CÓMO ADMINISTRAR EL TIEMPO LIBRE. David Vergara

CÓMO ADMINISTRAR EL TIEMPO LIBRE David Vergara 1. EL TIEMPO Y LA ETERNIDAD. ¿Qué es el tiempo? “El hombre tiende aún a cosificar el tiempo, y dice:

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CÓMO ADMINISTRAR EL TIEMPO LIBRE

David Vergara

1. EL TIEMPO Y LA ETERNIDAD. ¿Qué es el tiempo? “El hombre tiende aún a cosificar el tiempo, y dice: el tiempo es oro, es decir ¡una cosa!” (Juan Solé). “Si nadie me lo pregunta, yo lo sé... Pero si trato de explicarlo a alguien que me lo pregunta, ya no lo sé” (San Agustín). “Algo divino e incomprensible” (Galeno). “El tiempo, que es... sólo el Cielo sabe qué es” (A. S. Eddington, astrónomo). “El tiempo es como un desierto, posee grandeza pero no belleza. Su extraño, terrible poder, es siempre temido y rara vez alabado” (A. J. Heschel). “Una propiedad importante de nuestras experiencias sensoriales, es su orden a manera de tiempo. Esta clase de orden conduce a una concepción mental de un tiempo subjetivo, un plan ordenante de nuestra experiencia. Para la ciencia es importante obtener la noción del tiempo objetivo para los acontecimientos en el espacio” (Einstein). Este científico es el autor de la teoría de la relatividad, reduciendo el espacio y el tiempo a un continuo espacio-tiempo, no siendo el espacio y el tiempo objetos diferentes. La Biblia muestra que aunque no seamos capaces de describir el tiempo, Dios es el creador de todo, incluyendo el día y la noche, y gobierna sobre su obra: “Hizo la luna para los tiempos; el sol conoce su ocaso” (Sal. 104:19). “Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación” (Hech. 17:26). Los antiguos hablaban de la eternidad en relación a los objetos. Para estos la eternidad se manifestaba en los grandes monumentos, es decir, creían que estos elementos espaciales duraban eternamente. A modo de ejemplo, Roma fue llamada la ciudad eterna (cosificación del tiempo). Sin embargo, Platón, se aleja de las cosas y define filosóficamente que la eternidad no es un tiempo prolongado al infinito, sino la ausencia de tiempo. El tiempo para él sólo es la “imagen de la eternidad”. Oscar Cullman, en su libro Cristo y el tiempo, dice que muchos cristianos han definido la eternidad del modo platónico y esto afecta a la perspectiva novotestamentaria de la historia de la salvación. La explicación de la historia en las antiguas civilizaciones es cíclica, todo se repite y vuelve a nacer, observando los astros y las estaciones. Pero el Cristianismo abogó por una concepción lineal de los acontecimientos temporales que forman las grandes etapas de la historia de la salvación, y que progresivamente derivan en una consumación que entronca con lo permanente e inconmovible, no monumentos, sino el Reino de Dios formado por sus hijos (He. 12:2628).

Hay quienes siguiendo el esquema platónico hablan de que en Cristo la eternidad (intemporal) penetra en el tiempo, y triunfa sobre el tiempo. Sin embargo, podemos afirmar que en Cristo el tiempo ha llegado a su centro y sigue el curso fijado por Dios para siempre: “Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo..., Padre Eterno” (Gá. 4:4-5; Is. 9:6; Ap. 1:8). Dios no es ajeno al tiempo, lo utiliza, pero no depende de él como nosotros. El apóstol Pedro, o el salmista lo explicaron diciendo que: “Para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día”, “Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche” (2ª Ped. 3:8; Sal. 90:4). C. S. Lewis, lo ilustra de la siguiente manera: “Si realmente hay una puerta en esta casa que conduce a otro mundo..., no me sorprendería en absoluto descubrir que en el Otro Mundo el tiempo fuera distinto del nuestro; de modo que por mucho que estuvieras allí, jamás ocuparías parte de nuestro tiempo” (El león, la bruja y el armario, pág. 64). Es interesante que en el relato de Lewis, cuando los niños vuelven de Narnia, el tiempo parece haberse detenido en la Tierra, no a la inversa. A veces decimos que el tiempo se ha acabado, pero ¿muere el tiempo? ¿se acaba?, ¿no somos nosotros los que envejecemos a diferencia del Dios Eterno e Inmutable? “Ellos perecerán, mas tú permanecerás; y todos ellos como una vestidura envejecerán; como un vestido los mudarás, y serán mudados; pero tú eres el mismo y tus años no se acabarán” (Sal. 102:26-27). Lo grande es que Cristo es la vida, y puede otorgar la vida de Dios, es decir, la vida eterna (Jn. 14:6; 4:14). Tal vez no seamos capaces de definir la eternidad o la vida, pero tenemos la certeza de que Dios es el Eterno, Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida.

2. EL EJEMPLO DE CRISTO. En el Nuevo Testamente hay dos palabras que se emplean para tiempo: chronos y kairos. La primera se emplea en sentido cronológico, de ésta deriva cronómetro, es decir la medición de la hora mediante el reloj. La segunda palabra implica: momento adecuado, maduro, oportunidad idónea. Chronos es la medición estática o rígida del tiempo que posibilita un orden estricto subjetivo en nuestra experiencia. Sin embargo kairos es un término que sugiere una cierta flexibilidad para aprovechar mejor las oportunidades, es decir, requiere discernimiento, sabiduría y madurez (Ef. 5:16-17, Ec. 3:1-11). El Verbo de Dios, se hizo carne, habitó en nuestro espacio. Los hombres moldeamos el espacio, pero no podemos cambiar el tiempo. Sin embargo, el Soberano del tiempo, tal y como vemos en el libro de Josué en relación al sol, dispone del tiempo según su voluntad, y decidió entrar en nuestro tiempo. Cristo hizo actividades viendo salir y ponerse el sol, pero no se sujetaba al reloj, sino al sentido de la oportunidad para dar lecciones aprovechando los acontecimientos. La hija de Jairo era un asunto de vida o muerte, pero dedica tiempo a una mujer con flujo de sangre para decirle después a Jairo, ante aquellos que le decían que no

molestara al Maestro una vez muerta su hija: “No temas, cree solamente, y será salva”. Otro ejemplo lo encontramos en Jn. 11:8-11 cuando los discípulos le increpan para que no vaya a Judea donde quieren matarle: “¿No tiene el día doce horas? El que anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo”. Marta le increpa en relación al uso de su tiempo: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto”, pero Jesús le dice: “Tu hermano resucitará” (21-23). Jesús era consciente del mundo en el que vivía, y era flexible en el uso de su tiempo, aún cuando algunos rompían el plan del día: “¿Qué tienes conmigo mujer? Aún no ha venido mi hora” (Jn. 2:4). Por tal motivo, atendía a los enfermos, o a las multitudes necesitadas de enseñanza cuando corrían de un lado a otro para escucharle, aunque no estuviese previsto. Sin embargo, tenía un orden de prioridades según las cuales pasaba tiempo a solas con el Padre antes de empezar el día y aún muchas noches. La oración fue siempre imprescindible cada día (Mr. 1:35; Mt. 14:23; Lc. 6:12). En Cristo estaba el equilibrio para discernir cuándo debía ser flexible y recibir a las personas que acudían a él, y cuando debía contravenir a otros como Pedro, dado que su hora o momento había llegado (Mt. 16:22-23; Jn. 17:1). En relación a los hombres Jesús contrasta la enseñanza del siervo fiel, que sabe organizarse y prepararse esperando a su señor, frente al que “conociendo la voluntad de su señor, no se preparó (lit. organizó), ni hizo conforme a su voluntad” (Lc. 12:36, 47). Es también el apóstol Pablo quien nos insta a redimir el tiempo sabiamente, o traducido de otra manera en el mismo sentido de la palabra kairos: “Aprovechad todas las oportunidades” (Col. 4:5, trad. Barclay). Pero ¿Cómo?

3. LA ADMINISTRACIÓN ESCAPA.

DEL

TIEMPO

QUE

SE

u Orden interior. Quién no ha oído hablar de Gregorio Marañón, y de su apodo: “trapero del tiempo”. Todos le conocían por su capacidad para aprovechar momentos de tiempo. Su uso sabio del tiempo fue uno de los motivos para que llegara a ser un gran médico, y dejara una gran obra literaria. Sin embargo, esta no es una experiencia mayoritaria. Con frecuencia, nuestra escasa sabiduría para administrar el tiempo y la lucha por intentarlo sin conseguirlo, nos lleva a frustrarnos en no pocas ocasiones. Sin embargo, aún el éxito laboral, social o académico, externo, no implica siempre el debido orden de algo más profundo, nuestro hombre interior, nuestra vida espiritual (2ª Cor. 4:16). El judío A.J. Heschel, en su libro El shabat y el hombre moderno, dijo que: “La decadencia de la vida espiritual comienza cuando dejamos de sentir la grandiosidad de lo eterno en el tiempo”. ¿Qué pasaría si alguien se sentara a nuestro lado y nos preguntara cómo marcha nuestra vida espiritual? ¿No es cierto que suele incomodarnos cualquier sugerencia de

orden interior? ¿El orden interior depende de nuestros esfuerzos? Jerry Bridges, en su libro La disciplina de la gracia dice que ha comprobado cómo algunas personas piensan que el día les irá bien, siempre y cuando hayan llevado a cabo adecuadamente su devocional, si no, el día será un desastre. A veces, realmente creemos que todo depende de nosotros. No somos perfectos, e indudablemente, necesitamos cada día de la gracia de Dios, y hacer su voluntad, pero Dios puede usarnos aunque a veces cometamos errores. Si hay algo que Dios espera es que nuestro corazón sea conforme al suyo, es decir, que seamos conformados a la imagen de su Hijo (1ª Sam. 16:7; Ro. 8:29). El Dr. Pablo Martínez, en su conferencia sobre La administración del tiempo, recoge una definición sobre el tiempo de Watson, muy adecuada: “Es hacer lo correcto, en el momento correcto”, lo cual conecta con el uso de la palabra kairos en el N.T. Nuestra sociedad valora cuánto hemos hecho, la eficacia o productividad de nuestros actos, pero no nos invita a reflexionar sobre el camino recorrido, sólo nos empuja a ser competitivos hasta alcanzar el producto final lo antes posible, para producir más sin pensar. Sin embargo, no somos llamados únicamente a “hacer”, sino a ser conformados a la imagen del Hijo. Dicho de otro modo, si Dios no edifica la casa, por demás es hacer horas extras aunque nos levantemos de madrugada y hagamos bien todos nuestros trabajos hasta la extenuación (Sal. 127:2). u Consejos para el uso del tiempo. A) Ser realistas. Debemos conocer nuestras limitaciones, dones y aptitudes. Hay personas que por dolencias o edad necesitan más descanso. Algunos rinden más por la noche, o simplemente, encuentran la paz que necesitan para centrarse en el estudio cuando todo está recogido y en silencio. Otros prefieren encontrar esto en la madrugada porque su mente parece más despejada. B) No ser réplicas de otros. Es bueno aprender de la vida de otros, y en esto nos ayuda la lectura de biografías o libros de Historia, pero imitar miméticamente los horarios de otra persona cuyas circunstancias sociales, culturales, familiares o personales no son idénticas a las nuestras, está casi condenado al fracaso. Tenemos que entresacar lo mejor de otros, pero adaptándolo a nuestras circunstancias. C) Fijar metas. Quien no mira a una diana, no apunta al blanco. La meta nos sirve para fijas unos objetivos, al menos el mero hecho de acercarnos a ellos, deber ser motivo de ánimo para seguir intentándolo si todavía es posible y razonable. Sin metas es difícil organizar claramente el uso del tiempo, es decir, nos permitirá ahorrar tiempo que no malgastamos (Ro. 1:9-10). Para esto puede ser de ayuda alguna agenda, pero cuanto más sencilla sea mejor, para que no quede mucho en el tintero. D) No amontonar tareas. Es mejor hacer poco pero bien hecho, que empezar muchas tareas que quedan inacabadas. Conviene aprender a decir “no”, pero también a no acostumbrarse a la holgazanería. Son los dos extremos a evitar. Además, no aparquemos lo importante dando prioridad a lo urgente. Casi todo parece urgente, pero lo importante es aquello que deja huella y no queda en el olvido. Lo importante, suele requerir más esfuerzo y paciencia, pero a la larga, produce más satisfacción, y supone sufrimiento, algo impensable para una sociedad hedonista. E) Simplificar las tareas. Cuanto más sencillo es un plan, menos asuntos pueden fallar. Eso no quiere decir que el plan sea pequeño, sino que sea posible llevarlo

a la práctica. Conviene empezar por poco e ir ganando terreno con el tiempo como ocurre con los atletas gracias al entrenamiento. F) Reflexionar sobre los logros y errores. Siempre es bueno evaluar (Hg. 1:5, 7). Nos ayuda a no cometer los mismos errores y a mejorar sobre el trabajo anterior. Además, significa haber ganado experiencia, factor de gran valor en cualquier empresa a realizar (Sal. 90:12). “El valor de un gran día no se mide por el espacio que ocupa en el calendario. Una hora buena puede valer por toda una vida; un instante de retorno a Dios puede rehacer lo perdido en años de huida ante Él” (Abot). Que el Señor nos ayudé a experimentar lo mismo que el rey David: “Mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos” (Sal. 84:10). En su presencia encontraremos la sabiduría para saber aprovechar bien el tiempo.

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