Discutir sin pelear

Cualquiera sea el tema abordado, el diálogo se vuelve difícil menos por lo que se dice que por lo que no. Tres coaches norteamericanos demuestran que,

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Cualquiera sea el tema abordado, el diálogo se vuelve difícil menos por lo que se dice que por lo que no. Tres coaches norteamericanos demuestran que, sin saberlo, siempre se mantienen tres conversaciones en una.

Discutir sin pelear Dr. Alejandro Di Grazia Rao Director del Colegio Humanista de México [email protected]

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Tomás y Laura pasaron la velada en casa de amigos. Desde hace poco tiempo, Laura está tratando de dejar de fumar pero en dicha reunión prendió un cigarrillo tras otro. Hasta que Tomás la agarró de un brazo diciéndole: -“No fumes Más”. Cuando vuelven, Tomás nota que Laura está distante. -¿Qué te pasa? –le pregunta él. -Nada, estoy cansada –le contesta ella. Tomás le dice al abrazarla: -Querida, veo que algo no anda bien. Laura explota: -¡Siempre necesitas tratarme como una nena! ¡Me agarraste del brazo como si fueras mi padre y yo estuviera haciendo algo malo! -¡Pero me dijiste que estabas tratando de dejar de fumar! ¡Quise ayudarte! -¿Ves que tengo razón? ¿Por qué crees que no me puedo arreglar sola? -Es ridículo que te pongas nerviosa. ¡Sólo quería ayudarte! -Me pongo nerviosa porque nunca reconoces tus errores. Quisiste humillarme delante de mis amigos. -Y tú, siempre buscas pelea. Si te hubiera dejado fumar, me lo habrías reprochado también. ¿Qué hicieron Tomás y Laura para llegar a este punto de difícil retorno? LA TORRE DE BABEL A pesar de su aparente diversidad, todos los encuentros difíciles descansan sobre la misma estructura. Explícitamente, se discute acerca de la guarda de un niño, un documento atrasado o las manías de la suegra, pero implícitamente siempre se dan tres debates simultáneos: nos enfrentamos al otro: uno, para imponer nuestra versión de los hechos; dos, para hacer valer o disimular nuestros sentimientos; tres, para defender nuestra identidad. Privada de los pinos No.2 San Buenaventura Atempan, Tlaxcala. Tel. (246) 462 6495 / 466 8294 [email protected]

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La pelea de una pareja joven sirve de ejemplo, en este caso, para presentar cómo se dan estos tres tipos de diálogos subterráneos. Pero, cualquiera sea el tema, cualquiera sea el compromiso afectivo de los interlocutores, los mismos errores siempre llevan a un callejón sin salida, y las mismas actitudes permiten salir de él. El diálogo se convierte en algo difícil menos por “lo dicho” que por “lo no dicho”. 1. CONVERSACIÓN “QUÉ PASÓ” • Lo que está en juego: ¿quién tiene razón? Veamos el punto de partida de la pelea: el gesto de Tomás en la fiesta. ¿Cuál fue su significado? Para Laura: “Me tratas como una nena”, para Tomás: “Quise ayudarte”. La mayoría de las conversaciones difíciles empiezan así. Se vuelven una y otra vez sobre los hechos para establecer lo que sucedió o hubiera podido pasar, lo que cada uno dijo o hizo. La cuestión es que cada uno imponga su versión de los hechos. El diálogo no es un intercambio sino un combate para ver quién tiene razón. • El error: el círculo vicioso de las acusaciones. Tomás y Laura cometen dos errores. En primer lugar, cada uno cree que posee la verdad acerca de lo que sucedió. Cuando Laura exclama: “¿Ves que tengo razón?”. Está afirmando: “Tú estás equivocado”. En segundo lugar, están convencidos de que conocen las intenciones del otro y, en principio, son malas. Abusan del “Tú”, no escuchan, acusan. El otro se defiende, atacando. Un círculo vicioso. • Salir del callejón: el sistema de contribución. El objetivo no es imponer nuestro punto de vista ni buscar un culpable, sino comprender para llegar a un acuerdo. En otras palabras, no se trata de comportarnos como adversarios sino como “pareja”, pasando del sistema de acusación: “Eres culpable, tu punto de vista es falso, debes cambiar”, a un sistema de contribución: “Los dos somos responsables de la situación, veamos por qué no tenemos el mismo punto de vista”. 2. CONVERSACIÓN “QUÉ SENTIMOS”

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• Lo que se juega: ¿qué hago con las emociones? La disputa de Tomás y Laura se acompaña de emociones violentas, con las que no saben qué hacer: ira, vergüenza, tristeza, etc. Laura, al principio, intenta disimularlas: “No es nada, estoy cansada”, luego las expresa desmesuradamente, alza el tono de voz. En el fondo, duda entre varias actitudes: ¿debe asumir sus emociones o negarlas? ¿Hablar o no de ellas? Por su lado, Tomás se pregunta cómo responder a las emociones de Laura: ¿debe consolarla o mandarla al diablo? www.cuhm.com.mx

• El error: reprimirlas. Las emociones están en el centro de todo diálogo difícil, pero es raro que las verbalicemos ya sea porque creemos que no corresponde o por temor a ser vulnerables. Pero, por más que nos esforcemos en rechazarlos, afectan nuestro comportamiento y surgen más tarde en forma destructiva: sarcasmo, impaciencias, rencores, etc. Laura, frente a sus amigos, tuvo vergüenza. Sin embargo, en lugar de asumir esa emoción, le grita a Tomás: “¡Quisiste humillarme!”. Al hacerlo, desplaza el núcleo del problema de sus emociones a las intenciones de Tomás. Malentendido asegurado. • Salir del callejón: verbalizarlas sin juzgar. El único medio para evitar los malos entendidos es reintegrar las emociones en el diálogo de modo constructivo. Es preferible verbalizarlas diciendo “Yo siento” en lugar de actuarlas sin asumirlas. En el primer caso le damos al interlocutor la posibilidad de comprenderlas, en el segundo, se pondrá a resguardo. Para ayudar al otro a controlar sus propias emociones, debemos abstenernos de juzgarlo. Decir, como Tomás: “Es ridículo que te pongas nerviosa/o” no hará más que aumentar su ira. Si, por el contrario, le pedimos “Ayúdame a comprender por qué estás enojada/o”, le daremos la posibilidad de tranquilizarse. 3. CONVERSACIÓN “QUIÉNES SOMOS” • Lo que se juega: ¿a qué imagen del yo nos estamos confrontando? La disputa también implica la cuestión de la identidad: Laura no quiere ser vista como una inmadura, y Tomás no quiere ser considerado un sádico. Implícitamente cada uno se pregunta por la imagen que tiene de sí mismo y que proyecta a los otros: “¿Soy digno de ser amado?” Ambos temen perder la estima de su entorno, pero sobre todo perder la estima por ellos mismos. • El error: el “síndrome del todo o nada”. La reacción del otro nos lleva a cuestionarnos. ¿Laura se comportó como una chiquilla? ¿Tomás buscó humillarla? Toda la dificultad consiste en controlar esa reacción sin caer en el “síndrome del todo o nada”; es decir, para no perder nuestra imagen, rechazamos totalmente el juicio del otro y hacemos prueba de mala fe; ya sea, por falta de confianza en nosotros mismos, ya sea porque no sabemos considerar las medias tintas y caemos en el auto desprecio.

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• Salir del callejón: asumir la parte de responsabilidad. Tomás y Laura pueden reconocer sus defectos sin perder la imagen que tienen de sí mismos: “Es cierto, no pude dejar de fumar en esa situación”; “Al retarte, quise mostrar lo bueno que soy”. El coraje para asumir la propia parte de responsabilidad debería incitar al otro o mostrar la misma franqueza. Al mismo tiempo, dejamos de verle sólo los defectos y reconocemos la capacidad de cambio. www.cuhm.com.mx

Cualquiera sea el tema abordado, el diálogo se vuelve difícil menos por lo que se dice que por lo que no. Tres coaches norteamericanos demuestran que, sin saberlo, siempre se mantienen tres conversaciones en una.

Escritos, desde El Diván del: Dr. Alejandro Di Grazia Rao Director del Colegio Humanista de México [email protected]

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