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CONTENIDO CENTRAL DE LA CATEQUESIS DEL PRECATECUMENADO, DE LA CATEQUESIS KERIGMÁTICA O PRECATEQUESIS P. Enrique Santayana C.O.
Si, como puso de manifiesto el decreto Ad Gentes, encontramos el momento de la catequesis entre la acción misionera y la pastoral1, está claro que cuando hablamos del precatecumenado, de la catequesis propia de este periodo y de la análoga catequesis kerigmática o precatequesis, estamos hablando del primer eslabón del proceso catecumenal / catequético, aquel que une el primer anuncio del misterio de Cristo y la catequesis. El primer anuncio tiene como fin suscitar una primera conversión y una fe inicial;. La catequesis tiene como fin llevar a la viva, explícita y operante profesión de fe; es la fe de los “elegidos” o “competentes”. Pues bien, la catequesis del precatecumenado tiene como fin asegurar y asentar la conversión y la fe inicial, como una respuesta libre del hombre a Dios. Tiene como fin, pues, asegurar la fe propia del catecúmeno, la que le introduce en el útero de la Iglesia a la espera del nuevo nacimiento2 que es el Bautismo. Esta introducción queda además bien expresada en el ritual, cuando primero son signados con la cruz de Cristo, y a continuación entran en el templo cristiano para ser allí alimentados con el pan espiritual de la Palabra de Dios3.
La catequesis propia del precatecumenado se encuentra, pues, entre el primer anuncio y la catequesis, eso justifica que sea llamada “precatequesis”, no en el sentido de que precediendo a la verdadera catequesis, ésta no lo sea aún, sino aludiendo a su carácter propio. (Quizá sería más adecuado hablar de proto-catequesis). Y ¿cuál es su carácter propio? –El ser una explanación del primer anuncio. Y si el primer anuncio tiene como contenido el kerigma, y esta precatequesis es explicitación de él, no es de extrañar que esta catequesis sea llamada kerigmática. Eso significa que su contenido es la explanación del kerigma.
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Cf. AG 11-15; CEE. Catequesis de la Comunidad 27 Cf. RICA 87 3 Cf. RICA 90. 92-93 2
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Con esto volvemos a la celebración del Rito de Admisión al Catecumenado y a la signación con la cruz que precede la elevación de los simpatizantes al grado de los catecúmenos. Porque si la profesión del símbolo bautismal es el fin de la catequesis y elemento interior al Bautismo, la cruz, con la que son signados los catecúmenos, es el origen de la fe bautismal y algo así como la semilla a partir de la cual se desarrolla. En efecto, la cruz es el signo por excelencia: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí”. Es la cruz de Jesús, muerto y resucitado, signo indeleble de amor, signo indeleble de victoria, que constituye, en su unidad de muerte y resurrección, la donación de Dios Trino al hombre y el reclamo de la respuesta humana, de la respuesta de la fe. Cuando la Iglesia signa a los que van a pasar a ser catecúmenos con la cruz está diciendo que allí está el origen de la nueva vida, hacia la cual aún han de caminar. Está pues volviendo los ojos de los catecúmenos hacia el acontecimiento único e irrepetible de la entrega total del Hijo. Pero, al tiempo, marcando repetidamente al catecúmeno expresa la actualización de este acontecimiento único por la acción del Espíritu Santo, en la Iglesia. Esto por lo que toca a la iniciativa de Dios: del Padre y su benévolo designio sobre el hombre; del Hijo y su obra creadora y redentora; del Espíritu Santo y su obra de santificación. Pero por lo que toca al hombre, cuando el aún “simpatizante” presta su frente, sus oídos, sus ojos, su boca, su pecho, su espalda y toda su persona, para que ser marcado por este signo está haciendo un incipiente pero real acto de fe. Por tanto, el contenido del primer anuncio, esto es, el kerigma, que se expresa en el signo de la cruz, reclama una fe inicial pero del todo verdadera e intensa, que lleva en sí el germen de la fe bautismal. Así el signo de la cruz es resumen anticipado de la fe bautismal; y el acto de fe inicial es germen y fundamento de la profesión bautismal. Henri de Lubac señalaba este vínculo entre el símbolo bautismal y la señal de la cruz: Aunque es verdad que este símbolo contiene así, en resumen, "todo el conjunto del dogma", cuya unidad profunda hay que hacer resaltar, sin embargo, podemos decir también que el símbolo mismo se resume en la entrañable fórmula de la señal de la cruz: "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo4. De hecho, al igual que la administración actual del Bautismo se realiza, tras la profesión de fe, con la invocación a la Trinidad. Esta misma invocación es la que acompaña la habitual signación de la cruz, por parte de los fieles, al comenzar cada acto litúrgico y será propia del catecúmeno a partir del Rito de Ingreso en el Catecumenado. 4
La Fe Cristiana. Ediciones Fax, Madrid, 1970. Pág. 84
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He aquí la importancia de que tanto la catequesis del precatecumenado y la fe y la conversión iniciales, sean, aún sencillas y simples, absolutamente radicales; es decir, bien ancladas en la razón, en la sensibilidad, en la memoria y en la voluntad del hombre. Es allí, en las potencias del alma, donde ha de quedar bien plantada la cruz de nuestro Señor resucitado.
Después de haber enmarcado la catequesis del precatecumenado entre el primer anuncio y la catequesis del tiempo del catecumenado propiamente dicho, nos queda por describir el contenido de esta catequesis kerigmática o precatequesis, de la catequesis propia del precatecumenado. Pero con la referencia al signo de la cruz, ya hemos adelantado su contenido.
El contenido es la cruz levantada por los siglos. El signo perpetuo de la cruz. Quizá haya que justificar por qué hablamos de la cruz como un signo perpetuo. Si la resurrección de Cristo, sigue a su pasión y muerte, quizá tendríamos que hablar del signo eterno del resucitado. Ciertamente podríamos hacerlo, pero al mirar al resucitado nos topamos inevitablemente con las marcas de la pasión en su cuerpo victorioso. Y al mirar el sacramento de su presencia personal en la Iglesia, miramos el cuerpo que se entrega y la sangre que se derrama, memorial de su sacrifico. Por otro lado es la resurrección la que ofrece un valor eterno al signo de la cruz, la que hace que realmente el crucificado abrace los siglos y el universo. Por lo tanto, para nosotros, la cruz es signo no sólo de la muerte, sino de la resurrección, y esto constituye el contenido del primer anuncio. Éste será por tanto el centro y el contenido fundamental de la catequesis kerigmática o precatequesis. De igual modo que el contenido del símbolo bautismal será el centro de la catequesis del tiempo del catecumenado, así el contenido al que se refiere el signo de la cruz es el contenido fundamental de la catequesis del precatecumenado. Ésta ha de llevar a la consolidar la fe inicial (“Verdaderamente este era Hijo de Dios” –Mt 27,54), y ha de desarrollarse después, en la catequesis del catecumenado, como un triple movimiento espiritual de fe, esperanza y amor en el Dios Uno y Trino (“Mientras vivo en esta carne mortal, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” –Gal 2,20-). El documento de los obispos españoles, Catequesis para la Comunidad, que recoge las enseñanzas de las exhortaciones apostólicas Evangelii Nuntiandi y Catechesi Tradendae, toma las palabras de esta última para caracterizar el “kerigma evangélico” como el “primer anuncio lleno de ardor que un día transformó al hombre y lo llevó a la decisión
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de entregarse a Cristo por la fe” (nº 44; Cf. CT 25). Y, desde luego, si de algo ha de valer veinte siglos de historia de la Iglesia, es haber llegado a la certeza de que lo único capaz de conmover la inteligencia, hasta transformarla, y la voluntad, hasta determinarse en el seguimiento y en la imitación, es la contemplación del Hijo de Dios, encarnado, muerto y resucitado.
Por lo tanto, el contenido central de la precatequesis o catequesis kerigmática, de la catequesis del precatecumenado, ha de ser justamente aquel al que hace referencia el signo de la cruz. Esta catequesis ha de buscar que los hechos históricos de nuestra salvación “hablen” a los simpatizantes, es decir, sean inteligibles, sean realmente “signos”. Ello implica una doble pedagogía: la de abrir los oscurecidos ojos del alma, quizá por largo tiempo acostumbrados a la oscuridad, a un amor siempre lleno de limitaciones, y por otra presentar ante ellos el verdadero bien para cuya contemplación fueron creados, un amor eterno y perfecto. Los evangelios están llenos de ejemplos de este abrir los ojos del alma a quien quiere ver: la pesca milagrosa tras la cual, según san Lucas, arranca la vocación de los cuatro primeros discípulos, el encuentro y el diálogo con la Samaritana, una gran cantidad de milagros, la llamada a la conversión y la proclamación del Reino de Dios, la escena en la sinagoga de Nazaret, las Bienaventuranzas… En realidad, todas estas escenas de los evangelios son los elementos de la pedagogía de la Sabiduría que espera a la puerta (Cf. Sb 6,14). Así abren los ojos del alma al tiempo que muestra poco a poco el misterio que esconde su humanidad y que por su humanidad se ofrece. Ciertamente no basta con conmover los sentimientos de piedad de los no creyentes ante un hombre inocente machacado por la injusticia. Sino que es necesario un cierto conocimiento de la persona de Jesús, que se entrega a la muerte, y de la lucha espiritual que lo lleva libremente hasta allí para poder decir: “Todo está cumplido” (Jn 19,30). Es necesaria, pues, una cierta familiaridad. El documento de los obispos españoles al que hacíamos referencia más arriba describe así el contenido del kerigma: “Su contenido, tal como aparece sobre todo en diversos pasajes de los «Hechos de los Apóstoles» y de las cartas de Pablo, está constituido por la narración de los hechos salvíficos fundamentales (alusión al ministerio público de Jesús, su muerte, resurrección y exaltación, y el don del Espíritu), por el significado salvífico de esos hechos, y por el llamamiento a la conversión y al bautismo” (nº 69).
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Ahora, decimos que la catequesis del precatecumenado ha de ser una explicitación del kerigma. Eso supone que sus contenidos han de ser el desarrollo de los contenidos a los que aluden los obispos en la última cita. Esto es, ha de permitir al simpatizante “entrar” en el drama de la Pasión. ¿Cómo? Identificando quién es el que sufre, muere y resucita. Percibiendo que eso ocurre “según las Escrituras” (1Cor 15,3), es decir, conforme a un plan “predeterminado por el Padre” (cf. Hch 3,18) y asumido libremente por el Hijo (Cf. Jn 10,18). Identificando por quién, por qué y para qué padece tales cosas, es decir, “por nosotros los hombres y por nuestra salvación”. Así, hasta que llegue a entender no sólo la objetividad del hecho en sí, sino que ese hecho le concierne, le habla, exige un posicionamiento suyo libre y le juzga. Por tanto, la catequesis kerigmática, de una u otra forma, ha de identificar los personajes del drama ofreciendo al simpatizante la luz necesaria para entender su propio lugar dentro de este drama real. Es decir, el simpatizante ha de entender ante la cruz, que Jesús es verdadero hombre, pero es el Hijo de Dios, envidado por el Padre para salvar al hombre del pecado y de la muerte y ofrecerle una vida nueva y eterna, la vida de los hijos de Dios. Ha de entender que abandonado a su propia suerte, él mismo no podría aspirar a ser algo más que un aborto, un ser malogrado (Es el carácter dramático de la existencia humana. El hombre en sí mismo es ya algo grande, un misterio lleno de belleza, pero termina en nada, si no alcanza su único destino, que es la comunión trinitaria). Y que aquel que muere y resucita se convierte en la clave para entenderse a sí mismo, su origen y su destino, en piedra clave sobre la que levantar el edificio de su propia existencia en un todo logrado y pleno. Ha de entender el papel destructor del pecado para consigo mismo. Y sobre todo, ha de escuchar el amor de Dios que lo llama al amor. Podríamos precisar más el contenido de esta precatequesis, pero lo que haríamos sería desarrollar ya una propuesta catequética concreta y, claro está, puede haber muchas propuestas concretas que desarrollen de forma conveniente los contenidos fundamentales que hemos expuesto y que conduzcan al simpatizante a acoger en su alma el signo de la cruz y le abran el camino al catecumenado.
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