Defendiendo el futuro

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L’OSSERVATORE ROMANO EDICIÓN SEMANAL Unicuique suum Año XLVIII, número 47 (2.492)

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Ciudad del Vaticano

25 de noviembre de 2016

El Papa Francisco invitó a la sociedad a conocer cuál es el alcance real del problema de la droga

Defendiendo el futuro Y recordó que detrás del tráfico de estupefacientes hay escondidas redes inmensas y poderosas «La droga es una herida que atrapa a mucha gente en las redes. Ellas son víctimas que han perdido su libertad para caer en esta esclavitud; esclavitud de una dependencia que podríamos llamar química. Es cierto que se trata de una nueva forma de esclavitud, como otras muchas que flagelan al hombre de hoy y a la sociedad en general». Es lo que destacó el Papa Francisco durante la audiencia que concedió el jueves 24 a quienes participaron en el encuentro internacional «Narcóticos: problemas y soluciones de esta plaga mundial», promovido por la Pontificia Academia de las Ciencias. «Cuando se quiere buscar y ascender — afirmó Francisco — por las redes de distribución, uno se encuentra con una palabra de cinco letras: mafia. En serio. Porque, así como en la distribución se mata al que es esclavo de la droga, en la consumación así también se mata a quien quiera destruir esta esclavitud». Más de 60 expertos (entre académicos, investigadores, médicos, magistrados, delegados de la ONU y de la sociedad civil) participaron en el congreso en el Vaticano. Los factores para comenzar «el camino a la dependencia de la droga, son muchos, entre otros: la ausencia de familia, la presión social, la propaganda de los traficantes, el deseo de vivir nuevas experiencias». Según Francisco, «cada persona dependiente trae consigo una historia personal distinta, que debe ser escuchada, comprendida, amada y, en cuanto posible, sanada y purificada. No podemos caer en la injusticia de clasificar al drogadicto como si fuera objeto o un trasto roto. Cada persona ha de ser valorada y apreciada en su dignidad para poder ser sanada». El Papa recordó el caso de un juez argentino, que luchaba en primera línea contra el narcotráfico y por lo mismo recibía amenazas. «Al poco tiempo —contó— recibió una foto de su familia, en el correo: Tu hijo va a tal escuela, tu esposa hace esto…, nada más. Un aviso mafioso. Si «la prevención es el camino prioritario», explicó « es fundamental también trabajar por la plena y segura rehabilitación de sus víctimas en la sociedad, para devolverles la alegría y para que recobren la dignidad que un día perdieron. Mientras esto no esté asegurado, también desde el Estado y su legislación, la recuperación será difícil y las víctimas podrán ser re-victimizadas». Como se dice en el campo: «Defendiendo la cría, defiendo el futuro». «No es una cosa de disciplina momentánea, es una cosa que se proyecta hacia delante».

Durante su discurso en el seminario de la Pontificia Academia de Ciencias que reunió a unos 150 expertos de todo el mundo

En manos de la Iglesia GIOVANNI MARI VIAN Anunciado por sorpresa para todas las diócesis del mundo y por sorpresa inaugurado personalmente por el Papa en el corazón de África, el Año Santo extraordinario ha concluido el último domingo del año litúrgico con una liturgia sencilla en la tumba del apóstol Pedro. Como es bien sabido, Francisco ha querido dedicar este Jubileo a la misericordia, corazón del Evangelio, y lo ha abierto en Roma en el 50° aniversario del Vaticano II, que bajo el signo de la misericordia fue iniciado y cerrado por sus predecesores Roncalli y Montini. La elección del primer Pontífice, que por razones anagráficas no tomó parte en el Concilio, tiene un significado clarísimo: la voluntad de proseguir con la renovación decidida por la mayor asamblea cristiana jamás celebrada. Durante el transcurso de estos cincuenta años, el camino abierto por el Vaticano II ha sido, sí emprendido, pero ciertamente no concluido. Si además el Concilio, como cualquier otro evento, obviamente es sometido a la valoración de los históricos, no se refleja quizás suficientemente un dato de hecho innegable: el impacto, realmente sin precedentes, del Vaticano II sobre el mundo en su conjunto, sobre las otras religiones y sobre las distintas confesiones cristianas.

Un impacto que conlleva entonces la responsabilidad de no inclumplir el compromiso derivado de este coloquio con el mundo, los creyentes, los otros cristianos, los tres círculos concéntricos de la visión que en pleno Concilio fue diseñada en la encíclica programática de Pablo VI. Hoy su sucesor procede por estas vías junto a toda la Iglesia y sorprende que precisamente en la Iglesia no todos entiendan el significado pastoral y misionero de sus elecciones y de su esfuerzo, significado repetido con sencillez en sus recientes entrevistas en los medios de comunicación católicos italianos. Para entenderlo sería suficiente, como ha hecho Francisco durante estas conversaciones, recorrer con la memoria los caminos de un Jubileo que, más allá de números y estadísticas siempre discutibles, ha multiplicado miles y miles de veces las puertas santas atravesadas por los fieles, no sólo católicos, sino en ocasiones también por mujeres y hombres en busca de dar sentido a su propia vida. Sentido que precisamente el signo universal de la misericordia puede ofrecer nuevamente a todo ser humano. Concluido el Vaticano II, una frase común quería «el Concilio al alcance de todos». Medio siglo después, el Año Santo de la misericordia que ha pretendido reavivarlo ha consumado sus días. Y ahora también está en manos de la Iglesia, y de cada mujer y cada hombre que en la misericordia pueda y quiera reconocerse.

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«Porque, aunque se cierra la Puerta Santa, permanece siempre abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el Corazón de Cristo». Es lo que destacó el Papa Francisco celebrando —el domingo por la mañana del 20 de noviembre, solemnidad de Cristo rey del universo— en la plaza de San Pedro, la misa de la clausura de la Puerta Santa de la basílica vaticana como conclusión del jubileo extraordinario. A continuación su homilía. La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo corona el año litúrgico y este Año santo de la misericordia. El Evangelio presenta la realeza de Jesús al culmen de su obra de salvación, y lo hace de una manera sorprendente. «El Mesías de Dios, el Elegido, el Rey» (Lc 23,35.37) se presenta sin poder y sin gloria: está en la cruz, donde parece más un vencido que un vencedor. Su realeza es paradójica: su trono es la cruz; su corona es de espinas; no tiene cetro, pero le ponen una caña en la mano; no viste suntuosamente, pero es privado de la túnica; no tiene anillos deslumbrantes en los dedos, sino sus manos están traspasadas por los clavos; no posee un tesoro, pero es vendido por treinta monedas.

Podemos tener la tentación de no aceptar totalmente el escándalo del amor humilde de Jesús, que inquieta nuestro «yo» Verdaderamente el reino de Jesús no es de este mundo (cf. Jn 18,36); pero justamente es aquí —nos dice el Apóstol Pablo en la segunda lectura—, donde encontramos la redención y el perdón (cf. Col 1, 13-14). Porque la grandeza de su reino no es el poder según el mundo, sino el amor de Dios, un amor capaz de alcanzar y restaurar todas las cosas. Por este amor, Cristo se bajó hasta nosotros, vivió nuestra miseria humana, probó nuestra condición más ínfima: la injusticia, la traición, el abandono; experimentó la muerte, el sepulcro, los infiernos. De esta forma nuestro Rey fue incluso hasta los confines del Universo para abrazar y salvar a todo viviente. No nos ha condenado, ni siquiera conquistado, nunca ha violado nuestra libertad, sino que se ha abierto paso por medio del amor humilde que todo excusa, todo espera, todo soporta (cf. 1 Co 13, 7). Sólo este amor ha vencido y sigue venciendo a nuestros grandes adversarios: el pecado, la muerte y el miedo. Hoy queridos hermanos y hermanas, proclamamos está singular victoria, con la que Jesús se ha hecho el Rey de los siglos, el Señor de la historia: con la sola omnipotencia del amor,

Concluido el año santo extraordinario de la misericordia

Abierta de par en par que es la naturaleza de Dios, su misma vida, y que no pasará nunca (cf. 1 Co 13, 8). Compartimos con alegría la belleza de tener a Jesús como nuestro rey; su señorío de amor transforma el pecado en gracia, la muerte en resurrección, el miedo en confianza. Pero sería poco creer que Jesús es Rey del universo y centro de la historia, sin que se convierta en el Señor de nuestra vida: todo es vano si no lo acogemos personalmente y si no lo acogemos incluso en su modo de reinar. En esto nos ayudan los personajes que el Evangelio de hoy presenta. Además de Jesús, aparecen tres figuras: el pueblo que mira, el grupo que se encuentra cerca de la cruz y un malhechor crucificado junto a Jesús. En primer lugar, el pueblo: el Evangelio dice que «estaba mirando» (Lc 23, 35): ninguno dice una palabra, ninguno se acerca. El pueblo esta lejos, observando qué sucede. Es el mismo pueblo que por sus propias necesidades se agolpaba entorno a Jesús, y ahora mantiene su distancia. Frente a las circunstancias de la vida o ante nuestras expectativas no cumplidas, también podemos tener la tentación de tomar distancia de la realeza de Jesús, de no aceptar totalmente el escándalo de su amor humilde, que inquieta nuestro «yo», que incomoda. Se prefiere permanecer en la ventana, estar a distancia, más bien que acercarse y hacerse próximo. Pero el pueblo santo, que tiene a Jesús como Rey, está llamado a seguir su camino de amor concreto; a preguntarse cada uno todos los días: «¿Qué me pide el amor? ¿A dónde me conduce? ¿Qué respuesta doy a Jesús con mi vida?». Hay un segundo grupo, que incluye diversos personajes: los jefes del pueblo, los soldados y un malhechor. Todos ellos se burlaban de Jesús. Le dirigen la misma provocación: «Sálvate a ti mismo» (cf. Lc 23, 35.37.39). Es una tentación peor que la del pueblo. Aquí tientan a Jesús, como lo hizo el diablo al co-

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GIOVANNI MARIA VIAN director

Giuseppe Fiorentino subdirector

mienzo del Evangelio (cf. Lc 4, 1-13), para que renuncie a reinar a la manera de Dios, pero que lo haga según la lógica del mundo: baje de la cruz y derrote a los enemigos. Si es Dios, que demuestre poder y superioridad. Esta tentación es un ataque directo al amor: «Sálvate a ti mismo» (vv. 37. 39); no a los otros, sino a ti mismo. Prevalga el yo con su fuerza, con su gloria, con su éxito. Es la tentación más terrible, la primera y la última del Evangelio. Pero ante este ataque al propio modo de ser, Jesús no habla, no reacciona. No se defiende, no trata de convencer, no hace una apología de su realeza. Más bien sigue amando, perdona, vive el momento de la prueba según la voluntad del Padre, consciente de que el amor dará su fruto. Para acoger la realeza de Jesús, estamos llamados a luchar contra esta tentación, a fijar la mirada en el Crucificado, para ser cada vez más fieles. Cuántas veces en cambio, incluso entre nosotros, se buscan las seguridades gratificantes que ofrece el mundo. Cuántas veces hemos sido tentados a bajar de la cruz. La fuerza de atracción del poder y del éxito se presenta como un camino fácil y rápido para difundir el Evangelio, olvidando rápidamente el reino de Dios como obra. Este Año de la misericordia nos ha invitado a redescubrir el centro, a volver a lo esencial. Este tiempo de misericordia nos llama a mirar al verdadero rostro de nuestro Rey, el que resplandece en la Pascua, y a redescubrir el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es acogedora, libre, fiel, pobre en los medios y rica en el amor, misionera. La misericordia, al llevarnos al corazón del Evangelio, nos exhorta también a que renunciemos a los hábitos y costumbres que pueden obstaculizar el servicio al reino de Dios; a que nos dirijamos sólo a la perenne y humilde realeza de Jesús, no adecuándonos a las realezas precarias y poderes cambiantes de cada época.

TIPO GRAFIA VATICANA EDITRICE L’OSSERVATORE ROMANO don Sergio Pellini S.D.B. director general

Silvina Pérez

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En el Evangelio aparece otro personaje, más cercano a Jesús, el malhechor que le ruega diciendo: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (v. 42). Esta persona, mirando simplemente a Jesús, creyó en su reino. Y no se encerró en sí mismo, sino que con sus errores, sus pecados y sus dificultades se dirigió a Jesús. Pidió ser recordado y experimentó la misericordia de Dios: «hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43). Dios, a penas le damos la oportunidad, se acuerda de nosotros. Él está dispuesto a borrar por completo y para siempre el pecado, porque su memoria, no como la nuestra, olvida el mal realizado y no lleva cuenta de las ofensas sufridas. Dios no tiene memoria del pecado, sino de nosotros, de cada uno de nosotros, sus hijos amados. Y cree que es siempre posible volver a comenzar, levantarse de nuevo. Pidamos también nosotros el don de esta memoria abierta y viva. Pidamos la gracia de no cerrar nunca la puerta de la reconciliación y del perdón, sino de saber ir más allá del mal y de las divergencias, abriendo cualquier posible vía de esperanza. Como Dios cree en nosotros, infinitamente más allá de nuestros méritos, también nosotros estamos llamados a infundir esperanza y a dar oportunidad a los demás. Porque, aunque se cierra la Puerta santa, permanece siempre abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el Corazón de Cristo. Del costado traspasado del Resucitado brota hasta el fin de los tiempos la misericordia, la consolación y la esperanza. Muchos peregrinos han cruzado la Puerta santa y lejos del ruido de las noticias has gustado la gran bondad del Señor. Damos gracias por esto y recordamos que hemos sido investidos de misericordia para re-

Este tiempo de misericordia nos llama a mirar al verdadero rostro de nuestro Rey, el que resplandece en la Pascua vestirnos de sentimientos de misericordia, para ser también instrumentos de misericordia. Continuemos nuestro camino juntos. Nos acompaña la Virgen María, también ella estaba junto a la cruz, allí ella nos ha dado a luz como tierna Madre de la Iglesia que desea acoger a todos bajo su manto. Ella, junto a la cruz, vio al buen ladrón recibir el perdón y acogió al discípulo de Jesús como hijo suyo. Es la Madre de misericordia, a la que encomendamos: todas nuestras situaciones, todas nuestras súplicas, dirigidas a sus ojos misericordiosos, que no quedarán sin respuesta.

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número 47, viernes 25 de noviembre de 2016

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A quienes trabajaron para el jubileo

«Nuestra meta y deseo es buscar en la llanura de la vida, junto al Pueblo de Dios, transformarnos en personas capaces de perdón y reconciliación»: fue el deseo del Papa dirigido a los nuevos cardenales creados en el consistorio del sábado 19 por la mañana. A continuación el texto del discurso pronunciado por el Pontífice durante el rito en la basílica vaticana. Al texto del Evangelio que terminamos de escuchar (cf. Lc 6, 27-36), muchos lo han llamado «el Sermón de la llanura». Después de la institución de los doce, Jesús bajó con sus discípulos a donde una muchedumbre lo esperaba para escucharlo y hacerse sanar. El llamado de los apóstoles va acompañado de este «ponerse en marcha» hacia la llanura, hacia el encuentro de una muchedumbre que, como dice el texto del Evangelio, estaba «atormentada» (cf. v. 18). La elección, en vez de mantenerlos en lo alto del monte, en su cumbre, los lleva al corazón de la multitud, los pone en medio de sus tormentos, en el llano de sus vidas. De esta forma, el Señor les y nos revela que la verdadera cúspide se realiza en la llanura, y la llanura nos recuerda que la cúspide se encuentra en una mirada y especialmente en una llamada: «Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso» (v. 36). Una invitación acompañada de cuatro imperativos, podríamos decir de cuatro exhortaciones que el Señor les hace para plasmar su vocación en lo concreto, en lo cotidiano de la vida. Son cuatro acciones que darán forma, darán carne y harán tangible el camino del discípulo. Podríamos decir que son cuatro etapas de la mistagogia de la misericordia: amen, hagan el bien, bendigan y rueguen. Creo que en estos aspectos todos podemos coincidir y hasta nos resultan razonables. Son cuatro acciones que fácilmente realizamos con nuestros amigos, con las personas más o menos cercanas, cercanas en el afecto, en la idiosincrasia, en las costumbres. El problema surge cuando Jesús nos presenta los destinatarios de estas acciones, y en esto es muy claro, no anda con vueltas ni eufemismos: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman (cf. vv. 27-28). Y estas no son acciones que surgen espontáneas con quien está delante de nosotros como un adversario, como un enemigo. Frente a ellos, nuestra actitud primera e instintiva es descalificarlos, desautorizarlos, maldecirlos; buscamos en muchos casos «demonizarlos», a fin de tener una «santa» justificación para sacárnoslos de encima. En cambio, Jesús nos dice que al enemigo, al que te odia, al que te maldice o difama: ámalo, hazle el bien, bendícelo y ruega por él. Nos encontramos frente a una de las características más propias del mensaje de Jesús, allí donde esconde su fuerza y su secreto; allí radica la

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Al finalizar la misa del domingo, antes de impartir la bendición, el Papa guió la oración del Ángelus. Saludó a las delegaciones presentes y dio las gracias a todos aquellos que han hecho posible el Jubileo. A continuación recordó la jornada «pro orantibus» y la beatificación en Francia del carmelita descalzo María Eugenio del Niño Jesús.

Diecisiete nuevos cardenales en el Consistorio ordinario público

Queridos hermanos y hermanas:

Capaces de reconciliación

Al final de esta celebración, elevamos a Dios la alabanza y el agradecimiento por el don que el Año Santo de la Misericordia ha sido para la Iglesia y para tantas personas de buena voluntad. Saludo con deferencia al Presidente de la República Italiana y a las delegaciones oficiales presentes. Expreso profundo agradecimiento a los líderes del Gobierno italiano y demás instituciones, por su colaboración y esfuerzo realizado. Un caluroso agradecimiento a las Fuerzas del Orden, a los operadores de los servicios de acogida, información, personal de sanidad y a los voluntarios de todas las edades y procedencias. Doy las gracias de manera especial al Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, a su Presidente y a quienes han cooperado en sus distintas articulaciones. Un agradecido recuerdo va dirigido hacia quienes han contribuído espiritualmente en el éxito del Jubileo: pienso en las muchas personas ancianas y enfermas, que han rezado incesantemente, incluso ofreciendo sus sufrimientos por el Jubileo. En especial me gustaría dar las gracias a las monjas de clausura, en la vigilia del Día Pro Orantibus que se celebra mañana. Invito a todos a tener un recuerdo especial para estas hermanas nuestras que se dedican totalmente a la oración y que necesitan solidaridad espiritual y material. Ayer, en Avignon, Francia, fue beatificado el Padre María Eugenio del Niño Jesús, de la Orden de los Carmelitas Descalzos, fundador del Instituto secular «Nuestra Señora de la Vida», hombre de Dios, atento a las necesidades espirituales y materiales del prójimo. Que su ejemplo y su intercesión sostengan nuestro camino de fe. Deseo saludar cordialmente a todos vosotros que habéis venido desde diferentes países para el cierre de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. Que la Virgen María nos ayude a todos a conservar en el corazón y a hacer fructíferos los dones espirituales del Jubileo de la Misericordia.

fuente de nuestra alegría, la potencia de nuestro andar y el anuncio de la buena nueva. El enemigo es alguien a quien debo amar. En el corazón de Dios no hay enemigos, Dios tiene hijos. Nosotros levantamos muros, construimos barreras y clasificamos a las personas. Dios tiene hijos y no precisamente para sacárselos de encima. El amor de Dios tiene sabor a fidelidad con las personas, porque es amor de entrañas, un amor maternal/paternal que no las deja abandonadas, incluso cuando se hayan equivocado. Nuestro Padre no espera a amar al mundo cuando seamos buenos, no espera a amarnos cuando seamos menos injustos o perfectos; nos ama porque eligió amarnos, nos ama porque nos ha dado el estatuto de hijos. Nos ha amado incluso cuando éramos enemigos suyos (cf. Rm 5, 10). El amor incondicionado del Padre para con todos ha sido, y es, verdadera exigencia de conversión para nuestro pobre corazón que tiende a juzgar, dividir, oponer y condenar. Saber que Dios sigue amando incluso a quien lo rechaza es una fuente ilimitada de confianza y estímulo para la misión. Ninguna mano sucia puede impedir que Dios ponga en esa mano la Vida que quiere regalarnos. La nuestra es una época caracterizada por fuertes cuestionamientos e interrogantes a escala mundial. Nos toca transitar un tiempo donde resurgen epidémicamente, en nuestras sociedades, la polarización y la exclusión como única forma posible de resolver los conflictos. Vemos, por ejemplo, cómo rápidamente el que está a nuestro lado ya no sólo posee el estado de desconocido o inmigrante o refugiado, sino que se convierte en una amenaza; posee el estado de enemigo. Enemigo por venir de una tierra lejana o por tener otras costumbres. Enemigo por su color de piel, por su idioma o su condición social, enemigo por pensar diferente e inclusive por tener otra fe. Enemigo por… Y sin darnos cuenta esta lógica se instala en nuestra forma de vivir, de actuar y proceder. Entonces, todo y todos comienzan a tener sabor de enemistad. Poco a poco las diferencias se transforman en sinónimos de hostilidad, amenaza y violencia. Cuántas heridas crecen por esta epidemia de enemistad y de violencia, que se sella en la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se

ha debilitado y silenciado a causa de esta patología de la indiferencia. Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento se siembran por este crecimiento de enemistad entre los pueblos, entre nosotros. Sí, entre nosotros, dentro de nuestras comunidades, de nuestros presbiterios, de nuestros encuentros. El virus de la polarización y la enemistad se nos cuela en nuestras formas de pensar, de sentir y de actuar. No somos inmunes a esto y tenemos que velar para que esta actitud no cope nuestro corazón, porque iría contra la riqueza y la universalidad de la Iglesia que podemos palpar en este Colegio Cardenalicio. Venimos de tierras lejanas, tenemos diferentes costumbres, color de piel, idiomas y condición social; pensamos distinto e incluso celebramos la fe con ritos diversos. Y nada de esto nos hace enemigos, al contrario, es una de nuestras mayores riquezas. Queridos hermanos, Jesús no deja de «bajar del monte», no deja de querer insertarnos en la encrucijada de nuestra historia para anunciar el Evangelio de la Misericordia. Jesús nos sigue llamando y enviando al «llano» de nuestros pueblos, nos sigue invitando a gastar nuestras vidas levantando la esperanza de nuestra gente, siendo signos de reconciliación. Como Iglesia, seguimos siendo invitados a abrir nuestros ojos para mirar las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de su dignidad, privados en su dignidad. Querido hermano neo Cardenal, el camino al cielo comienza en el llano, en la cotidianidad de la vida partida y compartida, de una vida gastada y entregada. En la entrega silenciosa y cotidiana de lo que somos. Nuestra cumbre es esta calidad del amor; nuestra meta y deseo es buscar en la llanura de la vida, junto al Pueblo de Dios, transformarnos en personas capaces de perdón y reconciliación. Querido hermano, hoy se te pide cuidar en tu corazón y en el de la Iglesia esta invitación a ser misericordioso como el Padre, sabiendo que «si hay algo que debe inquietarnos santamente y preocupar nuestras conciencias es que tantos hermanos vivan sin la fuerza, sin la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido que dé vida» (Exhort. ap. Evangelii Gaudium, 49).

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Misericordia. No. Porque también estos forman parte de un recorrido que viene de lejos. No es una cosa nueva. Solo son unos pasos más en un camino iniciado desde hace tiempo. Desde cuando fue promulgado el decreto conciliar Unitatis redintegratio, hace más de cincuenta años, y se ha vuelto a descubrir la fraternidad cristiana basada en un único bautismo y en la misma fe en Cristo, el camino sobre la vía de la búsqueda de la unidad ha seguido adelante con pequeños y grandes pasos y ha dado sus frutos. Continúo siguiendo estos pasos. Los realizados por sus predecesores...

Entrevista del Papa al periódico «Avvenire»

La unidad se hace en camino STEFANIA FALASCA Padre ¿Qué ha significado para Usted este Año de la Misericordia? Quien descubre ser muy amado comienza a salir de la soledad mala, de la separación que lleva a odiar a los otros y a sí mismos. Espero que muchas personas hayan descubierto ser muy amadas por Jesús y se hayan dejado abrazar por él. La misericordia es el nombre de Dios y es también su debilidad, su punto débil, su misericordia le lleva siempre al perdón, a olvidarse de nuestros pecados. A mí me gusta pensar que el Omnipotente tiene mala memoria. Una vez que te perdona, se olvida. Porque es feliz perdonando. Para mí esto basta. Como para la mujer adúltera del Evangelio «que ha amado mucho». «Porque Él ha amado mucho». Todo el cristianismo está aquí. Pero ha sido un Jubileo «sui generis», con muchos gestos emblemáticos... Jesús no pide grandes gestos, sino sólo el abandono y el reconocimiento. Santa Teresa de Lisieux, que es doctora de la Iglesia, en su «pequeña vía» hacia Dios indica el abandono del niño, que se adormece sin reservas entre los brazos de su padre y recuerda que la caridad no puede permanecer cerrada en el fondo. Amor de Dios y amor del prójimo son dos amores inseparables. ¿Se han cumplido los propósitos por los cuales Usted lo convocó? «No tenía un plan, he hecho simplemente lo que me inspiraba el Espíritu Santo. Las cosas han ocurrido. Me he dejado llevar por el Espíritu Santo. Se trataba sólo de ser dóciles al Espíritu Santo, de dejarle actuar a Él. La Iglesia es el Evangelio, es la obra de Jesucristo. No es un camino de ideas, un instrumento para afirmarlas. Y en la Iglesia las cosas entran en el tiempo cuando el tiempo es maduro, cuando se dan las circunstancias. También un año santo extraordinario... Ha sido un proceso que ha madurado a lo largo del tiempo, por obra del Espíritu Santo. Antes de mí es-

tuvo san Juan XXIII que con laGaudet mater Ecclesia en «medicina de la misericordia» indicó la senda que había que seguir en la apertura del Concilio, después el beato Pablo VI, que en la historia del samaritano vio su paradigma. Después estuvo la enseñanza de san Juan Pablo II, con su segunda encíclica Dives in misericordia, y la institución de la fiesta de la Divina Misericordia. Benedicto XVI ha dicho que el nombre de Dios es misericordia. Son todos pilares. Así el Espíritu saca adelante los procesos en la Iglesia, hasta su cumplimiento. Entonces el Jubileo ha sido también el Jubileo del concilio, hic et nunc, donde el tiempo en el que se recibe y el tiempo del perdón coinciden... Tener la experiencia vivida del perdón que abraza la entera familia humana es la gracia que el ministerio apostólico anuncia. La Iglesia existe sólo como instrumento para comunicar a los hombres el diseño misericordioso de Dios. En el concilio, la Iglesia sintió la responsabilidad de estar en el mundo como signo vivo del amor del Padre. Con la Lumen gentium ha vuelto a la fuente de su naturaleza, al Evangelio. Esto desplaza el eje de la concepción cristiana de un cierto legalismo, que puede ser ideológico, a la persona de Dios que se ha hecho misericordia en la encarnación del hijo. Algunos —piensa en ciertas réplicas a Amoris laetitia— continúan sin comprender, o blanco o negro, también si es en el fluir de la vida que se debe discernir. El concilio nos ha dicho esto, los historiadores sin embargo dicen que un concilio, para ser absorbido bien por el cuerpo de la Iglesia, necesita un siglo... estamos a mitad. Durante este tiempo son significativos los encuentros y viajes ecuménicos emprendidos. En Lesbos con el patriarca Bartolomé y Jerónimo, en Cuba con el patriarca de Moscú Kirill, en Lund para la conmemoración conjunta de la Reforma luterana. ¿Ha sido el Año de la Misericordia lo que ha favorecido todas estas iniciativas con las otras Iglesias cristianas? No diría que estos encuentros ecuménicos son el fruto del Año de la

Todos los que que han sido realizados por mis predecesores. Como fue un paso más esa entrevista de Papa Luciani con el metropolita ruso Nikodim que murió entre sus brazos y, abrazado al hermano obispo de Roma, Nikodim le dijo cosas muy bonitas sobre la Iglesia. Recuerdo el funeral de san Juan Pablo II, estaban todos los jefes de las Iglesias de Oriente: esta es fraternidad. Los encuentros y también los viajes ayudan a esta fraternidad, a hacerla crecer. Pero Usted en menos de cuatro años se ha reunido con todos los primados y responsables de las Iglesias cristianas. Estos encuentros atraviesan su pontificado. ¿Por qué esta aceleración? Es el camino del concilio que sigue adelante, se intensifica. Pero es el camino, no soy yo. Ese camino es el camino de la Iglesia. Yo me he reunido con los primados y los responsables, es verdad, pero también mis otros predecesores han tenido sus reuniones con estos y otros responsables. No he acometido ninguna aceleración. En la medida en la cual seguimos hacia adelante, el camino parece ir más veloz, es el motus in fine velocior, por decirlo según ese proceso expresado en la física aristotélica. ¿Cómo vive personalmente esta solicitud en las reuniones con los hermanos de las otras Iglesias cristianas? La vivo con mucha fraternidad. La fraternidad se siente. Está Jesús en medio. Para mí son todos hermanos. Nos bendecimos el uno al otro, un hermano bendice al otro. Cuando con el patriarca Bartolomé y Jerónimo fuimos a Lesbos en Grecia para recordar a los refugiados nos sentimos una sola cosa. Éramos uno. Uno. Cuando fui a visitar al patriarca Bartolomé al Fanar de Estanbul con motivo de la fiesta de san Andrés, para mí fue una gran fiesta. En Georgia me reuní con el patriarca Elías, que no fue a Creta para el concilio por ortodoxo. La sintonía espiritual que he tenido con él ha sido profunda. Yo me he sentido ante un santo, un hombre de Dios me ha cogido la mano, me ha dicho muchas cosas bonitas, más con gestos que con palabras. Los patriarcas son monjes. Tú ves detrás de una conversación que son hombres de oración. Kirill es un hombre de oración, aunque el patriarca copto Tawadros con quien me reuní, entraba en la capilla, se quitaba los zapatos e iba a rezar. El patriarca Daniele de Rumanía hace un año me regaló un libro en español sobre san Silvestro del Monte Athos, la vida de este

gran santo monje la leía ya en Buenos Aires: «rezar por los hombres y derramar la propia sangre». Los santos nos unen dentro de la Iglesia actualizando su misterio. Con los hermanos ortodoxos estamos en camino, son hermanos, nos amamos, nos preocupamos juntos, vienen a estudiar a nuestra casa. También Bartolomé ha estudiado aquí. Con el Patriarca Ecuménico Bartolomé, sucesor del apóstol Andrés, muchos pasos habéis cumplido juntos ya, en plena sintonía en los recíprocos pronunciamientos. Os apoya en esto, el amor que transformó la vida de los apóstoles. Pedro y Andrés eran hermanos... En Lesbos, mientras juntos saludábamos a todos, había un niño hacia el cual me incliné. Pero yo no le interesaba al niño, miraba detrás de mí. Me giré y ví por qué: Bartolomé tenía los bolsillos llenos de caramelos y se los estaba dando a los niños contento. Este es Bartolomé, un hombre capaz de llevar adelante entre muchas dificultades el gran concilio ortodoxo, de hablar de teología de alto nivel, y de estar simplemente con los niños. Cuando venía a Roma ocupaba en Santa Marta la habitación en la que estoy yo ahora . El único reproche que me ha hecho es que ha tenido que cambiarla. Usted sigue reuniéndose con frecuencia con los otros jefes de las otras Iglesias. Pero ¿el Obispo de Roma no debe ocuparse plenamente de la Iglesia católica? Jesús mismo reza al Padre para pedir que los suyos sean una sóla cosa, para que así el mundo crea. Es su oración al Padre. Desde siempre el Obispo de Roma ha sido llamado para custodiar, a buscar y servir esta unidad. Sabemos también que las heridas de nuestras divisiones, que laceran el cuerpo de Cristo, no podemos sanarlas por nosotros mismos. Por ello no se pueden imponer proyectos o sistemas para volver a estar unidos. Para pedir unidad entre nosotros cristianos sólo podemos mirar a Jesús y pedir que el Espíritu Santo obre entre nosotros. Que sea Él el que haga la unidad. En la reunión de Lund con los luteranos he repetido las palabras de Jesús, cuando dice a sus discípulos: «Sin mí no podéis hacer nada». ¿Qué significado ha tenido conmemorar con los luteranos en Suecia los quinientos años de la Reforma? ¿Ha sido un «hacia adelante»? La reunión con la Iglesia luterana en Lund ha sido un paso más en el camino ecuménico que inició hace cincuenta años y un diálogo teológico luterano-católico que ha dado sus frutos con la Declaración común firmada en 1999, sobre la doctrina de la Justificación, es decir sobre cómo Cristo nos hace justos salvándonos con su gracia necesaria, el punto del cual nacen las reflexiones de Lutero. Es decir, de volver a lo esencial de la fe para volver a descubrir la naturaleza de lo que nos une. Antes de mí, Benedicto XVI fue a Erfurt, y sobre esto habló detalladamente, con mucha claridad. Repitió que la pregunta sobre «cómo puedo tener un Dios misericordioso» había penetrado en el corazón de Lutero, y estaba detrás de toda su búsqueda teológica e interior. Ha habido una purificación de la memoria. Lutero quería hacer

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una reforma que debía ser como una medicina. Después las cosas se han cristalizado, se han mezclado los intereses políticos del tiempo, y se ha terminado en el cuius regio eius religio, por lo que se debía seguir la confesión religiosa de quien tenía el poder. Pero hay quien piensa que en estos encuentros ecuménicos Usted quiera liquidar la doctrina católica. Alguno ha dicho que se quiere «protestantizar» a la Iglesia... No me quita el sueño. Yo sigo por el camino de quien me ha precedido, sigo el Concilio. En cuanto a las opiniones, se necesita siempre distinguir el espíritu con el cual son dichas. Cuando no hay un mal espíritu, ayudan también a caminar. Otras veces se ve enseguida que las críticas toman de aquí y de allá para justificar una posición ya tomada, no son honestas, son hechas con espíritu malo para fomentar las divisiones. Se ve enseguida que ciertos rigores nacen de una falta, del querer esconder dentro de una armadura la propia triste insatisfacción. Si ves la película «la comida de Babette» se refleja este comportamiento rígido. También con los luteranos ha habido un llamamiento urgente para trabajar juntos por quien se encuentra en estado de necesidad. ¿Entonces es necesario dejar de lado las cuestiones teológicas y sacramentales y concentrarse sólo en el común esfuerzo social y cultural?

L’OSSERVATORE ROMANO

Aquel a quien seguimos, podemos descubrir que estamos unidos. Es el caminar detrás de Jesús que nos une. Convertirse significa dejar que el Señor viva y obre en nosotros. Así descubrimos que nos encontramos unidos también en nuestra común misión de anunciar el Evangelio. Caminando y trabajando juntos, nos damos cuenta de que estamos ya unidos en el nombre del Señor y que entonces la unidad no la creamos nosotros. Nos damos cuenta de que es el Espíritu que empuja y nos lleva hacia adelante. Si tú eres dócil ante el espíritu, será Él quien te diga el paso que puedes dar, el resto lo hace Él. No se puede ir detrás de Cristo si no te lleva, si no te empuja el Espíritu con su fuerza. Por esto es el Espíritu el artífice de la unidad entre los cristianos. He aquí por qué digo que la unidad se hace en camino, por qué la unidad es una gracia que se debe pedir, y también por qué, repito, todo proselitismo entre cristianos es pecaminoso. La Iglesia no crece nunca por proselitismo sino «por atracción», como ha escrito Benedicto XVI. El proselitismo entre cristianos entonces es en sí mismo un pecado grave. ¿Por qué? Porque contradice la dinámica misma de cómo se convierte y se

También el encuentro de Lund, como todos los otros pasos ecuménicos, ha sido un paso adelante para hacer entender el escándalo de la división, que hiere el cuerpo de Cristo y que tampoco nos podemos permitir ante el mundo ¿Cómo podemo s dar testimonio de la verdad del amor si nos peleamos, si nos separamos entre nosotros? Cuando era niño con los protestantes no se hablaba. Había un sacerdote en Buenos Aires que cuando venían a predicar los evangélicos con las tiendas de campaña mandaba al grupo juvenil a quemarlas. Ahora los tiempos han cambiado. El escándalo hay que superarlo, simplemente haciendo las cosas juntos con gestos de unidad y de hermandad. Cuando en Cuba Usted encontró al Patriarca Kirill, sus primeras palabras fueron: «Tenemos el mismo bautismo. Somos obispos». Cuando era obispo de Buenos Aires me daba alegría todos los intentos que ponían en práctica muchos sacerdotes para facilitar la administración de los bautismos. El bautismo es el gesto con el cual el Señor nos elige, y si reconocemos que estamos unidos en el bautismo quiere decir que estamos unidos en lo que es fundamental. Es ese manantial común que nos une a todos los cristia-

No se trata de dejar de lado algo. Servir a los poblres quiere decir servir a Cristo, porque los pobres son la carne de Cristo. Y si servimos a los pobres juntos, quiere decir que nosotros cristianos nos encontramos unidos en el tocar las llagas de Cristo. Pienso en el trabajo que después del encuentro de Lund pueden hacer juntas Cáritas y las organizaciones caritativas luteranas. No es una institución, es un camino. Ciertos modos de contraponer las «cosas de la caridad pastoral» en cambio no son según el Evangelio y crean confusión. La conmemoración conjunta de Lund ha marcado un momento de aceptación mutua y un nivel de comprensión recíproca profunda. Pero partiendo de ahí ¿Cómo se pueden resolver las cuestiones eclesiológicas todavía abiertas y por consiguiente las relativas al ministerio y a los sacramentos, en particular la eucaristía, que nos separan de la Iglesia luterana? ¿Cómo es posible superar estas cuestiones para poder ir hacia una unidad que sea visible al mundo? La declaración conjunta sobre la justificación es la base para poder continuar el trabajo teológico. El estudio teológico debe seguir adelante. Está el trabajo que está haciendo el Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos. El camino teológico es importante, pero siempre junto al camino de oración, cumpliendo juntos obras de caridad. Obras que son visibles. También al patriarca de Moscú, Kirill, Usted ha dicho que «la unidad se hace caminando», «la unidad no sucederá como un milagro al final, caminar juntos es ya hacer unidad». Usted lo repite a menudo. Pero, ¿qué significa? La unidad no se hace porque nos ponemos de acuerdo entre nosotros sino porque caminamos siguiendo a Jesús. Y caminando, por obra de

permanece cristianos. La Iglesia no es un equipo de fútbol que busca aficionados. ¿Cuáles son entonces las vías que hay que emprender para la unidad? Hacer procesos en lugar de ocupar espacios es la llave también del camino ecuménico. En este momento histórico la unidad se hace siguiendo tres vías: caminar juntos con las obras de caridad, rezar juntos, y además reconocer la confesión común así como se expresa en el común martirio recibido en el nombre de Cristo, en el ecumenismo de la sangre. Allí se ve que el enemigo mismo reconoce nuestra unidad, la unidad de los bautizados. El enemigo, en esto, no se equivoca. Y estas son todas las expresiones de unidad visible. Rezar juntos es visible. El martirio compartido en nombre de Cristo es visible. No obstante entre católicos no parece todavía tan viva una sensibilidad para la búsqueda de la unidad entre los cristianos y una percepción del dolor de la división...

nos y nutre cada posible paso nuevo nuestro para volver a la plena comunión entre nosotros. Para volver a descubrir nuestra unidad no debemos «ir más allá» del bautismo. Tener el mismo bautismo quiere decir confesar juntos que el Verbo se hizo carne: esto nos salva. Todas las ideologías y las teorías nacen de quien no se detiene ante esto, no permanece en la fe que reconoce a Cristo venido en la carne, y quiere «ir más allá». De ahí nacen todas las posiciones que quitan a la Iglesia la carne de Cristo, que «descarnan» la Iglesia. Si miramos juntos a nuestro bautismo común, también somos liberados de la tentación del pelagianismo que pretende convencernos de que nos salvamos por nuestra fuerza y con nuestros activismos. Y permanecer en el bautismo nos salva también de la gnosis. Esta desnaturaliza al cristianismo reduciéndolo a un recorrido de conocimiento que puede prescindir del encuentro real con Cristo. El patriarca Bartolomé en una entrevista a «Avvenire» dijo que la raíz de

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la división ha sido la penetración de un «pensamiento mundano» en la Iglesia. ¿También para Usted esta es la causa de la división? Sigo pensando que el cáncer en la Iglesia es el darse gloria el uno al otro. Si uno no sabe quien es Jesús, o no le ha encontrado nunca, siempre le puede encontrar; pero si uno está en la Iglesia, y se mueve en ella porque precisamente en el ámbito de la Iglesia cultiva y alimenta su hambre de dominio y afirmación de sí, tiene una enfermedad espiritual, cree que la Iglesia sea una realidad humana autosuficiente, donde todo se mueve según lógicas de ambición y poder. En la reacción de Lutero había esto también: el rechazo de una imagen de Iglesia como organización que podía ir adelante prescindiendo de la gracia del Señor, o considerándola como una posesión que se da por descontado, garantizada a priori. Y esta tentación de construir una Iglesia autorreferencial, que lleva a la contraposición y en consecuencia a la división, vuelve siempre. Respecto a los ortodoxos, se cita a menudo la llamada «fórmula Ratzinger», enunciada por el teólogo que después se convirtió en Papa: aquella según la cual «por lo que respecta el primado del Papa, Roma debe exigir de las Iglesias ortodoxas nada más de lo que durante el primer milenio fue establecido y vivido». ¿Pero la perspectiva de la Iglesia de inicios y de los primeros siglos qué puede sugerir de esencial, también en los tiempos actuales? Debemos mirar al primer milenio, puede inspirarnos siempre. No se trata de volver atrás de manera mecánica, no es simplemente dar «marcha atrás»: allí están los tesoros válidos también hoy. Antes hablaba de la autorreferencialidad, la costumbre pecadora de la Iglesia de mirar demasiado a sí misma, como si se creyese tener luz propia. El Patriarca Bartolomé ha dicho la misma cosa hablando de «introversión» eclesial. Los Padres de la Iglesia de los primeros siglos tenían claro que la Iglesia vive instante a instante de la gracia de Cristo. Por eso —lo he dicho otras veces— decían que la Iglesia no tiene luz propia, y la llamaban mysterium lunae, el misterio de la luna. Porque la Iglesia da luz pero no brilla con luz propia. Y cuando la Iglesia, en lugar de mirar a Cristo, se mira demasiado a si misma aparecen las divisiones. Es lo que ocurrió después del primer milenio. Mirar a Cristo nos libera de esta costumbre y también de la tentación del triunfalismo y del rigorismo. Y nos hace caminar juntos por la vía de la docilidad ante el Espíritu Santo, que nos lleva hacia la unidad. En diversas Iglesias ortodoxas hay resistencias ante el camino hacia la unidad, como las de los que el metropolita Ioannis Zizioulas define «talibanes ortodoxos». ¿Puede haber todavía algunas resistencias también por parte católica? ¿Qué es necesario hacer? El Espíritu Santo hace que se cumplan las cosas, con los tiempos que Él establece. Por esto no podemos ser impacientes, desconfiados, ansiosos. El camino requiere paciencia en el custodiar y mejorar lo que ya existe, que es mucho más de lo que divide. Y testimoniar su amor por todos los hombres, para que el mundo crea.

L’OSSERVAT

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Al finalizar el Ángelus del domingo 20 de noviembre, el Papa Francisco firmó su carta apostólica «Misericordia et misera» dirigida a toda la Iglesia para continuar viviendo la misericordia experimentada durante todo el Jubileo Extraordinario. Representando a todo el Pueblo de Dios, recibieron la carta de manos del Papa: el cardenal Luis Antonio Tagle , arzobispo de Manila; monseñor Leo William Cushley, arzobispo de San Andrés y Edimburgo; dos sacerdotes misioneros de la misericordia, provenientes respectivamente de la República Democrática del Congo y de Brasil; un diácono permanente de la diócesis de Roma, junto a su familia; dos religiosas, provenientes respectivamente de México y de Corea del Sur; una familia compuesta por padres, hijos y abuelos originarios de Estados Unidos; una pareja de novios; dos mamás catequistas de una parroquia romana; una persona con discapacidad y una persona enferma. Publicamos el texto del documento pontificio.

Carta apostólica como conclusión del jubileo extraordinario

Misericordia et mis FRANCISCO A TOD OS AQUELLOS QUE LEAN ESTA CARTA APOSTÓLICA MISERICORDIA Y PAZ Misericordia et misera son las dos palabras que san Agustín usa para comentar el encuentro entre Jesús y la adúltera (cf. Jn 8, 1-11). No podía encontrar una expresión más bella y

coherente que esta para hacer comprender el misterio del amor de Dios cuando viene al encuentro del pecador: «Quedaron sólo ellos dos: la miserable y la misericordia».1 Cuánta piedad y justicia divina hay en este episodio. Su enseñanza viene a iluminar la conclusión del Jubileo Extraordinario de la Misericordia e indica, además, el camino que estamos llamados a seguir en el futuro. 1. Esta página del Evangelio puede ser asumida, con todo derecho, como imagen de lo que hemos celebrado en el Año Santo, un tiempo rico de misericordia, que pide ser siempre celebrada y vivida en nuestras comunidades. En efecto, la misericordia no puede ser un paréntesis en la vida de la Iglesia, sino que

constituye su misma existencia, que dad es superada por el amor que manifiesta y hace tangible la verdad permite mirar más allá y vivir de profunda del Evangelio. Todo se re- otra manera. vela en la misericordia; todo se re2. Jesús lo había enseñado con suelve en el amor misericordioso del claridad en otro momento cuando, Padre. invitado a comer por un fariseo, se Una mujer y Jesús se encuentran. le había acercado una mujer conociElla, adúltera y, según la Ley, juzga- da por todos como pecadora (cf. Lc da merecedora de la lapidación; él, 7, 36-50). Ella había ungido con perque con su predicación y el don to- fume los pies de Jesús, los había batal de sí mismo, que lo llevará hasta ñado con sus lágrimas y secado con la cruz, ha devuelto la ley mosaica a su genuino propósito originario. En El perdón es el signo más visible del el centro no aparece la ley y la justicia legal, siamor del Padre, que Jesús ha querido no el amor de Dios que revelar a lo largo de toda su vida sabe leer el corazón de cada persona, para comprender su deseo más recóndito, y que debe tener el prima- sus cabellos (cf. vv. 37-38). A la reacdo sobre todo. En este relato evan- ción escandalizada del fariseo, Jesús gélico, sin embargo, no se encuen- responde: «Sus muchos pecados han tran el pecado y el juicio en abstrac- quedado perdonados, porque ha to, sino una pecadora y el Salvador. amado mucho, pero al que poco se Jesús ha mirado a los ojos a aquella le perdona, ama poco» (v. 47). mujer y ha leído su corazón: allí ha El perdón es el signo más visible reconocido el deseo de ser compren- del amor del Padre, que Jesús ha dida, perdonada y liberada. La mise- querido revelar a lo largo de toda su ria del pecado ha sido revestida por vida. No existe página del Evangelio la misericordia del amor. Por parte de Jesús, ningún juicio que no esté marcado por la piedad y la compasión hacia la condición de la pecadora. A quien quería juzgarla y condenarla a muerte, Jesús responde con un silencio prolongado, que ayuda a que la voz de Dios resuene en las conciencias, tanto de la mujer como de sus acusadores. Estos dejan caer las piedras de sus manos y se van uno a uno (cf. Jn 8, 9). Y después de ese silencio, Jesús dice: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado? […] Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (vv. 10-11). De este modo la ayuda a mirar el futuro con esperanza y a estar lista para encaminar nuevamente su vida; de ahora en adelante, si lo querrá, podrá «caminar en la caridad» (cf. Ef 5, 2). Una vez que hemos sido revestidos de misericordia, aunque permanezca la condición de debilidad por el pecado, esta debili-

que pueda ser sustraída a este imperativo del amor que llega hasta el perdón. Incluso en el último momento de su vida terrena, mientras estaba siendo crucificado, Jesús tiene palabras de perdón: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34). Nada de cuanto un pecador arrepentido coloca delante de la misericordia de Dios queda sin el abrazo de su perdón. Por este motivo, ninguno de nosotros puede poner condiciones a la misericordia; ella será siempre un acto de gratuidad del Padre celeste, un amor incondicionado e inmerecido. No podemos correr el riesgo de oponernos a la plena libertad del amor con el cual Dios entra en la vida de cada persona. La misericordia es esta acción concreta del amor que, perdonando, transforma y cambia la vida. Así se manifiesta su misterio divino. Dios es misericordioso (cf. Ex 34, 6), su misericordia dura por siempre (cf. Sal 136), de generación en generación abraza a cada persona que se confía a él y la transforma, dándole su misma vida.

TORE ROMANO

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A la Rota Romana sobre el nuevo proceso matrimonial

El Evangelio hasta las raíces

sera

certidumbre que impide tener estabilidad. De ahí surgen a menudo sentimientos de melancolía, tristeza y aburrimiento que lentamente pueden conducir a la desesperación. Se necesitan testigos de la esperanza y de la verdadera alegría para deshacer las quimeras que prometen una felicidad fácil con paraísos artificiales. El vacío profundo de muchos puede ser colmado por la esperanza que llevamos en el corazón y por la alegría que brota de ella. Hay mucha necesidad de reconocer la alegría que se revela en el corazón que ha sido tocado por la misericordia. Hagamos nuestras, por tanto, las palabras del Apóstol: «Estad siempre alegres en el Señor» (Flp 4, 4; cf. 1 Ts 5, 16). 4. Hemos celebrado un Año intenso, en el que la gracia de la misericordia se nos ha dado en abundancia. Como un viento impetuoso y saludable, la bondad y la misericordia se han esparcido por el mundo entero. Y delante de esta mirada amorosa de Dios, que de manera tan prolongada se ha posado sobre cada uno de nosotros, no podemos permanecer indiferentes, porque ella cambia la vida. Sentimos la necesidad, ante todo, de dar gracias al Señor y decirle: «Has sido bueno, Señor, con tu tie-

3. Cuánta alegría ha brotado en el corazón de estas dos mujeres, la adúltera y la pecadora. El perdón ha hecho que se sintieran al fin más libres y felices que nunca. Las lágrimas de vergüenza y de dolor se han transformado en la sonrisa de quien se sabe amado. La misericordia suscita alegría porque el corazón se abre a la esperanza de una vida nueva. La experiencia de la misericordia nos La alegría del perdón es difícil de expresar, pero hace capaces de mirar todas las se trasparenta en nosodificultades humanas con la actitud del tros cada vez que la experimentamos. En su oriamor de Dios, que no se cansa de gen está el amor con el acoger y acompañar cual Dios viene a nuestro encuentro, rompiendo el círculo del egoísmo que nos envuelve, para hacernos también rra […]. Has perdonado la culpa de a nosotros instrumentos de miseri- tu pueblo» (Sal 85, 2-3). Así es: cordia. Dios ha destruido nuestras culpas y Qué significativas son, también ha arrojado nuestros pecados a lo para nosotros, las antiguas palabras hondo del mar (cf. Mi 7, 19); no los que guiaban a los primeros cristia- recuerda más, se los ha echado a la nos: «Revístete de alegría, que en- espalda (cf. Is 38, 17); como dista el cuentra siempre gracia delante de oriente del ocaso, así aparta de noDios y siempre le es agradable, y sotros nuestros pecados (cf. Sal 103, complácete en ella. Porque todo 12). hombre alegre obra el En este Año Santo la Iglesia ha bien, piensa el bien y sabido ponerse a la escucha y ha exdesprecia la tristeza [...] perimentado con gran intensidad la Vivirán en Dios cuantos presencia y cercanía del Padre, que alejen de sí la tristeza y mediante la obra del Espíritu Santo se revistan de toda ale- le ha hecho más evidente el don y el gría».2 Experimentar la mandato de Jesús sobre el perdón. misericordia produce ale- Ha sido realmente una nueva visita gría. No permitamos que del Señor en medio de nosotros. Helas aflicciones y preocu- mos percibido cómo su soplo vital paciones nos la quiten; se difundía por la Iglesia y, una vez que permanezca bien más, sus palabras han indicado la arraigada en nuestro co- misión: «Recibid el Espíritu Santo, razón y nos ayude a mi- a quienes les perdonéis los pecados, rar siempre con sereni- les quedan perdonados; a quienes se dad la vida cotidiana. los retengáis, les quedan retenidos» En una cultura fre- (Jn 20, 22-23). cuentemente dominada 5. Ahora, concluido este Jubileo, por la técnica, se multi- es tiempo de mirar hacia adelante y plican las formas de tris- de comprender cómo seguir viviendo teza y soledad en las que con fidelidad, alegría y entusiasmo, caen las personas, entre la riqueza de la misericordia divina. ellas muchos jóvenes. En Nuestras comunidades continuarán efecto, el futuro parece SIGUE EN LA PÁGINA 8 estar en manos de la in-

Toda situación familiar «irregular y sufrida» va acogida y considerada en el horizonte de la misericordia. Lo ha recordado el Papa Francisco el viernes 18 por la tarde, en el Palacio de la Cancillería, a los participantes en el curso de formación para obispos sobre el nuevo proceso matrimonial, promovido por el Tribunal apostólico de la Rota Romana. Queridos hermanos: vuestra presencia en este curso de formación, promovido por el Tribunal Apostólico de la Rota Romana, subraya cuánto los obispos, aun constituidos en fuerza de la Ordenación como maestros de la fe (cfr Lumen gentium, 25), tengan la necesidad de aprender continuamente. Se trata de comprender las necesidades y las preguntas del hombre de hoy y buscar las respuestas en la Palabra de Dios y en la verdad de la fe, estudiadas y conocidas cada vez mejor. El ejercicio del munus docendi está íntimamente ligado con los de sanctificandi y regendi. A través de estas tres funciones se expresa el ministerio pastoral del obispo, fundado en la voluntad de Cristo, en la asistencia del Espíritu Santo y cuyo fin es actualizar el mensaje de Jesús. La inculturación del Evangelio se basa en este principio que aúna la fidelidad al anuncio evangélico y

su comprensión y traducción en el tiempo. El beato Pablo VI, en la Evangelii muntiandi, exhortaba a evangelizar no de una manera superficial, sino entrando en lo concreto de las situaciones y de las personas. Estas son sus palabras: «lo que importa es evangelizar. no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces […] tomando siempre como punto de partida la persona y teniendo siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y con Dios » (n. 20). Precisamente la atención a las personas es la razón de fondo, teológica y eclesiológica, en este curso de formación. La salud espiritual, la salus animarum de las personas que nos han confiado es el fin de toda acción pastoral. En la primera carta de Pedro encontramos un punto de referencia fundamental para el oficio episcopal: «Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntariamente, según Dios; no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey» (5,2-3). Esta exhortación ilumina toda la misión del obispo, presentando la potestad espiritual como un servicio para la salvación de los hombres. En esta

perspectiva, es necesario eliminar con firmeza los obstáculos de naturaleza mundana que dificultan a un gran número de fieles el acceso a los Tribunales eclesiásticos. Las cuestiones de tipo económico y organizativo no pueden ser un obstáculo para la verificación canónica de la validez del matrimonio. Con el enfoque de una relación sana entre la justicia y la caridad, la ley de la Iglesia no puede prescindir del principio fundamental de la salus animarum. Por lo tanto, los Tribunales eclesiásticos están llamados a ser una expresión tangible de un servicio diaconal del derecho con respecto a ese objetivo primario. Este mismo está puesto oportunamente como la última palabra del Código de Derecho Canónico, porque lo sobrepasa como la ley suprema, y como valor que supera el derecho mismo, indicando así el horizonte de la misericordia. En esta perspectiva, la Iglesia camina desde siempre, como madre que acepta y ama, con el ejemplo de Jesús Buen Samaritano. Iglesia del Verbo encarnado, se "encarna" en las historias tristes y dolorosas de la gente, se inclina hacia los pobres y los que están lejos de la comunidad eclesial o que se consideran fuera de ella a causa de su fracaso matrimonial. Sin embargo están y siguen estando incorporados a Cristo en virtud del bautismo. Por lo tanto, a nosotros nos corresponde la grave responsabilidad de ejercer el munus, recibido por Jesús, divino Pastor médico y juez de las almas, de no considerarles nunca extraños al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Estamos llamados a no excluirlos de nuestra preocupación pastoral, sino a dedicarnos a ellos y a su situación irregular y dolorosa con la mayor solicitud y caridad. Queridos hermanos obispos, procedéis de distintos países y habéis traído a este encuentro las solicitudes y las preguntas que surgen en el ámbito pastoral matrimonial de las respectivas diócesis. Tales instancias requieren respuestas y medidas no siempre fáciles. Estoy seguro de que estas jornadas de estudio os ayudarán a concretar la actitud más oportuna a las diversas problemáticas. Doy las gracias al Decano Mons. Pinto por haber promovido este Curso formativo, como también a los relatores por su competente aportación jurídica, teológica y pastoral. Regresaréis a vuestras diócesis enriquecidos con nociones y sugerencias útiles para desarrollar con más eficacia vuestro ministerio, especialmente en relación con el nuevo proceso matrimonial. Esto representa una ayuda importante para que en la grey que se os ha confiado crezca la medida de la estatura de Cristo Buen Pastor, del que debemos aprender día tras día la búsqueda del unum necessarium: la salus animarum. Se trata del bien supremo y se identifica con Dios mismo, como enseñaba San Gregorio Nacianceno. Confiad en la asistencia infinita del Espíritu Santo, que conduce invisible pero realmente a la Iglesia. Recémosle para que os ayude y también ayude al sucesor de Pedro a responder, con disponibilidad y humildad, al grito de ayuda de tantos hermanos y hermanas nuestros que necesitan ver la verdad de su matrimonio y del camino de su vida.

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con vitalidad y dinamismo la obra de la nueva evangelización en la medida en que la «conversión pastoral»3, que estamos llamados a vivir,3 se plasme cada día, gracias a la fuerza renovadora de la misericordia. No limitemos su acción; no hagamos entristecer al Espíritu, que siempre indica nuevos senderos para recorrer y llevar a todos el Evangelio que salva. En primer lugar estamos llamados a celebrar la misericordia. Cuánta riqueza contiene la oración de la Iglesia cuando invoca a Dios como Padre misericordioso. En la liturgia, la misericordia no sólo se evoca con frecuencia, sino que se recibe y se vive. Desde el inicio hasta el final de la celebración eucarística, la misericordia aparece varias veces en el diálogo entre la asamblea orante y el corazón del Padre, que se alegra cada vez que puede derramar su amor misericordioso. Después de la súplica de perdón inicial, con la invocación «Señor, ten piedad», somos inmediatamente confortados: «Dios omnipotente tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna». Con esta confianza la comunidad se reúne en la presencia del Señor, especialmente en el día santo de la resurrección. Muchas oraciones «colectas» se refieren al gran don de la mi-

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Misericordia et misera

Cristo, del que brota la salvación para cada ser humano, para la historia y para el mundo entero. En resumen, cada momento de la celebración eucarística está referido a la misericordia de Dios. En toda la vida sacramental la misericordia se nos da en abundancia. Es muy relevante el hecho de que la Iglesia haya querido mencionar explícitamente la misericordia en la fórmula de los dos sacramentos llamados «de sanación», es decir, la Reconciliación y la Unción de los enfermos. La fórmula de la absolución dice: «Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz»;8 y la de la Unción reza así: «Por esta santa Unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo».9 Así, en la oración de la Iglesia la referencia a la misericordia, lejos de ser solamente parenética, es altamente performativa, es decir que, mientras la invocamos con fe, nos viene concedida; mientras la confesamos viva y real, nos transforma verdaderamente. Este es un aspecto fundamental de nuestra fe, que debemos conservar en toda su originalidad: antes que el pecado, tenemos la revelación del amor con el que Dios ha creado el mundo y Vivir la misericordia es el camino los seres humanos. El amor es el primer acto con el que seguro para que ella llegue a ser se da a conocer y vieverdadero anuncio de consolación y de Dios ne a nuestro encuentro. Por conversión en la vida pastoral tanto, abramos el corazón a la confianza de ser amados por Dios. Su amor nos precede siempre, nos acompaña sericordia. En el periodo de Cuares- y permanece junto a nosotros a pema, por ejemplo, oramos diciendo: sar de nuestro pecado. «Señor, Padre de misericordia y ori6. En este contexto, la escucha de gen de todo bien, qué aceptas el la Palabra de Dios asume también ayuno, la oración y la limosna como un significado particular. Cada doremedio de nuestros pecados; mira mingo, la Palabra de Dios es proclacon amor a tu pueblo penitente y mada en la comunidad cristiana para restaura con tu misericordia a los que el día del Señor se ilumine con que estamos hundidos bajo el peso la luz que proviene del misterio pasde las culpas».4 Después nos sumer- cual.10 En la celebración eucarística gimos en la gran plegaria eucarística asistimos a un verdadero diálogo encon el prefacio que proclama: «Por- tre Dios y su pueblo. En la proclaque tu amor al mundo fue tan mise- mación de las lecturas bíblicas, se rericordioso que no sólo nos enviaste corre la historia de nuestra salvación como redentor a tu propio Hijo, sino que en todo lo quisiste semejante al hombre, menos en el pecado».5 Además, la plegaria eucarística cuarta es un himno a la misericordia de Dios: «Compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca». «Ten misericordia de todos nosotros»,6 es la súplica apremiante que realiza el sacerdote, para implorar la participación en la vida eterna. Después del Padrenuestro, el sacerdote prolonga la plegaria invocando la paz y la liberación del pecado gracias a la «ayuda de su misericordia». Y antes del signo de la paz, que se da como expresión de fraternidad y de amor recíproco a la luz del perdón recibido, él ora de nuevo diciendo: «No tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia».7 Mediante estas palabras, pedimos con humilde confianza el don de la unidad y de la paz para la santa Madre Iglesia. La celebración de la misericordia divina culmina en el Sacrificio eucarístico, memorial del misterio pascual de

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gue a todos. Deseo vivamente que la Palabra de Dios se celebre, se conozca y se difunda cada vez más, para que nos ayude a comprender mejor el misterio del amor que brota de esta fuente de misericordia. Lo recuerda claramente el Apóstol: «Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia» (2 Tm 3, 16).

como una incesante obra de misericordia que se nos anuncia. Dios sigue hablando hoy con nosotros como sus amigos, se «entretiene» con nosotros,11 para ofrecernos su compañía y mostrarnos el sendero de la vida. Su Palabra se hace intérprete de nuestras peticiones y preocupaciones, y es también respuesta fecunda para que podamos experimentar concretamente su cercanía. Qué importante es la homilía, en la que «la Su amor nos precede siempre, nos verdad va de la mano de la belleza y del bien»,12 acompaña y permanece junto a nosotros para que el corazón de a pesar de nuestro pecado los creyentes vibre ante la grandeza de la misericordia. Recomiendo mucho Sería oportuno que cada comunila preparación de la homilía y el cuidado de la predicación. Ella será dad, en un domingo del Año litúrgitanto más fructuosa, cuanto más ha- co, renovase su compromiso en favor ya experimentado el sacerdote en sí de la difusión, conocimiento y promismo la bondad misericordiosa del fundización de la Sagrada Escritura: Señor. Comunicar la certeza de que un domingo dedicado enteramente a Dios nos ama no es un ejercicio re- la Palabra de Dios para comprender tórico, sino condición de credibili- la inagotable riqueza que proviene dad del propio sacerdocio. Vivir la de ese diálogo constante de Dios misericordia es el camino seguro pa- con su pueblo. Habría que enriquera que ella llegue a ser verdadero cer ese momento con iniciativas anuncio de consolación y de conver- creativas, que animen a los creyentes sión en la vida pastoral. La homilía, a ser instrumentos vivos de la transcomo también la catequesis, ha de misión de la Palabra. Ciertamente, estar siempre sostenida por este co- entre esas iniciativas tendrá que estar razón palpitante de la vida cristiana. la difusión más amplia de la lectio 7. La Biblia es la gran historia que divina, para que, a través de la lectunarra las maravillas de la misericor- ra orante del texto sagrado, la vida dia de Dios. Cada una de sus pági- espiritual se fortalezca y crezca. La nas está impregnada del amor del lectio divina sobre los temas de la Padre que desde la creación ha que- misericordia permitirá comprobar rido imprimir en el universo los sig- cuánta riqueza hay en el texto sagranos de su amor. El Espíritu Santo, a do, que leído a la luz de la entera través de las palabras de los profetas tradición espiritual de la Iglesia, dey de los escritos sapienciales, ha mo- sembocará necesariamente en gestos delado la historia de Israel con el re- y obras concretas de caridad.13 conocimiento de la ternura y de la 8. La celebración de la misericorcercanía de Dios, a pesar de la infi- dia tiene lugar de modo especial en delidad del pueblo. La vida de Jesús el Sacramento de la Reconciliación. y su predicación marcan de manera Es el momento en el que sentimos el decisiva la historia de la comunidad abrazo del Padre que sale a nuestro cristiana, que entiende la propia miencuentro para restituirnos de nuevo sión como respuesta al mandato de la gracia de ser sus hijos. Somos peCristo de ser instrumento permanencadores y cargamos con el peso de la te de su misericordia y de su perdón contradicción entre lo que queremos (cf. Jn 20, 23). Por medio de la Sahacer y lo que, en cambio, hacemos grada Escritura, que se mantiene viva gracias a la fe de la Iglesia, el Se- (cf. Rm 7, 14-21); la gracia, sin emñor continúa hablando a su Esposa bargo, nos precede siempre y adopta y le indica los caminos a seguir, para el rostro de la misericordia que se que el Evangelio de la salvación lle- realiza eficazmente con la reconciliación y el perdón. Dios hace que comprendamos su inmenso amor justamente ante nuestra condición de pecadores. La gracia es más fuerte y supera cualquier posible resistencia, porque el amor todo lo puede (cf. 1 Co 13, 7). En el Sacramento del Perdón, Dios muestra la vía de la conversión hacia él, y nos invita a experimentar de nuevo su cercanía. Es un perdón que se obtiene, ante todo, empezando por vivir la caridad. Lo recuerda también el apóstol Pedro cuando escribe que «el amor cubre la multitud de los pecados» (1 Pe 4, 8). Sólo Dios perdona los pecados, pero quiere que también nosotros estemos dispuestos a perdonar a los demás, como él perdona nuestras faltas: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6, 12). Qué tristeza cada vez que nos quedamos encerrados en nosotros mismos, incapaces de perdonar. Triunfa el rencor, la rabia, la venganza; la vida se

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vuelve infeliz y se anula el alegre compromiso por la misericordia. 9. Una experiencia de gracia que la Iglesia ha vivido con mucho fruto a lo largo del Año jubilar ha sido ciertamente el servicio de los Misioneros de la Misericordia. Su acción pastoral ha querido evidenciar que Dios no pone ningún límite a cuantos lo buscan con corazón contrito, porque sale al encuentro de todos, como un Padre. He recibido muchos testimonios de alegría por el renovado encuentro con el Señor en el Sacramento de la Confesión. No perdamos la oportunidad de vivir también la fe como una experiencia de reconciliación. «Reconciliaos con Dios» (2 Co 5, 20), esta es la invitación que el Apóstol dirige también hoy a cada creyente, para que descubra la potencia del amor que trans- el discernimiento de cada caso conforma en una «criatura nueva» (2 Co creto; generosos en el momento de 5, 17). dispensar el perdón de Dios. Así coDoy las gracias a cada Misionero mo Jesús ante la mujer adúltera optó de la Misericordia por este inestima- por permanecer en silencio para salble servicio de hacer fructificar la varla de su condena a muerte, del gracia del perdón. Este ministerio mismo modo el sacerdote en el conextraordinario, sin embargo, no cesa- fesionario tenga también un corazón rá con la clausura de la Puerta San- magnánimo, recordando que cada ta. Deseo que se prolongue todavía, penitente lo remite a su propia conhasta nueva disposición, como signo dición personal: pecador, pero miconcreto de que la gracia del Jubileo nistro de la misericordia. siga siendo viva y eficaz, a lo largo y ancho del mundo. Será tarea del Pontificio El Sacramento de la Reconciliación Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización necesita volver a encontrar su puesto acompañar durante este pecentral en la vida cristiana riodo a los Misioneros de la Misericordia, como expresión directa de mi solicitud 11. Me gustaría que todos meditáy cercanía, y encontrar las formas más coherentes para el ejercicio de ramos las palabras del Apóstol, eseste precioso ministerio. critas hacia el final de su vida, en las 10. A los sacerdotes renuevo la in- que confiesa a Timoteo de haber sivitación a prepararse con mucho es- do el primero de los pecadores, «por mero para el ministerio de la Confe- esto precisamente se compadeció de sión, que es una verdadera misión mí» (1 Tm 1, 16). Sus palabras tienen sacerdotal. Os agradezco de corazón una fuerza arrebatadora para hacer vuestro servicio y os pido que seáis que también nosotros reflexionemos acogedores con todos; testigos de la sobre nuestra existencia y para que ternura paterna, a pesar de la grave- veamos cómo la misericordia de dad del pecado; solícitos en ayudar Dios actúa para cambiar, convertir y a reflexionar sobre el mal cometido; transformar nuestro corazón: «Doy claros a la hora de presentar los gracias a Cristo Jesús, Señor nuesprincipios morales; disponibles para tro, que me hizo capaz, se fio de mí acompañar a los fieles en el camino y me confió este ministerio, a mí, penitencial, siguiendo el paso de ca- que antes era un blasfemo, un perseda uno con paciencia; prudentes en guidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí» (1 Tm 1, 12-13). Por tanto, recordemos siempre con renovada pasión pastoral las palabras del Apóstol: «Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación» (2 Co 5, 18). Con vistas a este ministerio, nosotros hemos sido los primeros en ser perdonados; hemos sido testigos en primera persona de la universalidad del perdón. No existe ley ni precepto que pueda impedir a Dios volver a abrazar al hijo que regresa a él reconociendo que se ha equivocado, pero decidido a recomenzar desde el principio. Quedarse solamente en la ley equivale a banalizar la fe y la misericordia divina. Hay un valor propedéutico en la ley (cf. Ga 3, 24), cuyo fin es la caridad (cf. 1 Tm 1, 5). El cristiano está llamado a vivir la novedad del Evangelio, «la ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús» (Rm 8, 2). Incluso en los casos más complejos, en los que se siente la tentación de hacer prevalecer una justicia que deriva sólo de las normas, se de-

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be creer en la fuerza que brota de la En el Año del Jubileo había concedido a los fieles, que por diversos gracia divina. Nosotros, confesores, somos testi- motivos frecuentan las iglesias dongos de tantas conversiones que suce- de celebran los sacerdotes de la Fraden delante de nuestros ojos. Senti- ternidad San Pío X, la posibilidad mos la responsabilidad de gestos y de recibir válida y lícitamente la absacramental de sus pecapalabras que toquen lo más profun- solución 15 do del corazón del penitente, para dos. Por el bien pastoral de estos que descubra la cercanía y ternura fieles, y confiando en la buena vodel Padre que perdona. No arruine- luntad de sus sacerdotes, para que se mos esas ocasiones con comporta- pueda recuperar con la ayuda de mientos que contradigan la expe- Dios, la plena comunión con la Igleriencia de la misericordia que se bus- sia Católica, establezco por decisión personal que esta facultad se extienca. Ayudemos, más bien, a iluminar da más allá del período jubilar, hasel ámbito de la conciencia personal ta nueva disposición, de modo que a con el amor infinito de Dios (cf. 1 nadie le falte el signo sacramental de Jn 3, 20). la reconciliación a través del perdón El Sacramento de la Reconcilia- de la Iglesia. ción necesita volver a encontrar su 13. La misericordia tiene también puesto central en la vida cristiana; el rostro de la consolación. «Consopor esto se requieren sacerdotes que lad, consolad a mi pueblo» (Is 40, pongan su vida al servicio del «mi- 1), son las sentidas palabras que el nisterio de la reconciliación» (2 Co profeta pronuncia también hoy, para 5, 18), para que a nadie que se haya que llegue una palabra de esperanza arrepentido sinceramente se le impi- a cuantos sufren y padecen. No nos da acceder al amor del Padre, que dejemos robar nunca la esperanza espera su retorno, y a todos se les que proviene de la fe en el Señor reofrezca la posibilidad de experimen- sucitado. Es cierto, a menudo pasatar la fuerza liberadora del perdón. mos por duras pruebas, pero jamás Una ocasión propicia puede ser la debe decaer la certeza de que el Secelebración de la iniciativa 24 horas ñor nos ama. Su misericordia se expara el Señor en la proximidad del 1V D omingo de Cuaresma, Quiero enfatizar con todas mis fuerzas que que ha encontrado un buen consenso en las el aborto es un pecado grave, porque pone diócesis y sigue siendo fin a una vida humana inocente como una fuerte llamada pastoral para vivir intensamente el Sapresa también en la cercanía, en el cramento de la Confesión. 12. En virtud de esta exigencia, afecto y en el apoyo que muchos para que ningún obstáculo se inter- hermanos y hermanas nos ofrecen ponga entre la petición de reconci- cuando sobrevienen los días de trisliación y el perdón de Dios, de aho- teza y aflicción. Enjugar las lágrimas ra en adelante concedo a todos los es una acción concreta que rompe el sacerdotes, en razón de su ministe- círculo de la soledad en el que con rio, la facultad de absolver a quienes frecuencia terminamos encerrados. hayan procurado el pecado de aborTodos tenemos necesidad de conto. Cuanto había concedido de mo- suelo, porque ninguno es inmune al do limitado para el período jubilar,14 sufrimiento, al dolor y a la incomlo extiendo ahora en el tiempo, no prensión. Cuánto dolor puede cauobstante cualquier cosa en contrario. sar una palabra rencorosa, fruto de Quiero enfatizar con todas mis fuer- la envidia, de los celos y de la rabia. zas que el aborto es un pecado gra- Cuánto sufrimiento provoca la expeve, porque pone fin a una vida hu- riencia de la traición, de la violencia mana inocente. Con la misma fuer- y del abandono; cuánta amargura za, sin embargo, puedo y debo afir- ante la muerte de los seres queridos. mar que no existe ningún pecado Sin embargo, Dios nunca permanece que la misericordia de Dios no pue- distante cuando se viven estos drada alcanzar y destruir, allí donde en- mas. Una palabra que da ánimo, un cuentra un corazón arrepentido que abrazo que te hace sentir comprenpide reconciliarse con el Padre. Por dido, una caricia que hace percibir tanto, que cada sacerdote sea guía, el amor, una oración que permite ser apoyo y alivio a la hora de acompa- más fuerte…, son todas expresiones ñar a los penitentes en este camino SIGUE EN LA PÁGINA 10 de reconciliación especial.

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de la cercanía de Dios a través del consuelo ofrecido por los hermanos. A veces también el silencio es de gran ayuda; porque en algunos momentos no existen palabras para responder a los interrogantes del que sufre. La falta de palabras, sin embargo, se puede suplir por la compasión del que está presente y cercano, del que ama y tiende la mano. No es cierto que el silencio sea un acto de rendición, al contrario, es un momento de fuerza y de amor. El silencio también pertenece al lenguaje de la consolación, porque se transforma en una obra concreta de solidaridad y unión con el sufrimiento del hermano. 14. En un momento particular como el nuestro, caracterizado por la crisis de la familia, entre otras, es importante que llegue una palabra de gran consuelo a nuestras familias. El don del matrimonio es una gran vocación a la que, con la gracia de Cristo, hay que corresponder con al amor generoso, fiel y paciente. La belleza de la familia permanece inmutable, a pesar de numerosas sombras y propuestas alternativas: «El gozo del amor que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia».16 El sendero de la vida lleva a que un hombre y una mujer se encuentren, se amen y se prometan fidelidad por siempre delante de Dios, a menudo se interrumpe por el sufrimiento, la traición y la soledad. La alegría de los padres por el don de los hijos no es inmune a las preocupaciones con respecto a su crecimiento y formación, y para que tengan un futuro digno de ser vivido con intensidad. La gracia del Sacramento del Matrimonio no sólo fortalece a la familia para que sea un lugar privilegiado en el que se viva la misericordia, sino que compromete a la comunidad cristiana, y con ella a toda la acción pastoral, para que se resalte el gran valor propositivo de la familia. De todas formas, este Año jubilar

La falta de palabras, sin embargo, se puede suplir por la compasión del que está presente y cercano, del que ama y tiende la mano nos ha de ayudar a reconocer la complejidad de la realidad familiar actual. La experiencia de la misericordia nos hace capaces de mirar todas las dificultades humanas con la actitud del amor de Dios, que no se cansa de acoger y acompañar.17 No podemos olvidar que cada uno lleva consigo el peso de la propia historia que lo distingue de cualquier otra persona. Nuestra vida, con sus alegrías y dolores, es algo único e irrepetible, que se desenvuelve bajo la mirada misericordiosa de Dios. Esto exige, sobre todo de parte del sacerdote, un discernimiento espiritual atento, profundo y prudente para que cada uno, sin excluir a nadie, sin importar la situación que viva, pueda sentirse acogido concretamente por Dios, participar

Misericordia et misera activamente en la vida de la comunidad y ser admitido en ese Pueblo de Dios que, sin descanso, camina hacia la plenitud del reino de Dios, reino de justicia, de amor, de perdón y de misericordia. 15. El momento de la muerte reviste una importancia particular. La Iglesia siempre ha vivido este dramático tránsito a la luz de la resurrección de Jesucristo, que ha abierto el camino de la certeza en la vida futura. Tenemos un gran reto que afrontar, sobre todo en la cultura contemporánea que, a menudo, tiende a banalizar la muerte hasta el punto de esconderla o considerarla una simple ficción. La muerte en cambio se ha de afrontar y preparar como un paso doloroso e ineludible, pero lleno de sentido: como el acto de amor extremo hacia las personas que dejamos y hacia Dios, a cuyo encuentro nos dirigimos. En todas las religiones el momento de la muerte, así como el del nacimiento, está acompañado de una presencia religiosa. Nosotros vivimos la experiencia de las exequias como una plegaria llena de esperanza por el alma del difunto y como una ocasión para ofrecer consuelo a cuantos sufren por la ausencia de la persona amada. Estoy convencido de la necesidad de que, en la acción pastoral animada por la fe viva, los signos litúrgicos y nuestras oraciones sean expresión de la misericordia del Señor. Es él mismo quien nos da palabras de esperanza, porque nada ni nadie podrán jamás separarnos de su amor (cf. Rm 8, 35). La participación del sacerdote en este momento significa un acompañamiento importante, porque ayuda a sentir la cercanía de la comunidad cristiana en los momentos de debilidad, soledad, incertidumbre y llanto. 16. Termina el Jubileo y se cierra la Puerta Santa. Pero la puerta de la misericordia de nuestro corazón permanece siempre abierta, de par en par. Hemos aprendido que Dios se inclina hacia nosotros (cf. Os 11, 4) para que también nosotros podamos imitarlo inclinándonos hacia los hermanos. La nostalgia que muchos sienten de volver a la casa del Padre, que está esperando su regreso, está provocada también por el testimonio sincero y generoso que algunos dan de la ternura divina. La Puerta Santa que hemos atravesado en este Año jubilar nos ha situado en la vía de la caridad, que estamos llamados a recorrer cada día con fidelidad y alegría. El camino de la misericordia

es el que nos hace encontrar a tantos hermanos y hermanas que tienden la mano esperando que alguien la aferre y poder así caminar juntos. Querer acercarse a Jesús implica hacerse prójimo de los hermanos, porque nada es más agradable al Padre que un signo concreto de misericordia. Por su misma naturaleza, la misericordia se hace visible y tangible en una acción concreta y dinámica. Una vez que se la ha experimentado en su verdad, no se puede volver atrás: crece continuamente y transforma la vida. Es verdaderamente una nueva creación que obra un corazón nuevo, capaz de amar en plenitud, y purifica los ojos para que sepan ver las necesidades más ocultas. Qué verdaderas son las palabras con las que la Iglesia ora en la Vigilia Pascual, después de la lectura que narra la creación: «Oh Dios, que con acción maravillosa creaste al hombre y con mayor maravilla lo redimiste».18 La misericordia renueva y redime, porque es el encuentro de dos corazones: el de Dios, que sale al encuentro, y el del hombre. Mientras este se va encendiendo, aquel lo va sanando: el corazón de piedra es transformado en corazón de carne (cf. Ez 36, 26), capaz de amar a pesar de su pecado. Es aquí donde se descubre que es realmente una «nueva creatura» (cf. Ga 6, 15): soy amado, luego existo; he sido perdonado, entonces renazco a una vida nueva; he sido «misericordiado», entonces me convierto en instrumento de misericordia. 17. Durante el Año Santo, especialmente en los «viernes de la misericordia», he podido darme cuenta de cuánto bien hay en el mundo. Con frecuencia no es conocido porque se realiza cotidianamente de manera discreta y silenciosa. Aunque no llega a ser noticia, existen sin embargo tantos signos concretos de bondad y ternura dirigidos a los más pequeños e indefensos, a los que están más solos y abandonados. Existen personas que encarnan realmente la caridad y que llevan continuamente la solidaridad a los más pobres e infelices. Agradezcamos al Señor el don valioso de estas personas que, ante la debilidad de la humanidad herida, son como una invitación para descubrir la alegría de hacerse prójimo. Con gratitud pienso en los numerosos voluntarios que con su entrega de cada día dedican su tiempo a mostrar la presencia y cercanía de Dios. Su servicio es una genuina obra de misericordia y hace que mu-

chas personas se acerquen a la Iglesia. 18. Es el momento de dejar paso a la fantasía de la misericordia para dar vida a tantas iniciativas nuevas, fruto de la gracia. La Iglesia necesita anunciar hoy esos «muchos otros signos» que Jesús realizó y que «no están escritos» (Jn 20, 30), de modo que sean expresión elocuente de la fecundidad del amor de Cristo y de la comunidad que vive de él. Han pasado más de dos mil años y, sin embargo, las obras de misericordia siguen haciendo visible la bondad de Dios. Todavía hay poblaciones enteras que sufren hoy el hambre y la sed, y despiertan una gran preocupación las imágenes de niños que no tienen nada para comer. Grandes masas de personas siguen emigrando de un país a otro en busca de alimento, trabajo, casa y paz. La enfermedad, en sus múltiples formas, es una causa permanente de sufrimiento que reclama socorro, ayuda y consuelo. Las cárceles son lugares en los que, con frecuencia, las condiciones de vida inhumana causan sufrimientos, en ocasiones graves, que se añaden a las penas restrictivas. El analfabetismo está todavía muy extendido, impidiendo que niños y niñas se formen, exponiéndolos a nuevas formas de esclavitud. La cultura del individualismo exasperado, sobre todo en

El camino de la misericordia es el que nos hace encontrar a tantos hermanos y hermanas que tienden la mano esperando que alguien la aferre

Occidente, hace que se pierda el sentido de la solidaridad y la responsabilidad hacia los demás. Dios mismo sigue siendo hoy un desconocido para muchos; esto representa la más grande de las pobrezas y el mayor obstáculo para el reconocimiento de la dignidad inviolable de la vida humana. Con todo, las obras de misericordia corporales y espirituales constituyen hasta nuestros días una prueba de la incidencia importante y positiva de la misericordia como valor social. Ella nos impulsa a ponernos manos a la obra para restituir la dignidad a millones de personas que son nuestros hermanos y hermanas, llamados a construir con nosotros una «ciudad fiable».19 19. En este Año Santo se han realizado muchos signos concretos de misericordia. Comunidades, familias y personas creyentes han vuelto a descubrir la alegría de compartir y la belleza de la solidaridad. Y aun así, no basta. El mundo sigue generando nuevas formas de pobreza espiritual y material que atentan contra la dignidad de las personas. Por este motivo, la Iglesia debe estar siempre atenta y dispuesta a descubrir nuevas obras de misericordia y realizarlas con generosidad y entusiasmo. Esforcémonos entonces en concretar la caridad y, al mismo tiempo, en

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iluminar con inteligencia la práctica de las obras de misericordia. Esta posee un dinamismo inclusivo mediante el cual se extiende en todas las direcciones, sin límites. En este sentido, estamos llamados a darle un rostro nuevo a las obras de misericordia que conocemos de siempre. En efecto, la misericordia se excede; siempre va más allá, es fecunda. Es como la levadura que hace fermentar la masa (cf. Mt 13, 33) y como un granito de mostaza que se convierte en un árbol (cf. Lc 13, 19). Pensemos solamente, a modo de ejemplo, en la obra de misericordia corporal de vestir al desnudo (cf. Mt 25,36.38.43.44). Ella nos transporta a los orígenes, al jardín del Edén, cuando Adán y Eva se dieron cuenta de que estaban desnudos y, sintiendo que el Señor se acercaba, les dio vergüenza y se escondieron (cf. Gn 3, 7-8). Sabemos que el Señor los castigó; sin embargo, él «hizo túnicas de piel para Adán y su mujer, y los vistió» (Gn 3,21). La vergüenza quedó superada y la dignidad fue restablecida. Miremos fijamente también a Jesús en el Gólgota. El Hijo de Dios está desnudo en la cruz; su túnica ha sido echada a suerte por los soldados y está en sus manos (cf. Jn 19, 23-24); él ya no tiene nada. En la cruz se revela de manera extrema la solidaridad de Jesús con todos los que han perdido la dignidad porque no cuentan con lo necesario. Si la Iglesia está llamada a ser la «túnica de Cristo»20 para revestir a su Señor, del mismo modo ha de empeñarse en ser solidaria con aquellos que han sido despojados, para que recobren la dignidad que les han sido despojada. «Estuve desnudo y me vestisteis» (Mt 25, 36) implica, por tanto, no mirar para otro lado ante las nuevas formas de pobreza y marginación que impiden a las personas vivir dignamente. No tener trabajo y no recibir un salario justo; no tener una casa o una tierra donde habitar; ser discriminados por la fe, la raza, la condición social…: estas, y muchas otras, son situaciones que atentan contra la dignidad de la persona, frente a las cuales la acción misericordiosa de los cristianos responde ante todo con la vigilancia y la solidaridad. Cuántas son las situaciones en las que podemos restituir la dignidad a las personas para que tengan una vida más humana. Pensemos solamente en los niños y niñas que sufren violencias de todo tipo, violencias que les roban la alegría de la vida. Sus rostros tristes y desorientados están impresos en mi mente; piden que les ayudemos a liberarse de las esclavitudes del mundo contemporáneo. Estos niños son los jóvenes del mañana; ¿cómo los estamos preparando para vivir con dignidad y responsabilidad? ¿Con qué esperanza pueden afrontar su presente y su futuro? El carácter social de la misericordia obliga a no quedarse inmóviles y a desterrar la indiferencia y la hipocresía, de modo que los planes y proyectos no queden sólo en letra muerta. Que el Espíritu Santo nos ayude a estar siempre dispuestos a contribuir de manera concreta y desinteresada, para que la justicia y una vida digna no sean sólo palabras bonitas, sino que constituyan el

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compromiso concreto de todo el que quiere testimoniar la presencia del reino de Dios. 20. Estamos llamados a hacer que crezca una cultura de la misericordia, basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás: una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los hermanos. Las obras de misericordia son «artesanales»: ninguna de ellas es igual a otra; nuestras manos las pueden modelar de mil modos, y aunque sea único el Dios que las inspira y única la «materia» de la que están hechas, es decir la misericordia misma, cada una adquiere una forma diversa. Las obras de misericordia tocan todos los aspectos de la vida de una persona. Podemos llevar a cabo una verdadera revolución cultural a par-

vitación hoy más que nunca actual, que se impone en razón de su evidencia evangélica. 21. Que la experiencia del Jubileo grabe en nosotros las palabras del apóstol Pedro: «Los que antes erais no compadecidos, ahora sois objeto de compasión» (1 P 2, 10). No guardemos sólo para nosotros cuanto hemos recibido; sepamos compartirlo con los hermanos que sufren, para que sean sostenidos por la fuerza de la misericordia del Padre. Que nuestras comunidades se abran hasta llegar a todos los que viven en su territorio, para que llegue a todos, a través del testimonio de los creyentes, la caricia de Dios. Este es el tiempo de la misericordia. Cada día de nuestra vida está marcado por la presencia de Dios, que guía nuestros pasos con el poder de la gracia que el Espíritu in-

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a reflexionar cómo la pobreza está en el corazón del Evangelio y sobre el hecho que, mientras Lázaro esté echado a la puerta de nuestra casa (cf. Lc 16, 19-21), no podrá haber justicia ni paz social. Esta Jornada constituirá también una genuina forma de nueva evangelización (cf. Mt 11, 5), con la que se renueve el rostro de la Iglesia en su acción perenne de conversión pastoral, para ser testimonio de la misericordia. 22. Que los ojos misericordiosos de la Santa Madre de Dios estén siempre vueltos hacia nosotros. Ella es la primera en abrir camino y nos acompaña cuando damos testimonio del amor. La Madre de Misericordia acoge a todos bajo la protección de su manto, tal y como el arte la ha representado a menudo. Confiemos en su ayuda materna y sigamos su constante indicación de volver los ojos a Jesús, rostro radiante de la misericordia de Dios. Dado en Roma, junto a San Pedro, el 20 de noviembre, Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, del Año del Señor 2016, cuarto de pontificado. Dado en Roma, junto a San Pedro, el 20 de noviembre, Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, del Año del Señor 2016, cuarto de mi Pontificado.

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In Io. Ev. tract. 33,5. Pastor de Hermas, 42, 1-4. 3 Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24 noviembre 2013, 27: AAS 105 (2013), 1031. 4 Misal Romano, III Domingo de Cuaresma. 5 Ibíd., Prefacio VII dominical del Tiempo Ordinario. 6 Ibíd., Plegaria eucarística II. 7 Ibíd., Rito de la comunión. 8 Ritual de la Penitencia, 102. 9 Ritual de la Unción y de la pastoral de enfermos, 143. 10 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 106. 11 Cf. Id. Const. dogm. Dei Verbum, 2. 12 Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24 noviembre 2013, 142: AAS 105 (2013), 1079. 13 Cf. Benedicto XVI, Exhort. ap. postsin. Verbum Domini, 30 septiembre 2010, 86-87: AAS 102 (2010), 757760. 14 Cf. Carta con la que se concede la indulgencia con ocasión del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, 1 septiembre 2015: L’Osservatore Romano ed. semanal en lengua española, 4 de septiembre de 2015, 3-4. 15 Cf. ibíd. 16 Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia, 19 marzo 2016, 1. 17 Cf. ibíd., 291-300. 18 Misal Romano, Vigilia Pascual, Oración después de la Primera Lectura. 19 Carta. enc. Lumen fidei, 29 junio 2013, 50: AAS 105 (2013), 589. 20 Cf. Cipriano, La unidad de la Iglesia católica, 7. 2

tir de la simplicidad de esos gestos que saben tocar el cuerpo y el espíritu, es decir la vida de las personas. Es una tarea que la comunidad cristiana puede hacer suya, consciente de que la Palabra del Señor la llama siempre a salir de la indiferencia y del individualismo, en el que se corre el riesgo de caer para llevar una existencia cómoda y sin problemas. «A los pobres los tenéis siempre con vosotros» (Jn 12, 8), dice Jesús a sus discípulos. No hay excusas que puedan justificar una falta de compromiso cuando sabemos que él se ha identificado con cada uno de ellos. La cultura de la misericordia se va plasmando con la oración asidua, con la dócil apertura a la acción del Espíritu Santo, la familiaridad con la vida de los santos y la cercanía concreta a los pobres. Es una invitación apremiante a tener claro dónde tenemos que comprometernos necesariamente. La tentación de quedarse en la «teoría sobre la misericordia» se supera en la medida que esta se convierte en vida cotidiana de participación y colaboración. Por otra parte, no deberíamos olvidar las palabras con las que el apóstol Pablo, narrando su encuentro con Pedro, Santiago y Juan, después de su conversión, se refiere a un aspecto esencial de la su misión y de toda la vida cristiana: «Nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, lo cual he procurado cumplir» (Ga 2, 10). No podemos olvidarnos de los pobres: es una in-

funde en el corazón para plasmarlo y hacerlo capaz de amar. Es el tiempo de la misericordia para todos y cada uno, para que nadie piense que está fuera de la cercanía de Dios y de la potencia de su ternura. Es el tiempo de la misericordia, para que los débiles e indefensos, los que están lejos y solos sientan la presencia de hermanos y hermanas que los sostienen en sus necesidades. Es el tiempo de la misericordia, para que los pobres sientan la mirada de respeto y atención de aquellos que, venciendo la indiferencia, han descubierto lo que es fundamental en la vida. Es el tiempo de la misericordia, para que cada pecador no deje de pedir perdón y de sentir la mano del Padre que acoge y abraza siempre. A la luz del «Jubileo de las personas socialmente excluidas», mientras en todas las catedrales y santuarios del mundo se cerraban las Puertas de la Misericordia, intuí que, como otro signo concreto de este Año Santo extraordinario, se debe celebrar en toda la Iglesia, en el XXX111 Domingo del Tiempo Ordinario, la Jornada mundial de los pobres. Será la preparación más adecuada para vivir la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el cual se ha identificado con los pequeños y los pobres, y nos juzgará a partir de las obras de misericordia (cf. Mt 25, 3146). Será una Jornada que ayudará a las comunidades y a cada bautizado

L’OSSERVATORE ROMANO

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viernes 25 de noviembre de 2016, número 47

«La falta de instrucción es una grave injusticia que atenta contra la dignidad de las personas». Lo dijo el Papa Francisco durante la primera catequesis, después del Año Jubilar, del miércoles 23, y que tuvo lugar en el Aula Pablo VI. Queridos hermanos ¡buenos días!

y

hermanas,

Finalizado el Jubileo, hoy volvemos a la normalidad, pero quedan todavía algunas reflexiones sobre las obras de misericordia, y por eso continuaremos con esto. La reflexión sobre las obras de misericordia espiritual se refiere hoy a dos acciones muy unidas entre sí: aconsejar a los dudosos y enseñar a los ignorantes, es decir, a los que no saben. La palabra ignorante es demasiado fuerte, pero quiere decir que no saben algo y a quien se debe enseñar. Son obras que se pueden vivir sea en una dimensión simple, familiar, al alcance de todos, que —especialmente la segunda, la de enseñar— desde un plano más institucional, organizado. Pensemos, por ejemplo, en cuántos niños sufren todavía el analfabetismo. Esto no se puede entender: ¡que en un mundo en el cual el progreso técnico científico ha llegado tan lejos, haya niños analfabetos! Es una injusticia. Cuántos niños sufren la falta de instrucción. Es una condición muy injusta que afecta a la misma dignidad de la persona. Sin educación además se convierte fácilmente en presa de la explotación y de varias formas de malestar social. La Iglesia, a lo largo de los siglos, ha sentido la exigencia de esforzarse en el ámbito de la instrucción porque su misión de evangelización conlleva el compromiso de devolver la dignidad a los más pobres. Desde el primer ejemplo de una «escuela» fundada precisamente aquí en Roma por san Justino, en el siglo II, para que los cristianos conocieran mejor la Sagrada Escritura, hasta san José de Calasanz, que abrió las primeras escuelas públicas gratuitas de Europa, tenemos una larga lista de santos y santas que en varias épocas han llevado instrucción a los más desfavorecidos, sabiendo que por este camino habrían podido superar la miseria y las discriminaciones. Cuántos cristianos laicos hermanos y hermanas consagradas, sacerdotes han dado su propia vida por la instrucción, por la educación de los niños y los jóvenes. Esto es grande: ¡yo os invito a rendirles homenaje con un gran aplauso! Estos pioneros de la instrucción habían comprendido a fondo la obra de misericordia y habían hecho de ello un estilo de vida tal hasta el punto de transformar la misma sociedad. A través de un trabajo simple y pocas estructuras ¡supieron devolver la dignidad a muchas personas! Y la instrucción que impartían a menudo estaba orientada también hacia el trabajo. Pero pensemos en san Juan Bosco, que preparaba para trabajar a chicos de la calle, en el oratorio y después en la escuela, las oficinas. És así como surgieron muchas y diversas escuelas profesionales, que habilitaban para trabajar mientras educaban con valores humanos y cristianos. La instruc-

Durante la audiencia general el Papa Francisco denuncia el analfabetismo infantil

La instrucción es misericordia Y subraya que la educación devuelve la dignidad a la persona ción, por lo tanto, es verdaderamente una peculiar forma de evangelización. Cuanto más crece la instrucción más personas adquieren las certezas y la conciencia, que todos necesitamos en la vida. Una buena instrucción nos enseña el método crítico, que comprende también un cierto tipo de duda, útil para plantear preguntas y verificar los resultados alcanzados, en vista de un conocimiento mayor. Pero la obra de misericordia de aconsejar a los dudosos no se refiere a este tipo de duda. Expresar la misericordia hacia los dudosos equivale, sin embargo, a aliviar ese dolor y ese sufrimiento que proviene del miedo y de la angustia que son las consecuencias de la duda. Por tanto es un acto de verdadero amor con el cual se pretende sostener a una persona ante la debilidad provocada por la incertidumbre. Pienso que alguien podría preguntarme: «Padre, pero yo tengo muchas dudas sobre la fe ¿Qué tengo que hacer? ¿Usted nunca tiene dudas?». Tengo muchas... ¡Claro que en algunos momentos a todos nos entran dudas! Las dudas que tocan la fe, en sentido positivo, son la señal de que queremos conocer mejor y más a fondo a Dios, Jesús, y el misterio de su amor hacia nosotros. «Pero, yo tengo esta duda: busco, estudio, veo o pido consejo sobre cómo hacer». ¡Estas son dudas que hacen crecer! Es un bien entonces que nos planteemos preguntas sobre nuestra fe, porque de esa manera estamos impulsados a profundizar en ella. Las dudas, de todos modos, hay que superarlas. Por ello es necesario escuchar la Palabra de Dios, y comprender lo que nos enseña. Una vía importante que ayuda mucho en esto es la de la catequesis, con la cual el anuncio de la fe sale a nuestro

encuentro en el aspecto concreto de la vida personal y comunitaria. Y hay, al mismo tiempo, otra senda igualmente importante, la de vivir lo más posible la fe. No hagamos de la fe una teoría abstracta donde las dudas se multipliquen. Hagamos más bien de la fe nuestra vida. Intentemos practicarla a través del servicio a los hermanos, especialmente de los más necesitados. Entonces muchas dudas desaparecen, porque sentimos la presencia de Dios y la verdad del Evangelio en el amor que, sin nuestro mérito, vive en nosotros y compartimos con los demás. Como se puede ver, queridos hermanos y hermanas, estas dos obras de misericordia tampoco están lejos de nuestra vida. Cada uno de nosotros puede esforzarse en vivirlas para poner en práctica la palabra del Señor cuando dice que el misterio del amor de Dios no ha sido revelado a los sabios e inteligentes, sino a los pequeños (cf. Lc 10, 21; Mt 11. 25—26). Por lo tanto, la enseñanza más profunda que estamos llamados a transmitir y la certeza más segura para salir de la duda, es el amor de Dios con el cual hemos sido amados (cf. 1 Gv 4, 10). Un amor grande, gratuito y dado para siempre ¡Dios

nunca da marcha atrás con su amor! Sigue siempre hacia adelante y espera; dona su amor para siempre, del cual debemos sentir una fuerte responsabilidad, para ser testimonios ofreciendo misericordia a nuestros hermanos. Gracias. Al finalizar la catequesis, Francisco dirigió un saludo a los diferentes grupos de peregrinos, por idiomas. Publicamos a continuación el resumen de la catequesis y el saludo que el Papa hizo en español: Queridos hermanos y hermanas: La catequesis de hoy está dedicada a dos obras de misericordia muy relacionadas entre sí: dar buen consejo al que lo necesita y enseñar al que no sabe. La falta de instrucción es una grave injusticia que atenta contra la dignidad de las personas. Cuántas personas y sobre todo niños, a causa del analfabetismo, caen víctimas de la explotación y de otras lacras sociales. La Iglesia ha sentido siempre la necesidad de comprometerse en el campo de la enseñanza para cumplir su misión de evangelización. Muchos santos han consagrado su vida a la educación de los más desfavorecidos, sabiendo que ese es el camino para superar la miseria y la discriminación. «Dar buen consejo al que lo necesita» es un verdadero acto de amor hacia las personas que están desorientadas o tienen dudas. Todos podemos tener en algún momento dudas sobre la fe. La escucha de la Palabra de Dios y la catequesis nos ayudan a superar esas dudas. Pero además es importante concretar la fe en nuestra vida, para que no se convierta en algo teórico y abstracto. Cuando practicamos la fe, sirviendo a los hermanos y especialmente a los más necesitados, entonces muchas dudas desaparecen porque sentimos la presencia de Dios que nos ama. Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a la Virgen María que nos ayude a tener un corazón atento a las necesidades de las personas que nos rodean, para que también ellas puedan experimentar el amor que Dios les tiene. Muchas gracias.

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