Además DE DAS KAPITAL A LE CAPITAL DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MARZO DE 2015

D E L F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I C A  M A R Z O D E 2 0 1 5 el 18 de marzo es como una campana de sonora y vibrante llamada al corazón

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D E L F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I C A  M A R Z O D E 2 0 1 5

el 18 de marzo es como una campana de sonora y vibrante llamada al corazón — E F R A Í N H U E R TA

Además 

DE DAS KAPITAL A LE CAPITAL

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I L U S T R AC I Ó N : ©A N D R E A G A R C Í A F LO R E S

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E DI TOR I A L

Nuestro dios mineral 3

Canto al petróleo mexicano EFRAÍN HUERTA —————————

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Explotación temprana del petróleo en México y el mundo JOSÉ LÓPEZ PORTILLO Y WEBER

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El nacimiento de El Águila y la apoteosis del imperio, de 1901 a 1910 PAUL GARNER

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El conflicto de orden económico y la expropiación J E S Ú S S I LVA H E R Z O G

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Petróleo y nación LORENZO MEYER E ISIDRO MORALES

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scriturados por el diablo como supo López Velarde, los veneros de petróleo de nuestra patria han sido y serán fuente de discusión. Por la inesperada medida del general Cárdenas poco antes de la llegada de la primavera en 1938, marzo se ha convertido en mes de veneración al sucio oro negro; este número de La Gaceta busca presentar varias facetas del hidrocarburo más polémico de nuestra historia. Conviven en estas páginas fragmentos de libros publicados hace ya muchos años, y por ello casi todos inencontrables, junto con obras de reciente aparición, e incluso un trabajo que aún aguarda resolución editorial. El untuoso dios mineral al que desde aquí visitamos es motivo de exaltación patriótica —a menudo cursi y acrítica— y por ello amerita esta recurrente visita. Del petróleo puede hablarse desde muchos ángulos. Arranca este recorrido por lo que podría considerarse la prehistoria de la industria petrolera, aunque sea sólo la segunda mitad del siglo xix, cuando poca utilidad se le veía a esa sustancia fétida y aceitosa que manaba de la tierra de forma espontánea. Visionarios hombres de negocios, pronto convertidos en leyendas negras, emprendieron la doble labor de extraer el mineral y de estimular su uso, asegurándose el apoyo de sus gobiernos. En México hubo un hombre clave en el nacimiento de esta industria, Weetman Pearson, protagonista de Leones británicos y águilas mexicanas, el estudio de Paul Garner sobre este inversionista durante el porfiriato. Damos luego oportunidad a que Silva Herzog narre cómo se precipitaron los acontecimientos en 1938 hasta llegar a la expropiación, acaso el último gran lance de un gobierno que haya concitado tanto apoyo popular, aunque, como recuerdan Meyer y Morales, la reconstrucción de la industria petrolera habría de ser un nuevo dolor de cabeza para el Estado. Cerramos el paseo con el análisis que Edith Negrín hace del infamante libro de Evelyn Waugh, que en 1938 visitó México para redactar un informe en contra de la expropiación, y con la reseña de una novedad: la suma de los artículos y ensayos de Adrián Lajous sobre nuestra industria del petróleo. En un aparte, ofrecemos el agudo ejercicio de comparación de Das Kapital de Marx y Le Capital au XXIe siècle de Piketty, a cargo de Ignacio Perrotini, quien ve en ese par de obras de nuestro catálogo afinidades y puntos en común (amén de las obvias, necesarias diferencias).W

Waugh en Petrolandia EDITH NEGRÍN

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Un “observador interesado” y nuestra industria del petróleo F R A N C I S C O X AV I E R S A L A Z A R DIEZ DE SOLLANO

José Carreño Carlón

León Muñoz Santini

D I R E C TO R G E N E R A L D E L F C E

ARTE Y DISEÑO

Tomás Granados Salinas

Andrea García Flores

D I R E C TO R D E L A G AC E TA

F O R M AC I Ó N

Martha Cantú, Adriana Konzevik, Susana López, Alejandra Vázquez

Ernesto Ramírez Morales V E R S I Ó N PA R A I N T E R N E T

C O N S E J O E D I TO R I A L

Impresora y Encuadernadora Progreso, sa de cv IMPRESIÓN

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CAPITEL NOVEDADES Das Kapital y Le Capital, o la etiología de la desigualdad IGNACIO PERROTINI HERNÁNDEZ

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Suscríbase en www.fondodeculturaeconomica.com/editorial/laGaceta/ [email protected] www.facebook.com/LaGacetadelFCE La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certificado de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de febrero de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716 F OTO G R A F Í A D E P O R TA DA : © L E Ó N M U Ñ OZ S A N T I N I Y A N D R E A G A R C Í A F LO R E S F OTO G R A F Í A S D E I N T E R I O R E S TO M A DA S D E L A E X P R O P I A C I Ó N D E L P E T R Ó L E O . 1 9 3 6 -1 9 3 8 . Á L B U M F OT O G R Á F I C O , F C E , T E ZO N T L E , 1 9 8 1

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NUESTROP DIOS O ES Í AMINERAL

Compuesto pocos años después de la expropiación, este poema de Efraín Huerta condensa el fervor nacionalista con que mucha gente respondió a la iniciativa gubernamental de marzo de 1938. En estos versos, cortos y frenéticos, hay un retrato —podría decirse que cubista, por los muchos enfoques simultáneos— del “escondido mineral prodigioso” y del “sordo rumor de cataclismo” con que México festejó la decisión de Cárdenas

Canto al petróleo mexicano EFRAÍN HUERTA

En un crisol de muerte, sepultada, prisionera marea, insomnio de la tierra, acumulada, gigantesca tarea de los siglos sin fin. La desgarrada, la dulce tierra nuestra siente cómo gotea la magistral palpitación siniestra, la venenosa llama azul, el poder y la sangre, la ígnea sangre doliente de la guerra y el crimen. No es la plata ni el oro detonante, sencillos minerales, no es la leche llameante de las robustas plantas tropicales, ni el río poderoso ni la esbelta cascada productora de fluido misterioso. Ni tuvo calidades de moneda como el cobrizo grano de cacao en manos de las tribus primitivas. Es algo más que eso: es mucho más que todo. Son extendidas venas abismales, redes de piedra ardida, suave manto geológico cuyas maduras llamas colosales se alzan en encendida figuración de monstruo mitológico, inmensa bestia herida por finos instrumentos espectrales. Nunca el hombre lo viera, jamás la llama azul nos alumbrara. Más al indio valiera quemada sementera que la ruin ambición; no se compara el noble campo abierto con la entraña brutal por donde bulle incierto el negro y codiciado mineral. Y aquella maldición vista en el mundo: trigales devastados y hombres asesinados, es tan sólo un destello del profundo, del espantoso crimen cometido. Los antiguos imperios habían sido un sueño doloroso, pero sueño,

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cuando llegó el petróleo, el escondido mineral prodigioso, volvió a nacer el llanto: y sobre nuestra tierra, en los playones del viejo Golfo, un canto de esclavitud se alzó. Aves de presa con el pico ardiendo cayeron sobre el suelo de un México humillado por la Guerra Civil, y en ese vuelo venía todo rumor de un desgarrado sollozar de tragedia. Largos años de lenta pesadumbre siguieron al asalto: el petróleo corría, la gran riqueza fabricábase en vano, pues el indio, de libertades falto, sólo tenía su pan: escaso pan de odio y de tristeza. Años y años pasaron, el petróleo corría... Sus viejas venas estallaban en fuego, el gas iluminaba las serenas e inquietas selvas. Años y años pasaron... Bajo un lóbrego cielo se efectuaba el pillaje: cualquiera podía ver cómo crecía una mancha de sangre en el paisaje.

En su crisol de muerte, sepultada, prisionera marea, la mineral riqueza recobrada se enciende como tea iluminando el colosal paisaje. México es como un árbol de angustioso follaje: pero es un árbol libre, dueño de su destino. Por eso cuando clama, cuando la Patria grita toda entera: “Éste es nuestro petróleo”, la venenosa llama se funde como cera. Porque ha llegado el día y ha llegado la hora de la grave oración: el 18 de marzo es como una campana de sonora y vibrante llamada al corazón.W marzo de 1942

Pero un buen día, un gran día, riotismo, un día que es la bondad del patriotismo, so, un día joven como éste, luminoso, un día genial de gloria, lismo, se oyó un sordo rumor de cataclismo, de inminente victoria y jubiloso resurgir del abismo. Un alto día como éste una mano certera señaló la verdadera ruta de la Patria: con orgullo que dio umano, una impresión de fuego sobrehumano, ó el michoacano ilustre incorporó el oro negro al seno mexicano.

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Ilustración: © L E Ó N M U Ñ OZ S A N T I N I Y A N D R E A G A R C Í A F LO R E S

DOSSIER

El dios mineral, oculto bajo tierra, tardó en ser venerado por los mexicanos, pero una vez convidado a la superficie se volvió una deidad voraz. Acompañémoslo en la ruta que va del parcial desinterés decimonónico hasta el presente, en que el petróleo podría dejar de ser nuestro principal producto de exportación, pasando por el auge y la caída de las compañías extranjeras, por los conflictos laborales que condujeron a la expropiación —y los que la sucedieron— y por la amarga crónica de un gran escritor inglés a su paso por México

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Fotografía: L A N OT I C I A D E L A H U E LG A P R OVO C Ó U N A M AYO R D E M A N DA D E G A S O L I N A , Q U E S E AG OTÓ C O N M AYO R P R O N T I T U D . E N P O C O T I E M P O LO S C H O F E R E S S E E N C O N T R A R O N I M P O S I B I L I TA D O S D E T R A B A J A R , E N L A E X P R O P I A C I Ó N D E L P E T R Ó L E O . 1 9 3 6 - 1 9 3 8

NUESTRO DIOS MINERAL

Tomado de El petróleo de México: su importancia, sus problemas, que en 1975 apareció en Vida y Pensamiento de México, este fragmento sirve de introducción a la oleosa materia de esta entrega. Aquí se explica el relativamente reciente interés de los pueblos por el petróleo y cómo México tardó en ordeñar su entraña para aprovechar el hidrocarburo, explotado desde la primera hora por hábiles y voraces inversionistas

FRAGMENTO

Explotación temprana del petróleo en México y el mundo JOSÉ LÓPEZ PORTILLO Y WEBER

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a civilización actual está edificada sobre cuatro materias primas: hierro, carbón, petróleo y azufre, que no son renovables, aunque en cambio las dos últimas sí son fácilmente agotables. Aparentemente, no debemos preocupamos por el hierro, que es abundantísimo en toda la Tierra y que con el uso no se consume, así que el problema de las generaciones futuras será sólo encontrar nuevas acumulaciones del mineral que puedan ser minadas, o reunir la chatarra, laboriosamente, para aprovechar de nuevo el hierro ya usado antes. Pero no ocurre lo mismo con las otras dos materias: carbón y petróleo, sustancias ambas de origen orgánico, existentes en cantidades limitadas y que, con el uso, se destruyen sin dejar residuo aprovechable. Para que el carbón pueda ser extraído y utilizado por la industria, su yacimiento debe encontrarse en mantos que se extiendan por vastas superficies. Para extraerlo se tienen que excavar minas, en las cuales es preciso ejecutar trabajos más peligrosos que en las de cualquier otro mineral. En México, las acumulaciones de carbón son escasas y, salvo lo que ahora se dice de las recientemente localizadas y que naturalmente no

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han sido explotadas aún, se encuentran a gran distancia de los más próximos yacimientos de hierro. La importancia del carbón de piedra (hulla), como combustible, como fuente de energía, ha ido disminuyendo de continuo desde que empezó a ser explotado el petróleo; en cambio, se conserva invariable la que le corresponde como elemento insustituible en las múltiples y cada día más numerosas aleaciones que requiere la metalurgia, y en las numerosísimas de la rama de la química orgánica a que ha dado nacimiento. La ventaja que, para pueblos laboriosos, representa la proximidad recíproca de los yacimientos de hierro y de carbón es tan grande, que, sin apelar a esas absurdas superioridades étnicas, tan gratas a los discriminadores yankis, basta por sí sola para explicar el florecimiento de las industrias del hierro en las regiones en que esta proximidad existe y ha existido (en Europa: en Suecia, en Inglaterra, en Alemania, en España, en Francia… En América, en los Estados Unidos), y por lo mismo, el éxito, en la Antigüedad, de las huestes de los europeos, poco numerosas pero bien armadas y protegidas, sobre las pululantes hordas de asiáticos y de indígenas americanos, todos ellos menos bien armados, y poco o nada protegidos, así como, en la edad moderna, la expansión colonial europea y el surgimiento de la enorme potencia yanki.

Las acumulaciones de hierro y de carbón tienen algo en común: las dos sustancias son inertes, y resulta fácil sujetar su explotación a la agrimensura superficial, cosa que se tuvo en cuenta al dictar las leyes de minas, pues las áreas que cubren los yacimientos son divisibles en mínimas parcelas de superficie prefijada, llamadas “fundos mineros”, cada uno de los cuales se admite que es un prisma dentro del cual su propietario puede trabajar, y cuyas caras, que nacen abajo del perímetro superficial del fundo, se prolongan indefinidamente hasta el centro de la Tierra, limitando los derechos del minero propietario de ese fundo, y separándolo con linderos infranqueables de los lotes o fundos vecinos. El petróleo, en cambio, es dinámico, apenas se rompe el equilibrio del yacimiento, se puede mover por toda la extensión de éste, y tiende a emigrar, o a inmigrar, y a igualar por todas partes presiones y tensiones. Esto hace que un yacimiento sea una sola unidad de depósito, y consiguientemente que deba ser considerado como una unidad indivisible de explotación. Hecho este proemio, expondré los antecedentes que formaron los criterios legal y consuetudinario que aquí entraron en pugna. En México, como los indios sólo promulgaron alguna vez leyes religiosas y nunca otras de distinto contenido, no había más antecedentes legales que los que

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NUESTRO DIOS MINERAL

EXPLOTACIÓN TEMPRANA DEL PETRÓLEO EN MÉXICO Y EL MUNDO

trajeron los españoles, expresados en las Leyes de Indias, las cuales reconocían a la real Corona los derechos sobre el subsuelo. En este particular, restringiéndonos al petróleo, eran diáfanamente explícitas las Ordenanzas de Aranjuez, de 1783, que declaraban que se podrían “descubrir, solicitar, registrar y denunciar… no sólo las minas de oro y plata, sino también las de piedras preciosas, cobre, plomo… bismuto, sal gema y cualesquiera otros fósiles [sic] ya sean metales perfectos o medios minerales. Bitúmenes o jugos de la tierra…” y éste fue el pensamiento dominante en México durante más de medio siglo, como se comprueba con muchos antecedentes de los cuales citaré dos: el año de 1863, el gobierno de Juárez, respondiendo a una pregunta del sinaloense Francisco Ferrel, declaró que carbón y petróleo contaban entre los bienes sobre los cuales la nación tenía “dominio directo”, es decir, que eran de propiedad nacional, y el de 1865, año en el cual Maximiliano, por medio de su ministro Robles Pezuela, legisló que el petróleo estaría sujeto a denuncio, y aun promulgó el reglamento respectivo que, por cierto, disponía algo cuya causa resulta inexplicable: que, tratándose del “betún”, “cada mina debía tener, por lo menos, ‘dos bocas’…” Sesenta y ocho denuncios tramitados, pero nunca explotados, fueron consecuencia de esta ley. Como se ve, aun los partidos liberal y conservador, de ideologías tan opuestas que eran prácticamente incompatibles, compartían la doctrina del “dominio directo” de la nación sobre el subsuelo. La Constitución de 1857 para nada se refirió al petróleo, naturalmente. El primer intento para sustituir las leyes de Indias por otras más modernas, sujetas al criterio económico liberal e individualista en boga entonces, lo hizo Manuel González en su Código de Minas, del 22 de noviembre de 1884, en el cual se atribuía a los superficiarios la propiedad del petróleo, cuya libre explotación les abandonaba. Pero ese flamante Código de Minas no se aplicó en lo que se refería al petróleo. Nadie creía que realmente lo hubiera en México. Al optimismo nacido de las obras de Humboldt había sucedido, como reacción, un concepto pesimista, “malinchista”, mejor dicho, provocado por una convicción de inferioridad desesperada: ninguna riqueza tenía el país… El 22 de marzo de 1892 se promulgó una nueva Ley de Minas, indefinida, escurridiza y carente de decisión. No hablaba de derechos de propiedad sobre el petróleo. Se limitaba a conceder a los superficiarios el derecho para explotarlo, sin necesidad de concesión o denuncio. Durante la vigencia de esta ley se dio principio, esporádicamente, a la contratación del subsuelo mediante esos documentos a cuyo amparo se inició la explotación del petróleo en México por las compañías petroleras. En los Estados Unidos el petróleo no había, ni ha sido, objeto de legislación especial. Se le ha considerado siempre propiedad del superficiario. Y como el concepto que regía cuando esa nación inició su vida como país independiente, era de absoluta libertad económica, cada superficiario se consideraba una individualidad intocable, con derechos plenos e indisputables sobre su propiedad. Serio problema constituyó por esto, para los legisladores de la Anglosajona de América, la manía trashumante del petróleo: ¿cuándo, un propietario, tendría derecho sobre sustancia tan errabunda? Un juez ingenioso encontró la solución: cuando el petróleo estuviere en el subsuelo de su predio, inmóvil o de paso. ¿No podía cazar patos que, volando, venían de lejos? ¡Igual derecho tendría sobre el petróleo! ¡Tanto daba arriba como abajo! Y esta libertad fue escrupulosamente respetada en los primeros días. Lo fue, pues, desde el 28 de agosto de 1859, cuando el coronel Drake logró el brote del primer pozo petrolero que perforó cerca de Titusville, hasta que el mojigato joven John D. Rockefeller, pocos años después de este brote, hizo sentir por primera vez su ingreso en la nueva industria. Rockefeller era un genio en su triste especialidad; estudió la industria en sus aspectos económico y legal. Rockefeller, que había sometido a vasallaje a los ferrocarriles, único medio de transporte entonces, había averiguado que, de las tres fases que integran la industria del petróleo, la primera, la de producción (que incluye la perforación), es la única aleatoria; la segunda, la transportación, es una especie de embudo que absorbe por entero la producción, la cual, para llegar a la refinería o al mercado, debe pasar inevitablemente por los oleoductos, medio de transporte recién nacido cuyo costo es tan elevado, que el construir uno solo requiere de enorme inversión. Rockefeller se dedicó por entero a construirlos. Así se hizo de la producción total. Impuso precios de compra. Finalmente, averiguó

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que la parte lucrativa de la industria la constituye la refinación; pero que ésta requiere de grandes inversiones. Con certero discernimiento, se había dedicado a dominar los oleoductos. Ahora absorbió las refinerías, y así, quien producía petróleo y quería venderlo, tenía que ofrecérselo a él, y sólo él lo vendería refinado. Se había dado cuenta Rockefeller de que precisamente la libertad había puesto en sus manos el medio legal de forjar un despiadado instrumento de tiranía ilegal. Legalmente compró, absorbió y sometió a sus competidores; unió a la suya muchas compañías, arruinó a quienes resistieron, y en nombre de la libertad pudo organizar su trust despótico, frío y despiadado, que se extendió por todo el planeta: la Standard Oil Co. Magistralmente lo dirigió; monopolizó por doquier el comercio de la kerosina, único derivado del petróleo que se aprovechaba entonces. En China, Rockefeller regaló decenas de millares de lámparas para primero crear la necesidad de la iluminación nocturna y poder vender después el satisfactor, el iluminante, la kerosina. En los Estados Unidos, la Standard Oil significaba monopolio, ruina de petroleros honrados, cohecho, venalidad y “chicana”. Allí Rockefeller aplastó a sus rivales y opositores en forma despiadada. Uno de ellos, el ferrocarrilero multimillonario Vanderbilt, en el curso de una de las muchas investigaciones con que repetidas veces se trató de atrapar al monstruo con una red legal (que siempre resultó telaraña), declaró que Rockefeller y sus segundos formaban un equipo invencible: “Son mucho más listos que yo… ¡Nunca los podrán detener con vallas legales!” Y en efecto: cuando fue legalmente conminada la Standard Oil a desaparecer como trust, como organización monstruosa, se escindió. No fue ya un dragón. Fue una hidra de múltiples cabezas que, aunque a primera vista parecían entidades distintas, en realidad emergían de un solo cuerpo, oculto bajo un montón de hojarasca de argucias de leguleyo, y de “chicanas”. Entonces nació el complejo de compañías que conocemos con el nombre de Standard Oil, distintas unas de otras en su forma, pero homogéneas en sustancia. Siempre dejó la Standard, tras sí, estela de ruina y desastre. Un hijo de Rockefeller, para justificar la dura frialdad de su padre, decía que de igual manera, para obtener la bellísima y perfumada rosa American Beauty, había sido preciso destruir muchos rosales. Este ejemplo es convincente… para la American Beauty. En el resto del mundo, la Standard Oil significó lo mismo que en los Estados Unidos, y además cohecho, venalidad, delito, crimen y traición. Vendía en cada lugar al precio más alto, y por el más largo tiempo posible. Y así adquirió poder, enorme poder. Tanto, que Inglaterra, que a mediados del siglo xix, bajo la inspiración de Cecil Rhodes y la guía de Disraeli, había reanudado el esfuerzo imperialista, que aumentaba su comercio, que veía crecer su industria y que por todo ello dependía para su existencia de tres largas líneas marítimas (la que va por el canal de Suez a la India y a Australia; la que rodea el cabo de Buena Esperanza, rumbo a sus colonias del sur y del este de África, y la que por el Atlántico conduce al Canadá y a los Estados Unidos), supo que carecía de algo vital: el petróleo. Su inteligente almirante John Arbuthnot Fisher le reveló las posibilidades de esta sustancia y la conveniencia de sustituir con ella, como combustible, el carbón de piedra, hasta entonces consumido en los hogares de la flota de guerra. Según Fisher, esto aumentaría la potencia de la marina de guerra británica en más de un 30 por ciento, pues la posibilidad de cargar combustible en alta mar, y la rapidez de la operación, harían innecesario enviar, para llevarla a cabo, la tercera parte de la flota a cargar en el puerto. El gobierno inglés inició entonces la aplicación de un programa destinado a asegurar a Inglaterra tan preciado producto. El programa abarcaba los puntos siguientes: 1) localización, en cualquier parte del mundo, de yacimientos que, explotados por ingleses, de los cuales pudiera humanamente preverse que bastarían para el aprovisionamiento del imperio; de esto se encargó la Foreign Office de Londres; 2) la constitución del organismo inglés que se encargaría de dirigir esta vital industria; esto se confió a la misma Foreign Office; 3) la construcción de la flota de transporte a la Gran Bretaña, y de enormes estaciones de almacenamiento en la isla. La resolución de este problema se aplazó. Los aventureros ingleses, que se esparcían por toda la Tierra en pos de fortuna, quedaron encargados de buscar los yacimientos de petróleo para Inglaterra. Los Rothschild pronto supieron por sus agentes que, en los campos petroleros moderadamente ricos de Sumatra, un joven holandés, Hendrick Deterding,

a quien se había confiado, como último recurso, la dirección de una pequeña compañía que se hallaba casi en estado de quiebra, la Royal Dutch, no sólo la había salvado, sino que la había convertido en la más próspera de todas las empresas de esa zona, aplicando al hacerlo procedimientos técnicos intachables y lógicos en el aspecto industrial y, en el comercial, usando un criterio sensato y buscando la utilidad, sin fiarse de la falible inspiración ni en el lucro momentáneo, excesivo y desequilibrado, sino en precios únicos e invariables para vastas regiones, deducidos de promedios generales estables y previsibles. Es decir, precisamente procediendo en forma opuesta a la que seguía Rockefeller, con cuya Standard Oil había chocado Deterding en los mercados de Asia, sin sufrir derrota en la lucha. La Casa Rothschild llamó a Deterding, le propuso el asunto. Deterding aceptó dirigir la nueva organización. La Royal Dutch se fusionó con la naviera y productora británica Shell, y a las dos se añadieron otras compañías. Formó la flamante Royal Dutch Shell su flota de transporte, y la Corona inglesa compró la mayoría de las acciones del complejo resultante. Así Inglaterra constituyó la primera de sus empresas de Estado para explotar el petróleo. Éste iba adquiriendo más y más importancia. Se habían descubierto entre sus derivados los utilísimos lubricantes y usos prácticos para la temible gasolina (antes considerada sólo como subproducto peligroso), pues el motor de explosión había abierto amplias perspectivas para su aprovechamiento en la industria. La invención de los automóviles hacía prever su consumo intensivo, y Santos Dumont había logrado hacer evolucionar sobre París un globo dirigible. Además se experimentaba mucho, sobre todo en Francia, para hacer volar aparatos más pesados que el aire… Alemania, unificada bajo los Hohenzollern, había alcanzado su formidable potencia precisamente cuando el mundo colonizable acababa de ser repartido entre Inglaterra, Francia, Rusia y Holanda. El imperio germano necesitaba colonias para derramar su exceso de laboriosa población, por lo menos tanto como para adquirir materias primas, combustibles y lubricantes para su poderosa industria, y para conquistar mercados que absorbieran su creciente producción. Quería todo eso. Lo exigía. Su poderío militar y naval la hacía merecer el temeroso respeto de sus rivales: Inglaterra, Francia y Rusia, y el recelo del gigante lejano y reacio a pelear, los Estados Unidos. Contaba, en cambio, con la alianza sincera de AustriaHungría (imperio formado con más de setenta pueblos que hablaban distintos idiomas y que eran demasiado alérgicos unos a otros para integrar un organismo nacional realmente fuerte), y con la poco entusiasta Italia. Así se formaron dos grupos: la Entente Cordiale de Francia, Rusia e Inglaterra, y la Triple Alianza de Alemania, Austria-Hungría e Italia. Los ingenieros y los químicos alemanes que, la verdad sea dicha, eran y son, indudablemente, los mejores del mundo, habían encontrado las inmensas posibilidades del petróleo. Pero este complejo de hidrocarburos no se hallaba al alcance de Alemania. Lo había cerca, en Galitzia (Rusia), y en Rumania; pero a menos de una guerra victoriosa, el petróleo almacenado allí por la naturaleza no podría consumirlo Alemania. Su única posibilidad era hacerse del que se sabía que se hallaba en el subsuelo de Persia (Irán), y en el de los países árabes. Estos últimos sufrían bajo el cruel dominio del “Hombre enfermo”, del imperio turco en plena disolución. Persia era independiente, aunque sujeta a dos presiones distintas, la anglo-rusa y la turca. Los árabes estaban sometidos a Turquía. Y el káiser ejercía influencia evidente en el sultán. Alemania se había dedicado, desde hacía tiempo, a trabajar en Constantinopla. Empezó con fortuna. Inglaterra, mal piloteada desde la desaparición de Gladstone, se enzarzó en la desastrosa guerra con los bóers de Sudáfrica, que puso límite a su expansión colonial, y no pudo oponerse a que el mariscal von Biberstein, hábil diplomático germano, ganara la buena voluntad del sultán Abdul Hamid, viejo disipado, presa de esa decadencia física y mental que es inevitable consecuencia de los excesos, quien, después de recibir la temible visita del káiser Guillermo II, otorgó a Alemania la concesión para construir un ferrocarril que los alemanes llamaron “de las tres bes” o “bbb” (Berlín, Bizancio, Bagdad), el cual uniría en bloque la Europa central (la Mittel Europa germánica), facilitaría a Alemania el acceso al petróleo de la región árabe, la pondría en contacto, lleno de posibilidades, con el golfo Pérsico, y haría que Afganistán y la India quedaran bajo la amenaza del ejército del Káiser. C O N T I N Ú A E N L A P Á G I N A 1 8 E

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Fotografía: PIPA DE COMBUSTIBLE, EN L A E X P R O P I A C I Ó N D E L P E T R Ó L E O . 1 9 3 6 - 1 9 3 8

NUESTRO DIOS MINERAL

Hace pocos meses que circula Leones británicos y águilas mexicanas. Negocios, política e imperio en la carrera de Weetman Pearson en México, 1889-1919, fascinante estudio sobre el nexo entre capital extranjero y desarrollo nacional en los tiempos previos a la Revolución. De sus páginas hemos tomado el trozo en que echa a volar la principal compañía explotadora de petróleo desde tiempos de Porfirio Díaz y hasta la expropiación FRAGMENTO

El nacimiento de El Águila y la apoteosis del imperio, de 1901 a 1910 PAUL GARNER

El aceite sustituirá dentro de poco al carbón de piedra y a la leña, y será el único combustible que llegue a usarse. Esta nueva fuente de inmensa riqueza descubierta en el país ha hecho pensar a los especuladores de mayor espíritu de empresa que en México debe haber veneros más ricos que los de Pensilvania, cuya teoría parece sostenerse por la configuración geológica de la República. Matías Romero, 1865

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as predicciones hechas en 1865 por Matías Romero, uno de los estrategas más influyentes y visionarios del desarrollo nacional del México decimonónico, resultaron ser extraordinariamente proféticas, dado que el petróleo estaba destinado a ser la industria más importante de México a lo largo del siglo siguiente. Aun cuando, entre 1860 y 1890, hubo intentos individuales de algunos empresarios mexicanos de reproducir los descubrimientos de Pensilvania que habían inspirado a Matías Romero, todos terminaron en fracaso o decepción y pasaría otra generación después de la publicación de sus predicciones antes de que se hiciera un verdadero esfuerzo por desarrollar la industria petrolífera en el país. Su sino había sido el mismo que el de todos los muchos esfuerzos frustrados del siglo xix por desarrollar los recursos minerales de México para su explotación comercial y sentar las bases de su desarrollo industrial posterior: la falta de mercados nacionales inte-

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grados o de mano de obra capacitada; la necesidad de importar tecnología y equipos costosos; el transporte inadecuado; un aparato estatal débil; la falta de clasificación o regulación del comercio o la industria, y una grave escasez de inversiones de capital. Uno de los principales temas de Leones británicos y águilas mexicanas es que la persistencia en la estrategia desarrollista adoptada por el gobierno mexicano a partir de 1884 exigía que se atacara sistemáticamente y se desmantelaran gradualmente esos obstáculos al progreso y el desarrollo nacionales. El problema era especialmente agudo en el caso de la energía y la electricidad, dado que la meta de desarrollo industrial que tan cara era a los científicos requería el suministro de fuentes de energía baratas y accesibles. Aun cuando era del conocimiento general, y lo había sido durante muchos siglos, que México poseía recursos naturales de petróleo y asfalto en la región costera del Golfo, la extensión y la calidad, así como la posibilidad de explotar esos recursos, eran inciertas. Al mismo tiempo, el alto costo de la tecnología requerida para la exploración del petróleo y las restricciones de acceso de México a los mercados de capital internacionales constituían un doble freno para que tanto el gobierno mexicano como los empresarios nacionales arriesgasen una participación directa en una empresa de esas características. Tal como ocurrió en otros campos del desarrollo fomentado por la élite porfiriana (como los ferrocarriles, la minería y la manufactura), el gobierno de Porfirio Díaz recurrió a los empresarios e inversionistas extranjeros para lograr la infraestructura ne-

cesaria para la exploración y desarrollo de la industria del petróleo, y les proporcionó protección legislativa sobre los derechos de propiedad e incentivos fiscales a la exploración y la producción. Al mismo tiempo, el gobierno estaba ansioso por romper el monopolio de las importaciones basadas en el petróleo (queroseno, gasolina, parafina y aceites lubricantes) provenientes de los Estados Unidos, centrado en la Waters-Pierce Oil Company (afiliada de la Standard Oil) desde finales del decenio de 1890. Era una oportunidad que un buen número de precursores extranjeros, sobre todo británicos y estadunidenses, encontraban demasiado atractiva como para resistirse a ella y, a pesar de las numerosas y persistentes dificultades logísticas que enfrentaban en las actividades de sus empresas de petróleo, su perseverancia les rendiría finalmente jugosos dividendos. Los empresarios británicos se encontraron entre los primeros que aprovecharon las oportunidades para explotar los ricos yacimientos petrolíferos de México. El oportunista confeso Percy Norman Furber, exmarino comerciante y antiguo jockey londinense, afirmaba haber perforado el primer pozo de petróleo de México en Chijol, cerca de Tampico, en 1894. En su posterior biografía, Furber reflexionó sobre las ventajas mutuas de la cooperación entre los empresarios extranjeros y los gobiernos nacionales, en países como México, en la periferia del desarrollo capitalista: “La prosperidad económica y el avance industrial durante el gobierno de Díaz se debió principalmente, creo, a su valerosa y previsora política de dar la bienvenida al comercio exterior, al capital ex-

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EL NACIMIENTO DE EL ÁGUILA Y LA APOTEOSIS DEL IMPERIO, DE 1901 A 1910

tranjero y a los extranjeros como yo, empeñado en el desarrollo de la riqueza natural del país. Desde el día en que fui a ver al presidente Díaz para decirle lo que esperaba hacer en El Cuguas, su lealtad nunca titubeó, no tanto hacia mi persona, sino hacia mi propósito. Díaz entendía que el desarrollo del petróleo significaba la creación de riqueza, no sólo para los directamente responsables del desarrollo, sino para el propio México”. Con todo, Furber comprendía claramente las tensiones existentes entre los diferentes intereses en juego: “Sería absurdo decir que trabajábamos principalmente por México. Trabajábamos por nosotros mismos y con fe en que el éxito se vería recompensado con grandes ganancias económicas. Sin la esperanza de las ganancias, ninguno de nosotros habría persistido en la agotadora y desgarradora lucha, si bien, invariablemente, había una fuerza, completamente diferente de las ganancias, que nos impulsaba, es decir, la mera alegría del descubrimiento y el logro. Con todo, Díaz sabía que nuestro éxito se traduciría en prosperidad para México y él estaba trabajando por México, no para sí mismo”. Pearson, quien se hizo socio de Furber en el negocio del petróleo en 1907, tenía menos inclinación a la reflexión y era hombre de mucho menos palabras y menos elocuentes; no obstante, en su correspondencia privada también hizo comentarios sobre las dificultades prácticas que tuvieron que enfrentar los primeros buscadores de petróleo y, asimismo, aludió al hecho de que su participación en esa industria, como la que tuvo en otras empresas mexicanas, no la había logrado únicamente con sus esfuerzos, diligencia y eficiencia. En marzo de 1908, escribió a su hijo Clive: “La empresa del petróleo no es todo coser y cantar […] Empecé en ella con ligereza, sin comprender sus muchos problemas […] Ahora sé que habría sido prudente rodearme de petroleros experimentados y no depender, como lo hice, de mis conocimientos comerciales y el trabajo arduo, sumados a un conocimiento superficial del ramo”. El apoyo que recibió Weetman Pearson del gobierno de Porfirio Díaz, no sólo mediante la legislación y los estímulos fiscales sino también mediante el apoyo personal directo del propio presidente, de José Yves Limantour, el secretario de Hacienda, y de otros prominentes miembros de la élite política porfiriana, resultarían cruciales, no únicamente para establecer su compañía de petróleo sino también para sostenerla durante sus difíciles primeros años. Para mediados de 1909, después de casi 10 años de una importante inversión de tiempo, energías y capital, la empresa de petróleo se había convertido en una pasión y en su obsesión personal; pero también en su principal fuente de frustraciones, a pesar de las muestras públicas de optimismo en el futuro de la empresa. En febrero de 1909, confió a su esposa: “No puedo evitar pensar en lo cobarde que soy como aventurero en comparación con los hombres de antaño [...] Soy perezoso y tengo muchísimo miedo a dos cosas: primero, que el orgullo que tengo por mi buen juicio y mi habilidad para administrar se lo lleve el viento, y, segundo, que deba empezar mi vida otra vez. Esos temores me vuelven cobarde a veces”. Tratándose de un empresario tan seguro de sí mismo y exitoso, con una riquísima experiencia en administrar grandes y complejos proyectos de infraestructura e ingeniería en todo el mundo, las dudas personales de Pearson reflejan con toda claridad las grandes dificultades que la empresa del petróleo le había representado ya en los primeros meses de 1909. Por consiguiente, en sus momentos de mayor necesidad recurrió al apoyo y la tranquilidad que podía proporcionarle su mentor mexicano, el secretario de Hacienda José Yves Limantour, el individuo que había tenido tanta influencia en el sino de su imperio empresarial mexicano desde su arribo a México en 1889. Sin rodeos, le dijo a Limantour que ya no podría soportar las pérdidas que estaba sufriendo, y, adoptando un tono a la vez quejumbroso e indignado “tan característico de su correspondencia con Limantour a lo largo de más de 20 años”, le explicó: “mi desembolso real de efectivo alcanzará 1500000 libras esterlinas para finales de junio” de 1909, y terminó la carta con una amenaza apenas velada: “Esta empresa, para llevar el petróleo del pozo a la lámpara, es única; si tuviese que perder la simpatía y el apoyo del gobierno, no tendría justificación para seguir soportando personalmente esa responsabilidad”. Con ella, Pearson recordaba a Limantour que estaba dispuesto, como siempre, a apoyar y poner en

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práctica la estrategia de desarrollo del gobierno mexicano “que, en el caso del petróleo, significaba desafiar el monopolio sobre la venta de derivados del petróleo en México que hasta entonces había estado en manos de la Waters-Pierce Oil Company”, pero que ese apoyo se basaba en el ingreso de un rendimiento provechoso. Para 1909, no obstante, no era ésa la experiencia de la empresa de petróleo de Pearson, si bien su paciencia y resolución se verían finalmente recompensadas (ampliamente): menos de dos años después de su ultimátum a Limantour, como consecuencia del descubrimiento de importantes yacimientos en sus campos petrolíferos del norte de Veracruz, la Compañía Mexicana de Petróleo El Águila de Pearson ya había empezado a dar muestras de que se convertiría en su empresa más rentable. Para 1919, cuando Pearson vendió su participación mayoritaria en El Águila al Grupo Shell, su empresa de petróleo no sólo había satisfecho sino excedido con mucho sus ambiciones originales. Dos datos estadísticos básicos indican el espectacular crecimiento de la industria mexicana del petróleo entre 1910 y 1919, y la proporción en ella de la producción de El Águila. La producción anual de crudo mexicano pasó de 3634000 barriles en 1910 a 87073000 en 1919, lo que hizo de México el segundo mayor productor del mundo, después de los Estados Unidos. Aunque, para entonces, muchas otras compañías de petróleo habían ingresado ya al mercado mexicano, 61% de la producción estaba en manos de sólo dos compañías: El Águila de Pearson y la Mexican Petroleum Company de Edward Doheny.

LOS PRIMEROS PASOS La historia de “Cómo entramos en el petróleo” (título de un breve relato escrito en 1918 por John Body, el procónsul mexicano de Pearson) ya ha sido narrada (y vuelto a narrar) muchas veces. De acuerdo con el relato de Body, lo notable es que el interés inicial de Pearson en las posibilidades comerciales del petróleo surgió directamente del hecho de que su firma fuese la responsable de la construcción del Ferrocarril Nacional de Tehuantepec. En 1899, mientras buscaba los materiales de construcción para levantar los muros de contención del lecho del río en Coatzacoalcos (la terminal del ferrocarril en el Golfo de México), John Body había descubierto nódulos de petróleo en la roca; asimismo, unos habitantes del istmo de Tehuantepec lo habían llevado a ver un “chapopote” (yacimiento natural de petróleo). Body escribió un informe sobre sus hallazgos a Pearson. Éste lo recordó cuando, en abril de 1901, debido a la demora de un tren, se encontró temporalmente varado en Laredo, Texas, en medio de la fiebre especulativa que siguió al reciente descubrimiento del famoso borbollón de petróleo en Spindletop, también en Texas, en enero de ese mismo año. Tiempo después, Body explicó que el motivo inicial para tratar de explotar el petróleo fue el poder encontrar un combustible alterno para las “locomotoras y otra maquinaria”, debido a que la madera, que era la fuente corriente de combustible, no sólo era costosa “porque requería el uso de una mano de obra escasa para talar los bosques del lugar cuando esa misma mano de obra era necesaria para otros contratos” sino que había provocado las protestas de los propietarios de las tierras contiguas a las vías del ferrocarril, cuyas cosechas habían sido dañadas por las cenizas calientes que despedían los trenes que circulaban entre ellas. Aun cuando la explicación de Body indica que el interés inicial de la compañía en el petróleo surgió de las necesidades específicas del Ferrocarril Nacional de Tehuantepec, es evidente que, ya desde el inicio mismo de su empresa petrolera, el propio Pearson abrigaba grandes ambiciones y, en la misma carta que le envió de Texas en 1901, había comentado a Body que era de “la firme opinión de que se podía hacer un negocio espléndido”. Seguramente era muy consciente, por su propia experiencia y su siempre sensible antena empresarial, de la rápida expansión de la industria del petróleo en los Estados Unidos y Rusia en la segunda mitad del siglo xix y de las oportunidades empresariales que ello representaba: la producción de crudo en los Estados Unidos había pasado de 2.74 toneladas en 1859 a nueve millones en 1900, y volvería a multiplicarse por un factor de 10 para 1930. Ese aumento de la producción, combinado con el incremento de la complejidad y profesionalización de los análisis geológicos y la tecnología de la refinación y, sobre todo, con la diversificación de los derivados del petróleo “primero el queroseno, luego

el aceite para lámpara y, más tarde, la gasolina”, transformaría la industria durante los primeros 30 años del siglo xx. En 1900, en vísperas de la incursión de Pearson en el petróleo, el queroseno para calentar y alumbrar era con mucho el derivado del petróleo más valioso, y lo que más emocionaba a Pearson en esos años era la perspectiva de proveer de aceites para alumbrado a los mercados de México y Gran Bretaña (en este último caso, en 1902 se había estimado que había más de 11 millones de lámparas de queroseno de uso diario). Al mismo tiempo, era evidente que el fuel estaba siendo adoptado rápidamente como la principal fuente de energía en el transporte (para los ferrocarriles y la marina mercante) y la industria, en especial en los países, como México, donde los yacimientos de carbón eran relativamente escasos. A pesar de que Gran Bretaña siguió siendo una economía industrial basada en el carbón hasta bien entrado el siglo xx, el aceite para lámpara se adoptó en ciertos sectores clave en sus primeras etapas. Cuando, en 1912, Winston Churchill, primer lord del Almirantazgo, corrió el “riesgo fatídico” y encargó cinco acorazados impulsados por fuel para la Armada Real, en realidad estaba, como lo señaló Geoffrey Jones, comprometiendo el poderío naval de Gran Bretaña con la dependencia de una fuente de combustible que se encontraba en el extranjero y cuya producción estaba en gran medida en manos de grandes corporaciones que rápidamente estaban convirtiéndose en oligopolios. Esas fundamentales transformaciones de la naturaleza y estructura del comercio mundial de petróleo alterarían radicalmente la naturaleza de la empresa de petróleo mexicana de Pearson, en especial a partir de 1913. Es de subrayarse, en primer lugar, el muy alto grado de interés personal mostrado por Pearson en las minucias de la organización y administración de su empresa de petróleo, y, en segundo lugar, las muchas y constantes dificultades que enfrentó la empresa a lo largo de sus primeros años de existencia. En realidad, esas dificultades fueron mucho más problemáticas de lo que se ha reconocido en general. Muchos de los relatos posteriores, si no fueron encargados por el propio Pearson o sus empleados, estaban marcadamente influidos por el optimismo que él mostraba al público. Por supuesto, el hecho de hacer énfasis en las considerables dificultades que la empresa debía superar no disminuye las pruebas de la enorme tenacidad de Pearson para mantener con vida su empresa de petróleo; si acaso, sirve para ponerlas de relieve. Por la misma razón, esos grandes obstáculos también indican lo vital que fue el apoyo político que le ofreció la élite porfiriana para sostener su participación en una empresa que ponía a prueba al límite su paciencia y capacidad. La importancia de la diligencia y empeño personales “la tenacidad de Pearson en la búsqueda de las oportunidades empresariales y su cuidadoso y constante cortejo de la élite política mexicana” fue crucial para la supervivencia de su empresa de petróleo antes de 1910. Pearson era agudamente consciente de que el éxito requeriría condescender, no sólo con las aspiraciones nacionales (y nacionalistas) de la élite porfiriana, sino también con sus intereses personales. En resumen, en su persistencia en la empresa de petróleo, Pearson demostró una vez más que era tan hábil en el recurso a la retórica nacionalista y desarrollista como en la organización del espionaje industrial y la distribución de “obsequios”, comisiones e igualas entre quienes se encontraban en la cúspide de la élite política mexicana, a cambio de favores que serían beneficiosos para sus propios intereses. Es importante hacer énfasis en la diferencia entre la empresa de petróleo de Pearson y los proyectos de obras públicas que había llevado a cabo en México a partir de 1889. Esos proyectos se habían financiado mediante deuda pública mexicana y confiados a Pearson en su función de contratista y gerente de proyectos, y, excepcionalmente, en el caso del Ferrocarril Nacional de Tehuantepec, la de socio empresarial del gobierno mexicano. Los riesgos y responsabilidades de llevar esos proyectos a buen término correspondían por completo al gobierno mexicano (y, en particular, al secretario de Hacienda, José Yves Limantour). Las diferencias fundamentales entre la empresa de petróleo y sus otras actividades residían, en primer lugar, en la inversión de su propio capital y, en segundo lugar, en la asunción de la carga C O N T I N Ú A E N L A P Á G I N A 1 8 E

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Fotografía: C UA N D O LO S M A N I F E S TA N T E S — O B R E R O S , E M P L E A D O S Y E N F E R M E R A S E N T R E E L LO S — L L E G A R O N A L A P L A Z A D E L A C O N S T I T U C I Ó N , L A S C A M PA N A S D E L A C AT E D R A L S E S U M A R O N A L E N T U S I A S M O P O P U L A R , E N L A E X P R O P I A C I Ó N D E L P E T R Ó L E O . 1 9 3 6 - 1 9 3 8

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La expropiación petrolera fue una medida extrema, tomada por el gobierno ante la cerrazón de las compañías petroleras, poco dispuestas a corregir sus prácticas laborales. En este testimonio —tomado de Petróleo mexicano (1941)— de uno de los participantes clave en la decisión del presidente Cárdenas de estatizar esa industria, se ofrecen datos y matices para comprender mejor la trascendente medida del general

FRAGMENTO

El conflicto de orden económico y la expropiación J E S Ú S S I LVA H E R Z O G

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n el año de 1935 operaban en México algo más de 20 compañías petroleras, todas ellas, con excepción de la Petromex y algunos pequeños productores, de nacionalidad extranjera. El primer lugar por sus inversiones y por su producción lo ocupaba la Compañía Mexicana de Petróleo El Águila, que ya sabemos era subsidiaria de la Royal Dutch Shell; el segundo lugar lo ocupaba la Huasteca Petroleum Company, subsidiaria de la Standard Oil Company de New Jersey, y el tercer lugar la Sinclair. Además, la Standard Oil de California, filial de New Jersey; la Sabalo Transportation Company, el grupo Imperio, la Mexican Gulf y otras más. Cada compañía tenía su contrato de trabajo con sus empleados y obreros, de manera que había tantos contratos como empresas existían. En algunos casos como el de la Compañía Mexicana de Petróleo El Águila, la misma compañía tuvo interés en dividirse en varias empresas. La Compañía Mexicana de Petróleo El Águila, en el momento de la expropiación, se hallaba dividida en 10 compañías diferentes. No era posible que continuara esta situación, porque de manera obvia las prestaciones sociales y los salarios tenían niveles distintos en las diferentes pequeñas o grandes entidades económicas. De modo que los trabajadores, no sin vencer innúmeros obstáculos, no sin luchar con dificultades que en ocasiones parecían insuperables, lograron fundar en el año de 1936 el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana, sindicato industrial, el que dio los primeros pasos en cuanto quedó constituido para exigir de todas las compañías un contrato colectivo de trabajo con la finalidad de que todas las empresas petroleras que en México operaban pagaran los mismos salarios a sus trabajadores y dieran las mismas prestaciones de carácter social, como vacaciones, indemnizaciones por accidentes de trabajo, servicio médico, hospitales, etc. Las empresas petroleras no tuvieron más remedio, por-

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que los trabajadores se hallaban apoyados por la Ley del Trabajo, que aceptar discutir con los dirigentes del sindicato. Esto ocurría en los últimos meses de 1936, pero, en vista de que las partes se hallaban muy lejos la una de la otra, en el mes de noviembre estuvo a punto de estallar una huelga, porque los trabajadores consideraron que ésa era la única arma que les quedaba para que las compañías accedieran a sus peticiones. El gobierno federal intervino como amigable componedor; logró que se llevase a cabo una convención obrero-patronal y que las discusiones se reanudaran. En efecto, las discusiones continuaron durante el resto de 1936 y los cuatro primeros meses de 1937. No se llegó a ningún resultado positivo y en el mes de mayo de ese año, los trabajadores declararon una huelga general a todas las empresas que explotaban el petróleo en México. Los resultados de esa huelga se hicieron sentir inmediatamente en la Ciudad de México y en toda la república. Se pudo ver con toda claridad la importancia del petróleo y de sus derivados; cinco o seis días después de iniciada la huelga, las calles se veían semidesiertas; comenzaron a pararse algunas fábricas que no tenían suficientes reservas de combustible; empezaron a pararse las máquinas útiles para la explotación agrícola. De modo que se estaba hiriendo al país en el aspecto más vital de su actividad económica. Ante tan grave situación, el gobierno federal pidió a los dirigentes del sindicato que reanudaran sus labores y que plantearan ante la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje un conflicto de orden económico. Los trabajadores petroleros establecieron ante la Junta Federal el conflicto de orden económico. Ésta designó desde luego tres peritos, que fueron: el señor Efraín Buenrostro, subsecretario de Hacienda y Crédito Público; el ingeniero Mariano Moctezuma, secretario de la Economía Nacional, y el que escribe, que entonces desempeñaba las funciones de consejero del secretario de Hacienda, licenciado don Eduardo Suárez. La junta de peritos se organizó designando presidente al señor Efraín Buenrostro, secretario a mí y vocal a don Mariano Moctezuma.

Inmediatamente nos dimos cuenta del grave problema que teníamos en nuestras manos. Desde luego pensamos que el legislador de la Ley del Trabajo, al dar un plazo de 30 días para hacer un informe y un dictamen, pensó seguramente en una sola fábrica, en una sola empresa; pero no previó un conflicto que abarcara toda una industria y menos de la magnitud de la del petróleo. De modo que el plazo de 30 días para ahondar, para conocer a fondo las condiciones financieras de alrededor de 20 empresas y poder dar un parecer razonado, sereno, sobre la manera de resolver el conflicto, nos pareció insuficiente y la tarea difícil de realizar. Debo confesar que lo único que pudo hacerse fue lograr una demora, acudir a una pequeña maniobra seguramente no censurable, consistente en que yo, como secretario de la comisión, no me diera por notificado de los nombramientos sino 10 días después, para ganar ese lapso y disponer siquiera de 40 días a fin de llevar a cabo tarea tan agobiadora. Nos pusimos a trabajar. A las 24 horas de la designación, se había elaborado ya un plan completo, y fue menester organizar rápidamente todo un equipo de personas expertas en diversas ramas que ascendió a un centenar aproximadamente: geólogos, ingenieros petroleros, economistas en buen número, calculistas, taquimecanógrafos, en fin, todo lo que se estimó necesario para llevar a cabo tamaña labor. Unas 72 horas después de haber recibido la comisión, estaban trabajando las 100 personas, cada una con sus tareas parcelarias perfectamente determinadas. Se trabajó intensamente durante esos 40 días, y en algunos casos de las 8 de la mañana a la 1 de la mañana del siguiente día. Nos dimos cuenta de la tremenda responsabilidad que pesaba sobre nosotros. Todos los que colaboraron en la investigación, en la redacción del informe, se sintieron poseídos de un hondo fervor por servir al país. Se pidieron todos los informes que se juzgaron necesarios a las empresas y a los trabajadores. A medida que se fue avanzando en la investigación fuimos descubriendo aspectos muy interesantes de la industria petrolera. Por ejemplo, encontramos que la Compañía Mexicana de Petróleo El Águila vendía sus productos a

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EL CONFLICTO DE ORDEN ECONÓMICO Y LA EXPROPIACIÓN

una empresa establecida en el Canadá que se llamaba también El Águila, a precios por debajo del mercado. Recuerdo un dato concreto: mientras el precio en Nueva York de un barril de petróleo, en promedio, en el año de 1936, era de $3.19, la Compañía Mexicana de Petróleo El Águila se lo entregaba a su filial a $1.96. ¿Con qué objeto?, se preguntarán algunos. Sencillamente con el propósito de ocultar aquí las utilidades para reducir el pago del Impuesto Sobre la Renta, y trasladar parte de la contribución sobre utilidades a otro país. Revisando la contabilidad, encontramos numerosas triquiñuelas. Ya sabemos que el arte del contador se parece al arte de los prestidigitadores. El prestidigitador sabe cómo echar una paloma en un sombrero, soplar nuevamente y hacerla desaparecer. El contador puede realizar esos trucos con extraordinaria habilidad. Nuestros contadores pudieron descubrir en las contabilidades de las empresas, una serie de maniobras tendientes a la ocultación. Tres días antes de que venciera el plazo para entregar el informe y el dictamen ante la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje, se presentaron en mis oficinas los abogados de las empresas y en un tono levemente burlón me preguntaron: “¿Van a entregar el 3 de agosto el informe y el dictamen?” Yo señalé una silla donde estaban tres volúmenes encuadernados que contenían 2500 cuartillas que constituían el informe, y les dije: “Allí está el informe y será entregado el día 3; por lo que al dictamen se refiere, lo estoy redactando en estos momentos y también estará listo el día señalado por la ley”. Se pusieron serios, me dieron las buenas tardes y se marcharon. Los peritos estimamos que lo que los trabajadores pedían de aumento, sobre las erogaciones de las empresas en salarios y prestaciones sociales en el año de 1936, llegaba a unos 90 millones de pesos. Las compañías habían ofrecido aumentar las prestaciones sociales y los salarios en 14 millones. De modo que la diferencia era enorme. Los peritos llegamos a la conclusión de que las empresas podían aumentar en salarios y en otros servicios en provecho de los trabajadores, 26 millones de pesos. De manera que puede verse con toda claridad el problema; empresas: 14 millones; trabajadores: 90 millones; peritos: 26 millones. ¿Por qué llegamos a fijar la suma de 26 millones? Fue resultado de una serie de cálculos, de estimaciones y además porque pudimos precisar que en los años de 1934, 1935 y 1936 las compañías habían obtenido utilidades en promedio anual de 55 millones de pesos. En consecuencia, si las compañías aumentaban 26 millones e intensificaban su producción y se organizaban mejor —porque no estaban bien organizadas como se creía— sin mengua de sus intereses podían perfectamente aumentar la suma señalada en beneficio de los trabajadores mexicanos. El 3 de agosto nos presentamos los peritos ante la autoridad del trabajo. Estaban presentes los representantes de los trabajadores y los de las empresas. Entregamos por triplicado, como lo ordena la ley, el informe y el dictamen. Yo no les oculto que me divertí un poco al pensar que de acuerdo con la ley se daban 72 horas para que las partes presentaran objeciones. El informe, ya lo dije, contenía lo equivalente a 2500 páginas en máquina a renglón abierto, y el dictamen unas 100 más. Y claro, era materialmente imposible que persona alguna pudiera en 72 horas leer siquiera tan extensos documentos. La Junta fue benévola. Ante la imposibilidad material, alargó el plazo. Inmediatamente que las empresas conocieron el parecer de los peritos, iniciaron una campaña enconada en contra de nosotros en páginas enteras en los periódicos, afirmando que nos habíamos equivocado, que habíamos cometido numerosos errores. Esto, todos los días en todos los tonos, acudiendo a todos los procedimientos que aconsejan la falsedad, la inquina y la mala fe. Se quejaron ante el presidente de la república. El presidente, general Lázaro Cárdenas, seguramente pensó en la conveniencia de conocer personalmente los argumentos de unos y otros. Invitó a los representantes de las compañías para que acudieran al despacho presidencial el 2 de septiembre de ese año de 1937, y citó a los peritos. La reunión se efectuó alrededor de las 12 del día. Estaban algunos gerentes de las empresas: desde luego el gerente general de la Compañía Mexicana de Petróleo El Águila. Estaban los abogados más duchos de la Huasteca Petroleum Company y de otras compañías. El general Cárdenas concedió la palabra a los representantes de los petroleros. Comenzó a hablar el ge-

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rente de El Águila, diciéndole al presidente de la república que la compañía de la cual era gerente general, era una compañía auténticamente mexicana y que los peritos habíamos dicho algo inexacto al afirmar que era una subsidiaria de la Royal Dutch Shell; que también era inexacto, que los peritos habíamos faltado a la verdad al afirmar en el dictamen que estaban vendiendo por debajo de los precios del mercado a El Águila del Canadá, y agregó otros argumentos secundarios. Cuando terminó el caballero inglés, yo saqué de mi portafolios un periódico financiero londinense. No recuerdo exactamente en este instante si este periódico correspondía al año de 1927 o al de 1928. No me es posible precisar el año, que es de importancia secundaria para nuestro propósito, porque no pude consultar el archivo del conflicto de orden económico que se halla en el Departamento de Bibliotecas y Archivos Económicos de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Saqué el periódico y leí sustancialmente lo que sigue: Informe anual de la asamblea general de accionistas de la Royal Dutch Shell correspondiente a tal año, 27 o 28. Nuestra subsidiaria, la Compañía Mexicana de Petróleo El Águila, ha realizado durante el año que se comenta buenas utilidades en México, pero hemos resuelto organizar en el Canadá la Compañía Canadiense El Águila, con el objeto de evitar las dificultades y molestias derivadas del pago de múltiples y elevados impuestos. Los accionistas —se añadía— no tendrán pérdida ninguna; las acciones de $10 las vamos a dividir en acciones de $4 las de El Águila de México, y de $6 las de El Águila de Canadá. Cuando comencé a leer ese informe oficial de la Royal Dutch, el gerente de El Águila se puso nervioso, porque significaba desmentir de modo categórico, aplastante e irrefutable, las afirmaciones que acababa de hacer ante el presidente de la república, y no pudiendo contenerse quiso interrumpirme. El general Cárdenas, con su laconismo habitual, tuvo que contenerlo y decirle: “Deje que termine el señor”. Hice un breve comentario al terminar la lectura, un breve comentario al señor general Cárdenas: “Quiero recordar —dije— que precisamente uno o dos años antes del informe a que me he referido, se estableció en México por vez primera el Impuesto Sobre la Renta, y se ve con toda claridad que lo que la Compañía Mexicana de Petróleo El Águila ha hecho por decisión de su matriz, la Royal Dutch, es ocultar utilidades para reducir lo que legítimamente le corresponde a México por la explotación de sus recursos naturales, y trasladar parte de esas utilidades al Canadá, a fin de que en alguna forma beneficien a Su Majestad Británica”. Y además recordé lo que los peritos habíamos afirmado en cuanto a la reducción en el precio del petróleo que El Águila de México simulaba vender a El Águila del Canadá. Se dijo antes que la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje no exigió que en el término de 72 horas las partes presentaran sus objeciones; fue sumamente tolerante, de manga ancha, y les dio varias semanas. Los trabajadores presentaron algunas objeciones. Las empresas presentaron muchas objeciones. Continuaron con la campaña agresiva en contra del peritaje. El argumento toral de las empresas fue éste: “No podemos pagar los 26 millones de pesos, porque no tenemos capacidad financiera”. Esto lo repitieron día tras día, hasta el fastidio, en todos los periódicos de la Ciudad de México, e iniciaron además su campaña insidiosa en publicaciones periódicas de los Estados Unidos y de otras naciones. La Junta Federal pronunció su laudo el 18 de diciembre de 1937, aceptando en lo sustancial las recomendaciones de los peritos y condenando a las compañías petroleras a que aumentaran salarios y prestaciones por un total de 26 millones de pesos. Las compañías entonces elevaron la puntería dirigiendo sus ataques ya no sólo a los peritos sino también a la autoridad del Trabajo. La campaña de calumnias no se interrumpió. Pero hubo algo más grave. Esto merece una explicación aparte. A fines del año de 1937 se sabía que no era posible sostener el tipo de cambio de $3.60 por dólar, debido a condiciones desfavorables de nuestra balanza de pagos, que se estaban manifestando en una constante sangría de la reserva monetaria constituida en el Banco de México. Se veía con toda claridad por las personas enteradas de esas cosas, que México bien pronto estaría obligado a desvalorizar su moneda. Hubiera sido peligroso pensar en otra solución. Las empresas, que conocían bien esta situación, llevaron a cabo una ofensiva financiera propalando la noticia de que el dólar tendría que subir, y comprando ellas mismas, con

pesos, grandes cantidades de la divisa norteamericana. Al propalar estas noticias, lógicamente la ofensiva dio resultado. Numerosos depósitos en pesos se transformaron en dólares y se refugiaron en el extranjero. Además influyó el conflicto que a cada momento se agravaba entre gobierno y empresas. El Banco de México tuvo que hacer enormes esfuerzos, sacrificios sin cuento para mantener el tipo de $3.60 durante los primeros meses de 1938. Hay una observación interesante: si era obvio, si era inevitable que el peso frente al dólar se devaluaría, las empresas estaban seguras de que los 26 millones de pesos de fines de 1937 representarían para ellas una suma menor, puesto que buena parte de sus productos los exportaban y, al recibir dólares, podían comprar mayor número de pesos al venir la desvalorización. Las empresas subestimaron al gobierno de México y sobrestimaron su poder. Se dirigieron a la Suprema Corte de Justicia de la Nación en demanda de rectificación del laudo de la Junta. La Suprema Corte estudió el problema y el 1º de marzo de 1938 confirmó el laudo de la autoridad del Trabajo. Las empresas afirmaron una vez más que no tenían capacidad económica para aumentar los 26 millones de pesos a que habían sido sentenciadas. De manera que al negarse a cumplir la sentencia de la Suprema Corte, se declararon en rebeldía en contra del más alto tribunal de la república. Las empresas petroleras arrojaron el guante en actitud de desafío al gobierno y al pueblo de México. Yo fui comisionado para ir a los Estados Unidos a enterar al embajador Castillo Nájera en Washington acerca de la seriedad de la situación. Llegué a Washington precisamente el 1º de marzo; conversé con el embajador; le informé en detalle de cómo estaban las cosas en relación con el conflicto petrolero. Y aquí va una pequeña anécdota: el embajador me preguntó: “¿Y qué cree usted que va a pasar?” Le respondí: “Creo que habrá una intervención temporal por el gobierno…” Con cierta nerviosidad me interrumpió y me dijo: “¡Ah!, eso yo lo arreglo”. Yo agregué: “O la expropiación”. El embajador pronunció una de esas interjecciones muy mexicanas que analiza tan bien Octavio Paz en El laberinto de la soledad, y añadió: “¡Si hay expropiación, hay cañonazos!” Y no andaba desencaminado el doctor Castillo Nájera. Yo pensé en aquel momento: “Si hay expropiación, será muy grave lo que pueda acontecer”. El general Cárdenas todavía estuvo haciendo esfuerzos durante los primeros días de marzo, en plan amistoso, para persuadir a las compañías de que acataran la sentencia de la Suprema Corte. Hubo una junta de abogados de las compañías con el presidente de la república. Alguno de los representantes le preguntó al general Cárdenas: “¿Y quién nos garantiza que el aumento será solamente de 26 millones?” El general Cárdenas contestó: “Yo lo garantizo”. “¿Usted?” “Sí, lo garantiza el presidente de la república.” El que preguntó no pudo contener una leve sonrisa. El presidente Cárdenas se puso de pie y les dijo: “Señores, hemos terminado”. Es absolutamente falso que desde un principio el gobierno hubiera tenido la idea de expropiar a las compañías petroleras. El gobierno se daba cuenta clara de la gravedad de tal paso. Pero ¿qué iba a hacer el gobierno de México frente a la rebeldía de las empresas? ¿Ante la actitud de desafío a la más alta autoridad judicial de la república? ¿Qué se hubiera hecho en cualquier otro país? El gobierno pudo tal vez llevar a cabo una intervención temporal, pero la actitud de las empresas fue tan levantada, tan soberbia, tan intransigente, que el general Cárdenas, con opinión favorable de algunos de los miembros de su gabinete y desfavorable de otros, resolvió optar por la expropiación. Posteriormente las empresas ofrecieron aumentar las prestaciones en 22 millones de pesos. Ya el problema era insignificante, era un capricho no acatar el fallo de la Corte y es que estaban resueltas a rebelarse, a demostrar su fuerza, a no aceptar que un país modesto como el nuestro les impusiera su autoridad, acostumbradas a mandar sin ninguna oposición en dilatados territorios. Se anunció la expropiación el 18 de marzo por medio de todas las estaciones de radio de la república. Momentos antes las empresas enviaron una persona a ver al general Cárdenas, para decirle que sí podían pagar los 26 millones. Fue demasiado tarde. Esto ha sido negado por las compañías, pero quien quiera tener una comprobación de mi aserto, puede consultar el diario La Prensa del 19 de marzo de 1938, donde hay declaraciones de las empresas en el sentido indicado. C O N T I N Ú A E N L A P Á G I N A 1 8 E

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Fotografía: A LTO S E M P L E A D O S D E L A S C O M PA Ñ Í A S P E T R O L E R A S Y M I E M B R O S D E L S T P R M E S C U C H A N L A L E C T U R A D E L VO L U M I N O S O E X P E D I E N T E D E L A S U N TO P E T R O L E R O , E N L A E X P R O P I A C I Ó N D E L P E T R Ó L E O . 1 9 3 6 - 1 9 3 8

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La expropiación no fue el punto final a un problema, sino el inicio de muchos otros. Tanto las compañías afectadas como los trabajadores abrieron frentes de combate con el gobierno, las unas porque consideraban ilegal la decisión presidencial, los otros porque pronto cobraron conciencia de su rol fundamental en una industria clave para la república. Este texto proviene de Petróleo y nación: La política petrolera en México (1900-1987) (1990)

FRAGMENTO

Petróleo y nación LORENZO MEYER E ISIDRO MORALES

NUEVO MARCO POLÍTICO Y JURÍDICO La expropiación de la industria petrolera fue el golpe con que el Estado deshizo el nudo gordiano de la contradicción entre las reformas legales contenidas en el párrafo iv del artículo 27 constitucional (la transferencia de la propiedad del petróleo en el subsuelo a la nación) y la incapacidad de los gobiernos revolucionarios para concretar el mandato nacionalista que ellos se habían impuesto. En términos generales, Cárdenas y sus aliados —en particular la ctm— lograron levantar en la sociedad mexicana una ola de entusiasmo y apoyo a la medida expropiatoria como no se había visto en México desde el triunfo de Madero sobre la dictadura de Porfirio Díaz. La concentración organizada por la ctm en apoyo a la nacionalización fue uno de los momentos culminantes del cardenismo, del nacionalismo y del proceso revolucionario en general. La expropiación fue declarada por Vicente Lombardo Toledano, líder de la ctm, como acto que marcaba realmente el principio de la independencia política de México. La Iglesia y la Universidad —instituciones que por diferentes razones habían tenido choques con el gobierno de Cárdenas— apoyaron abiertamente la medida en contra de las empresas extranjeras, pero el respaldo a la expropiación no fue unánime. La reacción contraria más radical fue la de Saturnino Cedillo, el hombre fuerte de San Luis Potosí, que en ese momento había entrado en conflicto abierto y definitivo con el gobierno. Cedillo aprovechó la coyuntura para presentar la expropiación petrolera en su manifiesto del 15 de mayo de 1938 —con el cual desconocía el gobierno de Cárdenas— como “un acto antieconómico, antipolítico y antipatriótico”. La rebelión de los cedillistas, que siguió a esta declaración, no tuvo nunca fuerza y fue rápidamente desbaratada. En realidad, ninguna corriente política importante se opuso abiertamente a la expulsión de las empresas y a que los mexicanos asumieran la responsabilidad de manejar su industria petrolera.

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El 7 de junio de 1938, por medio de un decreto, el gobierno estableció dos instituciones públicas para que se hicieran cargo del petróleo: Pemex y la Distribuidora de Petróleos Mexicanos; la primera se encargaría de la producción y la segunda, de la comercialización de los productos. Se mantenía, además, la Administración General del Petróleo Nacional, que tenía un representante en cada uno de los consejos de directores de las dos empresas. Vicente Cortés Herrera fue el director de Pemex y Jesús Silva Herzog el de la Distribuidora. En el consejo de directores de la empresa no sólo se encontraban representantes de varias secretarías de Estado, sino también tres del stprm. Esta distribución tripartita de tareas no duró mucho, pues, a causa de los conflictos internos que surgieron en la Distribuidora, el 8 de agosto de 1940 otra orden presidencial centralizó toda la responsabilidad del manejo de la industria en manos de Pemex. Antes de que concluyera 1939, el 30 de diciembre, el Congreso aprobó una ley que declaraba inalienable e imprescriptible el derecho del Estado mexicano sobre los hidrocarburos. La industria petrolera fue declarada de utilidad pública, por lo cual Pemex adquirió la preferencia sobre el uso del suelo en relación con cualquier otra, previa indemnización a los superficiarios. La ley también señaló que podían explotar el petróleo dependencias o empresas gubernamentales, o particulares, pero siempre que fueran mexicanas o el gobierno tuviera interés mayoritario en ellas. En vísperas de terminar el gobierno de Cárdenas (9 de agosto de 1940) se eliminó el antiguo régimen de concesiones, para atribuir claramente esa facultad únicamente al Estado. La nueva ley mantuvo también la posibilidad de que Pemex firmara contratos para la exploración y explotación del petróleo con particulares, si éstos eran nacionales. Sin embargo, cuando se inició el gobierno de Ávila Camacho, una modificación a la ley reglamentaria del artículo 27, aprobada en junio de 1941, reabrió la posibilidad —implícita

más que explícita— de que Pemex firmara contratos de exploración y explotación con empresas particulares en donde hubiera capital externo con participación minoritaria. Para entonces era evidente que en el gobierno mexicano se debatían dos tendencias: una que buscaba cerrar totalmente el campo de la explotación del petróleo a la empresa privada —y giraba en torno a la figura del expresidente Cárdenas— y otra que deseaba mantener entreabierta esa puerta, por si en el futuro se necesitaba de nuevo el concurso del capital privado extranjero para mantener la oferta de hidrocarburos al nivel exigido por la demanda interna. Y no hay duda de que, para 1941, la situación financiera por la que atravesaba la industria petrolera recién nacionalizada era difícil. En febrero de 1944, y a raíz de una demanda interpuesta ante los tribunales mexicanos por la antigua empresa angloholandesa El Águila, la compañía pedía que, pese a haber sido expropiada, se le reconocieran sus derechos a seguir operando en México; la Suprema Corte dio una resolución según la cual únicamente los individuos y las empresas de nacionalidad mexicana podían tener derecho a extraer y transformar industrialmente los hidrocarburos. Aunque esta decisión no fue seguida de otras similares que sentaran jurisprudencia, mostró claramente que quienes deseaban reabrir el campo de la industria petrolera a los capitales extranjeros, tenían ante sí un camino cuesta arriba. Durante el gobierno de Manuel Ávila Camacho, la embajada estadunidense en México insistió varias veces en que era necesario un cambio en la legislación, para permitir en alguna forma el reingreso de capital externo a la industria petrolera, pues de lo contrario México no podría contar con créditos internacionales para su industria de hidrocarburos. Hasta el final de 1944, el embajador norteamericano intentó presionar en ese sentido pero, ante la persistente negativa de

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Ávila Camacho, desistió de su propósito, aunque sólo temporalmente, pues confiaba en que tras la toma del poder por Miguel Alemán podría volver a la carga y con mayores posibilidades de éxito.

LA ECONOMÍA DEL PETRÓLEO NACIONALIZADO Cárdenas tomó la decisión de dar al Estado la responsabilidad sobre una de las industrias más complejas del país, bajo el apremio de las circunstancias políticas; de ahí que la tarea de mantener la producción y el mercado de hidrocarburos fuera una meta que más de un observador —entre ellos, las empresas expropiadas— consideró superior a la capacidad de trabajadores y técnicos petroleros y de la burocracia gubernamental. Se predijo, por lo tanto, la quiebra de Pemex —y muy posiblemente de la economía mexicana en general— en un plazo más o menos breve, sentido de la contundente afirmación hecha en Londres por The Economist después de la expropiación: “México va a lamentar la acción que acaba de tomar”. Al principio, las predicciones parecieron cumplirse, pues tras la expropiación la producción de petróleo cayó prácticamente 50% y la de refinados 37%. Sin embargo, y pese a una multitud de apremios, Pemex pudo mantener plenamente abastecido el mercado interno, cuyo consumo nunca cayó. En términos generales, se puede decir que para fin del año de 1938 la situación se había normalizado por lo que a producción y refinación de hidrocarburos para el mercado interno se refiere. El problema inmediato más grave que se le presentó a Pemex no fue mantener activos los campos petroleros y las refinerías —cuyas instalaciones no tenían la maquinaria más avanzada ni usaban la tecnología más complicada disponible en ese momento—, sino encontrar la forma de colocar en el mercado externo parte de la producción que no se consumía internamente, que en 1937 había sido 58% del total (30% petróleo crudo y el resto refinados), y cuyo valor había sido de 153.5 millones de pesos, es decir, 43 millones de dólares. Como era de suponer, las empresas expropiadas declararon ilegal e ilegítima la acción del gobierno mexicano y de inmediato procedieron a imponer un boicoteo de carácter mundial a las exportaciones petroleras mexicanas, plenamente apoyado por los gobiernos de los Estados Unidos y Gran Bretaña, que rehusaron adquirir petróleo mexicano y desalentaron su compra por parte de sus empresas privadas; también, por un tiempo, el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos suspendió su compra de plata mexicana, que en ese entonces equivalía a cinco millones de onzas mensuales y era la principal exportación del país. Sin embargo, este estrangulamiento de las exportaciones mexicanas no se mantuvo por largo tiempo, pues entre los principales productores de nuestra plata se encontraban justamente las empresas mineras norteamericanas.

LOS TRABAJADORES: DE LA AUTOGESTIÓN AL SOMETIMIENTO No hay duda de que la organización de los trabajadores petroleros en un sindicato único —organización impulsada por el gobierno y por la ctm— fue el elemento adicional que permitió al gobierno de Cárdenas triunfar en definitiva sobre las empresas petroleras, en vez de añadir un eslabón más a la cadena de triunfos relativos o fracasos disfrazados que se había forjado desde Carranza hasta Calles. Sin embargo, la armonía y unidad de intereses entre los trabajadores y el gobierno no duró mucho una vez derrotado el enemigo común: las empresas extranjeras. La diferencia de intereses ya se adivinaba cuando los trabajadores de Poza Rica se declararon en huelga antes de la expropiación —en 1937—, pese a que la suspensión de labores no convenía en ese momento a la estrategia del gobierno. Después de la expropiación, los trabajadores colaboraron de manera muy estrecha con el gobierno para mantener la industria en actividad; de hecho, ellos dirigieron el difícil momento de transición de industria privada a pública. Sin embargo, pasada la emergencia, se empezó a perfilar una diferencia de intereses entre los aliados, entre el nuevo patrón y sus empleados. Los trabajadores petroleros, en particular sus dirigentes, consideraron que la administración de la industria debía ser suya, de la misma manera que los ferrocarriles habían quedado —si bien durante breve tiempo— en manos de los trabajadores ferrocarrileros. Así lo propusieron al presidente Cárdenas los trabajadores de Poza Rica desde agosto de 1937 y así se lo reiteró el

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stprm en diversas ocasiones después de la expulsión de las empresas extranjeras, cuando, en buena medida, los consejos locales del stprm manejaban la industria. Pero el gobierno nunca tuvo intención de desprenderse del control directo de Pemex, pues consideraba que era una industria estratégica en extremo y que, por lo mismo, su actividad y desarrollo debían supeditarse al interés nacional —que sólo el gobierno podía representar— y no al legítimo, pero parcial, de un grupo de trabajadores. Por ello, Cárdenas propuso y logró un consejo de administración en que estuvieran representados los obreros, pero en donde el gobierno tuviera desde el principio el peso mayor y decisivo. Al no lograr el control directo de la industria, los trabajadores petroleros concentraron sus energías en demandar el cumplimiento exacto de los términos del contrato colectivo de trabajo presentado a las empresas extranjeras y aprobado por las autoridades del trabajo un año antes de la expropiación. Sin embargo, la crisis petrolera que se presentó desde marzo de 1938 por la pérdida de mercados externos y el boicoteo de las empresas expropiadas, hizo materialmente imposible para la administración de Pemex cumplir con los términos que demandaban los trabajadores. Al pedir del gobierno que el stprm moderara sus demandas, el sindicato contestó que no eran las demandas, sino la

Se predijo la quiebra de Pemex —y muy posiblemente de la economía mexicana en general— en un plazo más o menos breve, sentido de la contundente afirmación hecha en Londres por The Economist después de la expropiación: “México va a lamentar la acción que acaba de tomar” administración incompetente lo que impedía a Pemex cumplir con los términos originales del contrato. La tensión que provocó el conflicto era en realidad parte de una pugna por delimitar con exactitud los espacios de poder entre las autoridades de Pemex y la organización sindical. En el conflicto de intereses hubo una serie de acusaciones mutuas que terminaron en paros ilegales —como el de Ciudad Madero en mayo de 1939— y en sabotajes. En diciembre de 1939, el presidente Cárdenas demandó una reorganización total de la industria, pero el stprm, considerando que esa demanda era el principio de una ofensiva presidencial en su contra, no aceptó la petición. Desde el punto de vista del gobierno, el aumento, en poco más de un año, de la planta de trabajadores de 15895 (abril de 1938) a 23073 (octubre del año siguiente) era un escándalo, pues ponía en peligro la vida de Pemex. El sindicato se negó a aceptar su reducción. En febrero de 1940, el presidente Cárdenas se vio obligado a intervenir otra vez, y de manera más directa, en la disputa entre los administradores de Pemex —dispuestos a reducir la planta de trabajadores— y el sindicato —que insistía en mantenerla— y, además, en el cumplimiento de los términos contenidos en el laudo de 1937. El presidente exigió —entre otras cosas— que esa planta volviera a las dimensiones que tenía en el momento de la expropiación, se suprimieran puestos innecesarios y se otorgara a las autoridades de la empresa más libertad en los cambios y designaciones del personal. Los representantes de los trabajadores rechazaron la propuesta presidencial y presentaron un contraproyecto de reorganización que no contemplaba reducir la planta, y de nuevo proponía dar a los trabajadores el peso decisivo en el consejo directivo de Pemex y la responsabilidad para devolver la salud financiera a la empresa. En julio, la dirección de la empresa presentó a las autoridades del trabajo una demanda contra el stprm por considerar que se había llegado al punto de un conflicto de orden económico;

en noviembre, las autoridades fallaron contra el sindicato —como dos años y medio antes lo habían hecho contra las empresas extranjeras— y otorgaron a la empresa facultad para despedir parte del personal recién contratado. No se consiguió así disminuir personal como lo deseaba la gerencia de Pemex, pero sí terminar en definitiva con el proyecto de una administración obrera en la industria petrolera. La decisión de las autoridades del trabajo provocó gran descontento en el sindicato petrolero, que se manifestó, entre otras cosas, en paros ilegales entre los trabajadores del Distrito Federal. A causa de las tensiones, renunció el director de la empresa distribuidora, el profesor Jesús Silva Herzog, justamente uno de los autores del dictamen de los expertos favorable a los obreros, que llevó al choque abierto con las empresas extranjeras en 1937 y 1938. El fin del sexenio cardenista no significó ningún cambio en las dificultades entre empresa y sindicato; todo lo contrario. Las amenazas de paros y paros efectivos continuaron; en 1941, el presidente Ávila Camacho decidió enviar tropas a Poza Rica para asegurar el funcionamiento normal de campo tan estratégico. De nueva cuenta, la oposición de la ctm a la huelga (ésta era medio para que la posición del stprm se impusiera) fue elemento importante para forzar al sindicato petrolero a mantenerse atrás de la raya del enfrentamiento abierto con el gobierno. La ctm argumentó que una huelga petrolera —en las condiciones internas y externas de México— sólo serviría a los intereses de las potencias nazifascistas y, por lo tanto, sería una traición a los intereses de la clase obrera. A causa de las constantes diferencias entre el gobierno y los trabajadores de Pemex, el primer contrato colectivo en esa industria se firmó en 1942, cuatro años después de la expropiación. La firma del contrato no significó el fin de las tensiones entre sindicato y gerencia de Pemex. Justo al iniciarse el gobierno de Miguel Alemán, la tensión llegó a su punto culminante. El sindicato inició entonces —el 19 y 20 de diciembre de 1946— un movimiento de huelga en Poza Rica y en la refinería de Azcapotzalco, para intentar recuperar, en ese momento de transición política nacional, el terreno perdido desde 1939; pero el stprm descubrió que no era fácil deshacer la relación de dependencia establecida con el gobierno. El presidente ordenó al ejército ocupar las instalaciones petroleras e impedir que la huelga se llevara a cabo. Tras la intervención, el nuevo gerente de Pemex, Antonio J. Bermúdez, con el apoyo total de la presidencia, ordenó la expulsión de medio centenar de líderes —entre ellos todos los miembros del comité ejecutivo del stprm—, demandar ante las autoridades del trabajo la cancelación del contrato colectivo e iniciar de nueva cuenta los procedimientos para declarar el conflicto de la empresa con sus trabajadores uno de orden económico, pues decía Bermúdez que si Pemex continuaba siendo una empresa deficitaria, se debía a que la planta de trabajadores no había disminuido (en 1946 había llegado a 26000). Las grandes centrales obreras, la ctm y la crom, apoyaron de nuevo a la empresa contra su sindicato; los petroleros quedaron aislados y enfrentados a la represión, y sus directivos consideraron que lo más prudente era dar marcha atrás. Fue así como, en junio de 1947, la empresa y el sindicato llegaron a un acuerdo, sin que las autoridades del trabajo tuvieran que decidir si procedía calificar al conflicto entre obreros y empresa como económico. Durante dos años, este acuerdo tuvo la fuerza de un contrato colectivo. El acuerdo preveía, entre otras cosas, un aumento salarial de 15%, pero también el establecimiento de comisiones para estudiar la modificación de las 30 cláusulas del contrato colectivo —que la nueva administración encontraba inaceptables—, disminución del personal de confianza y temporal, pero más libertad de la gerencia para transferir el personal a donde lo considerara conveniente. Todavía hubo brotes esporádicos de tensión y violencia antes de que se estableciera en definitiva un modus vivendi entre gobierno, empresa y trabajadores, pero la iniciativa política en torno a la naturaleza futura de la empresa quedó por completo en manos de la gerencia de Pemex. Antes de cerrar esta parte de la historia de Pemex, conviene sintetizar lo que fue uno de los puntos centrales en el conflicto entre empresa y sindicato además del control sobre Pemex: el aumento acelerado de la fuerza de trabajo. En el momento de la expropiación, los trabajadores de las empresas extranjeras eran poco menos de 16000; ocho años más tarde ascendían —como dije arriba— a 26000, pese a que hasta entonces la producción C O N T I N Ú A E N L A P Á G I N A 1 9 E

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Fotografía: E N C UA N TO F U E P O S I B L E O B T E N E R D E N U E VO C O M B U S T I B L E , LO S AU TO M OV I L I S TA S S E A P R E S U R A R O N A R E A B A S T E C E R S U S V E H Í C U LO S , E N L A E X P R O P I A C I Ó N D E L P E T R Ó L E O . 1 9 3 6 - 1 9 3 8

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Tenemos en revisión Canto a un dios mineral. El petróleo mexicano en la narrativa, un original estudio de la presencia del hidrocarburo en la prosa literaria de mexicanos y extranjeros. En sus páginas Negrín recorre lo que autores como Jack London o B. Traven, entre los foráneos, y Mauricio Magdaleno o Héctor Aguilar Camín, entre los locales, han escrito sobre el bituminoso oro que a la vez contamina y enriquece

A RTÍ C U LO

Waugh en Petrolandia EDITH NEGRÍN

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l concurso más reñido del mundo sería elegir la página más racista y despectiva que se ha escrito sobre nosotros” —sobre nosotros los mexicanos, por supuesto—, se quejaba José Emilio Pacheco en 1984. El poeta y crítico evocaba la famosa afirmación de Graham Greene, escrita en 1938, y ratificada cuarenta años más tarde: “Odio a México”. En efecto, habría muchas páginas en la línea que comienza en la incomprensión, pasa por la antipatía, el desprecio, la inquina, hasta llegar al aborrecimiento de México, en las plumas de autores extranjeros; el especialista José N. Iturriaga, da cuenta de cerca de tres decenas, a lo largo de la historia. Sin duda un candidato de peso en el hipotético certamen es un escritor inglés, contemporáneo y amigo de Greene, Evelyn Waugh, que vino a México en 1938 a escribir por encargo un texto contra la expropiación cardenista del petróleo. Robbery Under Law se publicó en 1939. Para el especialista en viajeros anglosajones D. Wayne Gunn, se trata del libro “más irritante acerca de México escrito por un autor



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sumamente respetado”. La peculiar personalidad de Evelyn Waugh, tanto como las circunstancias que dieron origen a este supuesto relato de viaje, permiten explicarlo.

LOS MOTIVOS DE EVELYN Carlos Fuentes afirma, en Nuevo tiempo mexicano, que el novelista británico no estuvo en México para escribir su libro: “nunca fue más lejos del banco londinense donde cobró su cheque”. Se equivocaba; la estancia del sardónico autor en nuestro país ha sido bien documentada por sus biógrafos. En mayo de 1938, Evelyn Waugh había viajado a Budapest, enviado por The Catholic Herald, para cubrir un Congreso Eucarístico con motivo del noveno centenario de san Esteban, el patrón de Hungría. Aunque detestaba las multitudes, en la capital húngara experimentó con fruición la multitud de correligionarios de todas las edades y clases sociales, procedentes de diversos países, unidos por una fe universal. Este antecedente interesa, pues uno de los pocos pasajes positivos del posterior relato sobre México, fue la emoción similar que el escritor experimentó en la Catedral. Precisamente antes de partir para Hungría, le escribió a su agente Augustus Detlof Peters que “un

tipo muy rico” le pedía escribir un libro sobre México y estaba dispuesto a financiarlo. El tipo era Clive Pearson, hijo del ingeniero Weetman Pearson, el primer lord Cowdray. Weetman Dickinson Pearson había sido el protagonista principal de los negocios británicos en México durante el antiguo régimen, tan favorito del presidente que fue conocido como “el contratista de don Porfirio”. El empresario había adquirido minas y participado en la construcción del Ferrocarril de Tehuantepec, así como en las Compañías de Luz y Fuerza de varios estados, y en la instalación del drenaje de la Ciudad de México. En 1908 había fundado la Mexican Eagle Oil Company, la perforadora de petróleo más exitosa de la nación, conocida simplemente como El Águila. Hacia 1920 era el segundo productor petrolero en el mundo. Clive Pearson durante la Gran Guerra había supervisado el abastecimiento de combustible; sabía que el hidrocarburo había sido un elemento fundamental para la victoria de los aliados. Ante la posibilidad de que en la inminente segunda conflagración el Mediterráneo pudiera estar cerrado, el mineral mexicano cobraría una enorme importancia. La nacionalización del petróleo, que había deteriorado la relación entre las compañías inversionistas y el gobierno de México,

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WAUGH EN PETROLANDIA

amenazaba los intereses de Pearson. El magnate ordenó al escritor que el proyecto del libro se mantuviera en secreto y pasara por su supervisión; a cambio, sus agentes proporcionaría al viajero la información necesaria sobre el país que visitaría. Evelyn Waugh, por su parte, deseaba conocer México, pues se había interesado mucho en la persecución de los católicos durante la guerra cristera. Además veía en la propuesta de Pearson la posibilidad de unas vacaciones pagadas para él y su segunda esposa, Laura, con la que había contraído matrimonio en 1937. Así, en agosto de 1938 los Waugh viajaron primero a Nueva York, donde padecieron una ola de calor; luego se embarcaron hacia Veracruz y de ahí, por tren, se transportaron a la capital, donde encontraron alojamiento en el cómodo Hotel Ritz. Era la primera vez que venían a América; regresaron a Inglaterra a finales de octubre. A propósito del viaje de Waugh a México no puede dejar de mencionarse a otro escritor inglés con quien el autor de Un puñado de polvo tenía no sólo amistad sino afinidades profundas. En la primavera de 1938, vino a México Graham Greene, y escribió sus impresiones en artículos que más adelante se publicaron en volumen, bajo el título de Caminos sin ley. Y es sabido que este viaje fue asimismo el germen de dos relatos, y de la extraordinaria y polémica novela El poder y la gloria. Waugh leyó los ensayos de su correligionario y reseñó el libro en Spectator, el 10 de marzo de 1939. Se trataba de una lectura —explica— muy personal; la obra le había generado cierta inquietud, pues durante el viaje su querido Greene había atravesado por momentos heroicos, en tanto que la jornada de los Waugh había sido definitivamente doméstica. Recuerda la expedición de su colega como “desgarradora”, mientras que en su caso “los peores sufrimientos de los que puedo jactarme provinieron de las chinches en la cama de dos hoteles de lujo”. La vida de estos escritores está marcada por su conversión al catolicismo en la edad adulta; comparten también una visión profundamente pesimista de la humanidad. La diferencia más profunda entre ellos es que en tanto Greene es capaz de solidarizarse con los marginados —personas y países—, Waugh los detesta. No entro en un tema comparativo que ha sido ya objeto de múltiples análisis, sólo menciono alguna coincidencia entre ellos en lo que respecta a México. Al nombrar su libro Robbery Under Law —traducido al español como Robo al amparo de la ley—, Waugh hace de la palabra ley, al igual que Greene, el centro significativo del título. Dos viajeros experimentados y amantes de escribir sobre sus expediciones sienten un intenso desasosiego en un territorio donde la legalidad es inexistente o funciona para cobijar transgresiones a normas que ellos consideran universales. La incomodidad de ambos reactualiza el antiguo enfrentamiento entre la civilización que los narradores estaban convencidos de representar, y la barbarie, constituida por supuesto por nuestro lacerado país y sus primitivos habitantes, nosotros. Ciertamente, con las tensiones agudizadas por las dificultades entre el gobierno mexicano y las compañías petroleras extranjeras, la ruptura de relaciones diplomáticas con Inglaterra no resultaba agradable ser “un gringo” en el México de 1938, observa Wayne Gunn. Podemos comprender que la aversión a nuestro país por parte de Greene y Waugh tiene que ver con la situación de la Iglesia. Sin embargo, a nuestros ojos no deja de ser molesto su énfasis en el salvajismo de los habitantes de México, como si la historia de su imperio hubiera carecido de brutalidad.

EL LIBRO DEL VIAJE De vuelta en su país, Evelyn Waugh elaboró su ensayo en una época de dificultades económicas y problemas familiares; además el proceso de escritura, dado el carácter propagandístico del texto, le aburría. Lo entregó en abril de 1939 y el libro apareció ese mismo año como Robbery Under Law, con el sello de Chapman and Hall. Lleva también el subtítulo de The Mexican Object-Lesson [Lección práctica sobre México], que proclama su actitud de condescendiente instructor. El texto de Evelyn Waugh debía aparecer, pues, como un relato de viajes que cumpliera con la misión mercenaria de atacar la expropiación petrolera y defender a la Mexican Eagle. En forma inevitable, el libro expresaría asimismo su auténtica preocupación religiosa. Se propuso cumplir sus fines mediante un texto que combinara la crónica anecdótica de los relatos viajeros con una síntesis de la historia, la política y la

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cultura mexicanas para cimentar sus tesis. No estaba preparado para este último ambicioso cometido, no sólo por lo breve de su estancia —dos meses—, sus apresuradas lecturas sobre el país y su mínimo uso del español, sino por lo arraigado de sus prejuicios. Deja bien clara su posición ideológica: vino a México siendo “conservador”, y lo que vio confirmó sus opiniones.

UN GOBIERNO RATERO En los primeros capítulos, el novelista se refiere con frecuencia al gobierno de Lázaro Cárdenas. Cuando llega al capítulo iv, “El petróleo”, ya ha constituido su panorama del contexto de la nacionalización. Hace hincapié en que se trata de un momento histórico en el cual los obreros habían obtenido tantas ventajas y protección legal que se había hecho imposible, para nacionales y extranjeros, emprender negocios: “ser patrón en México es volverse un proscrito”. Desde su óptica, la decadencia de México “se consumó gracias a los disturbios obreros y revolucionarios que aún lo degradan diariamente”. Al principio, el escritor quería llamar a su libro “Gobierno ratero” —Pickpocket Government—, pero este título fue rechazado por Pearson. En plática con un guía del museo nacional, habla de la expropiación. Minimizar el acontecimiento, desde su mirada europea cuando afirma que “si bien para los mexicanos sólo había un asunto de relevancia internacional, para el gobierno británico había cientos”. Por lo que hace al público, “los ingleses sensatos tenían otras cosas en qué pensar además de México en el verano de 1938”. Sin embargo, admite que en su país “una ruidosa minoría, inclinada a la política”, simpatizaba con el “vocabulario del Left Book Club” de los mexicanos. El centro de la controversia de Waugh contra la expropiación es, como proclama el título del libro, la ilegalidad del acto. Enfatiza el respeto a la ley, pues ésta “es la supervivencia de una edad anterior y de otra concepción de la sociedad […] Era la sabiduría y moralidad de la gente”. En tanto que “en la actualidad la ley es una mera formulación de los caprichos del partido en el poder”. Y en México el problema se agrava pues “cualquier rufián puede llegar al poder, gobernar por decreto y arrogarse, mediante sus nombramientos y despidos, un tribunal que dará a sus decretos la interpretación que una urgencia requiera”. De ahí el carácter indiscutible de hurto que tiene la nacionalización del mineral. Sintetiza el decreto cardenista que confiscó las propiedades de las compañías extranjeras, las cuales “representaban a accionistas ingleses, alemanes, estadunidenses y otras extranjeras” el 18 de marzo de 1938. Transcribe partes de los mensajes intercambiados entre la cancillería británica y el gobierno mexicano, que culminaron en la ruptura de relaciones diplomáticas el 13 de mayo. Por ejemplo, cita una de las misivas oficiales, a nombre de “Su Majestad en el Reino Unido”, fechada el 8 de abril, donde se protesta contra los fallos de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje y la Suprema Corte de Justicia mexicanas sobre el conflicto entre las compañías petroleras y los trabajadores. Los fallos coincidían en dar por rescindido el contrato de trabajo de los obreros, ante la negativa de las empresas a cumplir demandas fundamentales. En la parte inserta por el escritor se afirma que en los fallos “pruebas judiciales fueron excluidas sin decoro, consideradas inadecuadas y rechazadas arbitrariamente y sin justificación”. En forma complementaria, y como de pasada, Waugh subestima a las comisiones que emitieron los fallos: “los mexicanos son abogados avispados; se pusieron a trabajar en el caso con efusión, como glotones en un banquete”. Su argumentación, en el resto del capítulo, parece haberse propuesto proporcionar las pruebas excluidas, y cuestionar la veracidad de las afirmaciones presidenciales en el decreto expropiatorio. Una premisa que orienta la argumentación de Waugh es que toda nacionalización del mineral, en cualquier parte del mundo, es un error, porque se trata de “un bien internacional”, “esencial en casi todas las ramas de la vida civil” y “fundamental en época de guerra”. Arguye que por “un extraño acto de caridad de la providencia”, las naciones con disposición para la guerra carecen del suficiente combustible, en tanto que —a excepción de Rusia y los Estados Unidos— los países que poseen petróleo son pequeños, sin capacidad propia para las tareas de exploración, extracción, refinado y comercialización. Estas actividades sólo pueden ser desempeñadas con eficiencia por consorcios internaciona-

les que de cualquier forma enfrentan grandes riesgos, a veces pérdidas. Así ha ocurrido y así debe permanecer. Descarta las historias en boga acerca de que los lugareños pobres habían sido despojados: “los relatos de modestos granjeros y aldeanos indios que de la noche a la mañana se descubren infinitamente ricos son material romántico que dramaturgos y guionistas han explotado en abundancia; pero la verdadera historia de la industria del petróleo se ha escrito con arduas e incesantes exploraciones financiadas por compañías que pueden absorber las pérdidas gracias a sus enormes y ocasionales ganancias en otro sitio”. En cuanto al caso mexicano, reitera que los británicos recibieron toda clase de estímulos de los diferentes gobiernos, para explotar el petróleo, y “padecieron bastante para satisfacer todos los requisitos legales de derecho”. Reivindica la actuación del fundador de la Mexican Eagle, Weetman Pearson: “estaba muy lejos de ser el mezquino aventurero que, en la imaginación popular, busca hacer fortuna entre los pueblos atrasados. De hecho, él era la figura más sobresaliente del desarrollo mexicano, sólo superado por el presidente en importancia y reputación”. El futuro lord Cowdray vino a México por invitación del primer mandatario en 1889, con el propósito de trazar el “Gran Canal mexicano”. Ya para entonces era “uno de los ingenieros más connotados de la época […]; había realizado con éxito obras de ingeniería en muchas partes del mundo, y un hombre con una fortuna personal cuantiosa”. En la actualidad, el desempeño de Pearson ha sido bien documentado por investigaciones posteriores, como la de Priscilla Connolly, por cierto británica. Ella comprueba que los contratos del empresario con el gobierno mexicano no sólo constituyeron el eje principal de la acumulación originaria lograda por su constructora, sino el punto de arranque para diversificar sus intereses económicos. Waugh relata cómo entre 1902 y 1910, hasta que se descubrió el pozo Potrero del Llano 1, el empresario trabajó sin ganancias. Cómo actuó siempre dentro de la legalidad, pese a lo confusos que son los registros mexicanos de tenencia de la tierra. Cómo fue objeto de variados intentos de fraude. El cronista cita, para refutarlos, ejemplos de discursos de Lombardo Toledano y Cárdenas, “la oratoria que incendió a México en la época de la expropiación”. Por ejemplo, se refiere a la denuncia de los ataques a los gobiernos legítimos, por parte de las guardias blancas pagadas por las compañías petroleras. Al respecto, sostiene que “cuando todo el país se entregó a las bandas guerrilleras, al saqueo, al arrasamiento y a la masacre, [ellas] armaron a sus hombres para defender la vida, su hogar y las propiedades de la compañía”. Está convencido de que las empresas llegaron a México “cuando era un país próspero y estable; los revolucionarios lo llevaron a la ruina; arrasaron una tras otra sus antiguas fuentes de bienestar excepto el petróleo, que las compañías se encargaron de mantener”. Sobre las alzas salariales y las prestaciones exigidas por los obreros, el escritor afirma que las compañías “pagaban salarios elevados”; pero los trabajadores “lo gastaban a la usanza mexicana, en diversiones burdas” —cantinas y prostíbulos—. Las empresas quisieron mejorar las condiciones sanitarias de sus hombres, pero se les impidió. Cita el fragmento del mensaje radial de Cárdenas a la nación, el 18 de marzo, donde el mandatario denuncia “la persistente aunque indebida intervención de las empresas en la política nacional”. A esto replica que la conducta política de la Mexican Eagle era más censurable por “haber intervenido muy poco” que por haberlo hecho en exceso. Si las compañías hubieran creado un asentamiento modelo, responsabilizándose de los trabajadores toda la vida, cuidando de su educación, salud y entretenimientos, ofreciéndoles bibliotecas que los harían virtuosos y donde habría hospicios para los jubilados, los campos petrolíferos se separarían de alguna manera del país y los mexicanos patriotas se enfurecerían. El novelista se regodea en el imaginario sitio al que nombra “Petrolandia”, donde habría un santuario Doheny y un monumento al embajador Wilson. Si tal sitio existiera, sin duda habría muchos mexicanos solicitando la ciudadanía “petrolense”, para dejar el oscurantismo y entrar al progreso del siglo xx. Pero las empresas no idearon tal lugar; dejaron el destino de los mexicanos en manos de sus gobernantes, quienes están convencidos de que pueden obtener el progreso mediante el despojo. Para ellos, la riqueza sólo puede ser resultado del robo. C O N T I N Ú A E N L A P Á G I N A 1 9 E

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Fotografía: LO M I S M O J OYA S Q U E G A L LO S Y G A L L I N A S S I R V I E R O N PA R A C O N T R I B U I R A L PAG O D E L A D E U DA P E T R O L E R A . U N O D E LO S C O M I T É S F E M E N I N O S E N L A E N T R E G A D E D O N AT I VO S ( 1 2 D E A B R I L) , E N L A E X P R O P I A C I Ó N D E L P E T R Ó L E O . 1 9 3 6 -1 9 3 8

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Ya está en circulación el que —por su inusual mezcla de argumentos técnicos, por la experiencia administrativa y política de su autor, por su amplitud temática— tal vez sea el libro más importante para entender la encrucijada energética en nuestro país: en La industria petrolera mexicana. Estrategias, gobierno y reformas Adrián Lajous reúne lo que ha escrito en las últimas décadas sobre la materia

FRAGMENTO

Un “observador interesado” y nuestra industria del petróleo F R A N C I S C O X AV I E R S A L A Z A R D I E Z D E S O L L A N O

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s imposible disociar un libro de su autor. Para entender plenamente una obra como La industria petrolera mexicana. Estrategias, gobierno y reformas es necesario saber quién es su autor y con qué autoridad se dirige a sus lectores. Por esta razón, quiero dedicar unos párrafos a la persona de Adrián Lajous, ampliando y contextualizando lo que se señala en el prefacio del libro. Pocas personas conocen tanto de la industria petrolera mexicana como él. Son todavía menos las que lo conocen desde varias perspectivas: la del funcionario público, la del director de Pemex, la del consultor privado, la del inversionista, la del analista y la del investigador. Como servidor público estuvo involucrado por más de dos décadas en los temas energéticos, incluyendo alrededor de un lustro como director de la principal empresa del Estado. Pocas personas pueden igualar ese récord. Pero además de este conocimiento de la industria desde el sector público, está el del que él llama el “observador interesado”, es decir, el que desarrolló en el sector privado. Y como si lo anterior no fuera suficiente como para poder opinar con autoridad en la materia, se ha desempeñado también como investigador y miembro de varias instituciones de corte académico y analítico. En este contexto, hace siete años, Adrián fundó el Coloquio de Política Energética, un espacio de reflexión sobre el sector energético mexicano y sus políticas públicas, donde, por cierto, pudimos conocer, comentar y discutir sobre varios de los ensayos que ahora le dan vida a su libro. La industria petrolera mexicana es una obra que compila una serie de ensayos acerca del sector energético en nuestro país pero especialmente sobre su in-

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dustria petrolera. La forma en la que se les ha organizado para darles continuidad y congruencia con el título es dividiéndolos en cuatro secciones. La primera trata sobre las estrategias que Pemex ha implementado —o dejado de implementar— desde finales del siglo pasado y hasta recientemente. La segunda sección contextualiza dichas estrategias con el entorno internacional en el que se ha desarrollado la industria durante los últimos años; esta sección también prepara el campo de análisis para el resto del libro. La tercera sección trata de la gobernanza de la industria, lo que embona muy bien con la última parte del libro, dedicada a las reformas que se han llevado a cabo en el sector energético mexicano. Podemos resumir en pocas líneas el argumento de gran parte de la obra citando algunas líneas del que yo considero el principal ensayo de la primera sección: “Evolución y perspectivas de la producción de petróleo y gas natural”. Tras un subtítulo sugerente, “Enigmas petroleros”, dice el autor: “La industria petrolera mexicana enfrenta una coyuntura crítica. El colapso de la producción de Cantarell asestó un golpe contundente a la estrategia de exploración y producción de Pemex. Ante este hecho, la empresa y el gobierno reaccionaron, en primera instancia, negando la realidad. Pemex ha respondido con una estrategia paradójica de exploración y producción cuyas metas hasta ahora tuvieron una vida efímera. Sus directivos cometieron tres errores estratégicos fundamentales: perdieron el control del proceso de declinación de Cantarell, intentaron incrementar de manera prematura la producción de Chicontepec y privilegiaron la exploración en aguas ultraprofundas, sin la preparación requerida, desatendiendo alternativas con mayor viabilidad a corto y mediano plazos. A su vez, las autoridades malograron una reforma petrolera que poco ha contribuido, hasta ahora, a enfrentar los serios problemas de go-

bierno de dicha industria y a administrar el declive de la producción”. Sobre las estrategias fallidas a las que se refiere Adrián me gustaría abundar. Comenzaré con el tema de Cantarell. Al respecto, más que referirme a su declinación, quiero enfocarme en un problema colateral: el venteo a la atmósfera de grandes cantidades de gas natural así como de su contaminación con gas natural. Le dedico tiempo a esto porque, además de ser algo que conozco de cerca como regulador de la industria del gas, me parece que describe bien el típico problema que no tenía por qué haber ocurrido. En el ensayo denominado “El ocaso de Cantarell”, Lajous explica las razones que llevaron a que Pemex, en aquel entonces encabezado por él, decidiera inyectar gas natural en este yacimiento supergigante. Dice: “Para mantener la presión de los yacimientos de Cantarell se consideró la opción de inyectarles gas natural o nitrógeno. La recuperación final esperada con ambos fluidos era muy similar, aunque marginalmente mayor sí se utilizaba gas natural. Sin embargo, en términos de su beneficio económico, la inyección de nitrógeno era una alternativa más atractiva, porque su costo era menor”. Cabe mencionar que varias personas, especialmente ingenieros retirados de Pemex, cuestionaron esta estrategia señalando que el nitrógeno podría contaminar el gas. Para evitar el problema se planteó que se instalarían plantas desnitrogenadoras. Por eso, continúa el autor, “Aun al incorporar el costo de eliminar el contenido de nitrógeno de la corriente de gas producido en Cantarell, la diferencia [de costos] es enorme. El argumento económico fue claro”: el costo de oportunidad de inyectar gas en lugar de nitrógeno era la importación adicional de gas. Más adelante, explicando las razones de la declinación del campo después de 2004, se nos empieza a describir una tragedia: “La creciente extracción de gas y de nitrógeno del yacimiento afectó la presión del mis-

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UN “OBSERVADOR INTERESADO” Y NUESTRA INDUSTRIA DEL PETRÓLEO

mo. Igualmente, la mayor cantidad de agua congénita que se producía con el crudo incidió sobre su calidad […] La respuesta institucional a estos desarrollos fue tardía e insuficiente […] Por ejemplo, la licitación, construcción y puesta en marcha de la planta eliminadora de nitrógeno sufrieron retrasos importantes. La fecha de arranque originalmente prevista era diciembre de 2006. Esta planta fue inaugurada por el presidente Calderón el 18 de marzo de 2008, pero sólo logró iniciar parcialmente operaciones en diciembre del mismo año”. Por lo que toca a la segunda estrategia fallida, en el ensayo “Estimaciones de las reservas de hidrocarburos de Chicontepec” Lajous comienza describiendo esa actitud recurrente de inflar datos por parte de Pemex, actitud que se aborda en detalle en los ensayos “Evolución y perspectivas de la producción de petróleo y gas natural” y “Prospectiva petrolera a 2025”: “La cuantificación de las reservas de Chicontepec siempre ha sido fuente de controversia. En 1978 Pemex contabilizó como reservas probadas la suma de las estimaciones de reservas probadas, probables y posibles realizadas por la empresa DeGolyer & MacNaughton, deduciéndoles sólo el honesto 10%. Esta falsificación permitió duplicar las reservas probadas de México. Más recientemente, las estimaciones de las reservas de Chicontepec elaboradas por Pemex han discrepado de las de sus certificadores […] La falta de transparencia en Chicontepec sólo se explica en función de cierta atmósfera política que induce a funcionarios a confundir aspiraciones con metas, a cumplir formalmente con ellas aunque no sean razonables y a sólo aportar buenas noticias respecto al desempeño del área bajo su responsabilidad”. En el ya multicitado ensayo “Evolución y perspectivas de la producción de petróleo y gas natural”, Lajous dice lo siguiente: “Es difícil comprender la estrategia seguida por Pemex en Chicontepec. La empresa comenzó un agresivo programa de perforación de pozos sin un entendimiento adecuado de las características y la dinámica de los yacimientos; decidió aprender haciendo —learning by doing—, sin la base previa de conocimientos del subsuelo requerida, ni un conjunto de soluciones a problemas latentes previamente identificados. Experimentó a una escala inaceptable, sin contar con un diseño de control definido, y fijó de manera prematura objetivos de producción cuando la prioridad inequívoca era la generación de conocimientos. La perforación masiva de pozos, sin antes precisar el modelo de desarrollo de los yacimientos, ha tenido un costo elevado; la ejecución misma del proyecto adoleció de fallas de coordinación entre la perforación de pozos y la construcción y puesta en marcha de instalaciones superficiales. La secuencia de actividades emprendidas respondió a las presiones que ejercía el desplome de la producción de Cantarell y a una falta inaceptable de disciplina empresarial. Pemex no supo equilibrar las exigencias de un rápido crecimiento de la producción con los requisitos de un desarrollo sostenido de largo plazo. Una larga serie de decisiones apresuradas desembocaron en un fracaso palpable”. Al abordar el tema de aguas profundas, la tercera estrategia fallida, Lajous empieza la discusión sobre la participación del sector privado en las actividades de exploración y explotación de hidrocarburos. Pero no porque Adrián lo quiera plantear así, sino porque fue en estos términos como se planteó el debate que dio lugar a la reforma de 2008. En el mismo ensayo señala lo siguiente: “Pemex ha reconocido su falta de experiencia en aguas ultraprofundas y es difícil pensar que el limitado trabajo exploratorio que actualmente realiza en aguas de menos de 1000 metros le dará la experiencia necesaria y suficiente para abordar un programa en aguas ultraprofundas de la escala y complejidad como el que ahora se propone, lo que la obliga a tener que asociarse con empresas que cuentan con la capacidad y experiencia del caso. ”Sería importante comprender mejor el proceso de toma de decisiones que llevó a la ratificación de la estrategia de exploración en aguas ultraprofundas y a la contratación de las plataformas mencionadas […] La extraordinaria audacia —y posible ingenuidad— de quienes tomaron estas decisiones plantea un verdadero enigma. Pemex se lanzó a un programa de exploración para el cual no contaba con los recursos técnicos necesarios, la regulación requerida y el apoyo externo indispensable […] Pemex no tiene la capacidad técnica, organizativa y de gestión, como tampoco los recursos humanos altamente calificados […] sus carencias serán aún mayores en la medida que las actividades de exploración sean exitosas, dado que el desa-

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rrollo de campos entraña recursos humanos y técnicos más cuantiosos.” Más adelante afirma: “El papel principal que hoy tienen las grandes empresas petroleras es la administración de riesgos: geológicos, económicos, de ejecución de proyectos complejos de gran dimensión, de precios de los hidrocarburos y de carácter crediticio. Los proyectos en aguas profundas y ultraprofundas se caracterizan precisamente por sus altos riesgos y elevados costos de inversión […] Es insuficiente aludir a la necesidad de establecer algún tipo de asociación con posibles inversionistas o proponer vagas alianzas estratégicas […] Además, existe la posibilidad de que sólo resulten eficaces mecanismos contractuales que presuponen cambios constitucionales”. Esta afirmación que hacía Lajous en 2010 se validó posteriormente con la reforma constitucional de 2013. Continúa: “La principal restricción a la que se alude cuando se propone la apertura de la industria petrolera a la inversión extranjera es de carácter tecnológico: el país no cuenta con la tecnología requerida y sólo podrá tener acceso a ella por medio de las empresas petroleras internacionales. Este diagnóstico es equívoco e insuficiente […] Tampoco reconoce que la principal restricción a la que Pemex está sujeto es su capacidad de gestión —de management—, la cual es

“La reforma aprobada no logró dar un claro sentido de dirección a la industria petrolera [...] Fue el producto de intensas negociaciones entre los principales partidos políticos, que se realizaron en un vacío conceptual". más difícil de transferir que la tecnología, por lo que tiene que ser desarrollada localmente”. Esto último que señala Lajous es fundamental: el principal problema de Pemex no es la insuficiencia de recursos sino su limitada capacidad de gestión. Pero dejemos los temas del upstream y abordemos otros que también son objeto del libro. Comienzo por el de la refinación. En “El futuro nos alcanzó: notas sobre el cambio energético de Norteamérica”, Lajous hace un buen resumen de la realidad de esta industria: “En 2012, Pemex Refinación arrojó una pérdida neta de 142 000 millones de pesos, a pesar de los altos márgenes de refinación en el mercado del Golfo […] En estas circunstancias, distribuir culpas por el desastroso manejo y operación se ha vuelto una práctica recurrente. Éstos se atribuyen a una subinversión crónica, errores estratégicos en la asignación de recursos, baja utilización de la capacidad instalada de plantas de procesamiento importantes, frecuentes paros no programados, mantenimiento insuficiente y deficiente, adquisición de bienes y servicios indispensables inadecuada, obsolescencia tecnológica, arreglos sindicales disfuncionales, cuadros gerenciales incompetentes e indolentes, elevada intensidad energética de las refinerías, así como precios de insumos y de productos arbitrarios, entre muchas otras causas. Asimismo, la falta de capacidad de ejecución ha rezagado proyectos, elevado sus costos e inducido errores imperdonables. Los costos logísticos y de distribución de productos se han elevado debido a prácticas monopólicas en el transporte y a falta de capacidad de ductos y terminales, así como por diversas mermas. Frente a todo este desastre, en “Los dilemas de la industria de refinación”, escrito en 2007, Lajous describía los argumentos que justificaban una reforma como la que recientemente aprobó el Congreso: “Un nuevo marco regulador, con reglas del juego explícitas y equitativas, haría posible el tránsito de un mercado monopólico a uno de competencia regulada. La alta dependencia de las importaciones de gasolina facilitaría la introducción de la competencia en este mercado.

Actualmente Pemex es el único suministrador de gasolina en el mercado nacional. Su monopolio abarca tanto las actividades manufactureras como las logísticas y las comerciales, por lo que la empresa estatal está obligada a garantizar el suministro. Un régimen de precios competitivos y la eliminación del requisito previo de importación permitirían a proveedores calificados abastecer en forma directa a las estaciones de servicio, inicialmente en las costas y en las fronteras y, más adelante, al desarrollarse la infraestructura, en los grandes mercados del interior. La pérdida de mercado que sufriría Pemex Refinación no afectaría sustancialmente sus resultados, dados los estrechos márgenes que actualmente percibe por almacenar, transportar y distribuir la gasolina importada […] El marco regulador puede también contribuir a modular la participación de mercado de Pemex, con lo que se garantizaría que su reducción fuera gradual y que no se desplazara producción de origen nacional”. Pero antes de que se aprobara la reforma que recoge estas ideas, en 2008 se intentó avanzar con una propuesta de modificaciones a la legislación secundaria. No obstante, la propuesta y lo que se aprobó entonces quedaron muy lejos de lo que se necesitaba, tal y como Lajous señala en varios de los ensayos del libro y en la sección dedicada al análisis de las reformas. Me remito como ejemplo a una de sus observaciones: “La reforma aprobada no logró dar un claro sentido de dirección a la industria petrolera, en el contexto más amplio y de largo plazo de la transición energética; tampoco definió con nitidez el papel que habrán de desempeñar los principales actores que la integran ni las reglas con las que operarán. Fue el producto de intensas negociaciones entre los principales partidos políticos, que se realizaron en un vacío conceptual […] La introducción de contratos incentivados fue un paso mesurado en la dirección correcta; en cambio, el fortalecimiento y la formalización del monopolio comercial de Pemex, así como la internalización y transferencia de controles gubernamentales a su consejo, constituyen dos firmes pasos atrás […] No se propuso liberalizar los mercados de productos petrolíferos y de gas natural y nunca se contempló la introducción de competencia en estos mercados finales”. En esta misma crítica se hace referencia a uno de los temas fundamentales que se abordan en la sección dedicada al gobierno de la industria y que da nombre a uno de sus ensayos, el de “Las comisiones reguladoras de energía y de petróleo”. Señala el autor: “Uno de los aspectos más decepcionantes de la reforma petrolera fue la decisión de mantener entes regulatorios débiles. En el caso de la Comisión Reguladora de Energía no se le otorgó responsabilidad sobre el proceso de formación de precios de productos petrolíferos como la que tiene en materia de gas natural. Esta responsabilidad se mantuvo básicamente en la Secretaría de Hacienda. A su vez, la Comisión Nacional de Hidrocarburos, de reciente creación, carece de poderes regulatorios. Por ahora es básicamente un cuerpo asesor de la Secretaría de Energía. En ambos casos, las comisiones no fueron dotadas de los recursos que requieren para cumplir con su objeto y las autoridades se negaron a darles la autonomía de gestión y financiera, que son un prerrequisito de su independencia”. Más adelante Lajous afirma: “México necesita depurar, ordenar, renovar y hacer más eficaces los patrones de participación del Estado en la economía. En la industria petrolera se tiene que complementar y suplir la intervención directa que realiza por medio de su empresa estatal y de la administración gubernamental con los instrumentos indirectos que aporta la regulación económica. No se trata de reducir el ámbito de acción del Estado. Lo que se necesita es fortalecer y expandir la capacidad estatal para intervenir de manera más eficaz. Por este motivo la regulación se ha convertido en la forma privilegiada de participación en las economías modernas y su ausencia es vista como un obstáculo a la modernización. No se puede avanzar en la liberalización de los mercados finales de energía sin la instauración de un sólido régimen regulatorio, pero la necesidad del mismo es independiente de una mayor participación privada en este sector”. Afortunadamente estos aspectos fueron abordados de manera correcta en la reforma reciente. Pero ¿y qué dio lugar a esta última reforma? Varias circunstancias, pero entre ellas una revolución en la industria energética en Norteamérica que pocos esperaban. La producción de gas y petróleo de lutitas cambió de manera profunda los balances energéticos de nuestros vecinos del norte. Esta revolución favoreció el debate sobre la necesidad de ir  C O N T I N Ú A E N L A P Á G I N A 1 9 E

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EXPLOTACIÓN TEMPRANA DEL PETRÓLEO EN MÉXICO Y EL MUNDO

EL NACIMIENTO DE EL ÁGUILA Y LA APOTEOSIS DEL IMPERIO, DE 1901 A 1910

EL CONFLICTO DE ORDEN ECONÓMICO Y LA EXPROPIACIÓN

E V I E N E D E L A PÁ G I N A 7  Para compensar el tiempo perdido, Inglaterra entró en actividad febril apenas se firmó la paz con los bóers: los Rothschild habían llamado a Deterding. Éste, que evidentemente lo había previsto todo, expuso su proyecto: la Royal Dutch seguiría siendo empresa privada, pero se convertiría en la única proveedora de petróleo del Imperio; tendría pleno apoyo de la diplomacia inglesa para obtener concesiones petroleras, con favorables condiciones, en otros países, y la flota británica protegería especialmente su comercio. Esto, por lo que se refería a obtener el petróleo, en general. Para afrontar una fase peligrosa del problema internacional entre Inglaterra y Alemania, que estaba convirtiéndose en agudo: el aprovechamiento de las riquezas del subsuelo de los países árabes, aconsejó Deterding que se organizara la empresa Concesiones Africanas y Oriental, Ltd., que, de pronto, con gran estupefacción de los alemanes, se convirtió en la Turkish Petroleum Gesellschaft, y la diplomacia británica llegó a un arreglo con Alemania: Inglaterra abandonaría su oposición al otorgamiento de concesiones turcas en territorios árabes a súbditos germanos, así como a la construcción del Ferrocarril de las bbb. Se organizaría una compañía mixta internacional (Inglaterra, Alemania, Turquía), cuyo capital se formaría aportando el 50 por ciento cada una de las dos potencias; mas como Turquía, por su parte, contribuiría con el petróleo de su subsuelo, las acciones al fin se distribuyeron en esta forma: Banco Nacional de Turquía, 50 por ciento; Alemania, 25 por ciento; Inglaterra, 25 por ciento. Y así se estabilizaron las cosas por algunos meses. Pero Deterding apeló entonces a un habilísimo agente suyo, a un eurasiático, al armenio Salustios Gulbenkian. ¡Y quién sabe cómo ocurriría, pero el Banco Nacional de Turquía vendió sus acciones a Gulbenkian!… y prácticamente la germánica Turkish Petroleum Gesellschaft tornó a ser la empresa británica Concesiones Africanas y Orientales, Ltd. Gulbenkian murió hace poco tiempo, en Inglaterra. Y no pobre, por cierto. Veamos cómo se desenvolvieron los tres aventureros ingleses más importantes enviados por la Foreign Office a buscar petróleo en el resto del mundo. Durante las guerras napoleónicas, Inglaterra, en 1802, había ocupado la isla de Trinidad, frente a las costas venezolanas, que era posesión de España, aliada de Bonaparte. Por pura distracción Inglaterra olvidó devolverla cuando España se convirtió en su aliada contra el Corso. Abundaban en Trinidad las manifestaciones de petróleo, de las que nadie había hecho caso hasta que no llamaron la atención de Walter Darwent, quien fracasó en su primera perforación, en 1868. Igualmente fracasaron, otra, en 1879, y una más en 1900. Después se suspendieron, pero ante la insistencia del Almirantazgo, se reanudaron en 1902, y al fin, en 1907, se logró la primera producción, aunque sin localizar el gran yacimiento. William Knox D’Arcy, que se aventuraba por el Cercano Oriente, logró, en 1901, que el shah de Irán (Persia) le otorgara concesión para buscar y aprovechar el petróleo por todo el territorio de su reino, mediante condiciones muy favorables para Inglaterra: cinco mil libras por una sola vez, y la promesa de moderadísima participación a Irán. A México había venido, a fines del siglo xix, un inglés, Burke, a quien impresionaron nuestras espectaculares chapopoteras de la costa del Golfo. Yo las vi veinticinco años después, y aseguro que eran muy impresionantes. Burke entusiasmó con su descripción al famoso imperialista británico Cecil Rhodes, y éste organizó la empresa London Oil Trust que, ¡gracias a Dios!, fracasó después de gastar 160000 libras esterlinas en perforaciones en México. Su heredera, la Mexican Oil Corporation, tampoco logró nada. Todos sus bienes gravitaron a Pearson, que fue el tercer aventurero.W

E V I E N E D E L A PÁ G I N A 9 principal de los riesgos y las responsabilidades. Como se verá más adelante, los riesgos “y, asimismo, las recompensas” eran significativamente mayores. Ahora bien, saber cuánto capital privado de Pearson se invirtió en su empresa de petróleo es difícil. Aun cuando sin duda es cierto que los costos de la exploración de petróleo excedieron los ingresos antes de 1910 y que Pearson perdió dinero continuamente en sus operaciones mexicanas relacionadas con esta nueva empresa hasta 1911, también resulta claro que los ingresos por sus otras actividades, incluidos los contratos de obras públicas, fueron utilizados para subsidiar los costos de adquisición y exploración y así evitar un endeudamiento de consideración. También es posible que, en ocasiones, Pearson bien haya exagerado y, en otras, subestimado la cantidad de su capital que, según afirmaba, se estaba utilizando para financiar la exploración. Al mismo tiempo, las convenciones contables de la época hacían que fuese completamente legítimo atribuir diferentes valores al dinero ya gastado y al comprometido para ser gastado en el futuro como “gastos” o “inversiones” o cargar el mantenimiento y sus gastos a las ganancias de la compañía para que el balance de ésta pareciera saludable, o más saludable de lo que era en realidad. En consecuencia, sería injusto acusar a Pearson de estar dispuesto a disimular y ocultar algo en ese caso […]. Sean cuales fueren las cifras correctas, prácticamente no puede haber dudas de que los gastos excedieron constantemente los ingresos antes de 1910 y de que el problema era creciente. En marzo de 1906, Pearson comunicó a Thomas Ryder, gerente de sus empresas de petróleo mexicanas y futuro director administrativo de El Águila: “Me parece que, hasta finales del año pasado [1905], hemos gastado más de dos millones de libras esterlinas en nuestro Departamento de Petróleo desde el principio”. En un memorándum confidencial de diciembre de 1908, Pearson informó a John Body, director de las operaciones de la firma en México, que, debido al “gasto extremadamente grande [...] nuestras operaciones en México en 1908 han costado 286000 libras esterlinas más que los ingresos”. Aun cuando la correspondencia mencionada deja en claro que, debido a su marcado interés personal en el petróleo, Pearson estaba dispuesto a relajar su insistencia normal en que todos los múltiples contratos internacionales de la firma y las compañías establecidas específicamente para administrarlos debían siempre, sin excepción y en todo momento, pagar sus propios gastos, estableció unas directrices claras que adoptaría para hacer frente a los problemas particulares que presentaba la empresa del petróleo. Su visión básica del mundo empresarial era muy simple: “resiembra todo posible céntimo de ingresos en la tierra para la exploración y nuevas perforaciones; reinvierte las ganancias y, así, amontónales en el terreno”. Por consiguiente, urgió a Body no sólo a mantener estrictamente controlados los gastos sino también a desviar ingresos provenientes de otros contratos (tanto públicos como privados) para subsidiar transversalmente los considerables gastos de capital en contratos, rentas, construcción y los siempre crecientes costos de la exploración. En consonancia con lo anterior, impuso estrictos límites a las sumas que se podían retirar de la oficina de Londres, recordando a Body, por ejemplo, que los costos de la refinería de Minatitlán deberían cubrirse con los ingresos del contrato con el Ferrocarril Mexicano para el suministro de combustible. En febrero de 1910, Pearson redujo aún más el capital que Body podía retirar de las oficinas centrales de la firma en Londres. Sin duda, el uso de los ingresos de los contratos existentes para subsidiar transversalmente los muy altos costos de la exploración de petróleo era una práctica empresarial saludable y de hecho la única manera pragmática en que se podían sostener las fuertes salidas de capital.W

E V I E N E D E L A PÁ G I N A 1 1 El acto expropiatorio produjo una honda impresión en todo el país. Tengo informes de que aun algunos dirigentes del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana —y tenían razón— estaban temerosos de lo que pudiera acontecer. El país respondió. La expropiación se llevó a cabo un viernes, y rápidamente se fue advirtiendo el apoyo de la opinión pública. Las compañías continuaron trabajando en contra del país. Sus agentes en Tampico hicieron correr la voz de que no había dinero para hacer el próximo pago a los trabajadores. Sin embargo, el día de pago a las 7 de la noche llegó un avión de México con varios sacos de billetes. El pago se había retardado varias horas. Se improvisaron pagadores. Algunos que jamás se habían ocupado de esas tareas se ofrecieron a ayudar. Se pagó al último individuo como a las 2 de la mañana, y a pesar de cierto desorden, y de tanto pagador improvisado, no faltó un solo centavo. El miércoles 23 de marzo hubo en la Ciudad de México una manifestación de respaldo al gobierno por la expropiación de las empresas petroleras, de más de 100000 personas, según entonces se informó; 100000 personas que fueron espontáneamente a la manifestación, sin ninguna amenaza, sin ninguna coerción. Puede decirse que fuera de unos cuantos descastados, todo México estuvo con el gobierno frente a las compañías petroleras. Días más tarde, el 12 de abril, hubo una manifestación de mujeres frente al Palacio de las Bellas Artes. Millares de mujeres de todas las clases sociales, desde la más humilde hasta las aristocratizantes, fueron a entregar su cooperación para pagar la deuda petrolera. Algunas entregaron joyas valiosas, y otras objetos de valor escaso. Hubo una viejecita de la clase humilde que llevó una gallina, la cual seguramente representaba una buena parte de su exiguo patrimonio. Actos ingenuos y conmovedores, pero de todos modos dan idea de lo que en los momentos difíciles somos capaces de realizar los mexicanos. Hay algo que es justo confesar: la Iglesia católica estuvo con el gobierno en esa ocasión; aceptó que hubiera colectas en las iglesias para pagar la deuda petrolera. Es uno de los pocos casos en que el clero mexicano ha estado franca y decididamente del lado de los intereses populares. Ahora bien, unos cuantos días después de la expropiación, ¿cuáles eran las condiciones de la industria petrolera? Procuraré ser breve. El 19 de marzo se habían ido todos los técnicos, todos los directores de las empresas; el 19 de marzo no había un solo barco-tanque en puertos mexicanos; antes del 19 de marzo habían cruzado la frontera todos los carros-tanque alquilados y de propiedad de las empresas. ¿Qué hacer? Realmente el problema se presentaba pavoroso. Los técnicos se improvisaron; a los sargentos se les hizo coroneles o generales de división. Recuerdo un caso concreto, que no fue el único: el señor Federico Aznar, repartidor de gasolina en la Ciudad de México, líder de prestigio en la refinería de Azcapotzalco, fue designado superintendente de esa refinería, y desempeñó con eficacia su alto cargo. No había barcos: ¿qué hacer para distribuir la gasolina en el occidente del país? Compramos un viejo barco cubano con capacidad para 6000 barriles y lo bautizamos con el nombre de Cuauhtémoc. Había otro barco, el San Ricardo, en reparación en Mobile, Alabama; se le trajo después de largo litigio, se abanderó con nuestra insignia y se le puso —nombre simbólico— 18 de Marzo. ¿Cómo repartir el petróleo con un número relativamente reducido de carros-tanque? Los trabajadores petroleros trabajaban con actividad y fervor. Los trabajadores ferrocarrileros demostraron una gran eficacia moviendo los trenes, multiplicando por el número de viajes los carros-tanque. Y no faltó gasolina en todas esas semanas en el país. Se había iniciado la batalla de las grandes empresas petroleras en contra de México; entidades económicas con un poder inmenso basado en su riqueza, con una enorme influencia en todas partes; verdaderos monstruos de la economía mundial. Estaban allá, en Nueva York, en Londres, en Ámsterdam. Aquí estaba un pueblo pobre; pero estaba todo el pueblo y ese pueblo tenía su caudillo. Justo es no olvidarlo jamás. El caudillo se llama Lázaro Cárdenas.W

Tomado de Leones británicos y águilas mexicanas. Negocios, política e imperio en la carrera de Weetman Pearson en México, 1889-1919 (Historia, 2013). Tomado de El petróleo de México: su importancia, sus problemas (Vida y Pensamiento de México, 1975). José López Portillo y Weber, historiador tapatío, realizó también estudios de ingeniería.

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Paul Garner, académico de la Universidad de Leeds, también es autor de La Revolución en la provincia. Soberanía estatal y caudillismo serrano en Oaxaca (1910-1920) (Historia, 2003) y de Porfirio Díaz: del héroe al dictador. Una biografía política (Planeta, 2003).

Jesús Silva Herzog, economista e historiador, fue uno de los impulsores de la creación del FCE. Su Breve historia de la Revolución mexicana es uno de los longsellers de nuestro catálogo.

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NUESTRO DIOS MINERAL

PETRÓLEO Y NACIÓN

E V I E N E D E L A PÁ G I N A 1 3  petrolera seguía siendo menor que en el año anterior a la expropiación. Por esta razón, entre 1938 y 1946, el pago directo e indirecto a sus trabajadores costó a Pemex 37% de sus ingresos —proporción relativamente alta si se le compara con la de otras empresas petroleras de la época—, lo que hacía muy difícil acumular recursos para su expansión y pagar al gobierno los impuestos que se esperaban de tan importante industria. Cuando tuvo lugar la expropiación, los trabajadores petroleros de campos y refinerías ocupaban el primer lugar en la escala del salario promedio de los trabajadores industriales. Aunque tras la expropiación el sindicato petrolero no consiguió el control de la industria, ni todas las prestaciones que había demandado a las empresas extranjeras en 1937, su posición privilegiada en cuanto a salarios y prestaciones no se perdió. Después de 1938, los trabajadores del stprm continuaron siendo miembros del gremio mejor pagado de la industria mexicana. Si bien la naturaleza de las relaciones con la empresa nacionalizada y la negociación del contrato colectivo fue centro de la lucha política del sindicato petrolero en ese periodo, otro frente importante de conflicto fue su organización interna (la relación entre las secciones y el comité ejecutivo) y sus relaciones con la ctm. Como dije antes, la ctm fue, al principio, elemento fundamental en la creación del stprm, pero a partir de la expropiación la ctm sirvió más bien de freno que de apoyo a las demandas del sindicato petrolero. Con el paso del tiempo, y justamente por esta diferencia de posiciones, el sindicato petrolero consiguió bastante autonomía de la ctm, ya que se lo permitieron su posición estratégica y sus recursos, aunque siguió manteniendo su relación con esa central. En marzo de 1938, el stprm tenía tras de sí una tradición de gran autonomía local, cierta democracia en las asambleas de algunos campos petroleros (democracia siempre imperfecta, ya que tenía que convivir con estructuras caciquiles y violentas) y gran dificultad para relacionar la vida cotidiana de los trabajadores con los complejos problemas del sindicato, de la industria petrolera y de la política nacional. Esa participación e independencia relativa continuó después de la expropiación y, en realidad, se acrecentó en los primeros cinco meses, durante los cuales el stprm dirigió la actividad diaria de la industria y asignó ascensos y nuevas responsabilidades a los trabajadores que sustituyeron a los patrones extranjeros. Sin embargo, con el paso del tiempo y la pérdida de autonomía, se creó una brecha entre los líderes que pasaron a formar parte del personal de confianza y los que permanecieron en el sindicato, entre los dirigentes que permanecieron en las zonas de trabajos y los líderes que ocuparon los puestos centrales del stprm. Entre 1938 y 1946 hubo lucha interna constante entre los diferentes niveles del stprm, igual a la ya descrita entre sindicato y empresa. El stprm, como otros sindicatos nacionales, se enfrentó al problema de la dispersión geográfica de los centros de trabajo y a la diversidad de tareas que debían desempeñar sus miembros. Desde el principio, la administración de la empresa se dividió en tres zonas geográficas, y hubo necesidad de organizar el sindicato tomando en cuenta esa división. El poder sindical se ejerció, pues, rotando la secretaría general entre las zonas, y, dentro de ellas, el poder se concentró en las secciones más importantes. En cada región dominó aquella sección que por fuerza numérica e importancia histórica logró acumular más poder. Así, la zona norte tuvo por centro a Tampico, la central a Poza Rica y la sur a Coatzacoalcos. Poco a poco, la tarea sindical rebasó el mero ámbito de la negociación con la empresa y tomó a su cargo la tarea social en la zona donde los petroleros eran el factor socioeconómico determinante; fue por ello que el stprm creó o mantuvo, en las zonas petroleras, cooperativas de transporte, tiendas, almacenes, etc. En principio, esas tareas eran responsabilidad de la empresa, pero, por razones históricas, ya las habían asumido algunos de los antiguos sindicatos petroleros, y después de 1938 el stprm las continuó como responsabilidad que le correspondía, y que era, también, una forma de retener y adquirir poder.W Lorenzo Meyer, historiador y comentarista político, es doctor por El Colegio de México, institución de la que es profesor emérito. Isidro Morales es doctor en estudios internacionales por el Institut d’Etudes Politiques de Paris.

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WAUGH EN PETROLANDIA

UN “OBSERVADOR INTERESADO” Y NUESTRA INDUSTRIA DEL PETRÓLEO

E V I E N E D E L A PÁ G I N A 1 5  Por eso se apropiaron de las posesiones de la Iglesia. Por eso decomisaron las haciendas del antiguo régimen, aunque fuera perjudicial para la agricultura del país. El irracional y vanidoso general Cárdenas —testifica— se propuso arruinar al país, reducirlo a una “escualidez uniforme”. Seguro, como lo estaban Mussolini, Hitler y Stalin, de ser el iniciador de “un apocalíptico régimen de probidad y dicha”, el mandatario mira a todas las corporaciones que hubieran intentado trabajar en armonía con los gobiernos predecesores, como “enemigos del pueblo”. Para llevar a cabo el saqueo que fue la expropiación petrolera, el presidente se encargó de modificar las leyes, dejando la Suprema Corte integrada sólo por sus partidarios. Mientras tanto, Vicente Lombardo Toledano y los líderes de la ctm se encargaron de llevar a cabo una campaña de agitación, para que la medida fuera popular. Exhibe también el enorme poder que habían adquirido los sindicatos corporativos. La influencia de la llamada Confederación de Trabajadores Mexicanos sobre los obreros del petróleo era absoluta: “los líderes locales del sindicato contaban ahora con el poder de decidir quién debía ser contratado y quién ascendido, y lo ejercían con toda la intimidación y extorsión a la que el país estaba acostumbrado”. Compadece a las compañías extranjeras que fueron víctimas de los abusos sindicales; en tanto que los obreros petroleros, que ya contaban con las mejores condiciones de trabajo del país, no obtuvieron nada con la expropiación. En el capítulo conclusivo del libro, “Post Scriptum: el objeto y la lección”, el autor no agrega elementos nuevos, simplemente reitera lo que antes ha dicho. El país se encuentra en un compromiso incómodo “entre las dos formas de régimen proletario: el nazismo y el comunismo”. Y dado que desde la caída de Díaz, los mexicanos no han conocido “otra cosa que el saqueo, el soborno y la degeneración”, un partido fascista podría surgir y arrasar. Insiste en lo importante que es entender el caso de México, un país donde domina la anarquía, para esclarecer el caos universal en las relaciones públicas y en las opiniones privadas. Un caos que estaba volviendo el mundo inhabitable. Considera misión de los conservadores en Europa la preservación de la sociedad: “los logros materiales y espirituales de nuestra historia”. Finaliza afirmando: “no hay nada, salvo nosotros mismos, que evite que nuestros países se parezcan a México. Para nosotros, ésa es la moraleja de su decadencia”. El historiador Alan Knight sitúa el libro de Waugh como parte de la antigua querella por la nación en México, reactivada por la Revolución de 1910, entre la Iglesia y el Estado, el catolicismo y el jacobinismo revolucionario. Lorenzo Meyer, atendiendo al contexto internacional, sostiene que Robo al amparo de la ley fue el último ataque británico contra la Revolución mexicana. En efecto, en su texto Waugh no sólo polemiza, o más bien arremete contra lo que él considera la izquierda nacional, para él constituida por Cárdenas, Lombardo Toledano y los líderes obreros corporativos; sino contra la izquierda extranjera que se ha vinculado a México, y de paso contra la izquierda en general. Así hace mofa de los norteamericanos que simpatizan con Cárdenas y aman la vida en México. Intelectuales y artistas convencidos de la leyenda del “tirano blanco y parásito” frente al “paciente salvaje”. Son tan ingenuos que, por estar entreteniéndose felices con “sus plantas tropicales, sus colecciones de chucherías ornamentales y sus álbumes de Diego Rivera”, no se dan cuenta de que en cualquier momento podían recibir un “fuerte revés”, por parte de la “camarilla gubernamental”. El autor satírico invariablemente se proclama antifascista, como se ha ejemplificado repetidamente. Sin embargo, en lo referente a la Guerra Civil española, no encuentra contradicción en manifestarse en diversos ámbitos a favor del franquismo. En Robo al amparo de la ley cuenta que los soldados de Francisco Franco combatieron inspirados en el pasado, porque en el presente han visto la desintegración de su país. Su lucha era “para evitar que España se pareciera a Centroamérica”. Hace votos por la restauración de la Hispanidad.W

E V I E N E D E L A PÁ G I N A 1 7  por una reforma verdaderamente profunda, como la que finalmente se aprobó a finales de 2013. Estas nuevas circunstancias implican riesgos para el país. Sin embargo, también pueden traer oportunidades importantes, como se señala más adelante: “La disponibilidad de hidrocarburos a precios relativamente bajos puede alentar el desarrollo de la industria manufacturera, que es donde se encuentran los empleos de más alta productividad y en los que ésta crece con mayor velocidad. Así como en los Estados Unidos, donde la abundancia de energéticos baratos está propiciando un cierto renacimiento industrial, México debe aprovechar las condiciones del mercado del Golfo para acelerar el crecimiento de sus manufacturas. Ésta sería la verdadera medida del éxito de la reforma energética”. Quiero concluir esta reseña haciendo referencia al último ensayo del libro, el referido a la reciente reforma energética. Es aquí donde se vincula de manera integral todo lo que se ha venido señalando a lo largo del libro. Dice el autor que los determinantes “inmediatos de la reforma energética han sido, en primer lugar, la caída sustancial de la producción y de las exportaciones de petróleo crudo, en el contexto del reciente crecimiento de la producción de petróleo y gas natural en el resto de Norteamérica. En segundo, que la producción neta de gas natural en México ha permanecido estancada; el aumento resultante de las importaciones ha sido insuficiente para hacer frente a la demanda total, debido a problemas en la infraestructura logística, en particular, las restricciones en la capacidad de transporte de la red de gasoductos. Por último, precios, tarifas y costos no competitivos en materia de electricidad limitan el crecimiento de la industria manufacturera. De manera más general, prevalece un sentido de crisis en el sector energético, particularmente en la industria petrolera, en la que problemas de gobernanza y de gestión son fuente inequívoca de su pobre desempeño”. La reforma es descrita en términos generales: “México ha iniciado un ambicioso proceso de transformación que habrá de terminar con los monopolios estatales en el sector energético, establecidos hace mucho tiempo y sólidamente arraigados. La enmienda constitucional del 20 de diciembre de 2013 establece nuevas estructuras industriales en materia de petróleo, gas natural y electricidad. Proyecta introducir la competencia en sus mercados de productos finales y alentar la inversión privada en estas industrias, particularmente en la fase extractiva de petróleo y el gas natural […] El establecimiento de un nuevo régimen petrolero, con sus propias reglas, instituciones, actores, patrones de comportamiento y políticas públicas, así como el desarrollo de un mercado centralizado de electricidad al mayoreo constituyen retos que trascienden la prioridad más limitada de atraer inversión extranjera al sector energético. Las reformas requerirán un esfuerzo concentrado y sostenido, y también una estrategia de instrumentación cuidadosamente diseñada. Hay aún muchas cuestiones que no han sido resueltas y que exigirán soluciones específicas, y algunas de ellas pudieran tener un costo político elevado. El gobierno necesita ahora comunicar un claro sentido de dirección, articular las secuencias y calendarios de su agenda de reforma, y guardar la flexibilidad suficiente para ajustar las consecuencias no intencionales que sus acciones posiblemente desencadenarán”. Ciertamente se trata de un libro extenso que por su naturaleza podría leerse de manera separada, escogiendo los ensayos en función del interés particular. Sin embargo, para aquellos interesados en comprender a fondo la problemática de la industria petrolera en los años recientes, o aquellos que quieran hacer una investigación al respecto, mi recomendación es leerlo completo. Ahora bien, si hubiera necesidad de escoger algunos ensayos que fueran representativos del título de la obra yo recomendaría los siguientes seis: “Evolución y perspectivas de la producción de petróleo y gas natural”, “Dilemas del suministro de gas natural en México”, “El futuro nos alcanzó: notas sobre el cambio energético de Norteamérica”, “El gobierno de la industria petrolera mexicana”, “Las comisiones reguladoras de energía y de petróleo” y “La reforma energética mexicana”. En cualquier caso, el punto importante es que el libro es una referencia obligada y una obra que debería formar parte de la biblioteca de cualquier interesado en el sector energético mexicano y en especial en su industria petrolera.W

Edith Negrín es investigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas, de la UNAM. Fue una de las coordinadoras de Un escritor en la tierra. Centenario de José Revueltas (Vida y Pensamiento de México, 2014).

Francisco Xavier Salazar Diez de Sollano, ingeniero químico y maestro en economía, preside la Comisión Reguladora de Energía.

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CAPITEL

La intuición y el azar

L

os dos adjetivos que Beatriz de Moura empleó en las primeras colecciones de Tusquets Editor podrían haber servido para describir esa casa en 1969, año de su fundación, pero hoy sin duda ya no funcionarían; calificar de ínfimo o de marginal el “hogar literario” que en más de cuarenta años construyó esa mujer nacida en Rio de Janeiro y afincada en Barcelona desde el comienzo de la década de los sesenta resultaría hoy un disparate. La reciente publicación de Por el gusto de leer, un volumen en que Juan Cruz Ruiz conversa con esta “editora por vocación”, según reza el subtítulo, nos sirve de pretexto para revisar la luminosa ruta profesional de esta protagonista del mundo del libro en nuestro idioma; el pequeño volumen publicado por la propia Tusquets en Tiempo de Memoria contiene además un relato en fotografías de cómo se transformó esa casa y dos oportunas conferencias dictadas por De Moura en 2003 y 2013, en las que plantea una compacta teoría de la edición literaria y ofrece algunas pinceladas autobiográficas.

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E

l apellido que figura en el nombre de esa empresa, que una década después pasaría al plural: Tusquets Editores, proviene del entonces esposo de Beatriz y de su suegro, con quien ella había trabajado en Lumen, sello en el que aprendió algunas de las claves del oficio, desde la redacción de cartas y la contratación de obras extranjeras hasta la frustración por no poder publicar materiales que le parecían magníficos. La negativa de un tercer miembro de la familia Tusquets, Esther, a explorar desde Lumen el proyecto de dos colecciones formadas por “grandes textos breves” suscitó la creación de Cuadernos Ínfimos y Cuadernos Marginales. La treintañera que se lanzaba al ruedo editorial había sido una muchacha inconforme, peleada con su familia: en el diálogo con Cruz, De Moura habla brevemente pero sin tapujos de su madre —“a la que siempre percibí como una enemiga” y de la que no recuerda “ni una caricia ni un beso suyo”—, aunque en otra charla con el mismo entrevistador (incluida en Un oficio de locos, Ivorypress, 2012) reconoce que la biblioteca de su padre, diplomático de profesión, fue su “único hogar de verdad” durante una infancia dominada por las mudanzas internacionales.

A

ntes de pasar un lustro en Lumen, Beatriz había trabajado para Gustavo Gili y Salvat, además de que ejerció como traductora —su repertorio va de los álbumes de Topo Gigio a la narrativa de Kundera—, tras haberse formado en la célebre escuela de intérpretes de Ginebra. En su salto al abismo de la edición independiente habría querido leer algo semejante a “Cómo se hace una editorial”, su severa y a la vez optimista advertencia a los editores bisoños, incluida en el volumen que estamos comentando. En esa conferencia, De Moura se abstiene de dar consejos o recetas, pero enumera “unas cuantas aptitudes adquiridas y algunas cualidades innatas” para ejercer este oficio. Ese perfil ideal merecería una lectura detallada, pero aquí nos conformaremos con señalar los dos “aliados” que requiere todo aquel dedicado a elegir lo que ha de publicarse: intuición y azar.

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RELIGIÓN SIN DIOS RONA LD DWOR KIN

La religión es algo mucho más profundo que la idea de dios. No existe contradicción alguna entre ser ateo o agnóstico y tener una manera religiosa de experimentar la existencia. El ejemplo más célebre de esta actitud es seguramente el de Albert Einstein, un ateo confeso que no obstante se consideraba a sí mismo un hombre devotamente religioso… ¿Qué es pues la religión? En palabras de Dworkin, “una visión del mundo insondable, distinta y abarcadora: afirma que todo tiene un valor inherente y objetivo, que el Universo y sus criaturas inspiran asombro, que la vida de los humanos tiene un propósito y el Universo un orden. Creer en un dios es sólo una de las manifestaciones o las consecuencias de esa visión más profunda del mundo”. Las cien páginas que recogen la serie de conferencias que dictó en Berna un par de años antes de su muerte le bastan a Dworkin para condensar esta idea seminal y arrojar luz sobre sus vastas implicaciones, pues más allá de la mera experiencia de asombro ante lo existente, esta concepción desde luego se vincula íntimamente con la manera de estar en el mundo, en la medida que entraña valores de

los que surgen responsabilidades y compromisos por completo equiparables a los de los teístas. El autor, hombre sin duda religioso, fue antes bien uno de los más reconocidos filósofos del derecho y su disertación a fin de cuentas analiza la metafísica del valor, para concluir que la libertad de religión no debe fluir desde el respeto a la creencia en dios, sino desde el derecho a la autonomía ética. Lo que une a teístas y ateos, según demuestran estas páginas, es mucho más grande que lo que los separa.

Occidente, así como en las nuevas rutas marítimas que surgieron durante los siglos xvi y xvii. Esta obra navega así por la otredad, la relación entre centro y periferia, la circulación de saberes y representaciones simbólicas, entre otros problemas epistemológicos. Leticia Mayer entrelaza la historia de las ideas sobre el conocimiento con la de los sistemas sociales y su relación con la otredad, elementos que construyeron una buena parte del mundo moderno, para explorar y debatir la génesis de las ideas de probabilidad en las discusiones morales del probabilismo.

filosofía Traducción de Víctor Altamirano

historia

1ª ed., 2015; 102 pp.

1ª ed., 2015; 298 pp.

978 607 16 2161 0

978 607 16 2484 0

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RUTAS DE INCERTIDUMBRE Ideas alternativas sobre el origen de la probabilidad, siglos XVI y XVII

EL LARGO DESCUBRIMIENTO DEL OPERA MEDICINALIA DE FR ANCISCO BR AVO

LETICI A M AY ER CELIS

RODRIGO M A RTÍNEZ BAR ACS

La probabilidad ha sido pensada dentro del campo de las matemáticas; sin embargo, Rutas de incertidumbre ofrece una nueva perspectiva acerca del origen de esta forma del pensamiento y propone que no debemos indagar solamente en el desarrollo de la práctica matemática, sino antes bien en hechos como la conquista del Nuevo Mundo o en la interacción entre Oriente y

Rodrigo Martínez Baracs narra en esta obra la intrincada historia del descubrimiento del Opera medicinalia, el primer libro de medicina impreso en México. El texto novohispano logró burlar los diversos recuentros de libros impresos en América hasta el siglo xix, cuando Henry Harrisse y Joaquín García Icazbalceta tuvieron las primeras noticias de

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I L U S T R AC I Ó N : ©A N D R E A G A R C Í A F LO R E S

NOV EDA D ES

su existencia y decidieron desentrañar su origen. El largo descubrimiento del Opera medicinalia trasciende el caso anecdótico y muestra —en 8 capítulos y un anexo fotográfico, acompañados de una extensa bibliografía— los engaños, burlas y rumores que enfrentaron las bibliografías decimonónicas en su esfuerzo por reunir textos novohispanos, además de dejar abierto el camino para futuros estudios, pues aporta santo y seña de las marcas materiales, lectores y propietarios, así como las circunstancias por las que ha transitado este libro desde su concepción, hace más de cuatrocientos años, hasta el presente. biblioteca mexicana 1ª ed., 2014; 305 pp. 978 607 16 2515 1 $250

LA TEORÍA DE LA HISTORIA EN MÉXICO (1940 -1968) Á LVA R O M AT U T E A G U I R R E

Compilada por Álvaro Matute, uno de los teóricos e investigadores mexicanos de mayor influencia de los últimos tiempos, esta colección de escritos acoge una amplia diversidad de reflexiones en torno a la teoría histórica en México. El cuerpo del volumen está conformado por once ensayos sobre el periodo comprendido entre 1940 y 1968, todos ellos producidos por investigadores reconocidos como autoridades en sus respectivas áreas de estudio. Aunque el compilador propone un recorrido por la teoría —preocupada por su doble carácter: racional y estético, nción objetivo y subjetivo— su intención dista de ser unívoca. Si bien los os unión textos que componen esta reunión ñoles de notables mexicanos y españoles unos fueron concebidos hace ya algunos años, no han perdido importancia ncia y actualidad, lo que confirma la arse cualidad de esta obra de centrarse en la problemática esencial dee la texto, historiografía en nuestro contexto, cos o más allá de los temas episódicos coyunturales. Ponemos esta nueva edición corregida a disposición n de los estudiosos lo mismo que dee nar todo aquel que desee reflexionar sobre su entorno y su tiempo. biblioteca universitaria de bolsillo llo Compilación y prólogo de Álvaro Matute 1ª ed., 2015; 358 pp. 978 607 16 1870 2 $135

E EN EL ZOOLÓGICO SUZY LEE

ANTROPOLOGÍA DEL ESTADO PHILIP ABR AMS, A KHIL GUPTA Y TIMOTHY MITCHELL

Las imágenes del Estado que ofrecen las noticias, las columnas de especialistas o la opinión pública son las de una especie de aparato coercitivo especializado, una empresa comercial privada o una entidad unitaria, monolítica, ajena a las personas. Si hay algo que hemos dado por sentado es al Estado. De distintas maneras se nos exhorta a respetarlo o estudiarlo o aplastarlo, pero por falta de claridad sobre su naturaleza, tales propósitos siguen plagados de dificultades. Antropología del estado es una selección de inquietantes ensayos en los que el sociólogo Philip Abrams, el antropólogo Akhil Gupta y el politólogo Mitchell Timothy critican, cada uno desde su disciplina, el uso y abuso de este concepto. Los tres coinciden en el carácter ilusorio del Estado, ya sea visto como entidad suprasocial, como un poderoso conjunto de métodos para ordenar y representar la realidad social, o bien como un metaconcepto alejado de la práctica cotidiana y política que inhibe la conformación de la ciudadanía, y que es muestra de la incapacidad de la ciencia política contemporánea para definirlo adecuadamente, sin sesgos ideológicos. Es ésta una lectura esencial para construir visiones más originales e imaginativas de esta noción que de una u otra manera trastoca la cotidianeidad mundial moderna. umbr ales Prólogo de Marco Palacios; traducción de Marcela Pimentel 1ª ed., 2015; 188 pp. 978 607 16 2206 8 $120

En su más reciente álbum ilustrado, la autora e ilustradora coreana Suzy Lee cuenta —con pocas palabras y elocuentes ilustraciones— el paseo fantástico de una niña por un zoológico que, extrañamente, luce grisáceo y descolorido. Durante su recorrido mira los animales y juega, mientras sus padres tratan de encontrarla. Lo que la niña ve, lleno de color y de movimiento, contrasta con los tonos apagados que ven sus padres... Así, Suzy Lee muestra en una divertida historia que la imaginación y la mirada infantil son mucho más coloridas que la realidad. Suzy Lee ha publicado más de una docena de libros; varios de ellos han sido traducidos a diferentes idiomas y han recibido importantes premios y reconocimientos. En el zoológico es el primer libro de la autora en el fce. los especiales de a la orilla del viento Traducción de Hye Kyung Kim 1ª ed. 2015; 40 pp. 978 607 16 2541 0 $150

sos dos componentes están presentes en las muchas y muy sustanciosas anécdotas sobre cómo fue nutriéndose el catálogo de Tusquets y cuál fue su trayectoria empresarial. Por intuición no debe entenderse eso que, a falta de mejor concepto, suele llamarse “olfato”, sino esa certeza espontánea para identificar una voz original, como le ocurrió a De Moura con Almudena Grandes o Luis Landero, o para convencer a un autor de que la de uno es la editorial adecuada, como reconoce Beatriz al contar cómo sedujo a Milan Kundera: en su encuentro inicial con el escritor checo, la editora debió improvisar una valoración sobre las versiones en francés y castellano de las primeras novelas de Kundera, pero lo hizo con tal soltura y precisión que el autor de La insoportable levedad del ser se comprometió a publicar sus futuras obras con Tusquets. Una mezcla semejante de comprensión instantánea y buena suerte aconteció al momento de elegir la imagen de portada para El amante, la abrasadora novela de Marguerite Duras: en el denso y desordenado departamento de la escritora, De Moura se puso a inspeccionar en un cajón lleno de fotos, hasta que vio asomarse “la mitad de un retrato”, la virginal instantánea que muestra a la joven Marguerite justo en la época referida en esa obra, del todo diferente del rostro “devastado” de la autora en la década de los ochenta. No sólo consiguió una magnífica portada para su libro sino que prácticamente todas las traducciones reprodujeron esa sutil foto e incluso la búsqueda de actriz para la adaptación al cine se basó en esa imagen.

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n los dos episodios referidos arriba, y en miles de otros, estuvo presente un personaje nodal en la historia de Tusquets: Antonio López Lamadrid, complemento perfecto como publisher de los talentos de Beatriz como editor. En los años setenta, ese tránsfuga de la industria textil formó mancuerna con De Moura tanto en el plano personal como en el de los negocios. Fallecido en 2009, poco después de que la editorial celebrara cuatro décadas de actividad, López Lamadrid se asoma en un párrafo sí y en otro también de Por el gusto de leer, en los buenos y en los malos recuerdos, entre los que descuellan las penosas desavenencias con autores (Javier Cercas, Luis Sepúlveda) que, subidos en el tabique del éxito librero, se marearon al pedir anticipos excesivos y optaron, ante la imposibilidad de Tusquets de cubrirlos, por mudarse a otros sellos editoriales. Para honrar su memoria, la entrevistada adelanta en el libro su intención de crear un fondo que dé alivio económico a algunos autores, acaso para extender en el tiempo la delicada función que cumplía Antonio: De Moura está convencida de que “Es muy duro para un autor varón hablar con una p mujer de lo los asuntos económicos y financieros que exige lla relación editor-autor”, por lo que Toni, como le decían sus allegados, zanjaba con delicadeza llos asuntos pecuniarios.

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o hay aquí espacio para referir el nacimiento, auge y madurez de con llecciones como Andanzas —llamada así porque a Beatriz le gustaba la d idea de vag vagar hacia donde te lleve la curiosidad—, la siempre sie picante La Sonrisa Vertical, la envidiab envidiable Metatemas —donde confluyen lo clásico con lo más novedoso de la divulgación científica— o Tiempo de Memoria. Esta mínima reseña es sólo un modo de agradecer a De Moura su vocación, v su terquedad y su fidelidad a una iidea constructiva de la edición, y a Juan Cruz Cruz, la idea de entrevistarla en extenso. El modo mod en que ha escuchado a su intuición y en que q ha aprovechado el azar puede darnos pist pistas para ejercer en el futuro un oficio enfrentado a riesgos novedosos. Gracias enfren por el gu gusto con que Beatriz de Moura nos pue a leer. ha puesto TOMÁS GR ANADOS SALINAS @tgranadosfce

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R ES EÑA

DAS KAPITAL Y LE CAPITAL, O LA ETIOLOGÍA DE LA DESIGUALDAD Emparentadas por el título pero sobre todo por la intención de comprender cómo funciona ese cruel mecanismo económico por el cual se genera y distribuye la riqueza, las obras de Marx y Piketty tuvieron en 2014 sendos alumbramientos editoriales: a comienzos del año lanzamos de nuevo El capital, con la revisada traducción de Wenceslao Roces, y a finales pusimos a circular El capital en el siglo XXI. Aquí, un experto halla semejanzas y diferencias entre ambas IGNACIO PERROTINI HERNÁNDEZ

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l Fondo de Cultura Económica publicó en 2014 dos obras que comprenden, entrambas, casi dos mil páginas de análisis histórico de la dinámica del capital y la riqueza: El capital: Crítica de la economía política, tomo i, de Karl Marx (4ª edición, nueva versión de Wenceslao Roces), y El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty. Estos libros comparten, además del título, la inusitada coincidencia dual de haber aparecido en épocas históricas con características políticas, sociales y económicas similares, y de haber despertado, ipso facto, un apasionado debate sobre las causas y la solución de la desigual distribución del capital y la riqueza. La reciente aparición de Le Capital de Piketty ha reavivado las pavesas éticopolíticas relacionadas con el problema de la desigualdad que Marx había encendido con Das Kapital en el siglo xix. Con el ánimo de invitar a la lectura de estas novedades, cada una de ellas un tour de force a su manera, en esta breve nota destacaré algunos ítems que las asemejan y distinguen, y glosaré el avispero que entre los economistas está suscitando la publicación del libro del profesor Piketty. Marx escribió y publicó Das Kapital (1867) durante la era victoriana (18371901), época en que imperaba un enfoque de la política económica, del origen del capital y la riqueza, y de la distribución del ingreso similar al que prevalece en nuestros días. Previo exorcismo reduccionista de las teorías de Adam Smith y David Ricardo, los economistas de la época identificaban la maximización de la riqueza y el bienestar con la posición alcanzada por una economía de libre mercado, guiada por la mano invisible y la competencia perfecta. Esta visión simplificada del funcionamiento de la economía capitalista moderna es una deriva de la noción de que el valor del producto o ingreso nacional puede medirse independientemente de la forma en que se distribuye el ingreso. Los economistas victo-

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rianos sostenían que existía un curso natural que regulaba los salarios, el empleo y la distribución del ingreso y que la injerencia del Estado sólo alteraría este orden natural armónico; la expresión más nítida de esta ideología fue destilada en el manual popular de Mrs. Marcet —famoso en el siglo xix— que establecía que “la tasa de salarios varía directamente con la cantidad de capital e inversamente con el número de trabajadores”, de donde se infiere que los impuestos a los ricos y la intervención del Estado obstruyen el progreso porque embotan la acumulación de capital, reducen el fondo de salarios y desalientan la demanda de trabajo. Das Kapital y Le Capital cuestionan la idea de que el librecambio conduce necesariamente al bienestar óptimo y a la distribución equitativa de la riqueza: la distribución del ingreso y de los activos no es un hecho técnico, sino el resultado de complejas variables sociopolíticas, leyes e instituciones; Marx y Piketty rechazan también la hipótesis que sostiene que la dimensión del ingreso y su distribución son independientes entre sí. Piero Sraffa, Joan Robinson, Nicholas Kaldor y Luigi Pasinetti, por cierto, en su crítica a la teoría neoclásica del capital, demostraron en las décadas de 1950 y 1960 la inconsistencia lógica de esta hipótesis; Piketty alude a esta crítica al parecer sin advertir su importancia y utilidad para los resultados fundamentales de su propia investigación. Thomas Piketty realizó un impresionante escrutinio estadístico que abarca tres siglos de historia y más de veinte países; define la razón capital/ingreso b = C/Y y, con la tasa de retorno del capital r, postula “la primera ley fundamental del capitalismo” con una identidad dada por la participación del capital en el ingreso nacional: a = rb; su segunda ley fundamental relaciona la razón capital/ingreso con la tasa de ahorro, s, y la tasa de crecimiento de la economía, g: b = s/g. Dado que a tiende a aumentar en el largo plazo y la tasa de retorno del capital tiende a ser mayor que la tasa de crecimiento de la economía (r > g), la conclusión principal de Le Capital es que el capitalismo de libre mercado se caracteriza por

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DAS KA PI TAL Y LE CAPITAL, O LA ETIOLOGÍA DE LA DESIGUALDAD

una fuerza inmanente que genera mayor desigualdad y una creciente concentración del capital y la riqueza en pocas manos. La evidencia empírica de Piketty documenta tres etapas en la evolución del capitalismo que pueden estilizarse como sigue: en la primera, entre 1870 y 1914, r > g, por tanto, la desigualdad en la distribución de la riqueza aumentó en los países desarrollados; la segunda, entre 1915 y 1970, r    g, por tanto, la desigualdad se ha incrementado nuevamente. Aunque en el presente la desigualdad no ha alcanzado aún las cotas de la Bella Época (Francia) o la Edad Dorada (Estados Unidos), en que prevaleció un capitalismo patrimonial, las proyecciones de Le Capital hacia el año 2100 auguran que, dado que b, a, r y g han retornado a magnitudes o valores “típicos” o normales, la discrepancia r > g se mantendrá y existe el riesgo inminente de que el mundo regrese al capitalismo patrimonial decimonónico en el que el linaje de casta y la herencia gravitan más que el mérito y el esfuerzo individual a la hora de distribuir la riqueza y el poder político. Es decir, en el siglo xxi la tasa de retorno del capital excederá a la tasa de crecimiento de la economía, la desigualdad en la distribución del ingreso continuará aumentando, así como la concentración de la riqueza en manos del 1%, 0.1%, 0.01% y la relativa pauperización del 99%, 99.9%, 99.99%. Piketty argumenta que las tendencias registradas en los hechos que revelan sus datos significan un peligro para la democracia occidental moderna. Piketty declaró a The New York Times que “desde 1700 hasta 2012 la producción anual creció a un promedio de un 1.6% y el rendimiento del capital ha sido del 4 al 5%”. Los hallazgos de Piketty invalidan la tesis optimista de la “curva de Kuznets”, que sostiene que en el largo plazo el desarrollo capitalista produce una disminución de la desigualdad. Por el contrario, lo que podríamos llamar la “curva de Piketty” muestra una desigualdad in crescendo. El pronóstico apocalíptico de Le Capital a propósito del futuro del capitalismo es otra similitud con Das Kapital, y por ello el semanario The Economist bautizó a Piketty como “el moderno Marx”. En efecto, Marx había identificado un fenómeno similar al analizar datos estadísticos del periodo comprendido entre 1750 y la fecha en que publicó su magnum opus: el progreso tecnológico que condujo desde la manufactura a la gran industria involucró drásticos incrementos de la razón capital-ingreso en la industria británica, así como de la razón capital-trabajo en la agricultura inglesa; aunque los salarios aumentaron sobre todo a partir de 1850, los capitalistas y terratenientes amasaron el 43% del producto interno bruto en 1873 al unísono que la razón capital-producto y la participación del capital industrial en el ingreso (respectivamente, las b y a de Piketty), la productividad y el empleo aumentaban aceleradamente durante la Revolución industrial británica. Marx analizó todo esto como un complejo proceso de evolución del capitalismo en el que el progreso tecnológico asociado a la aplicación de la maquinaria a la gran industria propiciaba una creciente concentración y centralización de la propiedad del capital e incrementos en las composiciones técnica y orgánica del capital como resultado de la transición hacia una producción más intensa en capital que en trabajo. Por otra parte, la crisis estadunidense de 1857 y su contagio a Francia e Inglaterra indujo en Marx, en Clément Juglar y en otros economistas la toma de conciencia de la naturaleza cíclica de las crisis del sistema capitalista y de su capacidad de destrucción creativa. De este análisis Marx dedujo su “ley” (¿fundamental?) del descenso tendencial de la tasa de ganancia, pero más como un resultado lógico de los vínculos internos de su teoría que como explicación de las crisis empíricas del sistema económico. Sin duda se trata de una “ley” inaudita, pues la ley se contradice a sí misma: los factores que la contrarrestan la convierten sólo en una tendencia. Amén de que en el siglo xix no era infrecuente la propensión grandilocuente de los investigadores a enunciar el descubrimiento de “leyes” cuyo sentido semántico verdadero la posteridad debió tomar con cautela —cum grano salis—, es difícil justificar que esta paradójica “ley” pueda concebirse como la demostración de la crisis final empírica del capitalismo, justo como la interpretaron erróneamente los autores de la teoría del derrumbe final del capitalismo (Zusammenbruchtheorie) en tiempos de la Tercera Internacional y de la Gran Depresión, por ejemplo Evgeni Varga y Henryk Grossmann. Sea como fuere, Marx y Piketty postulan leyes fundamentales que rigen la evolución de largo plazo de la economía capitalista, pero también afirman que la desigualdad en la distribución del ingreso y la riqueza es una construcción social y política, no un dato técnico inevitable ni inmutable y, por tanto, la solución también es política. Ambos proponen una utopía: Marx sugiere la supresión del capitalismo, Piketty un impuesto global a la riqueza, una variante del conocido impuesto Tobin propuesto por James Tobin en 1972. La polarización de la distribución de la riqueza y el riesgo de capitalismo patrimonial que documenta Piketty con sus largas series de tiempo parece ser un elemento binario del predominio histórico del capital financiero. La dramática desigualdad en la distribución de la riqueza que caracterizó a la Bella Época francesa y a la Edad Dorada estadunidense ocurrió en paralelo con la expansión bancaria de la era victoriana y el predominio de la política deflacionaria. En Das Kapital se estudia este proceso como la metamorfosis del dinero de simple medio de intercambio a medio de pago y reserva de valor, como el desarrollo del crédito y del sobrecrédito en su función de palanca de la acumulación de capital y creación de riqueza en la forma de “capital ficticio” (deuda). Este frenesí financiero victoriano —no disímbolo de la “exuberancia irracional” que ha insuflado las burbujas contemporáneas de Wall Street— hizo exclamar a G. K. Chesterton “lo que falla en el mundo financiero es que es demasiado imaginativo; se alimenta de cosas ficticias”. De igual suerte, Le Capital de Piketty salió de las prensas en un momento singularizado por un fenómeno al que algunos economistas le han dado el especioso nombre de “financiarización” de la economía global. He aquí algunos datos: las transacciones financieras internacionales han crecido a un ritmo mayor que el comercio internacional y la producción mundial —entre 1977 y 2007 el comercio de bienes y servicios aumentó 11 veces, mientras que las transacciones financieras internacionales tradicionales aumentaron 175 veces, y 281 veces si incluimos los contratos derivados de tipos de cambio y tasas de interés—; las transacciones financieras de créditos, acciones y bonos, futuros de mercancías, etc., han crecido todavía a mayor velocidad. El predominio del capital financiero en la economía de los Estados Unidos es igualmente ilustrativo: entre 1973 y 2005 el crédito como porcentaje del pib aumentó de 140% a 329%, la razón deuda/pib de

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las corporaciones financieras pasó de 30.3% a 42.4% y la de los hogares, de 45.2% a 94%; el tamaño de todo el sector financiero (finanzas, seguros, bienes raíces) aumentó de 15.1% a 20.4% del pib. La explosiva expansión del sector financiero no sólo ha modificado las relaciones de poder a nivel nacional y en la economía global, sino que sin duda y por sobre todas las cosas ha alterado sustantivamente las nociones de capital y riqueza; la vorágine de innovación financiera y la integración de los mercados de capital han deflactado la efectividad de los instrumentos tradicionales de la política económica y la regulación del capital. Como hemos visto, Piketty estima que la desigualdad aumentará en el siglo xxi porque el rendimiento del capital excederá al crecimiento económico (r > g). Ahora bien, la crisis financiera iniciada en 2008, que envió al desempleo a 30 millones de personas y provocó la quiebra (de Lehman Brothers) más grande de la historia de los Estados Unidos, no parece haberse superado aún: el pib de la eurozona se encuentra 15% por debajo de su nivel de 2008; la economía de Estados Unidos ha crecido sólo 2% en promedio desde que la Gran Recesión tocó fondo a mediados de 2009; el pib potencial ha disminuido en todas las economías desarrolladas y la deflación hasta ahora latente —principalmente en Europa— podría dificultar la meta de estabilidad financiera. La crisis económica actual ha generado una crisis de la economía. El otrora granítico consenso metodológico en torno del modelo de equilibrio general estocástico dinámico muestra algunas fisuras. Varios líderes de la economía mainstream han expresado dudas respecto de que este modelo sea la mejor manera de comprender los ciclos macroeconómicos y de elaborar las mejores políticas económicas. Le Capital de Piketty vio la luz en este contexto de aporías paradigmáticas; su recepción ha sido a un tiempo anchurosa y contradictoria. Empecemos de derecha a izquierda: en abierto rechazo a las recomendaciones de Piketty, Douglas Holtz-Eakin, economista del Partido Republicano de Estados Unidos, considera que el único problema real de la distribución es la pobreza, no la desigualdad, y que la solución es el libre mercado, el crecimiento económico y la productividad individual. N. G. Mankiw aprecia la historia económica de Piketty sobre la desigualdad y la distribución de la riqueza, pero rechaza tanto su pronóstico de mayor desigualdad para el siglo xxi (la discrepancia r > g no implica necesariamente mayor concentración de la riqueza), como su solución normativa (impuesto global a la riqueza). Paul Krugman y Robert Solow, economistas neoclásicos-keynesianos, han dado la acogida más cálida a la obra de Piketty, quizá porque al analizar los vínculos que concatenan el aumento de la desigualdad con el posible retorno al capitalismo patrimonial y la mutación de la democracia en plutocracia, Le Capital indaga un dilema estadunidense actual: el peligro que la desigualdad en la distribución de la riqueza entraña para la estabilidad de una república representativa, sobre todo cuando dinastías familiares se disputan el control del poder. Solow y Krugman reconocen el mérito de Piketty al hacer esta conexión. Benjamin Franklin había barruntado este dilema cuando al concluir la Convención Constitucional de 1787 una mujer lo detuvo fuera del Independence Hall y le preguntó por la forma de gobierno que se instauraría —¿república o monarquía?— y él respondió: “una república, si pueden mantenerla”. La recepción de Piketty entre los economistas heterodoxos ofrece las opiniones más dispares. Una síntesis de la muy copiosa literatura es como sigue. Reacción de la escuela postkeynesiana: Piketty desafía científicamente la sabiduría convencional que piensa que la desigualdad no es un problema de política; su libro es una catarsis para la clase media pero su análisis y sus soluciones normativas son esencialmente convencionales (R. Wade); su estudio es meritorio porque la dinámica de la distribución del ingreso sólo se puede hacer con un enfoque de largo plazo y con base en registros tributarios, pero el libro no trata del capital en la acepción de Marx ni en la de la teoría neoclásica, sino que es una valuación de activos tangibles y financieros, su distribución en el tiempo y la herencia de riquezas, es interesante porque riqueza es poder, pero si el problema es una tasa de retorno del capital muy alta, la solución es reducirla mediante aumentos en los salarios, fortalecer a los sindicatos, gravar las ganancias corporativas y las ganancias de capital (Galbraith). Reacción del estructuralismo: Piketty atribuye la desigualdad a una función de producción inexistente; una hipótesis mejor es que la represión salarial genera estancamiento secular y enriquece al rentista (L. Taylor); los datos, los cálculos y las recomendaciones Piketty son compatibles con un modelo macroeconómico estructuralista basado en la demanda efectiva y en el conflicto social (Barbosa). La crítica marxista: Piketty hace una gran contribución al usar creativamente los registros tributarios para derivar la participación en el ingreso en especial de los sectores más ricos, su principal contribución es que explica los patrones identificados mediante una teoría de largo plazo del desarrollo capitalista con la que también analiza tendencias contemporáneas; pero su definición de capital es confusa, la tendencia creciente de su razón capital-ingreso depende de que la elasticidad ingreso de sustitución entre capital y trabajo sea mayor que 1, lo cual es un supuesto discutible (Ghosh); Hillinger y Varoufakis cuestionan las leyes fundamentales de Piketty y sostienen que la desigualdad no es resultado de un determinismo empírico, sino de factores políticos y de las fuerzas del conflicto social. Piketty ha conseguido su objetivo de colocar el tema de la desigualdad en la distribución del ingreso y la riqueza en el centro del debate económico y político; el sucinto panorama de la polémica presentado en estas líneas es apenas un botón de muestra. Piketty leyó y criticó Das Kapital; en reciprocidad, sin duda Marx habría leído, criticado y recomendado la lectura de Le Capital. Al publicar ambas obras, justo cuando la crisis económica en curso plantea el problema de cambio de paradigma, el fce nos brinda la ocasión de introducirnos en dos libros seminales que explican la dinámica de la desigualdad de la distribución del ingreso y la riqueza, un tema de frontera en la discusión nacional e internacional.W Ignacio Perrotini Hernández es profesor de Teoría y Política Monetaria en el Posgrado de la Facultad de Economía de la UNAM. Ha traducido varios libros para el Fondo de Cultura Económica, como El gran escape. Salud, riqueza y el origen de la desigualdad, de Angus Deaton (de próxima aparición).

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Con el propósito de encontrar nuevas voces que impulsen el desarrollo de la creación literaria y plástica de obras para niños y jóvenes en Iberoamérica, el Fondo de Cultura Económica convoca a escritores e ilustradores de todas las latitudes a participar en el XIX Concurso de Álbum Ilustrado A la Orilla del Viento, que se ajusta a las siguientes

1. Podrán participar escritores e ilustradores adultos, de cualquier

10. Los trabajos deberán remitirse a la siguiente dirección con los

nacionalidad, lugar de origen o residencia, con una o más obras, siempre que su propuesta sea en lengua española. Quedan excluidos los empleados del Fondo de Cultura Económica. 2. Las obras deberán ser inéditas y no participar simultáneamente en otro concurso, y podrán ser presentadas por uno o varios escritores e ilustradores. 3. Podrán participar con tantas obras como quieran siempre que las envíen por separado. 4. La propuesta deberá atender al concepto de álbum; es decir, un libro en el que la historia se cuente a través de imágenes y texto de tal manera que éstos se complementen o estén íntimamente relacionados. (Recomendamos ver los álbumes publicados en nuestra colección Los Especiales de A la Orilla del Viento.) Asimismo, se aceptarán historias narradas sólo con imágenes, pero no se recibirán trabajos sin ilustraciones. Los pop up, las novelas ilustradas o las propuestas para colorear quedarán automáticamente descalificadas. 5. El tema, formato del álbum y la técnica de ilustración son libres. La extensión máxima de la obra deberá ser de 48 páginas, y la mínima de 16. 6. La propuesta del libro deberá presentarse en una maqueta con la versión final de diseño, texto, color e ilustraciones. No es necesario encuadernar la maqueta, un engargolado basta. No se aceptarán maquetas de obras incompletas. 7. La maqueta deberá firmarse con seudónimo y no debe incluir semblanzas ni referencias al nombre de los autores. 8. Los datos personales de los participantes deberán ir en un sobre cerrado que contenga nombre, dirección, teléfono y correo electrónico. En el exterior del sobre deberá escribirse el título de la obra concursante y los seudónimos utilizados para firmarla. 9. En ningún caso se devolverán las maquetas, por lo que no se deberán enviar las ilustraciones originales, sino sólo reproducciones de éstas.

datos del concurso: XIX Concurso de Álbum Ilustrado A la Orilla del Viento Libros para Niños y Jóvenes Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho Ajusco 227, Col. Bosques del Pedregal, Tlalpan, C.P. 14738, México, D. F. Los concursantes de Argentina, Brasil, Colombia, Chile, España, Estados Unidos, Centroamérica, Perú y Venezuela podrán entregar su(s) propuesta(s) en las filiales del FCE en estos países, cuya dirección se encuentra al calce de estas bases. Sus trabajos deberán incluir la leyenda XIX Concurso de Álbum Ilustrado A la Orilla del Viento. 11. Queda abierta la presente convocatoria a partir de su fecha de publicación y hasta las 18 h del 31 de agosto de 2015. En los envíos por correo se considerará la fecha de remisión. No se recibirán propuestas después de esta fecha. 12. El jurado estará compuesto por personas de reconocido prestigio en el área de la literatura infantil y juvenil. La identidad de sus integrantes se mantendrá en secreto y se dará a conocer en la fecha de publicación de los resultados. Su fallo será inapelable. Asimismo, el premio podrá ser declarado desierto. 13. El premio, único e indivisible, consistirá en $150,000.00 (ciento cincuenta mil pesos mexicanos o su equivalente en dólares estadounidenses) como adelanto de regalías, así como la publicación de la obra en la colección Los Especiales de A la Orilla del Viento. 14. Los resultados del concurso serán publicados el 30 de octubre de 2015 en la página: www.fondodeculturaeconomica.com. La participación en este concurso implica el conocimiento y aceptación de estas bases. México, marzo de 2015

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