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ASÍ HABLAN LAS MUJERES: CURIOSIDADES Y TOPICOS DEL USO FEMENINO DEL LENGUAJE LA ESFERA DE LOS LIBROS, S.L. – Madrid, 2003 Pilar García Mouton - ISBN: 849734121X. ISBN-13: 9788497341219 SINOPSIS: Son incontables las quejas de las mujeres sobre lo poco comunicativos e inexpresivos que pueden resultar los hombres. También los reproches por parte de ellos sobre lo agobiantes e imprevisibles que pueden llegar a ser ellas cuando conversan. Y es que hablar, hablamos la misma lengua, pero obviamente no utilizamos sus recursos de igual modo. Aunque no todas las mujeres son de Venus ni todos los hombres de Marte, es cierto que nunca se han educado igual y, sobre todo, que se han socializado de forma diferente. Vivencias, conocimientos heredados, sentimientos y puntos de vista hacen que la comunicación entre los sexos no resulte, a veces, muy fácil. Apoyándose continuamente en ejemplos prácticos, Pilar García Mouton analiza con rigor, pero también con humor, las curiosidades y los tópicos del uso femenino del lenguaje. ¿Por qué las mujeres suavizan a menudo sus expresiones diciendo, por ejemplo, que alguien es un poco tonto? ¿Por qué algo que sienta divinamente parece más sofisticado que aquello que apenas sienta muy bien? ¿Por qué tienden a relativizar las cosas con fórmulas del tipo Yo casi prefiero...? Además, repasa los temas de conversación, los silencios y las reglas de cortesía; la entonación y la supuesta manipulación a través de las palabras. Como afirma Álex Grijelmo en el prólogo, «esta obra aborda el asunto desde el interior de las mujeres: no tomando como referencia el sistema gramatical o el machismo histórico del diccionario, sino adentrándose en la mentalidad lingüística femenina para describir sus refugios, sus reflejos y su experiencia». PERFIL: Doctora en Filología Románica, es Profesora de Investigación del CSIC y Directora de su Instituto de la Lengua Española. Ha sido Profesora Titular de Dialectología y Geografía Lingüística en la Facultad de Filología de la Universidad Complutense (Madrid), Secretaria de la "Revista de Filología Española", Vicepresidenta del "Atlas Linguistique Roman" y responsable del Comité Español del "Atlas Linguarum Europae". Es codirectora del "Atlas Lingüístico y Etnográfico de Castilla-La Mancha" y ha hecho trabajo de campo en varios países americanos. Además de numerosos artículos en revistas especializadas, ha editado "Geolingüística. Trabajos europeos" (1994). Es autora de "Lenguas y dialectos de España" (1994) y de "Cómo hablan las mujeres" (1999).
INTRODUCCIÓN al libro Así hablan las mujeres En los últimos años las librerías se han llenado de libros dedicados a las mujeres. Libros que reivindican derechos para las mujeres, libros que se dirigen casi como único público a las mujeres, o libros que tratan sobre ellas y hacen a los hombres un guiño cómplice, asegurándoles que los van a ayudar a entenderlas. Es verdad que ellas también reciben promesas en forma de libro para facilitarles la comprensión de los hombres, al parecer tan difíciles de descifrar. En general, se diría que la mujer es, al tiempo, buen tema y buen público. Este libro no hablará sólo de mujeres; al hablar de ellas, tendrá que hablar también de hombres. Ellos y ellas buscan su identidad en una época que ha roto con unos esquemas en los que antes se movían y se reconocían, más o menos conformes, pero con la seguridad que da el terreno conocido. Como la guerra de los sexos se ha ido encauzando por recovecos insospechados, hoy no se puede decir que todas las mujeres sean así y todos los hombres de aquella otra manera. Hay muchas mujeres y muchos hombres. Y, aunque cada vez tendemos más a generalizar, en nuestro entorno conviven a gusto
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distintos tipos de hombre y de mujer. Hay que reconocer que en eso, como en tantas otras cosas, nuestro mundo ha cambiado deprisa: encontramos mujeres muy “femeninas” junto a mujeres más difíciles de encasillar, y otras mujeres que se apartan bastante del modelo que proponen las revistas. Junto a ellas, hombres de los de siempre, más parecidos al esquema de sus padres, junto a hombres más “femeninos”, menos ajustados a los patrones tradicionales de masculinidad. Lo cierto es que la frontera entre unos y otras cada vez es más relajada, tiene más puntos de encuentro. Todo esto se refleja en la lengua, que cambia para adaptarse a la realidad, y de eso se ocupan las páginas que siguen. Las mujeres y los hombres se diferencian a veces en su forma de hablar, pero, antes de empezar este libro, quisiera prevenir a quien lo lea contra el peligro de tomar al pie de la letra algunas de las generalizaciones que puedan aparecer —y que sin duda aparecerán— a lo largo de estas páginas. Las afirmaciones que haga siempre serán relativas y estoy segura de que casi todas se podrían matizar. Pero, aunque yo no crea que todos los hombres sean de Marte y todas las mujeres de Venus, sí creo que no siempre han crecido juntos, que casi nunca se han educado igual y, sobre todo, que se han socializado de forma diferente como grupo. Y eso influye en casi todo, también en su manera de hablar. No hay que insistir en que el panorama ha cambiado en los cincuenta últimos años y en que uno de los cambios más radicales del siglo pasado ha sido la incorporación de las mujeres a la vida pública. Y aunque muchas se quejan, con razón, de que esta incorporación todavía es poco más que simbólica si se mira lo que queda por conseguir, no se puede negar que la vida de una mujer urbana actual, cuando tiene un voto, unos estudios, un trabajo y un sueldo, es más parecida a la de un hombre de los años cuarenta que a la de otra mujer de aquellos mismos años. Además, hoy los lugares de relación entre los dos sexos son casi los generales, y ya no, como antes, sólo los de la familia y algunos actos sociales en los que pesaba un estricto protocolo. Siempre quedan restos de situaciones anteriores que pueden escaparse a estos argumentos — pensemos, por ejemplo, en las mujeres que viven en algunos pueblos aislados o en las que trabajan en la cumbre de los Consejos de Dirección de las grandes empresas, donde aún les resulta difícil hacerse escuchar—, pero en general hay menos lejanía, y se puede decir que ya no existen, tan separados como antes, un mundo de hombres y otro de mujeres. El mundo se ha vuelto casi uno y, en él, es fundamental la comunicación. Sin embargo, ahora que las vivencias parecen comunes, que se comparten intereses y aficiones, todos se quejan de que la comunicación entre los sexos sigue sin ser fácil. ¿Por qué, si la conseguimos fundamentalmente con las palabras? Hablar, que es el orgullo de nuestra especie, lo que nos diferencia y nos permite pasar a otras dimensiones —crear, amar, discutir, bromear, seducir, censurar, apoyar, ignorar...—, en vez de acercarnos, nos separa. Nadie podría decir en serio que los hombres o las mujeres tienen más o menos dificultades para usar el lenguaje por el hecho de pertenecer a un sexo o a otro. Pero son frecuentes las quejas femeninas sobre lo inexpresivos y lo poco comunicativos que pueden resultar los hombres y también arrecian los reproches por parte de ellos sobre lo agobiantes e imprevisibles que pueden llegar a ser las mujeres con su forma de hablar. Hablar, hablamos la misma lengua, pero no es tan seguro que usemos sus recursos del mismo modo. Y es que la lengua está relacionada con todo lo que somos desde la niñez, y en ella se mezclan —a los conocimientos heredados— nuestras vivencias, nuestros sentimientos, lo que vamos aprendiendo, lo que queremos ser o lo que querríamos parecer, y muchas otras cosas que escapan a nuestro control. Este libro no está pensado como un libro de autoayuda, pero sí quiere ser un libro que ayude a vernos a través de nuestra forma de hablar, de utilizar el lenguaje como personas y, por qué no, como mujeres o como hombres. Está escrito en España y eso condiciona en parte la realidad a la que se refiere, aunque es verdad que hoy nuestra sociedad, como cualquier otra sociedad occidental, está permeada por actitudes, informaciones y costumbres que no son exclusivamente nuestras. No intenta ser profundamente científico, por eso no da los aburridos tantos por ciento que llenan nuestros artículos de lingüistas, ni pone a pie de página las notas con la bibliografía especializada, pero conviene aclarar que se apoya en estudios y en conocimientos serios, y trata de divulgarlos. Porque, si somos capaces de observarnos con cierto humor y a cierta distancia, quizá podamos reconocer mejor a los demás en su forma de hablar y, al mismo tiempo, entender algo nuevo de nosotros mismos. © La Esfera de los Libros, S.L. Avenida de Alfonso XIII 1, bajos. 28002 Madrid http://www.esferalibros.com/libros/libropcapitulo.html?libroISBN=849734121X
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Reseña de Así hablan las mujeres - Enrique Patiño
Lo que ellas dicen y ellos no entienden La palabra. Gracias a ella nos entendemos, pero también nos diferenciamos. Ellas y ellos la usan distinto por su actitud innata frente al lenguaje.
Conversación (y traducción) - ¿Cómo me veo con este vestido, mi amor? (¿Cierto que me veo rara con esta cosa?) - Bien. (Bien.) - Pero me veo como un poquito gorda, ¿no te parece? (¡Acaso no te das cuenta! ¡Me veo fatal! ¡Si estuviera bien no te preguntaría cómo estoy!) - Te queda bien. (Te queda bien.) - ¿No te das cuenta de que me veo rara? Como una vaca... (¡Mírame bien! ¡Parezco un marrano, una lechona, estoy horrible!) - Yo te veo bien, te dije. (Yo te veo bien, te dije.) - ¡Uf, con los hombres no se puede! (¡Ni para qué te pregunto! ¡Hombre a fin de cuentas! ¡Estúpido!) La realidad Hombres y mujeres piensan y se comunican distinto. Ellas dominan con más facilidad un lenguaje complejo y elaborado, y ellos en cambio son capaces de abstraer ideas con mayor rapidez. Ellas socializan mejor, comentan sus sentimientos sin recato entre sí y verbalizan sus problemas. Ellos se entienden mejor con otros hombres porque comparten sus códigos, pero no suelen expresar lo que sienten porque no se les ha enseñado a ello: son prácticos, concretos y al grano. Las diferencias que se dan en la comunicación de pareja pueden generar conflictos, pero también alternativas, dice la investigadora y filóloga Pilar García Mouton, quien acaba de publicar su libro titulado Así hablan las mujeres, reseñado por el diario El Mundo de España. Ella explica que mientras los hombres se comunican por motivos estratégicos, las mujeres lo hacen para establecer confianza. "Para ellas, hablar es como pensar en común". El tema, abordado en infinidad de chistes, libros y terapias, y que causa rupturas amorosas y discrepancias laborales, tiene, en realidad, un trasfondo sencillo: tenemos diferentes maneras de asumir el lenguaje, ninguna mejor que la otra, simplemente complementarias. Ambos sexos son capaces de hacer las mismas cosas, pero ciertas habilidades naturales son evidentes. Por ejemplo, la mujer siempre pregunta algo cuando llega a un lugar porque quieren iniciar una conversación. El hombre afirma. Ellas hablan de un modo más sutil y menos directo porque siempre se les ha enseñado a agradar. Los hombres solo averiguan información y cuando responden, solo eso: responden, y como sea. Ellas toman la respuesta directa y cortante como una agresión. Es más, cuando ellas cuentan sus problemas, buscan solidaridad. Cuando ellos lo hacen, quieren soluciones. Si ellos las oyen, se sienten obligados a dar una respuesta inmediata. Pero muchas veces, las mujeres no quieren opiniones, sino un abrazo, o tan solo que las escuchen.
Prácticos vs. soñadoras "Nosotras normalmente imaginamos que los hombres van a llegar cada noche como el príncipe de los cuentos. Hacemos planes, prendemos velas. Pero ellos son pragmáticos. Si dicen "vamos a cine", dicen "pero ya". Las diferencias verbales llevan a la falta de entendimiento", dice Eloísa Infante, psicóloga y libretista. "Mucho de ello es cultural -agrega-. A nosotras nos entregan muñecas Barbie desde niñas. A ellos, herramientas. Nosotras estamos diseñadas para comunicarnos. Ellos, para reprimir. Y además, nosotras no olvidamos el prontuario de las cosas que vivimos. ¡Tenemos una memoria...!".
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Es cierto: ellas recuerdan con más detalle que los hombres. Ellos, en cambio, son más analíticos, se ubican mejor y resuelven con más autoridad. Ellas "reflejan afecto a través de la palabra" y son emotivas, escribe García Mouton. Una mujer enamorada habla con el hombre como con su amiga cercana. Y se sorprende de que este le conteste con silencios y distancia. Ellos hablan para expresarse. La mujer usa diminutivos y frases de cariño, conoce más palabras y las aprende mejor, tal vez por ser la educadora de sus hijos. Su lóbulo parietal inferior derecho, relacionado con los sentimientos, está más desarrollado que el izquierdo. En definitiva, escuchan mejor. Y si saben más secretos que los hombres, es porque conocen más historias. Además, disfrutan narrando, y sus conversaciones son ricas en detalles, aunque algunos hombres se desesperen por ello. Lo que quiere decir, a fin de cuentas, que no todos somos iguales. Ni hombres ni mujeres. Si lo fuéramos, nos entenderíamos. Pero somos tan distintos y complejos, que descubrirnos debería ser otro placer más para añadir a la lista.
Mucho humor, poco amor 1. Diario de Ella. El sábado por la noche estaba raro. Fuimos a un bar a tomar una copa. Pensé que era culpa mía porque llegué tarde a la cita, pero él no dijo nada. Hablamos poco. Así que le propuse ir a un lugar más íntimo para charlar más tranquilos. Fuimos a un restaurante, pero él seguía raro. Estaba ausente. Pensé que era culpa mía. Le pregunté y me dijo que no. Pero no le creí. Le dije que lo quería mucho, pero siguió indiferente. Yo estaba preocupada. Llegamos a la casa y pensé que quería dejarme. Intenté hablarle, pero prendió la TV y se puso a mirarla con aire distante. Todo había terminado entre nosotros, pensé. Me fui a la cama. Más tarde, él vino y, para mi sorpresa, hicimos el amor. Pero seguía raro. Quise hablarle de nuevo, pero se durmió. Empecé a llorar hasta dormirme. No sé qué hacer. Estoy segura de que ama a otra. Mi vida es un desastre. 2. Diario de él. Hoy jugaba la Selección. Perdió. Pero al menos tuve relaciones.
Proclama masculina "Querida mujer: los hombres somos simples. Las indirectas con nosotros no funcionan. Si preguntas algo de lo que no quieres que te digan lo contrario, no preguntes porque te lo vamos a decir. Si te pido que me pases el pan, solo pido eso. No te estoy reprochando que no esté puesto sobre la mesa, ni que preferiría huevos. No hay mensajes ocultos. Somos simples. Cuando vamos a algún lado, todo lo que te pongas te queda bien. En serio. Y una uña sin esmalte no es un problema. Los hombres somos simples y lo último que le vemos en una mujer son las uñas. Si te veo triste y me dices que no te pasa nada, te creo. No esperes que te vuelva a preguntar porque ya me dijiste que "nada". COPYRIGHT © 2003 CASA EDITORIAL EL TIEMPO S.A. http://eltiempo.terra.com.co/vidadehoy/07dejuniode2003/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-1120454.html
Reseña de Así hablan las mujeres - Armando Bustamante Petit
Palabras cruzadas ¿Alguna vez ha sentido que usted y su pareja hablan idiomas diferentes? Es que, más allá de diferencias biológicas, pareciera que es el uso de la palabra lo que más distancia a hombres y mujeres Eres mujer y te pasas dos horas en la peluquería para asistir a un matrimonio y apenas ves a tu galán le preguntas, como quien no quiere la cosa: «Y, ¿qué te parece?», todo para que el muy inexpresivo te responda simplemente: «Bien». Eres hombre y no entiendes por qué diablos ella se molesta si le acabas de decir que le queda bien el peinado que se ha hecho, que por lo demás te encanta. Eres mujer y le sueltas: «¿Qué pasa, no te gusta?», convencida de que tu cabeza es un desastre.
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Eres hombre y le insistes: «Pero si te he dicho que está bien», ya sin esperanzas. Eres mujer y sientes: «Este insensible ya me hartó». Eres hombre y piensas: «Ya me fregué, mujer tenías que ser». Seas hombre o mujer, te preguntas, suplicante: ¿Existe alguien en este mundo que pueda entenderme? Dicen que las mujeres son de Venus y los hombres, de Marte, que hablan la misma lengua pero distintos idiomas, que están condenados a no entenderse, a malinterpretarse. Dicen que ellos son más prácticos y ellas más complicadas, que ellos son más fríos y ellas más emocionales, que unos son más directos y otras más dispersas, que unos afirman y otras preguntan, que unos informan y otras cuentan. Pero, más allá de estereotipos, creencias y mitos populares, ¿qué tan distintas son, en realidad, las actitudes de unos y otras frente al lenguaje? Aquí algunas pautas para entender a las venusinas y marcianos del planeta Tierra.
¿HOMBRES VS. MUJERES? La existencia o no de diferencias entre el habla masculina y femenina se acaba de poner nuevamente sobre el tapete con la reciente publicación en España del libro Así hablan las mujeres, de la filóloga Pilar García Mouton. Según la autora, los hombres serían directos e irían al grano, mientras que las mujeres darían rodeos y se extenderían en los detalles. Según esta concepción, para decir que quiere ir a pasear, un hombre diría: «Vamos a dar una vuelta», mientras que una mujer pondría de relieve los beneficios que el paseo puede tener y diría: «Hace una tarde preciosa, nos vendría bien un poco de ejercicio, ¿no?», o «¿Te parece si vamos a dar una vuelta?». Más allá de si esta tipología es correcta o no, parecería claro que hombres y mujeres conciben la conversación y el uso del lenguaje de distinta forma. Pero, ¿es posible decir que todos los hombres se expresan de una manera y todas las mujeres de otra? Por ejemplo, ¿las mujeres, todas, se extienden infinitamente en detalles y los hombres, todos, son mortalmente breves? ¿Ellas, todas, hablan demasiado y ellos, todos, son poco comunicativos? Las generalizaciones, claro, son odiosas: hay muchas mujeres habladoras, pero también las hay parcas, así como por cada puñado de hombres callados están también los que hablan hasta por los codos. ¿Cómo se puede, entonces, hablar de un discurso masculino y otro femenino? Para los especialistas, lo correcto sería hablar de tendencias y estilos distintos de comunicación, definidos más por una socialización diferenciada según el género, que por una aún no demostrada diferencia funcional de los cerebros. Es decir, se trataría de una cuestión cultural En este sentido, «hay dos extremos entre los que las personas se mueven. Uno masculino, más competitivo, donde el objetivo del lenguaje es ganar, y otro femenino, más negociador, que busca lograr acuerdos y conectarse con el otro», explica Norma Fuller, antropóloga de la Universidad Católica. Así pues, la tendencia masculina estaría orientada a ver el lenguaje como un medio para intercambiar información y afirmar la propia posición, mientras que la tendencia femenina, más cooperativa, lo vería como un puente para establecer y mantener vínculos. Los hombres harían uso de afirmaciones y órdenes, mientras que las mujeres utilizarían preguntas y sugerencias. El juego infantil es un buen terreno para observar esta diferenciación. «La psicóloga Carol Gilligan observó que los niños tienden a resolver los conflictos aplicando las reglas del juego, mientras que las niñas las acomodan para llegar a un acuerdo que proteja la relación», refiere el psicólogo Alejandro Ferreyros. Esto corroboraría el interés femenino por evitar choques, frente a la capacidad masculina, más utilitaria, de ir directamente al punto, sin importar si eso pondrá fin o no a la conversación.
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DE MARTE Y DE VENUS Las diferencias entre ambos estilos se ponen en evidencia, sobre todo, cuando hombres y mujeres se comunican indirectamente, es decir, cuando el significado que quieren transmitir no es el que traducen literalmente las palabras, sino que es necesario interpretar un poco más allá. Un típico caso de conflicto interpretativo podría desatarse, por ejemplo, si ante la pregunta «el matrimonio estuvo precioso, ¿verdad, mi amor?», el hombre, iluso él, respondiera con un ingenuo y conciso «sí». Y es que mientras para la mujer las preguntas son medios para que fluya la conversación, puentes que permiten conectarse con el otro, para el hombre son simples peticiones de información. Ante la pregunta «¿verdad, mi amor?», que busca dar paso a comentarios sobre el mentado matrimonio, la mente masculina solo encuentra dos respuestas, tan lógicas como precisas: sí o no. Del mismo modo, así como ellas interpretan los silencios masculinos como agresiones, ellos pueden sentirse avasallados por las «indagaciones» femeninas. Según la investigadora norteamericana Susan Tannen, «las conversaciones entre hombres y mujeres tienden a seguir patrones de preguntarespuesta». Lo que para las mujeres es una estrategia que busca la compenetración, para los hombres es un intento de saber demasiado. Para ellas, las preguntas son un medio para lograr intimidad; para ellos son un modo de obtener información. Un claro ejemplo de desfase entre los estilos puede ser visto cuando las mujeres comparten sus problemas con los hombres. Ellas, al hacerlo, buscan simple y llana solidaridad: ser escuchadas y comprendidas, como cuando hablan con sus amigas. Ellos, por su parte, tienden a entender la conversación como una demanda de soluciones, lo que los lleva a dar opiniones, por lo general expresadas mediante afirmaciones del tipo «esto es lo que tienes que hacer». El resultado: un choque donde la mujer tachará al hombre de insensible. Dice Tannen: ellas quieren el obsequio de la comprensión, pero ellos les obsequian consejos. «El placer está en el puente verbal. Si les resuelves el problema, ya no tiene sentido seguir hablando. Ellas piensan: lo que me está diciendo es que me calle», explica Ferreyros. En efecto, dice la española García Mouton, las mujeres verbalizan mejor sus problemas y parecen resolverlos al contarlos, pues para ellas el simple hecho de contrastar experiencias es un desahogo agradable. Para ellos, por el contrario, estas conversaciones son vistas justamente como un derroche de palabras que no llega a soluciones concretas.
¿QUIÉN LOS/LAS ENTIENDE? Parece formar parte de la sabiduría masculina estar seguro de que cuando una mujer dice que no le pasa nada... es que le pasa todo. ¿Es cierto que las mujeres dicen lo contrario de lo que piensan, que cuando quieren decir «sí» dicen «no» y cuando quieren decir «no» dicen «quizá»? Estos lugares comunes, que solo remiten a chistes estereotipados, reflejan, sin embargo, ciertos desfases comunicacionales entre ambos sexos. Sin embargo, como dice Fuller, «hombres y mujeres saben cómo es el otro, por lo que hay un continuo acto de desciframiento entre ambos. Comunicarse es ponerse en el lugar del otro, no hablar el mismo lenguaje». Para Rafo León, creador de la China Tudela, existe demasiada mistificación en la búsqueda de las diferencias de género. «Con los avances en la equidad entre hombres y mujeres, también hay una equidad en las formas de expresarse. Con los avances tecnológicos, hay una estandarización del uso del lenguaje y una exigencia por comunicarse de una manera más eficiente para ambos», explica. Lo cierto es que esta búsqueda de diferenciación trasciende las esferas académicas y los éxitos de librerías. Sean ciertas o no estas diferencias, están clavadas, como creencias generalizadas, en el imaginario colectivo, aunque muchas veces las contradicciones salten a la vista, como con el taxista que suelta, en medio de su caudaloso torrente verbal, que como las mujeres no hay, amigo, habría que cortarles la lengua, qué quiere que le diga, hombre. http://etece.terra.com.pe/ediciones/detalle_articulo.asp?cod_articulo=566&cod_edicion=59
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El Mundo, http://www.elmundo.es/magazine/2003/189/1052489255.html No.189 - Domingo 11 de mayo de 2003 INVESTIGACIÓN | EL LENGUAJE DE ELLAS
Así hablamos las mujeres Los hombres van al grano, las mujeres se extienden en los detalles; ellos tienen un estilo informativo, ellas emocional; a ellos les gusta llamar a las cosas por su nombre, ellas prefieren el eufemismo; ellos afirman, ellas preguntan; para ellos, hablar es sinónimo de problema, para ellas, de solución... Lejos de la fisiología, la biología y la genética, el elemento que más contribuye a la incomprensión entre ambos sexos es la palabra. ¿Estamos condenados a no entendernos, debido a nuestras distintas actitudes ante el lenguaje?
por Silvia Nieto ilustraciones de Raúl Arias Por mucho que diversos hallazgos científicos hayan contribuido a que se comprendan mejor determinadas diferencias entre hombres y mujeres (como la mayor facilidad de ellas para el lenguaje y de ellos para el pensamiento abstracto), independientemente de la fisiología, de la biología y de la genética, la fuerza que más contribuye a mantener aún en pie el ancestral muro de incomprensión entre ambos sexos es la palabra. Al menos, esto es lo que se desprende de diversos estudios como el que la filóloga e investigadora Pilar García Mouton acaba de publicar bajo el título Así hablan las mujeres. Las diferencias entre cómo se expresan unos y otras, su distinta actitud ante la comunicación, son responsables de numerosos conflictos entre géneros que irían desde las desavenencias conyugales más cotidianas hasta la discriminación de la mujer en el trabajo. Pero no todo iban a ser malas noticias (¡menos mal!). Como se desprende de diversas investigaciones y también según Susana Campuzano, profesora del Instituto de Empresa que trabajó como directora de marketing para Chanel, “gracias a las mujeres, el ámbito público se beneficia de las ventajas de lo privado. Ellas, con su lenguaje persuasivo, son grandes negociadoras, vendedoras de ideas, conciliadoras y poseen una gran capacidad para motivar y apoyar equipos. Su inteligencia emocional es el complemento perfecto a la autoridad y poder genuinos del género masculino”. Y es que, como explica la experta en asesoría política y económica alemana, Gertrud Höhler, “los hombres se comunican por motivos estratégicos; las mujeres, para establecer confianza”. MEJOR ENTRE ELLAS. Lo que es un hecho es que las mujeres se entienden mejor con otras mujeres y los hombres con otros hombres, y es por una sencilla razón: comparten los códigos de rol y lingüísticos de las personas de su propio sexo. Como relata García Mouton, “desde pequeñas, las mujeres están acostumbradas a hablar mucho entre sí. Hablan de sentimientos sin pudor, los destripan y los analizan, en general, con mucha mayor facilidad que los hombres. Verbalizan sus problemas y parecen resolverlos de alguna manera al contárselos a sus amigas. Para ellas, hablar es como pensar en común”. En cambio, para el hombre, la comunicación suele tener una función eminentemente práctica, así que tienden a ser concisos y concretos y a no hablar de sus sentimientos, entre otras razones, porque tienen pocos recursos (falta de entrenamiento en la infancia, algo que a la mujer le sobra). En este sentido, resulta muy ilustrativa aquella encuesta francesa de cuyos resultados se desprendía que, en una relación, ellos valoraban el sexo, las caricias y hablar, por este orden. Para las mujeres, la preferencia era justo la inversa: hablar, caricias y sexo.
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CORTOCIRCUITOS. Cuando esos hombres y mujeres que no
comparten el mismo lenguaje se encuentran en el escenario laboral, los chirridos de esa maquinaria comunicacional mal engrasada se dejan oír hasta en Ganímedes porque, por una parte, se escucha a las mujeres esperando que hablen como tales y, si no lo hacen, se las reprueba por ello pero, por otra, se desconfía de su capacidad para dar la talla en un entorno donde están mitificadas cualidades masculinas como la autoridad, la decisión y la fortaleza y, por supuesto, el tipo de lenguaje que las refleja. Como comenta Ángeles Rubio Gil, socióloga del trabajo y psicóloga social, que ha publicado recientemente el libro Superando la soledad, “un hombre llega al trabajo y afirma, sea cual sea el puesto que ocupe. Una mujer llega y pregunta”. Porque, explica esta experta, “hemos sido educadas para agradar y eso no casa bien con la idea de liderazgo que impera en las empresas. Se supone, por ejemplo, que para ser jefe de personal debes tener la apariencia de un capataz del siglo XIX. Y no es muy distinto en el ámbito académico. Yo misma he tenido que usar gafas, rizarme el pelo y usar ropa que me diese apariencia de ser más mayor simplemente para poder desarrollar mi trabajo. Igualmente, las mujeres nos parapetamos tras un estilo de hablar menos directo, más suave, para protegernos. Cuando no lo haces puede ocurrirte lo que una vez a mí: a modo de reproche, un superior me dijo que yo tenía dentro una psicología muy masculina, sólo porque llamaba a las cosas por su nombre y hacía preguntas directas”. ELLAS PREGUNTAN Y ELLOS CALLAN. Algo tan sencillo como una pregunta tiene un significado totalmente distinto. Según el psicólogo estadounidense John Gray, mientras ellas consideran las preguntas como puentes que se tienden hacia el otro para dar continuidad a la conversación, para ellos constituyen peticiones de información. De ahí que abunden las situaciones en que, ante una pregunta como “¿verdad, cariño?”– cuyo objetivo es simplemente dar entrada al otro en la conversación– el hombre responda con un escueto “sí”, para ella, casi equivalente a un silencio. Resultado: la mujer interpreta ese mutismo como una agresión. Algo similar sucede en las discusiones. Mientras ellas cuentan sus problemas, en busca sólo de solidaridad; ellos tienden a entender la discusión como una demanda explícita de soluciones. Creen que se les está pidiendo una respuesta. Y la dan. A continuación, ellas los tacharán frecuentemente de insensibles, puesto que lo único que querían era consuelo, no opiniones. MÁS EMOCIONALES, MÁS FRÍOS. Si para el hombre lo importante en una conversación es el dato, para la mujer lo que verdaderamente merece la pena es la emoción. De ahí que, al hablar, sea más expresiva que los varones y se refiera sin pudor a su propio interior. Ellos, por su parte, no están acostumbrados a hablar de sentimientos y eso les causa problemas con las mujeres, porque ellas, en cambio, “reflejan afecto a través de la palabra y esperan que el cariño se les ‘cuente’ continuamente”, explica la investigadora García Mouton. Esta distinta perspectiva es la causa de múltiples conflictos amorosos. Cuando una mujer se enamora, suele hablar al hombre con el mismo código con que lo hace con sus amigas más cercanas. A cambio, espera que él responda con un trato recíproco y le diga qué piensa y cómo se siente. Pero, ¡oh, decepción!, lo que encuentra es a un hombre que le contesta con su propio estilo de conversación, aséptico, informativo y mucho menos sentimental; un estilo que incluye silencios.
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SUAVES E INDIRECTAS. Si –expone García Mouton– tuviéramos que resumir en dos palabras cómo quiere la sociedad que sea la mujer al hablar, éstas serían: expresiva y suave. Y eso se logra por múltiples medios: utilización de más adjetivos, superlativos, partículas intensivas, diminutivos y palabras expresivas, una entonación melódica o cantarina... Pero, además, la mujer ha desarrollado otros recursos para resultar poco o nada agresiva al hablar que, por cierto, han dado lugar a un buen número de tópicos, como evitar la discusión o el lenguaje directo y convertir el eufemismo y la indirecta en auténticas obras de arte. Hasta tal extremo se encuentra interiorizada esta cultura femenina del lenguaje rosa, que quienes diseñan la publicidad dirigida a la mujer se esfuerzan mucho por no defraudarla. Así, los anuncios de tampones y de compresas son el eufemismo en estado puro; por eso, no usan bragas, sino braguitas; no tienen la menstruación, sino el mes, y no follan, sino que hacen el amor. La fuerza de estos grilletes lingüísticos es tal que perduran a pesar de que parte de la liberación femenina haya consistido en empezar a llamar a las cosas por su nombre. ELLAS HABLAN MEJOR. Matilde Hermoso, socia de la asesoría de comunicación El pie de la letra, no cree que hombres y mujeres estén más dotados para unas u otras cosas. Sin embargo, añade, “si admitimos que la comunicación es un ámbito profesional que requiere grandes dosis de intuición, capacidad para captar situaciones por encima de lo evidente, analizar el detalle y crear sinergias, parece claro que la mujer está históricamente preparada para moverse en él como pez en el agua. Prácticamente hasta anteayer, la mujer ha reinado en el mundo de las emociones y el hombre en el de las decisiones. Este determinismo educacional, cultural y social ha definido ámbitos de poder y fijado tipos de comportamiento que, en el caso femenino, han supuesto una evolución dominante en las áreas de expresión lingüística y sus miles de matices. Por decirlo de forma gráfica, y muy en general, creo que durante siglos, el hombre ha sido orientado a vencer y la mujer, a convencer. ¿Y qué otra cosa es la comunicación, el marketing, las relaciones públicas... sino vencer convenciendo?”.
Que las mujeres se expresan mejor cuando hablan es, desde luego, un hecho demostrado. Los sociolingüistas están de acuerdo en que ellas se preocupan más de cómo se expresan. Asimismo, se asume que tienden a copiar las costumbres lingüísticas de un nivel social superior al suyo. Por ejemplo, son muy receptivas a los neologismos, conocen más palabras para designar la misma cosa que los hombres y se convierten en maestras del eufemismo con tal de no utilizar palabras tabú (sexo, enfermedades, tacos...). Son más propensas a admitir cambios en su lenguaje si es para mejorarlo y hacen un esfuerzo extra, en caso necesario, para hablar correctamente en presencia de extraños. Una posible explicación a este hecho es que históricamente, la mujer ha sido la educadora de los niños, que aprenden a hablar a su lado y gracias a su corrección. Esto habría podido influir, por una parte, en su alta valoración del lenguaje; por otra, su labor correctora las habría acostumbrado a una reflexión continua sobre él y habría podido contribuir a refinar su sensibilidad lingüística. Pero hay algo más: determinadas investigaciones apuntan hacia una especialización del cerebro femenino en el área del lenguaje. ¿CEREBROS DIFERENTES? En los últimos años han sido muchos los estudios que han tratado de dar
respuesta a la incógnita de si las diferencias perceptivas, de aptitudes cognoscitivas, lingüísticas, etcétera, tienen algo que ver con la propia fisiología del cerebro o las diferencias de funcionamiento de éste en hombres y mujeres. Recientemente, por ejemplo, un grupo de científicos de la Universidad Johns Hopkins descubrió que el lóbulo parietal inferior derecho de la mujer (relacionado con la percepción de sentimientos) se encuentra más desarrollado que el izquierdo (involucrado en mayor medida en percepciones de tiempo, velocidad, movimiento...). Asimismo, parece probado que ellas utilizan más regiones cerebrales relacionadas con el procesamiento de las emociones que ellos. Según una investigación realizada por psicólogos de la Universidad de Stanford, ambos sexos activan diferentes circuitos neuronales para codificar los recuerdos. Mientras que el hombre pone en funcionamiento en mayor medida el hemisferio derecho, las mujeres centran su actividad emocional en la zona izquierda. Esto, según los responsables de la investigación, podría estar relacionado con el hecho de que las mujeres fuesen capaces de narrar con más detalle que sus maridos recuerdos relacionados con su primera cita, las últimas vacaciones o una discusión reciente. Respecto al lenguaje, se ha demostrado que, mientras en el hombre el hemisferio izquierdo es el especializado en el lenguaje, en el de la mujer dicha actividad se reparte entre ambos hemisferios. Con algo de atrevimiento se ha
Así hablan las mujeres
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interpretado esta ausencia de especialización como la causa de que las niñas sobresalgan en las pruebas relacionadas con el comportamiento lingüístico. “GEISHAS” DEL LENGUAJE. El alto valor que le concede a la conversación –su mayor habilidad para
ella–, lo que la sociedad le exige que diga y también que calle, así como todos los recursos que ha desarrollado para poder hablar sin ser censurada por ello han convertido a la mujer en una geisha del lenguaje, la experta guía de una conversación amable, como la define García Mouton. Entre los rasgos que la distinguen se encuentra, por ejemplo, el hecho de que potencie las entonaciones aniñadas, que sonría al interlocutor y que se muestre más cortés, por ejemplo, evitando los temas conflictivos en sus conversaciones. Ese esfuerzo por agradar a toda costa no sólo se refleja en su lenguaje, sino también en su comportamiento, especialmente en un entorno hostil como suele ser el de la empresa. Según una reciente investigación de la consultora Actual Recursos Humanos, las mujeres son superiores a los hombres en deseabilidad social, es decir, muestran una mayor sensibilidad a las presiones de su entorno social, lo que las hace comportarse “de acuerdo con lo esperado”. Por otra parte, la mujer coopera más en la conversación (terminando las frases del otro, haciendo preguntas, mediante el gesto...) porque ha sido entrenada para escuchar mejor. Ese esfuerzo colaborativo se aprecia también en el hecho de que cuando hablan entre ellas, las mujeres se sientan más cerca, se miran y se tocan mucho más de lo que lo hacen los hombres. ENSALADA DE TÓPICOS. La mala fama que arrastran ellas respecto a su forma de relacionarse con los
demás por medio del lenguaje no es gratuita, pero tampoco está fundada en la más diáfana objetividad. Las mujeres hablan, fundamentalmente, como la sociedad les exige que hablen, lo cual, paradójicamente, es también el origen de los rasgos más vilipendiados de sus fórmulas comunicativas. Ahí está, por ejemplo, el prejuicio de que las mujeres interrumpen más debido a su incontinencia verbal. Sin embargo, diversos estudios prueban que eso no es cierto y que es el hombre quien más interrumpe en las conversaciones. Otro tópico bien asentado es que la mujer no sabe qué va a decir cuando empieza a hablar, por eso no acaba las frases y se le escapan los secretos antes de que le dé tiempo a pensar que no debería divulgarlos. Sin embargo, las frases sin terminar pueden ser una manifestación del espíritu colaborativo de la conversación femenina, una forma de animar al otro a entrar en el diálogo. En cuanto al secreto, no es que los divulguen más, sino que tienen más, porque la confidencia es característicamente femenina. Muy conocido es también el tópico de que las mujeres nunca van al grano, sino que se explayan en los detalles, algo que desespera a gran cantidad de hombres. Sencillamente, las mujeres disfrutan narrando los acontecimientos y creen que, de esta forma, lo que cuentan tiene mayor interés, más intriga. No es que no sepan ir al grano. Es que no quieren (porque es aburrido). En opinión de la profesora Susana Campuzano, “dado que sus intervenciones son más descriptivas y largas en intensidad que las del hombre, se ve obligada a darle a su discurso todo tipo de entonaciones que lo hacen más rico y emocionante. Él tiene también esta capacidad para intervenciones cortas, por ejemplo para contar un chiste, pero se aburre cuando tiene que contar una historia larga y rica en detalles”. ¿Significa todo esto que estamos condenados a una eterna incomprensión por nuestras distintas actitudes ante el lenguaje? Nadie es capaz de saberlo. Afortunadamente, hay mujeres y mujeres, hombres y hombres. Y tal vez, a fuerza de mezclas, ahora que nos ha tocado convivir tanto en el ámbito privado como en el público, lleguemos a dar con un cóctel interesante. “Así hablan las mujeres”, de Pilar García Mouton, sale a la venta el próximo 13 de mayo. La Esfera de los Libros. 227 págs. 17 euros.
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