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Alonso Quijano, un Quijote "vestido de cuerdo y desnudo de loco" 0
Eunhee Kwon Univ. Femenina D u k s u n g
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I. Introducción D o n Quijote no es D o n Quijote desde el principio. Hay un antes y después, que es lo que le da pleno sentido a nuestro personaje y a lo que se ha venido considerando su locura. El trabajo consistirá en revisar cómo ese Alonso Quijada, Quesada o Quejana, hidalgo rural y sin siquiera un nombre definido sale del anonimato vistiéndose de caballero y de loco para ser ese don Quijote que transforma la realidad acorde a su propósito de ser "el mejor y más valiente de los caballeros andantes"(I,25), pero para volver a ser ese A l o n s o Quijano, definido y sabedor, que desviste al caballero "enemigo [ya] de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterna de su linaje"(II,74), una vez ya ducho en la materia y asimilado en su propia persona, lo que a é l arrepentido o no, le ha legado un Quijote que lo sacó de ese mundo primero de hidalgo pobre y sin fronteras, para a través de la mirada y el conocimiento, poderlo conducir a ese reencuentro consigo mismo, al desnudo o sabiduría de un cuerpo y alma ejercitados por los azares de la vida y por los desengaños que su vestido de loco, llamado D o n Quijote, le proporcionan a lo largo de ésta, su gran aventura del conocimento. Partiremos de la premisa de Vicente Gaos de que la locura del Quijote es un acto voluntario , un salvoconducto para poder dar rienda suelta a los propósitos de 1
A l o n s o Quijano, un cuerdo que decide volverse loco, llamarse don Quijote y ser caballero andante para poder inventarse a sí mismo, a Rocinante e incluso a Dulcinea, y enamorarse de ella porque ésa es la única forma también de poder transmutar las ventas en castillos, las rameras en damas o los molinos en gigantes, y transformar así no solo el mundo sino, y sobre todo, autorrealizarse personalmente, que es ahora y siempre, la esencia misma de la vida humana y nuestro propio imperativo.
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II. Alonso Quijana, Quesada o Quejana Cervantes nos ha hecho creer a lo largo de estos cuatrocientos años que D o n Quijote es el producto de un tal A l o n s o , empedernido lector, que "se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro, y los días de turbio en turbio; y así, del p o c o dormir y del mucho leer se le secó el cerebro de manera, que vino a perder el juicio"(I,l), pero esta exaltación de ánimo y este despliegue de aventuras que "rematado su juicio, vino a dar en el más estraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo"(I,l) no parecen deberse únicamente a su afición a la lectura, como ya se ha venido demostrando durante estos últimos cuatro decenios, sino a un malestar del propio personaje que decide mudar de persona y prueba hacerlo disfrazándose, pero no sólo de cuerpo sino, y sobre todo, de alma. Teniendo en cuenta que "lo humano es el efecto del mestizaje de sustancias tan heterogéneas c o m o la materialidad del cuerpo, la imagen del cuerpo y el verbo incorporado" , el malestar que puede hallar un sujeto en la manera de habitar su 2
cuerpo puede muchas veces resolverse a través de un nuevo velo humanizador, como es el vestido, y una nueva forma de vida; aunque en el caso de nuestro aún inconsistente hidalgo, "de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza"(I,l), al decidir cambiar a sus cincuenta años de vestido y al empezar a estructurarse dependiendo de la mirada del otro, lo hace en detrimento de su persona, aunque n o de la
ficción.
La lectura fue su primera huida. "Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año), se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aún la administración de su hacienda, y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos"(I,l); y la segunda, que tiene más de alma que de cuerpo, lo hace a través del verbo, acción y acto, pues decide "para el aumento de su honra c o m o para el servicio de su república hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama"(I,l). Es, a partir de entonces, cuando uno se hace otro y empieza el desdoblamiento real y paulatino del personaje. Cide Hamete Benengeli, historiador y traductor moro que pone en castellano el original árabe, y Cervantes, que aparece c o m o segundo autor, comienzan presentándonos a un A l o n s o de cuyo sobrenombre siquiera parece haber conjeturas verosímiles , pero, al transmutarlo en su otro "yo", le da una envergadura 3
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tal que Rubén Darío y Unamuno hasta le otorgan el título de santidad. Este personaje dentro del personaje es el que se autonombra Don Quijote y, aunque parte del anonimato de un simple hidalgo manchego, es, c o m o personaje de un Cervantes que juega con nuevas concepciones de los límites, un "legado del viaje del hombre, de la inconsciencia a la conciencia de sí; de la vida pasiva a la vida reflexiva, activa, y a la vida trascendente (de la posteridad religiosa, literaria, novelesca); de la vida concreta a la realidad inconsciente, novelesca y mítica; de la unidad de visión a la multiplicidad de interpretaciones (lecturas) del hombre"
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Lo importante es que nace de un hidalgo, que ha sido él el que lo ha creado y el que le está dando un sentido a ese nuevo vestido con el que se dispone a vivir, porque este tal señor A l o n s o Quejana, harto de seguir viviendo por nada, de seguir leyendo para sólo conversar con el cura y el barbero, sabe que es la única forma de él poder ser lo que quiere ser, y no sólo eso, sino de ser todo lo que quiere ser. "Y sé que puedo ser no solo los que he dicho, sino todos los doce Pares de Francia, y aun todos los nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron, se aventajarán las mías"(I,5). Es cuerpo y materia de lo que ha de ser, una potencia en cierne de ese otro héroe y caballero que comparte con Quevedo aquello de que "Es mejor vida morir que vivir muerto". Y es que el descubrimiento del nuevo mundo o la revolución copernicana y su teoría heliocéntrica han movido muchas piezas en pro de esa relatividad y multiplicidad, y, por tanto, en busca de una verdad que se presenta de formas más extravagantes, más desarraigadas y más amenazadoras del orden establecido, como lo es D o n Quijote, que acaba de salir, por voluntad de su otro "yo", de los entornos planos de un hidalgo para crear y adaptar lo creado a su pensamiento y a sus propósitos, y vivir, libre del tiempo y el espacio, en consonancia con la nueva forma de vida que se planea para sí mismo, un mundo de valores al que sólo se puede acceder desnudando el mundo de los sentidos y de las cosas. Américo Castro, Vicente Gaos, Arturo Serrano Plaja o Gonzalo Torrente Ballester son algunos de esos nombres que han visto en la locura de nuestro personaje, un "recurso técnico, un motivo funcional y estructurante de la novela" o vehículo, como 6
diría Américo Castro, para cierta idea del vivir humano según Cervantes lo entendía, y que, según Francisco Garrote Pérez, es la voluntad y ese preconizar que "el hombre, bajo la acción de D i o s y de la naturaleza, su mayordomo, no sea sólo aquello que cree debe ser, no se quede en el convencimiento de lo que debe ser en la vida con relación a su fin último, sino que debe dar el paso de querer ser de verdad aquello que ha planeado en su entendimiento."
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Sin embargo y a pesar de todo, la psiquiatría moderna sigue hablando de esquizofrenia, de paranoia y, recientemente, hasta de un trastorno bipolar, y, por tanto, de un acto inconsciente, c o m o dijo Francisco Alonso-Fernández, presidente de la Asociación
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Europea de Psiquiatría Social, que tumbó en su diván de consulta, el pasado 18 de octubre de 2 0 0 4 , al mismísimo A l o n s o Quijano e hizo el siguiente diagnóstico, que su afición a los libros de caballería no es, ni mucho menos, la causa, sino "el primer síntoma de un delirio de autometamorfosis, un delirio de transformación de sí mismo y adopción de una nueva identidad"
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Se trata, c o m o ya lo apuntó Gaos, de un error bastante frecuente que consiste en confundir realidad y ficción, y es que la envergadura de nuestros personajes es tal que con frecuencia olvidamos que lo que ellos quisieron ser fue simplemente personajes literarios. D o n Quijote "quiere ser protagonista de un libro y piensa en el futuro historiador que ha de escribirlo" , c o m o ya ocurre en la segunda parte del 9
libro, y A l o n s o , que lo que pretende es conocerse a sí mismo, principio universal del Humanismo, permite al primero vestirse de loco para escapar de esa realidad de la época y para, una vez en la realidad creada por D o n Quijote, poder desvestirlo y en su desnudez encontrar eso que aconseja a Sancho antes de comenzar éste el gobierno de la ínsula, y, por supuesto, a él mismo: "has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a tí mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. D e l conocerte saldrá el no hincharte c o m o la rana, que quiso igualarse con el buey"(II,42) El caso es que Alonso Quijano, consciente de su deliberada transformación, hace suyo aquel refrán -el hábito hace al monje- y confirma que la realidad circundante no es en ningún caso la verdad, esa verdad desnuda que sólo D i o s p o s e e y que, según D o n Quijote, de tenerlo "sin los vestidos de la lisonja, otros siglos correrían, otras edades serían"(II,2), sino esa otra verdad, vestida de lisonjas, que es la que lleva a A l o n s o a desnudarse de cuerdo y vestirse de loco; esa misma verdad que vistió de cuerdo y desnudó de loco al loco que, según lo contado por el barbero en el capítulo uno de la segunda parte, se creía Neptuno. N o es un imitador - " Y o sé quién soy"(I,5)-. Es un buscador de verdad y la verdad para él está en los libros de caballería y por eso, sólo por eso, se ha propuesto acometer "todo aquello que puede hacer perfecto y famoso a un andante caballero"(I,25), pues "el bajo mundo que le rodea le estrecha con un cerco hostil que ha de romper continuamente ennobleciéndolo y adecuándolo a su misión" y porque "la locura del caballero no estriba en desdeñar la experiencia, sino en querer desdeñarla"
III. Don Quijote, atuendo de loco D i c e Martín de Riquer, "Don Quijote, a principios del siglo XVII, vagará por los caminos de España revestido de una armadura de finales del siglo X V (época de sus bisabuelos), lo que hará de él un arcaísmo viviente que producirá la estupefacción o la risa de sus contemporáneos, subditos de Felipe III, que se encontrarán frente
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a un ser vestido como un caballero de los tiempos de la guerra de Granada, sorpresa similar a la que nos produciría a nosotros toparnos con un personaje disfrazado de general carlista. El aspecto grotesco de don Quijote se acrecentará extraordinariamente cuando cubra su cabeza con una bacía de barbero de latón, adminículo que h o y ya no nos es familiar, pero que hasta hace poco era vulgar y corriente y que por fuerza tenía que resultar chocante usado c o m o tocado" D i c e Cervantes: "Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que era uno de los calurosos del m e s de julio, se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y por la puerta falsa de un corral salió al campo, con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo"(I,2). Y , por último, dice A l o n s o Quijano, ya vestido de Quijote o desdoblado en él, "¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, desta manera?: 'Apenas había el rubicundo A p o l o tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus harpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel"(I,2) Se trata de visiones concéntricas, reflejo posiblemente de esa desconfianza en el mundo de los sentidos del artista Barroco que, c o m o dice Jesús G. Maestro, "unida a una experiencia inevitable de desengaños, induce al hombre del Barroco a discutir la percepción habitual de los hechos reales, a subvertir la interpretación de la experiencia cotidiana,
a
destacar,
mediante
recursos
diversos
(metáfora,
metateatro,
metasensorialidad), todo cuanto se sitúa más allá del mundo perceptible de los sentidos"
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Este comenzar a vivir vestido de D o n Quijote, que es lo m i s m o que vivir en la multiplicidad y el relativismo que dan los vestidos en sí, se realiza en solitario y sin más contento que el suyo propio, que se consuela imaginando lo que posiblemente querían ver sus ojos, aunque contrastaran hasta el delirio con la realidad de los sentidos. Y a está vestido y preparado, pero necesita del reconocimiento ajeno y de ahí también el sufrimiento, pues necesita supeditar su imagen a la mirada del otro, c o m o aquel rey vanidoso que cree estar vestido con las mejores galas y resulta que está completamente desnudo, y exponerse a otros, que son los que cuestionarán su persona y evidenciarán la farsa , al "hacerse armar caballero del primero que topase, a imitación de otros muchos que así lo hicieron, según él había leído en los libros que tal le tenían"(I,2)
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en "esa figura contrahecha, armada de armas tan desiguales como eran la brida, lanza, adarga y coselete"(I,2) del caballero visto a través del ventero que lo arma. Aquella grotesca imitación a la que se prestan él, por sacar adelante su empresa, y el ventero, "por tener que reír aquella noche"(I,2) es, probablemente, el comienzo de la nueva vida de A l o n s o y el de la historia del Quijote, ya que "de ahora en adelante [-dice Vicente Gaos-] toda la novela transcurrirá acomodada a este equívoco inicial y consciente"
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Si bien la locura, sueño, equívoco o ilusión, han sido frecuentemente vehículos de expresión, de conocimiento y forma de trascender los límites de la experiencia posible; umbrales todos ellos que, c o m o decía Jesús G. Maestro, tienen y han tenido mucho juego en la literatura ; los paréntesis de cordura, como dice Martín de Riquer , también nos revelan hasta qué punto es literaria su locura, que afirma categóricamente: "Yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada, y pintóla en mi imaginación c o m o la deseo, así en la belleza c o m o en la principalidad"(I,25). N o son transmutaciones radicales, ya que cuando A l o n s o , cuerpo y materia de D o n Quijote, decide pasarse por loco, lo hace como un desarrollo, un proceso evolutivo de crecimiento personal que se vale de sus salidas en busca de aventuras -que, según Borges, no son más que meros adjetivos de Alonso Quijano- para cambiar las estructuras que definen nuestro concepto de identidad y visión del mundo. D o n Quijote, disfraz o atuendo con el que se cubre A l o n s o Quijano, es, aunque en dimensiones mucho más mayores, lo que para Sansón Carrasco, aquel caballero de los Espejos o del Bosque. Lo que les diferencia, sin embargo, es el porqué y el c ó m o de su transmutación, porque si lo que quiso nuestro caballero fue emular eso que sin estar loco seria imposible o inaceptable, lo que pretendía el bachiller era sacarlo de ese mundo y volverlo a reducir al de los sentidos. El c ó m o es que si D o n Quijote puso alma en ello, o sea la locura, Sansón Carrasco sólo es un cuerpo, una materialidad disfrazada y hueca, que ignora que sólo enajenándose de su sentido "lógico" sobrevive la individualidad. Recordemos que D o n Quijote no tiene cuerpo, que ese cuerpo que usa no sólo no es suyo, sino que, siendo imprescindible, es también un obstáculo que lo aleja de su ideal caballeresco y nos recuerda insistentemente quién es y de dónde viene. D e cruzarnos con él, probablemente hagamos lo que Pedro Alonso cuando se lo encontró apaleado cruelmente por los mercaderes: "-Señor Quijana -que así se debía de llamar cuando él tenía juicio y no había pasado de hidalgo sosegado a caballero andante-, ¿quién ha puesto a vuestra merced desta suerte"(I, 4). El reto de estos cambios, externos y formales básicamente, tienen un destino que no es otra cosa que el reencuentro de un cuerpo y su alma, de D o n Quijote y Alonso Quijada, Quesada o Quejana, hidalgo de un pueblo de la Mancha, y su resurrección espiritual tras someter su cuerpo y su cordura a un Quijote y decidir conocer la
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desdicha de una época equivocada, para conocerse y encontrarse en vida, que es, c o m o él dice "el más difícil conocimiento que puede imaginarse"(II,42)y parcela de esa "verdad desnuda" a la que sólo se puede acceder "vestido de cuerdo y desnudo de loco"(II,l) o, mejor dicho, desnudo de loco y vestido de cuerdo.
IV. Alonso Quijano el Bueno se desnuda Si D o n Quijote es un atuendo, Alonso Quijano el Bueno es el desnudo, la palabra desnuda o verdad en cueros que sólo D i o s y la muerte poseen, pero para llegar a esta verdad, la absoluta o la que llama Francisco Garrote Pérez, "naturaleza creada" hemos necesitado de esa otra, la relativa, la de la "naturaleza creadora", que es donde está la locura y la ilusión. En cualquier caso, ese a quien "se le arraigó una calentura que le tuvo seis días en la cama, en los cuales fue visitado muchas v e c e s del cura, del bachiller y del barbero, sus amigos, sin quitársele de la cabecera Sancho Panza, su buen escudero"(II,74) no es ya el caballero sino nuestro hidalgo A l o n s o Quijano. Recordemos que D o n Quijote, a pesar de la crueldad a la que se ve sometido muchas v e c e s , pocas v e c e s enferma y de hacerlo, su recuperación es tan rápida que, Correa Mujica, lo considera "una creación mágica que, al igual que los comics
latinoamericanos de nuestros días,
puede ser desmembrado, descuartizado y hasta aniquilado para resurgir después con nuevos bríos o con nuevas vivencias" , pero más que magia, lo que tenemos que considerar es que D o n Quijote no es cuerpo sino espíritu y c o m o tal actúa, ajeno al dolor y a la muerte, que le corresponden a su otro "yo", cuerpo y mortal Alonso Quijano. D o n Quijote, vestido de loco, ha venido desmenuzando la realidad en ese desnudar paulatino que concluye en nuestro A l o n s o Quijano el B u e n o , y, por tanto, también muriéndose: "Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, c o m o si hablara dentro de una tumba, con v o z debilitada y enferma, dijo: — D u l c i n e a del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y y o el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza y quítame la vida, pues m e has quitado la honra"(II,74) hasta llegar a ese sueño de "más de seis horas: tanto, que pensaron el ama y la sobrina que se había de quedar en el sueño"(II,74), tras el cual reaparece nuestro hidalgo, ya desnudo y nuevamente vestido, pero de cuerdo. D e las derrotas ha surgido y surge las transmutaciones de nuestro personaje. Y es que hay que entender la derrota c o m o una ruptura, el quiebre entre lo que quiero ver y lo que v e o , que es lo que le pasa al primer A l o n s o y lo que lo empuja a elevarse a ese mundo de los valores, pero también lo que le pasa a D o n Quijote al volver a su pueblo y a su primera realidad, vencido por el Caballero de la Blanca
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Luna, desengañado y mucho menos feliz de lo que estaba A l o n s o Quejana cuando decidió ser caballero. Este último quiebre es lo que conduce a la superación de los esquemas mentales de D o n Quijote y permite redescubrirse al A l o n s o Quijano que con él vive, redescubrir el propio nombre, ver la propia cara de ese que es él, Alonso Quijano el Bueno. El final de Don Quijote no es la muerte de Alonso sino su resucitar, es el desengaño que lo desviste y lo deconstruye para volver a ser lo que fue y reconocerse en el que es, que es un cuerpo y un mortal, la morada de ese Quijote que cede a la muerte el cuerpo que fue, porque la suya, la única que se le permite es la espiritual y esa no muere sino que se alimenta de los cuerpos en los que se van generando. A l o n s o Quijano se desnuda de su ficción porque sabe que le llega la muerte y con la muerte no hay disfraz que valga. En este sentido, ese renunciar o arrepentirse de haber sido D o n Quijote no es un acto tan voluntario como cuando decidió vestirse de caballero, porque es la propia muerte la que le exige tal desnudo, esa palabra desnuda y esa verdad con las que nos entregamos todos a nuestro último destino. Y es que cuando el médico dice: "por sí o por no, atendiese a la salud de su alma, porque la del cuerpo corría peligro"(II,74), la muerte ya es una presencia y D o n Quijote, consciente de ello y de que ya le había llegado el momento de dejar paso a Alonso Quijano, pide a todos "que le dejasen solo, porque quería dormir un poco. Hiciéronío así y durmió de un tirón, como dicen, más de seis horas: tanto, que pensaron el ama y la sobrina que se había de quedar en el sueño" (11,74).
V. Conclusión D o n Quijote es una aspiración, un camino y la metáfora de todos los verbos imperfectivos. Es una aventura del conocimiento, un proceso y un planteamiento, por tanto, ni siquiera es un reformador sino, como dice Rosales, tan sólo un enjuiciador moral ; y su atuendo, representación de ese relativismo barroco, y su deliberada 18
locura, los requisitos para iniciar, vivir y acabar ese "andar sin rumbo" y poner término a esa vida que es sinónimo de la duda y del conocer, que decía Aleixandre, y metáfora de nuestro Quijote; y conducirnos al saber y comprender de ese A l o n s o Quijano el Bueno, que es el desnudo, atemporal y ahistórico, que exige la verdad y motivo por el que la libertad y su voluntad obraron. Si Cervantes mantuvo siempre cerca a Alonso Quijano con esos paréntesis de cordura, fue posiblemente porque él, mejor que nadie, sabía que D o n Quijote no podía morir ni querría él que muriera, y si a alguien tenía que matar para inmortalizar o hacer irrepetible a aquel, era a ese otro "yo". Así concluye Cervantes, haciendo que el Cura pida al escribano que dé testimonio de la muerte del personaje "para quitar la ocasión de algún otro autor que Cide Hamete Berengeli le resucitase falsamente"(II,
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74), y así acaba la vida de A l o n s o Quijano, según el epitafio que le puso Sansón Carrasco, "Yace aquí el hidalgo tuerte/que a tanto estremo llegó/de valiente, que se advierte/que la muerte no triunfó/de su vida con su muerte"(II, 74), y así concluimos nosotros, recordando con José Luis Borges que "El hidalgo fue un sueño de Cervantes/Y don Quijote un sueño del hidalgo./El doble sueño los confunde y algo/está pasando 19
que pasó mucho antes./Quijano duerme y sueña
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NOTAS El título hace referencia a la historia contada por el Barbero del loco que se creía Neptuno, pero que, como Don Quijote, era un monomaniaco y, como con él, nadie estaba seguro del grado de su locura: "obedeció el rector viendo ser orden del arzobispo, pusieron al licenciado sus vestidos, que eran nuevos y decentes, y como él se vio vestido de cuerdo y desnudo de loco, suplicó al capellán que por caridad le diese licencia para ir a despedirse de sus compañeros los locos"(II,l) Este trabajo ha sido realizado gracias al apoyo ofrecido por la Facultad de Humanidades de la Universidad Femenina Duksung, Seúl, Corea. "Si Don Quijote no estuviera loco, no habría Quijote. Por lo pronto, es indudable que la demencia del personaje le sirve al autor de salvoconducto para expresarse con una libertad que, de otro modo, le habría estado vedada", Miguel de Cervantes (1987), Don Quijote de 0
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la Mancha, ed. Vicente Gaos, III, p.163. Alain Didier-Weill (1997), "El artista y el psicoanalista, mutuamente interpelados", Cuadernos hispanoamericanos, N.569, noviembre, p.7 "Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quejana"(I,l) Irma Césped Benítez (2004), "Ex cursus. El motivo del viaje. Tres viajes quijotescos", Cuaderno, Centro de Informaciones Pedagógicas. Universidad de Ciencias de la Educación, p. 5 El paso del geocentrismo aristotélico al heliocentrismo -desplazamiento de la tierra al sol- supone un corrimiento umbilical del hombre y su planeta, a favor del universo y de un sujeto, ya mero organizador semántico. Ver Eduardo Foulkes (2002), "La razón psicoanalítica. Entre el barroco y la posmodernidad", Cuadernos hispanoamericanos, n.624, junio. Miguel de Cervantes, op.cií., III, p.163 Francisco Garrote Pérez (1979), La naturaleza en el pensamiento de Cervantes, Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, p.147 Según el informe medico, Alonso Quijano padece de un trastorno bipolar, marcado por momentos eufóricos y depresivos que lo llevan a esas transformaciones de personalidad y a esa según palabras del psiquiatra, "inflación del propio yo, un delirio expansivo, megalómano, que le lleva a inventarse grandes enemigos, muy potentes, que le tienen ojeriza, con lo cual todavía se engrandece el más" Véase, "Un psiquiatra trata a Don Quijote", La Voz de Galicia: 18 de octubre de 2004 Ángel Basanta (1992), Cervantes y la creación de la novela moderna, Madrid: Anaya, p.56 Miguel de Cervantes, op.cit, III, p.170 Martín de Riquer (1993), Nueva aproximación al Quijote, Barcelona: Teide, p.75 Jesús G.Maestro (2004), "Cervantes y Shakespeare: el nacimiento de la literature metateatral" Bulletin of Spanish Studies, LXXXI, 4-5, p.601 De ahí, dice Martín de Riquer, que este episodio ocurriera antes de que se hiciera acompañar por el escudero, pues de lo contrario, posiblemente éste nunca hubiera dado fé a todo lo que le venía encima. Véase, Martín de Riquer, op.cit., p. 80 Miguel de Cervantes, op.cit., III, p.83 "la importancia que la literatura y la pintura conceden especialmente a los umbrales de la locura, el sueño, el equívoco, la illusion o la maravilla [•••] como vehículo de expresión y de síntesis que, con afán siempre defraudado, pretende un conocimiento gradual de cualquier forma de trascendencia" Véase Jesús G. Maestro, op.cit., p.601 Martín de Riquer, op.cit., p.103 Miguel Correa Mujica (1999), "Sobre la muerte de/en Don Quijote de la Mancha", Espéculo, n . l l , junio, p.4 Luis Rosales (1985), Cervantes y la libertad, I, Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, p.158 "Sueña Alonso Quijano" de J.L.Borges (1975), La rosa profunda, Barcelona: Emecé 2
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