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Todo un inventario emocional El duelo del divorcio Una persona recién separada o en trance de ruptura tiene el importante desafío de procesar una p

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Todo un inventario emocional

El duelo

del divorcio

Una persona recién separada o en trance de ruptura tiene el importante desafío de procesar una pérdida. Hacer un duelo implica hacer una elaboración del pasado. Se trata, entre otros asuntos, de disolver idealizaciones / mercedes infante

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La palabra “duelo” procede de dos fuentes etimológicas dis-

tintas. La primera (derivada del latín dolo, “tallar la madera o la piedra golpeándola”) puede entenderse como aflicción, lástima, fatiga y tristeza; y la segunda (del latín duellum, que significa guerra) alude al combate o a una “pelea de dos”, a consecuencia de un reto o desafío. Freud define el duelo como la “reacción a la pérdida del ser amado”. Para los psiquiatras H. Kaplan y B. Sadock es la “tristeza apropiada a una pérdida real”. La postura de M. Bourgeois es menos desalentadora. El docente e investigador francés considera que es una “experiencia natural y normal de la vida que causa dolor y distorsión del entorno, pero mejora espontáneamente en la mayoría de los casos, y puede aumentar la creatividad y favorecer el crecimiento personal”. Una de las más recientes definiciones es la del psicólogo R.A. Neimeyer, quien lo describe como un “proceso personal que implica el intento de reconstruir el propio mundo de significados. Es la respuesta biopsicosocial, universal y compleja que experimenta un individuo ante la pérdida”. El duelo no sólo designa la vivencia por la muerte de un ser querido. También alude a la situación que sigue al término de una relación amorosa. “Más allá de la pérdida de la pareja, un divorcio es el fin de unos proyectos compartidos, el término de una vida en común que se traduce en la separación de ciertos bienes materiales, amigos y lugares; representa el ocaso de todas las expectativas e idealizaciones que se habían puesto en el otro”, explica la psicoanalista Cristina González, coordinadora del posgrado en Psicología Clínica del Hospital Psiquiátrico del Peñón, y profesora en la Escuela de Psicología de la Universidad Central de Venezuela. Esta etapa posterior a la pérdida que supone una sensible reorganización personal, es lo que se conoce como duelo. “Asumir un divorcio implica todo un proceso psicológico con sentimientos que van desde la tristeza hasta la rabia,

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No es importante lo que pasa, sino lo que hacemos con lo que nos pasa”, señala el psiquiatra Eloy Silvio Pomenta. Esto es, hacerse cargo de la situación, no hablando de “culpas” sino de responsabilidades, no pensando en el “fracaso” sino en el “aprendizaje”

pasando por la culpa, el miedo y la angustia”, describe el doctor Eloy Silvio Pomenta, ex presidente de la Sociedad de Psiquiatría, y profesor de posgrado en Psiquiatría en la UCV. El duelo del divorcio, según los expertos, es todo un inventario sentimental. “Incredulidad, aturdimiento, tristeza, pesadumbre, desconsuelo, impotencia, indignación, vacío interior, angustia, desesperación y quebranto emocional se suceden y nos invaden haciendo imposible creer que alguna vez fuimos o volveremos a ser felices. Es un caleidoscopio emotivo que distorsiona nuestro ser y, sólo con el paso del tiempo, es posible superar”, escribe el psiquiatra Del Pino Montesinos, profesor de Terapia de Familia de la Universidad de Sevilla. En su artículo “Resolución de duelos desde una óptica sistémica”, el autor insiste en la necesidad de vivenciar ese período para ordenar la vida afectiva, aceptar la realidad de lo sucedido y seguir avanzando. “En esta experiencia –explica Silvio Pomenta– el doliente se va desprendiendo de todas las ligas afectivas que tenía con la persona que se fue. Esos vínculos pueden ser posi-

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tivos y negativos. A veces, los negativos son más difíciles de soltar. Prueba de ello es que los duelos más arduos de superar son aquellos donde la relación ha sido conflictiva o ambivalente; es decir, donde ha habido con intensidad esa compleja mezcla de amor y odio”. Para Cristina González, superar el duelo de un divorcio encierra incluso más dificultades que el de la muerte de un ser querido, porque es un proceso vivo en el que se suceden encuentros, peleas, dimes y diretes. “Tras la ruptura hay una exaltación de lo malo del otro, acompañada de rabia y molestia, y sobreponerse a estas emociones es un reto”, subraya la psicoanalista. “Por eso –ilustra Silvio Pomenta– aunque en una pareja uno sienta rechazo por el otro, difícilmente vivirá la ruptura como una liberación; puede que a la larga la experimente, pero al principio tiene un prolongado duelo que resolver”. Otra razón que hace que el divorcio difícilmente se viva como algo liberador, es que supone el fin de un proyecto de vida y de unos ideales en los que alguna vez se creyeron. Y por ello, la persona divorciada –aunque sea la que planteó la separación– puede experimentar una sensación de ambivalencia e incluso sentimientos depresivos más profundos. Los especialistas enfatizan, entonces, en la necesidad de no dramatizar, sino más bien construir individualmente lo que significa el divorcio para sí. Hacer un duelo, tras una ruptura, implica hacer una elaboración de lo que ha significado esa relación de pareja a lo largo del tiempo, para alcanzar la aceptación o resignación del fin. Se trata, entre otros asuntos, de disolver idealizaciones. Ese no es precisamente un proceso que se resuelve de un día para otro.

En el camino El trabajo de resolución de un duelo puede complicarse o detenerse por circunstancias diversas, causando un sensible efecto en el recorrido vital de la persona que lo sufre, escribe el psiquiatra Del Pino Montesinos. José Antonio Marina y Marisa López Penas, autores del libro Diccionario de los sentimientos, explican por qué algunos muestran una tendencia a alargar el duelo, especialmente quienes no querían la separación: “la tristeza es todavía una presencia del objeto perdido; dejar de estar triste se vive como una pérdida definitiva; el olvido, como una traición o una ofensa”. Silvio Pomenta subraya que el duelo no es solamente por la persona perdida: “uno también hace duelo por la parte de uno mismo que se enamoró de esa persona. De allí la sensación de que se ha perdido una parte del cuerpo o del alma. En este sentido, el duelo es doble: por la persona perdida y por uno mismo”. Los entendidos en la materia coinciden en la necesidad de vivir el proceso: “muchas veces, ante el miedo que tenemos a emociones como la tristeza y la rabia, se transitan caminos evasivos. Aunque no nos guste, el duelo debe vivirse. Es algo así como una herida en el cuerpo, que si no se sana, o se sana a medias, dará problemas en el futuro. Debemos permitir que el duelo fluya para poder iniciar una nueva relación, si se diera el caso”, insiste Silvio Pomenta. La duración de un proceso de duelo no está establecida, pero se estima que el lapso promedio necesario para trabajarlo fluctúa alrededor de un año, a partir de la separación. Sin embargo, los tiempos son flexibles, porque dependen en buena medida de la relación que se tenía, de las circunstancias que rodearon la ruptura y de los rasgos de personalidad de quien lo vive. El trabajo de duelo no siempre requiere de asistencia terapéutica. Cristina González recuerda que lo primordial es contar con un interlocutor que, en lo posible, sea ajeno a la situación, para que pueda acompañar al doliente en el proceso de entender las razones de su divorcio y, si es necesario, confrontarlo con la experiencia vivida. No obstante, hay signos que indican la necesidad de hacer terapia: “si se está eufórico y muy alegre tras la separación, eso podría ser muy sospechoso, pues pudiera indicar cierta tendencia a la evasión. Si los sentimientos de tristeza se prolongan e inciden en el día a día, o si la persona se muestra excesivamente irritable, lo recomendable sería buscar apoyo especializado”, señala González.

Sugerencias a la carta •Aceptar las emociones propias del duelo. Mientras la persona más se oponga a la tristeza y la rabia, más intensamente van a aparecer.

actividades que requieran algún esfuerzo físico, como el deporte. El objetivo es una suerte de reconstrucción.

•Lo central del proceso emo-

de duelo, se sugiere romper el contacto con el ex cónyuge, al menos por un tiempo. Se recomienda guardar en un baúl o en el clóset todos los recuerdos, regalos y fotografías, y no volverlos a ver en un lapso que oscile entre seis y doce meses.

cional del divorcio es recuperarse y dar por terminadas las esperanzas, expectativas y sueños que se habían depositado en el cónyuge y en el matrimonio, y reinvertirlos en el propio yo.

•Compartir el duelo con algún familiar, amigo o terapeuta. Las emociones del duelo se “desgastan” en la medida en que se van compartiendo. El trabajo de duelo consiste en hablar una y otra vez de los recuerdos negativos y positivos de la relación. Así, las emociones y afectos que habían sido “invertidos” en la antigua relación, vuelven a fluir hacia la persona doliente, haciendo que recupere su capacidad afectiva para dirigir sus valencias hacia nuevas personas. •Se recomienda no aislarse. Es saludable recobrar o crear un círculo social y practicar

•Para facilitar el proceso

•Observar las oportunidades y aspectos positivos de la situación. Por ejemplo, el alivio y descanso que significa no convivir ahora con lo que no le gustaba de la ex pareja.

•No optar por el alcohol,

drogas y tranquilizantes, ni tampoco establecer otras relaciones afectivas.

•Aceptar que ante una situación de crisis como un divorcio, la vida cambia pero no se termina; brinda más bien la oportunidad de descubrir y mostrar las propias potencialidades.

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De escalón en escalón El duelo del divorcio, según los especialistas, toma forma a lo largo de varias etapas. A.D. Weisman, terapeuta de orientación psicoanalítica y autor del libro Tratado de Psiquiatría, entre otras publicaciones, ha formulado cinco fases de crisis emocional en un divorcio: negación de la pérdida, pérdida y depresión, rabia y ambivalencia, reorientación del estilo de vida y aceptación de un nuevo nivel de funcionamiento. Los psicólogos Frioland & Hozman lo plantean en etapas: negación, rabia, regateo, depresión y aceptación. El psiquiatra Silvio Pomenta coincide en la concepción del duelo como un proceso segmentado.

Fase de anhelo y búsqueda de la figura perdida. Al cabo de algunos días, se comienza a vivir la realidad de la ruptura, aunque sea sólo de manera episódica. En este ciclo se tiende a negar lo definitivo de la pérdida; la persona encamina su conducta a restablecer la relación. Siente anhelo, esperanza, ansiedad e incredulidad. Asumir la realidad no es fácil y lleva tiempo; implica no sólo la aceptación intelectual, sino también emocional.

Fase de desorganización, desesperanza y desespero. Se inicia cuando la negación de la ruptura comienza a decaer. La persona encuentra difícil funcionar sin el otro, y puede presentar algún tipo de malestar somático o corporal: confusión, olvidos frecuentes, culpa relacionada con las circunstancias de la separación, reacciones hostiles, trastornos del sueño y aislamiento social. También se experimenta tristeza, rabia, culpa, ansiedad e impotencia.

Fase de conducta reorganizada. La persona comienza a

ordenar su vida y a sentirse cómoda sin el otro. En este momento, la tarea del duelo es la recolocación de la ex pareja. No se trata de renunciar a su recuerdo, sino de encontrarle un lugar adecuado en la vida emocional, y continuar viviendo con plenitud.

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Fase de insensibilidad o shock. Tras una separación, incluso si se esperaba, siempre hay una sensación de que no es verdad: “la rabia le va a pasar y va a volver”, “esto parece un sueño, quisiera despertar”, “no puedo ni quiero aceptarlo”. En este período, la persona puede seguir con su estilo de vida en forma automática, con una leve sensación de ansiedad y temor.

Matrimonios en pique Los de hoy son tiempos de desencuentro para las parejas. Cristina González precisa que el mayor porcentaje de los pacientes que acuden a su consulta, enfrenta problemas de pareja y asiste bien para tomar la decisión, o para superar la ruptura. “Las mujeres tienen una ventaja sobre los hombres: para ellas es más fácil y hasta permisible expresar sus sentimientos. A los hombres les suele resultar más difícil abordar su intimidad, tanto desde el discurso como desde la emoción”, afirma la psicoanalista. La tasa de divorcio aumenta aceleradamente en el mundo. Silvio Pomenta esboza una tendencia: “apenas 20% de las parejas casadas puede considerarse que tiene un ajuste matrimonial agradable; no se puede hablar de ‘felicidad’, porque es una utopía. Un 40% se divorcia, y el otro 40% no, pero no por falta de ganas, sino por cobardía, comodidad, dinero, hijos, y el entorno social y familiar”

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