Cien hijos de Elena. Juan José Aguilera Contreras

“Cien hijos de Elena” Juan José Aguilera Contreras. 1 “Cien hijos de Elena” CONTENIDO CAPÍTULO I LA OBSESIÓN DE MARCO. CAPÍTULO II UN CLIENTE SORP

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“Cien hijos de Elena”

Juan José Aguilera Contreras. 1

“Cien hijos de Elena”

CONTENIDO CAPÍTULO I LA OBSESIÓN DE MARCO. CAPÍTULO II UN CLIENTE SORPRESIVO CAPÍTULO III REUNIÓN DE DOMINÖ CAPÍTULO IV EL ACCIDENTE CAPÍTULO V LOS DÍAS SIGUIENTES CAPÍTULO VI INCENDIO DEL TALLER CAPÍTULO VII OTRAS CONSECUENCIAS. CAPÍTULO VIII AÑOS ATRÁS: LA CASONA CAPÍTULO IX LA ENTREVISTA CAPÍTULO X UN IDILIO CAPÍTULO XI ELENA, SU PASADO CAPÍTULO XII EL PRECIO DE UNA ESCLAVA CAPÍTULO XIII ¿QUIÉN ES JEYKOL? CAPÍTULO XIV UNA VIDA DE ESTAFADOR CAPÍTULO XV FARNIAQUES Y JEYKOL CAPÍTULO XVI PLANES PARA TEPANGO CAPÍTULO XVII LA FINANCIERA DE TEPANGO CAPÍTULO XVIII UN SOSPECHOSO DEL ACCIDENTE CAPÍTULO XIX TESTAMENTO DEL MORIBUNDO CAPÍTULO XX UN INMBUEBLE PERDIDO CAPÍTULO XXI GRANDES SORPRESAS CAPÍTULO XXII DIANA Y AGENOR CAPÍTULO XXIII EL EXGUARDAESPALDAS CAPITULO XXIV LA APUESTA CAPITULO XXV UNA CITA PROVIDENCIAL CAPÍTULO XXVI UN TIPO CON SUERTE CAPÍTULO XXVII EL RESCATE DE DANIEL. CAPÍTULO XXVIII EL REFLUJO CAPÍTULO XXIX LA ENCRUCIJADA CAPÌTULO XXX NUEVOS HORIZONTES CAPÍTULO XXXI CIEN HIJOS DE ELENA

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“Cien hijos de Elena”

ISBN 978 -607-8069-60-6. Ediciones la Rana. Instituto estatal de la cultura. Guanajauto. SEP indautor 03-2011-110812121500-01

Enero 2,016, versión corregida.

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“Cien hijos de Elena”

CAPÍTULO I La obsesión de Marco. “La vida es recuerdo, no es lo que uno vivió, sino lo que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla” Gabriel García Márquez ***************** Esa tarde de verano, cuando Marco Sarabia cerraba su taller mecánico, lo distrajo una colisión escandalosa entre dos vehículos, a unos cuantos pasos, apoderándose de la atención de los paseantes. ¿Qué importaba un choque más en una zona urbana convertida en pista riesgosa de circo? ¡Nada extraño en esta hora en que transitamos del día a la noche! Después de todo, los compradores de autos buscan apropiarse del sabor de la velocidad, de una ilusión de libertad, pues ningún carro puede moverse más allá de los límites que un ave crío en su nido o en el ramaje del nido. Fuera de su nido, se expone a lesiones graves o la misma muerte, lo mismo que algunos automovilistas agobiados por semáforos, topes y otros cien atolladeros. La sensación de la velocidad entra a la sangre como una droga que nos instiga a sortear las trampas del tiempo, sin duda huir del pasado, y a volcar las marañas de ofuscaciones que nos atan, como una segunda fuerza gravitatoria. No deja de parecer estúpido que basta un carro potente para respirar sin la pesadez gravitatoria, donde quedamos anclados como las moscas en el papel viscoso? Alguien inventó aviones igual que descubrió los movimientos 4

“Cien hijos de Elena” lejanos de los astros, para desafiar esas ataduras, esas obsesiones, contra las que luchamos a diario por liberarnos. Así los gitanos, vagabundos o turistas viajan sin cansancio, en el afán de obtener victorias, probando sus fantasías de brincar las fronteras del tiempo. ¿Hasta dónde nuevos espacios, nuevos paisajes, gentes o calles, nos brindan un salto en la dimensión del tiempo? Es una pregunta sin respuesta, hasta ahora. Entonces Marco vio entrar al taller un perro vagabundo que se le escabullía por un flanco, huyendo hacia un escondite entre los carros y motores en reparación. Marco intentó atajar al invasor lanzando fierros, pinzas, bujías, martillos. No encontró algo mejor y el animalillo se perdió entre los recovecos del sitio. Lo había visto antes, pero desaparecía y regresaba. ¡No lograba tranquilizarse! Marco con sus cincuenta años de vida encima luchaba entonces con toda su fuerza por un solo propósito: hacerse de la propiedad del taller. Apenas eso y comer y dormir. Pese a que los talleres como el suyo no pueden ocultar su condición de sobrevivientes de un naufragio, arrollados por el impacto de más y más revoluciones tecnológicas e incertidumbres de la vida. No le iba mal a Marco, pues los cientos de carros viejos circulando ahí en Tepango con sus motores y equipos maltrechos, le garantizan buen tiempo más de actividad. Tepango, una ciudad tamaño mediano del centro del país, que quiere crecer, pero con el ánimo incierto y marchito de los pueblos seniles, decadentes, enfermos de los huesos, de las arterias, de anemia y otras complicaciones. Enfadado, lanzó varios pedruscos que chocaban contra el muro de ladrillo del fondo. Es decir, contra la nada, pero 5

“Cien hijos de Elena” ¡era tan libre de hacerlo! El bullicio provocó una estampida de pájaros acampados en la techumbre. No había furia en su gesto, sino impaciencia en el rostro cincuentón del mecánico. Un día intensamente cálido, poco propicio para concentrarse en algo. El aguijón de la impaciencia le cerraba el paso a la claridad. Ya el atardecer palidecía, abriendo las puertas a la penumbra y estrellas de la noche. Su fortuna pendía de un hilo para consumar la compra del inmueble que todavía alquilaba. Luchaba por una victoria grandiosa le hacía sentir el retorno a su infancia, como si flotara en el vacío sobre una bolsa de adrenalina arrastrada por el carro de la incertidumbre. Pero las cosas se embrollaron. ¿Contra qué luchaba exactamente? Las primeras estrellas ya asomaban y, los rayos solares comenzaban a abandonar el suelo de Tepango. ¡Un día menos, menos luz, una noche más, otro ayer, en esa secuencia! ¿Por qué la demora o bien la compra del inmueble estaba por estropearse? La pregunta torturaba a Marco. Su interés por la propiedad creció al descubrir en su taller, tras años de habitarlo, un verdadero refugio, más que un taller. Repiqueteaba el teléfono con insistencia. No alcanzaba a oír el ring, ring. Su atención se dispersaba en uno y otro rumbo. Marco no quería no depender de un contrato de alquiler del inmueble. Frente a los vaivenes de la vida, todo riesgo puede explotar en cualquier instante. Quería la propiedad del inmueble a toda costa. Salió a la puerta exterior. Miraba la gente disfrutando la tarde, salían a pasear o de compras. Las ondas solares dejaban su cálida huella en el bodegón del taller, rebotando sobre las copas de los árboles de la calle. Miró el horizonte 6

“Cien hijos de Elena” lleno de nubes lejanas, borrosas, con indicios de lluvia sobre los suelos de Tepango. El repiqueteo del aparato proseguía pero no al alcance de Marco, quizás sofocado por el ruido del tráfico. Soñaba que ese día sucediera algo diferente a la monotonía cotidiana. No sólo clientes, herramientas, cuentas bancarias, cobranza. Un relámpago de recelo aguzó su oído y corrió hacia el escritorio de su oficina. ¡La llamada que esperaba con ansias! .-Buenas tardes, ¿cómo le va señor Marco? Le llamo de parte de la señora Carasao. – Marco reconoció la voz tan anhelada, como melodía de un ángel. .- Si, buenas tardes, bien, todo bien, ¿cómo está usted? .- Bueno ya lo adivinó usted. ¡Le tengo la gran noticia de su vida, lance sus cuetes al viento! Su asunto está listo. Vaya cuando guste con el notario.- la fragancia de la voz femenina, juvenil se tragó la soledad del taller. .- Gracias, claro que es una gran noticia, no sabe cuanto me alegro de esta noticia…. Me alegra mucho de verdad. – la voz resonaba con más alegría, con fuerza, para competir con los ruidos de la calle. Y Marco exclamó sin pensar. – Tardamos un poco, pero al fin ya está arreglado. Ya era tarde para corregir la pifia de un reclamo injusto. Su ansiedad adormeció su pensamiento. No tenía claro por donde y cómo se disparó esa pifia. ¿En qué fibras oscuras en sus controles del cerebro, estalló el disparo emocional en automático? No, no fue equivocación, sino algo accidental, por fallas de los dispositivos mecánicos y bien, ¿dónde o cómo repararlos? .- Déjeme decirle algo. ¡Tardamos mucho, claro!- el tono de voz de la secretaria retumbó en forma vehemente, 7

“Cien hijos de Elena” exasperada. - Señor Marco, fue usted mismo mismo quien exigió tantos cambios. Por no entorpecer, aceptamos las sugerencias. Pudo ser más sencillo, y se complicó con algunos riesgos. Usted moviò un avispero, sin darse cuenta. Ahora usted me reprocha por demorar cuando sólo quise complacerlo. Marco pudo medir antes sus palabras. La secretaría no merecía la reprimenda. Nunca había sospechado que por su terquedad, las cosas reventaban, al obstinarse en algunos cambios legales. .- Bien, está bien, ahora si me da los datos por favor. – dijo el mecánico de manera casi mecánica, mientras balbuceaba con voz sin aliento que nadie podía escuchar, algo que pretendía ser una disculpa. .- Claro. Es todo, pásela bien. - ¡Vaya con la gente, hasta con sus propias reglas se molesta!- Seguía murmurando la secretaria. .- Hasta luego. Le agradezco su amabilidad.- se despidió con tono de aturdimiento. Daría todo por borrar de su mente el enredo. Marco dio por hecho tener en el bolsillo la propiedad del inmueble de su taller. Los anhelos de propietario de su taller se convertían en un trofeo, en una realidad. Marco Sarabia se arrellanó sobre su sofá deslucido. Pensó que no debía a la mera suerte el obtener la propiedad de “su” taller. ¡Su gran orgullo! Sorbía las ráfagas de aire fresco pregoneras de la lluvia nocturna, y se zambullían como burbujas por los laberintos de sus pulmones y neuronas. Miraba al cielo jaspeado de nubecillas volubles. Deseaba celebrar pronto la inauguración de su taller mecánico con baile, copas, banquete, música. Aun en medio de los olores 8

“Cien hijos de Elena” de aceites, grasas y las manchas del taller, imposibles de eliminar. ¡Ese día se lanzarían al aire muchas varas y cohetes! No pretendía grandes cosas, después de todo. Se iniciaba un año más del nuevo siglo. Ya comenzaba la noche con las luces de neón y otras lámparas que iluminaban los hogares, las calles y negocios de Tepango, una ciudad lànguida, con algo más de doscientos mil habitantes. Ese umbral entre la luz solar y la oscuridad de la noche nos convierte en una especie de mutantes, de esclavos de instintos y temores. Dentro de esas brechas de luz y distancias suelen abundar duendes, fantasías y sueños, que manejamos como herramientas al intentar el vuelo incansable para recuperar lo perdido. Marco Sarabia permanecía ahí en su taller revisando las cuentas. El televisor lo distraía con sonidos e imágenes que tallaban sus emociones y pensamientos, a través de sus grietas y capas más delgadas. Ansiosamente esperaba a sus amigos de cartas y dominó, como sucedía una noche por cada semana. Ya no le importaba ninguna tarea, al menos por ahora. Suspiró aspirando el aire fresco. Miraba fijamente alrededor suyo, algunos aparatos como las dos grúas y las cajas de herramientas, aparatos y paquetes de refacciones adquiridas a base de ahorros, centavo por centavo. La adversidad qué significa, sino pariendo líos que no podemos resolver.

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CAPÍTULO II Un cliente sopresivo. “Cualquiera puede ponerse furioso… eso es fácil. Estar furioso con la persona correcta, en la intensidad correcta, en el momento correcto, por el motivo correcto, y de la forma correcta… eso no es fácil. “Aristóteles, Etica a Nicomaco. ******* Un cliente con un carro ford llegó al taller, en ese momento. Un señor vestido de traje azul marino, corbata tono gris, de unos sesenta años de edad se presentó con el mecánico. .- Buenas tardes, ¿usted es el dueño del taller? – el tono meloso cayó como agua helada, con un zumbido de alerta en el mecánico. .- Sí, dígame.- extendió la mano ante al saludo. El gesto agrio de Marco no desaparecía. .- Créame, señor Marco, no es mi costumbre molestar a nadie. Vi su horario en el muro de la entrada. Ahora, ¡comprenda por favor! ¡A todos se nos pueden presentar urgencias, casos inesperados! .- Señor, ya se me fue la gente. Un poco antes, y tal vez… comenzó a soltar su fastidio el mecánico. .- Lo sé, lo sé señor. No quiero importunar. Pero mis enfermos y sus padecimientos no tienen tic tac en su reloj. Mire, sólo revise los frenos. Es por seguridad. Le pagaré

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“Cien hijos de Elena” su tiempo extra. – el recién llegado una y otra vez se paraba de puntitas en los pies como meciéndose. .- No es por dinero. No. Déjelo aquí. Mañana se lo tengo. ¡Nada de prisas! ¡Es por su seguridad! Le pediré un taxi…. .- No se ofenda. El dinero es solo por gratitud. De hecho, ya lo he buscado a usted antes. Me lo recomendó la señora Elena Carasao, la dueña de este local. Y en cuanto al taxi, ¡qué bueno fuera! No me sirve. - la tenacidad amable, si bien calculadora, del cliente y la recomendación de la señora Carasao, definieron la situación. Se trata del cirujano dentista, doctor Onofre Anzures. Su cigarro “Viceroy” maloliente y su manía de limpiar los cristales de sus lentes lo ayudan a simular la serenidad. Un aire de su optimismo acarreado por la frescura predecesora de la lluvia, avivó en el mecánico energías que corrían por sus arterias y huesos, no sin recelos. Los ardides del dentista no andaban con pudores. Su experiencia en dejarse atrapar al calor de las prisas o de la urgencia solían traerle embrollos. ¿Le sedujo a Marco la oferta de un pago especial? Por supuesto, se veía abrumado por los gastos diarios y deudas en el acondicionamiento del local. El viento fresco trajo rachas de euforia en el ambiente. Marco alcanzaba su apogeo en parte de su vida; y desventurado en su relación marital. No cabían culpas en su mujer con sus achaques crónicos; no puede merecer reproche, como cualquier otro ser humano. .- Bien, lo haré por su compromiso y por la señora Elena.no disimuló su contrariedad, mientras se ponía el overol verde. Ambos cruzaban entre sí miradas socarronas. ¿Cómo doblar el espinazo ante los engorros de tipos extraños? Se 11

“Cien hijos de Elena” ufanaba siempre el orgulloso mecánico. La velocidad de los eventos con su incertidumbre domina la situación, perturbando así nuestros sentidos de alerta o por aciagos presentimientos. Por su parte, el dentista buscó en sus bolsillos unas monedas que depositó en la máquina de la recepción y extrajo de ahí un refresco gaseoso y unas golosinas saladas y picantes y se arrellanó en el sofá de la recepción. El perro pardo se echó de bruces comodinamente junto al dentista, ahuyentando las sombras de las moscas con su rabo y sus patas traseras, como si su refinado olfato ya presagiara el funesto olor de la muerte. Una pareja de jóvenes desaliñados, con gestos huraños entraron al taller pidiendo limosna. Ambos jóvenes lo miraban fijamente. El joven parecía nervioso con una sonrisa extraviada. El dentista primero sintió molestia por la irrupción, luego miró con detenimiento a los jóvenes estrafalarios. Fue hacia ellos y notó que sólo ella prestaba atención; se asombró al acercarse el dentista. Curioseó Anzures, con mirada clínica la cabeza del joven, con pelo hirsuto, la piel color de la tierra y apreció dos cicatrices en su frente. Huellas inequívocas de recios golpes, con viejas cicatrices. No estaba o no parecía drogado. .- ¿Qué le pasó? – el tono suave, docto, tranquilizó a la joven. .- Fue hace tiempo. Éramos estudiantes. Una pandilla de vagos nos obligaba a robar tiendas, panaderías o dinero en nuestras casas. Quisimos escapar y lo golpearon. .- ¿Fue todo?

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“Cien hijos de Elena” .- No, los pandilleros nos acosaban a diario. Sabían nuestro domicilio. Unos policías incrustados en la escuela nos ayudaron. .- ¿Alguien los delató? .- No, pero sus papás lo corrieron de su casa. Y hemos andado por allá y por acá. – La joven señalaba con su mano derecha a su compañero.- ¡No puede caminar bien! Marco se acercó para saber qué sucedía. El dentista sacó de su monedero unos billetes y los extendió a la joven que casi los arrebató para depositarlos en un escondite dentro de su busto. Marco hizo lo mismo, compartiendo el ánimo quijotesco, y además le obsequió al joven una varilla de acero de más de un metro de largo. .- Les servirá de bastón y defenderse de los perros callejeros o de lo que sea.- agregó Marco y se fueron los jóvenes. - ¡Tan jóvenes y llevan mucho tiempo sumidos en la miseria, viviendo así por culpa de… ¡ El joven arrojó al vacío la varilla, oyendo la voz primitiva de su instinto, la lanzó con fuerza lo más lejos con la complicidad de los silencios y misterios del atardecer. El dentista se creyó entonces comprometido a acompañar a Marco. Los ruidos de camiones en las calles aun devoraban los silencios del taller. La pausa impuesta por la presencia de los jóvenes logró mitigar la tensión entre Marco y el dentista. .- Señor Marco, viví en México, como usted. Me iba bien. Tuve mi dinerillo, un pequeño capital. Pero las cosas se complicaron en esos años tan fatales. ¡Los molinos del infierno se tragaron mis ahorros! – el dentista masticaba unas galletas. – Bah, no creo que le interesen mis detalles.

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“Cien hijos de Elena” .- Le entiendo. Mire usted. La gran ciudad nos enamora como una jaula dorada y luego nos escupe puñetazos, orinándose de nuestras ilusiones. ¡No la dejamos todos por motivos económicos! Las familias se desintegran, separaciones o divorcios… no, no sólo alcoholismo, drogas. - Marco alzó su mano derecha, atajando las interrupciones del dentista. .- Siga usted. Siga, adelante. - exclamó el dentista como un niño fascinado. – Pero construyeron la gran ciudad como un circo gigantesco, de elefantes vírgenes y, mire, no para de crecer, un festín y derroche de dinero. ¿De dónde sale tanto que hasta lo tiran? No paran de gastar. .- Ya veo. .- Vea mi calendario, le faltan los volcanes. Está viejo mi calendario, pero ahí aparecen esas reliquias y monumentos aztecas. .- Ah, veo otras cosillas en su calendario… esas beldades con sus lindos traseros desnudos.- el dentista seguía embelesado en el calendario.- De modo que usted no sabe apreciar el valor inmenso de las reliquias.- lo dijo en tono de desprecio. .- No, no, doctor ¡para qué! – El mecánico limpiaba el sudor y grasas de sus manos.- Un carro viejo vale mucho como una reliquia o monumento, pero más si tienen la carrocería, traseros de lujo y belleza de esas mujeres que lo enloquecen. No se preocupe, es algo natural. Son dos bellezas monumentales, los carros y las modelos. .- Tiene razón, una reliquia vale más que un carro del año. Pero veamos, señor Marco este carro rojo deportivo. Mire bien la modelo rubia, recostada sobre sus bielas, bujías y pistones, incrustada en los huesos de sus brillantes piernas, sus rótulas tan redondas, glúteos y caderas tan 14

“Cien hijos de Elena” turbulentas como los cigueñales y los músculos sartorio, pectoral y pectíneo. Vea, solo mi claro interés profesional, señor mecánico. Nada trivial.- suspiró con tono hipócrita. .- Mire, los carros no duran para siempre. Y estas joyas al paso de un tiempo, nos aburren y nos cansan. ¿Quién revienta por un carro viejo? Despreciamos lo usado, porque nos han llenado la cabeza de necedades. ¡No sólo los carros, sino muchas cosas se rebajan por esas ideas tan locas! Nos obsesionan las cosas nuevas, luego las tiramos. ¡Vea las diferencias entre lo nuevo y lo usado! - señaló Marco atento a los gestos del dentista. – Creo que así pasa con los matrimonios. ¿Hasta dónde soportamos una relación dificultosa con la pareja, como una sentencia fatal? Estamos ciegos para ver lo importante de una nueva vida con una nueva pareja. Somos esclavos de un ambiente hostil de lo que huele a “segunda mano.” .- ¿Qué simplezas dice usted? ¿Cambiar o disponer la pareja de uno como si fuera un simple carro? – Sin duda la comparación de los carros con los matrimonios fue un chasco imperdonable. Pirotecnias retóricas.- ¿Sabe lo que dice? ¡No compare el matrimonio con un pobre cacharro! .- No me malentienda, doctor. No dije nunca eso… - de mala gana gruñía Marco, encandilado en la discusión. – Me malentiende. El cambio de pareja no trae nada bueno. Crisis emo…. .- ¿Crisis, qué sabe usted...? ¿Y el tiempo que ha vivido, ese tiempo pasado, gastado o usado, también se deprecia, también pertenece a la basura de segunda mano? ¿Sus recuerdos no le importan a usted? Sus ideas se contradicen.- el dentista, con sus argucias y confusiones, sonreía como un gladiador triunfante.- ¿Tiempos usados? 15

“Cien hijos de Elena” ¿Recuerdos de segunda mano? Bah... No sabe usted lo que dice. .- Le digo, usted trata de confundirme.- replicó Marco. .- No divague sobre el tema. La pareja nunca se conoce. Ya sin esas cosillas y juguetillos y del sexo. En esas piruetas alocadas ni se conocen, ¿cómo desea que vean esa diferencia que ni usted entiende?– el diálogo de sordos y borrachos proseguía en un duelo interminable. .- Dígame pues ¿por qué tantos divorcios y separaciones? – el mal humor del mecánico reflejaba su pasión por el mando. El mecánico iba a un lado y otro del carro buscando al tanteo, sus herramientas. El dentista seguía erguido y meciendo en las puntas de los pies, prolongando la controversia como juego de ping pong sin red, ni pelota. .- No estoy de acuerdo, ¿ya terminó? .- Muchos matrimonios se engendran en el miedo y la soledad. Así comienzan y al marcharse los hijos, nos quedamos profundamente solos.- remarcó el dentista.Separación y divorcio no es lo mismo. ¡Olvídese de los trebejos legales! Lo que nos aterroriza es la división, algo que por ahí no quedó resuelto. .- Vaya, me sale usted con algo tan trillado. ¡Simplemente la soledad….! No me decepcione, doctor. .- Separación es como viajar en tren. Usted va con su pareja y después uno de los dos decide un vagón aparte, y retirarse y se baja en la parada siguiente. La separación es pasajera y reanudan el viaje. Cuando no hay divisiòn, no hay problemas. Pero si se dividen, cada uno agarra un tren diferente. 16

“Cien hijos de Elena” .- Claro, no pueden seguir. .- Si, es el lado oscuro. Manías sadomasoquistas. Imagine si uno se quiere divorciar y el otro no. .- En medio están los hijos.- pensó Marco en voz alta. .- Si, ya tocó usted el lado sentimental. – dijo mordaz el dentista. .- Claro, no se puede menospreciar.-apuntó Marco. .- Pues lo importante está en el hueco entre el matrimonio y el divorcio. -El dentista no reparaba en el gesto colérico de Marco.- Estamos encerrados en una sencilla aritmética. Después del uno sigue el dos. Grabéselo bien. .- Ya sé. Remordimientos, arrepentimientos. Yo le entiendo. Es decir, en todo lo que hacemos, soñamos con un lujoso carro deportivo “Porsche” y lo mejor del futuro.- El diálogo fluía entre fantasmas afligidos. .- Exacto. Ese vacío provoca la explosión en los líos del divorcio, como los pistones en los carros. .- O sea, ya no tienen remedio.- sentenció Marco con tristeza. .- ¡Nunca hay remedio en esta vida, así es señor Marco! No se engañe, nada es fácil. Usted se ahoga solo por su metafísica y los milagros que espera usted de la vida. Vea como todo mundo se las arregla con feroz egoismo, ¿qué les importan los demás? ¡Esas modelos maquilladas le sirven a usted de ejemplo! Las muy bellacas muestran todo menos sus dientes, pero sus cuerpos despilfarran combaduras asombrosas. ¿Qué piensa ahora del divorcio? ¿Tiene remedio? .- No. Ahí está ahí la raíz del problema. .- Vea usted, todo lo complica. Se preocupa demasiado. Vaya usted a su iglesia. Ellos tienen todo para ayudarlo. 17

“Cien hijos de Elena” Oraciones, confesionario, rituales, rosarios, cánticos, bendiciones, penitencias. Y usted seguirá angustiado. Será usted un adicto fervoroso de su iglesia.- el dentista eternizaba con sus galimatías. .- No creí que usted considerara esa solución. .- Respeto mucho la iglesia, soy un creyente. Pero vea cómo un matrimonio ya de origen pareciera un divorcio. Pero, ¿qué quiere usted? ¿Cuántos divorcios necesita usted para ser feliz? Rehacer una vida no es tan fácil. Lo que importa realmente es averiguar la espinita que trae cada uno adentro, y desahogarla con alguien...- el dentista remató como un maestro de estilo autoritario.- Pero, mire, vamos dando un giro a esta charla a puntos más concretos. .- No, doctor, no, mire en unos minutos llegarán mis amigos. ¿Sabe de qué hablamos siempre? De todo, de deportes, de bromas y nunca de nuestros asuntos privados. – Marco repuso y parecía retornar a su tarea. .- No descuide lo importante. Miles de gentes se divorcian o separan a diario. ¡Lo acaba de decir usted mismo! exclamó el dentista deleitandose en sus contradicciones, echando al viento sus verdades a medias y desahogos. .- Tal vez, pero usted sí me comprende.- el debate no cesaba. .- ¿Quién no repite que el matrimonio es la tumba del amor? Más preciso es la muerte del espíritu deportivo, del acicate natural de competir. ¿Cree usted que alguna vez acaben las coqueterías, las picardías de la mujer? El secreto está en ver claramente este lado invisible y aprovecharlo, dentro de sus límites.

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“Cien hijos de Elena” .- Igual puede ser un viaje al infierno. Ese lado invisible habría que pensarlo. Mire doctor, así se han matado muchos corredores de autos. .- Usted quiere reformar las cosas, usted solito. No quiere usted ver que de esa forma todo mundo se divorciaría una y otra vez. ¡Defendamos la estabilidad del carro blindado! Por ello es tan costoso. Usted no lo sabe, pero yo ya tuve un divorcio. También mi mujer al casarse conmigo ya venía de una separación. Espero que usted comprenda que su tiempo y confianza conmigo no son inútiles... Tenemos algo en común. – zumbó algo extraño en la mente de Marco, por la pulla del dentista. .- La cuestión están en elegir la pareja. No, no es tan fácil…- dijo Marco, con la sensación de tener los píes en la lumbre. .- Usted le teme más al matrimonio que a la misma muerte. .- ¿Y quién no, doctor? Pregunte a sus pacientes. .- Bueno, ¿quién no desea un matrimonio duradero y feliz? Mientras que la muerte, mientras más rápido, mejor. – sentenció sin saber los aires ominosos que escondían sus palabras. En ese momento, recibió el dentista una llamada por su celular. Sin embargo, una idea cruzó por su mente como un relámpago, ¿por qué ahora le preocupaban tanto los compromisos ajenos, el chismorreo de temas confidenciales como ahora lo hacía con el doctor Onofre? El dentista cerró su celular. La pausa se humedeció con frescas ráfagas de aire. .- ¡Me gustan estos ejercicios de opinión! – Marco intentó dar un nuevo giro a la charla.- ¿Sabe qué sueño a diario? Quiero restaurar carros compactos, rediseñarlos. Quiero 19

“Cien hijos de Elena” ganarme un lugar aparte como mecánico. Los carros viejos no son como los sombreros de copa. Pero ¿sabe por qué esta idea es muy buena? Sencillo, porque a la gente le gusta la ilusión de retornar a su pasado, de lo que sueñan con su pasado.- Marco esbozaba una sonrisa de enorme candor y placidez, como la de grandes inventores. .- Sueños de inmortalidad, ilusiones.-balbuceó el dentista piadosamente.- ¡Fantasías de chiflados! Marco ya no escuchaba. Reflexionó. Había advertido la voz de sus sensores internos de alarma. ¡Pregonaba sus confesiones más secretas a un desconocido! No sin riesgos. ¿No se arrepentiría alguna vez de estas confesiones a un tipo extraño, hablantín? Cualquier amigo le echaría en cara: “qué, ¿andas borracho, desnudándote en las calles?”. Prefirió la prudencia. Frecuentemente la función de los instintos obra como un impulso para potenciar la conciencia del medio y de la inteligencia a veces adormecida. Marco no había abordado antes sus ideas sobre su ámbito privado con nadie. En algunos momentos, estuvo a punto de estallar y decirle al dentista, “Bueno, dígame: ¿qué es lo que quiere saber, a dónde quiere llevar esto?” Se sentía atrapado como en el juego del gato y el ratón. Se apresuró a su tarea de la reparación del Ford. El dentista visiblemente desconcertado tras la llamada. Por su parte, Marco veía el reloj, estaban por llegar sus amigos del dominó, fue hacia su oficina, cortando la charla tan llena de divagaciones y de augurios fatales. Miró con enfado al dentista, el cual asumió como su responsabilidad que el mecánico se sintiera ofendido con sus comentarios.

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“Cien hijos de Elena” .- No he tratado de molestar. –El dentista cerró el duelo retórico de su mejor manera. - Sólo le agradezco por revisar mi carro. .- No, no me haga caso. Me siento fatigado. Me estaba interesando en sus ideas. Otro día, de ser posible, seguimos esa charla. .- Si, si algo noté de su fatiga, En otra ocasión. Creo conveniente aclarar que fui dentista de su mujer, la señora Clarisa, hace algún tiempo. Eso me hizo sentir con usted cierta confianza indebida, pues usted quizás no sabía de ello.- puso cara de aflicción. .- No, mi mujer no me platica nunca de sus medicinas. Se refugia en su dolor, en lo que dice es una larga agonía, según me ha dicho. – el tono a la defensiva de Marco chispeaba. .- No, no sé si sea realmente incurable. No soy médico. Lo siento mucho. – el dentista no fingía. Su voz sonó cálida, comprensiva. (

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En ese momento, llegó al taller Daniel, hijo de Marco, un joven de veinticinco años, de complexión robusta como su padre. Marco pidió apoyo a su hijo para terminar la revisión del carro, acorde a su maniático perfeccionismo. Apenas le explicaba a Daniel la situación imprevista con Onofre y su carro, cuando notaron que este mismo venía hacia ellos. .- ¡Listo su carro, señor! – dijo para eludir más discusiones.

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“Cien hijos de Elena” .- Gracias, gracias de verdad, señor Marco.- Onofre sacó del bolsillo su billetera y entregó un grueso fajo de dinero al mecánico. Al ver el asombro de Marco, el dentista agregó.- Déjeme corresponder como se merece. .- Pero mire usted, es mucho dinero, más de lo que cuesta el servicio.- Marco intentó devolver la diferencia que creía justa. .- No, por favor, no me haga esto. Todo salió bien.- Onofre expresó con sinceridad. Muy lejos estaba de adivinar la tragedia por venir.- Y con toda la pena del mundo, con pena de verdad, pero necesito otro favor. Me acabo de enterar que mi esposa se ha indispuesto, y debo llevarla conmigo. Por favor, necesito de su apoyo. No puedo dejarla sola. .- Deje su carro aquí, con gusto se lo guardamos.- Marco no entendía claramente, no captaba la intención del doctor. Sin querer, su disposición abría la puerta a la desgracia, aun inimaginable. .- No, mire, escuche. Es un poco más que eso. Necesito de su apoyo para que usted me lleve con el carro a “Santiago”. Me acompaña mi esposa también. Ya viene para acá en taxi. Por favor, no me diga que no. Sé que estoy colmando su paciencia y comprensión.- imploró el dentista. .- No es eso, sino que ya estoy agotado… Créame. ¡Podemos intentar con un taxista! .- Mire, ¿qué le parece? Descanse un rato y me resuelve, pero ayúdeme. Sólo espero que llegue mi mujer. No cuento con nadie, ni con un amigo o familiar.- el tono humilde no dejaba dudas de su situación. .- Mire doctor, lo haría con gusto, pero no me siento bien. Estoy muy cansado, de otro modo, créame. - hizo una pausa. De sospechar el curso posterior de los acontecimientos, 22

“Cien hijos de Elena” Marco debió sostener esta decisión con firmeza. Pero los lamentos no sirven ni como una canastilla de auxilio, cuando vamos en caída, en el vacío de respuestas frente a los enigmas del futuro. .- Pues, quizás alguien que conozca. – Sugirió insistente. - No acostumbro molestar a nadie. Ustedes no me conocen, Tal vez su hijo quisiera ayudarme. .- Bueno, si puedo ayudar, para que mi padre no se sienta presionado, me sirvo un café y, doctor, podremos salir en un minuto.- Daniel intervino con la generosidad propia de la juventud. En ese instante llegó en taxi una joven veinteañera, de parte de la esposa del dentista, precipitando las cosas. Habló a solas con Onofre. El mismo dentista se notó sorprendido, alejándose con la joven hacia la puerta del exterior del taller. Hacía ademanes de disgusto. Luego la presentó a Marco como su sobrina, quien ayudaba con unas maletas del taxi al Ford. Se despidieron el dentista, su sobrina y Daniel con prisa, pues ya había obscurecido con el cielo plomizo. Marco recomendó a Daniel conducir con cuidado. Daniel le comentó que tal vez no regresaría esa noche a dormir en casa. Pero el curso de las vidas humanas dista de seguir una trayectoria lineal, previsible. Los hechos y decisiones fortuitas que cada individuo agrega en la cadena de sucesos, trazan el puente invisible más largo del universo, entre lo previsible y el desenlace final. Mientras salía del tráfico urbano de Tepango, Daniel hablaba por el celular con un amigo suyo. La llovizna comenzó. En el alto de un semáforo, habló con el dentista.

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“Cien hijos de Elena” .- Voy a pasar a la tienda de la gasolinera por algunas galletas y bebidas, ¿desean algo de la tienda? .- No, no gracias. Vaya con calma. No hay prisa.- El tono amable del dentista facilitó a Daniel el plan que abrigaba en su mente. .- Nos va a acompañar un amigo mío. Traerá mi camioneta para el regreso. .- Si, claro. Como a usted le convenga, joven.- el dentista andaba desorientado, adormitado. Su sobrina permanecía en silencio. En el parador de la gasolinera, Daniel hizo algo de tiempo en la tienda, esperando a su amigo, de nombre Ricardo. Llegó pronto Ricardo. Amigos inseparables, hablaron del plan del viaje. Entre ellos se aprecia un enorme parecido físico, talla, color de la piel, peso. Además la vestimenta juvenil de pantalón mezclilla, zapatos tenis y gorra aumenta las similitudes a primera vista. Ricardo se resistió a conducir la camioneta en la carretera, lo cual redundó en el desenlace del viaje. Tenía varios argumentos para rehusar por las citas en su agenda. Por fin accedió a acompañarlo, pero lo condicionó a conducir el carro del dentista, por ser menos complicado que la pick up. Mientras discutían ambos amigos, se escurrían a sus espaldas cerca de la pick up, un par de tipos. Al amparo de la oscuridad, nadie podía adivinar sospechas contra ellos y todo siguió su curso. Daniel y Ricardo no percibían nada extraño, la trama descubriría más tarde movimientos que no eran hijos de la casualidad. Una mano oculta con fines malignos, implacables, no descansaba paso por paso. Nadie veía a los tipos y rompieron el cristal de un faro delantero

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“Cien hijos de Elena” de la camioneta. Utilizaron un trapo grueso para silenciar el golpe. .- Doctor, mire es mi amigo Ricardo. No maneja camioneta pick up y si usted acepta, él va a conducir su carro. ¡Por ser automático! Yo iré detrás de ustedes. .-Muy bien jóvenes, mucho hacen por nosotros. Adelante.El dentista y su sobrina ya se veían fatigados por toda la espera, ya muy prolongada.

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CAPÍTULO III.- Reunión de dominó. Marcos cerró la cortina del taller minutos después de la partida de su hijo Daniel. Justamente llegaban sus amigos del grupo de dominó. Habilitados con los víveres, brindaban efusivos a toda carcajada, con cervezas y la paca de antojitos y tacos para cenar. La recepción de taller parecía diseñada más para estas reuniones con sus muebles y estampas alusivos a juegos, festividades y temas de entretenimiento. Hernán, periodista, ingeniero, pensionado y sesentón, organizaba estas reuniones, una vez a la semana, donde no aceptaban apuestas en su código de ética, para preservar las amistades por encima de todo. .- Y ¿de qué escribes hoy en la revista? – alguien le preguntó, desterrando los silencios. .- No publicaron mi artículo. Con un carajo, ¡no les importa! .- ¡Censura, prohibiciones! –. .-Puedo adelantarles algo. ¡Denme uno minutos! Provisionalmente, lo titulé “Detrás del Paraíso”. Quiero leer una parte para ustedes. .- Bien, somos todo oído. El periodista afinó su garganta. “Comienza con un tipo entrenador de una pandilla juvenil, a la luz de la luna y unas cuantas linternas, los arenga. Arrellanados sobre sofás improvisados dentro de una bodega abandonada, seis jóvenes escuchan su discurso a

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“Cien hijos de Elena” mitad de la noche, bebiendo cervezas. La mayoría de asistentes son muy jóvenes.” Leía su nota en forma pausada. “Hay siempre alguien a nuestro lado en los momentos difíciles, siempre encontraremos aliados en ese tramo de nuestras vidas. Por ser diferente de nosotros, ese alguien desconocido puede conectarnos a esa parte del mundo de sonidos, imágenes y olores que no podemos percibir o que percibimos de modo insuficiente. Como dicen, aquí todos mosqueteros, uno para todos y todos para uno. Pues nos ayuda a multiplicar nuestras capacidades. Más aun cuando actúa en una dimensión superior a nuestras fuerzas y como una especie de ángel. Nos abre nuevos caminos y nos descarga de problemas.” “Pero a veces otro ser distinto acude a nuestro destino que videne sólo a traicionarnos y obstruirnos, causándonos prejuicio y desgracias. Son unos monstruos o demonios.” “No hablamos aquí de nada sobrenatural. Son seres de carne y hueso con nombre y apellido. Su ayuda descifra nuestra conciencia de zonas límite, donde prevalece la humildad de la condición humana. En la antigüedad los reconocían como ídolos, esencias invisibles, apolos, ateneas, minervas, con poderes sobrehumanos. Pero son realmente amigos, familiares, o conocidos. Algunos actúan a nuestro lado por mucho tiempo y se marchan. Cuando nos falta ese apoyo frente a las amenazas y peligros, sentimos naufragar en el propio infierno. “ Algunos de los oyentes se miran confundidos, pues no les resulta claro el mensaje. “Miren, algunos de ustedes me comprenden. Han pasado por amargas experiencias. Los demás me entenderán pronto, 27

“Cien hijos de Elena” porque nadie está a salvo de semejantes retos. Déjenme continuar y entraremos a sesiones de preguntas y respuestas.” Seguía con su nota, el periodista. “Tenemos una misión importante. Es más importante que cuando disparamos las pistolas, los automóviles o los cuchillos, el saber que cada uno es el ángel, la ayuda o aliado incondicional de los demás. No dejaremos que nos aplasten mientras robamos o matamos. Al menos, nos vengamos. Nadie avanza ni cumple su misión sin el aliado… ¿queremos ser solo peones o alfiles y más?” “.- Están llegando los demás…. – exclamó uno del grupo, interrumpiendo al orador.” “Cuatro siluetas surgían entre las sombras de la noche. Un perro color pardo oscuro iba con ellos meneando la cola. Como si fuera su guía en medio de la oscuridad.” “.- ¡Vaya por fin llegan!- exclamaron.” “.- Ha sido un día bueno. – comentó un tipo de aspecto grotesco, caricaturesco, complexión robusta mirando al grupo. Se nota ya envejecido y con su sonrisa mordaz. – “Vamos al grano, hay mucha lana para todos. “ “Sonrisas y exclamaciones de júbilo. Todos le aplauden.” .”- ¡Sshshsh. Recuerden donde estamos. Era notoria su autoridad. – Sin ruidos. Nada de ruidos. “ “Comenzó a repartir fajos de dinero. “ “.- Úsenlo con cuidado como siempre. Ahorren todo lo que puedan. Les repito. De este negocio que hicimos, debemos guardar algo para equiparnos mejor, y también para imprevistos. ¡Nunca faltan!” “Cada uno fue a saludarlo de mano y darle gracias. “

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“Cien hijos de Elena” “.- Antes de despedirnos, les tengo una noticia no muy buena. Vamos a suspender nuestras reuniones aquí en este bodegón. Lo van a usar para otra cosa. En una semana tendremos otro lugar. ¡No es el fin del mundo!” “- Cómo, ¿no es tuyo este lugar? – la noticia cayó de sorpresa aun cuando el rótulo de “Se renta” en el muro frontal apareció por buen tiempo. Pero siempre la balanza caprichosa de la vida brinca de un lado otorgando sonrisas, y pronto salta al punto extremo de las expiaciones.” “- No pasa nada, nos servirá esta pausa como descanso… agregó el líder de la pandilla, sin poder ocultar su propia contrariedad.” Los oyentes del club de dominó comenzaron a impacientarse por tanta palabrería del periodista. Y cesó de hablar. .- ¡Un lavado de cerebro para mafiosos y rufianes! – comentó el flaco en voz alta. .- Si, si, no tiene nombres ni argumentos. Sólo engaños y promesas para mantenerlos bajo su control... y ya sabemos de quién se trata.- dijo otro. Todos con gestos de asombro hacían comentarios en voz baja, intentando encontrar el sentido del relato con algo palpable. Les invadió una inquietud extraña por sentirse bajo el techo de una vieja escuela del crimen. Pero ¿hay escuelas para esos criminales? ¿No la escuela es una trinchera para hacer el bien? .- No entiendo ese mensaje a una bola de criminales…ahora resultan unas blancas palomitas, jóvenes aprendiendo a ser criminales. .- ¿De dónde imaginan eso?

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“Cien hijos de Elena” El servicio eléctrico de luz se suspendió. Los truenos y relámpagos anunciaban los chubascos que salpicaban la azotea del taller. En un trasfondo oculto como una caverna desconocida, techo de una pandilla de malvados, despertó en los amigos de Marco, suspicacias y pánico. El solo hecho de ampararse en las entrañas de esta cueva de olores hediondos, cueva de una escuela del crimen, ¿era una inocencia deseada, una negligencia simple por ignorar su pasado? También cierta angustia sacudió a otros como sentirse dentro de una vieja y peligrosa jaula de hienas. En realidad, una fuerza supersticiosa para otros, pues la escuela del crimen ocupa cualquier espacio del mundo, aun dentro de nuestra conciencia, y cierta necesidad de pureza los arrastraba a pedir un exorcismo o quizás rociarla de agua bendita, la bodega vieja, el taller de hoy, el taller de Marco. .- ¡Qué modos de dar tus mensajes! Así que esta bodega sirvió como refugio para maleantes. – le dijo Marco en tono apagado para que nadie más escuchara.- Y ¡al servicio de quién! .- Fue hace tiempo. Siempre conviene estar informado y sobre todo contar con los amigos. Confiemos que todo salga bien. – Hernán abrazó a Marco. Después se dirigió al grupo. - Brindemos por nuestro amigo Marco y por la prosperidad de su taller. Un escalofrío recorría las venas de Marco como una voz de los instintos y con la furia de una alarma frente a los peligros aun no visibles. Justamente ahora a punto de firmar la propiedad con el notario, surgían casualidades de que preocuparse. ¡De modo que la bodega había pertenecido de alguna manera a un grupo mafioso y que el perro pardo de ahí provenía, de esas reuniones! A sabiendas de quién estaba detrás de esa pandilla, Marco percibió con más claridad que tenía en su contra a un tipo muy 30

“Cien hijos de Elena” poderoso, corrupto, asesino, jugando con vidas ajenas como tirar dados a la mesa y más cuando quería vengarse. Si ya tener un enemigo cualquiera, es una amenaza para la tranquilidad y la misma vida de alguien, más si ese enemigo tiene una razón y poder, entonces los tiempos de Marco estaban contados, como un condenado a muerte. Tal vez habría un recurso para impedir esa venganza siniestra. En su mundo de las máquinas, se puede conseguir otra oportunidad, pero es un mundo muy diferente el de las máquinas. No aceptó verse sumido en esa fatalidad del condenado sin remedio, pero tampoco se apuró a buscar y poner en marcha un plan para su salvación. Como la mayoría de la gente, desechan las sombras de amenazas para continuar con las comodidades o placeres, pocos o muchos, que les brinda su existencia, es decir, resignarse a su suerte. .- ¿Lo hablamos? Farniaques es un rufián poderoso. Ha ordenado muchas veces atracos, vapuleadas contra quien sea. En cualquier momento, te meterá en un problema, por lo menos. Mira, deja decirlo a mi modo: desafiar a ese rufián, grabátelo bien, es lo mismo que suicidarte. Cualquier vecino te lo dice. .- ¿Crees que no me preocupo? El tipo puede matarme o despedazarme. No esperaba este tropezón. – Marco, exaltado, sorbió la copa de tequila de un solo golpe. - Algo tengo que hacer, pero no sé por donde empezar. No sabía que esta bodega fue la cueva de esos asesinos. .- Pero, mira. ¡Si en un rato de loca temeridad, matas en la calle a ese tipo, te convertirías en un héroe con estatua! ¡Nadie le va a llorar!- dijo con ironía. .- O hazlo tú.- Marco sonriendo le devolvió la broma.

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“Cien hijos de Elena” Los ruidos y aproximaciones de los demás iban e aumento e impedían continuar el diálogo. La reunión festiva seguía su curso. .- Si a brindar y a jugar. ¡Todos a una..! Algo así.- dijo uno del grupo.- ¡Que la vida es corta! .- Nada de tristezas, a jugar, a ganar todos. – dijo otro. .- Brindemos por todos nosotros y por nuestra fortuna. .- Bueno, Marco sí que sabe lo quiere. Se sacó la lotería, va por el camino de la gloria. ¡Que no se olvide de los amigos! – agregó con voz hueca, llena de sorna, él del cigarro. .- Vaya, no te andas por las ramas. – protestó Marco. .- Somos amigos, ¿o no? – terqueaba el fumador con su cigarro. .- Si, somos amigos de los buenos. – intervino un mediador. .- ¡Si me pagas, mato al marido de tu amante! – todavía gritó él del cigarro. Se refería al parecer al tipo más afamado del pueblo, por sus vilezas, por su depravación y poderío. Los demás querían terminar la trifulca. .- ¡A quién le importa ese infeliz canalla! .- Que se vaya, mejor que se largue.- gritaban los comensales contra él del cigarro. Dos de ellos tomaron del brazo al del cigarro. Lo llevaron hacia la puerta de salida, haciéndole ver que las copas lo habían ahogado y se fuera a su casa en un taxi. El juego se acabó y una ola de silencio invadió el taller. Un día plagado de mensajeros de desgracias para Marco. Los amigos de Marco se despidieron.

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CAPÍTULO IV : El accidente.

Después de las compras en la tienda, Daniel olvidó su cartera, sin querer, con su licencia de manejo en la ranura para monedas, cercano al freno de mano del ford, ahora conducido por Ricardo. Es decir, ante cualquier eventualidad, a partir de ese momento, el conductor parecería ser Daniel. ¡Era el único documento de identificación en el carro! Ricardo no llevaba licencia de manejo, ni otra cédula propia. Entonces, fueron hacia su destino. La lluvia se hizo más intensa, justamente al salir de Tepango. No cesaba de llover. La tormenta eléctrica simulaba una fiesta nocturna muy ruidosa, con castillos y cohetes, al amparo de la oscuridad del camino. La distancia a transitar distaba unos veinte kilómetros con un tramo corto de curvas. Ricardo calculaba menos de media hora de camino. No planeó con su amigo sobre el regreso, por si pasaban la noche en el sitio de destino, Santiago. Una ciudad de unas cien mil personas, la mayor parte turistas y extranjeros con residencia en el país. En algunos instantes, Ricardo se encontraría ya a la vista con las primeras luces de la red del alumbrado en las colinas de Santiago. Unos minutos después de tomar la carretera, Daniel se dio cuenta que los faros delanteros estaban fallando. Sin las luces resultaba imposible avanzar, se dificultaba ver con claridad la línea de división de su carril. La lluvia y la oscuridad complicaban más las cosas. Hasta ese momento, Daniel marchaba atrás del ford. Salió del camino principal, entrando a una vereda 33

“Cien hijos de Elena” de terracería. Buscó una linterna, se vistió el impermeable y salió a revisar la falla. La tempestad no facilitaba descubrir el origen de la anomalìa. Apenas abría el cofre de la pick up, cuando sintió varios golpes en la cabeza y en otras partes del cuerpo. Sólo veía largos túneles con sombras y luces tenues dentro de su cerebro. Después quedó sumido en un estado de inconsciencia, pero seguía con vida. Ricardo no se daba cuenta de lo que pasaba con su amigo de escolta. Pronto entraría al tramo final con unos dos kilómetros de curvas suaves pero continuas, una tras otra. Por el retrovisor notó que el dentista estaba dormido. La sobrina le hizo un amable gesto, aludiendo a su aliento alcohólico, para dejarlo descansar. Ciertamente, Marco nunca se percató del estado de ebriedad del dentista. Sin duda, el vino hizo sus estragos lentamente. El tráfico, pese a la lluvia, no era escaso. Ricardo trataba siempre de seguir al vehículo delantero, para aprovecharlo como linterna. El tráfico carretero suele ser muy diferente a la uniformidad de una milicia disciplinada y marchando al compás, resaltan más bien las diferencias de carros en circulación en cuanto a la capacidad del motor, pericia del conductor, conocimiento de la carretera, entre otros factores. La iluminación de la luna apenas se notaba. Justamente al comenzar una zona de curvas, Ricardo sintió que el ford resbalaba, tal como si hubiera aceite regado en el piso. Perdió el control. Por instinto esquivó a un camión que por instantes o microsegundos, le pareció enorme como una ballena que se le echaba encima. Sintió un golpe muy ligero contra el camión de carga, la ballena, que circulaba en el sentido opuesto. No supo la magnitud del impacto, pero alcanzó a virar rápidamente a su derecha para atenuar el impacto y el ford salió 34

“Cien hijos de Elena” disparado fuera de la pista de cemento, a velocidad entre las piedras del camino, y fue a estrellarse contra una arboleda. No supo más. El dentista y su sobrina fueron atendidos y declarados muertos, al llegar la primera ambulancia. Ricardo estaba gravemente herido. La hora del reporte oficial, las nueve y quince minutos de esa noche de verano.

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CAPÍTULO V Los días siguientes. “Ningún peligro de la batalla podría igualarse, cuando la batalla terminó,.. eso fue todo, pero ahora yo debía estar en guardia todos los días de mi vida” Norman Mailer. “Noches de la antigüedad”

En la prensa de Tepango y Santiago, levantó polvaredas la noticia, armando revuelo en torno al accidente. En Santiago daban más detalles. ¡Toda la tragedia se atribuía a una falla de los frenos del ford y a la imprudencia y velocidad con que conducía un joven conductor, Daniel Sarabia! Un amigo de Marco avecindado en Santiago, en cuanto se enteró, se apresuró a ponerlo al tanto por teléfono. Marco tomó camino de inmediato a Santiago. Por supuesto, ignoraba el cambio de conductor que decidieron Daniel y Ricardo. Comenzaba una mañana soleada. Marco llegó directo al hospital de Santiago. No consiguió información. Desconocía los procedimientos, le pidieron se identificara y le explicaron que debía esperar al médico responsable. Entonces pudo palpar la agitación y vehemencia locales de la prensa y radio, arremetiendo contra del taller mecánico que irresponsablemente revisó los frenos del ford. También señalaba al bestial conductor, joven e inexperto Daniel Sarabia, exigiendo la mano dura de la justicia. ¡La información o especulaciones sobre el accidente se iban conformando en torno a las fallas 36

“Cien hijos de Elena” supuestas de los frenos que no respondieron en el momento crucial! No se exoneraba de culpas al conductor. ¿De dónde salía tanta información? Nadie se lo preguntaba, ni el mismo Marco. Marco entendió que su esposa, Clarisa, se enteraría de alguna manera. A fin de mantenerla informada, Marco le llamó por el celular. Después de darle antecedentes y tratar de tranquilizarla, le comentó que estaba con Daniel. Le prometió ir por ella para estar cerca de su hijo. .- No debes preocuparte. Daniel está bien en lo que cabe. La enfermera ya me adelantó algo, y me atenderá el doctor. .- Estoy muy nerviosa. ¿No me mientes? - la angustia de Clarisa explotaba con riesgo de convertirse en un problema mayor por su enfermedad. .- Por favor atiende un rato más al taller. Estaré en comunicación contigo. Ahora debo estar en el hospital. .- Y ¿lo de los frenos? ¿Te están culpando a ti? .- Es lo que dice la prensa. Pero Daniel está bien. Sufrió unas lesiones. En cuanto podamos verlo, voy por ti.- a toda costa buscaba tranquilizarla. Entonces le cruzó por la mente que el asunto implicaba asuntos legales contra él y contra Daniel. Quería poner en orden sus ideas. El arroyo de novedades fluía de manera tempestuosa; pisaba en terreno desconocido, espinoso. Olvidó el tema, pues su celular repiqueteaba. Era su mujer, nuevamente. Su preocupación iba en aumento. Después de una hora no lo atendían en el hospital. El celular insistía. Era Clarisa, su mujer. .- ¿Qué sabes de Ricardo? Sus papás están preocupados. No lo han visto desde ayer y me aseguran que andaba junto con Daniel. Creo ya se enteraron del accidente y van para allá. 37

“Cien hijos de Elena” ¿Cómo sigue mi hijo?- La noticia se divulgaba con enorme velocidad, como todas malas noticias. .- No, no sé, diles que estoy averiguando todo. Cuando vengan, los atiendo. .- ¿Cuándo podré ver a Daniel? – La mamá imploraba con insistencia. .- En unos minutos me llamará el doctor. Te llamo pronto. La llamada le despertó una duda. Se informó dónde podría mirar las pertenencias de su hijo. No encontró obstáculos. Observó la vestimenta, calzado, la gorra y otras prendas en un depósito. No correspondían a Daniel. Para la mirada del padre no escapaban los detalles, las diferencias en la vestimenta respecto a las de Ricardo las cuales otras personas, no podían jamás reconocer. ¡Algo había pasado! Algo no andaba bien. Ahora, ¿Ricardo, amigo de su hijo, participó hasta la última hora? Los indicios obtenidos de acuerdo con su observación de las prendas hacían suponer que Daniel pudo no ser el conductor cuando ocurrió el accidente. Quizás podría estar a bordo, pero ¿dónde estaba entonces? Marco se las ingenió para entrar al cuarto del hospital en que se encontraba el conductor. Bajo las presiones que se le venían encima, convenía descifrar la personalidad verdadera del conductor del ford. A disgusto de la enfermera, fingió equivocarse de cuarto, pero pudo ver por un instante al lesionado. No, no era Daniel. Y reconoció a Ricardo, disipando sus dudas. Pero ¿quién otro podía ser? El cabello y peinado excluían a Daniel. La piel de Ricardo era más blanca. No le quedó duda. ¡Cambiaron de conductor

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“Cien hijos de Elena” en el recorrido! Pero no podía descartar que en el momento del accidente, Daniel no fuera a bordo del ford. ¿Dónde estaba entonces Daniel? Podría estar lesionado en otro hospital. De otra manera, ¿por qué después del tiempo transcurrido Daniel no le llamaba? ¿Dónde podría estar? No quiso especular, no descartaba que al impacto fuese arrojado del carro y su cuerpo anduviera perdido cerca del siniestro. Quizás permaneciera inconsciente. No se le ocurrió aun buscar una abogado ante los líos que se precipitarían en su contra. Cuanto más tiempo pasaba solo en los pasillos y accesos del hospital, más aumentaba su sensación de despeñarse hacia un profundo abismo. Su soledad definía la ecuación de su enorme indefensión. ¡No sabía qué hacer! Unos reporteros se le acercaron. Les pidió tiempo para responder pues la investigación oficial aun no arrojaba resultados, él no sabía nada. Más tarde, un representante del ministerio público le pidió que declarara sobre el asunto. Se limitó a señalar lo menos posible. Su trabajo respecto a la revisión y reparación de los frenos del ford y, segundo, que a petición del doctor fallecido, su hijo Daniel venía conduciendo el auto ford del doctor. ¡Es lo que sabía, nada más y era su verdad! Realmente el asunto estaba muy embrollado, y nadie le podía probar nada ni a favor, ni en contra, con la información conocida por todos hasta ese momento. Respecto a Ricardo, él mismo tenía varias preguntas. Pensó en proteger a Ricardo, desligándolo de cualquier cargo y evitar reclamos con sus padres. El oficial del ministerio público le pidió no se retirara para que firmara su declaración. 39

“Cien hijos de Elena” Apenas unos minutos después, vinieron en su búsqueda otras personas. .- ¿Usted es el mecánico que reparó los frenos del ford de mi tío, el doctor Anzures?- Un tipo de gafas le increpó en tono agresivo. .- ¿Su hijo conducía el carro? – Una joven completó la inquietud del grupo de familiares de la pareja fallecida, el dentista y su acompañante. .- Si, mi nombre es Marco Sarabia. .- Debe saber que los gastos del accidente serán a su cargo, señor Sarabia. Claro, los gastos del doctor y de su esposa.fueron directo al asunto, el tipo de gafas y su grupo. .- Lo sé, ayudaré en todo lo que pueda. – Marco notó con claridad la aseveración. ¿No estaban enterados del cambio de pasajero y por tanto de que la fallecida debía ser la sobrina del dentista? Mas le restó importancia, entre toda la presión del entorno. .- No señor, usted se hará cargo de todos los gastos y ya usted verá cómo le hace para solventarlos. Soy abogado de la familia del doctor Anzures.- El tono del presunto abogado ya se tornaba agresivo.- Formularé ahora mismo un documento en que usted asuma su responsabilidad de esta tragedia y todas las consecuencias y usted lo firmará. Lo mejor para usted será este arreglo que le ofrecemos. El grupo se retiró unos metros, sin perderlo de vista. Marco se sintió muy mal con punzadas en los intestinos y un dolor de cabeza. Estaba furioso contra sí mismo por los dos grandes errores de origen en el problema. ¿Cómo aceptar la reparación del carro de un desconocido fuera del horario de labores? Y, segundo, permitir que su hijo aceptara la tarea de chofer en la peor hora, con lluvia y en un camino 40

“Cien hijos de Elena” estrecho, transitado y famoso por los incidentes. Las presiones del dentista, su actitud de súplica y respeto dando muy buena impresión como persona. Ahora fallecido, de nada servía apelar a su memoria, al favor hecho ante sus súplicas. ¡Mera historia! De nada servía lamentarse, pero las horas encrespadas apenas comenzaban. ¡Buscaba en su mente apoyos o evidencias para su defensa! La avalancha de acontecimientos al parecer no tendría final. Llegaron más tarde los padres de Ricardo. Los datos disponibles contenían varias contradicciones. Ignoraban todo sobre su hijo, y algunos detalles antes de su partida de Tepango. El mismo les aclaró que bien podían regresar o no esa noche a Tepango. .- ¿Qué fue lo que pasó? – El padre de Ricardo no ocultó su irritación.- La nota del periódico nos tiene inquietos. .- Pero mi hijo, ¿cómo está? – La madre en un tono menos hostil parecía amable. .- Está en manos de los doctores. No me han informado nada.- y Marco bajó la voz, mirando a los lados.- Lo están confundiendo con Daniel. No sabemos realmente qué ha pasado. Daniel venía manejando y me encuentro aquí con Ricardo. Debieron hacer el cambio de conductor durante el camino. No sé bien. Por favor, esto se los digo para manejarlo con prudencia y proteger a Ricardo. Quiero que no tengan ningún cargo en su contra. Los padres de Ricardo repararon con más claridad en este punto que les comentaba Marco. La cadena de hechos se reconstruía con muchas lagunas. Ahora flotaban en una burbuja de conjeturas, confusiones, supuestos.

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“Cien hijos de Elena” .- Lo más importante, señor Marco, es la atención de Ricardo, queremos llevarlo a otro lado, a otro hospital donde tenemos amigos de nuestra confianza. Es aquí mismo en Santiago.- La señora mostraba otra conducta, pues comprendía mejor el momento de angustia de Marco y de su esposa.- Pero estamos con ustedes y con Daniel, esperando todo se arregle. .- Por favor, no digan nada. La madre de Ricardo ya había solicitado verlo. La enfermera que la atendió, no podía captar la diferencia entre ellos. Pero cursó la petición de los familiares y, de regreso de consulta con los médicos, les dio respuesta. .- Me dice el doctor que su hijo se está recuperando bien. De ésta no se muere, pronto será dado de alta. El doctor está ocupado con otros pacientes, pero los atenderá a ustedes.- la enfermera les ofreció un minuto y se retiró con prisas. Esta información disminuyó las preocupaciones de los padres de Ricardo. Naturalmente, se mantenía en el aire la aflicción por el paradero de Daniel. Salieron a la calle en compañía de Marco. .- En mi declaración, me hice responsable único del accidente. El oficial del ministerio público me llamará pronto para que la firme. Lamento no poder ayudar mucho a ustedes con los gastos médicos. Pero en lo que pueda, responderé.- Marco logró con estas precisiones su apoyo. Servía para no confundir el caso. .- No, ya bastante tiene usted encima para que abusemos. Al contrario, le ayudaremos en lo que podamos. Tal vez podamos buscar pistas sobre Daniel. Tienen amigos comunes. Y de cualquier modo, háblenos cuando se le 42

“Cien hijos de Elena” ofrezca algo.- la actitud del padre de Ricardo daba un giro completo. .- No está de más que acepte a este abogado para su defensa. Lo avalamos, es amigo nuestro.- la madre de Ricardo le entregò una tarjeta de presentación.- Ya nos adelantamos y si usted acepta, vendrá a verlo. Reside aquí mismo. Tiene experiencia y no le cobrará caro. La relación amistosa y frecuente de sus hijos facilitaba una corriente de simpatía entre ambos. Los padres de Ricardo dependían del negocio de una farmacia para su fuente de ingresos. Por ello, contaban con poco tiempo para permanecer en Santiago. .- Nos retiramos, señor. Ojala todo se arregle bien. Mañana nos damos una vuelta. Cuente con nosotros.- Los padres de Ricardo se despidieron. Marco nuevamente se sentía más abatido, agobiado. No intentaría darse a la fuga en absoluto. Sería lo peor, pensaba. Las preocupaciones en torno a las presiones de tono agresivo de los familiares del dentista iban en aumento, desplazando a segundo término las implicaciones y riesgos legales, es decir penales, para Daniel, su hijo y para él mismo. Lograban intimidarlo tanto por el aspecto penal como por el costo monetario de los daños derivados del accidente. ¡Apenas contaba con efectivo para los gastos del día! Para ganar tiempo, habló con el abogado recomendado. Este le citó en su despacho, a unos cuantos pasos. Le expuso los hechos que sabía. Aceptó la propuesta del abogado. No hablar de más, ganar tiempo, proporcionarle toda información conveniente y, en caso necesario, consultarle cualquier cuestionamiento, así como negarse a hablar de no 43

“Cien hijos de Elena” estar presente su abogado. Tampoco firmaría el pliego de peticiones de los familiares del dentista fallecido. El abogado comenzó a trabajar en su defensa. Así sucedió. Los presuntos familiares de Anzures le presentaron a Marco el documento relativo a reclamos de daños. No estaba firmado por una sola persona. Pidió tiempo para leerlo. El grupo de familiares del occiso permanecía al acecho de la presa, afuera del hospital. Se veía obligado a permanecer en Santiago, no tanto por las demandas de los familiares del dentista, sino por la importancia de permanecer cerca de la autoridad judicial, como se lo solicitaron. Las demandas de los familiares sumaban una cantidad enorme. Incluían el pago de funerales, daños totales del carro y el equipo portado en la cajuela, pago de pensión a familiares menores de edad que se calificaban como dependientes del doctor, así como pago de deudas contraídas por el mismo doctor, señalando que contaban con los pagarés y evidencias necesarias. Vencido por su desesperación frente a esta demanda, regresó con el abogado. .- No le dé importancia. Págueles algo, a cuenta de los funerales. Evitaremos lo peor, que usted sea detenido. La investigación oficial está en proceso. Usted se ha hecho responsable y eso fue lo mejor. Vaya a Tepango, pero estará a disposición de la autoridad. Camino de vuelta a las oficinas del ministerio, se encontró nuevamente con los familiares de Onofre Anzures. .- Mañana los buscaré, ahora debo ir con el licenciado en la oficina del ministerio público.- les explicó Marco.

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“Cien hijos de Elena” Al parecer, los aires del atardecer cambiaban ligeramente el entorno. .- Mire señor, queremos ir por partes para no perjudicarlo. Usted nos pagará los gastos del funeral mañana mismo. Ya veremos lo demás.- Un joven del grupo de familiares se le acercó.- Sabemos donde encontrarlo a usted, así que no habrá problemas. Después de terminar con los presuntos familiares del fallecido doctor Anzures, Marco notó que el periodista Hernán de su grupo de amigos del dominó venía a su encuentro. - Te ando buscando. Dime en qué te puedo ayudar. – el periodista lo abrazó con una mano. – Hay que hacer algo. Balancear las cosas y que no todo se cargue en tu contra. .- Te lo agradezco, de verdad. He sentido mucha presión aquí en el hospital, y en el ministerio público. Un ambiente muy cargado. Hace apenas unas horas me sentía el tipo más afortunado, y ¡mira ahora cómo dio vuelta todo! Desconozco todo en estos embrollos. .- Mira, no es el fin del mundo. Cuenta conmigo. – El periodista insistió.- Háblame a diario, mantenme informado. Por lo pronto, aléjate de aquí todo el tiempo que puedas. En este ambiente, las situaciones de violencia intimidan a cualquiera. No des información más que a tú abogado. .- Pensaba justo en ello. ¡Es muy duro este ambiente, te aplasta, a cada momento, me siento asustado! En cualquier rato ordenan mi detención. Todos piden mi cabeza y la de mi hijo. – sentía sus pies hundidos en la boca del infierno. .- Te comprendo. Tranquilízate. Desconoces esto, no lo puedes controlar. - el periodista notó el gesto de Marco 45

“Cien hijos de Elena” que lo quería interrumpir.- No pierdas la perspectiva. Estás en manos de tu abogado. Estás en un dilema, pero no tan grande, porque será el abogado quien busque la solución, no tú.- el tono pausado logró cimbrar las barreras psicológicas del mecánico. .- Me ayudas mucho. Espero un cambio favorable en este lío. Pero quiero respirar algo diferente, lograr más confianza. .- No, no te confíes, pregunta, consulta todas tus dudas. Pero hay algo bueno que te quiero decir. Otros acontecimientos de importancia han ocurrido hoy mismo, van a ocupar el interés de todos los medios. Eso te beneficiará gracias al poder de los escándalos. La atención pública se distrae, cambia de rumbo. Tu caso perderá importancia desde hoy. Tienes suerte. No pasaba por alto el periodista el hecho de que en situaciones como la que atravesaba Marco, cada historia ofrece al menos dos versiones siempre asimétricas, la del acusado y la del fiscal en este caso. Frente a la comparecencia con el ministerio público, Marco se repetía sin cesar la conveniencia de callar, omitir datos o minimizarlos ante el temor de que la evaluación de circunstancias agravara su penalización. En el otro extremo, el experto judicial tiende a presumir lo peor de las culpas para responder a las demandas sociales de castigar a los delincuentes. La defensa pondría el acento en cuanto al estado resbaladizo de la carretera a la altura del accidente y también a la necesidad del conductor de volantear para evitar el choque con un vehiculo que venía en sentido opuesto. ¡Nada mejor aun sin evidencias y a buscar más argumentos! 46

“Cien hijos de Elena” Las partes en conflicto actúan y piensan en planos opuestos en términos de la información de su propia conveniencia e intereses. El periodista le tendió la mano amistosamente al despedirse ese día fatal. Marco miraba el reloj de pulsera. Ya debía regresar a su casa. De regreso a Tepango, Marco se detuvo en el sitio del accidente. Exploró el sitio por una hora, tratando de imaginar algunos detalles sobre la colisión del carro contra las rocas y árboles. Ya anochecía. Su mujer no dejaba de llamar por el celular. No se veía un solo rastro del accidente. El carro accidentado, el Ford, ya había sido retirado. La gente cercana al lugar no le supo, ni le quiso decir nada, salvo que por la lluvia y la noche, no creían que nadie hubiera visto un solo detalle. Caminó cerca del sitio por sí encontraba huellas de su hijo. Nada. Nadie había dicho nada referente al seguro del carro. Muy probable existía un seguro del carro. La actitud de los presuntos familiares complicaba el caso. Embestían contra Marco como vulgares extorsionadores. ¡Podían ser capaces de más amenazas, dada su belicosidad! Pero la exigencia de pagos parciales le concedía ventaja de tiempo. En el resto del viaje a su casa, lo asaltó por un instante un pensamiento terrible. ¿Hasta donde estaba en riesgo su estabilidad económica debido a esta eventualidad y volver al colapso? Fue algo mezquino, estaba consciente, pero un riesgo así echaría por la borda muchos años de trabajo, ahorros y esperanzas.

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CAPÍTÚLO VI Incendio del taller. Cada día, cada hora, acarreaba una oleada de ansiedad, un momento crucial en la vida de Marco. La probabilidad de un veredicto en su contra no podía descartarse, pero dominado por el estrés perdía el sentido del conjunto. No sabía qué hacer. Su preocupación inmediata e intensa seguía enfocada al pago exigido. Sumando el saldo de la cuenta del banco, más los fondos para pago de deudas a proveedores y parte para la nómina, reunió una cantidad que cubriría los gastos del funeral, de la fianza y algo más para los gastos de abogados. Se dio a la tarea de reunir más recursos, apelando a préstamos personales con amigos. El abogado se centraba en minimizar una penalización que implicara la detención de Marco, o bien en ese escenario, contar con la posibilidad de quedar libre bajo fianza. Todo indicaba que la averiguación se orientaba hacia la falla de los frenos, como causa del siniestro. Había que mantener un trato conciliador y negociar con los familiares, para evitar riesgos graves. ¡No abrían sus cartas! ¿Cuánto sabían a detalle del accidente? No había duda. Antes de emprender el viaje trágico, el dentista había informado a algún familiar, de lo que estaba ocurriendo en el taller. Solamente Marco podía, identificar algunos datos respecto a tres actores involucrados, el mismo, Daniel y Ricardo. ¡Nadie más! Aspectos diferentes y circunstanciales. Las aclaraciones y averiguaciones judiciales requerían mucho trabajo y diligencia por los 48

“Cien hijos de Elena” enredos mismos de los datos contradictorios, confusos. En estas situaciones, el presunto culpable cuenta con la ventaja inicial de estar más enterado, mejor informado que los investigadores y los forenses. Una relación asimétrica de información conveniente al culposo, lo cual se convierte en arma de dos filos. Los familiares astutamente no proporcionaban más información de la conveniente. Nadie los podía acusar de acoso, extorsión o delito alguno. A cambio ofrecían su silencio de alguna información agravante para el mecánico. ¿Cuánto sabían? Ahí descansaba su ventaja. Su punto débil consistía en mostrar su urgencia por el dinero, sin máscaras como extorsionadores y sin soportes legales de su presunta demanda. ¡Creían ganado su pleito a base de intimidarlo! Pero algo les preocupaba. Estaban frente a frente como jugadores de poker. Los puntos débiles de Marco, además de la culpabilidad e impaciencia, consistían en la falta de dinero y en cierto menosprecio por los rivales por suponer que se conformarían con cualquier monto o la aceptación de pagos graduales. Ni al menos daban sus nombres. Un joven de chaqueta negra, por el luto, encabezaba el grupo que exigía el dinero como compensación de los daños. Ninguno hablaba sobre la esposa que se salvó del percance. .- Les entrego en este momento todo el dinero que tengo a la mano. Les propongo que lo reciban como pago parcial de la cantidad que acordemos.- les dijo Marco. .- ¡No sea idiota, esto es risible! - Enardecido el familiar se negaba a aceptar el monto.- No me joda señor. No tiene palabra, no se arriesgue.

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“Cien hijos de Elena” .- Veamos con calma. No me niego a cubrir los pagos. Recuerden que asumí las responsabilidades, no me escondo de nadie. Recuerden que esto nos tomó por sorpresa. Es todo el dinero que tengo de momento. Estoy gestionando préstamos personales. Cumpliré los pagos con ustedes. Lo podemos arreglar. El joven de la chaqueta recibió el dinero mostrando ademanes de inconformidad. La avidez en su gesto nada bueno presagiaba. Marco le pidió firma, nombre y teléfono. ¿No tenía hijos el dentista? ¿Qué parentesco o relación tenían el joven y los otros deudos con el dentista? Convenía averiguar sobre este punto, pero el mecánico estaba solo. .- Mañana esperamos sin falta una cantidad mucho mayor que esta. Ni un solo día más. ¡Pero si prefiere, haremos que lo encarcelen! Hasta ahora lo hemos ayudado, callando lo que sabemos. No abuse de nuestra paciencia.¡Un chantaje! Se retiraron claramente molestos. Ya nada importaba si eran o no familiares de Anzures. Entonces sonó el teléfono en el taller. Era la mamá de Ricardo. .- Quiero expresarle mi más sincera preocupación sobre su hijo, Daniel. En todo lo que podamos ayudar. Ricardo ha mejorado. Nos contestó algunas preguntas con señas. Ahora sabemos que Daniel no iba a bordo con él, cuando ocurrió el accidente. - la madre de Ricardo le quitó un gran peso de sus hombros. .- Le agradezco mucho, señora. No sabe cuánto. Y espero su hijo siga mejorando. .- No se preocupe. Lo mantendré al tanto. Avísele a su esposa. 50

“Cien hijos de Elena” La esposa de Marco estaba conmovida cuando Marco la puso al tanto de la recuperación de Ricardo, lloraba de la emoción por aligerarse un fardo de encima. Ella frecuentaba más a Ricardo, como amigo de Daniel. Mas tarde, ya de noche, recibió otro mensaje supuestamente de parte de Elena Carasao. ¡No había modo de garantizar su verdadera procedencia! Una persona desconocida se comunicó por celular. Y volvió a ignorar esta información por lo extraño de su origen. El mensaje breve le decía que su hijo Daniel estaba bien y que pronto sabría más de todo lo ocurrido. Pero algo contribuyó a aliviar su angustia. ¡Cómo deseaba creer esta versión! Pero ¿cómo podía Elena estar enterada de Daniel? En realidad, ¿Quién era el informante? Le reconfortó la noticia y aun más a su mujer. En los días siguientes, dos hechos fueron de enorme significado. Los jóvenes presuntamente familiares del dentista Onofre Anzures reiteraron sus visitas a Marco varias veces, mañana, tarde y noche. La cantidad que les ofreció entregar les pareció tan reducida que la rechazaron de manera soez. Entonces, le exigieron la firma de pagarés, a lo que él se negó. Estaba poniendo en venta propiedades para solventar los pagos. Les propuso aceptar los bienes mismos, que eran su casa y un automóvil. Rechazaron esta opción. En su versión, necesitaban dinero con prontitud y no tenían tiempo para venderlos. Se retiraron visiblemente molestos, insinuando que se atuviera a las consecuencias. Esa noche, pocos días después del siniestro, Marco cerraba el local del taller. Era sábado. Sólo estaba el perro a su lado. De repente todo quedó a oscuras, dos tipos altos, 51

“Cien hijos de Elena” encapuchados, lanzaron botellas con mecha incendiando pronto todo el taller. Se movieron rápido y con precisión en sus blancos. Así lo observó Marco. Uno de ellos disparaba con un calibre 22 contra los muros y el techo del edificio. Al final del ataque, hicieron algunos disparos contra carros en reparación, dañando seriamente a dos de ellos. Los encapuchados vieron a Marco. No era su intención dañar a nadie. Se fugaron con plena calma, al amparo de la oscuridad nocturna y las calles solitarias. Marco quedó petrificado. Después de una columna de fuego, el humo se dispersaba por el taller. El susto le duraría para siempre. El perro se fugó hacia la calle ladrando. El ruido de la sirena de los bomberos apenas atrajo su atención. El abogado ya preparaba alegatos sobre esta amenaza que podía volcar las cartas en su favor. Aun cuando no contaran con evidencias para inculpar a los familiares del dentista, salvo por las fotos tomadas de los disparos y los daños sobre los carros y el inmueble. El abogado usó estos actos para disolver las culpabilidades en contra del mecánico e introducir más dudas y confusiones en torno al accidente. Utilizó los recibos firmados por los jóvenes en contraparte del dinero pagado. Así buscaba obligarlos a identificarse y dar sustentos legales para sus peticiones de dinero como indemnizaciones. El abogado requería de más fotografías con sentido efectista. Los impactos en el edificio y los carros como pruebas circunstanciales de allanamiento, incendio del local, asalto a mano armada con brutalidad, amenazas de muerte y daños a terceros. 52

“Cien hijos de Elena” Las consecuencias legales del accidente no resultaron tan extremas para Marco. Fue detenido por unos pocos días. Salió bajo fianza. Exhibió los riesgos que había corrido Marco en la balacera y el incendio con fines perversos. ¿Quién lo quería muerto antes de la sentencia? El auxilio de la prensa jugó un papel decisivo así como la astucia del periodista. Los familiares o protegidos del dentista desaparecieron, jamás volvieron a dejarse ver. Habían cometido un grave error, llevados por su ceguera y codicia. El taller quedó cerrado por varios días. Marco perdió su casa, un carro, además quedó abrumado de deudas con amigos y cajas de ahorro. Marco estaba arruinado otra vez, como los días en que salió de la ciudad de México, en un país propenso o adicto al tobogán de bancarrotas continuas. El origen de su situación actual ahora derivaba de errores propios de juicio, de falta de prevención, en cuanto al accidente. O por expresarlo de otra manera, por su dificultad de decir NO frente a una situación visiblemente arriesgada para él y para Daniel, su hijo. Pero creía contar con algo de suerte, pues al no registrarse la propiedad del taller a su nombre, no tuvo que ofrecerlo en hipoteca para los préstamos. Volvió con su mujer a los espacios del taller para albergue. Tal como los días en que empezó su nueva vida en Tepango.

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CAPÍTULO VII Otras consecuencias. La salud de Clarisa se agravó unas semanas después del incendio del taller. La ausencia y temores sobre la suerte de su hijo sobrepusieron una carga emocional enorme sobre sus hombros. Sus enfermedades exacerbaron su baja resistencia debido a diversos padecimientos, como explicó el médico. El deterioro de su salud realmente se acumulaba por años. No pasaba un día sin soportar una afligida agonía por las complicaciones. Clarisa empeoraba cada día, sondas, camillas, inmovilidad. No había escape. Se hizo todo cuanto estaba al alcance. Al cabo de unas semanas, Clarisa fallecía, convirtiéndose en una víctima indirecta del percance automovilístico. Al sepelio solamente asistieron amigos cercanos de Marco y sus trabajadores. Ricardo se acercó acompañado de su novia, Diana, más joven que él, piel morena clara como el color de las tierras del norte, guapa, alta, frente amplia, ojos oscuros, enormes. Al término de la ceremonia, quedaron a solas con Marco en el cementerio. Ricardo asistió a duras penas, debido a la secuela del accidente. Seguía bajo atención médica bajo riesgo de una parálisis parcial atenuada por la fisioterapia y los medicamentos. No podía caminar sin encorvarse con expresiones de dolor en el rostro. Los demás asistentes se alejaban. .- Gracias por venir Ricardo.- Marco tenía el rostro demacrado, los ojos marchitos por el exceso de desveladas. .- No sé cómo empezar, señor. Le han llovido encima muchas calamidades.- Ricardo dijo lacónicamente. 54

“Cien hijos de Elena” .- Ya pasarán, ya vendrá algo mejor. – puso su mano sobre el hombro de Ricardo. .- Depende mucho de usted, señor Marco. Soy amiga de Daniel.- la voz de Diana sonó retadora, casi con dureza. Lo sorprendió. .- ¿De mí? ¿A qué te refieres? ¡Depende todo de mí! .- Retirémonos de la sepultura un poco, señor Marco.intervino Ricardo. Caminaron unos metros, respiraban el fresco del soto y los pastos del cementerio. Se detuvieron a la sombra de una jacaranda. .- Usted sabe bien porque. ¿No ha pensado en que todo fue una represalia del señor Anaya? De ese rufián. Las condiciones que rodearon esa tragedia no fueron un accidente carretero. – la joven estaba excitada. Le brillaban los ojos.- Queremos ayudar, ¿No va a hacer nada contra ese maldito asesino? .- Sabemos más cosas ahora. – Ricardo trató de llevar el tema con serenidad.- Recuerde que el dentista llegó muy tarde a su taller. Me lo platicó Daniel por celular. Lo presionó mucho para que arreglara su carro. ¿Cuántas cosas no le parecieron extrañas a usted? Haga memoria. Todo extraño, ¡pedirle su apoyo para el transporte a Santiago, a esa hora de la noche, con la lluvia! No parece normal. .- Además el dentista fue al taller con usted de parte de ellos.- Diana prosiguió. .- ¿Ellos? ¿Quiénes son ellos? ¿El dentista y su familia? – la irritación de Marco por las acusaciones implicadas comenzaba a estallar.

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“Cien hijos de Elena” .- La familia Anaya. El dentista no cuenta aquí. Fue otra víctima. – Precisó la joven.- ¡Quisieron matarlo a usted! Ahora mire quiénes lo pagaron. .- ¿Tú cómo lo sabes? – la tensión de Marco arriesgaba llegar hasta la discordia. .- Preguntando. No sabe usted todo lo que yo estimo a Daniel. Nadie como Ricardo y yo compartimos su desgracia. Ese tipo mata por mero gusto. Todo apunta hacia Farnas. .- Todavía no entiendo. – Marco exigía que se explicaran con la sola entonación de su voz. .- ¿Nunca ha sospechado de que la familia Anaya metió las manos en el siniestro? – la furia de la joven sacudía su lacia cabellera color castaño claro, que bajo los reflejos de la luz solar trazaban líneas de suave curvatura, como si corrieran en paralelo a la de su bronceado cuerpo. .- Ricardo retomó la palabra para suavizar el hilo del encuentro.- No queremos que usted se convierta en cómplice como lo es la señora Elena. .- Pero ¿de qué hablan? ¿Cómplice de qué o de quiénes? – Marco ya estaba furioso. .- Todo el pueblo sabe que Farnas es un pinche asesino, un mafioso. Lo único que importa es resolver lo que sabemos. ¡La suerte de Daniel la decidió este mal nacido! - Diana no pudo contener su rabia.- No habrá justicia si usted sigue indiferente. ¡Se trata de su hijo! Ni siquiera podemos reportar el secuestro. .- No, no creo. ¿Qué pruebas tenemos para acusarlos? ¿A la señora Elena o a su esposo? Solo conozco a ella. Dudo que esté involucrada. El caso está cerrado. Pensé en todo cuando estuve en la cárcel.

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“Cien hijos de Elena” .- No, claro que no. – La ironía en boca de Diana no escapó a Marco.- ¡Fue a usted a quien el dentista le pidió que lo llevara a Santiago, no a Daniel! No le dice nada eso. El dentista fue con usted de parte de Elena Carasao. ¿No le dice nada, o no quiere darse cuenta de tantas coincidencias? ¡Daniel, su hijo, sigue desaparecido! Y usted se ha cruzado de brazos. No ha hecho nada por él. ¡Yo en sus zapatos, ni pensaría en matar a ese maldito!- la vehemencia de la joven acusaba los bríos de los domadores de potros y vaquillas, en sus tierras natales de Texas. Ricardo hizo señas a Diana de que callara. .- ¡Están acusando sin base alguna! El juicio está cerrado.Perdida la paciencia, estaba a punto de salir corriendo del lugar. Imposible, darles una bofetada. .- Los legalismos no vienen al caso. Pero ella no es una santa. ¡Todos sabemos quiénes son ella y su marido! ¿Cree usted que ella ignora la perversidad de su marido? ¡Es un desgraciado animal! Y usted ha dejado a su suerte a Daniel. - la mirada fija de Diana lo retaba. – Es hora que usted reaccione. .- ¡Nadie me había insultado como tú! ¿Creen que yo…? – la boca de Marco se abrió lo más que pudo. Pero algo había de cierto. Sus manos agitadas volaban por todos lados, expresando su indignación. En sus adentros, sabía que los dardos de Diana daban en el blanco. Estaban muy cerca del sepulcro de Clarisa. Su muerte fue consecuencia del siniestro. .- Vienen mis padres hacia acá. Si le interesa que le apoyemos, cuente con nosotros, no esté solo. Pero en cualquier caso, seguiremos buscando a Daniel. – Ricardo y su novia se alejaron, dejando solo y sorprendido a Marco. – 57

“Cien hijos de Elena” Queremos saber si contamos con usted. Y en todo caso, procederemos contra la familia Anaya. Se había sentido seguro de que el accidente y sus consecuencias estaban ultimados, una vez que pagó con la muerte del dentista y su sobrina, con las pérdidas económicas en su bolsillo, con los días de cárcel, además el asalto al taller más la muerte de Clarisa, su mujer, nadie le podía reprochar nada. ¿Qué otra desgracia le esperaba en estos los días más aciagos de toda su vida? Por supuesto, seguía desaparecido Daniel, su hijo. Abrumado cada día, debía dedicar su tiempo desde ese instante a descubrir la desaparión repentina de su hijo, deseando un giro en el rostro del azar. Descartó cualquier culpa sobre Elena Carasao, pero no dudaba de la calaña de Farniaques Anaya. Su relación íntima con Elena Carasao sonaba como el mayor escándalo en Tepango, alcanzando la dimensión del gran secreto a voces. No conocía, ni aceptaba la montaña de fábulas sobre Farnas, Creía que esa ola de acusaciones y denuestos eran producto en cierta medida de resentimientos por su dinero y poder. Pero ¿Elena? Quizás se negaba como muchos enamorados a engañarse para desvanecer cualquier sombra que oscurezca la imagen de la mujer amada. El estigma que pesaba sobre su relación de adulterio con Elena, ahora él viudo, lo imaginaba como un estigma sin fundamento, dada la situación de Elena. En ese hilo tan cándido de ideas, se decía que ese adulterio era incorrupto, obligado. Pero adulterio al fin y al cabo frente al tribunal absoluto, inapelable en toda la lìnea de los tiempos, como emanado de una voluntad divina, omnipotente, de la atmósfera social. 58

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AÑOS ANTES CAPÍTULO VIII La casona. Mientras recorría esa mañana el área moderna de Tepango, donde nació, Marco se apuró para proseguir con su agenda de actividades. Nuevos y grandes edificios, a su paso por el centro de la ciudad, asomaban en las zonas comerciales, residenciales y anchas avenidas, cambiando el paisaje grabado en su memoria. Cerca de sus cincuenta años de edad, Marco reflexionaba sobre el pasado de su carrera laboral y alternativas actuales de empleo. Su capital actual se fincaba en su amplia experiencia al servicio de diversas empresas del ramo automotriz. En algunos de los talleres mecánicos, dedicó varios años, aun siendo joven, al mantenimiento de unidades de transporte dedicadas a la distribución de productos dentro de la ciudad de México. Estas páginas de su currículum se interrumpieron, porque las empresas sucumbían a los vaivenes del ciclo fatal de auges y recesiones. Primero, le dictaban una sentencia de descanso por un mes o más, segundo, aceptar un sueldo menor, haciendo lo mismo. Fatalmente, como el crudo invierno, llegaba el comunicado del despido. Esos tiempos parecen accidentales, luego con el peso de los problemas y deudas, los días grises se hacen eternos hasta quedar grabados en el calendario inverso de las frustraciones más 59

“Cien hijos de Elena” humillantes. Pero el tiempo pasado no se convierte siempre en humo como los cadáveres. Marco hizo así su peregrinaje en distintas ciudades, esa odisea abrió sus perspectivas en ambientes muy diversos. Recorrió los mismos caminos frotados por zapatos desgastados de miles y miles de trabajadores en busca de empleos, de alimento. En las tierras del norte, en Texas, intentó buscar otra cara de la fortuna. El panorama de los valles fértiles, de los pozos petroleros, al lado de las carreteras, seducía, inspiraba cualquier optimismo, sino la euforia misma. ¡Dinamismo, vivacidad en las calles, repletas de la explosión juvenil entremezclando rostros tan diversos en etnias, en las tardes domingueras! Le fue imposible encontrar allá algo atractivo, un trabajo gratificante. Las ofertas a su alcance para nada se acercaban a sus objetivos más modestos, para los de un extraño entre extraños. Entró en contacto con varios paisanos, muchos de ellos indocumentados. Decenas de historias de desesperanza, de anhelos de creer lo increíble sobre la legendaria hospitalidad del pasado, más allá de la frontera norte de Sonora o Chihuahua. Pero al paso de los años los obstáculos se multiplican. La zona menos elástica del “muro de esponja” se agiganta. Lo mismo repele los más osados, abriendo sus poros virtuosamente sus puertas y trincheras según la conveniencia del momento. Por más que los salarios le ofrecieran un nivel superior a la mera sobrevivencia, no sería más que un gusano, dueño jamás ni de su sombra, de su destino para hacer algo de qué sentir orgullo. Era la nueva realidad migratoria, la del “muro de esponja”, elástico, segregatorio. 60

“Cien hijos de Elena” Marco hizo una pausa. Se detuvo para tomar un café en un restaurante que conservaba el estilo provinciano del Tepango viejo. Prevalecía el manto asoleado del mediodía. La música lánguida, chillona de una balada no entonaba con la arquitectura apolillada de esa zona urbana. Durante el recorrido por las avenidas de Tepango, iba tomando nota de algunos locales disponibles para renta. Estaba decidido a emprender un taller mecánico de autos. Al interesarle un local que le pareció como anillo al dedo, llamó al teléfono indicado. Se sorprendió de las ventajas que le proporcionaban. Solicitó la cita, y pidió dos días de plazo para reunir la documentación necesaria. Marco instó machaconamente a la persona del teléfono a que se lo reservara, enfatizando que le agradaría obtenerlo. Ubicado de modo ideal en una esquina cercana a las principales avenidas y los edificios nuevos, ganaría la atención de la clientela potencial. Compartía otras ventajas derivadas de la urbanización. La cita quedó formalizada. Puntualmente cumplió con el compromiso. No fue difícil llegar a la casona de Elena Carasao, dueña del local. Un frente muy amplio con una reja negra de metal, adornos artísticos, un jardín poblado de pirules, ficus, bugambilias, piracantos, rosales y otros árboles en los costados de la casona del color adobe en su exterior. Al cruzar el jardín, la frescura del pasto regado inundó las fibras de sus sentidos. Una cascada deslumbrante realzaba la mansión. Unas diez personas con sus carretillas, martillos, taladros, mangueras y rastrillos trabajaban en el mantenimiento de la mansión.

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“Cien hijos de Elena” La casona de Elena Carasao y su marido, Farniaques Anaya, la construyó un arquitecto al gusto de Elena, pero con desacuerdos a veces ásperos de Farna que al tiempo, la llegó a mirar como el símbolo de sus aspiraciones sociales y status de prestigio, así como un buen cepillo desmancha la mugre de una bestia inmunda. Elena se ocupaba en algunos negocios e inversiones desde su soltería, principalmente en empresas inmobiliarias. Farnas y Elena coincidían en algunos puntos. Pese a cualquier diferencia entre ellos, se mantenían unidos frente a enemigos visibles o emboscados, que no eran pocos. Destruir a un tipo poderoso y con fortuna es doble atractivo para muchos que ambicionan ocupar posiciones y vacantes por años anheladas, igual que Farnas lo hizo en su momento. Cuanto más tiempo se perpetuaba Farniaques en su pequeño imperio, más la fortuna acumulada, más rivales cosechaba. Ya esperaban a Marco. La secretaria de la señora Elena Carasao le entregó el contrato. Marco firmó sin reparos. ¡Algunos sueñan con fantasías de volar o toparse en una calle con el cofre de joyas! Marco soñaba con todo su empeño por su taller de mecánica, pese a la rudeza del oficio, por escudriñar y resolver problemas de máquinas descompuestas. Todo marcha sobre ruedas. .- ¿Quiere pasar por aquí? – la secretaria abrió la puerta del despacho de Elena Carasao, dejándolo solo.- Ahora lo atienden. Destacaban dentro del estudio un enorme escritorio de caoba, sillones de piel, algunos cuadros y objetos de adorno en porcelana o piel con diseños o estampados con guirnaldas de laurel, de la llave de la vida y de entrelazos y 62

“Cien hijos de Elena” volutas o de olas, entre otros, luchaban contra una vaga sensación de monotonía. Pregonaban por el reconocimiento de riqueza, más que el juego de armonías y contrastes, en rendición a los caprichos que pueden regalarse los negocios boyantes. Encima de su escritorio, destacan dos estuatillas, una de Elena de Troya, símbolo de la belleza, y otra de Atenea, símbolo de la sabiduría. La provincia se transformaba. Múltiples fortunas florecían a partir del auge de los precios del petróleo, en la época en que Elena y Farniaques cambiaron su residencia de la gran ciudad y se instalaron en Tepango. Se aunaron otros factores en la fase de expansión, mediante interesantes impulsos de inversiones en centros comerciales, infraestructura, y otros rubros como la industria manufacturera en el ensamble de partes de autos, televisores y sus partes iban de una a otra mano con la transformación de la provincia. Además de moderar demandas de los grupos sociales que reclamaban su cuota tiempo atrás, se sumó a la necesidad de estabilizar algunas fuentes de inquietud que incrementaban las fuerzas y alcances de las crisis por la frágil envoltura económica del país. En resumen, cristalizó un intento de repartir la cueva del tesoro con sus lodos, hedores y tóxicos de aguas estancadas, durante tiempos suficientes para la memoria de una generación. La casona era el núcleo del pequeño imperio de Farnas. El matrimonio de Elena lo tenía todo, en una palabra nada le faltaba, sólo hijos comunes. Farnas Anaya se había refugiado bajo el manto de la casta apoderada del mismo tiempo y de la brújula del rumbo que, por siglos se mantenía a flote a bordo de sus carros 63

“Cien hijos de Elena” triunfales. No era el suyo un papel envidiable con su olor hediondo de malhechor, pese a sus negocios limpios. Su olfato de pirata le facilitaba integrarse a las olas que empujaban las velas de sus naves. De mediana estatura, de hombros anchos, de ojos saltones, mandíbula prominente, Farnas mantenía una actitud agresiva, cínica, como hábito forjado por años para hacerse temer, odiar o al menos ahuyentar posibles adversarios. Un depredador agresivo, entrenado para el combate selvático, en diferentes medios desde la intriga, el ataque o la calumnia. También sumiso y cortesano con sus superiores. Farniaques como miles de Farniaques debían jugar su papel de peones en el tablero, protegiendo jerarquías superiores. Por su adicción continua a la bebida y cervezas, Farnas padecía algunas enfermedades que lo tiran a veces en la cama. Estas dolencias a veces cuestionadas por repentinas recuperaciones, pero apuntaldas por el placer de traerle gratos recuerdos, adormeciendo ideas negras, o también le complacen con sueños fantasiosos. ¿Qué sucedía en esa trama con la vida personal y relaciones con una mujer tan bella como Elena? Los cuchicheos de la gente fomentan leyendas sobre jardineros o sirvientes que por las noches merodean por las ventanas de la alcoba de la guapa mujer echada al olvido por su marido, el Farnas. Los pretendientes dispuestos a correr una aventura de “Casanovas” con Elena se alejaban frente a la amenazante presencia de los guardaespaldas.

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“Cien hijos de Elena”

CAPÍTULO IX La entrevista. La secretaria volvió dando paso a Elena, su jefa, quien extendió la mano para saludar a Marco. Ocupó el sillón del enorme escritorio de caoba. .- Me da mucho gusto señor Marco que usted se quede con el local. Siéntese por favor.- La invitación mostraba el propósito conocer al nuevo arrendatario, desconocido. Sin embargo, ambos se miraban con la simpatía de los viejos amigos. Elena Carasao lucía con garbo, muy atractiva, espigada, vestida con un conjunto combinado en color guinda y negro que remarcaba su tez bronceada. Rondaba sobre los cuarenta años de edad, nada grato para ella confesarlo. Al igual que todas las mujeres, sus facultades superiores de olfato e intuiciones sobre el compás y profundidad de nuestras costumbres, rituales y prejuicios. El tono de la voz melódica y cristalina conjugaba con su hábito de ocupar el centro de atención. Su acicalamiento acentuaba su femineidad, su aire de elegancia sensual. Parecía mucho más joven que Marco. Portaba algunas joyas, como el reloj de marca, aretes de oro y un collar de una sola piedra. Elena Carasao dejó el sillón del escritorio y se ubicó frente a Marco en un sillón de piel color claro. .- No sabe cuànto gusto me da. Me alegra mucho de verdad que lo apruebe a mi favor. - Marco daba por asegurado el arrendamiento. El espacio techado del taller cubría lo necesario para diez carros y el equipo de trabajo.65

“Cien hijos de Elena” Agradezco que me haya esperado y lo cuidaré como si fuera mío. .- Se lo encargo como si fuera suyo. No me decepcione. Cumpla con lo que a usted le corresponde, como yo haré con mi parte.- El tono sugestivo delataba signos amistosos. .- Téngame confianza, me la ganaré. Necesito el local por varios años, si a usted le parece…. .- Nos conviene a los dos que sea por un buen tiempo.- La señora Elena poseía el don de una sonrisa amable, espontánea.- Estoy para servirle en lo que pueda y ahora debo irme a una cita con amigas de la niñez. Usted sabe, son afectos especiales. .- Ya veo. Decían nuestros abuelos que las aves vuelven a sus nidos. ¡Aquellos tiempos…! - Marco apenas se daba cuenta de sus propias divagaciones. Elena sonreía complacida de la candidez de Marco. O tal vez el tipo no lograba apartar la mirada sobre su nueva arrendadora, cautivado de pies a cabeza. No le molestaba a ella, lo que en otra situación no hubiera consentido. Comenzaba a simpatizarle aquel mecánico. Vislumbraba algo nuevo, ¿por qué el mecánico le inspiraba de repente sensaciones tan gratas? Una joven del servicio doméstico trajo agua, café, té y galletas. Elena, atenta a las miradas inquietas del mecánico, se cruzó de piernas. Parecía inhalar con delicia el aroma del café. En ese momento de la charla, entró al estudio un tipo de unos cuarenta años, estatura elevada, complexión robusta, aires de pedantería y vestido con un blazer azul marino, camisa blanca con anillos en rayas verdes, alineados con

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“Cien hijos de Elena” sus calcetas. Se presentó por sí solo ante Marco, con sonrisa de boy scout. .- Jeykol… gusto de conocerlo. ¡Estoy para servirle! – Los ademanes de ambos no ocultaban cierto recelo mutuo. Elena ignoró la entrada del tipo algo caucásico. Se trataba de un empleado de confianza de la casona al servicio de Farniaques, marido de Elena. ¿Cómo vino a integrarse a la entrevista con el mecánico? No había sino una explicación, la espiaba una vez más por cuenta de un marido longevo y receloso. .- ¿Por donde anda usted? Ya me han dicho de sus ideas, a veces absurdas. Todos tenemos algo de niños…- Elena empezó a sonreír con estudiada coquetería. Una más de las las virtudes de la reina de la hermosura de Tepango y de todo el mundo, a juicio del mecánico. .- Tiene razón. Comprendo su atención conmigo al confiarme y esperar para alquilar su local. – delataba cierto nerviosismo al farfullar las palabras. .- Sé bien que usted no me fallará señor Marco. Puntualidad, mucha puntualidad en los pagos y en los cuidados del local tal como se lo entrego. Somos gente honorable, usted y yo. – La dama de guinda lo miraba fijamente, pues los ríos subterráneos al recorrer su escala emocional estaban fluctuando una y otra vez de dirección. .-Delo por hecho. - Nos llevaremos bien, pero cumpliendo los acuerdos. Aprendí mucho de un gran amigo que ocupó por años cargos importantes como director de algunas empresas, y funcionario de alto nivel. El me inculcó disciplina y la puntualidad.

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“Cien hijos de Elena” .- Usted comprobará mi puntualidad.- el mecánico no quería pecar de timidez o de omisión.- Ni lo dude. .- Quiero decirle que su trabajo me parece algo… no es como él de los abogados o los médicos. ¡Me refiero a los retos, las pasiones, con que se enfrentan al tratar casos tan apasionantes! Espero explicarme bien. Usted trabaja con máquinas y eso en lo personal, no parece muy divertido. .- Tiene razón. No soy ningún héroe. Cuando mi trabajo sale bien, nadie lo aprecia. Y si algo sale mal, me hacen pedazos. Pero ¿quién no envidia los diseños, las comodidades de los carros viejos o modernos? Pero, ¡soy muy aburrido, pues sólo armo unas piezas de allá o desarmo otras para echar a andar carros viejos, descompuestos! - Trató de poner a probar sus sospechas, suponiendo que la señora intentaba coquetear con Jeykol, o ¿con los dos? .- No, no lo tome a mal. Aprecio la velocidad de los aviones, autos. ¿Qué haríamos sin ellos? ¿Sabe por qué creo que los modelos de carros se renuevan constantemente? Porque todos sentimos la urgencia de cambios. En cualquier cosa, pero que haya cambios. También soy algo infantil y romántica. ¡Olvide usted lo que dije! Volvamos a su negocio, ¿comenzará de inmediato? –La actitud afable de Elena contribuyó a llevar el rumbo de la charla abierta a todos los temas.- Dígame ¿Cómo es que le gusta tanto su oficio? ¿Nunca ha pensado en otro quehacer? ¿Hay algo más importante que los carros? ¿Por nada cambiaría de oficio? ¿Ha soñado con ser un gran conductor de carros deportivos alguna vez? .- No, ni lo he pensado. Pero mi trabajo es como un santuario. Desde joven me ha gustado y soñado….

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“Cien hijos de Elena” .- Entonces le importa no lo que necesita el carro, sino usted…..- Elena interrumpió y le ganó una risa franca, divertida que contagió a Marco.- Me imagino que usted de andar tanto entre las máquinas, no vaya a convertirse en otra máquina. - Las mejillas de su rostro se encendieron y su belleza cobró más realce.- Y ¡las máquinas no sueñan! ¡Jeykol se distrajo e ignoraba el motivo de sus risas! .- Por supuesto. Sólo seguí su… parecer. Volviendo a su pregunta. Reparar un carro es todo un arte, no un oficio tedioso y mediocre. ¡Darle vida de nuevo a algo que no funcionaba! ¿A quién no le gustaría volver a pintar un cuadro o revivir el pasado?– el tono pausado de Marco insistía como un niño en el juego de la gallina ciega esforzado por atinar al blanco. .- Va demasiado lejos su idea, pero la respeto. Lo más sencillo, lo importante lo tenemos siempre frente a nosotros. Vamos, usemos la imaginación.- le animaba Elena mostrando regocijo.- ¿Qué recuerda de su primer carro? A mí me trae grandes recuerdos, fue como un juguete insustituible. Pero, inventos, tecnologías y nuevos medicamentos ¿no son al cabo y al fin como el cielo y el mar, para todos? ¡Podría contar muchas historias!– y exhaló un suspiro. Elena puso atención en que las miradas de Marco parecían embriagarla de una suave sensación de euforia, viniendo de un mecánico tan simple, limitado a admirar las carrocerías de los carros más elegantes y seductores. Así debió ser Marco, el paje del viejo césar. No era la primera vez que la dueña de la hermosura más desafiante de Tepango, escuchaba que su nombre evocaba la figura de poder, de seducción y también de libertad. Una mujer troyana de 69

“Cien hijos de Elena” origen divino, capaz de causar guerras entre dos pueblos de la vieja Grecia. .- ¡Qué romántico, qué romántico es usted! Demasiado romántico, muy tierno. No debemos engañarnos con cualquier impresión. ¡Claro, somos hijos, somos criaturas de la edad del cine, donde aprendemos de todo! Pero sabemos que el cine consiste en trucos y engaños. La relación entre Elena y Marco mostraba el aguijón del amor, del anhelo del beso y caricias, dada su situación personal de largas historias de decepciones amargas; sus ademanes sutiles, provocativos y empeños ocultos ya encontraban las señales de nueva vida, de una sublime infusión de rejuvenecimiento. Aun cuando cruza por su mente la sensación de haber metido la cabeza en un panal de abejas, Jeykol no se deja intimidar como para abandonar el campo de batalla, y ya era una batalla perdida la suya. Por supuesto, debía cumplir con discreción a su manera, la instrucción de espiar a la mujer de su jefe, Farniaques. Había algo más que un puente ancho por el que transitaban las emociones y pensamientos de Elena y de Marco. .- Sólo permítame por favor, una precisión. Me quedé con una espina de algo que usted misma señaló.- Marco recobró el tema con intención clara de continuar la charla.¿Cuántos niños no han tenido sus juguetitos de carro… .- También las armas, el internet y los celulares han llegado a manos de todos. Les da poder.- Jeykol intervino con visible ampulosidad, frotando sus manos como si fuera el ganador de la partida de poker. A todas luces terqueaba por agradar a Elena.- ¡No sólo el carro simboliza el progreso! El progreso es engañoso con sus trampas de 70

“Cien hijos de Elena” imponernos el gobierno de lo urgente, de las prisas. El carro, el celular, internet y de alguna manera las armas forman un círculo de excelencia para el progreso o para el crimen. Pero ¿toda la gente con estos aparatos en sus manos, las quiere para el abuso, para delitos? La abundancia de armas, de pizzas, de carros, resuelve sus problemas con tianguis de cosas de segunda mano. Ropa, carros, muebles. En fin bazares de todo. ¿A dónde puede llegar todo eso? ¿A educación, medicinas, ropas, perfumes de segunda mano, y aún a formas de gobierno de las cosas en puestillos baratos de un bazar? Elena no escuchaba al espía. Sus ideas volvían al hilo de la charla. En el lenguaje del amor, basta una sola palabra, un solo guiño, una entonación sutil, una mirada inequívoca, para derribar las barreras más rocosas, como en los mares choca el oleaje apasionado, hasta convertirse en la espuma simbólica del fuego cristalizado. .- Pero ¡si ya existe eso! Casi me pierdo esta charla tan variada, tan fecunda. No me la esperaba. No me convence que por su accesibilidad, los carros y otros aparatos se conviertan en algo perverso en manos de delincuentes. No voy de acuerdo que todo está en manos de la fatalidad. Entonces si todo, si la tecnología misma funciona en su favor, habría más delincuentes, o ¿lo entendí mal?- la señora ostenta una sonrisa franca con sus labios finamente sensuales. La pasaba divertidamente, como gusta a las diosas de la belleza. - Creo más en la voluntad de lo que hacemos, que en las casualidades. .- Y bien, ¿cuál es esa diferencia? Usted dice que ya existe.- Marco interrumpió.

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“Cien hijos de Elena” .- Si todo eso ya es accesible, entonces, la diferencia está en la actitud. Pero cómo explicar tanta gente que vive o sueña con la sensación de ser dueños del mundo. Pero, ¡qué modesto es usted Marco! Estamos en plan de conocernos tan rápido. Otro día terminamos este parloteo para que me diga por qué le gusta tanto su oficio de mecánico.- Marco no simuló el placer que ella le llamara por su nombre en un franco coqueteo y abriera una clara oportunidad para verla posteriormente. .- Creame señora Elena, me siento orgulloso de mi trabajo, de mis amistades, por modestas que sean, y ellos de mí. Bien que lo sé. – Marco jugó demasiado esta carta desafiante en apariencia, pues confrontaba el aire de importancia con que Elena había mencionado a sus amistades distinguidas. Desde luego, ella lo mira atentamente, mas no pareció molesta, ni ofendida en absoluto. – Y sólo un punto más. Quiero ganar toda su confianza, saber cualquier duda que tenga sobre mi trabajo y mi pasado, saber dónde estoy y comprender a mis amigos, como espero lo sea usted, señora Elena. .- ¿A qué se refiere con su trabajo? .- Algunos mecánicos arreglan carros, sabiendo que están involucrados en delitos como transporte de drogas. .- No lo había pensado, Marco. Qué bueno que me dice, rento algunos locales. .- Y cuando guste, dese una vuelta por el taller. .- Claro que si, Marco.- Elena con una sonrisa seguía el hilo de la plática, al tiempo que tocaba el hombro del mecánico con más coquetería.- lejos de sentirse molesta por la pulla de Marco, muestra con claridad su intención. Un afecto adquirido impedía que la observación del mecánico por atinada que fuese, pudiera en absoluto 72

“Cien hijos de Elena” enfadarle, herir su vanidad.- Los amigos, primero... Y usted y yo Marco seremos grandes amigos. ¡Vaya, miren lo que hacen los adultos en sus largas horas de ocio! .- Creo que la riqueza y los privilegios tienen sus límites. ¡La derrocha el que la tiene, como la juventud la derrochamos cuando jóvenes! Unos más otros menos. – agregaba Jeykol en el hilo de una conversación cada vez más deshilvanada, como sucede con el curso de la misma vida real. .- Usted lo ha dicho, pero ya es tiempo de despedirnos por esta vez.- Elena se puso de pie para despedir a sus huéspedes. Se arreglaba la falda y movía sus manos como retocando su rostro. Realmente se sorprendió mucho de la ola de un calor que la invadía, cuando al ponerse todos de pié, miró sobre el pantalón de Marco por un instante y le pareció fascinante, divertido el poder e impacto de su atracción y su belleza.- Mire usted Marco, comenzó usted hablando de la velocidad de los carros, luego de las armas y de los celulares y se desató esta discusión. .- No, yo no dije todo eso. No de esa manera.- exclamó Marco algo a la defensiva y con ingenuidad. No quiso Elena herir el orgullo del mecanico cuando en el hilo de su idea, de que Marco le parecía casi una màquina, casi un autómata, a fuerza de vivir entre màquinas, herramientas y aparatos. ¡Despuès de todo, lo pensó, cada uno de nosotros tiene algo de una màquina! Una poderosa cadena de enlaces de la química sanguínea contribuye a validar las impresiones de compatibilidad y atracción, o en su caso de indeferencia y rechazo. Actúa con más eficiencia en ciertos momentos este conjunto de actividades orgánicas, de lo cual se desprende en parte la 73

“Cien hijos de Elena” fuerza de la verdad, en cuanto a lo que logra la persona afortunada, como Marco por estar ahí en el momento indicado. .No expresé bien algunas ideas. De hecho, estaba pensando que nos conocimos de vista usted y yo, Marco, en la escuela. Uno revalora las amistades con las personas de los años de juventud. Nos traen recuerdos gratos. Otro día acabaremos de platicar sobre sus ideas.- Elena seguía en conversación exclusiva con Marco, zarandeaba con gracia su cabello, al tiempo que sacudía su falda mostrando las formas curvas de sus piernas. Estaba desenterrando Elena polvos del pasado en Tepango, su lugar de origen, buscando reconciliarse con sus fantasmas y obsesiones justamente definirlos dentro de formas placenteras, deseadas para dirimir conflictos del presente. Su origen no era divino de ninguna manera, como la reina legendaria de Grecia, pero ¿por qué volvió a su pueblo de origen la mujer más hermosa, como sabe que pregonan sus admiradores, la más famosa por su riqueza y talento? ¡Falta algo, quizás su libertad! Jeykol mostraba su asombro de ver a otra Elena, distinta a la que conocía como asesor de los negocios de la familia de Farniaques Ayala. Jeykol se consideraba su primer admirador pero cauteloso, por temor al mafioso marido de la guapa mujer, que ahora coqueteaba a un tipo tan ordinario como Marco. ¿Qué le veía? Pues la vanidad de Jeykol sangra por todos sus poros, con envidia evidente hacia el mecánico. No, obviamente no la conocía bien o se daba un cambio repentino en Elena. De hecho, Elena no estaba eligiendo. Ya había elegido, era libre. No le importaba en su condición de mujer casada, 74

“Cien hijos de Elena” después de largos años de sumisión a reglas no escritas, castigos y vituperios, dar un vuelco a su historia y respirar el aire de la felicidad. Y la diosa Elena, libre como las diosas, se dio la libertad para fugarse en mente con el nuevo amante. Un vuelo fugaz cruzaba por la mente de la diosa de belleza en Tepango, si podrá con su poder y talento, ayudar en algo a liberar del maniático mecánico, embelesado del oro falso y viejo de los carros chatarra. Elena en sus adentros aceptó el reto del destino, y sin pensar, abrió el paso a la aventura que sueña a solas por las noches en su enorme mansión. Así Marco, el lacayo de césares modernos, simulados en marcas ostentosas de carros nuevos, cegado y enloquecido por las curvaturas sublimes de las carrocerías y brillo de sus faros y carrocerías, y no pensó ni por un instante entregar todo su amor por la diosa de belleza que le ofrecía lo mejor de su sonrisa. Jeykol llevaba a cuestas una historia de fraudes, de espionaje y de comediante. A su paso despedía un aroma de perfume adulterado por más que comprara perfumes de marca. En su historial registraba numerosos casos de quejas de personas de distinta condición social y económica a quienes había timado. Elena no lo repudiaba o menospreciaba por ello, sino por su servilismo con Farniaques, su marido. .- Bueno, este tema nos da mucho para platicar.- Elena se puso de pié por tercera vez para despedirse. Buen rato había dedicado a bucear en los archivos de su mente, en el álbum de sus recuerdos juveniles, y ahí había surgido poco a poco la figura de Marco.

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“Cien hijos de Elena” .- ¿Cuánto no daríamos por revivir esos momentos? Adiós y buena suerte. Marco permanecía callado, lleno de recuerdos en un pueblo chico como Tepango, tantas cosas comunes en su pasado los unían. Rodeados de una bruma de circunstancias desfavorables, padecían de una vida afectiva realmente miserable, abriendo un ancho puente hacia una promesa esperada, una aventura tempestuosa. Circunstancias y fuentes de origen distintas de Elena y Marco, pero su vida emocional pasaba por tiempos oscuros, de sequía, con una presión intensa para el disfrute de tiempos de placer, de felicidad.

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CAPÍTULO X Elena y Marco, un idilio. Después de la entrevista, danzaban en la mente de Marco con fuerza obsesiva, imágenes de la radiante belleza de Elena, sus ojos y labios, sus largas y torneadas piernas, hasta el menor detalle observado o imaginario de su cuerpo, como lo grabó su memoria fiel, precisa de mecánico. Persistían obsesivamente. Las flechas impetuosas del amor no pasan de largo, ante cualquier oportunidad. Revivía cada detalle, sus comentarios y actitudes francamente cautivadoras. Avivaron sus sentimientos más cálidos respecto a Elena, no pasaba un momento en que estas impresiones no se apoderaran febrilmente de su ánimo, de sus deseos. La sentía plenamente a su alcance. Toda barrera posible entre ambos no se pudo interponer. Elena había renunciado por mucho tiempo a su libertad y deseo de amar y ser amada. Ella misma le puso precio a su matrimonio con Farniaques a quien nunca amó, y tampoco engañó. No lo amaba, pero le había temido siempre, le seguía temiendo, pero nada iba a impedir ahora el avance arrollador de sus pasiones. Tal vez temía más a la red vieja de prejuicios y rituales con sus rígidas cadenas de censura. Humillada por las infidelidades constantes del marido, no tenía un argumento claro, una razón convincente para sostener la imagen de esposa fiel y respetable. Quería sepultar esa imagen en el pasado, después de mucho tiempo de convivencia en habitaciones separadas. Los escándalos lugareños de cualquier modo fluían en su contra, ya como mujer de un 77

“Cien hijos de Elena” ebrio, libertino, y otros flancos del marido como su edad y su aspecto horrendo. Despertaban en Elena ideas fugaces, amontonadas pero coherentes que la fustigaban por su condición de esclava. ¿Alguna razón para seguir así? Trabajar, comer y dormir. Pocas veces divertirse. Se disparó con toda claridad, como el nuevo amanecer, el vacío que llevaba en su vida afectiva. Algo muy poderoso la empujaba a un cambio urgente. Empezó a advertir que era usada por su marido como un recurso mezquino, como un parapeto contra las olas de miedos y señalamientos en contra sus crímenes. Así como era muy antiguo el término de sus relaciones íntimas, de cohabitación en la misma alcoba. Sucedió lo predecible con Elena. Se vieron en diversas ocasiones a partir del siguiente reencuentro, bajo pretextos de Marco para asuntos sobre el arrendamiento, tanto ella como él no perdieron mucho tiempo en devaneos, o palabras. La atracción mutua puso todo sobre rieles. En sus encuentros buscaban cierta discreción. Solamente se veían en algún hotel o en la casa que Elena acondicionó con prisas para este propósito, con improvisaciones en el mobiliario. Una casa lejana del centro de Tepango y de las miradas curiosas de paseantes. Una casa pequeña pero cómoda. Marco se sentía rejuvenecido. Era otro. En cierta ocasión, Elena quiso distraerse con cuidados del jardín del frente. Era temprano, pero el rayo solar imponía toda la potencia agobiante de su fuego. Iba en bata. De pronto, Marco tomó la manguera y disparó chorros de agua contra su amante. No le hizo mucha gracia. Ni le importó que el remojón dejara asomar en plena calle algunas curveadas 78

“Cien hijos de Elena” porciones de su figura sensual. Pero reaccionó devolviendo el juego con un cubetazo. ¡Jamás se había divertido así antes con otra mujer! Realmente, Elena disfrutaba como nunca su amorío fuera de toda preocupación. La relación entre los amantes se fue construyendo a lo largo de numerosos episodios inusuales. Desde la primera ocasión, pudo Elena sentir cuando Marco la hizo suya, la intensidad del goce sexual. Desconocía hasta donde el placer de la caricia ardiente en sus senos la agitaba, le provocaba una sudoración como nunca, jadeaba, permitiendo olvidarse de algunas inhibiciones. Ninguno de los dos concibió un plan de acción para su aventura o nueva vida. Todo lo dejaban al vaivén, como la giraldilla se deja guiar por el viento en el esquema más natural. ¡Como si fueran jóvenes amantes libres de todo cautiverio! Querían dar un salto enorme al liberarse de invisibles cortinas pegajosas y desdibujadas por montones de temores y fantasmas que ahí se anidaban, como arañas cambiando de cutícula. Disfrutaban de goces íntimos, de placeres sexuales. La pasión salvaje despertada entre ellos no demandó preámbulos. Ya en las escaramuzas sexuales, dando de sí hasta el límite, toda su experiencia e ímpetu. Como si respiraran una segunda juventud, desafiando paradigmas tirados en un envejecido desván, al destierro en la edad plateada, para tirarla como traste viejo. Siempre les faltaban tiempo de placer y palabras románticas. Ella se había apartado por largos años, de esos momentos de placer, enamoramiento y pasión; hacía tiempo que naufragaba dentro de un matrimonio vacío.

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“Cien hijos de Elena” Elena apenas pensó en el Farnas. En los inicios de su matrimonio, le amenazó de las consecuencias en caso de infelidad. No la perdonaría. Palabras más, palabras menos, él mismo la mataría, sin pensarlo. Renunció Elena a toda sensatez, a toda meditación para medir riesgos o reflexionar su situación. Sin duda Farniaques llegó a enterarse de las veleidades de su mujer con el mecánico, y debió consentirlas o quizá ignorarlas pues daba por sentado que se trataba de un devaneo pasajero de su mujer y que pronto le pasaría. En parte, Farniaques pudo sentirse obligado a algo de tolerancia, como una compensación de todo el tiempo que gastaba en constantes bacanales. En diversas ocasiones, Elena pospuso una y otra vez tratar con Marco sobre la perspectiva de su relación y abrirse paso hacia el divorcio. Temía enfrentar a su marido, pero al fin y al cabo las puertas del conflicto estaban ya francas para dar paso al estallido. En las historias de estos amoríos siempre abundan las resistencias y obstáculos de quienes los rodean. Sin embargo, no le preguntó por algún tiempo a Marco su parecer sobre su futuro como pareja. ¿Qué ofrecía en su situación, mientras no propusiera a Farniaques el divorcio? Gracias a su fortuna o dinero impresionante, Farniaques vivía entregado a los placeres más mundanos entre mujeres y fiestas. Su riqueza proveniente del tráfico de la violencia, fraudes, despojos, estafas, golpizas por encargo o intimidaciones, extorsiones, lo aproximaba a la farándula. En su oficio, utilizaba la información privada, confidencial para allegarse más dinero. Más parecía un rufián por mero gusto, que por la codicia. O simulaba ignorar los devaneos de Elena, o bien preparaba el terreno 80

“Cien hijos de Elena” para embestir contra los amantes o contra uno de ellos, Marco. Por mucho tiempo, antes del idilio de su mujer con Marco, Farniaques gustaba del escándalo, derrochando todo en estruendosas jaranas en bares, prostíbulos de lujo y de segunda, o aun en casas de particulares, las pasiones rebasaban la discreción, ni al menos le preocupaba la templanza necesaria para revitalizarse, para renovar bríos. Gustaba del exhibicionismo. Además, por sus hábitos de estimulación propia, Farniaques gustaba de galantear alguna mujer o hasta dos, de manera simultánea. No le importaba como una Casanova rancio qué tan guapas fueran. Mediaban regalos, invitaciones al restaurante. Más esfuerzos costaba a un tenorio muy escaso de atributos físicos y, más aun, avejentado. No faltaban, por supuesto, los trucos o el cebo para atraparlas por sus puntos débiles, como la ambición de joyas o ropa de lujo. Una que otra que aventajaba o sorprendía al seductor en las artes del engaño, lo domaba como a un papillón, un perrito faldero y divertido. Su último recurso era, claro, recurrir a las mesalinas de profesión. Cierto que su recelo hacia Elena crecía y amenazaba explotar en cualquier momento. Pero después de olvidarla, desatenderla por mucho tiempo, qué esperaba. En el fondo, no tenía cara con que reprocharle a Elena su resbalón con el mecánico. Lo interpretó como un devaneo corto, de unas semanas, que por sí sólo se extinguiría. Sí lo atormentaban los celos, y el dolor que le producían lo transformó sin querer en una figura gigante que lo dominaba. Día a día buscaba el momento de hablar con ella, según su plan personal, para enfrentar y cortar sus ligerezas. Y así lo posponía una y otra vez, pues ciego de su 81

“Cien hijos de Elena” vanidad o soberbia de rufián y de su dinero, más aun por los asistentes y monigotes que le rodeaban a diario, nunca daba el primer paso ya como una táctica aherrumbrada. Para ella, los recuerdos juveniles con Marco, incendiaron los primeros fuegos del amor. Más ella que el mecánico, pensaron al principio en una relación duradera. Sabían del riesgo que corren esta categoría de amantes en cuanto a la perspectiva futura de su relación. Enfrentar todo un proceso de ajustes, de inquietudes por la menor amenaza a su ventura. Elena abrigaba más temores que su amante. Comenzó como una frívola aventura, ahora se preocupaba de una relación duradera, no planeada. Tampoco deseaba terminarla, pero ¿qué hacer? No lo cuestionaba y tampoco Marco a ella, pero a ojos de cualquier persona ajena, el ganador justamente era el mecánico por la belleza contundente de Elena y sus dotes para ser amada, eclipsando por su belleza y elegancia. A su manera, Elena temía enfrentar a Farniaques por ser un despiadado rufián vengativo, y Marco a su esposa Clarisa, por su vulnerabilidad. Al enamorarse de Elena, perdió el sentido de cualquier otro compromiso. Vez tras vez, se desaparecía de la vista de Clarisa, ahora pretextaba que lo contrataban para un carro descompuesto en un sitio lejano a doscientos kilómetros de distancia, luego la venta de un carro y trasladarlo a otro sitio igual o más lejano. Pretextos, no explicaciones. Nunca había amado a una mujer de manera tan intensa. Se lo juraban ambos, Elena y Marco, amarse para siempre. Y todo parecía que vencían todo pronóstico en contra. En menos de un mes, después del primer encuentro íntimo con Elena, Marco ya ocupaba la atención de Farnas. Por su 82

“Cien hijos de Elena” oficio en el tráfico del espionaje, podía “desnudar” de pies a cabeza a cualquier enemigo o quien se le antojase. Las fuentes de información suelen tener un bajo costo, más Ya fuera por coincidencia o por rutina, solo en contadas ocasiones, cenaban juntos Elena y Farniaques. Más de una noche, Farniaques la convocó. El propósito parecía que iba a reventar de una vez, como esa noche ocurrió. .- ¿Cómo has estado, todo bien? – melosamente comenzaba la estrategia del bribón con su sonrisa de sarcasmo para asestar un golpe a su estilo. ¡Aun cuando fuera al aire! Rara forma maníaca de mostrar su poder, pues de no ser por su violencia, su risa caricaturesca bien podía matar de risa a cualquiera. ¡Tenía cierto aire de idiotismo! .- Todo bien y ¿tú? – después de una pausa, mientras se servía el platillo, Elena respondía. .- Me alegro de vernos un día que otro.- la voz de Farnas asomaba la garra.- Te veo más guapa que nunca. ¿Hay algo nuevo, algo extraño que me digas? ¿Un motivo por el cual me pareces más hermosa, más atractiva? .- Lo único extraño es que te importe algo de mí. Aparte de eso, nada nuevo.- la frialdad de Elena aunada a su timbre de voz claro y firme retaba cualquier prueba, en todo momento. Era su mejor arma.- ¿Alguna novedad de parte tuya? .- Nada, nada, algunas reuniones de trabajo. Aburridas siempre.- Farniaques se sentía por esa noche sin fuerzas para afrontarla. ¡No iban a conversar sobre sus escandalosas noches de farra, vinos y prostíbulos! .- Pues menos mal. Me retiro, necesito descansar.- Elena se puso de pié fingiendo indignación.

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“Cien hijos de Elena” .- Claro, solo me gustaría que me des algo de tú tiempo y que pongas fecha para platicar. Hay algunas cosas que valen la pena. .- No le veo problema. Mañana, pasado mañana, es lo de menos. .- ¿No te gustaría saber el tema? .- No en este momento, pero si es importante para ti, cuando dispongas. .- Te adelanto algo. Mis enfermedades me obligan a ser previsor. ¡No, no es nada preocupante ni para ti, ni para mí! He pensado sobre mi testamento y necesito tu opinión. .- Mejor lo hablamos mañana con la cabeza fresca. Doy por seguro que nada cambia en lo que siempre hemos acordado, sobre nuestra separación de bienes. Supongo que eso no lo vamos a discutir. No deseo ir a la cama con preocupaciones.- Elena le observó fijamente, y notó que él le temía más de lo que ella a él. Ni ella misma adivinaba toda la pasión y devoción que su belleza despertaban en el rufián. .- No, claro que eso ya está más que hablado. Son otras cosas y como te dije, quiero tu opinión, solo tu opinión. .- Entonces me voy tranquila a la cama, pásala bien. Cuando Elena ya estaba lejos del comedor, Farniaques daba un manotazo tremendo contra la mesa. Las cosas se habían salido de su control, ya el mismo percibía los sudores y limitaciones de la vejez no confesada. Tampoco aceptada. Pero aun no vencido ni acobardado. Pronto volvió a la carga. Lo azuzaban sus gentes cercanas. Apenas tres días después, un revuelo de gritos y alaridos dominaba toda la casona. Amanecía con la frescura del verano. Los empleados y trabajadores de oficina y de 84

“Cien hijos de Elena” mantenimiento corrían por todos lados. Los ladridos de perros que corrían sin rumbo cierto, lanzando al viento sus colmillos. Los ruidos despertaron a Elena. Se asomó a la puerta de su alcoba. .- ¿Qué es lo que pasa? – preguntó a la primera mujer del servicio que halló. .- ¡Unos perros enormes nos atacaron! – la voz jadeante de la sirvienta zumbaba con el miedo de toparse frente a un fantasma.- ¡Estamos asustados! .- Bueno, calma. Tranquila.- dijo Elena y salió furiosa rumbo a la habitación de Farniaques. Distaba un buen tramo. A lo lejos, advirtió la presencia de unos perros doberman. Farniaques acompañado de dos personas sostenían la correa de los perros, atados y con bozal. Eran los entrenadores de los doberman. .- No salga señora. Los perros andan sueltos. – le gritaban los jardineros. Dos perros sueltos, doberman, corrían para atacar a Elena. Pero tres jóvenes del servicio de mantenimiento se adelantaron para protegerla. En su ira, Elena no contempló el riesgo. Usaron mantas grandes y se colocaron como valla delante de Elena. Los animales, muy miopes por naturaleza, se frenaron de golpe. A unos metros de la valla de las mantas usadas por los jóvenes. Los entrenadores de los doberman advirtieron el peligro y al mismo tiempo pitaron con el silbato adecuado para hacer que los animales regresaran con ellos. .- Vayan ahora mismo con ese desgraciado maldito y que venga aquí… ya, ya. Lo quiero ver.- los jóvenes más asustados por los chillidos de su patrona.- Muévanse, ahora mismo. Díganle que venga, ya. Que venga su patrón. 85

“Cien hijos de Elena” Dos jóvenes fueron hacia donde estaba Farniaques. Por vez primera, Elena increpaba delante del personal a su marido. Todo mundo se asomaba por puertas y ventanas. .- Que me traigan ahora mismo una pistola… - estaba fuera de control y dispuesta a todo. Alguien debió decirle al mafioso que su mujer pedía a gritos la pistola. Entonces caminó hacia ella con prisa. Solo. Cuando Elena lo vio a unos cuatro metros, le echó en cara. .- Son unas bestias, como tú. O los encierras o los mato en seguida. – le espetó con el brillo en los ojos por la rabia. Se daba la vuelta y regresò para agregar.- Fue un juego de idiota. Hazlos encerrar ya. No quiero verlos para nada. Por años y años, Elena soportó en silencio muchas vejaciones de su marido. En la casona se advertía el aliento y hedor de los intestinos asquerosos y enfermos, como una alcantarilla. Humillantes chistes durante la comida en alarde de sus borracheras con mujeres callejeras. Acentuaba rasgos de las “pimpollos o primores” por sus traseros. Realmente no le preocupaban a Elena dichas afrentas. Además Farniaques jamás le alzó la voz y menos intentó siquiera ponerle la mano encima. Sin embargo, le costaban ser la comidilla del personal de la oficina y aun de gente del pueblo, más enterados de calumnias y murmuraciones de la vida ajena que de su propio fuero. Carecía del menor afecto por su marido y poco, muy poco interés le despertó alguna vez. La humillación y reclamo con el respaldo de la razón dejaron callado al mafioso. Nadie en la casona recordaba en absoluta una escena semejante. Los doberman quedaron enjaulados por unos días y luego desaparecieron. 86

“Cien hijos de Elena” Farniaques le envió una explicación mediante una asistente. Eran perros entrenados, llevaban el bozal y servían para la seguridad de la casona. Elena no contestó nada. La asistente no sabía que hacer y tras unos minutos de que la dejaron plantada como un poste, regresó a su oficina. La intentona de Farniaques de desquite por su desventura en la cena, también falló. Hechos anecdóticos como este se repitieron en la casona. Siempre con el sello de las iniciativas burdas del mafioso, incapaz de un plan eficaz cegado por la rabia y los celos. Pero evitó posteriormente hacerlo abiertamente para no exponerse delante de los demás.

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CAPÍTULO XI Elena, su pasado.

Al conocerse en tiempos de la universidad, nadie en el colmo del optimismo o de la indolencia, podía vislumbrar relación alguna entre Elena Carasao y Farniaques Anaya, imposible apostar al noviazgo y menos al matrimonio entre ambos. Nada más opuesto, de un lado, una hermosa joven con gracia, y, del otro extremo, un joven de estatura mediana, con calvicie prematura, mandíbula prominente y ojos de batracio. A diario comenzó a llevar un carro semideportivo para galantear a la muchacha más hermosa de su grupo quizás de la generación misma, Elena Carasao. Farniaques con su acoso, su risa carroñera, se entrometía en todo, adicto a enterarse de todo, de cualquier secreto. Eran opuestos, Elena conjugaba con su belleza, dotes de simpatía, inteligencia social y generosidad como pocas de sus compañeras. ¿Qué tenía en común con Farniaques? ¿Cómo la conquistó? Un tipo de aspecto físico inmundo, caricaturesco y por si fuera poco, sarcástico y agresivo. Desde su nacimiento y orfandad creyó ser rechazado por todos. Sus padres le heredaron bienes y dinero para su sobrevivencia, pero le dejaron la impresión traumática por el abandono. Pensaba que también ellos lo rechazaron. Ignoraba todo de su origen, apenas su nombre constituía una pista de sus antepasados de lejanas y extrañas tierras. Vagamente recuerda en su niñez, le suena la voz extraña de las forquiadas. Unas brujas lengedarias, pero tan horribles, que asustaron a mefistofeles, según viejas leyendas. Deben ser tan difíciles en la memoria de todo el mundo, que su 88

“Cien hijos de Elena” nombre se borró de todos los diccionarios, como varios monstruos de los avernos. Sus ventajas no fueron pocas, dada su inteligencia. Se integró a pandillas desde su infancia, aprendió la facilidad de atemorizar y explotar a la gente. Si no conseguía más que el repudio de todos, no le quedaba más recurso que explorar y alcanzar los beneficios del dinero. Ciertamente no es justo todo el vituperio y desprecio con que la maraña social condena y castiga algunos rasgos físicos de las personas. Sean o no de nacimiento, pero quizá la máquina social con sus tribunales, requieren por su misión, reducir al máximo las desviaciones que impidan lo que entendemos por progreso o evolución. Farniaques Ayala pertenecía y no a este catálogo de víctimas de las condenas, supersticiones y reprobación. Su perfil claro de violento y depredador, sin duda su respuesta espontánea a ese estigma, lo convertía en una incógnita o charada. El cobro de facturas a su favor, arrojaba un balance incierto. ¡Tú la máquina social me repruebas por algo con que nací, pues yo me recupero golpeando a quien sea! La vieja ley de no importa quien me la hizo, sino quien me la pague. Agregado a su apetito voraz por el dinero. Volviendo a Elena, en su pasado, algunos episodios destacaban en su diario y grabados en su biografía personal. En su pasado, al cumplir diecisiete años aceptó una invitación a bailar de un compañero de la escuela en Tepango. Fue su primer noviazgo. Se enamoraron pronto con la ternura y pasión de la adolescencia. Se juraron amor eterno a diario. Se entregaron uno al otro. Se amaron sin 89

“Cien hijos de Elena” reservas en la casa del novio. La casa se encontraba cerca de un campo deportivo y desde la azotea podía contemplarse el río seco, del pueblo. Elena jamás olvidaría tantos recuerdos de esta jornada llena de romance. Menos de un año duró el idilio. El negocio de los padres del novio fracasó. Faltos de alternativa, decidieron marchar al norte, cruzaron la frontera, en busca de un nuevo y mejor horizonte. El novio carecía de opciones que ofrecer a Elena, pese al lazo afectivo que parecía unirlos para siempre. Ambos lloraron por la separación inesperada, involuntaria. Elena no podía creer, menos aceptar esa pérdida en tan temprana etapa de su vida. Como precaución, durante esos amoríos Elena cuidó de prevenir o asumir un embarazo posible. Acudió al ginecólogo en varias ocasiones, resultando de los estudios médicos su condición de esterilidad. Joven aun no dio importancia al dictamen del especialista, agregado que le aseguraban que ya habría soluciones en unos años más. No le preocupó entonces su dificultad natural para la maternidad. No tendría problemas, ni pensó en requerir del recurso de una adopción. Elena nunca olvidó a ese primer amor, al cual se entregó la doncella con la locura del primer amor. Siempre esperaría el regreso del novio de la escuela. Perduraría este recuerdo por el futuro que le esperaba en su vida pasional. Cruzaron algunos intercambios. Elena le había dado un libro de una portada donde predominaba el color verde del mar y la novela justamente llevaba por tema la historia de una pareja de pescadores. El novio le obsequió un bosquejo de su casa al lado del río y del campo deportivo, dibujado 90

“Cien hijos de Elena” por él mismo. La pintura o bosquejo medía casi un metro de altura elaborado en papel pergamino. Las siluetas de los cuerpos desnudos de ambos, abrazándose, parecían flotar por encima del barandal y del cuarto que daba al río y al parque deportivo. Encima de la silueta, los rostros eran reconocidos pues se trataba de sus propias fotografías. Los dos conservarían siempre estos recuerdos. Posteriormente Elena marchó a la ciudad de México, donde se relacionó con un vecino joven, grato de presencia a los ojos de Elena, muy circunspecto. Pronto abrió sus pretensiones respecto a Elena. Fue sorpresivo que en unos días le propusiera matrimonio. La sorprendió al grado que se convenció del enorme interés que le mostraba. La noche de bodas el recién marido desapareció. Mientras ella se vestía para la noche, él le dijo que iba a la tienda. Nunca jamás regresó. Sus padres del joven la visitaron poco después. Le preguntaron si estaba dispuesta a facilitar su separación, dado el insólito comportamiento del joven consorte. A cambio le ofrecieron como recompensa, se quedara con el departamento destinado a su vida matrimonial, y los enseres que ahí ya se encontraban. No hizo preguntas y aceptó. Estos episodios amargaron la semilla de romanticismo de Elena, siendo muy joven aun. La raíz emocional de Elena se endureció. Sin llegar al escepticismo, pues en sueños o días de lluvia para meditar, alentaba esperanzas de una nueva oportunidad de encontrar un verdadero lazo afectivo, un compañero que llenara sus anhelos de amor y sexo. Tuvo algunos amoríos pasajeros principalmente con compañeros del trabajo o de la escuela. Encuentros o revolcones de un día donde se consumaban sus fantasías sexuales. 91

“Cien hijos de Elena” Conservar y pulir su belleza ocupó entonces su mayor prioridad. Se propuso encontrar una pareja que satisficiera su objetivo primordial, hacerse de una fortuna. Después de experiencias amorosas decepcionantes, era lo mejor para ella, en ese momento. Renunció a la posibilidad de de ser amada. La falta de noticias del novio que tuvo en Tepango, ensanchó su sequedad emocional. Alrededor de esas fechas, Elena había comenzado a trabajar en un despacho de “Apoyos Empresariales” de la ciudad de México, apenas terminaba los estudios de la preparatoria. Su padre le compró un carro nuevo compacto. A los pocos días fue robado en la calle cerca de su trabajo, donde lo había estacionado. Mantuvo en silencio la desaparición por unos días. Investigó con ayuda de compañeros de trabajo acerca de pistas para recuperarlo. Con apoyo de un joven abogado pasante, obtuvo información. Sus pesquisas llevaban a la sospecha de que el carro fue robado una hora después de que Elena lo estacionó en una calle solitaria. Muy temprano, transitaban por ahí personas rumbo a la escuela, a las tiendas de abarrotes o que salían a caminar o trotar. .- Sólo vi a dos tipos muy altos. Estaban junto al carro color rojo, no tenía placas. Parecía muy natural su presencia. Uno de ellos vestía una camiseta blanca con dibujos y tenía pelo corto. El otro era gordito y de piel rosada. – Una señora vecina del sitio del robo proporcionó la información. Señaló detalles interesantes y aportó una descripción para el perfil físico de los delincuentes. El joven quería aprovechar esta fuente de datos para la averiguación. 92

“Cien hijos de Elena” .- No, no voy a decir más y no podré ayudar más, ni atestiguar. Mi marido se pondría furioso si oyera lo que he dicho, se molesta de que me meta en líos. Otros paseadores y vecinos confirmaron sobre los mismos ladrones de autos. Cuatro fuentes de información coincidían que fueron dos sospechosos en la misma hora que señaló la vecina. .- Ya sabemos algo de los sospechosos.- Con cierto optimismo, el pasante le comunicó la información obtenida a Elena.- ¡Será fácil atraparlos para que te lo devuelvan! .- Te pido por favor que no le digas nada a mi familia y menos a mi padre.- Elena le insistió al pasante. .- No es un gran favor, pero cuenta con ello.- El joven pasante prometió pero su impaciencia y apremio por ocultar la verdad sobre la desaparición del carro tuvo su límite, confundido por su aprecio hacia Elena. El paso siguiente consistía en averiguar el paradero de los maleantes. El pasante de abogado tuvo la suerte de encontrar a un guardia de seguridad privada. Trabajaba en un edificio cercano. Una buena propina y aportó elementos suficientes para identificarlos y aun pistas que podían llevar al domicilio de los sospechosos. Durante las tareas que realizaba el pasante olvidó su compromiso y creyó prudente poner en conocimiento del padre de Elena sus pesquisas y hallazgos. En parte para acelerar su desempeño y también para obtener el reconocimiento del padre de Elena. Lo previno de los riesgos de afrontar a los malhechores y que por ello su hija, Elena, lo quería mantener fuera del problema. El señor Carasao hizo suya la tarea de intentar el rescate del carro. 93

“Cien hijos de Elena” Pero el pasante incurrió en un doble error y le comunicó a Elena su debilidad por faltar a su palabra, de tener fuera del asunto a su padre. La impaciencia y temor frente a su padre para arreglar la desaparición del carro, la llevaron a pensar en otra solución, antes de que su padre actuara, temiendo por su seguridad. Esa tarde, esperó que el pasante se retirara. Consiguió nombres, fotos y domicilio de los rateros del auto y los escritos de la averiguación. Motivó a dos compañeros de la escuela para que la ayudaran en el rescate. Hicieron un plan, lo más absurdo, pero el ímpetu juvenil será siempre rebosante de idealismos y en la noche ya acechaban a los maleantes cerca de su domicilio. Se fueron a caza de los dos sospechosos. Tenía los datos que torpemente le entregó el abogado pasante. Compraron una pistola clandestinamente. Llegaron con cautela al vecindario. No quisieron pasar como sospechosos en su vecindario. No hicieron preguntas, ni veían el carro rojo. Pasaron dos horas. Ya la noche solitaria con el ruido de los grillos y de los perros sugerían precauciones. Los vieron llegar. Elena sola se adelantó fuera del plan concebido. .- Ehy… ustedes, quiero hablarles. Si, ustedes. – gritó la joven llena de su indignación. Sus compañeros estaban y atemorizados. Perdieron la ventaja del ataque sorpresa. .- ¿Es con nosotros? – la voz del tipo, ronca y sonora, no perturbó a Elena. .- Si, es con ustedes. .- ¿De qué se trata? – se le acercaron. Los amigos de Elena no sabían qué hacer.

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“Cien hijos de Elena” .- Ustedes robaron mi carro, aquí está la foto. – les increpó Elena en el punto máximo de su imprudencia. .- No marches guerita. ¿En qué chingaderas te andas metiendo? – Uno de los tipos empezó a agitarse.- ¿Qué te traes pendeja? .- Espera, espera. Traigo dinero… Elena no pudo darse cuenta de las miradas lascivas del tipo que no perdía de vista el escote. Le comenzó a acariciar y sobar en las mejillas, en las manos y el trasero. Ella no perdía el dominio de sus nervios. .- ¡Qué me lo devuelvan! Yo les pagaré.- aun conservaba cierto aplomo. .- Y ¿cuánto nos vas a pagar? – parecía interesado en resolver mediante dinero. Elena se molestó y jaló del gatillo hiriendo superficialmente en una pierna a uno de los tipos. Se arrastraba con dolor, pero se mostró más agresivo. .- ¡Verá está maldita cabrona!- gritó con violencia el tipo herido. La golpeó con saña una y otra vez. .- No, no grites. ¡Está rebuena! Mejor nos la tiramos ahí en ese rincón. No se irá sin que pruebe lo que nunca en su pinche vida ha soñado. La violación o violaciones duraron varias horas, durante la penumbra, en que Elena perdió la conciencia. La infamia de los reyezuelos de las calles y de la oscuridad ocurrió sin tropiezos. Al amanecer del día siguiente, apenas pudo levantarse. Nadie transitaba por ahí. Los compañeros de Elena se asustaron. La rudeza de aquellos dos tipos armados los amilanó. Furtivamente se alejaron del sitio unas calles. ¡Después de todo era culpa de ella! 95

“Cien hijos de Elena” Ambos tipos la violaron. La golpearon, dejándola a su suerte en la calle. Nadie parecía notar el abuso. Como si nada pasara. .- ¡Puedes volver a buscar tu carro, mamacita! – la carcajada socarrona de un tipo se perdió entre los ruidos de camiones que pasaban a velocidad. Ella tuvo que aceptar la cobardía de sus amigos, estaba sola y vejada. Le dolía la violación física y moralmente. Se sentía humillada como nunca. Imposible para Elena seguir mintiendo a sus padres, ahora necesitaba de su consuelo y tampoco podía engañarlos sobre los indicios de la agresión física de que fue víctima. En su bolso se hallaban aun los papeles relacionados con la identificación de los agresores. Su padre lleno de coraje e indignación fue con el pasante. Confirmó los datos que deseaba, no le comentó del incidente. No dijo ni una palabra durante el día a Elena ni a su esposa. Y desapareció por la tarde. Fue la madre de Elena quien primero sospechó que su marido, enfurecido, desesperado, fuera a cobrar cuentas con los rufianes. Nada le comentó a su hija. Pasaron dos días y Elena ya se preocupaba por la suerte de su padre. No había regresado a casa ni se comunicaba con ellas una sola vez. Al principio, les alivió la idea de que en la búsqueda del carro, bien podía haber viajado fuera de la ciudad. Aun conservaban Elena y su madre la esperanza de que el señor Carasao siguiera con vida. Algo raro pasaba, pero aun no temían lo peor, es decir, que lo hubieran matado o secuestrado. Les alarmaba el conflicto en que podría meterse, desafiando al par de cobardes capaces de toda 96

“Cien hijos de Elena” brutalidad. Aun con ventajas de atacar por sorpresa y armado, no podría vencer a los matones. No llegó su padre a su casa esa noche, ni la siguiente. Elena y su madre lo buscaron en hospitales, oficinas del ministerio público, sin suerte. Poco a poco perdían la esperanza de volver a verlo con vida. Dos meses después, una llamada anónima les informó a Elena y su madre donde encontrar el cuerpo del fallecido señor Carasao. Frente al sepulcro de su padre, Elena juró en voz baja que por su propia mano, vengaría su muerte. Nadie, ni su madre podían imaginar la capacidad de odio y obsesión que perseguiría fatalmente por toda su vida a su infortunada hija. A partir de esa fecha, la misión de su venganza, una venganza cruel, sangrienta, se convirtió en el faro de su destino.

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“Cien hijos de Elena”

CAPÍTULO XII El precio de una esclava. ““Usted..(dijo Carrington) nos pide que confesemos nuestra locura, y pide mucho. Usted indicò muy correctamente en mi opinión, que somos ególatras. Me desagrada repetir que ninguna otra raza humana en todo el universo tiene como ocupación principal el homicidio.” Visiòn del Edèn. Howard Fast. ******* Pasaba el tiempo, sin dar tregua a su juramento de matar a los dos tipos antes de morir. Elena se informaba acerca de sus rutinas, su domicilio y hasta de sus familiares. Ojo por ojo, clamaba de día y aún en medio de sus horas del sueño más profundo. No cesaba su obsesión. Su plan maduraba conforme las circunstancias sirvieran de algo. Todo paso que daba lo medía en torno a su venganza. Trabajaba y seguía con sus estudios. Su belleza le procuraba galanteos de compañeros de escuela o de oficina. Tan accesible como se requiriera, accedía a las invitaciones siempre bajo el afán de encontrar candidatos que encajaran en su plan. De manera tangencial, como una experta dejaba filtrar en las pláticas sus penas ficticias, sus penas morales. Una táctica para conmover y llamar la atención. Los compañeros elegidos trataban de complacerla. Regalos, flores, algunos ratos de caricias, tardes y noches para bailar. No lograba topar un tipo con el perfil necesario para sus planes de venganza. Pensó en torturarlos. ¿Buscaba una aguja en el pajar? 98

“Cien hijos de Elena” No cayó en el marasmo del miedo absoluto. O la figura de los criminales se fijó en su mente como fieras invencibles, por lo cual no los enfrentaría nuevamente cara a cara. O bien, pensándolo fríamente, una venganza por encargo le daba una doble satisfacción de su poder. La seguridad de aniquilarlos, la seguridad de no caer otra vez en el riesgo de ser sacrificada. Sus pesadillas se desvanecían con la sensación de mirarlos morir en un charco, en el lodo de su propia sangre. Tiempo después de la búsqueda, llegó por fin el momento de Farniaques. De aspecto rudo, desagradable, que nada lo podía encubrir, le pareció de primera impresión una pesadilla cuando se le acercó. ¿Podía alguna mujer congeniar, abrazarlo, pensar siquiera meterse a la cama con un salvaje, de aspecto tan ridículo y grotesco como Farniaques? Pero frente a su ánimo de venganza, estaba dispuesta a sacrificar todo. No tardó Farniaques en derribar barreras y se acercó a Elena, le juró su amor, le confesó varios de sus secretos, le pidió a Elena que renunciara a continuar los estudios y que jamás trabajaría sino en aquellas labores en que él estuviera conforme. Pareciera raro este compromiso a no ser por los propósitos y condiciones que Elena fijó, y Farniaques cumplió. Contribuyó al resultado de esta relación, como si se tratara de una tirada de dados a la suerte, la travesía vacacional junto con sus colegas estudiantes por el puerto de Acapulco. Una docena de compañeros participaban en el viaje. Una noche abordaron un navío para disfrutar del paseo en alta mar. Cena y copas de vino, baile y así se

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“Cien hijos de Elena” facilitaron a Farniaques sus aspiraciones para ser aceptado por Elena. Vino a ser su noche de bodas. Respecto a las condiciones fijadas por Elena, comprometían tanto la suerte de ambos que requerían la máxima discreción. Sería su secreto por siempre. Solamente ellos podían estar enterados de estos requisitos establecidos, pues implicaban ilícitos y venganzas que ella mantenía reprimidas desde tiempo atrás. Elena tenía su pasado, si bien decía estar dispuesta a todo por su ánimo de venganza. A sus espaldas, las compañeras de aula y otros más reían y bromeaban a sus espaldas, sobre la fealdad cómica del desventurado espantajo. ¡Farnas se mostraba seguro, aplomado, pese a la ridiculez asombrosa de su físico! Ciertamente, sus más elevadas expectativas sobre la mujer de sus sueños, la mujer que idealizaba, de sobra las colmaba Elena. Así ambos no podían pedir más a la vida, viendo a su alcance sus metas más preciadas. Al lado de su apariencia, alardeaba que acostumbraba portar alguna clase de armas, al menos navajas. ¿Por qué deseaba que todos lo supieran? Tal vez al principio lo utilizó como herramienta de apoyo para husmear y exhibir la flaqueza de muchos, humillarlos, atemorizarlos fácilmente. ¡Qué mejor para Elena! Se enteró que le movían no sólo una furia espontánea sino motivos de lucro, cuando algunos interesados en sus habilidades, le pagaban con creces para satisfacer sus propias venganzas y agravios, simulando golpizas al gusto del cliente. Ya tenía experiencia el rufián con una estrategia de ataques contra blancos deseados, usando señuelos en sus prácticas de la violencia y de conflictos ajenos. 100

“Cien hijos de Elena” No disimuló Elena nunca su interés “en una relación seria”. El noviazgo fue breve con flores, cenas, regalos que algo ayudaban como un tapizado de paredes aberrantes, pasmosas. Además, era espléndido, dando pie a mitos sobre su fortuna, nada espectacular por entonces, pero más que suficiente para provocar algunas fantasías. Ante los halagos y propuestas de Farniaques, Elena le aclaró que ella aceptaba una relación, a cambio de un compromiso y lo firmaría para siempre. No para algo pasajero. El lazo con Farniaques se cimentaba por encima de cualquier duda. Farnas la animó a que le enterara con detalles de sus tribulaciones y le abundó sobre los sucesos de la muerte de su padre y de sus violadores. Farniaques le expresó, conmovedor, su comprensión y cabal respaldo. No sólo justificó sus odios, sino que los alentaba una y otra vez. .- Un día llegará el hombre que me libere de esta obsesión. Yo sabré corresponder con todo lo que me pida.- Elena lo miraba fijamente a los ojos. .- ¿Todo lo que yo te pida? No sabes lo que dices. Tú para mí eres todo.- Los ojos del rufián brillaban de felicidad. Fue sincero en calificar el bajo costo de obtener lo que quisiera de Elena en ese sangriento intercambio. .- Es pura palabrería, o hasta no ver…- el brillo de los ojos lo desafiaban y abrían el ímpetu de sus ansiedades mutuas. .- Si tienes toda esa información, ¿qué trabajo puede darme acabar con esa basura? – dijo fríamente Farniaques. .- ¡Quiero verlo yo misma! Tendrás nombres, fotos y lo que yo tenga, cuando quieras.... – Elena lo retó con el gesto de su rostro.

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“Cien hijos de Elena” .- Primero nos casamos. ¡Que no queden las palabras en el viento! Lo celebraremos en un convenio. ¡A mi esposa no le voy a fallar en algo tan especial para ella! .- ¡Yo creo en ti, firmo el convenio que quieras! A mí sólo me importa que me dejes verlos ya muertos. .- Comprendo cuanto los odias. Y eso que ha pasado mucho tiempo. .- ¡Se trata de mi padre! Y ¡lo que me hicieron estos malditos! .- Lo sé. Eso no puede quedar así. ¡Cualquiera en tus zapatos, haría lo mismo! Mañana mismo dejas de ir a la escuela y solo trabajarás en el futuro donde yo esté de acuerdo.- Farnas le habló con toda la seriedad posible. Elena se quedó pasmada. .- No te entiendo, pero ¿qué tiene que ver la escuela en esto? .- No puedo evitar la ira que me da cuando algunos tipos no te quitan la mirada o se te acercan… .- ¿Son celos? Me pides mucho, no es mi propósito en la vida encerrarme en una casa. - Elena pensó que era mucho pedir. .- ¿Sabes lo que tú me pides? ¿Celoso? Pero haremos negocios. Tú me ayudarás. No te encerraré en cuatro paredes. .- Creo que debo cumplir lo que te dije, ¡lo que tú me pidas! No tendrás problemas conmigo. Juntos, desde su luna de miel, repasaron y fraguaron su estrategia para atrapar a los forajidos. Con ayuda de miembros de su pandilla, Farniaques cumplió su palabra y los dos juraron jamás hablar del asunto. Hicieron parecer un asalto callejero la 102

“Cien hijos de Elena” presunta muerte de los asesinos del padre de Elena. Farnas contó con una enorme ventaja respecto a los rivales por la sorpresa, la diferencia en edades, en armas y por la emboscada. Tal vez por el alcohol y algo más, a Elena le parecieron sus agresores, mucho más viejos de la cuenta. La sed de venganza había durado mucho tiempo, pero se sintió extraña. La revancha se consumó en unos minutos. No mostró gran placer la ofendida, como lo había deseado, al contemplar la escena de sangre y agonía de los mafiosos tendidos en el suelo, balaceados y apuñalados con saña. Dada su experiencia en los sucesos violentos, Farnas se aseguró de que no quedaran muertos, sino sólo gravemente heridos. De esta suerte, las averiguaciones policíacas serían menos preocupantes. Además en su papel de verdugo, sabía que el daño consumado resultaba mil veces mayor que haberlos matado. Así sufrirían más. A partir de este lance, Farnas empezó a asumir un cambio en su tarea profesional. Redujo, aunque no de golpe, todo lo que pudo su instinto de daños extremos, violentos contra nadie, y menos matar. Salvo en defensa propia. Le bastaba con atemorizar y conseguir sus fines monetarios. ¿Hasta dónde la felicidad esperada, la victoria anhelada con su hermosa pareja, actuó para este cambio de actitud? Ya tenía algo o mucho que proteger. Muy distante de un matrimonio ideal, la pareja comenzó compartiendo una amistad y necesidad mutua de compañía, con intereses comunes. .- ¡Muchas mujeres hacen lo mismo que yo! – se decía ella con tono de desamparo. La perseguiría una pregunta siempre. ¿Un tipo como Farniaques, brutal, de aspecto repugnante, rufián a sangre 103

“Cien hijos de Elena” fría, tiene derecho a comprar el compromiso de amor por toda la vida de una mujer desesperada? Pasó un tiempo para que estas reflexiones hicieran mella en su ánimo. Le temía y se conducía como mujer sumisa, incapaz de serle infiel y además de una sordera frente al río de murmuraciones que pronto llegaron a sus oídos sobre Farnas con sus amoríos, parrandas y crueldades. Las murmuraciones a donde fuera Elena, como esposa del mafioso, si bien construían, sin base alguna, una mezcla de fascinación y de reproche hacia Farnas, como una especie de macho triunfador, en cambio a ella la estigmatizaban como una vulgar ramera, como a una cualquiera. Ambos despertaban emociones intensas, complejas a su alrededor. La vida de Elena cada vez menos sociable, tal vez alimentaba el chismero. Las suspicacias, los secreteos, como pieza clave del tribunal de culpas y prejuicios, nutren de energías propias a la especulación y confabulaciones. ¿Podía la belleza, la elegancia, sus modales y su voz dar un giro a esa percepción con quienes la rodeaban? Tampoco ella imploraba compasión de nadie, al contrario, era indiferente a esos rumores. Farniaques desechaba preguntarle nada de su pasado y a decir verdad, tampoco le gustaba cuando Elena preguntaba algunas cosas acerca de su trabajo o de su pasado. De suerte que rechazaba el intercambio de esta información con su mujer. Farnas optó por esta vía no por decencia o moralidad, contraria a su tendencia a espiar y maltratar, sino por el enorme respeto y veneración a Elena, su mejor amiga por no decir la única a quien confiaba mucho y además para no alentar una corriente de doble flujo, o sea,

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“Cien hijos de Elena” que diera lugar a preguntas escabrosas por parte de Elena, donde él sería el gran perdedor. - 2 Volviendo a la casona en Tepango, para coordinar sus lazos de comunicación profesional, Farnas y Elena convinieron en asignar esa función a una sola persona. El cambio constante del asistente que llevaba y les traía informes había ocasionado algunos errores o fallas. Se extraviaban archivos, carecían de seguimiento de asuntos de importancia, surgían malentendidos frecuentes. Principalmente requerían de un tipo con habilidades singulares para amoldar bien, dadas las fricciones originadas por el cúmulo de tensiones y tareas pendientes. Farnas había contratado a un tipo jovial, estafador como él, sangre liviana como lo identificaban los demás. Tenía sus objeciones, pero ¿dónde hallar un tipo adecuado? Propuso a Jeykol y Elena dijo que lo tendría a prueba. Pasado algún tiempo de su vida matrimonial, Elena conoció a este tipo tan extravagante. Jeykol se conducía muy osado al no simular sus galanteos, pese a ser un empleado de Farniaques, su marido, arriesgaba demasiado por sus pretensiones. Llamaba su atención por las numerosas ocasiones en que se cruzaban durante reuniones de trabajo. No le faltaban cualidades como su buen humor, no tan mala apariencia, pero se opacaban a la vista de una mujer con experiencia que notaba en Jeykol todo un impostor, una moneda falsa. De cualquier manera, se hizo informar discretamente acerca del tipo de quien todos decían era centroamericano, irlandés o italiano. O sea, todo y nada de 105

“Cien hijos de Elena” concreto sobre la personalidad de este especie de bufón destacado en la improvisación y en el arte del engaño como profesión y afición en su historia personal.

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“Cien hijos de Elena”

CAPÍTULO XIII ¿Quién es Jeykol? Jeykol nació quizás en alguna parte de Centroamérica o en cualquier otra parte del mundo. Muy joven o adolescente, ya vivía en las calles de la ciudad de México. Estudió ahí el nivel básico encontrando el apoyo de un tutor generoso. Sus expectativas se disparaban como espuma, no siendo un tipo soñador. Los lujos de la gente en sus carros, joyas o mujeres elegantes lo impresionaban y estaban al alcance de su vista, al menos, cuando trabajaba unas horas acomodando y limpiando carros cerca de los cines o de los restaurantes. Pronto aprendió el arte de la amabilidad. Le servía para buenas propinas y al conocer la gente, le facilitaba reconocer su perfil aparente de “distraídos” para hurgar en los fondos de las tapicerías, en busca de monedas. ¡El no pensaba vivir con las miserias que entonces lo rodeaban! Su tutor quiso saber algo de su pasado, a instancias oficiales para regularizar su documentación. Nada obtuvo. No le sorprendió dada la edad en que encontró a Jeykol en las calles. El muchacho le simpatizó por su excelente disposición a ayudar, cuantas veces algo se le ofrecía. Le ayudaba con las bolsas de las compras. Su voz sonora, su simpatía natural y la limpieza de su gesto parecían sinceras, espontáneas. Más tarde, le pidió a su tutor más libertad de llegar muy noche debido a sus trabajos. No hubo objeción sino plena comprensión. Ninguna sospecha. El muchacho también ayudaba a otras personas de 107

“Cien hijos de Elena” edad, a cambio de dinero para sus gastos en buenos zapatos y ropa. Apenas asistía a la escuela y no le importaba ninguna amistad con los de su edad. Entre los varios parroquianos de edad que ganó su confianza, había una pareja de ancianos. Rara vez salían a la calle, salvo los domingos a la misa. ¡A nadie extrañaba su encierro en casa! Logró pleno acceso con ellos, no solo para ayudar en las compras, sino con el tiempo, para servirse algunos bocados. Tenían ahorros en monedas de oro y divisas, objetos de valor y pronto descubrió una pequeña caja fuerte con varios fajos de billetes. Planeó todo. En la oscuridad de una noche, seguro de que nadie lo veía, entró a la casa de los viejitos. Los sujetó en la misma cama en que dormían. Quedaron inmovilizados. Sin agua, ni pan. Tampoco medicinas. Tomó el dinero, pasó ahí la noche y desapareció para siempre. La pareja senil no parecía contar con familiares. Unas treinta horas después, una amiga de la anciana los encontró medio muertos. Vino la policía e investigaron con los vecinos, entre ellos el tutor de Jeykol. Los llevaron al hospital de urgencias. La frecuencia de entrevistas de la policía con el tutor iba en busca de evidencias sobre las sospechas acerca de su protegido. ¿Alguna vez le observaron conductas delictivas? Todo lo contrario. Ciertamente Jeykol lo engañó, pero su tutor lo apoyó ciegamente. La viejita falleció unos meses después. Ameritaba Jeykol cargos por intento de homicidio, robo a mano armada, y otros según la policía. .- Fue algo muy cruel. Una larga agonía.- el oficial presionaba al tutor de Jeykol.- Mejor si la hubiera asesinado. ¿Qué relación tenía el muchacho con usted?

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“Cien hijos de Elena” .- Ningún parentesco. Le ofrecí la adopción. Dijo que iba a pensarlo.- el tutor medía las palabras. Tenía temor de la policía y más aun de Jeykol. Después de ese acto criminal, creyó conocerlo mejor y capaz de todo. Jeykol tenía entonces quince años y el tutor cerca de sesenta. .- ¿Cómo lo conoció? – el tono de voz del policía y su mirada fija buscaban intimidarlo. .- En la calle. Me ayudaba con mandados, igual que a otros vecinos. Duró un año conmigo. Estudió la primaria, me dijo que nació en Centroamérica. .- Igual que muchos otros chiquillos. ¿Le pedía mucho dinero a usted? .- No, al contrario. Con su franqueza, me aclaró que no deseaba ser molestia para mí. Que bastaba con la ayuda de techo y algunos alimentos que le daba, pero que le gustaba vivir de modo independiente. Trabajaba cuidando y lavando carros afuera de los cines y tiendas. A la hora de la comida, ofrecía ayuda a varios vecinos. Lo conocimos bien, y su conducta era intachable. .- Sé que usted y algunos vecinos observaban conductas raras en ese muchacho, dada su edad. No fumaba, no tomaba, pero quería vestir muy bien y tener su carro. El robo y su intento de homicidio son muy claros. ¡Por ello desapareció, se fue de la ciudad! ¿No lo cree usted? .- No se decirle más. Hablaba poco, no tenía novia.- el tutor musitaba las palabras. .- Le dejo mi tarjeta con mis datos. Si sabe algo, avíseme. Pero volveré con usted.- dijo el policía, .- Cuando guste, oficial. Aquí estaré. Una hora después, el tutor recibió un recado de la maestra de Jeykol, pidiendo fuera a la escuela para conversar. Ahí 109

“Cien hijos de Elena” lo esperaba sola la maestra. Una señora de mediana estatura, de anteojos y atractiva, de nombre Mary. .- Supongo que ya lo entrevistó la policía.- la maestra exageraba la solemnidad. .- Si, saben que soy su tutor. Usted ya lo sabe. .- Si. ¿Cree usted que lo había planeado? – la maestra lanzó la pregunta sin rodeos. .- No, no lo creo. No me robó nada a mí. - el tutor se guardaba sus sospechas y así evitar cualquier pista que hiciera suponer su silencio cómplice. .- ¿Ningún motivo para el robo? – la maestra con aire de importancia miró hacia el cielo.- No necesitaba dinero para andar con las chicas. No se trató de faldas. Aquí le sobraban .- Me dijo que no tenía novia. Quería irse de la ciudad, todos lo sabemos. .- ¡Es lo que pasa con ustedes los papas y tutores! No se enteran de sus protegidos. Ahora los chicos se van a la cama como si fueran chicles, solo que más bien usan condones. .- Pues no, no me imaginaba nada. Quizá las muchachas al verlo diferente, güero, alto, se sentían atraídas. Quizás es de padres irlandeses.- el tono del tutor fue sincero.- O portugueses, qué más da. .- Jeykol, como usted y yo lo bautizamos, gustaba a las chicas. Su abuelo debió andar en el Batallón de San Patricio.- Pudo embarazar algunas….. .- ¡Embarazadas! Apenas lo creo.- la cara de sorpresa no se borraba del tutor. .- No, lo trato de involucrarlo. ¿Quiénes la pagan? Sus padres lo pagan todo. Pero pronto, en unos meses, alguna 110

“Cien hijos de Elena” muchacha me vendrá con su apuro del embarazo, francamente no soy partidaria del aborto. ¿Qué opina? – Mary, la maestra, lo miraba de frente, retadora. En el fondo, ella y otros ponían en duda su papel de tutor. .- Dentro de lo que yo pueda, cuente conmigo. Es decir, la muchacha que llegue a tener un hijo de Jeykol. ¡Sea realmente o no hijo de Jeykol! – lo dijo intimidado. .- Por cierto, ¿usted le ofreció su apellido? .- Si claro, platiqué con él. Me dijo que iba a pensarlo. Todo el vecindario hablaba ese día y mucho después del niño perverso y criminal. El tutor fue la única persona en el vecindario que jamás olvidaría a Jeykol. El joven delincuente se perdió saltando de una a otra ciudad del país. Sabía sobrevivir en las calles. Le tomó un poco de tiempo olvidar su primer delito. Le importaba no ser atrapado por cometer una indiscreción. Por ello se apartaba de todos, no quería amigos. Tomaba poco vino, muy poco. De forma intermitente, comenzó a dedicarse a una preparación escolar más completa. Los pillajes en que estaba entrenado le permitían ingresos y horizontes muy limitados. Pero dedicó algún tiempo, de manera interrumpida, al aprendizaje del abc de algunos oficios, como carpintería, mecánica, electricidad y otros. Jamás se arrepentiría del empleo de este tiempo. Acudió a las escuelas. Sobresalió en materias como historia o psicología, sin querer lo llevaban de la mano o lo motivaban para una visión más amplia de su profesión de estafador. Se hizo autodidacta obsesivo en sus temas escogidos. Consultaba libros más especializados en las bibliotecas que limaban los filos de la serpiente, en ventaja de la eficacia. 111

“Cien hijos de Elena” Utilizó los contactos en la escuela para diversificar su ámbito social, o sea víctimas a explorar y explotar. Su lenguaje progresaba, se enriquecía, no al ritmo que deseaba por falta de tiempo y recursos. Trabajos pesados en almacenes lo doblegaban. Pero gustaba y aprendía las calidades de productos tan diversos como ropa fina, aparatos del hogar, vajillas, vinos, de todo. Preguntaba con tacto y obtenía aquello que le interesaba con un enfoque selectivo, planeado. Su aprendizaje avanzaba con rapidez. Se sorprendía del brinco social que daban algunos compañeros tan solo con los títulos de estudios. Tomó la vía rápida con escuelas de matrículas accesibles, programas intensivos. Era obsesivo. Impresionaba por lo brillante a maestros y compañeros. Conseguía el teléfono de todos, maestros y compañeros. Al cabo de un tiempo, ya pertenecía al club de golf, tenis, gimnasio o natación. Invariablemente adeudaba las cuotas de dos o tres meses en el club. Además los descuidos en esos ambientes le facilitaban uno que otro de sus robos. Actuaba solo, siempre solo, por la enorme desconfianza a las indiscreciones tan comunes de su prójimo. No logró ningún título profesional. Carecía de paciencia para una larga formación profesional No le hacía falta en sus motivos de hacer fortuna. Observaba a los hombres de negocios que prosperaban. Jamás apreció que hicieran gala a los cuatro vientos del título. Tanto mejor si ahorraba tiempo y dinero, que mucha falta le hacían para ir a sus metas y ambiciones. Pero contaba con elementos, aplomo y conocimientos para ostentarse como consultor de negocios, abogado o cualquier otra profesión. Así Jeykol se preparó para escalar a otro nivel de sus actividades especializadas. 112

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CAPÍTULO XIV Una vida de estafador. Jeykol vagabundeaba por diferentes ciudades. Seguía aprendiendo maneras fáciles para enriquecer sus habilidades y estilo de vida, viviendo del mejor modo posible a costa de gentes distraídas. El ancho mercado de los estafadores necesita de dos partes, un seductor, parlanchín, que sabe el terreno que pisa, contra un embobado con sueños de encontrar regios tesoros a mitad de la calle y sin coste. Años después, sucedió un evento que también llamó la atención en un pueblo del norte del país. Una tarde en una finca, la gente miraba con preocupación la amenaza de lluvia. La cosecha de jitomate resultó magnífica. Toño era un próspero agricultor especializado en hortalizas y gozaba de fama ganada en obtener rendimientos muy altos en la región sobre todo de jitomate. Lo podía lograr en predios distintos. La buena suerte era su hada madrina. Pero en esa ocasión no sólo le preocupaba la lluvia sino la tendencia muy franca a la baja del precio. .- Se necesitan más de veinte camiones para transportar el jitomate maduro.- Toño hablaba con su asistente principal.- Paciencia, es lo principal. Nos urge un comprador, no hay que perder la fe. ¡No faltan sorpresas! .- Pero, ¡con el precio del mercado! Cuidado con los especuladores. Y con los ladinos. – desde las cuatro camionetas de su gente, dominaban desde la entrada el camino a la finca. .- Viene alguien.- gritó uno de los peones. Ciertamente el polvo levantado por unos carros testimoniaba de los visitantes. 113

“Cien hijos de Elena” .- Debe ser un comprador.- apenas se oían las palabras del asistente de Toño. .- Si, muévete para que no piensen que estamos ociosos y a su merced.- indicó Toño, quedándose solo.- Por si acaso. Era Jeykol. Venía en carros de lujo con ayudantes muy vistosos, sobre todo la joven rubia de pantalones apretados. Jeykol disfrazaba sus verdaderos rasgos, llevaba bigote y lentes para el sol. Salió del carro semideportivo con el cortejo de sus ayudantes. Miraba con detenimiento la plantación. Todo estafador de oficio sabe de antemano sus habilidades especiales que tonifica con ropajes que lo cubran de toda sospecha, de igual modo que la fiera hipnotiza su presa. Un carro de lujo, propio o prestado, un reloj de marca y sin duda ropa y zapatos de marca, son requisitos del manual de procedimientos de estos profesionales. Sus artes de la fanfarronería y de los modales como ritual derriban los muros de la inercia y más de los inocentes que arrollan a su paso. Pero debe contar con la resistencia de los suspicaces o de quienes ya experimentaron con anterioridad el embate y costos en sus bolsillos por engaños. Vencen los temores y complacen las fantasías de los más resistentes, cuanto más expectativas, más tiempo dedica el estafador a obtener un rápido desenlace. Regularmente el estafador huye de la escena de su crimen. El estafador no da el paso siguiente hasta devorar y explotar hasta vaciar a la víctima, según su talento y manejo de la oportunidad. .- No se ve mal el jitomate.- espetó Jeykol a Toño.Supongo que aquí tú eres el bueno. .- Si, nos fue bien.- Toño aparentó cierto donaire e indiferencia calculada. 114

“Cien hijos de Elena” .- ¿Podemos ver? – en ese momento Jeykol le dio una tarjeta de presentación con los datos de domicilio, nombre, teléfonos con el membrete del despacho. .- Por favor, pasen.- Toño apreció la elegancia de la tarjeta de presentación y la guardó. .- Adelántense tú y Gabriela, miren por ahí.- ordenó vagamente Jeykol, que solo caminó unos pasos. Jeykol seguía viendo la plantación unos minutos y fue a su carro. Hizo unas llamadas desde el celular. La música del carro sonaba alegre, divertida. Después regresaron sus “expertos”. Fueron hacia Jeykol y platicaron un momento y caminaron hacia las plantas mirando el color, tamaño, probaron algunas y la densidad del sembradío. .- No está mal el jitomate. Me gusta. ¡Por mí podemos llegar a un arreglo! – profirió Jeykol. .- Claro, ¿qué propones? – repuso con una mezcla de alivio por salvar su producto y de recelos. .- El precio anda algo bajo, ya sabes, la oferta y demanda. ¡Muchas importaciones! .- Se vale que me propongas. Si me parece, le avanzamos. ¡Nada se pierde! .- El precio de la cosecha pasada, ¿te parece? .- Más quince por ciento. Inflación, precio del fertilizante y todo lo demás.- Toño negoció con titubeos. No hablaba con su firmeza habitual. .- Creeme no soy principiante. Y tengo socios. Sólo puedo ofrecer con el precio de antes, y si te interesa te compr casi todo. O todo.- Jeykol apreció el efecto de la propuesta. .- ¿De cuántas toneladas hablamos? .- Tú dime, ¿de cuántas dispones? 115

“Cien hijos de Elena” .- Bueno, mira, hoy acordamos y mañana te las puedes llevar.- algo le sonaba raro a Toño. Pero ya flotaba en el aire la amenaza de la lluvia. .- Yo hago negocios en caliente. Me llevo hoy las que pueda según lleguemos a negociar. ¡Mi tiempo si que vale…! – dijo el farsante con aire de fastidio. .- Apenas tengo gente para un solo camión. Ya es tarde.Toño escuchaba su instinto o intuición. .- No te preocupes. Yo me hago cargo.- su timbre firme, sonriente dominò la escena. .- Llévate las que puedas, me lo pagas hoy, y mañana las que puedas y así me vas pagando según te las vayas llevando, ¿ok? .- Sale, muy bien, como tú digas. De repente a un chasquido de los dedos de Jeykol, comenzaron a moverse unos camiones que estarían a un kilómetro a la vista. Venían con muchos peones. .- Muévanlos rápido, ya es tarde, y tapen las cajas por si llueve. Espero no quitarte tiempo, pero soy comisionista. No puedo perder mi tiempo. .- Te acompaño. Mis peones ayudarán. Ya oscurecía y los peones de Jeykol llenaban más y más camiones de jitomate a una velocidad inusual. Toño y Jekol contaban las cajas y luego los camiones se iban de la finca. Jeykol mandó traer unas cervezas. Toño aceptó. Ya no disimulaba su gusto. Comenzaban a caer unas cuantas gotas de lluvia. .- Listo, mira, aquí está mi cuenta.- dijo Jeykol. .- Bueno, faltan algo más a mi favor.- Toño pidió una cantidad algo superior.

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“Cien hijos de Elena” .- De acuerdo, bien, me gustó hacer negocios contigo. Y si te parece, te caigo pronto para nuevos negocios.- y comenzó a elaborar un cheque. Ya sus camiones se habían retirado rebosantes del rojo jitomate. Parecían dirigirse rumbo al pueblo entre Sinaloa y Sonora. Toño se retorcía. Jamás trataba con cheques y menos por esa cantidad. .- No acepto cheques. – dijo tajante. .- Bueno, veamos en el pueblo si alguien nos lo puede cambiar o darme el aval. .- Necesito algún efectivo para darle algo a mis peones, ¿cuánto traes? .- Algo, algo de dinero.- Jeykol buscó en sus pantalones y en el carro. Reunió un monto de dinero y se lo entregó a Toño. Incluso la joven de nombre Gabriela le prestó una parte. .- Mira, yo estoy en el hotel “La Joya” en la suite 204.Jeykol ya había entregado el cheque.- Ahí estaré. Mañana seguimos con el corte, esperemos que la lluvia no afecte mucho.- la frase saltó con toda oportunidad, no era gratuita. El temor a la lluvia de parte de Toño resultaba decisivo. .- En media hora te alcanzo. Quizás el gerente del banco nos acompañe. Es mi amigo. Realmente Toño se encontraba aturdido. No conocía al tipo. Apenas vio que los carros de Jeykol iban rumbo al pueblo. Fue primero a la casa del gerente del banco. No estaba ahí pero la esposa ofreció ayudar para localizarlo y que se encontraran en el hotel “La Joya”.

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“Cien hijos de Elena” Llegando al hotel, Toño fue con el encargado. Preguntó por Jeykol, cuya tarjeta por supuesto llevaba otro nombre. Dio las señas del personaje. .- Si, aquí comió un grupo como el que usted me dice. Estuvieron buen rato.- el informe del encargado le pareció alentador. .- Entonces, si está hospedado aquí. .- No, vinieron unas personas que los conocían y comentaban que serían sus huéspedes por esta noche.- los datos del encargado podían llevar a establecer una escena útil para rastrearlo. Toño no se percataba de los detalles, concentrado en el propósito directo de hallar pistas concretas. Evidencias. Una hora después llegó el gerente del banco. .- Gracias por venir. Ando preocupado.- Toño le explicó todo. Estaban sirviendo café. .- El cheque parece bueno, falta claro ver las firmas y su respaldo. Mañana lo vemos temprano.- dijo el gerente para tranquilizarlo. .- ¿Lo puedes averiguar ahora? .- No, no puedo. Mañana temprano. A las ocho te espero. Llegaré temprano y averiguamos. Por ahora hay que esperar y confiar en que todo salga bien. Toño siguió el consejo de su ayudante y se fueron a la comandancia de la policía. No los conocía y los atendieron pronto. .- ¿Hace operaciones con un cheque por este monto? – Preguntó el inspector de la policía local.- Ojala el cheque sea bueno. La rapidez con que actuaron crea sospechas. Duerma bien y espere buenas noticias para mañana. Puede ser un simple susto. 118

“Cien hijos de Elena” .- Déme todo su apoyo para buscarlos. Son unos veinte o más camiones cargados de jitomate. No pudieron desaparecer.- Toño ya comenzaba a desesperarse. .- No creo que podamos avanzar de noche. Tal vez ya salieron de nuestra jurisdicción y hasta del estado. En todo caso, si los encontramos ¿de qué los acusamos? Necesito que el banco dé su fallo sobre el cheque y esperemos lo mejor para bien de usted.- otro policía trató de alardear. .- ¿Tiene las placas de algunos de los camiones? Ya es muy noche y nos ayudará esa información, pues debe haber muchos transportistas moviendo el jitomate de la región.el policía buscaba una pluma y papel para anotar los datos de los vehículos. .- Lo veré con mi gente. Será hasta mañana.- el descuido no pudo ser mayor, pensaba Toño. Rebotó el cheque. El fraude de Jeykol estaba consumado. Toño acudió al día siguiente a la televisión local, ofreciendo una recompensa importante por el estafador, dando el retrato hablado. Su familia le pidió cambiar de actitud, pues el golpe ya estaba dado y las sospechas que a Toño le surgían sobre todos los que le rodeaban, dañaban sus relaciones e imagen. La noticia se propaló a los cuatro vientos. Casualmente, el tutor reconoció a Jeykol en el noticiero. Le pareció una hazaña y que ya andaba en golpes “de escala”. Lamentablemente ni siquiera se imaginaba el paradero de su protegido. Se preguntó si alguna vez ya habría ido a la cárcel. Bueno, ya lo merecía, pero le seguía temiendo. ¡Pensar que lo quiso como a un hijo!

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“Cien hijos de Elena” Tanto el tutor como Toño, cada uno por su cuenta, nada podían hacer para frenar la carrera del bandido. Por complicidad o negligencia no hicieron lo que sus sensores les ordenaban. Sea el temor, la mezcla de confusión entre la simpatía y la rabia contra Jeykol, mas les resultaba increíble el atolondramiento con que permitieron abusos al ceder su confianza. ¡Dejarse sorprender de manera tan absurda por los modos tan obvios del estafador, como si él hubiera engañado y mentido a unos niños! Esta paralización de pensamientos y de acción da el sustento principal a los estafadores y otros criminales. La autoridad rema contracorriente para captar elementos, investigar los delitos de este tipo y fundamentar una demanda contra sus imposturas y delitos. Toño se enteró de que Jeykol había estado en el hotel y el restaurante “La Joya”, mas no agotó la gama posible de preguntas. ¿Cómo el tipo se enteró de su cosecha de jitomate? Jeykol visitaba este pueblo norteño porque asistió a unos cursos sobre desarrollo personal, o algo semejante. Jeykol desapareció de la ciudad norteña. Posteriormente, la prensa publicó sobre el fraude.

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CAPÍTULO XV Farniaques y Jeykol. Jeykol cambiaba continuamente de residencia, de nombre y referencias. Una historia de imposturas y escondites. Sus golpes y su forma de actuar directamente lo obligaban a una vida errante. Tras la experiencia con el robo a los viejitos, temiendo las peores consecuencias, jamás recurriría a la fuerza, a la violencia física contra nadie. Acumuló así una fortuna apreciable y fue a dar a Tepango. Andaba cerca de los cuarenta años. Cierto hastío y sus previsiones, lo inclinaron a decidirse por establecerse y aprender negocios estables y decorosos. Dio un giro completo a su vida y ahora se dedicaba a crear una imagen de un hombre de negocios o al menos de un destacado asesor en la materia, donde había cabida para expertos improvisados y aun de charlatanes. Tenía ahorros suficientes para empezar a forjarse dentro de una nueva empresa. Andando en sus andadas, al cabo de un tiempo, se enteró de la reputación local e influencia y regional de Farniaques. De modo casual llegaron a sus manos informes confiables acerca de sus planes concebidos para crear una caja de ahorro y préstamo. Pidió cita vía teléfono con él y se presentó en sus oficinas. Expuso su motivo de servir como asesor en proyectos financieros de interés local. La secretaria le hizo esperar una hora en la antesala.

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“Cien hijos de Elena” .- Sea breve y puntual. El señor le da dos minutos para su entrevista.- el aire glacial de la mujer, algo envejecida, no inmutó a Jeykol. .- Pase por aquí.- un ayudante vestido de paisano lo llevó por un laberinto.- Espere a que lo llamen.- fue todo lo que le dijo el ayudante y se fue. Una hora más y lo recibió Farniaques. Había fotos suyas en el despacho editadas por profesionales de este arte, reforzando sus mejores ángulos de perfil o de frente, posando junto a personajes prominentes de la localidad, así como gente famosa en los espectáculos y las artes. Lo recibió el rufián con lo mejor de su aire de indiferencia. ¡Como si fuera un insecto! .- Buenos días señor Anaya. Sé que su tiempo es muy valioso. Permítame dos minutos para exponerle en estos diagramas lo que puedo aportar, modestamente, a su proyecto de la Caja de Ahorros. Un análisis para selección de franquicia que por supuesto puede anularse frente a las ventajas de la autonomía. Organización, fondeo, contabilidad, comité de selección de préstamos, técnicas de cobranza. Estos diagramas hablan por sí solos. De cualquier modo, por si ya están definidas sus estrategias..- Jeykol comenzaba su discurso, pero apreció el gesto de enfado de Farniaques. Pero no se dejaría imponer por el visible menosprecio ¿al tema o a la persona? .- Esa idea de la Caja no viene al caso por ahora. Venga dentro de una semana y veremos si lo puedo ocupar en algún otro asunto. Claro, si cree que le pueda convenir, no le aseguro nada por ahora, pero en cualquier caso usted tendrá mucho éxito en lo suyo,.. en lo de finanzas.- el sarcasmo de Farnas resonaba por todo el despacho en que 122

“Cien hijos de Elena” conversaba con Jeykol. Aun sin matizar ni abusar del gesto corporal, Farnas dominaba habilidades para conseguir los efectos deseados a sus mensajes sin el menor gesto delator. .-Qué bueno que me da tiempo para pensarlo. Mis conocimientos en finanzas pueden ser útiles en varios campos. Lo importante para mí es trabajar con usted y aprender. Después de todo, la experiencia complementa cualquier profesión. El prestigio de usted… .- Como le dije, vuelva en una semana. Quizás tenga algo para usted.- el tono del Farnas ratificaba la fama por su sequedad y autoritarismo con sus subordinados. Poses, clichés más dados en un origen ligado al ritualismo del paleolítico, de un tótem primitivo. No le agradaba en absoluto a Jeykol ser objeto de estas humillaciones. Su discurso apenas duró unos segundos. Pero había resuelto penetrar en la organización de Farnas y tal vez ser parte de ella. Se había informado al respecto y estaba dispuesto a no dejarse vencer por fruslerías. Se enteró sobre antecedentes sobre el timador, su despotismo y su riqueza y poder. Su orfandad en la niñez también, situación que ambos compartían. Farniaques abandonó su despacho, dejando solo a Jeykol. Ni siquiera se despidió. Un ayudante entró al despacho para mostrarle la salida. De cualquier manera, logró algo. Farniaques se sorprendió de que alguien ya estuviera enterado del proyecto de la caja de ahorros, que justamente no le interesaba, sino a su mujer, Elena. El proyecto estaba olvidado pues habían acordado posponerlo por unos meses. El argumento principal de Farniaques era que le quitaba mucho tiempo, y que el negocio sólo generaría problemas. Creía haberla convencido del proyecto. Le intrigó por unos 123

“Cien hijos de Elena” momentos cómo el tipo había conseguido información sobre esta idea. Ya no celaba a su mujer como antes, cuando llegó a ordenar propinar verdaderas palizas a sus galanes que no se molestaban en fingir sus intenciones respecto a Elena. La presencia de Jeykol, alto, entusiasta, bien parecido, lo incomodó. Sin duda un profesional en el espionaje como Farnas no aceptaba la menor anomalía en sus tableros de control. La rudeza con que lo trató había sido suficiente para alejarlo, así lo creyó, y si regresaba le daría largas, después de su brevísima reunión con su colega, otro farsante como él, Jeykol. Por decirlo así, Jeykol era un delincuente sin sangre en las manos, tanto en los hechos como en sus planes. Lo inquietaba la suerte de los dos viejitos, pero prefería el silencio, el olvido de ese pasaje de su adolescencia, para dormir mejor. Esa tarde, Farniaques aprovechó la hora de la comida para abordar el tema con su mujer. Pocas veces comían en la misma mesa en la casona, la cual entonces se hallaba en proceso de mejoras, remodelaciones, mobiliario. Esta obra absorbía la mayor parte del tiempo a Elena. .- Te ves muy bien. Una excelente combinación de blusa y falda.- Farniaques abrió la charla. .- ¡Extraño que me vengas con rodeos! Gracias por el cumplido.- el enfado de Elena siempre marcaba distancias. Sus borracheras y encerronas con las callejeras, no le importaban, al menos tanto como la gente del rufián que se dedicaba a espiar y aun intentar boicotear algunos negocios y proyectos de ella. Una táctica para dominarla. .- Bueno, me gustaría oír tus quejas. Algo no te gusta. Tal vez te quede tiempo después de rehacer la casa a tú gusto. ¿En qué más puedo complacerte? – los ademanes del timador 124

“Cien hijos de Elena” traicionaban los mensajes de su voz. Quienes lo conocían como Elena, repudiaban esa incongruencia o hipocresía. .- Solamente que no pongas obstáculos a lo que hago o quiero hacer. ¡No es mucho pedir! – el tono áspero de Elena fue contundente. .- Nunca hablamos como ahora. ¿Alguien te ha venido con algún proyecto? .- No, ¿De qué se trata? Vayamos al punto sin rodeos. .- Varias cosas, pero me vinieron hoy con el asunto de la Caja de Ahorros. ¡Antes te interesaba! ¿Deseas revivirlo? .- Tengo mis negocios propios y los cuido. Eso lo hemos definido. Yo no me meto en tus líos con tus pellejas.- Elena no le había reprochado sus andanzas, pero creyó necesario decirlo para ahuyentar a toda costa la presencia de extrañas en su casa.- Exactamente de qué quieres hablarme. ¿De un negocio como socios tu y yo? No tiene caso, chocamos en todo, en lo del personal, en los controles, en todo. A Farnas le gustaba el estilo un tanto directo, franco de Elena, reacia a las improvisaciones en negocios y también firme para mantener un clima de respeto, aun de irritación por las palabras altisonantes, como ella las llamaba. No dejaba de meditar, ¿qué sucedía o podía suceder a futuro con una mujer hermosa como ella privada de relaciones sexuales? Viéndola tan serena, tan dueña de sus emociones, no abrigaba Farnas siquiera sospechas de que lo engañara. Hacía mucho tiempo que ni intentaba acercarse a Elena para besarla o acariciarla. Seguro de que después de su muerte, ella se casaría con otro más joven que él mismo, quedaba tranquilo, pues entonces ya qué importaría. Mientras tanto, ella le parecía más agria de carácter, como lo destacaba 125

“Cien hijos de Elena” ahora. Estaba ella tan concentrada en sus negocios y la remodelación de la casona. .- De modo que tú sola puedes con el proyecto. .- Si, no necesito más que tiempo y que no te interpongas. .- Entonces, ¿no te importa si me decido por iniciar algo parecido a una Caja de Ahorros? A cambio tú tendrás acceso a la experiencia que se vaya consiguiendo.- al parecer Farnas ahora se comprometía sin haberlo pensado a un negocio que no dominaba, pero excitante. Ya tenía decidido su jugada sólo para no sentirse apabullado por el aplomo de Elena. Sólo por fastidiarla. .- Comienza si ya estás listo. Creo que hay espacio para dos cajas y si lo deseas, te puedo recomendar un gerente de alguna de las áreas, tú podrás conocerlo, ponerlo a prueba. .- ¿Puedo saber quien sería el gerente? – gruñó, herido por la curiosidad. .- No hay nada nuevo. El señor Laspers que fue gerente del banco, es su garantía. – comentó ella. .- ¿El panadero? Laspers viene de una familia de buenos panaderos. Pero, ¿banquero? .- Si, tanto como tú y yo venimos de familias ajenas a todo esto. – dijo con ironía. Al término de la reunión, no llegaron a una conclusión firme, pero Farnas actuaba en su zona predilecta de la ambigüedad, de la confusión con vagas palabras, dejando así abiertas las opciones que le vinieran en gana. -2Volviendo a Jeykol en un desplante de humildad o impaciencia, habló por teléfono con la secretaria de Farniaques Anaya, pidiendo otra cita. Le indicó que 126

“Cien hijos de Elena” volviera a llamar y que dejara su teléfono. Jeykol esperó con impaciencia si le devolvían la llamada. Por la noche, volvió a insistir con la secretaria, la cual le dijo que lo esperaban en esa oficina tres días después, puntualmente a las 8 de la mañana. Averiguó sobre el domicilio señalado. Un edificio de doce pisos, propiedad de Farnas. ¡Supersticioso, no construyó el piso trece por algo! La ostentación se palpaba en esa propiedad con sus grandes ventanales de vidrio, ascensor transparente, las estructuras de hormigón y una amplia zona verde que rodeaba el conjunto. Acudió temprano a la cita. La secretaria le aclaró que el señor Anaya lo esperaba en el restaurante “Paraíso”. La hora del desayuno. .- Pase por aquí.- el empleado llevó a Jeykol a un salón donde había mucha gente. Saludó a Farniaques con el gesto más amable que podía expresar. .- Tome asiento, amigo.- lacónicamente lo recibió en medio de la algarabía de la fiesta. Un asistente le apuntó con su mano la mesa donde debía esperar. Festejaban algún cumpleaños por lo visto o algo parecido. No era así. Realmente Farniaques descubrió una mina de oro en estos festines donde gratuitamente se propalaba su imagen pública de generosidad, de repartidor de favores. Gritaban sus seguidores a los cuatro vientos de la próxima reunión donde todo mundo podía acudir. Las comidas y bebidas abundaban con más platillos para deslumbrar. Además, la gente cede al deseo de socializar y estar al tanto de las noticias locales. ¿Cuándo sería el banquete próximo? Preguntaban los comensales. En pocos días. Claro, la gente de Farniaques se 127

“Cien hijos de Elena” las ingeniaba para depurar con cuidado las invitaciones. No costaba mucho el afán de Farniaques. Difundir su imagen de la mejor manera posible. Que hablaran bien del pillo, que la gente del pueblo de Tepango se acostumbrara a oír y oír de sus hazañas y bondades, hasta saciarse. Tal como se construye la necesidad de una marca nueva de zapatos, un dentífrico o de ropa. Además, como él lo creía, necesitaba soportes para consolidar su reputación y poder. Un grupo de cinco jóvenes al lado de la mesa de Jeykol mascullaban quejas y señalamientos contra el rufián. Engaños, abusos, despojos, malversación de fondos, acoso de sus empleadas. Una lista larga de rumores con acusaciones de atropellos, ondulando en el espacio como volutas de humo. .- Miren, con la fortuna y millones que tiene, comiendo su plato especial, tortas de frijol con salsa picante. Y con vajilla de plata.- el sarcasmo de la expresión se cobijó bajo el murmullo silencioso del resentimiento cegado por cientos de agravios. .- Una fortuna que salió de la nada. Pinche viejo avaro. – terció otro con la ramplonería de ser un simple eco de señalamientos constantes. .- ¿De la nada? De joder a otros…. Conocedor de la gente, Jeykol apostaba que cuando les tocara el turno irían humildemente con Farniaques a despedirse o quizás a implorar un favor. Pero grabó en su memoria el perfil de algunos de ellos, por si adelante convenía hablar con ellos. ¡Usarlos del modo conveniente a su oficio! La gente comenzó a marchar una hora después. Todos se despedían del tirano con respeto y al parecer algunos 128

“Cien hijos de Elena” hacían tiempo para pedirle favores. Jeykol observaba esa atmósfera selvática, densa, extraña a su estrategia de arrebatar, no de pedir. Sólo quedaban unas cuantas personas. Segundos después, los presentes se marchaban también. No sabía què hacer. Trataba de simular toda emoción, todo gesto que comprometiera su máscara de impasívidad. Apenas iba a consultar sobre su cita con el asistente, cuando Farniaques volvía a su mesa rodeado de una docena de sus más allegados. Siguió con su copa de vino y sus botanas. .- Venga acá, amigo.- Farnas llamó a Jeykol. Cierto tono de enfado le advirtió sobre una sorpresa desagrable. Jeykol no dejó de mostrarse atento y fingir avenencia. Intentaba saludar a los demás sin esperar correspondencia. Comprendía Jeykol su situación extraña, subordinada. No lo conocían, ni le devolvían el saludo. .- Mire que el mundo es muy pequeño. Me trajo recuerdos su apariencia. Usted estuvo allá por el norte hace algún tiempo. Ahí conoció usted a un gran amigo mío. Se dedica a la producción de jitomate.- Farnas fingía no observarlo. Hablaba con pausa, con su voz ronca, estudiada, con simulado malestar. La gente los miraba. Jeykol no esperaba una bofetada tan sorpresiva. .- ¡Norte del país! Tal vez. He viajado mucho.- Jeykol miraba hacia el techo como haciendo memoria. Mantuvo la calma. Un duelo de comediantes. .- Hicieron un buen negocio, usted y Toño. Pero a usted se le olvidó pagarle…. – Farnas soltó una sonora carcajada con la masa coral de los demás asistentes. Así gustaba de someter y exhibir a sus subordinados.- ¿Le gustaría 129

“Cien hijos de Elena” platicarnos cómo planeó la operación? Cero riesgos para usted. ¡Hasta logró salir en los televisores de todo el país! Vaya que usted ganó mucha fama. La gente los miraba con atención. Ignoraban el tema y los detalles de la charla que abordaba con el desconocido. Notoriamente se estaba burlando del interlocutor. Jeykol no perdía el aplomo, pero pensaba en una respuesta. .- Usted desea trabajar para mí y a mi me gusta la gente honesta como usted. Le doy la oportunidad de resarcir de daños a mi amigo Toño. Usted lo dejó esperando en un conocido restaurante y está pendiente cumplir con su promesa. Vamos, no está el horno para bollos. Dèse la oportunidad. .- Creo recordar. Quizás el señor del jitomate tardó en llegar a la cita. Pero le garantizo a usted, señor Anaya, mi trabajo honesto y… .- Bien, entonces vaya aquí con mi asesor y haga un cheque al portador para nuestro amigo jitomatero del norte. Yo me hago cargo de que le llegue ese dinero.- Farnas señaló a uno de sus ayudantes que atendiera esa instrucción.También conocí a su tutor. Entonces se ruborizó Jeykol. Por su parte, Farniaques recalcó las últimas palabras con énfasis. Dio por sentado que también estaba enterado acerca de la suerte de los ancianos. Siguiendo su instinto, no podía, no le convenía sino callar sobre el punto. Además Farnas ya conversaba con otra persona, la cual le pedía apoyo o favor para algo. .- No se vaya.- el ayudante recibió el cheque. Jeykol volvió a su asiento y esperó que Farnas se desocupara para reiterarse a sus órdenes. El monto expedido repercutía en un golpe severo a las finanzas personales de Jeykol. 130

“Cien hijos de Elena” ¡Farnas lo tenía agarrado de donde más duele! Paradójicamente, era victima de las mismas perversiones con que Jeykol engañaba a sus clientes. Entonces lo llamó el ayudante del rufián. .- Mañana comenzará a trabajar con el señor Anaya. Vaya a su oficina temprano.- fue todo.

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“Cien hijos de Elena”

CAPÍTULO XVI Planes para Tepango. Jeykol se presentó puntual a la cita. Un asesor de Farnas lo atendió en el restaurante “Paraíso” después de otras horas de espera. Durante la espera permaneció solo en una mesa contigua a la de cinco personas que cuchicheaban sus inquietudes. El fondo musical parecía amortiguador de sus voces. .- Huele como un camión de basura y lo parece.- decía una señora.- ¡Qué aspecto tan ridículo, ni bañándose! .- Todos tenemos algo que ver en la suerte de este tipo. ¿Qué hace, qué le debemos? Sólo nos explota. – otra mujer la secundó en sus ataques vehementes. .- Pronto morirá, ya está viejo. ¿Quién será su mujer? .- Te equivocas, es una mujer muy guapa. ¡Una gran capa todo lo tapa, pero qué vida se da el Farniaques!. .- Hablando, nada logramos. Somos como unos ratoncitos. Jeykol escuchaba el descontento de aquellas personas. Menos mal que no todos vienen a suplicar, pensaba, pero no dejan de ser ratoncitos. Ellos mismos lo dicen. De repente se armó una batahola junto a Farniaques, llamando la atención de los presentes. Una mesalina abrazaba al timador, sentada en sus rodillas y alzaba la voz. .- Pide perdón. De nada sirve que lo niegues.- se dirigía a un tipo alto, de barba y bigote, de unos cuarenta años, el cual se mostraba como en un marasmo, sin saber qué hacer.

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“Cien hijos de Elena” El grupo cercano a la mesa de Farnas se movió de tal forma que la atención se centraba alrededor del mismo pillo, la mesalina y el tipo de barba. .- Habla cobarde, di algo en tú defensa. ¿Por qué lo hiciste?- agregó la mesalina, en el papel de juez y verdugo. .- Me obligaron…, me golpearon.- apenas se escuchaban los murmullos del acusado.- Querían matarme. .- Aquí no caben los traidores ni soplones, ya lo sabes. El tirano hizo una señal a su asistente. .- Ponte de rodillas y dale unas vueltas al salón. – La voz del asistente sonó llena de absoluta autoridad.- Vamos que esperas.. El tipo de barba se arrodilló y comenzó a desplazarse con gran esfuerzo para cumplir la sentencia. Luego, evitando cruzar su mirada con nadie, se deslizaba con más dolor por la humillación que por lastimar sus rodillas. Le rodaban las lágrimas. Alzaba sus manos para darse fuerzas y mantener el equilibrio. A la tercera vuelta buscó un gesto de clemencia de Farniaques. Un silencio pesado colgaba sobre las arañas del salón principal del restaurante. Un ambiente denso, amenazador como los rayos previos a la tormenta dejó la escena de tortura y crueldad. Una advertencia para quienes traicionaban al Varano. Todos iban hacia la puerta de salida. .- Venga conmigo.- dijo el asistente a Jeykol. Caminaron hacia el centro del salón. Ya estaban solos. .- Vaya con el señor Laspers de parte del patrón. Ponga usted todos sus recursos para el proyecto de la caja y a trabajar. El señor Laspers y usted serán la cabeza visible, nadie más.así transmitía la orden de Farniaques, entregando una hoja con el domicilio de Laspers. 133

“Cien hijos de Elena” .- Sólo una pregunta, ¿Laspers manda o yo? .- Los dos, los dos, hay mucho qué hacer para los dos. – se despidió agitando su mano derecha y salía rumbo a la calle. .- Ahora mismo voy allá.- dijo Jeykol y tal vez no lo escuchaba nadie. La casa de Laspers se distinguía por un frente enorme, actualmente aprovechado para locales de negocios, entre ellos la panadería. Jeykol había perdido la idea sobre la hora. Todo mundo comía entonces. Se anunció con la persona del servicio que abrió la puerta. .- Deseo hablar con el señor Laspers. Aquí está mi tarjeta. La mujer del servicio dejó entreabierta la puerta e hizo seña de regresar. .- Que si es urgente, que espere una media hora y de no serlo, que vuelva en la tarde, a las siete de la noche. La familia está comiendo.- señaló. .- Vuelvo más tarde, a las siete.- Jeykol pensó que era lo mejor a fin de tomar ese tiempo para madurar sus planes. Buscó un sitio para esperar. ¿Quién era el tal Laspers? Tomó dos taxis dando domicilios de pretexto para dar unas vueltas y platicar con los taxistas. Además hizo paradas en tiendas de abarrotes no muy lejos de la casa de Laspers. Hizo preguntas con aparente desenfado y ya contaba con el perfil de su contacto. De familia de panaderos por muchos años, ex gerente de banco donde trabajó por muy corto tiempo, dueño de una carpintería que fabricaba muebles, muy allegado a Farniaques. Aun sentía la digestión por el exceso de comida, ya olvidaba las impresiones de la tortura al tipo de la barba. Después de un regaderazo en su casa, fue a la cita. Entre tanto hacía un repaso de sus notas para entrevistarse con Laspers. 134

“Cien hijos de Elena” De cualquier modo, su habitual desconfianza presidiría su relación con Laspers. Tomaría las cosas según vinieran con las salvedades de cubrirse si algo se agravaba, y ganar algún dinero en el nuevo negocio de la Caja, pero sin perder de vista su objetivo de sentar cabeza en Tepango. Ya consideraba definido en su archivo personal un final de sus correrías por una y otra, y otra ciudad para huir de sus víctimas en su vida de estafador. Lo pasaron a la biblioteca de la casa. Los cuadros, algunas pastas de libros y otros signos le indicaban un perfil de fortunas añoradas y apasionamiento por libros de historia. El piano viejo, pinturas que reclamaban restauración y las alfombras daban evidencia de un pasado más afortunado. Junto a la chimenea como eje de la reunión, conversaban Laspers y Jeykol. .- Señor Jeykol, ¿lo han atendido bien? Andre Laspers y dígame en qué le puedo servir.- el tipo sobresalía por su estatura, piel muy blanca y amabilidad. .- Al contrario, soy yo quien se viene a poner a sus órdenes. Estuve con el señor Anaya y me expresó sus deseos de darle vida a la Caja de Ahorros y Préstamos. Sería una tarea a nuestro cargo. .- Pues ¿le parece? Compartamos ideas y puesto que ya lo ha pensado, ¿por dónde comenzamos? Jeykol presentó sus ideas con un enfoque demasiado libresco. Llevaba sus diagramas, catálogos, trámites y agendas de trabajo con el propósito de causar la impresión de ser un egresado de las aulas o de seminarios, pero distante de las prácticas rutinarias. Tardó cerca de unos minutos mirando de soslayo la cara del interlocutor.

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“Cien hijos de Elena” .- Naturalmente, debemos ahora intercambiar ideas sobre el capital inicial. – remató su exposición captando el aire socarrón de Laspers. .- ¿Capital inicial? Claro, lo que tenemos en las manos. Es la historia de todo trabajo bancario. Cuente con dos locales, los tengo aquí mismo en esta que es su casa. Dos muchachos que nos ayudarán, previo entrenamiento y claro mis informes sobre los que serán nuestros clientes principales. – resumió Laspers. No mostraba mucho interés. .- Déjeme preguntar algo necesario a mi entender. ¿Cuánto tiempo le podrá dedicar usted a la caja? .- Mire, mañana mismo comienzan los muchachos. Organizo la papelería y usted y yo trabajaremos con muchas llamadas telefónicas. Es todo. .- ¿Llamadas por teléfono? .- Si, por supuesto, a nuestros clientes. Gente que quiere deudas, préstamos. Me haré cargo de elegirlos. Si tienen respaldo o garantías, atenderemos sus solicitudes de préstamos. En todo caso, haremos con cargo a ellos un estudio de su capacidad de endeudamiento. A todos los convertiremos en socios mediante una aportación que será nuestro capital inicial. ¡Es lo que todos hacen, véalo en cualquier negocio grande! Hay riesgos, pero ¿dónde no existen? .- Claro, claro, ya comprendo. Debo admirar su experiencia. Y ¿en cuánto al señor Anaya? .- Ya veo. – con su sonrisa benigna, Laspers entendía el papel de los involucrados, incluida la inocencia de Jeykol, pero no subestimó al recomendado de Farniaques.Preparemos la agenda de asuntos con el señor Anaya a su tiempo, sea con él o con la persona que nos designe. Quizás 136

“Cien hijos de Elena” sea usted quien más frecuencia atienda los asuntos con ellos. .- Ya vamos cerrando esta operación inicial, y como le dije, cuente conmigo que yo le apoyaré en todo lo que pueda, si es que por su enorme experiencia algo puedo hacer. Puedo comenzar a trabajar mañana mismo.- el tono amable de Jeykol le ganaba la confianza de Laspers. .- Usted será el hombre clave de esta financiera.- lo despidió Laspers. O mejor dicho, el “chivo expiatorio”, si hace falta. Murmuraba Jeykol para sus adentros.

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CAPÍTULO XVII La financiera de Tepango. Pronto se presentó Jeykol en la panadería, y brotando de la nada como la Financiera de Tepango. Apenas dos o tres personas por día pedían informes acerca de los préstamos. No se colocaron anuncios que publicitaran y promovieran la Caja, a la cual insistía Laspers en llamarla la Financiera. A partir de la segunda semana de su apertura, comenzó a manifestarse una verdadera afluencia de gente que aun dudaba de gestionar el crédito ansiado. Hacían preguntas y preguntas. Y las colas de clientes comenzaron en grandes aglomeraciones el desfile de ovejas al barranco. Los buscadores de préstamos comprendieron que lo mejor para ellos era no perder el tiempo en preguntas, señal inexcusable de vacilaciones, y entonces llegaron con sus expedientes para ser los primeros en colocar sus depósitos a tasas de interés muy a cualquier otra financiera local o regional. Ahí radicaba la estrategia de promoción de la nueva y soberbia financiera. ¡Los más altos intereses de tus ahorros! Su lema. A diario contrataron personal para tal o cual puesto con los mejores sueldos. Los seis locales de la casa de Laspers fueron cerrados, incluida la panadería, para abrir espacios a las oficinas de la financiera después de ser remodeladas para comodidad de los usuarios. ¡Un ambiente de euforia incitaba una espiral en ascenso franco! La calle de la financiera, se cerró al tráfico vehicular por las aglomeraciones y colas de los clientes. A la gente de 138

“Cien hijos de Elena” Tepango se sumaban los vecinos de pueblos circundantes. O depositaban su dinero o compraban títulos de crédito con la promesa de ganancias verdaderamente extraordinarias. Gente de reconocida fama local se veía dentro de las colas de solicitantes. Eran un factor importante de que el panal de miel atrajera más y más moscas. No gastaban un solo centavo en publicidad o promoción de la financiera. Las voces corrían por todos lados y cientos de familias ansiosas de ganar dinero fácil daban rienda suelta a su codiciosa imaginación. Los padres, tíos o familiares instigaban a diarios a sus cercanos a invertir en la financiera. ¡Después de todo estaba en manos de gente competente y cabal! .- Yo lo conozco. Laspers fue gerente del banco. - decía alguno con fervor. .- Si tú nunca has ido al banco. ¿Cuál banco? .- No pues lo dirige una persona muy competente. Lo que pasa es que algunos no arriesgan. Pero un experto en finanzas, competente nos dará altas ganancias.- replicaba. .- ¿Competente? ¿Qué quieres decir? .- Que sabe de su negocio. .- Competente quiere decir casto, ve tú diccionario.repuso el escéptico. .- No se trata de palabrería, ni de un sabelotodo como tú. Pero si es casto, honrado, tanto mejor. Todo Tepango hablaba en el almuerzo o la cena de la financiera y aun los más reacios, durante la noche por si acaso preparaban su expediente. ¿Qué más daba ganar algo y pasear lejos más allá del “charco” del Atlántico y subir alguna vez en su vida a un avión? El contagio se multiplicaba como epidemia y sabían algunos que 139

“Cien hijos de Elena” justamente una especie de enfermedad o de postración se apoderaba de todos. Como cuando las voces de alerta en las costas señalan con la bandera amarilla y luego la roja, la gente duda, se confunde pero permanece fascinada hasta ver que el oleaje lo arrolla y amenaza su patrimonio, su vida misma. La fascinación por el peligro no es nada nuevo y en la espiral masiva cobra una fuerza salvaje, avasallante, como lo demostraban las colas crecientes a las puertas de la financiera de Laspers. Laspers quedó pronto apartado de la vista de todos. Su labor intensa de ordenar, verificar e integrar expedientes le absorbía todo el día. Su trabajo inagotable durante la semana lo trató de compensar paseando en lugares cercanos a bordo de su nuevo y flamante carro de lujo, durante los domingos. Cuatro meses después de la apertura de la financiera y no se otorgaba aun un solo préstamo. La gente comenzaba a desesperar. ¡Muchas expectativas se habían despertado! Y ahora los rumores reinantes apuntaban hacia una atmósfera de desconfianza hacia Laspers. ¿Qué se hacía con el dinero depositado y a dónde iban los expedientes? Desde alguna parte conocedora del tema, brotaban estos rumores como advertencia para los cientos de familias que entregaban su suerte a la Financiera. Elena, enterada a diario, tomó cartas en el asunto y fue a la oficina de Farniaques. .- ¿Qué es lo que pasa? Ya involucraste a muchas personas. ¡Mucha gente cree que el negocio de la Financiera es mío! Tú me involucraste sin mi consentimiento. La documentación original ¿por qué está en tus manos? O mañana mismo comienzas a dar respuestas a la gente, ya no 140

“Cien hijos de Elena” para de hablar de un fraude, o yo misma veré que Laspers renuncie y yo me hago cargo. .- Tú misma lo recomendaste. La Caja está funcionando bien. Con o sin el panadero Laspers. ¡Si nos dejáramos llevar por los chismes de vecindad!- contestó impávido Farnas. .- No hay de otra, o mañana comienzas a calmar las cosas o yo misma intervengo. No me importa un comino tus negocios, no te quieras pasar de listo. Todos me hacen parte de esta Caja.- la furia de Elena aclaraba su decisión firme de actuar. Al salir del despacho dio un tremendo portazo. Era jueves el día siguiente. Laspers llamó por teléfono a Jeykol que fuera urgente, que no pasaba nada. Que entrara por la casa de atrás de la panadería por el cúmulo de gente solicitando dinero y cerrando calles aledañas para impedir el tráfico de vehículos. Hacía tiempo que no se veían. Por cierto, Laspers ya había comprado la casa que daba al patio trasero de la antigua panadería. Entre otras adquisiciones. .- Lleva estos expedientes a la casona. Ahí te esperan. Date prisa.- Laspers lo acompañó a un carro de modelo viejo, amplio.- Mira, son muchos expedientes. Ya hay dinero para la gente. Son las diez de la mañana. Que te den el dinero antes de las dos para hacer algunos pagos. El carro viejo con los asientos traseros, el maletero y todo espacio posible iba saturado de expedientes al parecer ordenados y revisados. Al llegar a la casona ya lo esperaba un asistente de Farniaques. .- Hola, lo espero en las caballerizas. – le indicó.

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“Cien hijos de Elena” Apenas llegaba cuando un grupo de jóvenes se hacía cargo de tomar los expedientes y en las viejas caballerizas ahora improvisadas como oficinas, revisaban los papeles. .- En un momento terminamos. ¡Todo marcha de maravilla! ¿No crees? – le dijo el asistente de Farniaques. .- Hay que ver las colas. No hay personal suficiente para atenderlos. .- Todo negocio nos sale bien, ¿cierto? No hubo manera de responderle. Lo llamaban del lado del despacho de Farniaques. Tardó media hora en retornar el asistente. Jeykol no tuvo tiempo de decirle el recado de Laspers sobre la importancia de tener el dinero antes de las dos. Pero al ver su reloj, todo iba muy bien y ya le llamaban. .- Ves, todo va en orden. Solo tienes que llevar este cheque al banco. Ahí te esperan. Suerte y a seguir trabajando. Tú y yo tenemos que vernos dentro de un mes. No se te olvide.se despidió el asistente.- Por cierto, se me olvidaba. Este dinero es adicional para ti, por tu trabajo, de parte del jefe. – Era un grueso fajo de billetes de alta denominación. El trámite del cheque en el banco fue inmediato. Un funcionario le invitó a pasar a su cubículo. .- No creo que quiera contar el dinero. Pero no se preocupe. ¿Vea usted mismo los costales, por esta ventana, cómo cargan su dinero a un camión blindado.- el funcionario insistió que Jeykol lo viera. Ciertamente unos costales de lona útiles para esos fines ya estaban apilándose en el camión blindado. Cuando el camión llegó a la Financiera la misma gente le abrió paso. Cientos y cientos de caras felices veían cómo el

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“Cien hijos de Elena” personal del camión blindado descargaba los grandes costales de dinero. .- Los que tienen su expediente completo y esté su nombre en las listas, hagan fila para pagarles sus ganancias.- un joven de la Financiera salió a informales. Todos se arremolinaban en la pared donde pegaban las listas. Faltaban cuarenta minutos para las tres de la tarde. Hora límite para los pagos de ese jueves. Comenzaron a recibir sus primeros pagos los usuarios de los servicios de la Financiera. .- Miren, vean. Es todo este dinero. Y todo por los intereses de mi dinero que puse en la Financiera. - los primeros en recibir su ganancia mostraban la fajilla de billetes a los demás y la noticia se propagaba. .- Me dieron los intereses atrasados y los de un mes más.gritaba otro. Pese a que no faltaban escépticos, la gente decía conocer bien a algunos de los que salían muy contentos de las cajas con sus fajillas de dinero. .- ¿Cuándo nos pagan a los demás? – gritaban todos. .- El martes próximo.- decían. .- ¿Por qué hasta el martes? .- Mañana viernes es día festivo, el banco no trabaja y el lunes nos recibe el papeleo para tener más dinero que hoy. Todo va bien. Cualquier duda aquí estamos. Pronto les pagaremos sus ganancias a todos.- les decían los del personal de la Financiera. Todo marchaba muy bien. Al llegar a su casa, Jeykol recibió un recado de Laspers. Le pidió enterarse del reporte de la Financiera y que de modo discreto y cuidadoso, le diera una vuelta a los domicilios ahí señalados. Debía pronto hacer 143

“Cien hijos de Elena” un reporte de las observaciones que él mismo apreciara, adicionales a las que los formatos le señalaban. Sin duda son las garantías, cuyos expedientes completos nadie conocía en forma detallada, sino Laspers, pensó Jeykol. Esta tarea permitió al nuevo experto en finanzas, abundar sobre la situación de cada usuario. Como todos lo presagiaban, los servicios de la Financiera semejaban el negocio de una red ferroviaria, donde las fantasías, codicias y riesgos de los incautos que caían en el cebo, conducidos por un chalado, corrían hacia el despeñadero. La presión de pago de los inversionistas y de los ahorros, condujo a un dramático desenlace. Laspers de ser el personaje más famoso de Tepango y de pueblos vecinos, ya era confrontado. El gran experto en finanzas que con una vara mágica transformaba el dinero en cantidades copiosas, ya no daba la cara a un tumulto enardecido. Jeykol acudió a la cita con el asistente de Farniaques donde le encargaron otras tareas. Se dedicó entonces con discreción a las verificaciones encomendadas. Jeykol tomó fotografías de los inmuebles ofrecidos en garantías de préstamos, y así dar un reporte más fiel y completo. Las listas de casas, lotes e inmuebles ocupaban calles enteras en zonas de la periferia de Tepango. Lo mismo casas habitadas que baldíos, calles con servicios que sitios sin agua y drenaje. De todo había. El reporte de Jeykol influyó para ajustar los fondos líquidos y satisfacer parte de las demandas de pagos de la gente que se apilaba afuera de la Financiera. La disponibilidad de recursos cayó bruscamente. Días hubo que o no había dinero para los pagos o se entregaban unos 144

“Cien hijos de Elena” montos insignificantes a unos cuantos usuarios, haciendo correr el rumor que por el exceso de trabajo y por los cortes contables, la Financiera se comprometía a cumplir con su compromiso de pagos inmediatos. Empezó a circular el rumor de que Laspers había huido de Tepango. Era cierto. Al suspender los pagos de nómina al personal contratado, cobró más fuerza el rumor y la irritación de la gente se desbordaba en insultos a Laspers. Pero la antigua panadería fue cerrada con candados y custodiada por vigilantes a todas horas. Los perdedores que eran la mayoría de los usuarios de la Financiera se amotinaban. Contrataron abogados que les argumentaban que nada podía hacerse, pues ninguno de los usuarios contaba con papeles comprobatorios del fraude que alegaban en su contra. El recurso de los testimonios sirvió para que tiempo después se lograran algunos rescates, según se decía, y por los alegatos y promociones de los abogados, que se creara un organismo liquidador. El organismo liquidador muy poco pudo atemperar los ánimos exaltados, violentados de la gente. Empeoraron las cosas cuando un empleado del organismo o que se hizo pasar como tal, les dijo a algunos que ya no había recursos y más aun que se estaban depurando las listas de acreedores. Se habían registrado algunos que nunca habían pisado jamás la Financiera. Daban así por hecho una intención de pervertir el sentido de las demandas de los afectados y subió de tono la violencia. Una noche la gente empezó a lanzar pedradas contra la antigua panadería, después unas teas volaban proyectadas contra el interior de las instalaciones de la Financiera y se 145

“Cien hijos de Elena” produjo un incendio. Los vecinos requirieron el apoyo de la gente para evitar que sus casas resultaran afectadas Los bomberos tardaron más de una hora en llegar pero contaban con recursos limitados, incluyendo el agua. .- Se queman los archivos.- gritaba la gente. .-Todo acabó.decían otros al ver en el fuego los documentos comprobatorios de sus demandas, sÍ es que todavía existían.

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CAPÍTULO XVIII Un sospechoso del accidente. Volviendo a Diana y Ricardo, no dejaron nunca de insistir en los hechos extraños del accidente, dedicando su tiempo a investigar y captar más información. Sus observaciones se dividían en lo de antes y lo de después. Desde que el dentista llegó al taller de Marco hasta el traslado a Santiago. En rigor, no lograban aun nada evidente, sólo cabos sueltos. Como víctima, Ricardo por un lado ganaba simpatías, pero a la vez despertaba sospechas y rumores derivadas del miedo de involucrarse contra el rufián Farniaques. Sostenía la necesidad de entrevistarse con las personas que estuvieron con el dentista antes de que este acudiera al taller. Lo que pudo aportar Marco, de nada servía. Se reducía a meras conjeturas. Descartaban que el dentista guardara alguna sospecha de un atentado, en el cual su vida se arriesgara hasta su propia muerte. Menos aun el dentista que, en esa hipótesis, arriesgaba además a su propia mujer o a su sobrina. En tal suerte, no hubiera ido al taller. Excluían toda pesquisa en Santiago, aun con el abogado o la viuda del dentista. Así sus conclusiones después de varias pláticas y averiguaciones, no existía al menos una sola pista firme para continuar. Diana primero rechazó y luego puso en duda de contar a Elena como una aliada de su causa. A instancias de Marco, descartó la culpabilidad que le achacaba, en parte por supuesta complicidad de los crímenes ligados al siniestro. 147

“Cien hijos de Elena” Su sospecha partía de lo que dijo el dentista a Marco, en cuanto a la recomendación de Elena para llevar su carro al servicio mecánico. Carecía de base, pues la recomendación pudo suceder tiempo antes de acudir al taller, pues también el dentista mismo precisó que “ya antes de esa fecha, había ido al taller, pero sin encontrar a Marco”. Gradualmente, Diana y Ricardo reconocieron que carecían de pruebas en toda implicación de Elena, dejándola fuera de sus recelos. La doble ventaja de Marco como el mejor informado del caso y por su condición de víctima, reafirmó su autoridad moral. Pagó su cuota de culpa al estar detenido en Santiago, en parte en solidaridad con Ricardo, quien sufrió fracturas, lesiones y otros daños en el siniestro. Pero así protegía a Daniel, cuya situación desconocía hasta este momento. A Marco le exasperaba la terquedad de los jóvenes. A su juicio, Diana exageraba la negligencia de Marco, al aceptar el carro ford a esa hora y más aun permitir que Daniel interviniera para trasladar al dentista a Santiago, pese a la lluvia nocturna. A cambio, comenzó Marco a cuestionar su propia pasividad, en contraste con la dinámica entrega de los jóvenes a luchar por su verdad y justicia para Daniel, el dentista y su sobrina, y el mismo Ricardo. Pero ¿su encarcelamiento, los daños sufridos en su contra, el asalto, las pérdidas económicas, los litigios y lo demás? Y sobre todo, ¿con qué derecho se arrogaban los jóvenes inexpertos donde no había legalmente más que el olvido? Y al sacudir el avispero, ¿no cabía en la inteligencia de Diana los riesgos que avivaría contra Ricardo, contra ella misma y aparte Elena? La muralla de guardaespaldas, artimañas y recursos del mafioso no era fácil de atravesar. 148

“Cien hijos de Elena” Recurierron los jóvenes al abogado del pueblo de Santiago, y le pareció absurdo pretender desempolvar un caso ya cerrado. Coincidía en que la curiosidad de dos jóvenes quijotescos, desorientados, no calibraba los alcances de retar a Farniaques y sus secuaces. Diana descartó la cooperación de Marco en su apasionada batalla. No terminaban las cuentas de los jóvenes en contra de Marco. El contrapunto provenía de los resentimientos por su infidelidad con Clarisa. La conspiración de Diana apuntaba en ese sentido. En esencia, quiso arrancarle una confesión en su espacio personal. ¡Marco no cedería a las obsesiones de una desconocida como Diana! De hecho, Diana no distinguía el conflicto potencialmente letal para Elena, en medio de su marido como presunto autor intelectual del crimen y de su pusilánime amante, para armar una sangrienta batalla legal. Diana estaba comprometida con Ricardo, llevando una relación premarital. Diana guardaba en secreto su embarazo y principalmente que la paternidad era de Daniel. ¡Nunca lo daría a saber a nadie! Por ello, sufría fuertes conflictos internos, ¿no debía si tan sólido era su sentido de lo justo y la verdad, decirle a Marco que llevaba a su nieto en el vientre? Y ¿cómo explicarle esa realidad brutal a Ricardo? Desde los primeros días del embarazo, temía ir al ginecólogo para el examen respectivo. ¡De hecho lo evadía! No se daba cuenta del estrés tremendo que esta situación significaba, y tampoco quería saber los posibles daños por algunas copas de vino ingeridas por negligencia después del embarazo. Sólo ella se daba cuenta de toda su esta

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“Cien hijos de Elena” confusión de valores y los riesgos que entrañaban cuando todo saliera a flote. Lo guardaba en absoluto secreto. Su tarea concentrada en localizar a Daniel servía para desmenuzar algunos detalles y por supuesto mantener viva la sed de justicia en su desaparición. ¿Quiénes se beneficiaban con la desaparición de Daniel? ¿O quiénes hubieran podido encarrilar los hechos con el fin claro de que Marco falleciera en la volcadura y con qué objeto? Cierto, La cooperación de Ricardo resultaba limitada por los daños que sufrió. En los archivos de su memoria, se borraron detalles ocurridos como en la parada en la gasolinera. Sólo tiempo después al hacer preguntas por mera casualidad, la muchacha de la tienda cercana a la estación de gasolina, les proporció algunos datos útiles. La mente de Ricardo no funcionaba tan eficazmente como antes. Diana conocía mucha gente de Tepango, haciendo amigos o reviviendo anécdotas con los conocidos de su padre. En toda esta historia, conoció primero a Ricardo, al cual flechó de inmediato y aceptó su petición de noviazgo. Pero Ricardo le presentó a su mejor amigo, Daniel. Hizo su papel la locura que impera en cualquier relación humana, y ella se enamoró de Daniel. A tal grado que a espaldas de Ricardo, tuvo frecuentes e intensas relaciones sexuales con Daniel. Tanto Diana como Daniel juraron no decir nada al amigo engañado para no herirlo. La relación entre Ricardo y Diana nunca se interrumpió en lo formal. Días antes del accidente, Diana se dio cuenta de su embarazo y sabía bien que a Daniel correspondía la paternidad. En aquel momento y más ahora con los

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“Cien hijos de Elena” acontecimientos, se prometió callar absolutamente este secreto aun con su almohada. Bajo estos antecedentes, fue a la casona, pidiendo hablar de inmediato con Elena Carasao. En la secretaría particular, le preguntaron el motivo de la petición y luego le explicaron que la podía recibir un abogado de ella, una semana después. .- No me iré de aquí hasta que me reciba.- Diana utilizaba toda su tenacidad y habilidades para argumentar e imponer sus propósitos. .- Como quiera. La señora fue a negocios fuera de la ciudad.- la secretaria utilizaba los trucos más socorridos para deshacerse de citas ajenas a sus tareas. .- Estoy hablando ahora con el señor Marco para que me acompañe en la entrevista. Nos interesa a todos.- la voz áspera, decidida de Diana provocó toda una confusa y desordenada respuesta. Estaba marcando su celular. .- ¿Es usted familiar del señor Marco? .- No, pero él está tan interesado como yo misma. Me indicó que no me separe de aquí hasta que me reciba la señora Carasao. La secretaria y un abogado adscrito a los asuntos de Elena cuestionaban entre gestos, cierta duda sobre la joven extraña que pretendía poner en jaque su oficina e interrumpir e importunar a su jefa. Pero se dejaron influir por la joven y concediendo mérito a su sagacidad, le hicieron llegar a Elena unas notas sobre la actitud y propósitos de la joven extraña. .- Que me espere en mi estudio personal.- Elena sintió un zumbido especial ante la solicitud de la cita de la

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“Cien hijos de Elena” desconocida, que pretendía involucrar a Marco en sus asuntos. Desconcertados los ayudantes y la secretaría la hicieron pasar al sitio. .- Hola, ¿puedo saber quién eres? O ¿ya nos conocemos? – con estudiado tono amistoso, trataba de aligerar la tensión advertida en los gestos de Diana y por el presentimiento de que no traía buenas intenciones. .- No nos conocemos señora Carasao. No tengo ese gusto.la rudeza de la voz y ademanes le parecieron innecesarios a Elena, pero le pusieron en guardia sobre la belicosa joven. .- Veo que hace falta aquí café o agua.- la naturalidad de Elena comenzaba a sacar de balance a Diana, pues ella, en su estrategia, contaba con enfadarla de forma deliberada a fin de abrir paso a sus querellas. .- Por mí no se preocupe.- Diana no bajaba la guardia por su aprensión. .- Creo que tu asunto es de gran importancia para ti y también puede serlo para mí. Cuenta con toda mi atención y por favor comienza, no llevamos prisa.- la calma de Elena sorprendió a su interlocutora con la calidez de su trato. .- Iré al grano. Ya costó mucho el accidente donde perdieron la vida el dentista Anzures y su sobrina. Supongo que la prensa ha difundido todo y que sabemos del asunto, pero Daniel, el hijo de Marco el mecánico, sigue desaparecido. Es un gran amigo mío y dedico todo mi tiempo y recursos hasta dar con su paradero, esté muerto o vivo.Diana expuso con detalles su objetivo.- Creo que usted puede ayudarnos mucho. Sabemos que usted hizo llegar unas notas a Marco y cremos que usted podría ayudar a

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“Cien hijos de Elena” localizarlo. ¡Puedo equivocarme, pero confío plenamente en usted para orientarme! .- Dudo que pueda ayudarte en ese sentido. No existen pruebas sino meras suposiciones. Es todo lo que sé pero cuenta con mi apoyo en tú investigación. – Elena eludía agregar datos, pues no conocía bien a Diana. .- Cuando usted le hizo llegar esas notas, ¿sabía del lugar exacto o de un dato preciso sobre Daniel? .- No, no hice más que informar un dato que uno de mis ayudantes me proporcionó. Claro no es una fuente confiable. Tal vez me precipité en el ánimo de apoyarlo moralmente e infundirle esperanzas. No recuerdo los detalles. Tampoco ha venido Marco o me ha llamado para solicitar mi cooperación. ¿Él te envió conmigo? .- No, realmente, sé que se molestará por venir sin su consentimiento.- saltó entonces la franqueza de Diana. Una de sus cualidades. .- Olvida eso. No te preocupes. Te reitero que me importa mucho de manera personal, lo concerniente a su hijo Daniel.- Elena se permitió tomar suavemente su mano izquierda. Sonó el teléfono del estudio y Elena se disculpó para atender la llamada. Mientras Diana sentía que aminoraba su ánimo predispuesto contra la señora. Veía su biblioteca, sus pinturas en un espacio más reducido del despacho principal de la casona, donde había recibido Elena a Marco en la ocasión del contrato y donde lo conoció. El contexto era más personal. Diana observaba los detalles. Su atención en los elementos que observaba, fueron interrumpidos por el servicio de café, galletas y panqués que le obsequiaban. Contado el tiempo de la espera y siendo 153

“Cien hijos de Elena” la hora de la comida, no pensó dos veces en consumir los panecillos de chocolate y nuez. Gradualmente deponía su actitud hostil con la dueña de la casona por falta evidente de motivos para sus sospechas. No le importó acercarse a la biblioteca y a los cuadros de pintura. Elena seguía en el teléfono. En una esquina estaba un piano. .- Veo que eres aficionada a los libros.- la voz de Elena la turbó un poco de las reflexiones que justamente elucubraba sobre su interlocutora. .- No, no exactamente. Mi padre me enseñó algo de pintura, pero él mismo me alentó la vocación que yo sentía y fui a la escuela de ciencias. – no hacía énfasis en sus palabras, sino que fluían llanamente. Un estremecimiento como si fuera una especie de líquido espeso recorría la médula espinal de Elena. ¿Pintura, química?, en una joven que podía ser su hija por la edad que aparentaba, le despertaba frecuentes recuerdos. .- De modo que ¿eres originaria de aquí, de Tepango? .- No, mi padre nació aquí, luego se fue con mis abuelos a Texas. Allá nací. Visité México, algunas ciudades y por supuesto aquí en Tepango, pero eran visitas de unos días. Ahora he venido con mucha disposición a conocer bien estas tierras. No sé si quedarme o volver y por lo pronto ya tengo novio, Ricardo, que es un gran amigo de Daniel. Pero estamos destrozados con lo de Daniel.- la reacción sincera de Diana mostró su rostro más humano. Elena pensaba en atar los cabos que se desprendían. Fuera o no cierta su corazonada, iba entregando toda su amistad y ternura hacia aquella joven extraña portadora de algunos datos del pasado que la intrigaban sobre momentos inolvidables. 154

“Cien hijos de Elena” .- Supongo que vine en un momento inesperado. No la entretengo más, por favor piense en los datos que le comenté y espero su ayuda. Dígame qué día la puedo ver.Diana quiso sincerarse con ella. .- Si, déjame enterarme algo más de todo ello. Tenemos que hacernos cargo de lo de Daniel. Te ayudaré en todo lo que pueda y cómo me digas. ¿Necesitas gente con experiencia? Tú dime. Por favor ven a verme sin tocar la puerta, todas las veces que lo quieras. La expresión llena de sinceridad de Elena la conmovió y derribó todas sus inquietudes acerca de señalar sus culpabilidades de un modo u otro. Al final de la reunión, Elena la acompañaba conversando rumbo a la salida. En ese trayecto, Diana se detuvo por un instante observando un pergamino que, dentro de la biblioteca sobresalía por su tamaño y sus rasgos más visibles. Elena percibió su interés, fugazmente. Ambas sintieron una especie de sacudida intrigante en su memoria. Diana notó que guardaba mucho parecido con aquel pergamino de que su padre tanto le había hablado. Diana conservó la copia a escala de esa pintura. Por su parte, Elena no sospechó nada, pero un zumbido instantáneo reafirmó su simpatía sobre la recia personalidad de la joven, que le despertaba vagas nostalgias. Al día siguiente, Diana recuperó su tranquilidad. Acudió por fin al ginecólogo, quien le examinó y le diagnosticó un embarazo extrauterino. ¡No había ya qué preocuparse por ahora del embarazo! Más tarde, sin duda, confesaría todo a Ricardo. Y se sintió liberada de ciertas angustias. Diana regresó algunas ocasiones al despacho de Elena, conversaron de diferentes temas. También del accidente, 155

“Cien hijos de Elena” pero con un ánimo de cooperación y de franqueza. Diana le comentó a su modo, del noviazgo previo que tuvo con Daniel, además de sus metas de continuar sus estudios y realizar su matrimonio con Ricardo. En todo momento, supo y aceptó que contaba con las simpatías y apoyos de Elena.

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“Cien hijos de Elena”

CAPÍTULO XIX El testamento del moribundo.

Veinte testamentos sumaban ante el notario, la historia de la voluntad frívola sobre la herencia del siempre moribundo Farniaques. ¡Ningún mejor símbolo para ilustrar sus vacilaciónes! Rectificaciones, reconsideraciones y titubeos suyos. Ya no impresionaba y menos a Elena, a la única persona que le comunicaba sus decisiones o, mejor dicho, su vodevil tan monótono sobre la herencia. Aun gente cercana como sus ayudantes, abogados y personal doméstico bromeaban sobre el juego del longevo con su muerte. Ni sus achaques o la curiosidad de cómo repartiría su herencia lograban llamar la atención de nadie. Con numerosos hijos habidos entre sus amantes, surgían expectativas y curiosidad sobre los beneficiarios del testamento. Citó en ocasiones a algunos de ellos. Berrinches de un anciano moribundo deseoso de ganar ya no simpatías sino algo de atención, de avenencia con alguien. Su capacidad de expresar la autenticidad de sus sentimientos, sí que yacía sepultada mucho tiempo atrás entre cenizas, lodos y alcoholes ya procesados y reciclados. Próximo al límite de su vida productiva o de su muerte, en términos de probabilidades, Farniaques guardaba reposo unos cuantos días y volvía a su actividad frenética usual, dando lugar a sospechas de la autenticidad de sus recaídas por motivos de salud. Las fingía a veces, en honor de sus destrezas como farsante. Pero los odios ganados humillando 157

“Cien hijos de Elena” sin ton ni son a todos, de manipular a todas horas con o sin objeto, le auguraban un funeral como él de un vagabundo cualquiera, cuando sucediera, con la ausencia de amigos que no tenia, y alguna pena fingida de algunos asistentes solo interesados en asegurarse la vista del cuerpo en el ataúd, o mejor en el sepulcro y que no reviviera por cualquier error. Lo cual no le importaba un comino dado el desprecio abrigado por cuantos lo rodeaban, acostumbrado a escuchar a espaldas suyas, cuchicheos y vituperios sobre toda su persona, fuera en lo físico, sus excesos de rufían. Seguía insistiendo a Elena que le diera unos minutos para tratar sobre el testamento. Ella aceptó hablar con Farnas para otros temas. Esa tarde se dieron cita a solas en el despacho principal. .- Te agradezco que hayas venido. - se escuchaba clara la voz de Farnas. Su salud visiblemente no dejaba dudas de su mejoría. Otra mejoría, otra farsa. Elena le guardaba respeto desde el episodio de los maleantes que la habían ultrajado y luego habían matado a su padre. Además Farnas se sujetaba a las decisiones que, junto con ella acordaban en lo concerniente a las copropiedades y el uso de los fondos de dinero o de inversiones compartidas por ambos. Naturalemte, Elena no tenía herederos explícitos a la vista. Ella contaba con la ventaja de la edad respecto a Farniaques, despertando infundios sobre su intenciòn supuesta de acaparar la herencia del mafioso. Pero él mismo lo descartaba. Pese al romance con el mecánico, que provocaba tensiones entre ambos, le seguía mostrando toda su confianza. Elena no se atrevía a enfrentar cara a cara a Farniaques en cuanto al accidente. Por una parte, la falta de pruebas que 158

“Cien hijos de Elena” lo involucraran, y por otra, al cuestionarlo, pecaría peligrosamente de tendenciosa e inocente por asumir necesariamente una posición al lado de su amante. .- Empecemos pues con lo de tu testamento. Confío en que no me vengas con simulaciones ni artificios.- Elena miraba directo a los ojos de sapo del rufián. .- Más que suficiente. No es fácil para mí decirte lo que vengo a exponer. Necesito de tu comprensión. – La voz se diluía entre sus achaques y su histrionismo.- Pero me dejaré de rodeos. No somos ni tú ni yo ningunos mojigatos. Tengo hijos que te pido reconozcas. Es el punto principal que traigo por esta vez. Los he apoyado mucho, como a otros. Pero me han ganado por su inteligencia y dedicación. Los hice estudiar en las mejores universidades. Conocen California y algunos lugares de Europa. .- ¿Qué yo los reconozca? ¿Que lleven tu nombre y mi nombre y apellidos? .- No, no precisamente. Son dos jóvenes, Agenor y Olimpia Los elegí con cuidado para que hereden lo mío. ¡Espero que lo engrandezcan! Tampoco se trata de que tú les heredes nada de lo tuyo. Sólo que los reconozcas. .- No entiendo bien lo del reconocimiento. Entonces, ¿llevan tu apellido y no requieren del mío? Seamos precisos. – no deseaba Elena caer en ningún juego, como ya había intentado Farnas en ocasiones anteriores con falsos lloriqueos. .- No, ya tienen su nombre y apellido que por cierto es Paniagua por decisión suya. Seré totalmente sincero. Antes no me interesaba este tema de elegir mis sucesores. Ahora sí me importa, y quisiera contar contigo. Ya no tengo fuerzas para enseñarles nada, o sea lo que me gustaría que 159

“Cien hijos de Elena” deban hacer. ¡Pero te aclaro que no hay nada absoluto ahora, aun puedo revocar el testamento si me fallan! Obviamente ni ella ni él lo saben. Te pido guardes este secreto. Son mis muchachos. Creo que llegaré a quererlos pronto. Se trata de que tú permitas que hablen en mi nombre, sólo en mi nombre, que dispongan poco a poco de lo mío. De eso se encargará el notario. .- ¿Qué hablen como hijos tuyos? Pues nada tengo que ver en eso, si tú así lo dispones, nada hay en contra. .- No, es a petición mía y de ellos. Dado el antecedente, digamos que otros muchachos traten de impugnar o de que cualquier pendejete me los quiera desconocer, pues servirá de mucho que tú los reconozcas como mis herederos y si se puede en lo que los apoyes, tanto mejor. Eso ya corre de cuenta tuya.- Farnas mantenía su eterno sello e inclinación por explotar las zonas de la ambigüedad. .- Bueno, no le veo problema, pero igual que contigo nada de trampas, ni de chismes. ¡Que ni traten de usarme en nada sin consultarme! Y si van a hacer tonterías o cualquier abuso usándome, seré la primera en desconocer cualquier relación de amistad o lo que sea con ellos. ¿Los heredarás a partes iguales o le darás más jerarquía a alguno de ellos? .- Vaya, eres muy directa. Agenor será mi principal sucesor. No lo sabe ni él mismo. Confío mucho en sus dotes, pese a que me preocupa su ñoñería. Vive de amores platónicos, de idilios por Internet con alguna muchacha hasta una obsesión enfermiza. Pero les haré énfasis en lo que me has dicho. ¿Podemos hablar ahora con ellos? No te llevará tiempo. – insistió Farniaques. .- Claro, pero hay algo que debemos hablar entre tú y yo, antes de eso. 160

“Cien hijos de Elena” .- Bueno, para eso nos dimos unos minutos. .- ¿Qué sabes del accidente de Anzures? ¿No metiste las manos? – el tono de la voz metálica, enérgica, de Elena vibraba en el aire. Perdió algo de su serenidad. .- ¿Anzures? Un imbécil que siempre me contradecía. ¡No, no vale la pena que nadie se encargue de un tonto como ése! .- Entonces, ¿puedo averiguar entre tu gente y, saber que ninguno de ellos metió la mano, por su cuenta o por instrucción tuya? .- ¿Tan importante es para ti? – brincó el mafioso. .- ¿Puedo averiguar o no? Quiero la verdad. .- ¿La verdad? Si, alguna vez estuve furioso contra ti y ese mequetrefe del mecánico. ¡Un don nadie! Pero jamás giré ninguna orden de hacerle daño ni al dentista ni al mecánico.- la garganta de Farnas se ahogaba en su propia saliva. Aguantaba el dolor al morder la sal en las heridas más recónditas, los celos, pero jamás saldría de su boca un destello de debilidad. Su voz alzaba de tono, pero mantenía su estilo seco. - Después de todo, dejemos que ese señor siga por ahí, que las cosas sigan igual, porque no es ningún peligro. .- Que sea algo que a ti no te importe nada. Y así nos entendemos. ¿Qué derechos tienes para reclamos de un matrimonio que tú mismo mataste…? ¿Cuántos años sin verme, ni buscarme?.- Elena contuvo sus impulsos, pensó que callar era lo mejor y no dar ninguna pista o pretexto a Farnas y provocar su còlera contra Marco. Ambos temblaban de emociones salvajes despertadas por lo tirante del asunto, y parpadeaban velozmente, ahogando sus voces en una respiración profunda.- Volviendo al tema, sólo haré unas preguntas entre tu gente. 161

“Cien hijos de Elena” .- No tienes que buscar mucho, sólo llamo al jefe de guardaespaldas, a Martín Rebolledo y que ahora mismo nos aclare todo. .- Prefiero hacerlo en otro momento. Y así hablamos ahora con tus hijos.- fue tajante la voz femenina. .- Bien, les diré que pasen. Agenor carecía de cualquier semejanza física con su padre. Alto, de bigote y barba de candado, más bien delgado y con lentes, contrastaba con Farniaques, realmente parecía tímido como señalaba Farniaques. Por el contrario, Olimpia resultó una persona hosca, inaccesible. Elena supuso que delante de su padre simulaban su comportamiento. ¡Problemas a la vista, más con la hija de Farnas, Olimpia de parecido a su padre! .- Del mismo modo que deben respetarme, así les exijo que respeten a mi mujer. A nadie quiero como a ella. Les digan lo que les digan, ustedes deben respetar cualquier decisión que ella les indique.– le asombró a Elena la forma autoritaria, tajante, con que al menos de palabra les impuso sus reglas. .- Igual que su padre, mi puerta está abierta para toda cuestión que les parezca importante ver conmigo. Véanme como una amiga. No hay discordia, nada en litigio entre su padre y yo. No podríamos en un rato como éste agotar lo que pueda interesarles, pero consideren siempre el tiempo que necesiten conmigo. .- Con eso me basta. – Olimpia miraba con mucho recelo a Elena. Su aspecto hostil se acentuaba por algunos de sus rasgos como sus cejas casi pegadas, su frente demasiado chica barrida por su descuidada cabellera. Su voz sonaba como aullido retando a la riña. 162

“Cien hijos de Elena” .- En caso de ofrecerse, iré con usted para saber de sus puntos de vista.- Agenor se condujo de forma amable. .- Pueden irse. Vivirán unos días más en el hotel donde están, mientras les arreglan sus cuartos en esta casa.- dijo Farnas. Ninguno se despidió de Farnas. Secamente, tomaron rumbo a la salida. Elena se quedó con la idea de que además de tener miedo a su padre, no tenían idea remota del alcance de su herencia y tampoco Farniaques se preocupaba de su preparación para tal efecto. Sin duda, podían necesitar de ella. Dadas las cosas, Elena hizo cita con su notario. Le resultaba conveniente revisar y actualizar sus propiedades. Muchas de ellas flotaban en el aire, nunca se llegaron a formalizar y la coyuntura del testamento del ““varano”” podría bien causar algunas dificultades por traslapes, confusiones o aclaraciones. También le dejó recado a Marco, a través de su secretaria, para verse lo más pronto posible.

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“Cien hijos de Elena”

CAPÍTULO XX Un inmueble en aprietos.

Al ver el reloj de péndulo de la casona, Elena notó que disponía de la tarde. Podía aprovechar tiempo. Elena quiso arreglar algunos asuntos personales. Quería pensar a solas. Condujo su carro con su mente en automático, sin apreciar el rumbo que tomaba. Reconoció entonces algunas particularidades del paisaje. El río seco con lirios y el campo deportivo. ¡Nostalgia de aquellos días! Se le vinieron muchos recuerdos de su adolescencia. Todo se combinó en el nudo de circunstancias. Diana caminaba en dirección opuesta a su carro que circulaba lentamente. Se cruzaron nuevamente sus caminos. Diana la saludó a unos cuantos metros. .- Hola, ¿busca algún domicilio por aquí? – la voz de la joven resultaba tan dulce, tan amigable que Elena recobró el aplomo. No esperaba encontrarla. Bajó del carro. Le pareció mucho más joven con su vestimenta de una playera color claro y unos pantaloncillos cortos de colores blanco y rojo. Estaba acostumbrada al modo indefinido de que la tratara de tu o de usted. .- Justamente a ti.- la saludó de beso en la mejilla. ¿Podemos platicar en algún lado? .- ¿Le parece bien caminar junto al río? Es zona segura.Diana le devolvió el beso de mejilla. .-Diana, por favor olvida los formalismos, me gustaría que me hables de tú. Tenemo muchas cosas importantes de qué hablar…164

“Cien hijos de Elena” Repiqueteaba repetidamente el celular de Elena. .- Discúlpame. ¡Se trata de algo urgente! También te puede importar a ti. En el camino te platico.- subieron al carro. El notario de Elena le pidió que acudiera a su despacho, lo más pronto que le fuera posible. No tardó en llegar. Ahí se encontraba Marco. Después de saludarlas, el notario les pidió entraran a su despacho. .- Ojalá sólo sea una confusión, pero usted, señora Elena, le vendió un inmueble al señor Marco, el cual dice que ya le pagó. No me ocurre con frecuencia, señora Elena, pero en mis registros, puede haber algunas lagunas o confusiones.El notario notó que carecía de bases legales para titular la propiedad de acuerdo a la petición de Elena. Por tanto, salvo las aclaraciones que se pudieran aportar, no existían bases legales para una compra venta de ese inmueble, el taller de Marco. Dentro del conjunto de propiedades de Elena y de su marido, no dejaban de ocurrir algunos errores o descuidos en alguna propiedad, pese al aparente celo y empeño que ambos dedicaban con los abogados para llevar los documentos en orden. Elena bien sabía todo lo que significaba para Marco, no tanto perder sino cuestionar el descuido de algo tan importante para él. De terquedad como pocos, jamás había aceptado antes de este tropezón, que Elena se lo trasladara como donación. Sólo tenía la posesión. Ya era tarde, por no haber arreglado previamente la escritura pública. Todo movimiento por insignificante que fuese para corregir el incidente alcanzaría otra dimensión.

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“Cien hijos de Elena” El incidente se desataba en el peor momento. Así sucede siempre. Ella reflexionaba en las repercusiones Marco se volvería loco, nunca aceptaría negociar una alternativa en otro inmueble, ahora que él se encontraba viudo. Ella sentía un zumbido sutil. ¿Al aceptar la solicitud de Farnas acerca de reconocer a sus hijos Agenor y Olimpia había caído en una trampa para sujetarla aun más en su condición formal de casada y comprometerla como tal frente a sus dos hijos? En el toma y daca de apoyos mutuos con Farniaques, se mostró condescendiente como un consumado maestro de la intriga, dispuesto a todo por impedir el divorcio. Un divorcio presentido, nunca hablado. Por unos minutos consideró que de no dar un golpe de timón a su suerte, siempre estaría atada para avanzar a una relación plenamente libre y disfrutar de su felicidad. Por ahora descartaba el divorcio, nunca lo firmaría ““varano””, pondría todas sus estratagemas para objetarlo. Todo le pareció confuso oscilando de un extremo a otro sus especulaciones. ¡Una jugada del azar en el embrollo del título de propiedad del taller dañaba los cimientos de confianza por la llaneza de carácter de Marco! También lamentaba las suspicacias de Diana que ahora podrían multiplicarse. Justo cuando empezaba a sentir cierta opresión como un calor casi maternal, espontáneo, hacia aquella joven que apenas conocía. Ella sin hijos para su sucesión y en las pocas veces que había extrañado ese vacío de toda mujer cuando mira los hijos de otras mujeres, una dicha que a ella le faltaba. Y la incipiente relación con Diana, ahí a su lado, se arriesgaba al punto de arruinarse. El mohín de Marco resultaba más que explicable y apreciable. 166

“Cien hijos de Elena” .- En resumen, señora Elena, para poder servir sus indicaciones, nos quedan dos caminos. Usted habla con su marido para rectificar o adecuar la escritura ya a nombre de Martín Rebolledo. Pero no estará en el registro público hasta que usted me lo ordene. Yo me encargo, o bien queda a discreción suya cualquier otra solución que satisfaga al señor Marco, aquí presente.- el notario de unos cuarenta años, de gafas planteaba el punto por el cual se reunían. .- Quisiera si es apropiado, que usted licenciado, le instruya a su asistente que revise una vez más sus archivos y me confirme que no hay ninguna confusión en este caso. La posesión en manos del señor Marco ya cuenta con años de antigüedad y no se había presentado cuestionamiento ni duda alguna. Quiero dejar muy claro que el convenio para la compraventa del taller fue un acto de buena fe, que todo ha sido un error de mi parte al no consultar con usted. Estoy dispuesta a satisfacer hasta donde me sea posible el cumplimiento de mi trato para que el señor Marco conserve a su favor el inmueble. – Elena insinuaba cualquier esfuerzo o tal vez hasta recovecos legales a favor de su amante. .- A petición del señor Marco, ya he hablado con Martín Rebolledo. Le propuse algunas opciones, que estarían sujetas a la aprobación de usted, para que se le otorgue la propiedad de otro inmueble de iguales o mejores condiciones. Tiene un restaurante en sus proyectos personales. No aceptó. Me respondió que como premio a su fidelidad y trabajo con el señor Farniaques había recibido facilidades para quedarse desde hace años con el sitio. Al señor Rebolledo le parece ideal para su futuro negocio. – el notario acomodó sus gafas.- Asumo que yo le fallé esta vez

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“Cien hijos de Elena” señora Elena, al no tenerla a usted al tanto sobre sus propiedades y darle un reporte mensual confiable .- No, no tratemos de buscar culpas, de nada nos sirven. Veamos cómo se puede arreglar. Debe haber alguna forma. Vea por favor cualquier salida que nos convenga.- insistió. Rehuìa encontrarse con la mirada de su amante, quien miraba y escuchaba atento con aire profundamente abatido como un sentenciado a muerte. Pasaron unos largos instantes de silencio. Tampoco Diana creía oportuno decir algo. Marco caminaba pausadamente hacia la puerta con intención de retirarse, sintiéndose defraudado. Sus sueños se marchitaban de un solo golpe. .- Por mi parte, haré todo lo que me diga Marco. Licenciado debe haber un modo…. Con toda su experiencia. Se lo encargo. Es de gran importancia para mí. O bien, Marco, si hay una solución, dime. ¡Lo que cueste!- de repente Elena dijo con una emoción viva, buscando su mirada. Marco estaba de espaldas hacia ellos. Volteó pausadamente hacia ella. .- Entonces, sólo hay una respuesta, ¡cásate conmigo! – Marco hizo una seria inflexión de todo su cuerpo hacia ella. Su voz fluía entre su perturbación y todo su anhelo de felicidad. Elena misma quedó asombrada de aquel hombre, su amante, que se había alejado de ella por unas semanas y, que parecía ya no importarle nada después de sus desgracias con el accidente. Ahora era viudo. Ambos se miraban fijamente. .- Te lo pido entonces como debe ser. – Marco dobló una de sus rodillas y se dirigió nuevamente a Elena.- ¡cásate, casémonos, te lo pido y te prometo siempre amarte y respetarte! 168

“Cien hijos de Elena” Conmovida como nunca, Elena lo levantó con sus manos y le extendió los brazos. Con un largo beso, daba respuesta a Marco. Algo más susurraban entre ellos, ajenos al entorno. El notario tomó del hombro a Diana y se alejaron unos pasos de la pareja. En el televisor del abogado iniciaba el noticiero vespertino. Dos eventos de interés para la comunidad. “El señor Farniaques designa como herederos universales a sus hijos Agenor y Olimpia. Por fuentes confiables, el mismo señor Farniaques se encuentra en una situación grave de su salud”. Solamente el notario y Diana escuchaban ahí la noticia televisiva. Marco tomado de la mano con Elena, venía hacia ellos. .- Tengo que retirarme. Gracias a usted licenciado y a ti Diana.- la expresión de Marco había cambiado alentado por un soplo misterioso. Haciendo ademanes de que regresaba con ellos, Elena lo acompañó a la puerta de salida. Sólo era cansancio el motivo de Marco al retirarse. .- Bueno, Diana, me siento muy emocionada pero también te debo una disculpa por hacerte venir y quitarte tu tiempo. Ahora más te refrendo lo que hablamos. Debo hablar con el notario unos minutos y quisiera que tú misma veas si deseas esperar o si veo que un taxi te lleve a donde quieras ir.- Elena se veía confundida, incierta. Algo la unía a la joven, un lazo misterioso, acerado, por el cual se dejaría guiar hasta el fin del océano. .- Quisiera esperarla, si está de acuerdo. Seguramente usted ya sabrá lo que el noticiero acaba de dar a conocer sobre los herederos universales del señor Farniaques. .- Según informan, su marido se encuentra muy mal de salud, señora Elena.- completó el notario. 169

“Cien hijos de Elena” Tanto Diana como el notario eran ajenos a las mañas y manipulaciones del rufían que por años faroleaba a los cuatro vientos sus graves achaques, de moribundo, burlándose de todo el mundo. Su puente entre la hipocondría y la pantomima era el puente más estrecho y pequeño de todo el mundo. .- Te agradezco de verdad que me esperes. Han sido muchas sorpresas para un solo día. Y licenciado si me concede unos tres minutos, ya lo dejaré en paz. .- Con gusto, no hay ningún inconveniente señora. – dijo al entrar a su privado. .- Creo que ya debo pensar en mi testamento. – se lo manifestó sentada en su privado. Le expresó su decisión a grandes líneas. Había que definir aquellas propiedades ya establecidas, las copropiedades y las que debían deslindarse del dominio de su marido o de cualquier otra figura legal. Le indicó que en un apartado señalara una lista de negocios o inmuebles en forma de usufructo vitalicio para ella misma, para asegurar sobre toda contingencia su capacidad de atender sus propias necesidades. Las propiedades y derechos eran un pastel muy grande, si bien frente al capital del mafioso del marido, su fortuna quedaba opacada. Diversos conflictos surgían por bienes no deslindados entre ambos, pero siempre los arreglaban con facilidad y en armonía. .- Muy bien, señora, Le tendré un borrador lo más pronto posible para que por favor lo verifique usted misma. Ahora me dice por favor los nombres de los beneficiarios de esta voluntad suya.

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“Cien hijos de Elena” .- Por supuesto, Marco Sarabia, Daniel Sarabia y Diana Valtierra. Le pido que sea yo quien les transmita esta disposición, salvo que ocurra algo inesperado que me prive de esta facultad. Pese a los años de experiencia como notario, su aire siempre flemático se trastornó por un instante. .- Muy bien, ¿a partes iguales? Necesito papeles de identidad de ellos. .- Me haré cargo de obtenerlos. Además señale con el fundamento que usted crea mejor, que en caso de suceder que uno de los beneficiarios no pueda aceptar por cualquier razón, o que expresamente rechazara esta voluntad, entonces podría quedar hasta un solo beneficiario como última opción. .- Suponiendo algo extremo, y que ninguno pueda beneficiarse, ¿qué indicación me da usted? .- Espero que como usted mismo lo dice no ocurra tal eventualidad, entonces todo sería para las beneficencias que usted ya conoce. Tal vez alguna nueva. De cualquier manera lo que ya está en posesión de las beneficencias y algo más, quedará debidamente asignada para ellas. .- De mi parte es todo, señora, si es que no existe otra indicación suya. .- Si, solo quiero pedirle me asesore en una ocasión próxima de los pasos que requiero para una adopción. .- ¿Una adopción? Se refiere a un hijo. .- Si, quiero tener una hija adoptada. Se llama Diana, pero antes debo asegurar algunos detalles. .- Claro, le prepararé lo necesario. Al parecer, absorta en una llamada por celular, Diana esperaba afuera del privado, ajena a las disposiciones 171

“Cien hijos de Elena” testamentarias ahí determinadas. Tomaba nota de los datos que recibía por el celular. .- Ya nos podemos ir.- Elena le aclaró. Caminaron rumbo al carro estacionado en el exterior del despacho del notariado. .- Creo que debo abusar de tu confianza y hablar algo contigo.- Diana se mostraba a la vez inquieta y resuelta. Ya avanzaban a bordo del carro. .- Es lo que más necesito, que me tengas confianza, y me digas todo lo que me puedas aconsejar. Me siento tan desorientada. .- He pensado que la petición de Marco implica muchos cambios y desafíos. Obviamente la reacción de tu marido se dará con mucha violencia. Pero se puede solucionar de algún modo. O atemperar. No soy la persona apropiada, pero si lo podemos comentar, alguien debe hablar con el señor Marco y lograr que por el momento asimile estas novedades. Elena reflexionaba sobre los puntos que, su joven compañera ponía en blanco y negro. .- Todo es muy novedoso para mí también. Créeme, no sé bien qué hacer. Tú puedes ver con más objetividad estos enredos. Dime tu opinión y hablemos con toda libertad. .- También me siento confundida, pues faltan muchos datos y reacciones por conocer. Me emocionó mucho cuando te pidió matrimonio. Estuve pensando este rato que debieras tomar tu tiempo y tomar unas vacaciones con Marco. Es mi impresión según lo que veo.- Diana lo dijo balbuceando. .- ¿Unas vacaciones? Hace mucho tiempo que no lo hago. ¿Por qué no? Y ¿Marco? .- Supongo que si te place, lo hagas de una vez. En caliente, como decimos. 172

“Cien hijos de Elena” .Me gusta la idea, las necesito para estrechar mi relación con Marco y ver con más claridad muchas cosas. ¿Has pensado en algunos lugares? – dijo Elena. .- Sí, me permití avanzar en... .- Déjate de formalismos conmigo. Date cuenta de todo lo que vales para mí, para desenredar todo, pero ¿Daniel? .- Tengo amigos que me ayudarán. Daré toda mi prioridad para encontrar a Daniel. Confía en que tengo algunas ventajas para ello. .- Y ¿qué lugares se te ocurren? .- Creo que es mejor que puedan partir ahora mismo. Algunos sitios turísticos de México y de Europa. Allá podrás claro hacer los cambios que quieras. .- ¿Tan de repente? .- Sino, no lo haces, ¿cuándo podrás disfrutar de un momento como éste? Me refiero a Marco y .. Si, cierto, vayamos a su casa. Es decir, al taller. .- Mejor déjame hablar con Marco y tú me ayudas con los preparativos y maletas.- dijo entre broma. .- Vaya que eres de una pieza…- Diana la abrazó, deseándole que fueran felices.

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CAPÍTULO XXI Grandes sorpresas. La tarde del día siguiente, surgieron extrañas inquietudes y desasosiegos en la casona, en el despacho de Elena, cuando ella entró por la puerta especial. Su secretaria, Cristina, la esperaba, pese a la hora. La actividad parecía inusual. .- Siento distraerla señora, pero hay varios asuntos urgentes.- el nerviosismo de la secretaria brillaba en sus ojos como luces de luciérnagas nocturnas. .- No hay de qué preocuparse, te lo aseguro. Veamos los casos que creas importantes. .- Bueno, la quieren ver con urgencia los señores Agenor y Jeykol. .- ¿Vienen juntos? – dijo con un gesto de extrañeza. .- No, el señor Jeykol está aquí en el recibidor y el señor Agenor me pidió que lo comunicara con él en cuanto usted llegara. .- Correcto, lo atenderé personalmente. Sólo me urge un asunto. Dile a Jeykol que no se vaya y que lo recibo en un momento. Pasa a Agenor cuando llegue. La secretaria salió por un instante para comunicarse con Agenor. No demoró en presentarse. Agenor entró directamente al despacho de Elena. Sus arrebatos y voces desgañitadas del hijo de Farniaques hicieron temblar, durante el día, a los subordinados. .- Señora, creo que usted me evade. Tenemos muchos asuntos de qué hablar y tomar algunas decisiones.-

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“Cien hijos de Elena” exclamó con nerviosismo el hijo de Farniaques con sus aires faroleros de diplomado bisoño. .- Bien, con gusto. Prepara una agenda de los puntos que deseas que tratemos y me la envías. Envíala con atención a Diana, mi asistente, con los documentos que sean necesarios. – dijo Elena poniéndose de pié para significar el término de la breve reunión. Cristina casi chocaba con Agenor quien terminó la entrevista visiblemente contrariado por la entrevista expres. Su malestar aumentó por la decisión de turnar su asunto a un subordinado. Y se alejó a zancadas. La secretaria oyó el timbre con que la llamaban. .- Ahora, escucha bien esto, Cristina. De mañana en adelante, tendrás una nueva jefa, me suplirá cuando yo no esté. Te pido que la apoyes estrictamente como si fuera yo misma.- Elena parecía distraída buscando algo en su escritorio. .¿No cambia mi situación? Me siento preocupada. ¿Alguna instrucción en especial? – Cristina, la secretaria, no ocultaba su nerviosismo por la prepotencia y amenazas de todo tipo de Agenor. .- Nada, nada. ¿Qué te pasa, Cristina? Tu situación no cambia en nada. Siempre he tenido confianza en tu trabajo, pero tomo algunas previsiones. No le des información importante a nadie más que a una persona que me suplirá por unos días. ¿Está claro? Y no te preocupes. .- Sabe que siempre contará conmigo y toda mi dedicación y discreción, y ¿quién es esa persona? .- Te dejaré nombres e instrucciones en un sobre cerrado en tu escritorio. No digas nada, no preguntes nada, no pasa nada, ¿está bien? Ve a dormir con toda tranquilidad. 175

“Cien hijos de Elena” .- Si, gracias por su confianza y me ganaré la de esa persona. Adiós. .- Como si fuera yo misma. Cristina, ya te puedes ir. Dile a Jeykol que pase. Primera vez que Jeykol mostraba una cara sombría, excitada. Alguien enteramente distinto al que conocía por buen tiempo. .- Buenas noches y gracias por recibirme señora. .- ¿Qué es lo que sucede Jeykol? Qué asuntos parecen tan urgentes. .- Disculpe mi impetuosidad, pero ante todo vengo a pedir su consejo y apoyo. El joven Agenor me llamó. No sólo me despide, me ha ordenado que me vaya. Me da pronto, que me vaya no sólo de aquí, sino del país. Me parece excesivo, injusto, he trabajado mucho para el señor y sería mi ruina. Sin omitir que afectará el resultado de algunos proyectos que el señor Anaya me encargó. No sé cómo decirlo, pero creame, soy indispensable, al menos en algunos proyectos. Me parece una resolución muy precipitada. .- ¿De qué proyectos se trata? Tengo poco tiempo, necesito el resumen. .- Le tengo listados, vea por favor solo las carátulas.- el antiguo bufón mostraba un desempeño distinto, tenía armados los trabajos o expedientes con una presentación envidiable.- Vea por favor usted misma. .- ¿Tiene idea de por qué le piden que se vaya tan de repente? – Elena exploró posibles escenarios a la vista. .- No, en absoluto, tampoco me pidieron cuentas. Por cierto, manejo fideicomisos con fondos que pertenecen al señor Anaya. Lo muestran estos papeles que me permito entregar a usted. 176

“Cien hijos de Elena” .- Bueno, ya es muy noche, déjeme estos asuntos. Y pensaré qué hacer. Concluimos con dos puntos. Uno, no se vaya, usted mismo vea con la secretaria de Agenor que yo misma le he ordenado que no se vaya hasta arreglar asuntos de mi competencia con usted. .- Disculpe mi impertinencia, pero ¿si no me contesta o persiste en su posición? – dijo Jeykol todavía medroso. .- No pasará nada, no se preocupe, yo creo conocerlo a usted y tendrá suficiente habilidad para esto y más. Le insisto, solo diga que yo le ordené que no se vaya, hasta que yo misma se lo indique. .- Y ¿el otro tema? – preguntó curioso. .- El otro tema, es algo muy especial en que usted me ayudará. Mañana venga por un expediente que le dejaré con mi secretaria. Confiaré en sus habilidades. Dedique todo su tiempo, todo su talento, todos los medios que necesite estarán de inmediato a su alcance. Averigüe desde ahora mismo el paradero de Daniel Sarabia, un joven de unos veinticinco años. Todos los datos estarán en ese expediente y los recursos sólo pídalos a mi secretaria. – el viejo comediante no adivinaba cómo de repente Elena le confiaba algo tan especial. Conocía entonces el tema sobre el accidente, pero no a fondo. Así Jeykol se infló de sus bríos proverbiales. .- Hay un tercer asunto. Usted ya sabe quién es Martín Rebolledo.- Jeykol apuntaba lo relevante y movió la cabeza afirmativamente.- Convénzalo de que acceda a vendernos un inmueble que acaba de adquirir. ¡Usted tendrá la información mañana! No lo coaccione, sólo use la persuasión. Maneje esto con toda discreción.

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“Cien hijos de Elena” .- Si, señora, délo por hecho. Cuente conmigo, verá mi trabajo. Pero, ese inmueble, ¿me lo vendería a nombre de usted o a mí? – volvía a ser él de antes. Elena hizo un gesto de asombro. Jeykol entendía muy pronto y daba por resuelto el asunto del taller. ¿Conocería tan bien a Martín Rebolledo o era otra fanfarronada más de las suyas? .- Ahora debo irme y espero sus noticias. .- No sabe todo lo que agradezco su…- la voz de Jeykol vibraba de emoción, pues el salir expulsado le hubiera implicado no sólo pérdidas cuantiosas, sino cargos penales para que lo persiguieran por todo el mundo.- Haré lo mejor posible. .- Si, si, ya debo irme.- y Elena se retiró. Jeykol parecía haber superado la angustia de las presiones que le acababan de poner al borde del pánico. Y claro más que contento de ahora sentirse protegido y servir a Elena Carasao. Mientras, Elena salió de su oficina y se asomó cerca de la habitación de Farniaques. Estaba solo postrado en su cama, auxiliado por una enfermera. Las luces a medias para no fastidiar al enfermo. Su destino llevaba el signo de la soledad, una soledad absoluta. ¿En cuánto tiempo recuperaría su salud, cuántos días o semanas? No le importaba eso a nadie, ni a sus hijos que heredarían una fortuna muy superior a la suya. Era un comediante aun para morir, se burlaba de los demás, duraría muchos años más en medio de las borracheras y las prostitutas, derrochando dinero y las pocas energías disponibles. Caminaba hacia sus habitaciones independientes del resto de la casona, cuando sonó su celular. 178

“Cien hijos de Elena” .- ¿Elena?, hola todo arreglado. En unas horas deben salir rumbo al aeropuerto.- Diana era muy puntual. Ya era de noche. .- Gracias otra vez, no me gusta ir a los aeropuertos. Pero, estando arriba, me siento bien. .- No vas sola. Marco ya debe estar esperando. Su primera parada será Costa Rica. Te gustará y a Marco también. El lleva todo el papeleo, reservaciones y todo. .- Gracias otra vez por tu apoyo. ¿Cómo lo tomó? .- Muy bien, está contento. .- ¿Quién nos llevará? No es conveniente que tú vayas. .- Descuida, será mi suegro, el papá de mi prometido, Ricardo. Pasará por ti, por favor sé puntual pues le dije que no tocara el claxon. La actitud de Diana aun revelaba la dificultad de definir su relación de amistad o de exagerado respeto hacia Elena. .- Qué bien planeado, pero un favor más, ¿podrías venir a mi oficina mañana para que me ayudes con algunos asuntos? Cristina, mi secretaria, te apoyará en todo. .- Claro, ahí estaré, vete tranquila, me haré cargo.

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CAPÍTULO XXII Diana y Agenor.

Casi le gritó Agenor a la secretaria de Elena, cuando ésta contestó la llamada telefónica. Apenas llegaba a su oficina al día siguiente. Reclamaba el desprecio con que ignoraban sus llamadas por teléfono. .- La señora Elena hablará con usted en cuanto disponga de tiempo. Ya tiene su mensaje.- cumplía mejor su tarea cuando teniendo la razón, defendía los intereses de casa o bien si intentaban lastimar su estima, sin achicarse. Ya no escuchó sino un resoplido del otro lado de la línea. .- Entonces, dígame dónde está para localizarla. Es algo urgente.- la secretaria echó mano de su soltura frente al invasor. Respetaba al mismo marido de su jefa, pero había aprendido a manejar situaciones de presión. .- Ni yo lo sé. Ella se comunicará con usted, ¿algo más? Ya no hubo respuesta, sino que se cortó abruptamente la línea del teléfono. Ni se ocupó del asunto, pues la secretaria vio que entraba una joven al despacho, echando un vistazo al entorno. De inmediato, supuso quién era. Podría decirse que se trataba de la hija de Elena Carasao, si no tuviera sus antecedentes. No sólo su perfil físico sino su garbo y estatura las asemejaba y algo más que le resultaba difícil de describir, pero que lo perturbaba. .- Hola, bueno días. Me presento, soy Diana Valtierra. .- Gusto de conocerla, quisiera informarle de varios asuntos. – la secretaria abrió la puerta del privado.

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“Cien hijos de Elena” .- ¿Por dónde empezamos? Dime tu nombre. – Diana tomó asiento en un sofá del privado, muy cerca del escritorio. .- Cristina, la apoyaré como si fuera usted la señora Elena. – la secretaria pensó en que nadie preguntaba por su nombre. - La señora Elena me dijo que usted se instale aquí en su privado. .- Cristina, necesito mucho de tu apoyo. Ponme en antecedentes de lo más importante..- Aquí dejó ella unos expedientes y un sobre cerrado para usted. - Los documentos llenaban el espacio de la mesa redonda con vidrio al centro. Dentro del sobre cerrado, se encontraban unas llaves y algunas líneas. “Diana: Las llaves son de la caja fuerte, ahí encontrarás dinero para algunos asuntos. Dale un vistazo a los resúmenes de estos documentos. Nuestra prioridad como acordamos es lo referente a Daniel y lo relativo al taller. ¡Disculpa por encimarte todo este trabajo, apenas pude con estas breves líneas! Estoy muy emocionada no sólo por el viaje, sino que doy gracias de haberte encontrado como mi mejor amiga, y espero ganarme alguna vez tú cariño como si fueras mi propia hija. Comprenderás que no hay manera de explicarte todo, pero ayúdame con tu mejor disposición en aquello que te sea posible y que nunca podré agradecerte como quisiera. Tu amiga, Elena”. Diana algo extraña a las efusivas expresiones, no dejó de conmoverse, pero había que afrontar varios problemas. ¡Vaya giro de la tuerca, de las coyunturas de la vida, ayer Diana acusaba o sospechaba de Elena, como esposa de Farniaques en cuanto al accidente, y unos días después, ocupaba el lugar de mando del pequeño pero importante 181

“Cien hijos de Elena” imperio que Elena dominaba desde el mismo escritorio de caoba que ella ocupaba. ¿Lo de ganarse el cariño como hija suya? Sí que el mundo da sorpresas, se dijo. .- Ya está aquí el señor Jeykol.- avisó Cristina, la secretaria, irrumpiendo sus pensamientos. .- Dame algunos datos de antecedentes sobre él. Lo más relevante. Las relaciones de Jeykol con ““varano”” y con Elena y algunos puntos sobre los trabajos principales que desempeñaba, según su conocimiento, fueron puestos sobre el tapete en un reporte sucinto. .- Hazlo pasar y prepara aquello que consideres importante.- Diana le parecía en todo como si fuera la misma Elena, su alma gemela. .- ¿No quiere llamar al señor Agenor? Le urge hablar con usted. .- Ahora no. Ya veremos después.- sorprendió a la secretaria la serenidad con que Diana asumía su encargo y le transmitió más confianza que nunca. Comenzó a leer los resúmenes de cada expediente, mientras tomaba café. Intempestivamente irrumpió Agenor al privado. .- No puede ser, ¿no sabe quién soy? Usted y su secretaria deben responder a mis llamadas con toda prontitud… ¿Quién demonios es usted? – pese a su apariencia tan débil, sus lentes, su complexión algo delicada, el ex abrupto de Agenor pretendía imponer sus reglas y una presunta jerarquía. Una llamada por el celular de Diana, le cayó como del cielo. La atendió gustosa. .- Si, dime.- Diana se recostó en el sofá de piel, ignorando al invasor. Escuchaba con calma en la línea, cruzando sus 182

“Cien hijos de Elena” lindas piernas. Calculadoramente le dio casi la espalda a Agenor, continuando con su celular. - Te parece si nos vemos hoy por la tarde. me gusta llevar las cosas a mi gusto y tiempos. .. Si, claro, ahí estaré, chao.- su voz y ademanes emanaban coquetería, acrecentando sus atractivos femeninos. Diana vestía un pantalón corto azul marino, llevando al descubierto sus largas piernas, así como una blusa blanca semitransparente, combinando un efecto de inocencia y coquetería perturbadora. Con estudiada atingencia, volvió al visitante. .- Agenor, no tengo el gusto de conocerte personalmente. Si te parece que haya asuntos que tratemos, nos podemos ver por la tarde o maañan. – la voz pausada, metálica de Diana dominaba los espacios del privado. .- Son asuntos muy sencillos. Los veremos en privado y ahora. Y si algo urge es que el tipo que está afuera de esta oficina, debe largarse del país de inmediato. Yo mismo di esa instrucción.- Agenor quería imponerse, pero su tono corporal, el sube y baja del timbre de su voz aguda delataban sus incongruencias internas. .- En absoluto, no. Todo lo veremos más tarde. El señor Jeykol no se puede ir sin consentimiento nuestro, sin terminar asuntos pendientes. También hay asuntos pendientes que conciernen al matrimonio Anaya. De cualquier modo, te recuerdo que esta oficina es de negocios de la señora Elena Carasao y aquí no hay nada que te incumba. No tienes ningún mando sobre nadie aquí. Ni lo pienses. Me respetas y te respeto, es todo. Eso no está a discusión.- no había más remedio que meter orden en la relación con el joven intruso, impertinente.

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“Cien hijos de Elena” Evidentemente, Agenor concentró sus lanzas en asestar un golpe efectista dejando suponer que Farniaques gozaba de privilegios y mando sobre los negocios de su mujer, de lo cual no estaba informado correctamente. Ignoraba el estilo de zorro, de ambigüedad con que gustaba de que algunos negocios suyos se interpretaran en ventaja suya. ¡No cayó en la cuenta de su error! Era un juego del todo o nada, pues si fallaba, perdía todo. .- ¿Quién decide aquí? Usted es una extraña. – Agenor no dejaba de mirarla, lo traicionaba su sistema glandular, y se conducía como un adolescente implorando atención, embargado por la belleza de Diana. Pero estaba consciente como ella de su antagonismo que los ubicaba frente a frente en el campo de batalla. .- Y ¿quién dice eso? No acostumbro a recibir presiones de nadie. Bien sé mi papel aquí. - una sonrisa de la joven, con su escote de la blusa cruzada y pantalón atrevidos, remataron la entrevista improvisada. Sin pensarlo, Diana se puso de pie, finalizando la reunión. .- Exijo que me traten con respeto, como deben tratar a mi padre. Nos veremos.- Agenor se marchó del privado, alcanzando a dejar una tarjeta sobre el escritorio de Diana, mirándola furioso de reojo. .- Que tengas buen día.- Diana subió el tono de voz para que le oyera y se dirigió a Cristina.- Ahora sí que pase el señor Jeykol.- El comediante entró con lo mejor de su amabilidad. Tomó asiento frente al escritorio donde ya estaba Diana. Algo alcanzó a escuchar. .- Empezará usted con el asunto de Daniel Sarabia. Sé algo de su experiencia. Le entrego el expediente con toda la información que necesita. .- Diana fue al grano. – Llévese 184

“Cien hijos de Elena” los documentos, aquí le entrego un dinero, y tal como usted aceptó, comience a resolver estos asuntos de inmediato. .- Sólo le pido un minuto. Estoy a sus órdenes como me lo indicó la señora Elena. Cuenten con todo mi esfuerzo. Toda la noche le di vueltas a los encargos y me anticipo a decir que se trata de uno solo, que es lo mismo un caso que otro. Ahora estoy especulando, pero pronto le traeré noticias. También quisiera libertad y autorización de parte suya para los gastos de este asunto.Jeykol no faltaba a su predisposición a la discrecionalidad y hasta dispendio en gastos a cambio de ser eficaz en resultados. No mencionó que ya había consultado con sus fuentes de información. ¡No perdía un segundo! .- Supongo que usted ya está mejor enterado. Ya que lo menciona, esperamos que pronto nos traiga noticias. ¡Como si fuera lo más importante en su vida! Todo está en ese expediente de carpeta amarilla. Respecto al dinero, haremos una transferencia a su cuenta bancaria, cuando sea preciso, y usted llevará una relación de lo que gastó por cada concepto, incluyendo sus propios gastos.- el tono ejecutivo de Diana impuso una norma de disciplina. .- Correcto. Me siento en deuda también con usted. Sobra decir lo que significa para mí sentirme salvado de que me expulsen… .- Bueno, nadie puede garantizar nada. Hacemos lo que esté en nuestras manos por ayudarlo y usted cumplirá su compromiso de dedicarse y actuar de inmediato. .- Claro, cuente con ello y más. – el comediante se retiró mostrándose humilde. Diana llamó a la secretaria.

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“Cien hijos de Elena” .- Vamos al centro, vamos de compras. Necesitamos almorzar y de un mejor ambiente.- tomó algunos de los papeles. .- Muy bien, ya llegó el personal, el abogado y los asistentes. ¿Alguna indicación para ellos? .- De momento, no. Que sigan con su agenda. Urge ir al banco y otros asuntos. Salgamos. .- Dejaré bien cerrado.- dijo Cristina. Un chofer se hizo cargo de trasladarlas. De repente, una idea asaltó a Diana. Y bien pensó, ¿hasta qué punto Elena le dejaba al mando de sus recursos, de su capacidad de decisiones para que, estando ella en los zapatos de Elena literalmente, se diera cuenta cabal de sus límites aun para su misión de hacer justicia a Daniel y Ricardo?

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CAPÍTULO XXIII El ex guardaespaldas. Jeykol fue directo a su propósito, no se andaba por las ramas el famoso bribón. Lo meditó durante toda la noche. Al apreciar que le ponían las insignias de comandante, sentía la motivación para hacer suyo el encargo. Valoró según los datos, que estaba en juego la suerte de Daniel Sarabia, a quien no conocía. Le fascinó su papel de detective, tan compatible con su calidad de actor. Un detective detecta, olfatea de modo natural al comediante y viceversa, así como el sabueso sabe rastrear las pistas. Fue directo a la casa de Martín Rebolledo. Pero, a fin de explorar el terreno, primero puso en su mira a la compañera de Martín. Divorciado de su mujer, se había ido a vivir con su amante, una joven morena de exuberantes formas. Jeykol supuso que su situación la volvía una presa ideal. Jeykol dio unas vueltas cerca del domicilio, esperando tener suerte de encontrarla a solas. Tocó la puerta de un departamento al azar. .- Buenos días, ¿la casa del señor Martín Rebolledo? – inquirió Jeykol. La joven llevaba un bebé en sus brazos. .- Si, ¿quién es usted? … Pero si ya nos conocemos, Jeykol.la joven extendió su mano para saludarlo efusivamente. Jeykol pensaba si esta situación imprevista era lo mejor para su propósito, cuando ella le ofreció que pasara al interior de su departamento. .- Gracias, ¿puedo esperarlo aquí o vengo más tarde?

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“Cien hijos de Elena” .- Jeykol, pero si somos tan amigos, pásale, Martín ya no tarda. Vaya que nunca faltan las sorpresas.- ¡Una joven de belleza tan espectacular invitándolo al interior de su departamento a solas con el bebé! – Me llamo Marta, ¡ya se te había olvidado, no te hagas el idiota! Jeykol, azorado, miraba a su alrededor, temiendo caer en una trampa. ¡No se necesita ser detective para saber de los riesgos de meterse a una casa ajena, donde al invasor inocente, lo pueden acusar de varios cargos con facilidad! .- Gracias por recibirme. Mira, urge este asunto, necesito tu confianza, quiero ganar tiempo. Es un asunto especial para mí. Déjame ponerte en antecedentes. Tú decidirás si me puedes ayudar. – Jeykol decidió jugar toda su apuesta con la joven. Simulando la fuerte impresión por la belleza de Marta, deseaba hablar con ella, en ausencia de Martín. El gesto de Marta parecía de contrariedad.- Es algo bueno para ti, muy bueno para ustedes. Escucha bien por què me apuro a explicarte. .- Pues dime, si que parece importante. ¡Te preocupa que llegue Martín! Es obvio. Vivo con él. .- Qué bueno que nos ahorramos aclararlo. Me interesa más de lo que crees. Pienso en un gran negocio. Sería ideal que lo hagamos juntos, como socios.- Jeykol deseaba que no llegara antes de su discurso el marido, ya entrado en años. .- Cuenta conmigo. Me gusta tu franqueza. .- Martín, tu marido, es propietario de un bodegón en el centro de la ciudad. Voy al grano.- la joven movió su trasero y todo su cuerpo conmocionada por tantos formalismos, tan extraños para ella.- Piensa en mi oferta. Date tu tiempo, sé que puedes influir para que Martín acepte mi oferta. Tengo socios grandes para explotar ese 188

“Cien hijos de Elena” inmueble. Te garantizo mucho dinero. Les ofrezco el triple de lo que vale, además de otras ventajas que las puedo demostrar de inmediato.- a pesar de su nerviosismo, Marta puso atención. .- Mira, todo lo que sé es que Martín piensa en un restaurante, es todo lo que le ha pensado sobre ese lugar. Aun no aprende a pasarla como jubilado. Necesita gente para el restaurante pero no tiene dinero. Además no tiene experiencia. Al menos le diré lo que nos propones… pero está llegando, le dará gusto verte.- Marta fue a abrir la puerta de entrada. .- Mira quién está aquí, buscándote.- Martín entraba con unas bolsas de supermercado. Reconoció a Jeykol.- Quiere saludarte. .- Acaba de llegar y le pedí te esperara. ¡Tiene aquí unos segundos! .- Gusto de verlo. Hacía tiempo de no verlo, me separé del trabajo con el señor Anaya y aquí estamos. ¿Para qué soy bueno? .- ¿Les sirvo algo? Un refresco o café… Mientras platican sus asuntos. – la joven intentaba aliviar cualquier tensión y manejar las cosas bajo el ambiente tranquilo de un museo. Y lo estaba logrando. .- Supongo que extrañas tu trabajo, sé que te gustaba mucho.- aventuró Jeykol. .- Un poco, un poco, si la extraño, pero tiene sus asegunes. ¿No querrán que vuelva? .- No, realmente es algo mucho mejor para ti. Tal vez recuerdes el negocio que inició la familia Anaya hace unos meses. Un fraccionamiento de viviendas allá por el sur de la ciudad. Se llama “Vergel del Olmo”. Lo tengo a mi cargo. 189

“Cien hijos de Elena” Jeykol mentía, echando el anzuelo en busca de una reacción. Un riesgo calculado. .- No, sólo sé que es una construcción nueva. Me ha gustado mucho, viéndola por fuera. – Martín no sospechaba del anzuelo, ni sabía al parecer nada sobre Agenor como hijo heredero. .- Administro solo una parte, pero tengo capacidad de decidir algunas cosas. Necesito gente con experiencia, como tus dones especiales para diversas actividades que se relacionan con este proyecto. .- Si en algo te puedo servir.- Martín obvió su interés sin ambages, estimulado por su codicia. .- No me lo vaya a quitar de la casa, Jeykol, lo quiero todo el día aquí. Estamos de luna de miel.- la joven interrumpió echando los brazos al cuello de Martín, pese a que llevaba pantalones cortos, mostrando sus torneados muslos. Sus artes obraban para reforzar la propuesta de Jeykol. .-Vaya, todavía no me dicen nada y ya te adelantas.- Martín la sentó a su lado. .- Pues se trata justamente de que tú no me dejes solo y de que nos podamos echar la mano en este negocio.- Jeykol ofreció sus argumentos y persuasión, lanzando al aire la tentación, picando la curiosidad. .- Deja que nos inviten a almorzar y le seguimos.- Martín pasó al baño, mientras Marta alentaba a Jeykol a no dejar de hablar con sus ademanes. .- ¡Si es algo muy sencillo! Tú aceptas ser mi gerente de seguridad del proyecto, un magnífico sueldo y además te ganas una casa del fraccionamiento y ya está hecho.Jeykol caminó hacia la ventana con gran aplomo.

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“Cien hijos de Elena” .- Hombre, cuenta conmigo, ¿pues yo qué hice? No creo merecer tanto. Que bueno que el viejo delegue sus negocios. Y mejor que lo haga contigo.- el ex guardaespaldas se veía confiado, satisfecho de poder impresionar a Marta, su joven amante. .- Si, ciertamente, yo necesito que me apoyes. Pero, concédeme dos favores, Uno, acepto la invitación a almorzar y los gastos que vayan por mi cuenta y segundo, vamos a ver el sitio, la casa y si aceptas mi idea, tómate tiempo para pensarlo y platícalo con tu mujer, pones fecha y todo lo acordamos, ¿cómo te parece? .- Es algo grande, magnífico. Con esa casa a nuestro nombre, y dejamos este departamento a cambio. Yo te ayudaré en todo. – la joven besaba efusivamente a Martín. – Vayamos a comer. Hablaron de muchas cosas, agregando la cooperación de la joven, empezaba a tener éxito el plan de Jeykol, mejor de lo que jamás le había sucedido. Después de comer fueron al sitio. Caminaron entre las casas en construcción. La gente del sitio trataba con respeto a Jeykol, quien se ostentó como director administrativo del proyecto. El presentó a sus dos invitados con toda cortesía. .- Sobra decir que, ya necesitas del servicio de seguridad.dijo Martín. .- Más que nunca y de inmediato. Hay algunos robos y otras anomalías.- comentó Jeykol. La piscina, áreas verdes y otras instalaciones del fraccionamiento cautivaron a Marta y a Martín. No lo ocultaban. .- Claro, tienes toda la decisión para lo que me ofreces.

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“Cien hijos de Elena” .- Si, por supuesto. Vamos a la casa muestra. Es algo más chica que la destinada para ti y tu mujer.- tal vez daba un paso en falso al comprometer su palabra. .- Bueno, lo vamos a platicar. A la mejor si la casa es muy grande, pero si nos conviene la vendemos. Depende de cómo nos convenga.- salió lo apocado del ex guardaespaldas. .- Yo te apoyo en lo que sea mejor para ti, mi amor. .- No, mi reina, primero en nuestro futuro. Un icono de la misma tentación sexual como Artemisa la cazadora; la tentación más electrizante que hubiera visto, pensaba Jeykol sobre la joven con su short, y ¿por qué no la había reconocido a primera vista? .- Tomen su tiempo. No hay prisa.- dijo el bufón. .- No, si hay prisa. Mira, pensaba llevármela tranquilo con mi jubilación, pero esta es buena oportunidad. Entonces, si tienes tú tiempo, nos podemos ver hoy por la noche. .- Si, claro. - Jeykol ganaba la primera partida.- Hoy por la noche en el restaurante del centro que está al lado del ayuntamiento. .- Perfecto, ahí estaremos, ¿verdad mi reina? ¿Cómo es que te ha ido tan bien? – dentro de su visión tan sencilla de las cosas, Martín atinaba al meollo. Había conocido a un Jeykol que en su inicio resultaba un extraño, y a duras penas y con rudeza lo recibía su jefe Farniaques. .- Tú sabes, esto que llaman capitalismo. Es como un nogal, es cuestión de estar cerca, muy cerca, si es que quieres nueces.- sonrió Jeykol y también Martín para demostrar sus dones en cuanto a intelecto. El comediante se entusiasmó del rumbo que tomaba su tarea. No quería precipitarse informando a Diana, con euforias no maduras todavía. Faltaba mucho por hacer para 192

“Cien hijos de Elena” asegurar las firmas necesarias. Apostó todos los recursos que le permitían doblegar su resistencia y atrapar a Martín, ¿o a su mujer? Quedó pensativo en esta encrucijada personal, la cual maduraba de modo obsesivo. Se esforzaba en recordar detalles dónde pudo conocer antes a Marta. ¿Cómo memorizar y diferenciar una mariposilla entre toda la bandada de mariposillas? Gregarias las mariposillas, igualmente depredadoras y cambiantes de piel una y otra vez, ¿cómo cazarlas con trampas? Pocas veces asistía Jeykol a las encerronas o bacanales organizadas por la gente de Farnas, pero ahí debió ella conocerlo. Las formas muy seductoras de la mujer de Martín lo perseguían a todas horas. Su presencia, su busto perfecto y sinuoso, sin omitir las provocativas ondulaciones de sus piernas, se adherían en su cerebro. La mariposilla capaz de aturdirlo significaba mucho en su nueva vida. Estuvo fascinado antes con otras mujeres, pero no había comparación alguna con sus nuevas sensaciones. En estas digresiones y con mucho trabajo encima, tomaba un café, cuando sonó su celular. Cristina le citó a las 16 horas de esa tarde. Ahora requería coordinar con toda puntualidad una y otra cita. Ambas de gran importancia. Con la meticulosidad de un perito de laboratorio, revisó su agenda. Cada proceso, cada palabra y ademán debían rendir sus resultados. Con algo de improvisación, los palomeaba, al paso que planeaba los avances de su siguiente ataque. Lo esperaba Cristina esa tarde. .- Hola, digame para que soy bueno. .- No se ha reportado, usted Jeykol.

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“Cien hijos de Elena” .- Comunique a Diana, por favor, que va muy bien el asunto del taller. Necesito toda su confianza y que apruebe mis decisiones, a veces sobre la marcha. Cristina lo miraba un tanto desconcertada. No conocía a fondo el trabajo de Jeykol. .- Pero tengo cita con ellos ahora mismo. Les ofreceré algo muy concreto. Debo irme.- ahora no hacía de comediante. .- Se atravesó algo de repente y no me es posible contactarla. – Cristina ignoraba los planes de Diana para el día siguiente. .- Pues debo irme, me esperan. – se despidió con su mejor sonrisa. Ahora Jeykol estaba seguro del grado de confidencialidad de su labor, al no obtener respuestas claras de Cristina. ¡Era algo muy directo y confidencial!

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CAPÍTULO XXIV La apuesta.

En su nueva actividad, Diana se enfrentó a un gran desorden. Nadie contaba con documentación actual, suficiente, de diversas cuentas, adeudos, activos, y otros conceptos. Tampoco podía seguir el hilo para recuperar esos papeles. Revisaba expedientes con ayuda de Ricardo. La ausencia de bitácoras por parte de los asistentes de Elena o resultaba abrumadora. Elena no tenía el de Elena responsabilizarlos por cada partida. Nadie podía nadie memorizar todo, registros de operaciones, y menos con detalles, fechas. Una tarea de meses por delante, nada de su agrado. ¡En resumen un caos y deficiencias para dar pasos firmes hacia delante! Por suerte o desgracia para todos, Agenor no mostraba signos de enterarse del mismo desorden. Había cuentas comunes de las que poco se sabía. Agenor se concentraba en la separación y liquidación de problemas comunes entre Elena y su esposo. De esa manera, no faltaron presiones y patrañas para embrollar las cosas, tildar algunos negocios de Elena como si hubieran derivado de un abuso de confianza contra el patrimonio de su marido. El motivo claro era beneficiarse de lagunas de información, de ser posible. Estaban enrarecidas porque muchos metían las manos. Diana hizo suyo el hábito de organizar un diario con los datos relevantes usando su pluma fuente como una espada para atacar las traiciones de la memoria.

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“Cien hijos de Elena” Azuzado por Olimpia, su hermana, Agenor movía sus fichas y maniobras para envenenar las relaciones con Elena, a la que ya veían como insaciable deprededadora de algunas propiedades. El estado de salud de Farnas impedía pensar en su papel de árbitro. Suponían que la gravedad duraría algunas semanas. Lo menos que Diana deseaba era decirle a Elena, a su regreso, que los montones de papeles y confusiones, impedían avanzar en el diseño de una oficina moderna. Y con cuentas claras. El rezago imponía una cuota de trabajo arduo por los meses siguientes, salvo que pasara algo. Una chispa y buscaría atajos para resolver las cosas. .- Ojalá sea mero instinto femenino. Y ¿entonces? .- Lo que no hemos visto es lo de Daniel. - ambos se daban cuenta de la amplitud o posible complejidad de la responsabilidad a cuestas de Diana. El hecho de plantearlo, de analizarlo confrontando sus puntos de vista, la colocaba en una atalaya observando un panorama mucho más enriquecido, como si viera el cielo estrellado no con la simple vista, sino con un telescopio, disfrutando de la gama de colores, sensaciones de profundidad y distancias o conexiones entre racimos de estrellas allá en el lejano cosmos.

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CAPÍTULO XXV Una cita providencial.

Martín llegó primero al restaurante. Ya esperaba a Jeykol. Estaba solo. Jeykol se disculpó por demoras de previos compromisos. La luz mortecina de unas cuantas lámparas apenas luchaba contra las sombras de la noche incipiente. .- No te apures. Apenas acabo de llegar.- Martín vestía con más formalidad. .- Espero hayas pensado en mi propuesta. De gustarte, la llevaré a comité para que me la aprueben y comenzarás de inmediato.- Jeykol leía en el rostro del interlocutor sus vacilaciones.- Claro, hemos venido a negociar. ¿Algo no te gusta? .- No me agrada hacer las cosas al vapor, amigo. Repasé cada punto. Ya soy algo viejo, creo que tengo buen antecedente con mi jefe, el señor Anaya, me tiene confianza, pero ¡hay tanta gente joven para que los ayude! Además con los apoyos que él me brindó tengo suficiente para vivir. .- Nadie nos está presionando. Si necesitas tiempo, ¿te parece una semana o dos? Promete que lo pensarás. .- Hay otra cosa, ¿esperas algo a cambio? Házmelo saber. .- Ahora te pido tiempo. Acaba de llegar el dueño de este negocio. Es mi amigo y tenemos un asunto por tratar. Te invito a que platiquemos, si no tienes inconveniente vamos a su oficina. – Jeykol se puso de pie. Se hicieron las presentaciones. El dueño del restaurante debía varios favores a Jeykol, préstamos, apoyos mediante convenciones y reuniones de clientes en el restaurante y otros más. 197

“Cien hijos de Elena” .- Estoy vendiendo mi negocio. Tú lo sabes, se me han caído las ventas. Tengo adeudos y lo peor es que los planes nuevos sobre el centro histórico serán un golpe de muerte. Hablo con toda claridad, o lo vendo o pienso en otro giro.el tipo ya había contado esta historia a Jeykol unos meses antes. Ahora explotaba las angustias del propietario.Subirán los impuestos, me limitarán el agua y todo lo que nos puedan complicar no sólo a mí, sino a todos los que tenemos negocios en el centro. Imaginen aquí rodeados de obras en construcción… más tráfico que ya nos rebasa. .- Gracias por tus ideas y preocupaciones. Como amigos, no soy el apropiado para proponerte algo en vista de estas circunstancias. – Jeykol sondeaba a Martín. – No comparto tanto pesimismo, pero reconozco tu experiencia y destrezas en los negocios. .- He oído de cambios en las oficinas del patrón.- expresó. .- Me pidieron que ahora apoye a la señora Carasao y claro lo hago con todo el gusto. ¡Es muy generoso poder seguir trabajando con ellos! Todos los asuntos pendientes del señor Anaya también están bajo mi responsabilidad. Espero que pronto se reestablezca mi jefe, las cosas serán mejor todavía. .- Cierto, mi ex jefe seguido se nos enferma, pero tiene mucha madera. Le sobran energías para rato. Escuché comentarios sobre su salud, pero no debe ser nada preocupante.- intervino Martín. - ¿No es muy exagerada su visión del centro para nuevos negocios? .- Sinceramente, no me quiero deshacer de mi negocio. Me gusta, me cuesta muchos desvelos. Las ventas nunca son regulares, hoy tienes dinero, mañana quién lo sabe. ¡No tengo ya edad para más desafíos! 198

“Cien hijos de Elena” Se despidieron del propietario del restaurante. Jeykol indujo las cosas para que Martín pensara en lo hablado. .- Me interesa, me interesa mucho, sólo dame tiempo para organizarme. Además como viste, me acabo de casar otra vez.- parecía haber absorbido las preocupaciones sobre el porvenir de algunos restaurantes y la dificultad de iniciarse en negocios donde se carece de experiencia. Afuera del restaurante ya esperaban a Martín en un carro algo pasado de modelo. Era Marta y alguna acompañante. Ella vino a alcanzarlos. .- Que bueno que platiquen. – la joven vestía una blusa de atrevido escote, casi transparente y llevaba unas botas cortas que en conjunto la rejuvenecían aun más. La acompañante permaneció a bordo del carro. - ¿Ya estás listo para irnos a la fiesta, amor? .- No, ve con tu amiga.- al menos no se apreciaba ninguna aprensión, como celos, en el rostro del ex guardaespaldas. .- Me hubiera gustado que me acompañaras. La bebé se quedó con una amiga, pero llegaré temprano.- se despidió de Jeykol con un beso de mejilla, pero aproximó lo suficiente su cuerpo contra él. Ellas se fueron a la fiesta, Martín insistió en tomar taxi y Jeykol pensaba donde ir para tomar una copa, y no quedarse a solas excitado con la provocativa amante de su futuro socio. No le agradó el desparpajo de Marta.

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“Cien hijos de Elena” CAPÍTULO XXVI Un tipo con suerte. La secretaria irrumpió con un papel para Jeykol. .- Es para usted, ¡Que es algo urgente! “¡Te espero, ven solo mañana muy temprano, de inmediato! Marta, por lo de ayer. Me urge y a ti.” Era el mensaje que le hizo llegar a través de un chiquillo. Debajo de la hoja, estaba un domicilio. .- ¿Qué ha adelantado sobre Daniel? – Diana no simulaba cierta simpatía y también algo de celo al reconocer aun a disgusto suyo, lo imprescindible que era Jeykol. Por supuesto en una sociedad envarada y leyes complejas, ambiguas, siempre caben los Jeykol para llenar los vacíos. Repasaba su agenda. Otra parte de la valía del comediante era su hiperactividad y ahora iba a la cita con la sexi joven amante de Martín, cuya imagen apenas lo dejaba dormir. El domicilio del mensaje se ubicaba dentro de un conjunto habitacional de departamentos tipo social. Se estacionó Jeykol cerca del edificio “F”. No había muchas escaleras para llegar al sitio exacto. .- Que bueno que viniste, pásale.- Marta vestía un conjunto deportivo color rosáceo.- Estaba haciendo ejercicios. .- Tu figura lo dice, pero no creo que te hagan falta. Me vine en seguida, pues tu nota dice que es algo urgente. .- Es urgente pero para ti.- precisó la joven que ahora no se comportaba coqueta o trivial. ¿Estaba sola en el departamento? .- Me asombras, ¿urgente? Deja adivinar. Se trata de Martín que ya se decidió.- exploró el comediante.

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“Cien hijos de Elena” .- No, ni lo busques. El pinche de Martín nada tiene que ver en cosas de importancia. No tiene cerebro para nada, sólo tú se lo inventas. .- Entonces, vayamos al tema, te escucho con atención. .- Primero, mi situación. Me gustaría saber a qué me atengo. Le propusiste a Martín una ganancia de algo más de un millón de pesos. Sé bien lo que a ti te interesa y a mí me interesa ese dinero para mí, sólo para mí. .- Claro que hay dinero para negociar. Disculpa mi curiosidad, pero ¿cómo puedes saber lo qué pretendo? .- La mitad del dinero en una hora y la otra parte al tener lo que tú quieres.- la joven lo miraba y ahora no le importaba si Jeykol miraba sus bondadosos senos. .- Puede ser, pero dame una sola pista de lo que me das a cambio. – Jeykol no descartaba una trampa, una grabación. .- Lo tienes frente a tus narices. Buscaste a Martín que era jefe de seguridad de esa familia, es por ahí donde tú andas todo perdido. Te recuerdo que a Martín no le sacarás nada ni con la peor tortura. No lo podrás convencer y mientras dejas pasar las horas. Bien lo sabes el tiempo corre y debiera preocuparte más de lo que piensas y también quien te da órdenes. - mas claro no podía hablar la joven.- Sé bien lo que buscas, o mejor dicho a quien buscas. .- En una hora me es imposible reunir esa cantidad, pero confiando en que estamos en un pacto serio y de buena voluntad entre amigos, déjame usar una conexión para mi computadora. Jeykol se las ingenió para pedir un café y así echar una mirada por el baño y curiosear con rapidez en los dos cuartos, claro con anuencia de la anfitriona.

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“Cien hijos de Elena” .- ¿Es tuyo este departamento? Me gusta. – Jeykol perdía sus aprensiones. Con decidida intención, comenzó a mirarla livianamente. .- Sin preguntas. Nada de trucos. He vivido mucho y no me dejo engañar, al menos tan fácil. Yo te demostré confianza, ahora te toca corresponder. .- No me agradaría que lo principal quedara sin que lo atendiéramos. .- ¿Lo principal? Ahora ¿qué pretendes, sino evasivas? Ya la computadora estaba conectada y venían y salían mensajes por Messenger. .- Lo principal para mí sería tenerte. Gozarte y pasar el mejor rato de mi vida contigo. Tenemos tiempo, ¿por qué desaprovecharlo? .- Mientras no te pases de listo. Ni pienses en burlarte de mí. Nada de juegos. Digamos que así nos quitamos el estrés. La chica se desvestía y caminó jalando de la camisa a Jeykol hacia la recámara. .- Somos de palabra y la cumpliremos. – la voz de Jeykol ya sonaba difusa. .- Cumple lo de este momento. – la chica se comportaba muy efusiva besándose ambos de pies a cabeza. Pasaron un gran momento apasionado. Jeykol hubiera deseado alargar el placer que compartieron. Lamentaba desperdiciar la coyuntura para repetir la sensación del cuerpo ardiente de Marta o como se llamara. Regresó a la sala donde dejó su computadora laptop. .- Ya tengo listo para transferirte el dinero. Sería imposible tenerlo peso por peso. Pero, si lo prefieres, tomamos unas dos hora más para que hagan el paquete del dinero y luego nos vamos al banco. 202

“Cien hijos de Elena” .- Lo he pensado. Mejor haz la transferencia bancaria. Te doy ahora los datos. – Marta se puso de pie y fue a una recámara, regresó con su bolsa y anotó los datos. .- Ya puedes checar la transferencia. Es una lástima que te quieras ir. ¿Te puedo pedir que demos un viaje por algunos lugares atractivos? Unas semanas solamente. .- En absoluto, estoy huyendo. No puedo seguir con Martín. .- ¿De eso se trata? Aun no me dices cual es la sorpresa que me tienes.- Marta ya había verificado los datos. .- El joven del accidente. Tú lo andas buscando. No más rodeos, ni preguntas. .- ¿Tú sabes localizarlo? ¿Está bien? – Jeykol no simuló su sorpresa. La veía sin creer la suerte que corrían ambos.¡Es la sorpresa que me tienes! .- Eres un cabrón. Bien sabes que esto valía mucho más. Vamos en camino al lugar. No sé cómo esté de salud, pero ahí está. Muévete. .- ¿Cómo lo supiste? .- No te importa, si me involucras, te va de la chingada, no me conoces. Pero recuerda que las paredes hablan y yo sé escuchar. Eso fue ayer mismo. Le di una mirada al lugar. .- Te parecerá increíble lo que me has impresionado. Martha, estoy enamorado de ti. Haría cualquier cosa que me pidas.- Jeykol estaba serio. .- Fíjate en lo que dices. Nunca digas eso solo por hablar y menos a alguien como yo. No creo en nada, ni nadie. Mira lo de Martín.- Marta parecía sincera. .- Ciertamente parezco necio, pero.. ¿Qué quieres decir con lo de Martín? .- ¿No ves la golpiza que me puso el desgraciado? Además me cuenta con gotero y sus pinches gestos el poco dinero 203

“Cien hijos de Elena” que le pido. Pero, no más preguntas que a ti eso te vale. Mejor ve pidiendo apoyo de unas dos o tres gentes de tu confianza con picos, palas, herramientas. Date prisa, toma la carretera hacia el poniente.

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CAPÍTULO XXVII Rescate de Daniel.

Por medio del celular, Jeykol solicitó el apoyo urgente de una cuadrilla de personal con sus herramientas, así como uno o dos paramédicos. Debían guiarlos por la misma ruta, para el rescate anhelado. .- ¡Lo trajeron algo lejos! – dijo Jeykol. – una hora y media de camino escabroso. .- No creo que haya estado solamente aquí. Primero lo retuvieron en otra parte y para evitar sospechas de vecinos, lo tiene escondido. Ve despacio, tenemos que dar vuelta a la izquierda ya pronto.- de vez en vez, lo abrazaba y acariciaba. .- ¿Cómo lo recuerdas? .- No ves la tele. No duran en un solo lugar. Recuerdo bien, por el kilometraje que llevamos recorrido. Hay dos pistas muy claras. Vamos a encontrar una especie de altar con ofrendas. De ahí avanzas menos de medio kilómetro y veremos un camino de herradura. Nadie anda por aquí. Vamos a entrar por la parte trasera de la casa donde lo tienen secuestrado. El carro de Jeykol a la sombra de un soto de árboles quedaba visible para la gente de apoyo, a la cual le seguía transmitiendo detalles de los accesos para ganar tiempo. Puso su mano sobre la pierna de Marta. Ella fue cariñosa en su respuesta. Un beso tierno tal vez estimulado por la música de la radio, los distrajo de su tarea. Sin duda los

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“Cien hijos de Elena” secuestradores cuidaban el sitio y sus alrededores. Recomendó a los demás hacer el menor ruido posible. .- ¿En qué piensas? - preguntó Marta, absorta su mirada en el vacío. .- En ti, esperaba otra disposición de tu parte. Hallaste un tesoro y te fuiste muy directo sobre el dinero. pero no eres tan ambiciosa. Te portaste como una vulgar raterilla. – dijo Jeykol. .- ¡Qué estúpido eres! Por confiar en tanta gente, por creerles, mira cómo me ha ido. ¡Me han visto la cara de estúpida hasta el cansancio! Después de que haces un favor, se van, ni se despiden, ni te dan las gracias… ya es tiempo de que vea por mi bebé y por mí.- no hizo aspavientos como en otras ocasiones. Su voz era tranquila. Jeykol la miraba fijamente. Sus ojos enormes, su boca sensual y comprendió que estaba enamorado. ¡Haría lo que fuera por Marta! .- Ya están aquí. – Marta veía por el retrovisor. Y avanzaron juntos. El carro y una camioneta tipo “van” tomaron la terracería por unos dos kilómetros entre baches y pequeños troncos y ramas del camino. Se estacionaron cerca de un solar en ruinas. Lo ocultaba un tupido ramaje de los árboles. .- Derriben esa pared. – Marta les indicó a los cuatro hombres que venían con sus machetes, picos, palas y martillos o mazos. Su voz apenas se escuchaba y con los dedos en sus labios pedía que hicieran el mínimo de ruidos. Ustedes los paramédicos preparen lo que tengan a la mano. .- El doctor viene con nosotros. – dijo uno de ellos. Se presentaron entre sí. La altura de algunos árboles cercaba tan bien a la casa abandonada que nadie podía 206

“Cien hijos de Elena” adivinar el paradero de la víctima. Jeykol aun dudaba de toda su buena suerte. ¿Cómo imaginar este desenlace afortunado todavía unas horas antes? .- Trabajo en el dispensario de la señora Carasao. ¿Nos puede dar alguna información de la salud del joven? – el médico con su botiquín se acercó a Marta. .- Supongo que lo golpearon, no ha comido bien, pero es poco lo que sé. .- ¿No lo ha visto, es hombre o mujer? ¿Es solo una persona? .- Si, es un joven, no lo he visto. En veinte minutos ya estaban retirando los vidrios de una ventana de la casa vieja, abandonada donde esperaban hallar a Daniel. .- Ustedes quédense aquí. Por favor sean cautos y observen con toda atención por sí alguien viene por otro lugar. ¡Que nadie los vea! – Jeykol se hizo cargo de esta labor de vigilancia. .- Ahí está.- dijo un obrero. Jeykol se lo describió a Cristina por la red. Despertó mucho júbilo entre todos, aunque ninguno de ellos lo conocía. El cuerpo de Daniel se encontraba ahí acostado, las ropas destrozadas, en un cuarto maloliente. El médico pulsaba el cuerpo exánime, inconsciente. Las huellas de los golpes, de la sangre y heridas cauterizadas, impresionaban a cualquiera. .- Mejor lo llevamos a otro lado. Necesito equipo y medicinas. – Expresó el médico.- Que hagan una especie de camilla para llevarlo en la camioneta. Marta llamó a Jeykol para el traslado y preparar o improvisar la camilla. Ya había pensado en un pueblo 207

“Cien hijos de Elena” cercano donde buscaría un contacto para una solución repentina como ésta. .- Con todo cuidado. – encargaba el médico a los hombres que movían el cuerpo de Daniel. ¿Saben qué hacer? .- Si, hay un pueblo cerca a unos quince kilómetros. Espero encontrar ahí a un internista que conozco y que tenga su equipo. Me adelanto. Le di toda la pista que pude a Marta, mi amiga para que me alcancen. A ustedes les doy todas las gracias y cuenten con una buena recompensa.- se dirigió a los paramédicos y los trabajadores cuya diligencia y destreza facilitó el rescate. Aun no estaba todo resuelto. Pero no se veía siquiera un rastro de vida humana alrededor del lugar. Jeykol tomó la delantera. No localizaba un medio para contactar al internista que según recordaba tenía su casa ahí cerca. Llegó a una tienda para comprar alguna bebida y alimentos casuales. Hizo plática con el dueño. Valía mucho no despertar sospechas. .- Hace tiempo venía con frecuencia por aquí.- dijo Jeykol que retiraba de la estantería más mercancía para los demás. Esperaba que Marta obrara con toda cautela para no llamar la atención de la gente del pueblo. De rato pasaba por la calle una pareja, niños. .- Es el mejor lugar para vivir. Uno lo cree hasta que vive por meses aquí.- respondió el tendero bonachón. .- Me gustaría saludar a un amigo que vive en una de estas casas. Es médico. .- Sólo hay dos médicos, pero es mujer la otra. Si le quiere dar una vuelta, suba unas cinco calles. Da vuelta a su izquierda. Es la casa más grande de aquí, pintada de

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“Cien hijos de Elena” amarillo. No tiene letrero del doctor y si no está, en menos de un rato ya estará llegando. Pero ahí está su mujer. .- Le agradezco mucho. Cóbrese la cuenta. – mientras el tendero contaba el dinero, Jeykol salió a la calle, subió a su carro y le dijo a Marta cómo ir directo a la casa. .- Aquí tiene el cambio. – el tendero contento deseaba seguir la charla.- Y cuando quiera una casita para renta o comprarla, venga conmigo. La camioneta ya estaba delante de Jeykol. Marta hacía suyo el compromiso y ya tocaba la puerta de la casa, cuyas señas no dejaban duda. .- Buenos días .. o tardes.- dijo a la señora que abrió la puerta. .- Si, ¿en qué les puedo ayudar? .- Traemos un enfermo. Está muy grave. ¿Está el doctor? .- No, ya no tarda, pero soy enfermera. Pásenlo de una vez. – sin darse cuenta la enfermera los apoyaba de manera óptima, pues abrió la puerta principal del pequeño hospital que tenía junto a su casa para que entrara la camioneta van. Parecía una pequeña sala de cirugía con los aparatos necesarios como el estetoscopio, botiquín profesional, batas blancas y otros utensilios. Jeykol presentó a la enfermera si el paramédico podría audar. .- Soy pasante de medicina y no tenía nada para atenderlo. – casi se disculpaba el médico que venía con ellos. – Me gustaría ayudar. .- Si, quédate aquí adentro. Vamos a ver que se recupere. Está muy joven, es lo bueno.- la enfermera daba señales de aliento a los demás creyendo que eran sus familiares.Esperen afuera por favor. 209

“Cien hijos de Elena” Marta pidió a todos los demás que se retiraran a sus casas. Se marcharon en la camioneta. Así quedaron solos Marta y Jeykol. El pasante de medicina seguía apoyando a la enfermera. Sonaba el celular de Jeykol, era Diana. Casi se había olvidado de reportarse con ella. .- ¿Dónde has estado? - olìa a enfado y ansiedad. Tal vez por lo que Marta llamó intuición femenina, pero Diana llamaba en el momento oportuno.- Estoy preocupada. ¿No tuviste ningún problema? .- Mejor será que estés sentada. Hay magníficas noticias… en lo que cabe. Ahí te va…. .- ¿De qué me hablas? ¡Nada grave! – la voz consternada de Diana parecía como si tuviera informes de lo que pasaba con Daniel. .- Todo lo contrario. Tuvimos hoy un día de mucha suerte. Ya lo rescatamos. Está atendido por los médicos. Comprenderás la discreción con que te hablo. .- No lo puedo creer. ¡Se trata de… ¡ .- Si, el joven que buscamos. Con cuidados médicos, esperemos lo mejor. .- Quisiera verlo ahora mismo. .- No creo que sea conveniente. Allá te explico todo. Estará en muy buenas manos. Yo mismo debo retirarme de aquí en unos minutos. .- Comprendo, pero tenme informada. Estoy temblando de la emoción. .- Claro, no es para menos. – Jeykol ignoraba todo el cariño de Diana por el joven ahí postrado, golpeado, exánime. .- No lo dejes solo de ser posible. – Pedía Diana.- Estaré esperando.

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“Cien hijos de Elena” .- Debemos atenernos a lo que digan los médicos. Es lo mejor. La enfermera salió de la sala de cirugía. .- Sólo puedo decir que de ésta no se muere, pero requiere mucha atención. Ya viene mi marido. Es internista. No se preocupen, está en buenas manos. Que bueno que lo trajeron en seguida.- volvió a la sala llevando más utensilios. Al llegar unos minutos después, el internista se fue directo a la sala. De algún modo lo pudo llamar su mujer o adivinó de la urgencia al ver movimiento y luces en la sala. Pasó frente a Jeykol y Marta apenas con un gesto de saludo, dada su prisa. Ambos estaban solos afuera de la sala de cirugía. Marta se estrechó en sus brazos. Se veía agotada. .- Tantas cosas que no acabo de comprender. Sabemos bien tú y yo todo el riesgo que llevamos. No sé ni quien es el joven, pero me compadezco de su suerte. Tengo idea de donde sale el dinero para todos estos gastos, pero ni me importan, ¿cómo entender toda esta locura? – Marta se acostó colocando su cabeza sobre las piernas de Jeykol. .- Lo importante es que está resuelto y es gracias a ti. Hubiera muerto si no te compadeces de él. Me pediste no hacer preguntas y te viene de pronto un ataque de curiosidad. Por seguridad de los dos, mejor dejemos así y ya veremos qué hacer. .Demasiado práctico, demasiado frío. Sólo te debo preguntar algo muy importante. – dijo algo confundida. .- Espero que pueda darte una buena respuesta.- Jeykol acariciaba su cabello.- Me gustaría otra oportunidad para demostrarte que no soy frío. ¿Le hablaste a Martín sobre el secuestro de este muchacho? 211

“Cien hijos de Elena” .- No, no lo iba a hacer sino hasta preparar el terreno. Ya conociéndolo… ¡No seas tonto! .- Fue lo mejor. .- Sospechó desde que le hablaste de dinero, de ofrecerle casi gratuitamente un pastel tan grande para él. En ese aspecto no tiene nada de tonto, pues desconfía de todo. .- No tenía alternativa. Yo tengo otra pregunta que me importa. ¿Por qué vives con un tipo que te golpea, que es mezquino con los gastos que le pides y tan viejo para ti? .- Me quiere, me quiere a su modo. Y no hay muchos así. Me protege aun sabiendo quien soy, mi pasado, todo eso.Marta pecaba de sincera. .- Pero tú no lo quieres.- acechaba presionado a Marta para conquistarla. .- Me gustas, me gustas, pero te perdería en unos pocos días. Vamos a divertirnos un rato y te olvidas de mí. .- Haré cuanto pueda para que cambies de parecer.- Jeykol luchaba cada vez menos contra las resistencias internas. Su pasión por la chica lo cegaba. El internista salió de la sala. Se dirigió hacia ellos. .- De milagro el joven está con vida. Sufrió varios golpes en la cabeza, en las costillas y las piernas. Pero unos golpes son anteriores a otros. Unos menos graves. Necesitamos varios estudios para ayudar a su recuperación.- el médico parecía muy seguro de su diagnóstico. .- Me impresionó mucho verlo casi muerto hace unas horas.- dijo Marta. .- Vayan a descansar. No pueden verlo ahora pero mañana ya se estará recuperando. Y entonces ya sabremos mucho más.el médico les indicó con la mano el camino a la salida del 212

“Cien hijos de Elena” pequeño hospital- El médico pasante que viene con ustedes desea ayudar y ciertamente me servirá, si no hay objeción. .- No, no, claro, como usted diga. ¿Acerca de los gastos, doctor? – Jeykol hizo a su modo una de sus preguntas de sondeo. .- No se preocupen. Si alguno de ustedes dos o los dos quieren regresar dentro de unas horas, aquí pueden acompañarnos. Les podemos preparar unas camitas. No tiene caso a mi modo de ver, pero lo del dinero siempre tiene una solución, no se preocupen.- ya estaban fuera, en la calle, despidiéndose.

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CAPÍTULO XXVIII

Reflujo.

Dos días después del rescate de Daniel, un sábado cercano al próximo invierno de Tepango, Farnas caminaba dentro de su casona. Se recuperaba de otra más de sus ya famosas recaídas. Su asistente le informó sobre la agenda de actividades por sí deseaba tratar alguno de los asuntos. Al enterarse de que Martín Rebolledo esperaba en la antesala, su rostro aún con las huellas de agotamiento, visiblemente mostró su contrariedad. Otros más como Agenor estaban en la lista de la agenda. Fiel a su disciplina de guardar secretamente sus pensamientos, reflexionaba en el tiempo y confianza que tuvo con su ex guardaespaldas Martín por el afecto que le guardaba. Farniaques creyó que nunca lo vería más y ahora ¿qué hacía en sus oficinas, en su casona? .- ¿Te informó Martín sobre lo que quiere? - dijo lacónico. .- Sólo que pide lo aconseje sobre algo.- contestó el asistente. .- Que espere Martín. El lunes atiendo a ese muchacho.- se refirió a Agenor su hijo. – Ni hoy ni mañana atenderé a nadie. .- Muy bien señor, ¿se ofrece a usted algo más? .- Puedes retirarte. El asistente informó a los interesados la disposición de Farniaques y Martín pareció contento de verse favorecido por ser el único que sería recibido.

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“Cien hijos de Elena” Entre los asuntos que le requerían, estaba un reporte acerca de las acciones que Diana había realizado y su función como reemplazo de Elena. Atinadamente, Diana había solicitado a su secretaria que ella misma entregara en mano a Farniaques, de ser posible, su propio reporte acerca de lo que ella estaba llevando a cabo. Ello sería una cortesía y una posible anticipación a lo que Agenor pudiera decirle. Ignoraba cómo manejaba Elena su relación en cuanto a labores. Farnas seguía su plan de reposo. Probó una de sus comidas, leyó algo. Conversó con la gente de servicio de la casona. No quería saber nada de nadie, ni leyó ningún informe. Pasaron las horas y le recordaron que tenía en espera a Martín Rebolledo. .- Cierto, le pedí que esperara. Me arreglo un poco y lo haces pasar al jardín.- le comentó al intendente. Una espera de varias horas. ¡Un fiel cancerbero del demonio! Martín pasó a tomar uno de los asientos de la mesa de trabajo del jardín, donde Farnas solía pasar sus ratos apacibles. .- Martín, qué gusto verte. ¿Cómo te va? Platícame.- no le costaba esfuerzo alguno desplegar sus artes de la fanfarronada, de salud de un roble. .- Todo bien, señor. Con mi tiempo libre, he pensado en algunas cosas… .- ¡Tiempo libre! Alguna vez, que será pronto, yo tendré ya esa libertad. ¿Tu familia, bien? Platícame. .- Ya ve usted, la familia lo ve a uno libre y piden compartirlo todo. Se acercó un ayudante y le susurró algo al oído. Le dio instrucciones y asentando con la cabeza se marchó. 215

“Cien hijos de Elena” .- Decías algo de tu familia, ¡en lo poco que mi pobre tiempo te pueda ayudar, siempre cuéntame entre tus amigo.- retomaba la charla. .- Verá señor, además de viajar, la familia y yo pensamos en mudarnos de casa… .- Viajar, muy bueno, excelente. Justamente pensaba en darme una vuelta por aquí cerca. Tomar aire libre del campo. ¿Qué planes tienes mañana Martín? – y pronto se escurrió para deshacerse de Martín al menos por un momento. .- Cuente conmigo señor. Si en algo puedo servir. .- Me complacerá conocer a tu familia, Martín. Si no te distraigo, vente mañana para dar un paseo, comer algo sabroso por ahí y no dejes a tu familia abandonada en domingo. Te espero.- fingía cierto malestar derivado todavía de su eterna convalecencia. .- Sólo tengo a mi mujer. ¿Puedo traerla? - Martín se despedía con servilismoy alegre por la respuesta que percibía de su ex jefe, quien desconocía en absoluto de la familia de Martín. .- Trae a quien quieras, ¡ni lo preguntes! – el mafioso ya caminaba hacia su aposento. Todas las emociones que había acumulado en los últimos días, desplazaban de la atención de Martín cualquier otra inquietud. Aun sus secretos más personales como las encomiendas que le habían dado, aún las más comprometedoras, aun más trataba de enterrarlas en el olvido. ¡Con un jefe tan amistoso y humano! Con Marta, su joven amante, había desahogado muchos de estos secretos que ella fingía no entender. Ahora se concentraba en planear su tiempo para agradar a su ex jefe. 216

“Cien hijos de Elena” Marta lo esperaba en el departamento, preparando su explicación del tiempo que había estado fuera. No hizo falta. Martín le pidió que le apoyara para el paseo del domingo. Lo mejor era descansar la noche. Temprano, estaba Martín con su mujer en la antesala de Farniaques. Esta vez no hubo mucho tiempo de espera. .- Pasen por aquí.- el ayudante llevó a la pareja hasta un carro plateado, pero al paso del tiempo y de las asoleadas, su color había mutado.- Usted es de la confianza del jefe. Van a Santiago, Vaya despacio y con cuidado. El está convaleciendo y se irá en el asiento trasero. Tenga un dinero para los gastos. Martín echó a andar el carro chevrolet automático. Lo sintió en las mejores condiciones. Y expresó a Marta lo contento de recibir esa muestra de confianza del ex jefe. .- No sabes todo lo que agradezco que estés conmigo ahora. Espero lograr muchas cosas de mi jefe. Y todo será para ti al fin y al cabo.- decía el ex policía a Marta, la cual vestía juvenilmente de blusa y pantalón corto, mostrando las bellezas de su cuerpo. .- ¡En domingo! .- Es la única vez que te pido seas amable, todo lo amistosa que puedas. Acaba de salir de una enfermedad. .- A mí, ¿qué me importa eso? ¡Un carajo! .- Ya se te pasará el disgusto. Ve nuestro futuro. Hazlo por mí y también por el señor Anaya, nos lo recompensará. El mismo ayudante los alcanzó en el carro. Llevaba ropas complementarias de su jefe y otros accesorios para el viaje. Un rato después, se instaló en el asiento trasero. .- Gracias por venir Martín, tomaré un descanso mientras tú te haces cargo.- no saludó ni preguntó por la 217

“Cien hijos de Elena” acompañante y se acomodó en una almohada para descansar en tanto llegaban a Santiago. Nada especial sucedió durante un viaje de ida con un clima excelente. La música del radio acompañaba el ronquido del Farnas. A pierna suelta disfrutaba del paseo como un crío sin pena alguna. Mientras tanto, Marta se maquillaba y comenzó a frotar sus piernas con una crema que lustraba más la tersura de la piel joven y sensual. Jugueteaba al ritmo de la música que entonaba suavemente. Bajo el rayo solar del mediodía y la languidez del momento, Martín acariciaba la idea de pasar la noche y hacer el amor con Marta como nunca antes. Estaba extasiado de mirarla tan alegre y atractiva, dando por hecho que la había persuadido de cautivar al vejete. Al aproximarse al centro de Santiago con sus calles rebosantes de turistas, Martín bajó el volumen de la radio. .- Así que ya llegamos.- dijo Farnas estirándose y arrastrando las palabras. Bebía líquido de un ánfora de vidrio verdoso, elegante. Martín supuso que el elixir contenía una especie de vitamínico para la recuperación del viejo. .- Si señor, ¿Quiere ir a algún lado en especial? Se había acomodado a lo ancho del respaldo del asiento, y entonces miraba las calles y se dio cuenta de la compañía femenina. .- ¡Cómo Martín, no me avisas de que viene tu mujer! – Farnas había reconocido a Marta, una cara y cuerpo memorable de alborozos tan mundanos, como los había tenido con muchas otras jóvenes. Al amparo de la circunstancia del momento, la joven le pareció mucho más guapa. 218

“Cien hijos de Elena” .- Es mi señora. Una disculpa, pero… - Martín mantenía toda la atención en el tráfico del centro de Santiago. .- Un gusto enorme, señora, estoy a sus pies para servirle. Pasaremos un rato de lo mejor.- besó la mano de Marta, la cual también lo reconocía y correspondía a la teatralidad de la sorpresa.- Vamos a este domicilio, un restaurante donde nos esperan. El gerente del restaurante los pasó a un privado. Volaba el tiempo mientras miraban desde la cima de un cerro el paisaje urbano rodeado de recios contrastes de zonas casi secas junto con amplios espacios con arboledas enormes, sembradíos con riego, dos o tres ranchos ganaderos. Gradualmente, el sabor y los hechizos del cognac lograban derrumbar las pocas inhibiciones de Marta. A una señal de Farnas, uno de sus asistentes comprendió y fue con Martín. .- ¿Señor Martín? – lo saludó amablemente de mano.- Un favor enorme. Venga conmigo por favor. Martín aceptó solícito. .- El jefe acostumbra llevarse algunos regalos cuando viene a Santiago y yo no sé escoger. Écheme la mano. Venga conmigo. Vamos a las tiendas. Embotada por el vino, Marta ya entonaba con soltura las melodías del ambiente. Farnas acariciaba su cuerpo a sus anchas. Y todos felices, pues ¿no Martín mismo había pedido su complacencia? Farnas sentía que sus achaques habían quedado atrás, muy en el pasado. Sintiendo suyo el momento, Marta correspondía con sonrisas y jolgorio las bromas y ocurrencias del anciano que la tomaba de la cintura, luego la besaba con calculada resistencia de la joven. Más dueña del momento no podía 219

“Cien hijos de Elena” serlo. ¡Era la reina del momento! No había bebido gran cosa, pero se olvidó de todo. En ese lapso, Martín acompañó al asistente a las compras. Y fue toda una sorpresa toparse en las calles con Jeykol. Atormentado por los celos, Martín creyó ver señas quiméricas, al encontrarse con un amigo. Hablar con Jeykol sería un escape, un desahogo insustituible. ¿Qué hacía Jeykol tan cerca de ellos? Ni al menos le pasó por la mente una duda a Martín, absorto en su furia. .- Voy a tomarme una copa por aquí. Allá te alcanzo.- le dijo al asistente por separado .- ¡Qué bueno encontrarlo! Déjeme invitarle una cerveza. ¿Si tiene tiempo? – le dijo a Jeykol. .-Siempre hay tiempo y más para los amigos como usted.respondió Jeykol. Sentados en un café, Martín hablaba y hablaba de sus aventuras juveniles y de otros tantos triunfos de que se ufanaba. En un momento, Jeykol apreció que hablaba hasta por los codos. ¡No podía perder la oportunidad! .- Martín, yo le tengo mucho respeto. Es usted la persona más valiosa que he conocido. De verdad. ¡Tantas cosas que los dos hemos vivido! – Jeykol preparaba el ambiente. .- Pues está correspondido. Yo reconozco en usted un gran amigo. Podemos hacer muchas cosas…. pero ahora en beneficio de usted y mío.- su voz carecía de acento, sumido en las penas que lo incendiaban por dentro. .- Sumando nuestras habilidades es eso y mucho más de lo que cree, más de lo que la suerte nos puede deparar. Hablemos de lo que sea, con entera libertad y confianza. .- Oh, claro, libertad, confianza, sólo con amigos como usted. ¡Usted ni nadie me va a jugar cubano, porque me las 220

“Cien hijos de Elena” sé de todas! – con su cara de niño, de inocencia, aquel tipo hercúleo, de huesos pétreos, sabueso entrenado, perdía su brújula a la menor provocación. .- Lo sé y lo admiro mucho. Mire todo esto alrededor tan admirable, lagos, bosques, estamos aquí libres, libres como el aire. Y tantas cosas tan peligrosas que hemos vivido. ¡Qué cosas no podemos lograr juntos! Y aprender de usted… .- Todo, todo. Mire, estando aquí, en Santiago y usted puede oírlo con interés y también ver cómo ganar unos dineros. ¡Hay datos que valen mucho! - Martín sentía en sus venas y entrañas toda la presión, todo el odio contra Farnas y en ese momento sólo veía como tenderle una trampa hasta embalarlo en el infierno. .- Dígame, “a feria que voy, plata, oro... al hombre sabio, bien le cae oro, plata y tesoros”. - un simple estímulo en la dirección correcta, y el alma atormentada de Martín hablaría lo que por años mantuvo en un cofre hermético.“Amigos cabales, tesoros reales… - terqueó Jeykol. Nadie, nadie ha tenido el talento, la capacidad de descubrir la trama del accidente, lo del doctor Onofre. Fue algo magistral, un plan perfecto, sólo un cerebro brillante lo hizo…. De un golpe, Martín bebió la copa de tequila. .- Yo sé todo. Mire, directamente nada, estuve ajeno a lo del accidente... El accidente ese, ahí donde murió un doctor. Hubo otros problemas. Desapareció un muchacho, salió herido otro. En fin, nadie sabe de ello, pero yo sí.- Martín comenzó a beber otra copa. .- Algo me han comentado. Realmente suena muy interesante. Yo apuesto a una pista. ¡Una falla mecánica! Pero, ¿cómo? 221

“Cien hijos de Elena” .- Claro, claro. Va bien. Un plan así se hace en horas, en un buen de tiempo y con paciencia. Ahí le va algo para que usted vea cómo se hacen las cosas. Aprenda. ¿Quién ignoraba el odio de mi jefe contra el mecánico? Pues me insinuaba con frecuencia, ¿qué hacemos Martín? Usted diga y nada más, yo le dije una y otra vez. Por fin, me comentó: ya tenemos hora y fecha. Mira, vendrá en ese momento una persona. Es un pobre chiflado. Yo lo entretengo y tú te quedas con su carro. De algo servirá, lo entretengo, que se tome unas copas conmigo, mientras.” .- ¡Su carro! Voy atando los cabos…- dijo Jeykol. .- Si, ese día me aseguré de tener a mi lado a uno de mis muchachos muy ducho en mecánica. ¡No como ese tal Marco! No este sí que sabe. Pues llegó el tal Onofre. Era todo. El carro tenía que descarrilar al recorrer una distancia calculada por mi mecánico, y nadie podía descubrir todas las maniobras que hizo. ¿Cómo fue a dar al taller de ese Marco? Claro, usted ya lo adivinó. Mi jefe lo guió hacia ese taller. Oí que el doctor aceptaba atender un paciente muy especial para mi jefe. En resumen, fue a dar al taller del tipo, y el jefe lo comprometió a estar muy temprano al día siguiente, atendiendo al paciente fulano de tal. .- Con eso fue suficiente. Onofre embriagado no podía conducir el carro y pediría auxilio para que lo llevara, por lo noche y lluvioso, a Santiago.- Jeykol completó, averiguando con tiento. .- Algo así. Usted amigo, sea más atento a cada pasito, a cada detalle. ¡No se descuida nada en esto ni por un milímetro! Mi jefe le recomendó el taller, pero debió mencionar más a la señora, a su mujer. ¡Era muy torpe que fuera de parte de Farnas! ¡El mecánico no hubiera mordido 222

“Cien hijos de Elena” el anzuelo! Vea la importancia del detalle. Ahora, ¿no le parece genial? .- Si, claro, todo un gran plan. Pero, ni murió el mecánico, y si desapareció su hijo. Igual que no hacía falta ninguna revisión del carro del Onofre. Supongo que…. .- No, mire, todo el fin era no tanto matarlo. Si le costaba eso, ni modo, sólo era darle una lección. Mire, Onofre tardó demasiado en el taller, en una supuesta revisión del carro. Pues Farnas le dijo, “júrame que no te irás manejando, ya es muy noche. Y haz que te revise el carro. No quiero que te pase nada.” Y le dio otra cantidad fuerte de dinero. Además del monto que, de propia mano, le dio para atender al paciente ese en Santiago. Vea mi astucia y la de mi jefe… .- Entonces, ocurrieron algunas casualidades…- lo tentó a seguir hablando. .- Claro, claro. Nada ocurre como queremos. Es la vida. Vea usted con más atención las cosas. Mis muchachos llamaron por su cuenta a otros de mis ayudantes. Le insisto, lo importante era joder al mecánico. ¿Cuántos carros no sufren accidentes sin sangre? El grupo de mis muchachos hizo lo demás a su modo. Nunca hablé más de ello con mi jefe. Y creo que los resultados le parecieron hasta mejores… ¿A quién no le duele la suerte de su hijo? .- O sea, ya a nadie le importó. Metieron la mano una y otra vez, gente distinta. Por ello, la trama se enredó y nadie le entiende.- dijo Jeykol. Algunos detalles de Martín no merecían crédito. Faltaban algunos cabos. Lo principal ya estaba dicho. .- Olvídelo. ¿Qué gana usted? Piense en eso, en usted primero. Mire mi caso. ¿Qué me importa en esta pinche vida? Me importa mucho mi chica. Pero es tan tonta. 223

“Cien hijos de Elena” - Vaya, se ve de película.- Jeykol pidió otra ronda de bebidas. Martín Rebolledo se retiró del café, sin despedirse. ( 2 ) Ya atardecía. Martín estaba de regreso en el restaurante. Los platos de la comida servida casi vacíos, cuando llegaron dos tipos que saludaron a Martín. No hacía falta adivinar que venían como refuerzo de la seguridad de Farnas. Siempre era así. .- Nos vamos en unos minutos. El jefe Agenor nos envió.los tipos de la seguridad de Farnas le indicaron a Martín. Los tipos de seguridad iban por delante hacia el carro que los llevaría junto con Farnas de regreso a la casona de Tepango. .- Ella viene conmigo.- precisó con despotismo Farnas, dando el paso cortésmente a la joven que sonreía triunfalmente. Los de seguridad abrían paso en las puertas, como guardianes de un virrey anciano. .- Tú nos sigues con el carro en que vinieron- le ordenaron a Martín, quièn recibiò el golpe como cuando aplastan una cucaracha. Farnas iba en el asiento trasero con Marta, abrazándola por la cintura. Contemplaban el panorama de la carretera. Farniaques estaba parlanchín bajo el contagio del paisaje y la juventud de Marta. .- Ni viene al caso, pero estos lomeríos me recuerdan algo de la costa. Estaba de visita en una casa junto al mar. Bajé con los demás visitantes por una escalera tallada sobre la roca hasta la playa. Caminamos una hora sobre la arena, 224

“Cien hijos de Elena” Entonces el mayordomo de la casa nos pidió que regresáramos a la casa pues el reflujo de las olas era muy peligroso y nos haría pedazos.- miraba fijamente a Marta solicitando su atención. .- ¿El reflujo? – ella deseaba mostrase obsequiosa. .- Eran sus palabras. Del mayordomo. Cuando volvimos a lo alto de la casa, vimos cómo el oleaje iba creciendo. Las ráfagas del viento podían arrancar cualquier árbol de un solo tajo. Pronto nos dimos cuenta que las olas chocaban con tal fuerza contra el acantilado y la escalera que hubieran destrozado a cualquier buque. Una escena terrible.- el rostro del anciano reflejaba la seriedad e impresión que tal fenómeno no bien definido, le produjo. .- Nunca he estado en el mar.- dijo ella. .- Pronto iremos, te lo prometo. Reflujo o como sea de las olas, pero las cosas van y vienen. Es el sentido de la vida.pontificó el anciano.- Llevemos a mi amiga a su casa.Ordenó al chofer. Los conductores no miraban siquiera hacia atrás. No les importaba un centavo el carro que conducía Martín. Recibieron una llamada por celular que les indicaba avanzar con más rapidez para un chequeo médico del rufiàn. Se veía muy bien Farnas, pero su convalecencia exigía esos cuidados. La distancia con el carro de Martín se multiplicó. Por su parte, Martín se sentía humillado y decepcionado de sí mismo. Nada había logrado en sus propósitos. Con sus trampas propias, se estaba burlando de sus planes. No sabía en cuánto se había equivocado en dudar de la palabra de Jeykol, Con su ex jefe no consiguió un solo segundo durante el paseo y ¿para qué? Rastreó sus pensamientos y se tachó como un imbécil estúpido, de nada le servía el intento de 225

“Cien hijos de Elena” agradar y llenar la vanidad del anciano. Además le facilitó a su amante. .- ¡Qué estupideces he hecho! Imbécil de mí, para qué este ridículo. –Martín golpeaba su cabeza contra el vidrio lateral con furor y con lágrimas de sangre.- ¡Qué idiota! ¿Qué motivo tenía para….? La carretera le parecía más sinuosa que nunca. Su arrebato le quitaba la concentración obligada del conductor. Casi se le humedecían las mejillas. No había derramado una lágrima desde hacía tiempo y no lo hubiera hecho delante de otra persona sin avergonzarse. Algo de la rudeza paramilitar había aprendido o mal aprendido en sus años en trabajos de seguridad. De repente perdió el control del volante al entrar a una curva del camino. El carro zigzagueó y al poner el freno hizo una cabriola peligrosa. Parecía cosa de un instante y el carro salió del camino, dio unas volcaduras, chocó con toda su masa contra unas rocas y acabó por incendiarse y estallar en un bombazo. Nadie se detuvo a mirar el accidente. Murió en un instante quien había levantado sospechas de haber sido el ejecutor. Además de ser el autor de otros actos delictivos presumiblemente. El mismo que pudo ser el autor de un accidente anterior en que perdió la vida el dentista Anzures y su sobrina, coincidiendo en el mismo sitio. Muy diferente a la situación de Martín que, por su ebriedad se olvidó de todo, daba rienda suelta a sus emociones, sus resentimientos y frustraciones y abandonó el control de volante. ¡Sería más bien accidental que el carro no hubiera salido de la carretera disparado hacia el abismo!

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“Cien hijos de Elena” Martín como todo ser humano, en ese instante ignoró que esa especie de ese ordenador o antena multidireccional de su cerebro dejaba de concentrarse en controlar el carro. Sus ojos y manos seguían en el volante, pero algo de su amígdala, de su hipotálamo o de su cerebro gobernaban su atención en otro sentido. Igual que en el sueño o bajo la embriaguez del vino, o cuando el cansancio paraliza nuestra capacidad, nuestros sentidos no es que contribuyan a que se quiebre del sistema de alerta, de los mecanismos de defensa, sino que un interés mayor se impone a lo que conviene a la supervivencia misma, y ya no es posible superar prueba alguna externa. Nuestros sentidos no son dueños únicos de la lucidez, no es que nuestra atención o lucidez se desvíe de algo. Nuestros sentimientos de ira, de amor o de odio gobiernan nuestros pensamientos y algunas acciones. Por supuesto tampoco se pueden realizar dos tareas al mismo tiempo sea en el plano físico, en el intelectual o sentimental, a riesgo de confundirse o tener resultados desastrosos.

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“Cien hijos de Elena”

CAPÍTULO XXIX La encrucijada.

Esa mañana, días después de la muerte de Martín Rebolledo, se encontraban Diana y Cristina trabajando arduamente. Cerraron la puerta y convinieron en concentrarse en la agenda. Un aire muy fresco se respira en la oficina. Por más de tres horas no paran de revisar y modificar papeles. .- Sólo faltan algunas aclaraciones en estos reportes contables. Veamos qué falta, están por llegar Elena y Marco. ¿Qué le informo? - comenta Diana. .- Respecto a Daniel, con una buena atención, los estudios prometen mejorías. Vamos a cruzar los datos que tenemos. Sólo unos minutos y terminamos. – dijo Cristina. .- Nadie reclama nada sobre Martín. No parece importarle a nadie. – añadiò Cristina. .- Es tan raro todo esto. Me da la impresión de que aquí todo pasa en los sótanos y nadie se entera.- Hizo una pausa.- ¿Será cierto que nadie pregunta por Martín? Después de su divorcio, vivía enamorado de Marta. ¡Sabemos del pasado de los dos! Si, debió quererla mucho. ¿Qué ocurrió cuando conducía su carro y se estrelló? Ahí acabaron sus sueños. No lo sabemos, se llevó sus secretos. Cristina se veía preocupada. .- Pero ¿qué planes tienes para mí? .- No sé decirte. Si te refieres al trabajo, apenas llegue Elena, me pedirá que le entregue su despacho y todo será como antes.- un dejo de tristeza por el afecto que le había tomado al despacho, y principalmente el cariño hacia 228

“Cien hijos de Elena” Cristina le hizo meditar.- Quise dar orden a todo lo posible con tu ayuda, pero no me siento bien para darle cuentas. .- No creo. Ella ya no seguirá aquí. Vivirá ahora para Marco… para el señor Marco. Te pedirá que te encargues de sus negocios, o la mayoría de sus negocios. Te ve como si fueras su hija… .- Te estás volviendo loca, Cristina. Ni me pedirá nada. Y al saber de todo el dinero que he gastado sin su consentimiento, júralo que se molestará.- exclamó Diana.Además, Elena conoce tu trabajo. déjate de tonterías. ¡Con los enredos que le asedian, menos! El problema será conmigo. .- ¡No la conoces, es tan desprendida como tú! Ella tiene su oficina privada a unos metros de aquí. Es muy acogedor, ahí le gusta aislarse a veces con sus tareas personales. .- No me convences. No saques conclusiones a la ligera. Arreglará su separación primero. Es lo que creo.- repuso Diana pensando en voz alta.- No veo posible el divorcio, tú ¿qué opinas? .- La señora Elena no me incluye en sus temas personales. Su confianza contigo es algo muy distinto. En cuanto al dinero, lo has gastado en lo que para ella es lo más importante, así hubieras malgastado todo ese dinero. Ella te necesita ahora como nunca.- las palabras de Cristina conmovieron a Diana. Reflexionaba cuántos asuntos decidió sin prever la reacción posible de Elena, tal vez con excesos. Un mes o antes, era una desconocida. ¡Tantas dudas y sospechas que tuvo con Elena! Apreciaba que Cristina afrontaba un conflicto interior, debido a la incertidumbre de su porvenir laboral, confiando

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“Cien hijos de Elena” demasiado en ella, en Diana. Las sombras de su relación pasada no se borraban, no del todo. Sonó el celular de Cristina. .- Muy bien, Jeykol llamó y quiere hablar contigo. Caminaron de retorno. .- Todo lo sucedido parece un juego de mesa de billar. Los acontecimientos salen rodando hacia un destino deseado y al cruzarse en el camino de otros, pierden el orden inicial y cambian su rumbo. Ello depende de la habilidad del jugador. - Diana meditaba en silencio.- ¡Nada que yo pueda hacer compensará lo que ha hecho por la señora Elena, por mí y por otros más! .- Otro día lo platicamos con mayor profundidad. Diana y Cristina se despidieron. El farsante tomó su camino, rozagante hasta sentirse fugitivo en un mundo fabuloso. Evasivo por costumbre, no enfrentaba los hechos recientes, ni anteriores, para seguir de espalda a su propia vida de farsante, aun consigo mismo. Así cerraba esta reflexión, extraviado y confundido en su perspectiva inmediata muy personal respecto a Marta, de quien le torturaban dudas delirantes. Un conflicto àcido le incendiaba las venas de su propia sangre.

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“Cien hijos de Elena”

CAPÍTULO XXX Hacia nuevos horizontes. Elena y Marco llegaron al día siguiente a Tepango. No avisaron previamente. Querían ver primero a Daniel. Fueron a la casa de Diana, haciendo tiempo en una cafetería, dada la hora tan temprana de su arribo. La pequeña ciudad respiraba todavía el fresco del amanecer. Muy pocas personas circulaban fuera al trabajo, la escuela o la iglesia. Diana seguía habitando la casa que le dejara su padre junto al río. .- Somos nosotros, Diana. Disculpa por levantarte tan temprano.- Marco hablaba en voz baja. Diana estaba aun en pijama. .- Hola, abran la puerta en un momento, voy a vestirme. Tras acomodarse en el sofá, oyeron venir a Diana. .- Les preparo un café en un minuto. Y luego me platican de su viaje. .- No, no te molestes, mejor te invitamos a desayunar.aclaró Elena. .- Ricardo ya está listo. Él los puede atender. —Se escuchaba la regadera. Guardaban en secreto sus planes de matrimonio. Aun no se notaba el embarazo de Diana. Casi renqueaba Ricardo al ir a saludar de mano a la pareja. .- ¿Cómo les fue de viaje? - dijo con tono amable y abrazó a cada uno. .- Nos gustó todo, pero vimos lugares increíbles como Marruecos.- Marco comentó sin ocultar su condolencia al 231

“Cien hijos de Elena” notar su esfuerzo por caminar.- Hemos estado preocupados por ustedes, por Daniel y por ti. .- Si, si comprendo. De mí no se apuren, gracias por los apoyos que me han brindado. Tengo muchas esperanzas con los tratamientos. Durarán un tiempo pero me recuperaré. comentó el joven. .- Somos nosotros los agradecidos, inmensamente agradecidos con ustedes.- dijo Elena mientras Diana en bata de baño pasaba junto a ellos.- Diana, gracias mil, se me pasó la manos en dejarte nuestros problemas. Diana los abrazó y junto con Ricardo, acomodaron las maletas de los visitantes. .- Ni digas eso. Han pasado muchas cosas. Creo que podemos comenzar por Daniel.- Diana observó que la mano de Elena apretaba la de Marco en señal de consuelo.- Lo atienden en un excelente hospital. .- Gracias Diana, hemos hablado por teléfono con los médicos del hospital. Sabemos lo difícil de su caso. No pierdo la fe en su mejoría. – dijo Elena. .- ¿Qué fue lo que pasó con mi hijo? ¿Fue un secuestro? – Marco esperaba la respuesta ansiosamente. .- Si, alguien no quería que Daniel estuviera cerca del carro que llevaba Ricardo. Lo engañaron, bajó al borde de la carretera, lo golpearon y se lo llevaron. Lo movieron de un lado a otro. Duró así mucho tiempo. Los golpes de la cabeza y de la columna vertebral fueron los más perjudiciales. Pronto se recuperará, está en las mejores manos.- Diana se conmovió al ver la perturbación de Marco. .- Lo llevaremos a otro lugar. Se los queremos agradecer, pero ahora nos haremos cargo de Daniel. Diana, si es posible, necesito que sigas por favor al frente del 232

“Cien hijos de Elena” despacho. Te necesito más ahora. - Elena tomaba la mano de Marco o la ponía sobre su pierna, notoriamente compungidos. - ¿Necesitas más apoyos? .- No, no debe preocuparse, Elena. En relación al despacho, será mejor que la ponga al tanto de todo, del manejo de algunos asuntos y del dinero…- Diana plantea su punto de vista con algo de nerviosismo. Notoriamente le habla con respeto y deferencia. .- Diana, todo lo que hagas está correcto. Maneja todo como mejor te parezca. Así podré arreglar cosas personales. Pero dinos algo, ¿cómo fue lo del secuestro? .- Martín Rebolledo fue el responsable de todo. ¡El que metió las manos con su gente! a Marco se le removió todo, sus nervios iban a estallar. .- Merece la cárcel, si bien le va…- exclamó con toda su furia. .- Acaba de morir. - añadió Ricardo. .- ¿Cómo? ¿Martín acaba de fallecer? – preguntó Elena con asombro. .- Si, en el mismo lugar que tuve el accidente. Su carro sufrió volcaduras, se fue contra las rocas, hizo explosión y se acabó todo.- completó Ricardo. .¡Alguien tuvo que investigarlo! ¿Era Martín el verdadero culpable? – rugía Marco, palidecía por la rabia, clamando venganza. Jeykol ayudó en todo. Logró el rescate de Daniel. Creemos que Martín actuó por cuenta propia, queriendo complacer los deseos de su patrón. - agregó Ricardo con voz ronca.- De cualquier modo, lo que dijo acerca de las insinuaciones criminales de su patrón, ya no nos sirven. ¡Está muerto! 233

“Cien hijos de Elena” .- No podemos ser blandos con los asesinos sean responsables directos o por encargo. Así lo creo. Tampoco lo del secuestro debe quedarse así. No es un delito menor, pero….- agregó Marco indignado. Elena oía con cierta perturbación. Creía sepultado todo su pasado, pero los filos de esa época todavía conservaban algo de sus crestas. De repente sonó el celular de Elena. .- Debo irme. Ya está aquí el chofer. Por favor esperen, necesitamos hablar y planear algunas cosas. No está terminada esta historia. Justamente el maldito de Farnas quiere hablar conmigo.- el aire seguro de Elena devolvió la calma al grupo. .- ¿Farniaques? – dijo Ricardo. .- Si, no hay nada que temer. Dejen esto a mi cargo, no se preocupen. No tardo. Esperen a que regrese. Todos se pararon en un gesto de solidaridad, de una alianza sin límites. Elena daba un beso de despedida a Marco, y éste la acompañó hasta el carro. Diana quería explicarle muchos asuntos. En la casona, Elena fue directamente al jardín donde la esperaba Farnas. .- Te ves inmensamente hermosa como nunca.- dijo empalagoso. .- Vamos directo al tema.- señaló Elena con su taza de café, retomando el mando de la conversación.- No me pediste venir para cursilerías. .- Siempre me preocupo por ti, por tus intereses. Protego a toda costa tu patrimonio y evitar que la codicia de otros lo merme. Has permitido que algunos extraños se acerquen demasiado a tu privacidad y a tus bienes. No ando con juegos o mentiras.- empezó el discurso del anciano. 234

“Cien hijos de Elena” .- Mejor si lo haces. Si pretendes algo, dilo.- Elena abrió fuego. .- ¡Tú recordarás este reloj y aretes! ¡Diamantes y oro puro! Los usabas con frecuencia hasta hace unos meses. Platicamos sobre ellos y te ofrecí labrar una copia fiel de ese juego de adornos que significan mucho para ti. Si esa gente te desvalija este reloj y aretes, entonces admitirás sin dificultad que esa misma gente derrocha tu dinero en papeleo inútil, en tonterías. Se han llevado tus principales archivos a otra parte, para sorprenderte, y además se la pasan comprando cosas como si fueran de juguetería… lo vemos a diario - la sonrisa de triunfo de Farnas culminó con la entrega del reloj y aretes de marca.- ¡No debes rodearte de quienes te traicionan! Me costó algo recuperarlos. .- Se parecen, pueden ser. ¿Puedo llevármelos para comparar?- Elena recelaba pero había una evidencia.- Y ¿dónde los encontraste? .- Verás, quienes hurtan lo ajeno, ¿qué hacen con la mercancía? Pues tratan de venderla para tener dinero.Farnas se frotaba las manos, su tic favorito para izar la bandera de victoria. Elena notó que Agenor y Olimpia venían hacia la mesa y se puso de pie para retirarse. Al menos lograron confundirla. .- Pero ¿usted ya se va? - casi protestó Agenor. Los saludó de manos. .- Urge ver algunas cosas. – Elena se retiró sintiendo incomodidad por la emboscada de Farnas. La cita duró pocos minutos y regresó Elena con Marco y los demás a la casa junto al río. Le pidió a Diana hablar a solas. 235

“Cien hijos de Elena” .- Diana, ¿podemos hablar? – al entrar Elena de inmediato mostraba ya otro gesto. .- Claro, vayamos ahí.- dijo Diana, cerrando la puerta del cuarto. Sintió cierta angustia. .- ¿Conoces este reloj y aretes? – pese a todo, Elena mantuvo cierta ecuanimidad. .Claro, los conozco, o mejor dicho los reconocí de inmediato. Es una de tantas cosas que quiero hablar contigo. – Diana miraba con atención los objetos de oro y unas piedras finas de adorno. .- ¿Las conoces? ¿Cómo? .- Escúchame por favor. Confirmé mis sospechas. Te las dio mi padre, pero las originales son de otro material. Lo sé muy bien. Me importaba y me importa saber si tú conociste a mi padre y si él mismo te los regaló y por qué no me lo habías dicho. - la contraofensiva vehemente de Diana fue demoledora para Elena. - ¡Dame por favor las que te dio! Al menos deja que las vea. Me duele mucho, Elena, tu desconfianza. Suspiró y se sentó en la cama del cuarto. Elena respiró con alivio. El resto del grupo se acercó. - ¿Cómo es que tú las tienes y cómo están ahora en oro y diamantes? – insistía Diana. .- No... No sé cómo me pusieron una trampa.- Elena se desplomó sobre la cama. Quedó apabullada por un instante.Lo peor será morder el anzuelo de ese maldito. .- Elena, no te entiendo bien. ¿De qué o de quien estás hablando? ¿De Farnas? .- Quiere dividirnos. Ponerme en tucontra. Confía en mí por favor y concentrarnos en una manera de encararlo. Mejor

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“Cien hijos de Elena” ayúdenme a darle una lección que no se le olvide nunca a este funesto farsante. Los trucos de Farniaques para confundirla y ponerla en contra de Diana le pusieron furiosa. ¿Qué importaba si los aretes y el reloj fueran a dar adonde fuese? . – Te juro Diana, que no permitiré que nadie se burle de nosotros. ¡Me cuesta tanto ser tan impulsiva! Ahora debo pensar en algo.- abrazó con calidez a Diana ocultando las lágrimas de sus mejillas. Hacía tiempo que Elena no sentía en carne propia el tajo grosero de las humillaciones. Le costó poner en evidencia cierta debilidad y falta de respeto a Diana, Marco y Ricardo. Advirtió las carencias y sobriedad del mobiliario que rodeaba a Diana y Ricardo. Las frases envenenadas de Farnas por un momento la hicieron titubear, pero quién sino el mismo rufian fue responsable de los accidentes en que los jóvenes sufrieron lesiones graves, fracturas de huesos, al borde de la misma muerte. Y pese a ello, ¡vaya cinismo de este maldito demonio, pensó en silencio! .- Mejor encararlos Elena, aunque dudaste de mí, te comprendo. Conozco ya sus intrigas. Me han espiado a todas horas, pero no me importa. Me importa más saber por qué no me tuviste la confianza de aclarar tu relación con mi padre. Nunca mencionó tu nombre. Fue él quien me contaba mucho sobre ti y esos recuerdos que te dejó. – las emociones de Diana desbordaban su natural cordura. Los demás oian el diálogo secreto imposible de entender. .- No, no, no es eso, ahora estoy confundida. Lo de tú padre y yo, estarás de acuerdo, queda como un tesoro que llevo y llevaré en mi vida privada. ¿Cómo iba yo a pensar quién era tu padre? Ya habrá tiempo de aclarar. Si, están usando las 237

“Cien hijos de Elena” cosas para confundirme. - Elena buscaba una disculpa ante la joven.- Siempre cargaré con este remordimiento. Por unos aretes y un reloj pude perder tu confianza y… Caí en su trampa. .- Quiero explicarte algo. Los llevé junto con los aretes con un joyero para que verificara ciertos datos y asegurarme de mis sospechas. Lo demás ya lo sabemos. No me di cuenta hasta ahora de su desaparición. También debes escucharme que tus archivos más importantes los retiré, los tuve que retirar del despacho debido a las intromisiones constantes de Olimpia. Y... – decía Diana. .- No tienes que explicarme nada. Discúlpame por este traspié. Quiero devolver el golpe ahora mismo. Y ahora debemos platicar con los demás. ¿De acuerdo, mi querida Diana? - Elena la abrazó efusivamente.- De verdad, te quiero como una hija. Hasta con un hijo, podemos cometer un error. Gracias y comprendeme. .- Lo siento también. Te diré algo. No me siento del todo bien. Creo estar embarazada…- con mucha emoción se abrazaron. Elena les propuso desayunar en un restaurante del centro de Tepango .- Pocos días han sido tan difíciles. Creo que ya tengo una idea. Quizás no sea lo mejor, pero necesito otra vez su ayuda. Es hora de que ese maldito impostor me las pague. Sólo es un pobre cobarde hipócrita. Merece un escarmiento.- ya habían ordenado los platillos y bebidas. Marco platicaba a petición de Ricardo sobre los lugares visitados en su paseo turístico. De repente, Elena los interrumpió. Estaban a solas.

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“Cien hijos de Elena” .- Si, ya tengo una idea interesante. Arrancaremos hoy la inauguración de un Centro de Arte de Tepango. Disculpen por las prisas, pero quiero hacerlo de una vez. Pues he pospuesto y vuelto a posponer tantas cosas que son de verdadera importancia. – Elena seguía su discurso.Nuestro éxito está en la sorpresa, nuestra discreción absoluta. .- Claro, cuenta con nosotros. ¿Cómo te ayudamos? – preguntó Marco. .- Vamos a meter al maldito en un costal de víboras y arañas. Sé muy bien donde le duele. Hay cosas que ni siquiera le pertenecen. Se esconde a la luz del día, como una miserable cucaracha. ¡Este es mi plan! La casona que diseñé y comencé, será demolida. .- Pero Elena…. .- La casona es su gran orgullo; nada le importa más. Será algo importante en la historia de Tepango. Fuera de su guarida, Farnas es un pobre diablo, una perita en dulce, como dicen. Lo exhibiremos frente a todo mundo, que la gente lo vea, que haga compromisos. Es la clave. - Elena sonreía, estaba regocijada con su coraje para reivindicarse. .- ¿Quieres hacerlo hoy? – Preguntó Diana.- ¿O quieres pensarlo unas horas? .- Si, ustedes igual que yo, necesitamos el desagravio.- su euforia no daba lugar ni a preguntas.- Debí escucharlos desde antes. Diana y Marco cruzaban miradas de desconcierto. .- Hoy mismo en la tarde, con prensa, con los medios, con invitados especiales. – la euforia de Elena impedía a los

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“Cien hijos de Elena” demás analizar por el tiempo tan limitado para organizar una idea tan incomprensible. Elena poco a poco planteó los detalles de su plan. Un plan muy sencillo como los buenos guisados de un buen restaurante. Diana, Ricardo, Marco, Jeykol y Cristina trabajaron con toda la intensidad posible para cristalizarlo. Un evento sorpresivo en esa misma tarde. El evento logró un éxito extraordinario. Presidieron Farnas, personajes locales y regionales del arte, de la academia, de la política y de todo el pueblo. Más de mil gentes. Elena como oradora principal en unas cuantas palabras explicó la la donación de la casona, como un acuerdo entre ella y Farniaques, para un proyecto social al servicio de Tepango. El discurso de Elena con firmeza y voz emotiva, enfatizó que era una idea vieja soñada por ella y Farniaques. Pidió el aplauso de todos para ser parte del proyecto, y que lo tomaran como suyo. ¡Farnas no pudo negarse frente al público a impulsar una noble misión que su esposa otorgaba en su nombre! Y apenas puso disimular y resistir los misiles envenenados que le retorcìan todas sus entrañas. En resumen le arrebataba la casona para donarla para fines de interés público. Un plano enorme elaborado a toda prisa por Marco, sirvió como maqueta donde se veía el trazo de las nuevas áreas, libres de murallas, para el teatro, el parque y estacionamiento para carros en la superficie donada por Elena de más de cuatro hectáreas en la zona urbana. Fue en los discursos donde se habló de cerrar las calles para disponer de más espacios. Espacios y recursos para enseñar 240

“Cien hijos de Elena” y promover arte, para exhibir pinturas, esculturas, para bailes, para museo, música y otras actividades. Voces que alcanzaron fuerte resonancia, que salían de repente y aplaudían la promesa del Centro del Arte, la apertura de una calle amplia junto a la casona, una escuela en una de las zonas donde se construía un fraccionamiento, guarderías y más peticiones que obligaron a Farnas a concederlas públicamente. La gente gritaba que no querían meras promesas. La prensa, la radio al día siguiente lo confirmaría por escrito. Marco llevó a Daniel, estuvieron juntos en las filas de atrás, disfrutando del acontecimiento. Podían ver claramente las caras de Agenor y Olimpia. - 2 Al atardecer, ya punteaba el crepúsculo. Al final del evento, sólo estaba el grupo de familiares por parte de Farnas y de Elena. Caminaban en fila hacia las oficinas y habitaciones de la casona, que ya estaba sentenciada a muerte, a sus últimos días como la flamante casona del buitre más odiado en Tepango, el Farnas. Elena caminaba al lado de Diana, Ricardo y Daniel, tomando la delantera de todo el conjunto. Después Marco se rezagó intentando deshacerse del perro del taller que por ratos lo seguía, con la fidelidad que sólo estos animales pueden obsequiar. El perro tomaba a juego los ademanes de Marco. La obra de excavación para instalar una cisterna que estaba en medio del camino, con decenas de fierros como estacas y piezas peligrosas, hizo que Marco se moviera con más cuidado. Todos marchaban en silencio, absortos en los 241

“Cien hijos de Elena” acontecimientos. Nadie previó retirar esos escombros de la obra de una cisterna en proceso con muchos fierros, pedazos de madera en cortes a modo de estacas, piedra y arena que en el gris atardecer convertían el socavón encharcado en una trampa riesgosa. Los aires musicales del evento aun continuaban y dominaban el entorno gratamente. Detrás de Marco, a distancia, venían Olimpia y Farniaques quien se sentía agravado por sus achaques y pesadumbres debido a las noticias y compromisos que hizo Elena, sin consultarlo. Atrás de ambos, caminaba Agenor, con un aire evidente de preocupación y malestar. Farniaques caminaba con lentitud, comentando algo a su hija. Ella se ponía más furiosa cada vez. En un instante, ella, presa de un súbito impulso, recogió una varilla metàlica del suelo y la levantó tan alto y con toda la fuerza que pudo. De inmediato, se lanzó contra el área posterior, o los huesos de la caja craneal y vértebras de la espalda de Marco, para asestarle un golpe mortal. Lo tenía a su merced a unos pasos. El instinto del perro olfateó el peligro y obró con toda celeridad. El animal se arrojó contra Olimpia, cuando en su carrera ya estaba cerca de Marco, enarbolando su arma. ¡La fosa de la obra se encontraba al borde, con una caída de hasta tres metros de profundidad! Al atacar el perro a Olimpia, perdió el balance y cayó a la fosa. Emitiò un terrible chillido al sentir la brusca frialdad de ese puente tan extraño, que nos une con la nada, con ese vacío desconocido. Fue Marco el primero en advertir la caída de la joven hacia el vacío. Pero nadie pudo advertir que Farniaques se lanzaba de inmediato, por 242

“Cien hijos de Elena” impulso paternal y suicida al rescate de su hija. También cayó así a la fosa, en el único acto humanitario a lo largo de su vida. Pudo ser un acto heroìco en otras condiciones, pero se desvaneció en las aguas lodosas, podridas y charcos de sangre del socavòn. Elena y Diana apenas escuchaban los gritos de terror, y volvieron al sitio al advertir los ladridos del perro. Todos espantados volvieron a la zanja mortal, frente a la excavación, miraban sangre, ropas desgarradas y los estertores de los dos moribundos. Marco y Ricardo abrazaban a Elena y a Diana. Agenor lloraba a solas, helado del espanto, tal vez por primera vez en su vida. Lloraba por su hermana. Sòlo por Olimpia, pues mostrar o fingir pena por su padre le producía profundas confusiones y alborotos. Nada se podía remediar, sino llamar a la policía y ambulancias. Pronto, Elena, junto con sus compañeros, prosiguió su camino. Respiraba en silencio la brisa de una nueva vida, tal como lo sintió en sus noviazgos de juventud, de igual suerte cuando abrazò a su padre en la última oportunidad, de la misma manera que cuando se encontró con Marco y luego con Diana. ¡Cierto que la vida no comienza una sola vez, sino dos y hasta màs momentos, como dos relampagos, los que al conectarse entre sì forman un arco de esperanzas, tendiéndole a Elena el paso a nuevos tramos del futuro!

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“Cien hijos de Elena”

CAPÍTULO XXXI Cien hijos de Elena. Por fin llegó la última semana del invierno. Tepango era el mismo con o sin Farniaques. Ignorado por todos, aun por los augurios más ociosos, el hijo de las forquiadas, mismas que asustaron al mismo diablo, según leyendas arcaicas de los árabes, bien podía estar en el hoyo más profundo y escabroso del cementerio; o bien ya debe estar contento, de regreso al último rincón de los infiernos como cancerbero de sus rencores y amarguras; a nadie le importa en Tepango. ¡Nadie lo extraña, ni le importa! En el mirador de la casa junto al río de Tepango, Elena ayudaba en la preparación de la comida. Junto con la bella Diana, cortan rodajas de frutas y verduras, de naranjas, perejil, tomates, pepinos, setas, en copia deslucida de un arcoiris. En silencio miran la mezcla de colores, sabores y formas vaciados en una vasija de vidrio transparente. En las múltiples rodajas de la mezcla, adivinan los rostros de su pasado, dominando en el ambiente el aroma del café de Soconusco, el cual combina Elena con su copa de cognac. Meditan en sus adentros, ¡qué estos idiotas de Marco, Daniel y Ricardo, lleguen cuando se les dé la gana! Como diosas mitológicas de belleza, gracia y talento, reían con soltura del sinfín de estupideces de la vida. Toman el fresco de la tarde, una copa de vino en el patio exterior con vista a la calle, al río seco y el follaje espeso de la arboleda. Una sombrilla las protegía del rayo solar, que recorta la terraza en fragmentos caprichosos de 244

“Cien hijos de Elena” triángulos o polígonos cada ve z más pequeños. Diana frotaba la dorada piel de sus manos, rostro y piernas con una crema espumosa, refrescando la llamarada de anhelos no cumplidos. .- Diana. No sé que pienses, pero algo me pica la curiosidad. Ese asunto que me quieres comentar. ¡Debe ser algo inquietante! - dijo Elena con su tono cálido. Vestía una falda roja con bordes negros y una blusa blanca transparente. Igual que en sus días de juventud. .- Bueno. Si. Pero no es fácil. Me preocupa que por descuido, te diga una tontería. Es algo serio. .- ¿Qué te pasa? No me andes con rodeos. Suelta esa duda. Por favor, ¿dudas de mi confianza. .- ¿Cómo puedo decirlo? Sé que me paso de la raya. Es algo muy personal. Si es un disparate, promete que no te enfadarás. .- No le des más vueltas, ¡dime lo que estás pensando! .- Bien, ¿te gustaría tener tus hijos? Nunca, te confieso, nunca he notado tu menor intención de tener tus hijos. Claro, adoptados… El disparo repentino sorprendió a Elena. .- ¡Hijos adoptados! Pero ¡¿es una broma?! – Exclamó con vehemencia.- Claro, ya lo he pensado muchas veces, como cualquier mujer. Mejor olvídalo, me apura este necio de Marco… Odio que nos haga esperar. Sola me acostumbré a quererlo como si fuera mi hijo. No lo conoces, pero es un muñeco de resortes, bujías y de tornillos. A veces abusa de mi soledad. Lástima, pero soy así, suspicaz y voluble. No me gusta hablar de eso…. - Tenme paciencia... Yo voy a ser madre. Hay ratos tan difíciles. Se sufre mucho. Pero cuando veo tantos niños 245

“Cien hijos de Elena” huérfanos, todos lo sabemos, esperan siempre una mano amiga. No sólo en dinero, afecto o regalos. Velo con calma. ¡Si quieres lo olvidamos ahora mismo, ya está olvidado! .- No, no es primera vez que me tienta esa idea. Nunca le dediqué tiempo suficiente.- Elena contempló el cielo limpio, sin nubes grises, ni vientos impertinentes.- Ayh, Diana, ¡cómo has cambiado mi vida! Vale más ahora oír tus ideas, que luego arrepentirme. .- Hay varios procedimientos, quizás alguno te interese. Algunos no son muy rígidos. Hay opciones. No las descartes por ahora. Piénsalo por favor. .- ¿Cuáles? Me interesa de verdad. Es mucho compromiso su crianza y su educación. Ellos, quienes sean, no me conocen y yo tampoco a ellos. .-Mira, hay opciones. Van desde el padrinazgo, hasta una adopción completa. Tienen sus pros y contras.- insistió Diana.- Yo puedo apoyarte. .- ¡Y así de golpe, me quieres como madre de más de uno solo! – Elena no pudo soslayar una risa reprimida con desasosiego.- ¿Lo dices en serio? ¡Me haré cargo de cien hijos, de cien niños o niñas! Si, si, tendré mis hijos. ¡Seré madre! Ya lo tengo decidido. – el trono de las diosas es tan ancho, donde caben caudalosos ríos y arboledas de sinuosas formas, las infinitas flores de la primavera, los ardores del verano en fugaces agüeros del futuro. .- Pues ya tienes dos, yo y mi hijo que llevo en mi vientre.Diana se ruborizó. Manifestó las palabras cohibidas y fluyeron sin pensarlo.- Y cuenta con mi apoyo. Vemos a nuestros jóvenes tan lastimados y destrozados.- el tono grave de Diana invitaba a la reflexión. Claramente

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“Cien hijos de Elena” insinuaba a Daniel y Ricardo.- ¡Tanta juventud que hemos perdido! Elena se dejó asediar por sentimientos cálidos de ilusiones y esperanzas. Quedó absorta en la idea de tener cien hijos para cuidarlos, protegerlos y amarlos, llenando sus necesidades de afectos muy profundos. Por supuesto, para ella sola representaba una carga abrumadora, pero en ese momento decidió asumir su aventura, en el excelso papel de madre. ¿Hay quien pueda imaginar que esos niños son como rollos de cera para cristalizar en espejo humano de nuestros sueños y mágicos violines? O ¿Qué tan cierto es que jugando, amándolos por años y años, durante toda una vida, aun así luego toman su rumbo libre, sin importarles abandonar el solitario nido maternal? .- Ya que hablas de Marco. Cuenta con sus virtudes y defectos, te quiere, te quiere mucho. Y haría todo lo que tú le pidas. Pero ¿cómo te enamoraste de él? Elena fue a abrazarla desnudando sus emociones, en tanto Diana le besaba en la mejilla. ¡Contuvo esa vez el impulso de decirle: “eres mi madre, soy tu hija”! El recuerdo de aquella pintura de su padre la obsesionaba, pero ahora le brindaba una cálida complacencia. Diana vestía un pantaloncillo de color verde belladona, ceñido hasta sus rodillas, combinado con su blusa color luna violácea, y con el dibujo de cien estrellas vigilando las orillas de su audaz escote, y en remate de sus hombros semidesnudos. .- Como amiga, quiero compartir un secreto contigo. No sé cómo soporté tanto tiempo vivir al lado de ese maldito. Realmente, duró tan poco el afecto…. Gratitud, piedad, 247

“Cien hijos de Elena” admiración por lo que hizo por mí. Era tan diferente a todos. ¡Cínico, perverso, malvado, infiel! Me hice a la idea que ese era mi destino. Llegaron Marco y tú… ya sabes lo demás. Abrí los ojos. Ahí había otro mundo. Porque debes saber, que antes de él, la historia de mi vida fue tan amarga; desengaños y desdichas. ¡Puerta que abriera o tocara, venían siempre las desgracias! .- Elena, te castigas demasiado. Se puede ser feliz… .- ¡Felicidad! Bah, ¿qué sabes de felicidad? Eres tan joven… - Elena la abrazó nuevamente, con vigor y ternura que ella misma desconocía, besó la mejilla de Diana y su vientre lozano que alimenta una nueva vida y esperanza. .- Es necesario algo o mucho de egoísmo para arrancar de la colmena regia una gota de felicidad. Debe ser horrible el divorcio.- Diana se resistía a su propio impulso de derramar una lágrima de felicidad y abrazar a quien le ofrecía la grandeza de ser su madre. ¿Una reacción natural de la orfandad completa? .- Así lo creo yo también. Pude enamorarme de un día para otro, pero le temía al divorcio. El anillo matrimonial es una cadena de oro pero también de acero dulce. De alegrías, sinsabores y conflictos. .- Por fin desahogué contigo, cuando esté a solas con Ricardo… Elena la interrumpió nuevamente. .- Marco no para de hablar del doctor Anzures. ¡Sus ideas tan locas del divorcio! Qué los trenes, que la pareja viaja en vagones por separado, que uno se baja del tren y el otro no. Sueña con aprender y volar en los aviones, es un mecánico de pies a cabeza. .- ¿Cómo lo conociste? 248

“Cien hijos de Elena” .- Hablando de lo mismo, no quiero olvidar dos temas contigo. Primero, te cuento que Jeykol se casó con Marta… la que vivía con Martín. Me pidió vacaciones. Se tomará unas semanas. .- Me da gusto por Jeykol. Nunca anda por las ramas. – Exclamó Diana.- A ella, le debemos mucho. ¡Tantas cosas que murmuran de los dos, un estafador y farsante, con una prostituta, y una zorra que salvó a Daniel! De ser necesario, yo sería primera en defenderlos. ¡¿Martín?! Pobre diablo, mandó asesinar a Marco. Lo más fácil, sería tomar una espada o un cuchillo o veneno; para darle su merecido. Antes de morir claro. Pero, te pregunté algo que me da curiosidad. Elena simpatizó un instante con su idea, tal como su ánimo incansable de venganza por los asesinos de su padre, que además la violaron. Más no podía continuar envenenando su vida con tantas amarguras de su pasado. Prefirió mantener en silencio esa parte de su historia, una grieta subterránea de su alma negada a morir como el canalla de... Ni su nombre deseaba recordar. .- Falta otro punto. Hablé con Cristina. Es muy talentosa. Pronto tomará un curso sobre administrar, algo así…. Le ofrecí nuestro apoyo. .- ¿Me vas a quitar a Cristina? – Saltó Diana.- La necesito. .- A veces debemos sacrificar algo. A ti te corresponde formar tu equipo, preparar a tus aliados. Eres una líder. Sin tu círculo de aliados, caminarías muy despacio. – Diana se quedó pensativa, sorprendida por ese ángulo novedoso de las cosas. Mas no le extrañan las palabras esquivas de Elena.

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“Cien hijos de Elena” .- En cuanto a tu pregunta. No hay ningún secreto. Al principio, me sentí obligada a ciertas discreciones. Pronto me casaré con Marco. .- Entiendo, tal vez no debía preguntarlo. No tengo derecho… .- Bueno, no lo tienes, pero me siento como en una olla de presión. He guardado en silencio muchas cosas. Ahora te lo digo. Realmente me gustó o me enamoré de Marco desde joven.- Elena exhaló un murmullo como quien arroja de sus hombros una tonelada de penas.- Mira, mejor lee esta nota. Me la envió hace mucho tiempo. “No sé cuanto ni cómo nació esta oleada de sentimientos. Por ti, por tus ojos, y por tu belleza. Cada noche, cada tarde al mirar tus ojos y tu boca que se cruzan una y otra vez en mi sendero, tiernos y sensuales, hicieron un gran prodigio. Me sentí superior, me sentí renacer y logré sepultar varias penas e incertidumbres que me ahogaban. Pues sólo pienso en ti y en las promesas que recibo de tus miradas. Me siento feliz esperando verte en ese jardín que se mece al vaivén de miles y miles de estrellas por las noches. Me embriaga tu perfume como las flores de ese jardín, que quisiera recorrer junto contigo.” .- ¿Fue cómo se te declaró? – Preguntó Diana con su franqueza singular.- Es un verso, muy raro de un mecánico. Lo copió, pero sin duda mostrando sus sentimientos. .- No, termina de leerla. Será mejor. “¿Cuántas veces estuve a la espera para pedirte una cita? ¡Celos de ver el asedio de otros pretendientes, timidez! Salí de Tepango, me partía en dos el dejar de verte y la lejanía cultivó esa silenciosa adoración. No estoy seguro 250

“Cien hijos de Elena” que ello sea amor, pero el recuerdo de tus miradas avivan siempre el anhelo de acercarme y estar junto a ti por todo el tiempo que lo decidas. Con toda franqueza, se aunó a mis celos infantiles, una oleada de rumores venenosos que acrecentaron mis dudas por mi vanidosa certeza de que sólo podrías ser para mí. Soñaba en pasear a tú lado, en bailar, en diversiones tan simples, pero todo rodaba al abismo.” .- No concluye en alguna propuesta. ¡No encuentro la fecha! – Diana miraba a los ojos de Elena.- De verdad, ¿será de Marco? .- Es su letra. Estoy segura. También tuve dudas porque es otro Marco el que conocí en la escuela, no concuerda con esos rodeos y apocamientos de la carta. Pero no me propuso nada del noviazgo. Diana le devolvió la nota, asaltada por un repentino pensamiento. Y, si Elena atrapada en su abismo de confusiones, rodaba sin freno, ¿pudo sustituir en su mente al verdadero emisario de la nota, por Marco? Peor para su imaginación, pues ¿el verdadero autor de esa nota que, escrita de propia mano, le hizo llegar a Elena, pudo ser su padre? “¡Mi padre! Pensó Diana.” De golpe rechazó el dilema. Pero, jamás aceptaría del todo a Marco por las cobardías y pausas con que obró para defender a Daniel, su hijo. Tampoco Diana era fiel a su integridad, tratando de sepultar en la penumbra sus recuerdos intensos con Daniel. Un flujo de escalofrío recorrió su cuerpo; temía que los ojos de Elena la exploraran como una radiografía. No llegaban Marco, Ricardo ni Daniel. .- Nadie lo conoce como tú. Somos distintos al paso de los años. Además cualquier persona se siente aturdida al 251

“Cien hijos de Elena” expresar con sinceridad sus sentimientos… Es más fácil y cómodo tratar con amigos que con la persona que amamos. – Diana opinó cuidando sus palabras. .- Claro, estaba casado con Clarisa cuando nos reencontramos. No me importó y, tal vez por vivir un día difícil, no tuve reparos en abrir mis sentimientos. Estaba con nosotros un espía en la entrevista, cuando lo volví a ver. Me arriesgué y me di cuenta de que lo peor sería perder la oportunidad. Pero me atreví a todo y me decidí a ganar tiempo, ¿cómo saber si podríamos volver a tener otra facilidad para nosotros? Hice todo lo posible para evitar el peor desastre de mi vida… Lo amo pero lo odio por ser tan metódico. .- Bueno, ustedes han tenido oportunidad de vivir intensamente. Dejemos en paz el pasado….- ¿Por qué no se te lanzó desde entonces? .- Nunca se lo pienso preguntar. .- En tu caso, yo sí se lo preguntaría.- Diana se arriesgó a la intromisión. .- Lo sé, tú eres muy franca, pretendes saberlo todo. Y nadie lo puede. .- Y ¿se casarán pronto? – Diana lo pensó antes de lanzar la pregunta. .- Si, si claro. Pero sin prisas, sin esos rituales, pero con entera fe en nosotros mismos, y en nuestro futuro. – Elena la miró directo a los ojos y sonrió.- Bah... Yo quiero cantar y bailar como me dé la gana. Quiero escoger mis canciones y divertirme como en las locuras de mis sueños. Respirando en lo profundo, la asaltó un torrente de suspicacias. ¿Murió realmente el maligno infeliz que nunca quiso morir? Debe arder en el infierno, el mismo infierno 252

“Cien hijos de Elena” que ella invocó para su venganza. Manoteó con ira contra una mosca, como mensajera de nuevas angustias. Y ¿Agenor? Bueno, al tipo le sobran problemas con sus hermanos al acoso de la herencia. Y por fin aceptó que Marco, pese a ser mitad una máquina, le daba cierta seguridad, como los frenos y pedales de su Ford. Lo demás ¿es solo un sueño? Diana pensó en las experiencias que compartían. También en sus planes de matrimonio, y en los muchos secretos que preferían guardar. Pese a los laberintos del mundo en su alrededor, ¿podría seguir conviviendo con ellos, o volver a sus tierras más allá al norte de la frontera? Miró por una ventana hacia el río eterno, no escuchó el eco del fluir de sus aguas, ¡no, sus manos firmes y celo por sus compromisos son los pinceles, el abanico rebelde de colores de su juventud, hoy dispersos, pero en el futuro se enlazarán en un solo manojo, el lienzo distintivo, singular, de su vida!

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