Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales

Viernes III: La bendición de Efesios (Ef 1, 3-10) Lectio • Lectura 3 Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en l

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Viernes III: La bendición de Efesios (Ef 1, 3-10) Lectio •

Lectura

3

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. 4 Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos consagrados e irreprochables ante él por el amor. 5 Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, 6 para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. 7 Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. 8 El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, 9 dándonos a conocer el misterio de su voluntad. Éste es el plan que había proyectado realizar por Cristo 10 cuando llegase el momento culminante: hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza, las del cielo y las de la tierra. •

Relevancia o El texto que hoy meditamos ha sido incorporado a la Liturgia de las Horas, en las vísperas de todos los lunes. El tenor de su incorporación a la salmodia se capta por el mismo título que se le pone: “El plan divino de la salvación”. o En medio de la himnología del Nuevo Testamento, este fragmento se caracteriza por representar un género propio, el de la “bendición”.



Características formales: o El texto lo ubicamos al inicio de la carta, inmediatamente después del saludo. Esta peculiaridad es frecuente en el corpus paulino. La primera parte de la carta considera de manera teórica el plan de salvación de Dios, y la segunda es una exhortación, a partir de ello, a la unidad. El tema de la unidad del señorío de Cristo se cristalizará, en el resto de la carta, en una convocatoria a la unidad entre los creyentes y con toda la creación. Por otro lado, este texto da la pauta al orden “celeste” o superior en el que se mantiene toda la epístola, pues de él procede cuanto se contempla como intervenciones salvíficas de Dios. o Hemos dicho que tenemos en este texto un género propio: el de la bendición. Se trata de un género literario presente en el Antiguo Testamento, desarrollado ampliamente en el judaísmo posterior. Se reconoce hoy que esta forma se encuentra presente en nuestro ofertorio y plegaria eucarística.  El contenido de la bendición es siempre doble. Se introduce: Bendito sea Dios… y se enlistan enseguida las acciones concretas por las que Dios nos ha bendecido. Sobresale así, ante todo, la dimensión personal. Dios bendice al hombre; el hombre bendice a Dios. Se establece así un vínculo de relación, propio de quienes viven la alianza. Pero este vínculo se hace concreto a través del comportamiento humano y divino, que se deja ver en acontecimientos históricos precisos. El hombre bendice a Dios con su cuerpo, con sus labios, con sus huesos, con todo su ser; Dios bendice al hombre con signos concretos de su benevolencia.  La bendición suele indicar, así, un doble movimiento posible: el de la remembranza de las acciones en las que Dios ha actuado a favor del pueblo (bendición descendente) y el del reconocimiento humano a Dios por dichas obras (bendición ascendente). Conviene resaltar que el presente texto funde los dos movimientos: se bendice a Dios porque Él nos ha bendecido: Bendito sea Dios, que nos ha bendecido…  Una peculiaridad de la bendición es que se le suele reconocer su carácter performativo; es decir, más que la simple constatación de los hechos o la información que podemos tener de ellos, o incluso del reconocimiento de que en ellos actúe Dios, existe en la bendición una eficacia transformadora: la palabra alcanza y mueve de alguna manera lo que bendice. De parte de Dios, esto evoca su misma creación (dijo Dios… vio Dios que era bueno… bendijo Dios) y la dinámica promesa-cumplimiento que atraviesa toda su actividad: él no falta a su palabra, lo que dice lo realiza, su palabra no vuelve vacía a Él, sino que fecunda como la lluvia a la tierra. Pero también el hombre al bendecir a Dios otorga un carácter sagrado al tiempo de la bendición, a los espacios e instrumentos de la bendición. Algo de ello se muestra en nuestra consideración de las bendiciones. Pero ante todo confirma que el mismo hombre queda convertido, como dijo Dios a Abraham respecto a él y su descendencia, en una bendición (Gn 12,3). La palabra humana de bendición redunda en una



consagración. Podemos recordar cuando Jesús, enviando a sus discípulos, les dice que lleven la paz, y si en el lugar que los reciben encuentran gente de buena voluntad, la paz se cumplirá (Mt 10,12-13). Más aún, esto nos muestra que la palabra de bendición realmente “toca” a Dios, y aunque no lo transforme en sí mismo, realiza efectivamente el vínculo vital con él, que es la base de ese círculo de bendición.  Evocamos aquí dos pasajes de bendición. En el AT, la célebre fórmula de Aarón: “Que Yahveh te bendiga y te guarde; que ilumine Yahveh su rostro sobre ti y te sea propicio; que Yahveh te muestre su rostro y te conceda la paz” (Nm 6-2426), con la nota de la eficacia: “Que invoquen así mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré” (v. 27). En el NT, la explosión jubilosa del Señor: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes…” (Lc 10,21-22). o Mirando nuestro texto, atendemos a su estructura:  Podemos reconocer una introducción, que plantea la bendición (v. 3), luego tres unidades que presentan tres bendiciones de Dios (4: la elección; 5-6: la predestinación; 7-9a: la redención), y una conclusión que explicita el “misterio de su voluntad” como el plan de Dios (9b-10).  Básicamente, pues, la bendición tiene un modelo binario: el Padre y Cristo.  Si ampliamos, sin embargo, nuestra atención (y en esto la identificación exacta del himno de bendición no es unánime entre los exegetas), podemos reconocer que el listado de las intervenciones de bendición de Dios se extiende más allá de nuestro texto, explicitándose particularmente el designio divino aplicado a los judíos (vv. 11-12) y enseguida el que se extiende a los paganas (vv.13-14). De hecho, la carta continuará con esta idea: incorporados a Cristo, quedamos incorporados a la Iglesia, y de ahí se deriva la consecuencia de la unidad. En este caso, la bendición más global llega a incluir al Espíritu Santo que “sella” a los que han creído y lo reciben como prenda de vida eterna (v.13). Se reconoce entonces un tenor bautismal. Anotaciones exegéticas relevantes: o Desde el inicio, el himno nos conduce al orden celeste y espiritual. El ámbito de lo divino irrumpe en la historia como bendición y realiza el plan divino. Este plan es el “misterio de su voluntad” del que se habla más adelante, que consiste, por una parte, en la misma revelación de la persona de Jesucristo, pero que como una economía mira el alcanzar a todos los hombres, también a los paganos, en la unidad del único Señor. o Por mucho, en la carta a los Efesios destaca la fórmula “en Cristo”. Se trata, por lo tanto, de una verdadera incorporación a Jesús, que se realiza no en lo interior de la conciencia, sino en la visible estructura de la Iglesia, en la que se participa activamente. o Las tres acciones de bendición tienen notas peculiares:  Elección (evoca la acción realizada en Israel) en Cristo, previa al tiempo, que nos hace “santos” (consagración como pertenencia) e “inmaculados” (preparados para el sacrificio). Categorías veterotestamentarias que establecían la singular

o

pertenencia del pueblo de Israel a Dios, y que ahora quedan configurados por la inmanencia con Cristo – en el amor.  Predestinación en Cristo a la filiación adoptiva, que redunda en alabanza. No se entiende de manera individual, sino en la referencia fraterna en Cristo (su amado Hijo). La frase final dice, literalmente, “para alabanza de la gloria de su gracia”. La lógica de la bendición se percibe en el orden de la gloria.  Redención (apolitrosis), liberación de la esclavitud. Evoca claramente Éxodo, que convierte al pueblo en propiedad de Dios, y la novedad cristológica del perdón de los pecados por la sangre del Hijo. Es una acción sobreabundante de gracia en la cual actúa la sabiduría (sophia) y prudencia (phronesis) de Dios. El “momento culminante” es, en realidad, la plenitud del tiempo (kairós). Kairós no significa la sucesión de los hechos o la medida del movimiento, sino una cualificación que recibe la historia precisamente en cuanto salvífica, en cuanto referida a Cristo. Ésta consiste en la “recapitulación” de todo en Cristo, que literalmente significa unir todas las cosas bajo una misma cabeza. Se alcanza con la expresión el universo entero, particularmente los espacios humanos que han conocido la fractura y la separación. Es otra manera de expresar el señorío de Cristo, de alcance universal, pero que subraya la unidad producida por el mismo.

Meditatio •





La bendición puede considerarse un estilo de vida. Frecuentemente se nos induce a increpar a Dios, a ofender al hermano, a lamentarnos de lo que ocurre. ¿Cuántas veces me he dedicado a bendecir? ¿Qué tipo de actitud tengo ante la vida? Vivir en la bendición implica, en primer lugar, reconocer las maravillas de Dios: dirigir la atención consciente hacia la huella de bendición que el Señor deja en torno a nosotros y en la propia secuencia de nuestra historia. ¡Tantas veces pasa desapercibida! Aprender a bendecir al Señor por todas sus bendiciones es una verdadera pedagogía de oración. Pero además, esto “educa” a mis labios a moderar su expresión agresiva y a utilizarlos para bendecir. Ef 4,29: “No salga de su boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que los escuchen”. Uno de los puntos más sorprendentes del himno es reconocer que yo, personalmente, me encuentro involucrado en el designio divino. Yo he sido elegido, desde antes de la creación del mundo. Mi nombre está inscrito en el corazón de Dios, convocado a la filiación, restaurado del pecado, y a través de esto Dios es alabado en mí. Lo que eternamente estaba en Dios ahora está realizándose en mi persona. Estoy llamado ahora, que lo sé, a visualizarme eternamente en el silencio amoroso de Dios previo a la Creación del mundo, y a descubrir que mi existencia actual es una vocación a la gloria, a partir de mi vida de bendición. Este plan, que abarca el cosmos entero y en el que me encuentro involucrado personalmente, se realiza en Cristo. En esto consiste la vida de gracia: en estar de tal manera implicados con Cristo que vivamos en Él. Pero este plan no se realiza de manera individual, sino como pueblo encabezado por Cristo, el único Señor.



El tiempo que se me concede vivir tiene el sello de Cristo, está llamado a desembocar y recapitularse todo él en Cristo. Éste es el tiempo de salvación que Dios me ofrece. No puedo desatender que la existencia del cristiano transcurre de un modo muy distinto al ocio aburrido o al trabajo frenético: ocurre bajo el sello de la voluntad de Dios, bajo la acción eficaz del Espíritu. Mi tiempo es tiempo de salvación.

Oratio •









Bendito sea Dios, que nos ha bendecido en Cristo. Permíteme, Señor, utilizar los labios –los labios que Tú me has dado– para bendecirte. Tú me has bendecido con tu Palabra, concédeme ahora utilizar la palabra para que a través de ella te bendiga. Ayúdame a que la voz emerja con cuidado, con la atención que merece lo que deseo decir, y que en ella se plasme el afecto del corazón que desea tocarte con gratitud. Bendito seas, Señor… Él nos eligió en la persona de Cristo antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados… Señor, yo te bendigo porque Tú me elegiste en Cristo para ser santo en el amor. Quieres que yo te pertenezca, como en el beso nupcial se pertenecen mutuamente los esposos. Acariciaste en tu intimidad divina mi nombre, y antes de pronunciarlo ya lo habías amado, y me vislumbrabas con un corazón amante de tu voluntad. Misteriosamente, el emitir tu palabra eterna, el engendrar a tu Hijo, dejaba ya el espacio de gracia para mi propia existencia. Él nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos… Padre, yo te bendigo porque Tú me destinaste a ser tu hijo. Cristo es tu Hijo. Viviendo en Él, unido a mis hermanos, formando el pueblo de la nueva alianza, yo soy también tu hijo, un hijo adoptivo, partícipe por el sello de tu amor de una vida eterna que ya poseo en mí, y que me encamina a su cumplimiento más allá del tiempo. Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención… Señor, yo te bendigo, porque en la sobreabundancia de tu amor me has redimido en Cristo. El pecado está delante de mis ojos. No sólo el pecado posible de mi condición débil, sino el pecado que de hecho acompaña mis días. Pero lo más sorprendente no es que nos ofrezcas la amistad a pesar de las faltas, sino que nos haces creaturas nuevas por medio de la sangre redentora de tu Hijo. Perdónanos, Señor, y viviremos… Señor, en mi oración deja que mi anhelo se inflame de tu plan de salvación. Ayúdame a desear con todas las fuerzas de mi corazón que todas las cosas tengan a Cristo por cabeza, las del cielo y las de la tierra. Que tu designio salvífico esté de tal manera anclado en mi ser que no repita otra cosa sino “hágase tu voluntad”, porque vibro intensamente orientado hacia Cristo como recapitulador en sí de todo lo creado, para alabanza de tu gloria.

Contemplatio •

Inserto en el misterio de tu voluntad, deseándola intensamente, buscándola tenazmente, yo te bendigo…

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