del ejercicio de pensar. Siempre recuerdo que escuché a Wallerstein afirmar, durante una convención de sociólogos en Miami Beach en 1993, que el siglo que concluía no había logrado ser el del marxismo. Que Marx volvería a despertar interés en el XXI, después de un inevitable período de relegación ocasionado por los fracasos. Comprendí entonces que las nuevas generaciones descubrirían en él lo que habían ignorado, malinterpretado y tergiversado las precedentes, al menos hasta la mía. Que el marxismo renacería, redescubierto, de muchas maneras. Y que sería también esta la centuria durante la cual podría hacerse viable un cambio socioeconómico socialista inspirado en Marx o ayudado a posteriori por sus hallazgos. La historia ha dado la razón a Wallerstein en los cambios latinoamericanos y también en el plano de la investigación teórica. El siglo terminó con la aparición del monumental libro de István Mészáros Más allá de «El capital»: hacia una teoría de la transición, y concluye la primera década del siguiente siglo con el volumen, igualmente monumental, que hoy comentamos. La obra, de más de seiscientas páginas, la he percibido escrita como resultado de investigación y no solo como ensayo, ya que los autores no escatiman espacio para transmitir toda la abundancia de los caminos recorridos. Incluye así un plano polémico y coloquial en el cual son introducidas en 140

contrapunteo reflexiones críticas o exegéticas relevantes, como las de Schumpeter en unos casos o las de Louis Althusser en otros, por citar solo un par de ellas. Constituye un conjunto que no se permite quedar en la esfera económica, aun afincada paso a paso en la reflexión económica, sino que se empeña en mostrar la importancia de la articulación del Estado de derecho sobre el cual el capitalismo presume levantarse y del cual ha sido desprovisto por su propia historia. Ha sido estructurada en dos partes: la primera se titula «Rescatar a Marx del marxismo. Consideraciones sobre el Índice de El Capital, el Prefacio de 1867 y el Epílogo de 1873». Estas doscientas y tantas páginas adoptan el carácter de un ensayo introductorio y de proyección metodológica, sin hacer concesión al requisito de densidad que el propósito integral implica. Menos extensa que la segunda parte, de poco más de cuatrocientas páginas, la cual constituye el nudo analítico de la conceptuación económica y supraeconómica fundacional que encierra El capital. Crítica de la economía política. Digo fundacional no solo en el plano político sino también en el científico. Esta sección responde al título de «El orden de El capital. Capitalismo, mercado y ciudadanía en la sociedad moderna». Los autores no comparten la idea de que el método dialéctico en los fundadores del marxismo sea parte de un supuesto legado hegeliano: «pensamos que no es cierto que Marx adoptara de Hegel ninguna suerte de método dialéctico» (94), y puntualizan que «poner sobre sus pies», frase acuñada por los fundadores y utilizada por Engels contra la crítica de Rodbertus, «significa cambiar la problemática general, cambiar la base teórica, el sistema de categorías con el que se pretende conocer. Estamos hablando, por lo tanto, de ruptura epistemológica

[Louis Althusser], de una revolución teórica que consiste en la constitución de un nuevo objeto científico» (107). Lo cual tiene muy poco que ver con la simplificación de afirmar que lo que Hegel aducía desde el idealismo fue transferido al materialismo. Con Hegel habría que reconocer, de todos modos, que compartieron su convicción de que el nivel de las certezas sensibles era, en realidad, el nivel de las peores de las abstracciones, pues se trata de abstracciones incontrolables, incompletas, confusas. Compartieron también la convicción de que, para la ciencia, lo último y lo más difícil era, precisamente, la experiencia y, con ella, lo concreto […] No cabe duda de que Marx está convencido de que la economía política tiene que comenzar por liberarse de la idea positivista de la ciencia [95]. No hay que descuidar que Fernández Liria y Alegre Zahonero han reconocido, en líneas precedentes, que «toda ciencia comienza siempre por delimitar su objeto de estudio. La ciencia es ciencia en la medida en que sabe de qué está hablando. Una observación científica es científica porque sabe qué es lo que está observando» (77). Por eso, pueden criticar sin rodeos que poniendo a Marx por encima de toda la comunidad científica, la tradición marxista no hizo sino convertirlo en un ideólogo como cualquier otro […] El único lugar, fuera de la ciencia, desde el que es posible contemplar sus construcciones científicas, es el del tejido ideológico del que la propia ciencia consiste en desmarcarse constantemente. Más allá de la ciencia no encontramos sino el punto de partida de la

ciencia. Una verdad más verdadera que la verdad es, con toda seguridad, un error [41]. Marx requiere ser, en efecto, rescatado del marxismo. El paralelo entre Marx y Galileo, que recorre la obra en su totalidad, nos los presenta a ambos ante la tarea de fundar ciencia, «de delimitar y construir un objeto de estudio» (225). Seguir a Marx supone colocarse ante la teoría del valor-trabajo de Ricardo y, criticándola, llegar a la diferenciación rigurosa del concepto de fuerza de trabajo para caracterizar a la mercancía que ostenta el potencial de valorizarse en su consumo. «El capital comienza con una teoría del valor que, sin duda, pretende, entre otras cosas, poder dar cuenta del precio de equilibrio de las mercancías» (491); genera así una abstracción que solo será resuelta al descifrar la transformación de los valores en precios (lograda en la complementación del volumen primero con el tercero de El capital), y de ahí a la lógica de la reproducción del sistema. Expuesto por los autores [a]l reemplazar aquí el trabajo por la fuerza de trabajo, por el atributo creador del valor, [Marx] resolvió de un solo golpe una de las dificultades que habían ocasionado la ruina de la escuela ricardiana: la imposibilidad de conciliar el intercambio recíproco de capital y trabajo con la ley ricardiana del valor por el trabajo [108]. Los autores distinguen, con Marx, entre la propiedad privada que se funda en el trabajo propio y la propiedad privada capitalista, y el elemento fundamental del mercado capitalista, que se basa en el aniquilamiento de la propiedad privada creada a partir del trabajo propio. Y de qué manera al capital 141

le interesa mantener la confusión entre lo uno y lo otro para «disimular la indisoluble conexión que une la libertad individual con la independencia civil […] y constituir un espejismo de Estado civil, pese a que no se cumplan, sin embargo, ni los principios más fundamentales» (601). El gran dilema económico de Marx es un dilema social que solo puede ser resuelto a través de la reanimación del aparato conceptual de la Ilustración que el capitalismo ha vaciado de contenido. Tiene que ver, como nos recuerda Alba Rico en su prólogo, «con la forma en que hay que pensar la articulación entre mercado y capital por una parte, y entre derecho, ciudadanía y capital, por otra […] con el problema de cómo se articulaban Ilustración y capitalismo en esa realidad a la que llamamos sociedad moderna» (12). En sus primeras líneas nos ha recordado que «la objeción más definitiva que el ser humano puede hacer a la economía capitalista es que no es capaz de detener, ni siquiera de ralentizar la marcha» (7). El capitalismo no nos puede ofrecer la lógica de su propia superación por razones que van más allá de lo que puede descifrar la técnica económica. El concepto de democracia preserva, de la creatividad del pensamiento de la Grecia antigua, su etimología: gobierno del pueblo. Pero en los sistemas que hasta ahora registra la historia, el pueblo ha gobernado muy poco o nada. Libertad, ciudadanía, igualdad, solidaridad humana son valores que no fueron ajenos a Marx. El legado legítimo de la Ilustración, que la construcción del Occidente capitalista exprimió y que la tradición marxista fue incapaz de preservar y desarrollar, sigue a la espera de una recuperación teórica y práctica. Toca a nuestras generaciones consumarla en la formación de una república auténticamente democrática, verdaderamente radical, genuinamente socialista. 142

De modo que la enjundiosa obra de Fernández Liria y Alegre Zahonero abre insondables caminos y nos deja con más preguntas que respuestas. Y esta es tal vez la mejor manera de aportar claridad en una ciencia que casi llegó a ser esclerotizada en la rutina. A pesar de la esclerosis, «resulta que lo novedoso en Marx no era tanto el plusvalor como la ciencia. Marx ha aportado un sistema científico en el que el concepto de plusvalor puede ser insertado» (109). Una vez más podemos reconocer, con satisfacción, al Premio Libertador al Pensamiento Crítico, el éxito en propiciar la creatividad y el rigor en la investigación que nos está reclamando un tiempo de resistencia, de confrontación, de rescates reflexivos, de construcción social y de defensa de nuestros logros, de nuestra independencia y de nuestros derechos como individuos y como pueblos. Sería ya tiempo de poder sumar a esta, la satisfacción de saber que las obras premiadas se vuelven referencias obligadas en las bibliografías universitarias de nuestra América en el ámbito de las ciencias sociales. c

Un libro memorable*

N

o abundan, hasta donde sabemos, los libros en nuestro idioma dedicados a lo que se ha dado en llamar «escritura creativa». Es decir, que aborden sistemáticamente los elementos de la escritura de narrativa de ficción, dedicados a los jóvenes que estrenan sus armas en el oficio, fenómeno que sí existe y en cantidades considerables en los países de lengua inglesa. Por ejemplo, en los Estados Unidos, prácticamente en todas las universidades existen cursos de creative writing y hemos leído interesantes testimonios de grandes escritores como Raymond Carver, por ejemplo, donde expresan un profundo agradecimiento a profesores como John Gardner, quien se convirtió en un verdadero mito de la narrativa norteamericana contemporánea. De ahí que saludemos con agradecimiento la aparición de un libro como El universo de la creación narrativa, del escritor, periodista y profesor universitario colombiano Isaías Peña Gutiérrez, que estoy seguro se convertirá rápidamente en material de obligada consulta y referencia para los jóvenes (y no tan jóvenes) narradores de nuestro continente. Y antes de explicar el porqué de tan rotunda afirmación y adentrarnos en un somero análisis de la obra, digámoslo sin mayores preámbulos: se trata de un libro de indiscutibles valores tanto literarios como didácticos, rara avis en la bibliografía existente, producto de una profunda investigación

* Isaías Peña Gutiérrez: El universo de la creación narrativa, Bogotá, Ediciones El Huaco, 2010.

y acercamiento a un tema donde nadie ha dicho la última palabra y que cada gran escritor aborda desde su particular estética (y poética). En el Prólogo a la edición, Isaías Peña (a quien con tanto afecto recordamos de sus visitas a Cuba, sobre todo como jurado del Premio Literario Casa de las Américas en el género de cuento en 1976 y 1999) nos señala los objetivos de la obra: En este libro exploro el proceso múltiple y complejo que significa crear un texto narrativo, de principio a fin. Y como se trata de una experiencia personal, en él conjugo los conocimientos literarios adquiridos en mi primera academia, los investigados en mi vida práctica como escritor, y los logrados en la praxis de tres décadas como director del Taller de Escritores de la Universidad Central [17]. Aquí me parece que radica uno de los primeros valores de este libro para el narrador que comienza. No se trata de un manual de pura teoría literaria, con ribetes científicos, estudio de categorías de nombres y definiciones de ardua complejidad, cuyo valor estoy lejos de cuestionar y cuya utilidad para la formación de un crítico es posiblemente imprescindible; sino de un texto que conjuga la teoría con la práctica y, sobre todo, con la de un narrador reconocido y ganador de numerosos galardones literarios. Estoy convencido de que no exagero: mi propia experiencia en el trabajo con los noveles escritores durante más de cuarenta años me hizo

Revista Casa de las Américas No. 265 octubre-diciembre/2011 pp. 143-147

EDUARDO HERAS LEÓN

143

llegar a la conclusión de la necesidad de un libro como este: el joven escritor de talento que asiste a las sesiones de un taller literario, y sobresale, al poco tiempo ve frenado su desarrollo y necesita un salto de calidad, principalmente en lo relativo al conocimiento y la praxis de las técnicas narrativas, que le amplían sus horizontes y enriquecen el arsenal a su disposición para abordar a plenitud el texto de ficción. De ese convencimiento surgió, en nuestro caso, un libro como Los desafíos de la ficción, cuyas páginas también ha visitado Isaías Peña para su notable investigación. Y creo que de ese mismo criterio partió el autor de este libro, cuando en el Prólogo afirma también que lo llevó a escribir un ensayo creador en el sentido más amplio de la palabra […] El lector hallará, no el viejo texto teórico con sus ejemplos impuestos, sino las fuentes narrativas primarias esperando que alguien rompa el dique con nuevos procedimientos y recursos para alcanzar el texto oculto, el texto inexistente, el joven texto narrativo [17]. El autor divide el libro en tres partes, una Introducción, donde desarrolla «las razones de ser del escritor, del escribir y de la escritura, de la praxis creadora en narrativa»; una Primera parte dedicada a los elementos básicos de la composición escrita, desde el reconocimiento de la grafía y el sonido del signo lingüístico hasta un acercamiento a las normas básicas del idioma, convocadas desde el proceso de la creación narrativa, lo que yo llamaría la zona más académica del volumen: el basamento teórico para la creación narrativa desde el punto de vista sobre todo lingüístico; y una Segunda parte, a mi juicio la más valiosa, donde se compendian, según el autor, «los pasos y momentos 144

del proceso de construcción y composición de una obra narrativa» de cualquier género, y en la que le ofrece al escritor que comienza los conocimientos prácticos imprescindibles sistematizados en lo que Peña llama Pentafonía narrativa, original acercamiento al proceso de creación de un texto. La Introducción hace reflexionar al joven narrador acerca de las posibles respuestas sobre la vieja polémica (que tanto nos recuerda los planteamientos de Sartre en la década de los cincuenta), acerca de Por qué, Para qué y Para quién se escribe, y sobre herencia y tradición, identidad y fuentes de la creación narrativa, entre otros importantes aspectos teóricos que están en la propia base de la vocación del escritor (si es que es una verdadera vocación). Estoy seguro de que esta Introducción resulta necesaria porque constituye el primer acercamiento teórico y reflexivo acerca de la problemática del oficio. La Primera parte, que hemos catalogado como la más académica del libro, aborda los componentes básicos de la escritura creativa: sus aspectos lingüísticos y gramaticales. Las funciones del lenguaje, y un capítulo, que me parece el más interesante de esta sección y el más útil para la formación del futuro narrador, es lo que Peña llama «el proceso de la edición narrativa», que nos muestra cómo de las palabras a las frases, a las proposiciones, oraciones y párrafos, su selección y combinación es lo que nos permite editar voluntaria y deliberadamente el texto literario. De esta manera, el autor propone ese proceso de edición desde dos puntos de vista: el gramatical, a partir de la matriz tradicional de la oración en español; y la composición estructural, según las secuencias que integran la unidad narrativa, es decir, a la manera como se montan los sucesos que componen la secuencia narrada. Ese proceso, que el autor demuestra con ejemplos

seleccionados de la práctica de los grandes escritores como Carpentier, García Márquez, Borges, entre otros, no lo había visto abordar así y constituye, a mi juicio, una interesantísima propuesta del autor. Esta Primera parte termina con un extenso capítulo dedicado a la puntuación, el estudio de cuyas reglas resulta a veces tan aburrido. Sin embargo, aquí también Isaías Peña realiza, a mi juicio, un singular aporte, partiendo de una original reflexión sobre los signos de puntuación y proponiendo cuatro principios organizativos para los mismos: la serie, el intercalado, la complejidad y la entonación. Sobre la base de ellos, el autor señala el uso de los signos de puntuación, con ejemplos de escritores contemporáneos, lo que convierte su estudio en un proceso interesante, verdaderamente instructivo, y desde una perspectiva novedosa. No se le ha olvidado a Peña mostrarnos algunos elementos propios del lenguaje de Internet, conocidos como emoticones, que se forman a partir de los tradicionales signos de puntuación. Y al final del capítulo el autor nos dice: «Se aconseja conocer las normas básicas de la puntuación y ejercitarlas con plena conciencia. Luego ellas nos conducirán, en el manejo de la escritura, a su transgresión creativa», lo cual se prueba con numerosos ejemplos. En el terreno de la puntuación, sus constantes cambios en los diversos autores, escuelas y movimientos literarios nos han descubierto que «lo obligatorio para unos, fue lo reemplazable para otros». La Segunda parte, «Componentes específicos de la narración», es, desde luego, la más interesante y útil para el joven narrador, porque en ella el autor penetra profundamente en los elementos básicos del arte narrativo. Peña lo aborda, metodológicamente, desde cinco componentes específicos: Sujeto, Objeto, Relación, Perspectiva y Medios.

El Sujeto se refiere específicamente al narrador, esa figura esencial del texto narrativo. Y al personaje, al cual Peña le dedica numerosas páginas clasificándolo, explicando su construcción y caracterización, las relaciones entre personaje y acción, y, en cuanto al narrador, establece una clasificación que tiene que ver con los límites del saber del propio narrador. A este dedicará un amplio capítulo cuando aborda la Perspectiva desde la cual cuenta; es decir, su punto de vista. El Objeto aborda con profundidad la fuente de ese objetivo narrativo, su origen: la idea motriz y el tema, con profusión de ejemplos; todo ello llegando incluso hasta las dificultades y los consejos para titular la obra narrativa. La Relación tiene que ver con la materia narrativa, su nomenclatura y sus componentes: trama, argumento, historia, anécdota, fábula, sujet, explicados con brillantez y, sobre todo, dejando bien esclarecidas las definiciones de estos términos, que muchos autores confunden o definen de distintas maneras; y se establece un recorrido con sentido histórico de criterios, desde Aristóteles en su Poética, hasta los teóricos contemporáneos, como Tomachevsky, Freitag, Todorov, E. M. Forster, Leon Surmelian, Janet Burroway, Gide, W. Kayser, Wellek y Warren, Stanton, Piglia. Isaías Peña hace un resumen de todos estos criterios y propone un concepto que los engloba a todos: el de Relación. «Historia, argumento y trama, las tres etapas que propongo», dice Peña, «son cada uno de ellos una relación, como lo son el cuento y la novela una vez concluidos». Tomando como base este concepto, el autor hace un exhaustivo análisis (ocupa 128 páginas del libro) donde no solo esclarece con notable profundidad estos conceptos, avalados con numerosos ejemplos de la praxis narrativa, que aun hoy se siguen 145

discutiendo y parece que así seguirá mientras existan escritores y exista la literatura misma, sino que se lanza en las aguas de la composición o estructura narrativa, las clasifica y ejemplifica, y termina analizando una categoría que él llama «marco de composición narrativa», y que, como su nombre indica, delimita la historia principal, la avala, la autoriza, si bien no forma parte de ella, y aunque aclara que no es obligatorio, se emplea mucho en el cine y en la dramaturgia. Numerosos ejemplos esclarecen esta categoría propuesta por el autor. Uno de los acápites más importantes del libro, por su profundidad y agudeza en el análisis, así como por su carácter polémico, es el dedicado a la Perspectiva, o sea, el punto de vista. Este es uno de los aspectos de la creación narrativa que han sido más discutidos a lo largo de la historia de la narrativa de ficción y existen todavía criterios controversiales. Peña cita la definición de Robert Stanton y de Wellek y Warren, los cuales, a su juicio, en general confunden el punto de vista con la persona gramatical, al igual que lo hace Vargas Llosa (como se lee en sus Cartas a un joven novelista), quien según el autor se equivoca cuando afirma que el cambio del nosotros que aparece en el primer capítulo de Madame Bovary hacia el Él (tercera persona del singular), no obedece a una muda espacial, como afirma el Nobel peruano, sino a un recurso de invisibilidad del narrador (el pronombre colectivo nosotros desaparece del resto de la novela) para continuar el relato con el narrador omnisciente limitado a los personajes de manera objetiva. Después, Peña propone una nueva clasificación de puntos de vista que explica e ilustra con notable claridad y riqueza analítica. Finalmente, en el acápite denominado Medios, el autor se detiene en las formas elocutivas del

146

lenguaje: descripción, narración y diálogo. En la primera introduce el novedoso concepto de la descripción en bloque y diferida, según los planos visuales y su interacción con otras formas elocutivas, que él se arriesga a llamar narración descrita o descripción que narra, categoría que ejemplifica convincentemente. En el caso de la narración, introduce el término activación o motivación narrativa: física, sicológica y conceptual; dedica esclarecedoras páginas al estilo indirecto libre, y critica a Oscar Tacca, porque le parece inconducente que presente una manera de narrar (un estilo) como si se tratara de un punto de vista de narrar, como lo propone en el libro El estilo indirecto libre y las maneras de narrar. Este capítulo termina con un novedoso planteamiento, cuando establece una estrecha relación entre la narración literaria y la cinematográfica a través de categorías provenientes de ambas expresiones creativas. Soy del criterio de que si bien en los primeros años del séptimo arte sus técnicas influyeron notablemente en la literatura (recuerdo, por ejemplo, el llamado cine verdad, de Dziga Vertov, que tanto influyó en el género testimonio), tengo la impresión de que en los últimos tiempos el cine está tomando directamente de la literatura las más novedosas técnicas que han aportado los narradores contemporáneos. Así, Peña aborda los conceptos de plano, toma, secuencia, cortes, fundidos y disolvencias, entre otros, tanto en el cine como en la literatura. No es posible abarcar en una breve nota como esta todos los pormenores de una obra realmente monumental sobre el tema, pero debo añadir que también el autor aborda el asunto de la narración y los tiempos verbales y los que él llama artilugios (yo los llamaría técnicas o procedimientos narrativos) como: la continuidad diferida, la prefigu-

ración, la potenciación, la reiteración que amplifica, el congelado que se despliega después, el desdoblamiento cubista, continuidad, contención y dilación. Y para terminar, dedica unas páginas al ritmo, el tono, la sintaxis narrativa y el gerundio en la narración, antes de abordar El diálogo como última forma elocutiva, sus componentes, la acotación y las matrices clásicas y modernas que más que técnicas para construir los diálogos son una buena lección para los editores y su manera de trabajarlos en una obra. Como lector me hubiera gustado leer algún análisis acerca de técnicas como los diálogos telescópicos y las acotaciones dramáticas, entre otras, que casi llevan la marca de fábrica de Vargas Llosa. Hay una información en el gran libro de Isaías Peña con la cual estoy en desacuerdo y es la referida al acápite que él llama Intensidad y tensión, dos categorías cortazarianas, donde se hace alusión a la famosa charla «Algunos aspectos del cuento», de 1963, publicada en el número doble 15-16 de la revista Casa de las Américas, en la que el gran escritor argentino menciona y define esas dos categorías –intensidad y tensión– esenciales para un cuento. Sin embargo, debo aclarar que, cuatro años antes, en 1958, Juan Bosch, el gran escritor dominicano, en sus también famosas charlas en la Universidad de Caracas («Apuntes sobre el arte de escribir cuentos», que fueron publicadas en El Nacional en septiembre de 1958), había empleado ambas categorías. Dice Bosch: «[...] esa voluntad de predominio del cuentista sobre sus personajes es lo que se traduce en tensión, y por tanto en intensidad». Posteriormente, el dominicano define de manera muy similar ambos conceptos. Debo señalar que las similitudes entre las poéticas de ambos grandes cuentistas (no solo en estas ca-

tegorías) son sorprendentes, aun más si se tiene en cuenta que Bosch era un escritor cercano al criollismo y Cortázar un escritor fantástico (ver Eduardo Heras León: «Juan Bosch, teórico del cuento», en País Cultural, año IV, No. 10, septiembre de 2010). Para concluir, creo, sinceramente, que estamos en presencia de una obra monumental por sus dimensiones y por la profundidad de los análisis y criterios, muchas veces polémicos, que hace Isaías Peña, donde ha volcado indudablemente, como él afirma, los conocimientos literarios adquiridos, investigados y practicados como escritor durante más de treinta años de experiencia en los talleres literarios en Colombia. Será de obligada consulta de cuanto taller, curso de escritura creativa o escritor (joven o no) quiera tener a su disposición una obra no solo de indudable mérito, sino de permanente influencia en el futuro. Una frase puede definirlo: es un libro memorable. c

147

JUAN VALDÉS PAZ

Los Ensayos Políticos de Bolívar Echeverría* Introducción

Revista Casa de las Américas No. 265 octubre-diciembre/2011 pp. 148-150

C

148

on esta antología de textos del ecuatoriano –y también mexicano– Bolívar Echeverría, el Ministerio de Coordinación de la Política y Gobiernos Autónomos Descentralizados del Ecuador ha iniciado su colección «Pensamiento Político Ecuatoriano», orientada a rescatar y desarrollar el pensamiento político nacional y, de hecho, a reivindicar a algunos de sus más reconocidos y comprometidos intelectuales. El importante Prólogo de su colega Fernando Tinajero, «Bolívar Echeverría: un marxismo crítico», nos da cuenta de su biografía intelectual y política iniciada en Quito en 1968, continuada en Alemania –donde adquiere una sólida formación filosófica de disímiles fuentes y una rigurosa cultura marxista en el marco heterodoxo de la Escuela de Frankfurt– y concluida con su larga vida académica en México, donde en 2009 fue investido como Profesor Emérito de la UNAM y donde falleció en el año 2010. Durante esa extensa y riquísima vida académica y militante, Bolívar Echeverría produjo una extensa obra en la que se combinan de manera inseparable el magisterio, la reflexión teórica, el publicista y la indeclinable batalla de ideas. A la vez, Fernando Ti* Bolívar Echeverría: Ensayos Políticos, int. y sel. de Fernando Tinajero, Quito, Ministerio de Coordinación de la Política y Gobiernos Autónomos Descentralizados, col. Pensamiento Político Ecuatoriano, 2011.

najero nos propone una interpretación de los principales aspectos del pensamiento de Bolívar Echeverría, cuyo rasgo más sobresaliente sería su contribución a la constitución de una teoría crítica descolonizada, de fundamentos marxistas. Estos Ensayos Políticos son en realidad una antología de trece textos escritos y fechados entre 1979 y los años finales de la vida de su autor. Para reseñarlos sucintamente, los agruparé por temas y me valdré más de un orden lógico que cronológico, aunque ambos coincidirán en parte.

«Rosa Luxemburgo: espontaneidad revolucionaria e internacionalismo» (1979) Este excelente ensayo funciona como un posible prólogo a todo discurso crítico. En él, Bolívar Echeverría examina el caso histórico y de cierta manera paradigmático, del rico y complejo discurso luxemburguiano, el que fuera sustituido por una versión de factura estalinista que podemos llamar luxemburguista y contra la cual se desplegó todo un arsenal descalificador que iba desde el ninguneo hasta la reprobación de sus «errores».

Modernidad La centralidad en el pensamiento de Echeverría de su reflexión sobre la modernidad queda ejemplificada en los ensayos relacionados con este tema que aquí se antologan: «Modernidad y capitalismo (15 tesis)», de 1989; «Modernidad y revolución», de 1997; «Violencia y modernidad», de 1997; «1989», de 1996; y la muy posterior entrevista con

Carlos Antonio Aguirre Rojas, «Chiapas y la Conquista inconclusa». La modernidad es examinada en estos textos como un proceso histórico de varias etapas, la última de las cuales –y actual– sería la modernidad capitalista –más bien la transición capitalista–, cuyos rasgos intenta continuamente teorizar desde una perspectiva marxista. A su vez, la modernidad capitalista es el espacio histórico, la totalidad, en que la comunidad humana queda crecientemente subsumida bajo el dominio del valor de cambio expresado en la mercancía y el mercado, con sus secuelas de cosificación, fetichismo y enajenación, advertidas tempranamente por el marxismo. La contradicción fundamental de esta modernidad capitalista es la que se da entre el valor de uso y el valor de cambio, así como entre las estructuras de relaciones basadas en uno u otro. De aquí la noción de «ethos» y sus cuatro variantes, mediante las cuales el sujeto social asume en su vida cotidiana esta contradicción. Visto desde 1989, el socialismo histórico habría sido el intento parcialmente fracasado de constituir una modernidad alternativa a la modernidad capitalista. Por tanto, esta continúa siendo el telón de fondo, la última ratio, de cualquier orden político o acción política que se pretenda examinar, en sentido de preservarla o subvertirla. La experiencia histórica nos muestra dos interpretaciones diferentes de la revolución: una radical, la que persigue «un modo de modernidad diferente»; y otra reformista, para la cual la revolución es la aceleración de la modernización en curso.

Lo político Si bien toda la antología se fundamenta en una interpretación amplia de lo político, tal como esta se presenta en el pensamiento e interpretación teórica de Echeverría, los ensayos seleccionados que tie-

nen como objetivo una reflexión sobre este tema son: «Lo político en la política», de 1996; y «Cuestionario sobre lo político», de 1980. El primero podemos considerarlo como la matriz del pensamiento político del autor, en la medida en que caracteriza a la totalidad social de la cual forma parte lo político, en sentido amplio, o a la «sociedad política», en sentido estrecho. Parte del esquema hegeliano de tres estratos de sociabilidad en el seno de una misma sociedad, cuyo desarrollo desde una «sociedad natural» o familia ha dado lugar a una «sociedad civil» o burguesa y, sobre ambas, a una «sociedad política» o Estado. Cada una de estas «sociedades» constituye una porción o nivel de lo político. Al tercer nivel o «sociedad política» correspondería la figura del ciudadano, en el que se expresaría el interés general de la comunidad. Frente a este esquema hegeliano, en parte seguido por el marxismo tradicional, de una esfera formal de lo político, Echeverría advertirá una política informal mediante la cual la «sociedad natural» desborda y penetra a la sociedad política haciendo patente las exigencias del bien común y mostrando otra alternativa de organización social y autogobierno. El segundo ensayo, de una conceptualización más filosófica, anticipa la visión de una fenomenología política que solo puede ser interpretada desde la totalidad de la formación socioeconómica dominante; esto es, la determinación del sistema de relaciones capitalistas dominantes sobre la superestructura política e ideológica «generada a partir de su funcionamiento». El Estado aparece así como «toda una empresa histórica destinada a fomentar el desarrollo de un determinado conjunto particular de mercancía-capital». Esta versión más cruda sería sucesivamente matizada y complejizada en estudios posteriores pero reteniendo el núcleo duro de la sobredeterminación 149

de lo político por el modo de producción dominante.

Izquierda El tema recurrente de la izquierda política aparece representado en la antología por los textos «A la izquierda», de 1990; «El sentido del siglo XX», de 2002; «Lejanía y cercanía del Manifiesto comunista a ciento cincuenta años de su publicación», de 1999; «La nación posnacional» y «¿Ser de izquierda, hoy?», ambos de la última década. En estos ensayos, el filósofo argumentará de diversas maneras –y referida a distintos contextos– la inseparable relación entre la noción de izquierda política y la voluntad transformadora del orden social «realmente existente» por parte de su actores, individuales o colectivos. La revolución sería una de las cuatro alternativas de salida; el socialismo, su alternativa a la sociedad del capitalismo; y el compromiso ético político de los actores, la garantía de su continuidad. En «Lejanía y cercanía del Manifiesto comunista...» anticipa posiciones más actuales de renuncia a las estrategias de lucha política tradicional por hacerse del poder del Estado, teniendo en cuenta las experiencias históricas, los cambios ocurridos en el sujeto popular, el relieve de nuevas reivindicaciones emancipadoras, la insuficiencia de basar una nueva sociedad en el cambio de las relaciones de propiedad sobre los medios de producción, el desencanto de las derrotas o los fracasos, etcétera. El lejano lugar del proletariado tendría que ser ocupado por otros «fantasmas» portadores de nuevas formas de contrapoder y de propuestas anticapitalistas. Pero el radicalismo del Manifiesto comunista, su desafío al capitalismo, su propuesta de una sociedad alternativa seguiría en pie, pues nos habla 150

de «cerrar una historia y comenzar otra». Este programa que es ahora «no solo deseable y posible sino urgente, vital» es el que nos propone un cambio no solo económico y social sino civilizatorio.

Conclusiones Los ensayos aquí reunidos son «políticos» en el preciso sentido que le daba Bolívar Echeverría a ese concepto como una expresión de la totalidad social. Hacer política –y en particular de izquierda– no puede reducirse a incidir en lo que se entiende convencionalmente como la esfera política o institucional de la sociedad. Es necesario retener la idea de que el orden socioeconómico dominante es el verdadero soporte de lo político, así como que una política que tan solo es reactiva o circunstancial no afectará a la inequidad, la enajenación y la explotación social, porque no tocará sus fundamentos metapolíticos. Entenderlo es lo que compete a la izquierda, la que desde esta perspectiva creará los medios de un contrapoder verdaderamente revolucionario. Polemizando con el autor, y desde otro punto de vista, quedaría por ver si la política como accionar sobre lo político ha de entenderse solamente como un programa máximo y si no lo rebasa en la medida en que ella es una práctica específica bajo la cual se expresa una permanente lucha de poderes entre instituciones, grupos y personas. c

Otra vez Las muchachas de La Habana…*

P

uede sorprenderse el nuevo visitante cuando, luego de arribar a la casa de Luisa Campuzano y deleitarse con la amplísima vista de la zona cultural más imantada del Vedado y de un mar perdido en lejanías, centre su mirada en el paisaje doméstico inmediato. Advertirá entonces, posiblemente, los delfines de porcelana china comprados en San Francisco, soporte de los palitos culinarios de la comensalía asiática, o quizá la placa de bronce que anunciaba la consulta médica del ilustre progenitor de la visitada. Mas lo que con toda seguridad llamará poderosamente su atención será un letrero de madera, situado en un librero, que reza así: EN ESTA CASA NO SE LEE PORNOGRAFÍA… ¡SE HACE! Si el visitante es lo suficientemente curioso como para continuar su indagación, volverá a sorprenderse cuando advierta que el susodicho letrero presenta en su parte posterior una inscripción que lo acredita como finísimo regalo de la Editorial Unión a la coronada escritora. Recordará entonces que ella se dedicó, durante años, al estudio del Satyricon. Tras esa falsa pista relacionada con tan peculiar objeto de estudio, recordará –pues este visitante (¿acaso Leónidas Lamborghini?) conoce su

* Luisa Campuzano: Las muchachas de La Habana no tienen temor de Dios, 1ra. reimpresión, La Habana, Ediciones Unión, 2010 [2004].

obra– que la propia autora afirmó, sin ningún pudor, en entrevista publicada por Opus Habana, que, de todos los libros que había escrito, este era el que más placer le había proporcionado. ¿Habrá participado la Dra. Luisa Campuzano, de tan rancia prosapia grecolatina, en los devotos ritos en honor a Príapo? ¿Habrá ella, como Cuartila –suponía maliciosamente el visitante–, adorado con sorprendentes excesos la fálica deidad? Vinieron entonces a su mente los conocidos dísticos del poeta: «¿Quién ignora lo que es tenderse con otro, quién los placeres de Venus? ¿Quién prohíbe que los miembros entren en calor en tibio lecho?». Mas andaba errado el visitante en sus apreciaciones, pues los orígenes del letrero porno tienen como ambiente la Feria del Libro de La Habana, que se desarrollaba apaciblemente en La Cabaña durante las frías ventiscas del año 2005, mientras los sagaces inspectores de aduana del aeropuerto internacional «José Martí» retenían un lote de libros cubanos impresos en Colombia, pues entre los títulos había uno altamente sospechoso: Las muchachas de La Habana no tienen temor de Dios. Para colmo, el ejemplar aparecía ilustrado con la imagen de una mujer desnuda que soltaba máscaras, cintas y atavíos para continuar su decidido contoneo junto al mar. Los nombres de Luisa Campuzano, Alicia Leal, e incluso el de Graziella Pogolotti, quien suscribía la nota de contracubierta, nada dijeron a los sagaces y esforzados inspectores. Los hechos eran, sin duda, claros y objetivos. Consecuentemente, se aplicó la ley de la Aduana

Revista Casa de las Américas No. 265 octubre-diciembre/2011 pp. 151-154

MARGARITA MATEO PALMER

151

General de la República de Cuba que prohíbe la entrada o salida al/del país de «Literatura, artículos y objetos obscenos o pornográficos o que atenten contra los intereses generales de la nación». Retenidos, decomisados, custodiados por siete llaves en un almacén, con la entrada prohibida al país, se encontraban los libros de Unión que debían presentarse en la Feria. Y entonces comenzaron a circular los rumores, indeteniblemente, por toda la ciudad. Entre estos, el que con mayor velocidad se propagó fue el de Desiderio Navarro, quien afirmó, luego de unas breves consideraciones sobre la intersexualidad, que el libro había navegado con mala suerte, pues lejos de tropezarse con el Aduanero Rousseau había caído en manos del aduanero ruso. Solo las gestiones del autor de El vuelo del gato, en su condición de Ministro de Cultura, lograron que los libros fueran absueltos de los terribles cargos que se les imputaban, y arribaran a tiempo a las salas de venta de la antigua fortaleza militar. Todo libro tiene una historia: crea o no su propia leyenda. Las muchachas de La Habana…, más allá del mito porno de sus orígenes, ha transitado un venturoso camino, tanto en la Isla como allende los mares, que lo ha hecho desaparecer de los estantes de las librerías y protagonizar una notable recepción académica, convertida finalmente en demanda de reimpresión. Lo corroboran tanto los datos recogidos en la web, como los bibliotecarios reclamos de distintas universidades del mundo. Los ejemplares que poseen algunas universidades muy prestigiosas dan fe, a través del deterioro de sus páginas, del reiterado uso a que han sido sometidos por los lectores: breve historia de un libro desgastado por el implacable manoseo de sus páginas, seguramente trasegado en deshilachadas mochilas o en impecables maletines, frecuentado en noches de estudiantil insomnio, quizá hasta en 152

juergas, que han ido corroyendo el papel, desliendo la tinta, dañando la portada, dejando testimonio de la necesidad del remplazo. Es delicadísimo el tema de las rediciones de libros cubanos. Estas parecen en ocasiones responder a imperativos muy alejados de los intereses literarios de calidad y aun de mercado. Quienes deambulan con frecuencia por nuestras librerías habrán podido apreciar cómo, a veces, dos ediciones de un mismo título se encuentran simultáneamente en venta, no en distintas provincias o en diferentes puntos de la misma ciudad, sino en una sola librería, en un mismo estante, uno al lado del otro, dialogando tête-à-tête, haciendo evidente que la reimpresión se llevó a cabo sin haberse agotado la primera edición. Por eso es sano aclarar que esta presentación de Las muchachas de La Habana…seis años después de su primera aparición, se justifica ampliamente no solo por razones, digamos, de dinámica de ventas, sino, sobre todo, por los valores intrínsecos del texto y de su escritura. Este volumen visitado, revisitado, subrayado, grafitado, anotado en los márgenes con tintas de variadísimos colores, recoge ensayos publicados en diferentes momentos del quehacer académico de Luisa Campuzano que giran en torno a una temática común, la escritura femenina en Cuba, de la cual su obra –no olvidar su inquietante estudio sobre una carencia, de 1984– ha sentado bases fundadoras en la segunda mitad del pasado siglo. Su perspectiva de género, si bien se nutre de la teoría general desarrollada en las últimas décadas, presenta rasgos que la distinguen. Uno de estos es el modo en que privilegia la relación con la historia y la búsqueda en el pasado. Como afirmó Daniel Díaz Mantilla a raíz del otorgamiento del Premio de la Crítica 2004 a Las muchachas de La Habana no tienen temor de Dios, este es

un libro donde se manifiesta la constancia de un espíritu lúcido en su deseo de descubrir –para sí y ante el mundo– esas otras hebras del mismo tejido que, en su peculiaridad, dan cuerpo a la literatura cubana escrita por mujeres, un deseo que se funda en la certeza de que solo a través del conocimiento del pasado es posible orientarse hacia el futuro.1 Quizá pocas personas conocen que en la década del sesenta, mientras estudiaba Letras Clásicas, Luisa Campuzano trabajó en el Consejo Nacional de Cultura como secretaria de Roberto Fernández Retamar y después de Vicentina Antuña. Más tarde, fue auxiliar de investigación de Juan Pérez de la Riva en la Biblioteca Nacional. Allí, y cito a la autora, hice una carrera paralela a la de Letras: aprenderme el siglo XIX cubano de punta a cabo y de cabo a rabo. No estudié literatura cubana del XIX, pero trabajaba diariamente con toda esa centuria: libros, revistas, manuscritos... Puedo decir que me formé en contacto directo con la cultura cubana de la época en que se funda la nación.2 Esa sólida formación en los orígenes está en la base de otra de las coordenadas que nutren sus reflexiones: la atenta mirada a los complicados entrecruzamientos de raza, clase y nación, que permiten distinguir en toda su complejidad la problemática de las mujeres, y no su consideración aislada –diría yo fundamentalista–, que tiende a convertir 1 Daniel Díaz Mantilla: «Hebras del mismo tejido» en . 2 María Grant: «Mujeres en Líne@ con Luisa Campuzano». Entrevista publicada en Opus Habana, vol. VI, No. 3, 2002, pp. 16-25.

ese discurso en una entelequia: abstracción que ha sido fuente, a mi juicio, de tanto feminismo radical y delirante, tan alejado de las consideraciones realmente fecundas y esclarecedoras de los avatares del «segundo sexo» beauvoiriano. Las sólidas coordenadas que caracterizan la labor de Luisa Campuzano en este campo –a las que habría que añadir su visión integradora de las más disímiles disciplinas, sin que, por otra parte, lo literario deje de ejercer su función rectora y dominante– permiten hablar de una metodología que representa una notable contribución a los estudios de género latinoamericanos. Y no soy yo, a quien Luisita, años ha, mandaba a silenciar su guitarra en las vegas pinareñas, sino los autores de una reconocida enciclopedia publicada recientemente en los Estados Unidos, quienes afirman la trascendencia de lo que pudiera denominarse su «poética de género»: «Tal metodología se halla en la base de sus más importantes contribuciones a los estudios latinoamericanos: la construcción de un espacio legítimo y legitimado para la investigación académica de la producción cultural femenina y los estudios sobre la mujer en Cuba y en la región».3 La perspectiva femenina de esta porno-erudita escritora transita no solo por la llamada labor arqueológica, sacando a la luz obras que ponen en jaque el canon literario tradicionalmente establecido, como sucede con el excelente ensayo sobre la marquesa Jústiz de Santa Ana que da título al volumen o con el contrapunteo de las miradas de dos grandes figuras del XIX cubano, la Condesa de Merlin y la Avellaneda –cuyas obras confluyen en el tiempo y en el angustioso problema de la esclavitud–, 3 Bárbara Riess: «Luisa Campuzano», en Encyclopedia of Latin American Women Writers, London, Routledge, 2007 [trad. de M. Mateo].

153

154

sino que se acerca, con gesto decidido, a los textos de su más inmediata contemporaneidad. «Ruinas y paisajes de la memoria» constituye, a mi juicio, un modelo de cómo confluyen en su quehacer crítico una diversidad de tiempos atravesados y a la vez engarzados por la historia, notable ejemplo del intenso diálogo femenino de temporalidades en el que descansa su obra. El topos de la nostalgia, convocado desde los inicios del ensayo a través del vigente ritual de las personas exiliadas que regresan brevemente a la Isla cuando visitan las casas que habitaron antes de su partida, es el eje en torno al cual se articula su reflexión sobre El artista barquero, la última novela de la Avellaneda –«primera obra que sale de mi pluma bajo el hermoso cielo de nuestra Antilla», aclarará la Peregrina en su «Dedicatoria»–, y a la vez, el menos estudiado de sus textos narrativos. A partir de una inteligente y reveladora lectura de esa obra marginada por la crítica, la mirada de la investigadora –una mirada aguzada por una larga práctica en el develamiento de las sutiles estrategias discursivas femeninas– se detiene en la condición de pintor del protagonista para advertir una mediación de la escritora decimonónica espejeada en la pintura, «para configurar desde ella una distancia que le permita acercarse a Cuba representando una representación».4 Esta especie de palimpsesto –paisaje de la memoria superpuesto al de la escritura– se potenciará con el giro que asume el texto en su parte final, cuando el hogar mismo, esa casa loynaciana que vive sus últimos días reclamando a los hombres que le vuelven el rostro reconocer el alma que ellos mismos le han dado, se convierta también, simbólicamente, en un nuevo palimpsesto

–urbano, volumétrico, apuntalado en las ruinas– a través de la evocación de la crónica y la instalación de dos artistas «jaifenadas», que regresan en el siglo XXI a los hogares cubanos de su infancia para remontar «la larga cadena de lejanías y permanencias, de ausencias sin retorno que encierran estas y todas las casas».5 En su reseña «Otra habanera sin temor de Dios», Nara Araújo afirmó que este libro constituye «un modelo de pasión y profesión, las de una investigadora acuciosa, que atrae con una prosa erudita y nunca distante».6 Esa prosa, en la que se combinan el rigor y el desenfado, la información docta con el comentario jocoso, el saber con la elegancia de expresión, la inteligencia con la sensibilidad, es otro de los valores de este libro, así como lo son la osadía, la audacia, el valor intelectual requerido para el abordaje de temas muy polémicos que hacen honor, en la propia obra de Luisa Campuzano, a esa temeridad legendaria de las habaneras reivindicada por ella misma. c

4 Luisa Campuzano: Las muchachas de La Habana no tienen temor de Dios, La Habana, Ediciones Unión, 2010, p. 51.

5 Ibíd, pp. 56-57. 6 Nara Araújo: «Otra habanera sin temor de Dios», en Casa de las Américas, No. 244, jul.-sept. de 2006, p. 152.

Get in touch

Social

© Copyright 2013 - 2024 MYDOKUMENT.COM - All rights reserved.