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Innovación, Empresario y Destrucción Creativa. Una lectura de Schumpeter como teórico de la modernidad. Ramiro Segura1 DT 3/2006 Año 2006
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Docente Licenciado en Antropología. Investigador Docente UNLP–UNSAM. Programa de Doctorado en Ciencias Sociales UNGS-IDES.
Introducción: “Se me ha dicho con frecuencia que mi esquema analítico se refiere únicamente a una época histórica que está rápidamente llegando a su fin. Y en esto estoy de acuerdo. En mi opinión la teoría económica no podrá ser nunca, en este sentido, más que la teoría de una cierta época histórica”. Joseph A. Schumpeter
Proponemos aquí una lectura de Teoría del desenvolvimiento económico de Joseph A. Schumpeter. Se trata, por lo tanto, de un acercamiento singular y situado, preocupado específicamente por identificar ciertas filiaciones y afinidades existentes entre la obra del economista austriaco y una “tradición” del pensamiento social de la cual se nutre y a la vez enriquece. Permítasenos comenzar con una extensa cita. En un estudio ya clásico acerca de la modernidad en el cual se analizan, entre otros, los pensamientos de Goethe, Marx y Baudelaire, Marshall Berman escribe: “Hay una forma de experiencia vital –la experiencia del tiempo y el espacio, de uno mismo y de los demás, de las posibilidades y los peligros de la vida- que comparten hoy los hombres y mujeres de todo el mundo. Llamaré a este conjunto de experiencias “modernidad”. Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos. Los entornos y las experiencias modernas atraviesan todas las fronteras de la geografía y la etnia, de la clase y la nacionalidad, de la religión y la ideología: se puede decir que en este sentido la modernidad une a toda la humanidad. Pero es una unidad paradójica, la unidad de la desunión: nos arroja a todos en una vorágine de perpetua desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad y de angustia. Ser modernos es formar parte de un universo en el que, como dijo Marx, “todo lo sólido se desvanece en el aire”” (1988: 1; las cursivas son mías).
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En líneas generales, Schumpeter coincidiría con esta visión del proceso histórico moderno. De hecho, como sostiene en el prólogo a Teoría del desenvolvimiento económico, el objeto de “la economía es un proceso histórico único y en el cual no se puede retroceder, que cambia sin cesar su propia constitución, creando y destruyendo mundos culturales uno tras otro” (pp. 8)∗.
No se trata, entonces, de realizar un análisis económico de las ideas de Schumpeter. Nos interesa, por el contrario, leer y situar a Schumpeter como uno de los teóricos que tomaron como desafío pensar y explicar la modernidad, haciendo hincapié en sus tensiones, ambigüedades, contradicciones y discontinuidades. Señalar ciertas filiaciones, sin perder de vista la especificidad de su pensamiento, centrado en explicar cómo y en qué medida los mecanismos y procesos económicos participan en la producción de tales tensiones, ambigüedades, contradicciones y discontinuidades. Y para esto nos detendremos en tres tópicos centrales del pensamiento schumpeteriano: la innovación, el empresario (el agente de la innovación) y la destrucción creativa (a la vez, condición de posibilidad y efecto de la innovación). No resulta una casualidad que sea precisamente un austriaco, en los primeros años del siglo XX (la primera edición de la Teoría del desenvolvimiento económico es de 1911) y en Viena, quien sostenga la necesaria vinculación entre teoría económica e historia, más precisamente la teoría económica como “la teoría de una cierta época histórica” (pp. 10), época signada por la transformación acelerada y discontinua del mundo. En su análisis del mundo intelectual vienés, Carl Schorske sostiene: “La Viena Fin-de-Siècle, con sus temblores agudamente sentidos de desintegración social y política, demostró ser uno de los caldos de cultivo más fértiles de la cultura histórica de nuestro siglo. Sus grandes innovadores intelectuales –en música y filosofía, en economía y arquitectura, y por supuesto en psicoanálisis- rompieron, más o menos deliberadamente, sus lazos con la concepción histórica inherente a la cultura liberal del siglo diecinueve en la que se habían formado” (1981: 12).
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En razón de la abundante cantidad de citas extraídas de Teoría del desenvolvimiento económico, se referirán tan sólo los números de página correspondientes.
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Este es el contexto histórico específico que nos brinda un marco para comprender las preocupaciones y las posiciones de Schumpeter. El proceso de desintegración social y política del mundo liberal austriaco se encuentra en la base de un “torbellino de innovación infinita”, como lo llama Schorske, dirigido a poner en cuestión –cuando no a desechar- los valores de dicha cultura liberal2. Es precisamente en este contexto histórico específico, de aceleradas transformaciones, donde es posible cuestionar los supuestos liberales de equilibrio y progresión lineal y continua, haciendo reingresar a la historia en el pensamiento económico, en un intento por explicar aquellas transformaciones. Los límites de la “teoría tradicional”: La teoría económica liberal se representa el proceso económico como una corriente circular. Con este concepto Schumpeter se refiere a la evidencia de que los períodos económicos pasados gobiernan la actividad del individuo no sólo por haberle mostrado lo que debe hacer sino también porque los períodos anteriores lo situaron en una red de conexiones económicas y sociales de las cuales no puede librarse fácilmente3. En la corriente circular todos son compradores y vendedores, estando de ese modo en dependencia mutua. Del hecho de que cada bien encuentre un mercado (coincidencia entre oferta y demanda), se sigue que también queda cerrada la corriente circular de la vida económica. “Los datos que gobernaron el sistema económico son conocidos y, si permanecen invariables, continuará también el sistema sin variaciones” (pp. 34). Encontramos, entonces, una corriente continua de bienes que deben fluir sin ganancias a través de la misma (pp. 43). La corriente se alimenta de dos fuentes: tierra y trabajo, y corre hacia la satisfacción de necesidades. Dentro de este esquema el dinero aparece como medio circulante para llevar a cabo el movimiento de las mercancías. Así, existe una corriente de 2
Así, no debe llamarnos la atención que gran parte de los tempranos críticos a la visión liberal ilustrada del mundo moderno provengan del mundo germánico y de este período histórico: centralmente, Weber y Nietzsche (ver Harvey, 1998). Para las vinculaciones entre el pensamiento de Schumpeter y Nietzsche ver Reinert. 3 En un clásico del pensamiento sociológico, Wright Mills (1961) coloca a Schumpeter junto a autores como Comte, Marx, Durkheim, Weber y Mannheim, entre otros, en tanto todos ellos serían poseedores de “imaginación sociológica”, es decir, capacidad para captar simultáneamente la historia, la biografía y la relación entre ambas dentro de la sociedad, lo que “permite pasar de las transformaciones más impersonales y remotas a las características más íntimas del yo humano, y de ver las relaciones entre ambas” (pp. 27). Efectivamente, más allá de lo discutible de ciertas afirmaciones, el texto de Schumpeter está colmado de pasajes en los que, como en el citado, se intentan plantear tales vinculaciones: entre la corriente circular y la experiencia individual, entre el empresario y la superación de obstáculos y rutinas.
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dinero correspondiente a la de los bienes, que es opuesta a ella, y cuyos movimientos reflejan el movimiento de los bienes. ¿Cuál es el límite de la teoría tradicional para Schumpeter? La imposibilidad para pensar el cambio del sistema, específicamente aquellos que el propio sistema produce. Es decir, existen cambios que “no pueden ser comprendidos por el análisis de la corriente circular a pesar de ser puramente económicos” (pp. 72). De modo general, autores como Mill han tomado al “progreso como algo de naturaleza no económica, algo enraizado en los datos, que solamente ejerce una influencia en la producción y la distribución”. Con posiciones como la anterior, según Schumpeter, “lo que se silencia es el tema de estudio de esta obra, o mejor dicho, su piedra angular” (pp. 71). Incluso un teórico como Clark, que produjo la distinción entre estática y dinámica, “vio los factores dinámicos como perturbadores del equilibrio estático” (pp. 71). Indudablemente es Marx, entre los teóricos de la economía clásica, quien más se acerca a las preocupaciones de Schumpeter: “existe un desenvolvimiento económico interno y no simplemente la adaptación de la vida económica a datos cambiantes” (pp. 72). Así, el objeto de la investigación son “esos cambios o transformaciones y los fenómenos que aparezcan como consecuencia de ellos” (pp. 73). El equilibrio del sistema asociado a la corriente circular es un estado ideal, nunca alcanzado, a pesar de la lucha por obtenerlo. Cuando los cambios son externos (naturales o sociales no económicos como la guerra y la política, o cuando se producen cambios en el gusto de los consumidores) los instrumentos tradicionales de la teoría económica alcanzan. Por el contrario, cuando se dan cambios abruptos, discontinuos, de origen económico, la teoría sólo puede explicar el estado de equilibrio posterior a las alteraciones. En definitiva, la teoría tradicional falla “cuando la propia vida económica altera por sí misma sus propios datos por convulsiones”: “no puede predecir las consecuencias de las alteraciones discontinuas en la manera tradicional de realizar las cosas; tampoco puede explicar el porqué de tales revoluciones productivas, ni de los fenómenos que la acompañan. Sólo puede investigar la nueva posición de equilibrio posteriormente a la realización de las alteraciones” (pp. 73).
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A diferencia de muchos de sus contemporáneos vieneses de otros campos del conocimiento, Schumpeter no rompe radicalmente - al menos en principio- con lo que él denomina la “teoría tradicional”. Pese a las imposibilidades identificadas, su propuesta consiste en mejorar “la teoría económica para sus propios propósitos, construyendo sobre ella” (pp. 72) 4. Esto lo lleva a distinguir el mero crecimiento de la economía, que se refleja en el de la población y la riqueza, pero que no representa fenómenos cualitativamente diferentes sino solamente procesos de adaptación a datos cambiantes, del desenvolvimiento que refiere a “los cambios de la vida económica que no hayan sido impuestos a ella desde el exterior, sino que tengan un origen interno” (pp. 74). Es este tipo de fenómeno el que es “totalmente extraño a lo que puede ser observado en la corriente circular, o en la tendencia al equilibrio. Es un cambio espontáneo y discontinuo en los cauces de la corriente, alteraciones del equilibrio, que desplazan siempre el estado de equilibrio existente con anterioridad” (pp. 75). La Modernidad en Schumpeter: innovación, empresario, destrucción creativa Quizás una sola cita condensa los tópicos modernistas que constituyen el núcleo central de la argumentación de Schumpeter. Escribe el geógrafo marxista británico David Harvey: “Es interesante la comprensión del economista Schumpeter, que tomó esta misma imagen [destrucción creativa] para estudiar los procesos del desarrollo capitalista. El empresario, la figura heroica en la óptica de Schumpeter, era el destructor creativo por excelencia, porque estaba preparado para llevar hasta sus últimas consecuencias la innovación técnica y social. Y sólo a través de semejante heroísmo era posible garantizar el progreso humano” (1998: 33; las cursivas son mías). Diversos pensadores han hecho hincapié en el carácter fluctuante, disruptivo, ambiguo y / o contradictorio del período moderno. Lo que encontramos en Schumpeter es, además y por sobre todas las cosas, el intento de identificar y explicar las condiciones, agentes, mecanismos y efectos de tal tipo de historicidad.
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Es sumamente interesante discutir qué es lo que queda en pie de la “teoría tradicional” al finalizar de leer el trabajo de Schumpeter, a lo largo del cual expone la idea de un ciclo económico de auge y depresión, la imposibilidad –por mucho que se persiga- del equilibrio, el papel del crédito, el lugar de la historia y de la experiencia, etc. Por eso aquí sostenemos que “al menos en principio” Schumpeter no rompe con la misma.
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a) El mecanismo de cambio: la innovación En el prólogo a la edición española de Teoría del desenvolvimiento económico, firmado en 1941, Schumpeter sostiene que su tarea consiste en propugnar por un sistema de análisis, no por la forma particular en la que él expresó sus resultados: “mis teorías pueden ser equivocadas; mis esquemas, con seguridad, no son más que una de tantas posibilidades; pero hay dos cosas de las que estoy seguro: primero, que se debe tratar el capitalismo como un proceso de evolución (...); y, segundo, que esta evolución no consiste en los efectos de factores externos sobre el proceso capitalista (...) sino en esa especie de mutación económica, me atrevo a usar un término biológico, a la que he dado el nombre de innovación” (pp. 12). Lo que interesa no son, pues, “los factores concretos del cambio sino los métodos por los cuales actúan éstos, es decir, el mecanismo de cambio” (pp. 72; con cursivas en el original). Lo interesante a señalar aquí es que, a diferencia de la teoría neoclásica, el énfasis está puesto “en la esfera de la vida industrial y comercial y no en la esfera de las necesidades de los consumidores” (pp. 75), es decir, en la producción y no en el intercambio. De esta manera, si en la corriente circular “la producción sigue a la necesidad” (pp. 25), aquí es el productor quien “enseña a necesitar cosas nuevas” (pp. 76). Si producir significa combinar materiales y fuerzas (pp. 24-28), el desenvolvimiento “se define por la puesta en práctica de nuevas combinaciones” (pp. 76), ya se trate de un nuevo bien, método de producción, mercado, fuente de aprovisionamiento u organización (ver pp. 77). Dos observaciones realiza Schumpeter al respecto. Por un lado,
las nuevas
combinaciones no son realizadas necesariamente por aquellas personas que controlan el proceso productivo: “no son los dueños de las diligencias quienes construyen los ferrocarriles” (pp. 77)5. Por otro lado, no se debe asumir que las nuevas combinaciones se 5
Dos aclaraciones. Primera, aquí no trabajaremos el lugar central que Schumpeter atribuye al crédito, una de las condiciones para que personas (como veremos, un tipo muy especial de personas) puedan realizar innovaciones desde afuera del proceso productivo, con las cuales desplazarán a quienes lo controlan. Segunda, es esta idea –que Schumpeter graficó con la imagen del hotel- uno de los focos de crítica a su propuesta: ¿cómo pueden individuos aislados (aún con todas la capacidades excepcionales que poseen) desplazar a quienes controlan el proceso productivo? Sin bien no nos podemos extender en este asunto, se pueden decir dos cosas. Por un lado, Schumpeter pensó su esquema teórico basado en tres supuestos: propiedad privada, división del trabajo y libre competencia, y, debido a la centralidad atribuida al papel de la rutina y la experiencia en períodos de corriente circular, es de esperar que quienes transformen los modos de producir se encuentren entre aquellos que no controlan el proceso productivo. Por otro lado, el capítulo II fue
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dan por el empleo de medios de producción que no estuvieran utilizados. Las nuevas combinaciones suponen “el empleo distinto de las existencias de medios productivos del sistema económico” (pp. 78). El capitalismo es un proceso de evolución; ahora bien, como se desprende del concepto schumpeteriano de innovación no se trata de un proceso evolutivo lineal, gradual y continuo, en el cual las innovaciones se distribuirían de manera continua a lo largo del tiempo. Al igual que en la crítica marxista desarrollada por Perry Anderson al concepto de modernización, lejos de encontrar en Schumpeter un “tiempo histórico homogéneo” como el sugerido por adjetivos como constante e ininterrumpido, “en el cual cada momento es siempre distinto de cualquier otro en virtud de ser el siguiente, pero, al mismo tiempo, es también el mismo, como unidad intercambiable en un proceso de recurrencia infinita”, nos enfrentamos a una “temporalidad compleja y diferenciada, en la cual los episodios o épocas son discontinuos unos respecto de otros y heterogéneos en sí mismos” (Anderson, 1998: 58-59). Así, Schumpeter no sólo coincide con Marx en proponer un mecanismo interno a la economía como generador de transformaciones sino que, de manera similar a Marx, el desenvolvimiento para Schumpeter es algo muy diferente de un proceso lineal, mostrando por el contrario una trayectoria curvilínea6. b) El agente del cambio: el empresario El empresario es una figura clave en el argumento de Schumpeter. Es el encargado de realizar nuevas combinaciones (pp. 84) y, por ende, de desatar el proceso de destrucción creativa. Schumpeter realiza un gran esfuerzo para definir al empresario y distinguirlo de ciertos agentes con los cuales se lo puede llegar a confundir. El empresario no es necesariamente un capitalista; más aún, para algunas de sus cualidades –como la iniciativa, la autoridad y la previsión- existe un campo muy limitado en la rutina de la corriente circular en la que reescrito por Schumpeter y ahí deja abierta la posibilidad de que, al romperse la competencia por la instauración del monopolio, las nuevas combinaciones sean “asunto interno de un solo cuerpo económico”, diferencia que puede “servir de línea de demarcación entre dos épocas de la historia social del capitalismo” (pp. 78). 6 Es precisamente este tipo de trayectoria el que Schumpeter intenta explicar en el capítulo VI de Teoría del Desenvolvimiento económico, “El ciclo económico”, donde sostiene que el capitalismo se desarrolla por ciclos que alternan períodos de auge, ligados a la aparición de innovaciones, y depresión, que conduce a una nueva posición de equilibrio que incorpora las innovaciones (pp. 241-245).
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mucho capitalistas se mueven muy bien (pp. 85). De hecho, el empresario no existe en la corriente circular (pp. 86). Los empresarios tampoco constituyen una clase social, como los terratenientes, los capitalistas y los obreros. Es decir, ser empresario no significa de por sí una posición de clase ni tampoco la presupone (pp. 87). Por último, el empresario no es necesariamente un inventor. Recordemos que gran parte de las innovaciones no hay que inventarlas, se encuentran presentes en la sociedad; sólo hay que llevarlas a la práctica (pp. 97)7. El empresario, dice Schumpeter, es una función: “solamente se es empresario cuando se llevan a la práctica nuevas combinaciones, y se pierde el carácter en cuanto se ha puesto en marcha el negocio” (pp. 88). Así, al parecer, el creador también es devorado, en tanto que creador, por su propia creación: se es empresario para dejar de serlo. Se trata, entonces, de una función especial -la realización de nuevas combinaciones- que es “el privilegio de un tipo de hombres que son mucho menos numerosos que aquellos que disponen de la posibilidad objetiva de hacerlo”. Un “tipo especial” de conducta y de persona (pp. 91) que nada contra la corriente (pp. 89) y, en ese sentido, es al simple gerente lo que la dinámica a la estática, lo que la innovación a la corriente circular o el equilibrio (pp. 92). Tres son, según Schumpeter, los tipos de obstáculos que el empresario deberá enfrentar y sortear. En primer lugar, una vez que comienza a nadar contra la corriente, la incertidumbre acerca de los datos en base a los cuales tomar decisiones demanda del empresario un mayor grado de “racionalidad consciente” que la acostumbrada en la corriente circular, basada más en las rutinas y en la experiencia previa. En segundo lugar, obstáculos psíquicos. “No es sólo objetivamente más difícil realizar algo nuevo que lo habitual y lo que ha sido probado por la experiencia, sino que el individuo siente repugnancia por ello” (pp. 95). En tercer lugar, obstáculos “del medio social contra aquel que desee hacer algo nuevo” que van desde “impedimentos legales o políticos” hasta la condena a “toda conducta desviada” (pp.
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Escribe Schumpeter: “Si bien los empresarios pueden ser inventores, como pueden ser capitalistas, lo son por coincidencia y no por naturaleza”. Y, en relación con las invenciones señala dos cosas. Por un lado, “las invenciones carecen de importancia económica en tanto que no sean puestas en práctica”. Por otro lado, “además, las innovaciones que llevarán a la práctica los empresarios no precisan ser invenciones en forma alguna” (pp. 98).
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96). Se trata, en efecto, de “hombres caracterizados por cualidades de intelecto y voluntad superiores a las normales” (pp. 92) y capacidad de liderazgo (pp. 97) 8. Así, la figura del empresario de Schumpeter ha sido asociada a dos figuras arquetípicas de la modernidad: el Fausto, de Goethe (Harvey, 1998) y el Superhombre, de Nietzsche (Reiner, 2001). Queremos decir: en el argumento schumpeteriano la figura del empresario ocupa un lugar análogo al que Fausto y el Superhombre tienen, respectivamente, en las obras de Goethe y Nietzsche, en tanto agente que impulsa la destrucción creativa superando, gracias a sus capacidades intelectuales, conducta y voluntad obstáculos objetivos, psicológicos y sociales. En fin, nadando contra la corriente con la finalidad de transformar el mundo9. c) Destrucción creativa: Existe una visión profética del proceso histórico capitalista escrita por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista con la cual -si hacemos abstracción acerca de la clarividencia que los hombres adquirirían al final del proceso- Schumpeter adheriría: “La constante revolución en la producción, la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, la incertidumbre y la agitación permanentes distinguen la época burguesa de todas las épocas anteriores. El conjunto de las relaciones establecidas, anquilosadas, con su serie de ideas y opiniones venerables, son aniquiladas, y todas las nuevas formas se vuelven anticuadas antes de que puedan consolidarse. Todo lo sólido se disuelve en el aire, todo lo sagrado es profanado y los hombres, por fin, se ven obligados a enfrentar con la cabeza serena las condiciones reales de su vida y de sus relaciones con otros hombres”
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Más allá de las críticas –a nuestro modo de ver correctas- que se pueden realizar a una explicación tan individualista del cambio histórico y económico, es interesante resaltar lo que la misma tiene de novedoso en relación con la doctrina neoclásica: no sólo pensar el cambio, sino el cambio en un escenario donde las decisiones se toman con incertidumbre, donde la voluntad humana está presente (es cierto, en “tipos especiales” de hombres), donde están presentes la historia, el cambio y el conflicto. 9 Es interesante notar que al igual que el Fausto de Goethe, el empresario de Schumpeter no es necesariamente un capitalista. En realidad, muchas de las motivaciones que según Schumpeter tiene la figura del empresario –como voluntad, gozo creador, etc.- no se vinculan directamente con las motivaciones que habitualmente se atribuyen a la figura del capitalista. (ver pp. 101-103).
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En efecto, “¿cómo se crearía un mundo nuevo sin destruir gran parte de lo ya existente?” (Harvey, 1998: 31). ¿Cómo innovar si no es a partir de lo que ya existe, destruyéndolo? La economía, sostiene Schumpeter, es un proceso histórico que actúa construyendo y destruyendo no sólo aspectos propios de la economía sino los “mundos culturales” que se apoyan en ella. La innovación “consiste precisamente en la ruptura con la tradición y en crear una nueva” y, “si bien esto se aplica primariamente a su actuación económica, puede hacerse extensivo a sus consecuencias morales, culturales y sociales” (pp. 101). Tema nietzscheano10 por antonomasia, el capitalismo actuaría constantemente destruyendo para crear. Miremos como cierra Schumpeter su trabajo: “Pero ninguna terapéutica podrá obstruir permanentemente el gran progreso social y económico, por el cual se hunden en la escala social para desaparecer finalmente las empresas, posiciones individuales, formas de vida, valores culturales e ideales. En una sociedad con propiedad privada y libre competencia, este proceso es el complemento necesario del emerger continuo de nuevas formas sociales y económicas, y de ingresos reales en continuo crecimiento para todas las capas sociales” (pp. 254). Comparemos esta afirmación con muchas, como las de Berman y Marx que se encuentran en este trabajo. Efectivamente, existe una visión compartida del proceso general. Sin dudas, también, es posible identificar valoraciones disímiles –cuando no totalmente antagónicasde dicho proceso histórico. Así, la destrucción, en Schumpeter, es el complemento necesario de una construcción –y esto lo indagaremos en lo que resta del presente trabajonecesariamente mejor: continuo crecimiento para todos.
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En un trabajo sumamente interesante Reinert & Reinert (2001) indagan acerca de la idea de la destrucción creativa en economía. Nos interesa remarcar tres aspectos de este trabajo que muestra que es un error ver a Schumpeter “como un pensador aislado y altamente original” (pp. 4; traducción propia) y que, por el contrario, es factible señalar ciertas filiaciones. Primero, “la idea que el nacimiento de algo nuevo se basa en la destrucción de lo que existe previamente es vieja” (pp. 4; traducción propia), pero se puede rastrear en la cultura alemana en una línea que va de Herder y Goethe a Nietzsche. Segundo, el uso que Schumpeter hace de las nociones de destrucción creativa y superhombre son creaciones de Nietzsche. Tercero, si bien la idea de destrucción creativa en economía se ha transformado en una marca asociada al nombre de Schumpeter, el primero en utilizarla en la disciplina fue Sombart y, de hecho, el concepto de Niezstche llega a Scumpeter y a la economía a través de Sombart.
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Epílogo: Schumpeter ¿una modernidad no trágica? En Tesis de Filosofía de la Historia, poco antes de ser apresado por los nazis en la frontera entre Francia y España, situación que lo llevaría al suicidio, el filósofo marxista alemán Walter Benjamin escribió: “Hay un cuadro de Klee que se llama Ángelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso” (1994: 183). El ángel de la historia de Schumpeter seguramente no va pasmado, con la cara de espaldas al futuro, mirando las ruinas que el huracán llamado progreso deja a su paso Ese huracán lo empuja a tanta velocidad como al ángel pintado por Klee, pero el ángel de la historia de Schumpeter, de espaldas a las ruinas del progreso, mira hacia el futuro, confiado, optimista, seguro de tener todo bajo control, con su rostro mirando desafiante al porvenir. Para Reinert (2002) esta diferencia se debe a que “entre schumpeterianos y marxistas ha tenido lugar una especial división del trabajo de la destrucción creativa” (pp. 10), en la cual mientras los primeros explican la parte creativa, los segundos se centran en la destructiva. Si bien esta “división del trabajo” puede resultar a primera vista tranquilizadora –la tarea consistiría sólo en unir ambas porciones que nunca debieron estar separadas-, pierde de vista una característica central del pensamiento moderno presente en Marx y en muchos otros que se puede resumir en la figura de lo paradojal: efectivamente, en Marx –como también en la cita de Benjamín y en el Fausto de Goethe- están presentes tanto la construcción como la destrucción y, se sabe, no es tan sencillo conciliarlas.
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Precisamente es la existencia armónica entre ambas lo que llama la atención y resulta problemático en el modo schumpeteriano de pensar la forma en que se vinculan innovación, destrucción creativa y empresario. Lo que la innovación destruye –“empresas, posiciones individuales, formas de vida, valores culturales e ideales”- es, en términos de Schumpeter, el “complemento necesario” para la emergencia de nuevas y mejores formas para todos los sectores sociales. Nos podríamos preguntar: ¿no se destruye muchas veces más de lo que se crea? Y aún cuando así no fuera ¿necesariamente las innovaciones benefician a todos? Por otro lado, ¿cómo esa figura fáustica que es el empresario puede intervenir en un escenario que no conoce en su totalidad y obtener siempre lo que, en base a su intelecto y voluntad, planifica con anterioridad? ¿O, por el contrario, debemos asumir que hay proyectos inviables, esfuerzos vanos, innovaciones frustradas? Y, en caso de ser así ¿puede haber destrucción si creación y creaciones puramente destructivas?
Para decirlo en pocas
palabras: lo problemático en el modo de pensar ese proceso evolutivo que es el capitalismo por parte de Schumpeter es la ausencia de la tragedia. Tanto para Lukács como para Berman el Fausto de Goethe es una tragedia. Del capitalismo para el primero; del desarrollo (capitalista o no) para el segundo. ¿Por qué? Escribe Berman: “El único modo de que el hombre moderno se transforme, como descubrirá Fausto y también nosotros, es transformando radicalmente la totalidad del mundo físico, social y moral en que vive. El héroe de Goethe es heroico porque libera enormes energías humanas reprimidas, no sólo en sí mismo, sino en todos aquellos a los que toca, y finalmente en toda la sociedad que lo rodea. Pero los grandes desarrollos que inicia –intelectual, moral, económico, social- terminan por exigir grandes costes humanos. Aquí reside el significado de la relación de Fausto con el diablo: los poderes humanos sólo pueden desarrollarse mediante lo que Marx llamaba “las potencias infernales”, las oscuras y pavorosas energías que pueden entrar en erupción más allá de todo control humano” (1988: 31-32).
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Fausto, como el empresario, aprende que no se puede crear sin destruir y que la destrucción es una condición sine qua non para crear. El diablo lo desafía: “¿puede ser Fausto tan ingenuo como para pensar que Dios realmente creó el mundo de la nada?. De hecho, nada sale de la nada; sólo en virtud de “todo lo que vosotros llamáis pecado, destrucción, mal” puede continuar cualquier especie de creación” (Berman, 1988: 39). La paradoja –y también la ironía- reside en que la tragedia de Fausto surge de la voluntad y el deseo de eliminar la tragedia de la vida, al poner en práctica grandes innovaciones que tienen por objeto beneficiar a toda la humanidad. Ahí, precisamente ahí, emerge el momento trágico. Dos son los motivos. Por un lado, hay cosas que Fausto no ve o prefiere no mirar: imagina y lucha por crear un mundo “en el que el crecimiento personal y el progreso humano se puedan obtener sin costes humanos significativos” (Berman, 1988: 55) y entonces, a diferencia del ángel de la historia de Klee, mira hacia delante sin detenerse ante lo que su paso deja atrás11. Por otro lado, la tragedia se manifiesta al reconocerse la imposibilidad de control y dirección absoluta del curso de los acontecimientos: de las mejores intenciones pueden salir las peores catástrofes. Como señala Harvey, es factible trazar un paralelo entre las ideas de Schumpeter y Fausto: el empresario, figura heroica, como el destructor creativo, preparado para llevar hasta sus últimas consecuencias la innovación técnica y social y, de ese modo, garantizar el progreso humano. Ahora bien, la ausencia de tragedia se manifiesta tanto en no ver los costes del progreso (la destrucción de mundos culturales únicamente como “complemento necesario”) como en la certeza de que, a pesar de intervenir en un escenario incierto, el empresario logrará su cometido y éste será universalmente positivo12.
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El propio Reinert reconoce esta ausencia: “el interés de Schumpeter por el destino de los grupos que no se encuentran viviendo en este hotel de clase alta es, sin embargo, muy limitado” (2001: 10). 12 Aunque no lo podemos desarrollar aquí, alcanza con señalar que el papel atribuido al empresario por Schumpeter implica una toma de posición en un debate que atraviesa gran parte del siglo XX en las ciencias sociales sintetizado en las oposiciones estructura vs. acción, objeto vs. sujeto. En efecto ¿cómo explicar las transformaciones sociales? Esquemáticamente ¿se encuentran determinadas por las estructuras (económicas, sociales y / o políticas? ¿O, por el contrario, se debe al accionar humano? Schumpeter se inclina aquí por la segunda opción; eso sí, restringida a un tipo especial de sujeto. Al respecto, desde una posición marxista, Harvey sostuvo lo opuesto: “el capitalismo es, en efecto, tecnológicamente dinámico, no por las capacidades mitologizadas del empresario innovador (como Schumpeter argumentaría después), sino por las leyes de competencia coercitivas y las condiciones de la lucha de clases endémica del sistema” (1998: 126)
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Al parecer, el término superhombre (Übermensch) fue acuñado por Goethe “no tanto para expresar los esfuerzos titánicos del hombre moderno, como para sugerir que gran parte de estos esfuerzos están mal enfocados” (Berman, 1988: 34). En su derrotero ulterior la palabra terminó asociada a características positivas en el pensamiento de Nietzsche, el cual influyó en Schumpeter (recién después de la experiencia nazi la idea adquiriría una gran carga negativa). No obstante, aún en Nietzsche existe cierta ambivalencia asociada al concepto, ambivalencia que no encontramos en Schumpeter. La creación y la destrucción son inseparables para Zarathustra, primer superhombre. El creador debe siempre destruir. Sin embargo, “la relación existe únicamente en una dirección y no funciona cuando es invertida. La negación no implica afirmación, la destrucción por sí misma no conduce a la creación; este para Nietzsche es el caso del anarquista o del nihilista” (Reiner & Reiner, 2001: 10-11; traducción propia). Es el reconocimiento de estas opciones ambivalentes, ambiguas, del proceso de destrucción creativa, que el empresario moviliza con la innovación, el que está ausente en Schumpeter y es, por ende, en esta ausencia (ausencia que obtura la posibilidad de emergencia de lo trágico) sobre la que se asienta su optimismo: el capitalismo como proceso histórico fluctuante que, sin embargo, necesariamente mejora (rá) las condiciones de vida de los distintos sectores sociales.
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