Comentarios de Elena G de White. Ministerios PM El hombre Abram. Lección 7. Para el 18 de Noviembre del 2006

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LA IGLESIA REMANENTE ELENA G. DE WHITE
LA IGLESIA REMANENTE ELENA G. DE WHITE PRIMERA SECCIÓN: El amor de Dios por su iglesia Capítulo 1 El objeto de su suprema consideración Melbourne, Aus

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El hombre Abram Lección 7

Para el 18 de Noviembre del 2006

Sábado 11 de Noviembre Antes que Dios pudiera usarlo, Abraham debía separarse de sus asociados anteriores, a fin de no ser controlado por la influencia humana, y para dejar de fiar en la ayuda humana. Ahora que se había conectado con Dios, este hombre debía morar entre extraños. Su carácter debía ser peculiar, diferente de todo el mundo. No podía siquiera explicar su conducta de manera comprensible para sus amigos, porque eran idólatras; las cosas espirituales deben discernirse espiritualmente; por lo tanto sus motivos y sus actos no podían ser comprendidos por sus familiares y amigos (Testimonies, t. 4, pp. 523, 524). La fe no es sentimiento. “Es pues la fe la sustancia de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven”. La verdadera fe no va en ningún sentido aliada a la presunción. Únicamente aquel que tiene verdadera fe está seguro contra la presunción, porque la presunción es la falsificación de la fe por Satanás. La fe se aferra a las promesas de Dios, y produce fruto en obediencia. La presunción se atiene también a las promesas, pero las emplea como las empleó Satanás, para disculpar la transgreSión. La fe habría inducido a nuestros primeros padres a confiar en el amor de Dios y obedecer sus mandamientos. La presunción los indujo a violar su ley, creyendo que su gran amor los salvaría de las consecuencias de su pecado. No es fe la que pretende el favor del cielo sin cumplir con las condiciones en que se ha de otorgar la misericordia. La verdadera fe tiene su cimiento en las promesas y provisiones de las Escrituras (Obreros evangélicos, p. 274).

Domingo 12 de Noviembre: El trasfondo de Abraham Después de la dispersión de Babel, la idolatría llegó a ser otra vez casi universal, y el Señor dejó finalmente que los transgresores empedernidos siguiesen sus malos caminos, mientras elegía a Abraham del linaje de Sem, a fin de hacerle depositario de su ley para las futuras generaciones. Abraham se había criado en un ambiente de superstición y paganismo. Aun la familia de su padre, en la cual se había conservado el conocimiento de Dios, estaba cediendo a las seductoras influencias que la rodeaban, “y servían a dioses extraños” (Josué 24:2), en vez de servir a Jehová. Pero la verdadera fe no había de extinguirse. Dios ha conservado siempre un remanente para que le sirva. Adán, Set, Enoc, Matusalén, Noé, Sem, en línea ininterrumpida, transmitieron de generación en generación las preciosas revelaciones de su voluntad. El hijo de Taré se convirtió en el heredero de este santo cometido. Por doquiera le invitaba la idolatría, pero en vano. Fiel entre los fieles, incorrupto en medio de la prevaleciente apostasía, se mantuvo firme en la adoración del único Dios verdadero. “Cercano está Jehová a todos los que le invocan, a todos los que le invocan de veras” (Salmo 145:18). El comunicó su voluntad a Abraham, y le dio un conocimiento claro de los requerimientos de su ley, y de la salvación que alcanzaría mediante Cristo (Patriarcas y profetas, p.117). En esa época, la idolatría se estaba introduciendo rápidamente y estaba entrando en conflicto con el culto del verdadero Dios. Pero Abraham no se hizo idólatra. Aunque su mismo padre vacilaba entre el culto verdadero y el falso, y aunque se mezclaban con su conocimiento de la verdad falsas teorías y prácticas idolátricas, Abraham se mantuvo a salvo de esa aberración. No se avergonzaba de su fe y no hizo ningún esfuerzo para ocultar el hecho de que confiaba en Dios. El “edificó allí altar a Jehová, e invocó el nombre de Jehová” (Comentario bíblico adventista, t. 1, p. 1106). Dios aborrece todo aquello que sea idolatría; por eso dio órdenes especiales a todos los que le rendían culto, que no se mezclaran con otras naciones ni hicieran sus obras; que no se casaran con idólatras, porque sus corazones serían alejados del verdadero Dios y participarían de un culto de acuerdo a las prácticas corruptas de las naciones idólatras (The Youth’s Instructor, marzo 4, 1897).

Lunes 13 de Noviembre: El llamado El llamamiento del cielo le llegó a Abraham por primera vez mientras vivía en “Ur de los Caldeos” (Génesis 11:31) y, obediente, se trasladó a Harán. Hasta allí lo acompañó la familia de su padre, pues con su idolatría ella mezclaba la adoración del Dios verdadero. Allí permaneció Abraham hasta la muerte de Taré. Pero después de la muerte de su padre la voz divina le ordenó proseguir su peregrinación. Su hermano Nacor, con toda su familia, se quedó en su hogar y con sus ídolos. Además de Sara, la esposa de Abraham, sólo Lot, cuyo padre Harán había fallecido hacía mucho tiempo, escogió participar de la vida de peregrinaje del patriarca. Sin embargo, fue una gran compañía la que salió de Mesopotamia. Abraham ya poseía gran cantidad de ganado vacuno y lanar, que eran las riquezas del Oriente, e iba acompañado de un gran número de criados y personas dependientes de él. Se alejaba de la tierra de sus padres para nunca más volver, y llevó consigo todo lo que poseía, “toda su hacienda que habían ganado, y las almas que habían adquirido en Harán” (Génesis 12:5). Entre los que le acompañaban muchos eran guiados por motivos más altos que el interés propio. Mientras estuvieron en Harán, Abraham y Sara los habían inducido a adorar y servir al Dios

verdadero. Estos se agregaron a la familia del patriarca, y le acompañaron a la tierra prometida. “Y salieron para ir a tierra de Canaán; y a tierra de Canaán llegaron” (Patriarcas y profetas, pp. 119, 120). Cuando Dios pidió a Abraham que dejara su tierra y sus amigos, él podría haber razonado y puesto en duda el propósito de Dios. Pero mostró que tenía perfecta confianza en que Dios lo estaba guiando; no se preguntó si iría a una tierra fértil, agradable, o si se sentiría cómodo allí. El salió según la orden de Dios. Esta es una lección para cada uno de nosotros. Cuando el deber parece llevarnos en contra de nuestras inclinaciones, debemos tener fe en Dios (En lugares celestiales, p. 112). El testimonio de la Palabra de Dios se opone a esta doctrina seductora de la fe sin obras. No es fe pretender el favor del cielo sin cumplir las condiciones necesarias para que la gracia sea concedida. Es presunción, pues la fe verdadera se funda en las promesas y disposiciones de las Sagradas Escrituras. Nadie se engañe a sí mismo creyendo que puede volverse santo mientras viole premeditadamente uno de los preceptos divinos. Un pecado cometido deliberadamente acalia la voz atestiguadora del Espíritu y separa al alma de Dios... “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no esta en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado” (1 Juan 2:4, 5) (¡Maranata: El Señor viene! p. 230).

Martes 14 de Noviembre: La fe de Abram Abraham continuó su viaje hacia el sur; y otra vez fue probada su fe. El cielo retuvo la lluvia, los arroyos cesaron de correr por los valles, y se marchitó la hierba de las llanuras. Los ganados no encontraban pastos, y el hambre amenazaba a todo el campamento. ¿No pondría ahora el patriarca en tela de juicio la dirección de la Providencia? ¿No miraría hacia atrás anhelando la abundancia de las llanuras caldeas? Todos observaban ansiosamente para ver qué haría Abraham, a medida que una dificultad sucedía a la otra. Al ver su confianza inquebrantable, comprendían que había esperanza; sabían que Dios era su amigo y seguía guiándole. Abraham no podía explicar la dirección de la Providencia; sus esperanzas no se habían cumplido; pero mantuvo su confianza en la promesa: “Y bendecirte he, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición” (Génesis 12:2). Con oraciones fervientes consideró la manera de preservar la vida de su pueblo y de su ganado, pero no permitió que las circunstancias perturbaran su fe en la palabra de Dios. Para escapar del hambre fue a Egipto. No abandonó a Canaán, ni tampoco en su extrema necesidad se volvió a la tierra de Caldea de la cual había venido, donde no había escasez de pan; sino que buscó refugio temporal tan cerca como fuese posible de la tierra prometida, con la intención de regresar pronto al sitio donde Dios le había puesto (Patriarcas y profetas, pp. 121, 122). Durante su estada en Egipto, Abraham dio evidencias de que no estaba libre de la imperfección y la debilidad humanas. Al ocultar el hecho de que Sara era su esposa, reveló desconfianza en el amparo divino, una falta de esa fe y ese valor elevadísimos tan noble y frecuentemente manifestados en su vida. Sara era una “mujer hermosa de vista”, y Abraham no dudó de que los egipcios de piel oscura codiciarían a la hermosa extranjera, y que para conseguirla, no tendrían escrúpulos en matar a su esposo. Razonó que no mentía al presentar a Sara como su hermana pues ella era hija de su padre, aunque no de su madre (Patriarcas y profetas, p. 123).

Miércoles 15 de Noviembre: Abram y Lot Abraham, padre de los fieles, era un hombre verdaderamente cortés, y manifestó esa cortesía hacia su propia familia. Era un hombre pacifico y deseaba evitar toda disputa. Cuando sus pastores entraron en problemas con los de Lot, era su privilegio elegir cuál parte de la región quedaría para él; después de todo, él era el mayor y había tratado a Lot como a su propio hijo. Pero le dio ese privilegio a Lot, y éste eligió pensando sólo en las ventajas que tendría al residir en el rico valle del Jordán. No pensó en el carácter corrupto ni en la maldad de los habitantes de la región donde iba a establecer su hogar. Solamente admiró sus riquezas, sin pensar que la asociación con ellos iba a afectar la vida religiosa de él y su familia. Como resultado, las abominaciones y maldades de Sodoma se mezclaron con los intereses familiares a tal punto que parecía imposible cambiar de lugar. Sólo la orden de un ángel del cielo le permitió huir por su vida; pero todas sus posesiones fueron consumidas en Sodoma (Review and Herald, abril 26, 1887). “No haya ahora altercado entre nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos. ¿No está toda la tierra delante de ti? Yo te ruego que te apartes de mí. Si fueres a la mano izquierda, yo iré a la derecha; y si tú a la derecha, yo iré a la izquierda” (Génesis 13:8, 9). Abraham volvió a Canaán “riquísimo en ganado, en plata y oro”. Lot aún estaba con él, y de nuevo llegaron a Betel, y establecieron su campamento junto al altar que habían erigido anteriormente. Pronto comprendieron que las riquezas acrecentadas aumentaban las dificultades. En medio de las penurias y las pruebas habían vivido juntos en perfecta armonía, pero en su prosperidad había peligro de discordias entre ellos. Los pastos no eran suficientes para el ganado de ambos... Era evidente que debían separarse. Abraham era mayor que Lot, y superior a él en parentesco, riqueza y posición; no obstante, él fue el primero en sugerir planes para mantener la paz. A pesar de que Dios mismo le había dado toda esa tierra, muy cortésmente renunció a su derecho... Este caso puso de manifiesto el noble y desinteresado espíritu de Abraham. ¡Cuántos, en circunstancias semejantes, habrían procurado a toda costa sus preferencias y derechos personales! ¡Cuántas familias se han desintegrado por esa razón! ¡Cuántas iglesias se han dividido, dando lugar a que la causa de la verdad sea objeto de las burlas y el menosprecio de los impíos! “No haya ahora altercado entre mí y ti”, dijo Abraham, “porque somos hermanos”. No sólo lo eran por parentesco natural sino también como adoradores del verdadero Dios. Los hijos de Dios forman una sola familia en todo el inundo, y debería guiarlos el mismo espíritu de amor y concordia. “Amándoos los unos a los otros con caridad fraternal; previniéndoos con honra los unos a los otros” (Romanos 12:10), es la enseñanza de nuestro Salvador. El cultivo de una cortesía uniforme, y la voluntad de tratar a otros como deseamos ser tratados nosotros, eliminaría la mitad de las dificultades de la vida. El espíritu de ensalzamiento propio es el espíritu de Satanás; pero el corazón que abriga el amor de Cristo poseerá esa caridad que no busca lo suyo. El tal cumplirá la orden divina. “No mirando cada uno a lo suyo propio, sino cada cual también a lo de los otros” (Filipenses 2:4) (Conflicto y valor, p. 47). Después de separarse de Lot, Abraham recibió otra vez del Señor la promesa de que todo el país sería suyo. Poco tiempo después, se mudó a Hebrón, levantó su tienda bajo el encinar de Mamre y al lado erigió un altar para el Señor. En esas frescas mesetas, con sus olivares y viñedos, sus ondulantes campos de trigo y las amplias tierras de pastoreo circundadas de colinas, habitó Abraham, satisfecho de su vida sencilla y patriarcal, dejando a Lot el peligroso lujo del valle de Sodoma. Abraham fue honrado por los pueblos circunvecinos como un príncipe poderoso y un caudillo sabio y capaz. No dejó de ejercer su influencia entre sus vecinos. Su vida y su carácter, en

contraste con la vida y el carácter de los idólatras, ejercían una influencia notable en favor de la verdadera fe. Su fidelidad hacia Dios fue inquebrantable, en tanto que su afabilidad y benevolencia inspiraban confianza y amistad, y su grandeza sin afectación imponía respeto y honra (Patriarcas y profetas, p. 127).

Jueves 16 de Noviembre: Melquesedec y Abram Fue Cristo el que habló mediante Melquisedec, el sacerdote del Dios altísimo. Melquisedec no era Cristo, sino la voz de Dios en el mundo, el representante del Padre. Y Cristo ha hablado a través de todas las generaciones del pasado. Cristo ha guiado a su pueblo y ha sido la luz del mundo. Cuando Dios eligió a Abraham como un representante de su verdad, lo sacó de su país, lo separó de su parentela, y lo apartó. Deseaba modelarlo de acuerdo con el modelo divino. Deseaba enseñarle de acuerdo con el plan divino. No había de estar sobre él el modelo de los maestros del mundo. Había de ser enseñado en la forma de guiar a sus hijos y a su casa tras sí, que guardaran los caminos del Señor, que hicieran justicia y juicio (Mensajes selectos, t. 1, p. 479). Abraham, que habitaba tranquilamente en el encinar de Mamre, fue enterado por un fugitivo de lo ocurrido en aquella batalla y de la desgracia de su sobrino. No había albergado en su corazón resentimiento por la ingratitud de Lot. Se despertó por él todo su afecto, y decidió rescatarlo. Buscando ante todo el consejo divino, Abraham se preparó para la guerra. En su propio campamento reunió a trescientos dieciocho de sus siervos adiestrados, hombres educados en el temor de Dios, en el servicio de su señor y en el uso de las armas. Sus aliados, Mamre, Escol y Aner, se le unieron con sus grupos, y juntos salieron en persecución de los invasores. Los elamitas y sus aliados habían acampado en Dan, en la frontera septentrional de Canaán. Envalentonados por su victoria, y sin temer un asalto de parte de sus enemigos vencidos, se habían entregado por completo a la orgía. El patriarca dividió sus fuerzas de tal manera que éstas se aproximaran por distintos puntos, y convergieran en el campamento enemigo, atacándolo durante la noche. Su ataque, vigoroso e inesperado, logró una rápida victoria. El rey de Elam fue muerto, y sus fuerzas, presas de pánico, fueron totalmente derrotadas. Lot y su familia, con todos los demás prisioneros y sus bienes, fueron recuperados, y un rico botín de guerra cayó en poder de los vencedores. Después de Dios, el triunfo se debió a Abraham. El adorador de Jehová no sólo había prestado un gran servicio al país, sino que también se había revelado hombre de valor. Se vio que la justicia no es cobarde, y que la religión de Abraham le daba valor para mantener el derecho y defender a los oprimidos. Su heroica hazaña le dio amplia influencia entre las tribus circunvecinas. A - su regreso, el rey de Sodoma le salió al encuentro con su séquito para honrarlo como conquistador. Le pidió que conservase los bienes, solicitándole sólo la entrega de los prisioneros. Conforme a las leyes de la guerra, el botín pertenecía a los vencedores; pero Abraham no había emprendido esta expedición con el objeto de obtener lucro, y rehusó aprovecharse de los desdichados; sólo estipuló que sus aliados recibiesen la porción a que tenían derecho. Muy pocos, si fueran sometidos a la misma prueba, se hubiesen mostrado tan nobles como Abraham. Pocos hubiesen resistido la tentación de asegurarse tan rico botín. Su ejemplo es un reproche para los espíritus egoístas y mercenarios. Abraham tuvo en cuenta las exigencias de la justicia y la humanidad. Su conducta ilustra la máxima inspirada: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18). “He alzado mi mano —dijo— a Jehová Dios alto, poseedor de los cielos y de la tierra, que desde un hilo hasta la correa de un calzado, nada tomaré de todo lo

que es tuyo, porque no digas: Yo enriquecí a Abram” (Génesis 14:22, 23). No quería darles motivo para que creyesen que había emprendido la guerra con miras de lucro, ni que atribuyeran su prosperidad a sus regalos o a su favor. Dios había prometido bendecir a Abraham, y a él debía adjudicársele la gloria. Otro que salió a dar la bienvenida al victorioso patriarca fue Melquisedec, rey de Salem, quién trajo pan y vino para alimentar al ejército. Como “sacerdote del Dios alto”, bendijo a Abraham, y dio gracias al Señor, quien había obrado tan grande liberación por medio de su siervo. Y “diole Abram los diezmos de todo”. Abraham regresó alegremente a su campamento y a sus ganados; pero su espíritu estaba perturbado por pensamientos que no le abandonaban. Había sido hombre de paz, y hasta donde había podido, había evitado toda enemistad y contienda; y con horror recordaba la escena de matanza que había presenciado. Las naciones cuyas fuerzas había derrotado intentarían sin duda invadir de nuevo a Canaán, y le harían a él objeto especial de su venganza. Enredado en esta forma en las discordias nacionales, vería interrumpirse la apacible quietud de su vida. Por otro lado, no había tomado posesión de Canaán, ni podía esperar ya un heredero en quien la promesa se hubiese de cumplir (Patriarcas y profetas, pp. 128-130).

Viernes 17 de Noviembre: Para estudiar y meditar Patriarcas y profetas, pp. 117-130.

______________________________________________ Compilador: Dr. Pedro J. Martinez

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