El sinónimo de sinónimo 1. Ángela Rocío Bejarano Chaves Facultad de filosofía Pontificia Universidad Javeriana Bogotá

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El sinónimo de ‘sinónimo’1 Ángela Rocío Bejarano Chaves Facultad de filosofía Pontificia Universidad Javeriana Bogotá [email protected]

Resumen El tema de este artículo es la sinonimia en W.v.O Quine. Examinaremos la crítica quineana a la noción de sinonimia, y los problemas que surgen cuando intentamos aclararla. Luego veremos la forma en la Quine define la noción, sin tener los problemas mencionados en la primera parte. Sin embargo, al final propondremos una pregunta que bien podría ser un problema para la definición propuesta en la segunda parte. Palabras clave: sinonimia, Quine, sinonimia cognitiva.

Abstract The subject of this article is the synonymy in W.V.O. Quine. We will examine the Quinean critical of the synonymy notion, and the problems that arise when we try to clarify it. Then we will see how Quine defines the concept, without the problems mentioned in the first half. However, in the end we will propose an inquiry that could be a problem for the definition proposed in the second half. Keywords: synonymy, Quine, cognitive synonymy. 1

Este artículo ha sido enriquecido gracias a los aportes y sugerencias del profesor Miguel Ángel Pérez Jiménez, director de De Interpretatione, grupo de investigación de la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana, al cual pertenezco.

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La sinonimia es uno de los temas que Quine aborda críticamente en “Dos dogmas del empirismo” (Quine 1953). En este artículo me propongo examinar dicha crítica (sección 1) con el fin de examinar, posteriormente, la propuesta que el autor desarrolla sobre ésta en escritos posteriores (sección 2). A modo de reflexión propia, al final del texto me arriesgaré a formular una pregunta para Quine (sección 3).

1. La crítica quineana a la noción de sinonimia En “Dos dogmas del empirismo” el problema de la sinonimia aparece cuando se discute si es posible dar una teoría empírica de la significación de los enunciados analíticos. En este sentido, la empresa quineana en dicho artículo parece una emboscada al empirista lógico. Para éste, los enunciados analíticos verdaderos lo son en virtud de sus significaciones. Ahora bien, puesto que quien así opina es empirista, las significaciones de las que se habla aquí deberían ser cuestiones empíricas, seguramente las referencias o los hechos. Sin embargo, con Frege, el empirista sostiene que la identidad de significado no es identidad de referencia sino de sentido, y, con ello, admite que hay significaciones que no son empíricas. La conclusión sería entonces que, a pesar de su empirismo, el empirista admitiría que hay verdades no empíricas: las verdades analíticas. Ante esta conclusión, Quine parece verse conducido a una disyuntiva: o los empiristas tienen una teoría empírica del significado o admiten un dogma. Ya Quine nos dirá que se inclina por la segunda alternativa. Los empiristas lógicos admiten enunciados verdaderos en virtud de significaciones, y no en virtud de los hechos empíricos, un credo manifiestamente contrario a los principios empiristas y completamente infundado: un dogma del empirismo.

El análisis de la sinonimia aparece en el contexto del examen quineano de este primer dogma, pues podría decirse que un enunciado analítico es verdadero cuando los términos que involucra son sinónimos. Así, por ejemplo, si „soltero‟ es sinónimo de „hombre no casado‟, es decir, si esos dos términos significan lo mismo, entonces el enunciado analítico verdadero “Los solteros son hombres no casados” sería verdadero porque sus términos componentes son sinónimos.

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La sinonimia lingüística es una relación entre dos expresiones cuya significación es la misma, es decir dos expresiones que significan lo mismo. Ahora bien, para saber si un significado es el mismo que otro, tiene que poder determinarse cuáles son los significados que se están comparando y cómo es que pueden compararse, es decir, deben conocerse los significados y el mecanismo por el cual puede establecerse su identidad. La pregunta es entonces ¿cuáles son las condiciones de identidad de los significados? Sin una respuesta clara a esta pregunta, carecerá de sentido sostener que la sinonimia, la relación de identidad de significado, es una explicación adecuada de que un enunciado analítico sea verdadero.

Ante el fallo de la referencia empírica como criterio de sinonimia, una explicación posible de la identidad de significado sería el recurso a entidades mentales. Dos expresiones serían sinónimas si refirieran a los mismos contenidos mentales. En este caso, sin embargo, parece que se ha confundido a las significaciones con entidades. La confusión sería admisible si las entidades mentales tuvieran criterios de identidad claros o mejor definidos que las significaciones. Por desgracia no es esto lo que ocurre. La identidad de las pretendidas entidades mentales es tan o más oscura que la de las significaciones.

Una alternativa diferente podría ser distinguir entre dos tipos de enunciados analíticos. Un enunciado analítico podría ser verdadero en virtud de las constantes lógicas que lo componen; gracias a su estructura lógica. Así, “Ningún hombre no casado es soltero”, sería siempre verdadero en virtud de sus partículas lógicas: por una doble negación. Este no sería el mismo caso del enunciado “Ningún soltero es casado”, donde ya no encontramos la doble negación. La alternativa sería convertir este segundo enunciado en uno como el primero. No obstante, para hacer esto, para volverlo una verdad lógica, tendríamos que apelar a un concepto de sinonimia que nos permitiera establecer la identidad de significado de „soltero‟ y „hombre no casado‟, y así, reemplazar sinónimos por sinónimos en el segundo enunciado hasta obtener el primero. Sin embargo, podríamos preguntar ¿cómo sabríamos que soltero es sinónimo de hombre no casado? Sin una respuesta a ella, no

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habríamos explicado la sinonimia, y, en efecto, no se habría respondido a la cuestión. En consecuencia, esta supuesta explicación parece suponer la sinonimia, más que explicarla. Para Quine, ni siquiera el argumento de Carnap, basado en su noción de „explicación‟, se sale de la problemática de circularidad y presuposiciones infundadas que circundan las nociones de analiticidad y sinonimia. La noción de explicación reposa en sinonimias preexistentes. La única forma de definición que no reposa en sinonimias anteriores, es la propia de las convenciones a modo de abreviaciones, pero éstas ya han sido creadas con el fin de ser sinónimas. Nada parece explicarnos o ayudarnos a entender la sinonimia sin necesidad de recaer sobre ella, de suponerla.

Para introducir convencionalmente sinónimos mediante definiciones, debemos suponer una comprensión intuitiva de lo que es para dos expresiones ser sinónimas. En este sentido, seguimos con el mismo problema, cada vez que intentamos explicar qué es la sinonimia, la relación de identidad de significado, terminamos como una serpiente que vuelve sobre su propia cola.

Hasta este punto hemos detectado dos problemas básicos que constituyen la crítica quineana a la noción de sinonimia. En primer lugar, el problema de que no conocemos las condiciones de identidad de los significados. En segundo lugar, que, ya que indagando dichas condiciones de identidad no hemos podido más que dar rodeos que nos llevan de una noción con condiciones oscuras de identidad a otras con el mismo problema, entonces parece que la familia de nociones relacionadas con la analiticidad, la sinonimia y la definición forman un gran círculo de nociones oscuras que se remiten unas a otras constantemente sin que, por tanto, una de ellas pueda esclarecer el significado de las otras o contribuya a explicar las otras. Fallo de condiciones de identidad y circularidad o petición de principio son los dos grandes defectos de la noción de sinonimia, y también de otras nociones que forman su familia.

2. Quine y la sinonimia cognitiva

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Cuando nos preguntamos cómo establecer condiciones de identidad, el recurso que tenemos más a la mano es la ley de sustituibilidad de la identidad de Leibniz. Dicha ley, conocida también como la ley de sustitución salva veritate, sostiene que: si en una expresión enunciativa verdadera sustituimos un término por otro, y el valor de verdad „verdadero‟ del enunciado no cambia, entonces esos dos términos son idénticos. De esta manera, la ley de Leibniz puede emplearse como un recurso para establecer identidad de significado, es decir, para explicar la sinonimia. En este sentido la sustituibilidad salva veritate parece ser una manera de explicar la sinonimia sin tener el problema de la falta de condiciones de identidad denunciado en la sección anterior.

No obstante, esta alternativa también tiene un problema: no es posible intercambiar siempre lo que consideramos sinónimos sin afectar el valor de verdad del enunciado. Por ejemplo, cuando en una oración nos referimos a palabras y no a sus significados. Tal es el caso del enunciado verdadero “Gato tiene cuatro letras”. Si aceptamos, a favor de la exposición, que „felino doméstico de tamaño medio‟ es sinónimo de „gato‟, entonces podemos construir el enunciado “Felino doméstico de tamaño medio tiene cuatro letras” que, a pesar de contener un sinónimo de „gato‟, es falso. Este problema surge debido a que el sujeto de la oración es la palabra misma, y no lo que ella significa. Pero aunque dejemos de lado dichas referencias a las palabras, la extensionalidad como criterio de la sinonimia presenta problemas. En el caso de ciertos términos generales cuya extensión es la misma, como ‹‹criatura con riñones›› y ‹‹criatura con corazón››, ambos se refieren al mismo conjunto de objetos, es decir que su extensión es la misma. Sin embargo, los dos términos no pueden intercambiarse salvando el valor de verdad en distintas oraciones. De aquí se sigue que la sinonimia no pueda descansar solamente en la extensión.

Este análisis le permite a Quine sostener que la identidad de significado que se recoge en la noción de sinonimia no es la mera coextensividad. Sinónimas no sólo pueden ser dos expresiones que pasen la prueba representada por la ley de Leibniz. Hay sinónimos que fallan esa prueba. Aunque la coincidencia extensional parezca aportarnos luces en el

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asunto, no puede llegar a explicar la sinonimia con el fin de entender la analiticidad, en ello se queda ciega.

Al parecer, la propiedad relevante de dos expresiones en virtud de la cual las consideramos sinónimas no es que se refieran al mismo conjunto de individuos, sino que tengan el mismo valor cognitivo para un hablante. En este sentido, si hemos de aceptar una noción de sinonimia, debe ser una sinonimia cognitiva (Quine, 1953, p. 227), no una sinonimia lingüística. Para tener una mejor visión de lo que es la sinonimia cognitiva para este autor es necesario ir a textos diferentes a Dos dogmas.

Siguiendo la senda del empirismo sin dogmas, la propuesta sustantiva de Quine respecto a la sinonimia es que, en efecto, es posible explicar esa relación en términos empíricos. Para ello es preciso introducir un aparato conceptual que incluya nociones como „significación estimulativa‟, „oración observacional‟, „significado ocasional‟ etc. Con estos recursos Quine puede sostener que la noción de sinonimia tiene al menos dos acepciones. En primer lugar, una intrasubjetiva, según la cual la relación de sinonimia se da entre dos expresiones con idéntico significado estimulativo, es decir, dos expresiones a las que un mismo hablante asentiría en las mismas condiciones estimulativas. En segundo lugar, una intersubjetiva, según la cual dos expresiones de hablantes diferentes son estimulativamente sinónimas si el asentimiento a ellas es causado por las mismas condiciones estimulativas.

El concepto decisivo para entender empíricamente la sinonimia es entonces el de significado estimulativo. Dicho concepto resulta llamativo ya que, en La búsqueda de la verdad (Quine, 1992), Quine afirma que la pregunta por el significado es un pseudo problema de la filosofía. En su opinión, un lingüista, o incluso un niño, no necesitan valerse del término „significado‟. Por medio de la mera conducta lingüística y del uso mismo de las palabras, uno y otro pueden lograr el entendimiento, pueden llegar a comprenderse y a entablar una conversación con sus interlocutores (Quine, 1992, pp. 82-89).

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¿Para qué, entonces, el significado? Para Quine, si lográramos establecer la relación de identidad de significado, es porque tenemos una definición clara y adecuada de lo que es el significado mismo. Así, para entender lo que significa una oración del lenguaje, basta preguntar por otra oración que signifique lo mismo. Para entender el significado de una, se puede acudir a la identidad de significado con otras mediante interacciones meramente conductuales, de conducta lingüística por supuesto. En ningún caso nos hace falta postular cosas como los significados.

Así pues, aunque abandonemos la necesidad de aclarar lo que es el significado, y con ello dejemos de lado a la sinonimia como una relación de identidad entre significados, no lo hemos perdido todo, aún nos queda la conducta lingüística, es con ella que podemos, efectivamente, saber qué oración puede ser sinónima de otra. Dicho esto, podríamos cambiar la pregunta por el significado y colocar en su lugar la pregunta por el uso, porque él es lo único que tenemos. No podemos entrar en la mente de los hablantes, ni podemos examinar lo que piensan, pero sí podemos ver cómo actúan, cómo son sus conductas lingüísticas y no lingüísticas. Podemos notar cuándo asienten o disienten ante una estimulación. Podemos afirmar que sus receptores son estimulados y que el uso parece decirnos más de lo que entendíamos por significado. Para entender la sinonimia cognitiva basta recurrir, entonces, a dos cosas. (1) Al uso, a las conductas lingüísticas. (2) A la estimulación, a la forma en la que se presenta ésta en dos oraciones u expresiones y la gama de estímulos relacionada en los casos. Veamos, con más detalle, el uso y la reacción en la propuesta quineana.

En Palabra y Objeto (Quine, 1968) Quine habla de la sinonimia estimulativa y, yendo al ejemplo que traíamos, afirma que soltero y hombre no casado son estimulativamente sinónimos. La estimulación sensorial de la que habla Quine se da en oraciones observacionales. En ellas, las significaciones estimulativas serían las mismas para dos expresiones sinónimas. Y precisamente por serlo, logran que el hablante disienta o asienta ante ellas de la misma forma. Son estimulativamente sinónimas también desde una

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perspectiva social. Por eso la sinonimia descansaría en el asentimiento o disentimiento de la mayor parte de los hablantes de dicha lengua frente a una oración observacional.

Hasta este punto cabe decir que dos oraciones serán sinónimas si su significación estimulativa es la misma. Entonces surge una pregunta: si la gama de estímulos no es compartida por todos los hablantes (Quine, 1992, p. 74ss) ¿cómo podemos asentir y disentir de la misma forma? ¿Cómo garantizamos la sinonimia intersubjetiva? La respuesta de Quine es que nos comunicamos y que contamos con cierta fluidez para ello, y es precisamente porque somos como máquinas moldeadas por la sociedad. Aunque seamos como los árboles podados, similares por fuera (actitudes lingüísticas) pero distintos por dentro (redes neuronales y gamas estimulativas), tuvo que haber un podador (la sociedad misma) que nos enseñó esa lengua y nos exigió tal nivel de fluidez. El problema de cómo fuimos efectivamente moldeados para coincidir estimulativamente no parece preocuparle a Quine, pues sin duda la selección natural lo explica satisfactoriamente. Dicho brevemente, nuestras estimulaciones coinciden con las de nuestros semejantes, pues somos seres vivos de la misma especie. Cómo establecemos las relaciones de sinonimia entre expresiones de hablantes diferentes es algo que se explica por puro entrenamiento social, por aprendizaje ostensivo. Siendo animales de la misma especie, percibimos de la misma manera. Siendo miembros de la misma sociedad, somos educados para responder de la misma manera en las condiciones pertinentes.

Dicho esto, podemos aceptar con Quine que, por medio del uso mismo del lenguaje, sabemos que existe una cualidad intersubjetiva en éste; y que, por alguna razón o moldeamiento particular, logramos coincidir en el uso y en el asentimiento frente a oraciones, de igual forma que los demás hablantes de nuestra comunidad. Con eso podemos explicar la sinonimia intersubjetiva. Pero ¿cómo explicamos la sinonimia intrasubjetiva? ¿Cómo es que cada hablante hace suya la lengua de forma neuronalmente distinta y aún así el uso sigue siendo el mismo?

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El argumento esbozado unas líneas más arriba sobre el aprendizaje ostensivo funciona bien para oraciones observacionales. Es claro que el asentimiento a una oración así depende, en cada circunstancia, de las condiciones estimulativas del caso y del aprendizaje ostensivo. A decir verdad, incluso el aprendizaje de la significación estimulativa de ese tipo de oraciones depende constitutivamente de las condiciones efectivas de estimulación. No obstante, cabe dudar de que cualquier expresión de una lengua natural que tenga sinónimos requiera de semejantes condiciones de estimulación para su asentimiento y de que las situaciones estimulativas relevantes sean suficientes para establecer el significado de toda expresión de una lengua. Esta observación nos da pie para terminar este ensayo con una modesta pregunta a Quine. 3. ¿Cómo se aprende que ‘sinónimo’ y ‘significar lo mismo que’ son sinónimos?

Un caso que parece cuestionar la base del argumento por aprendizaje ostensivo que Quine emplea para definir la sinonimia cognitiva, tanto intersubjetiva como intrasubjetiva, es la propia noción de „sinónimo‟. ¿Cómo se aprende dicha noción? ¿Depende su significado de condiciones estimulativas ocasionales? Si en realidad es posible construir una teoría empírica de la sinonimia, y si la propuesta de Quine sobre el particular funciona, entonces con ella debemos poder explicar cómo sabemos cuáles son los sinónimos de „sinónimo‟, y cómo en efecto esos términos son sinónimos. La expresión „sinónimo‟ conlleva dos dificultades para el planteamiento quineano. Por un lado, Quine debe ofrecer un criterio de sinonimia. En su caso, dicho criterio es la identidad de significado estimulativo, como ya mencionamos. Ahora bien, si pensamos con detenimiento el problema, tenemos que la formulación de ese criterio de sinonimia es una expresión que significa lo mismo que „sinónimo‟. Por lo tanto, debe haber una noción de sinonimia operante ya en la definición de los criterios de sinonimia. Este primer problema, puede decirse, es que los sinónimos de „sinónimo‟ parecen introducir una circularidad insalvable para una teoría empírica del significado. Toda expresión que signifique lo mismo

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que „sinónimo‟ no será empíricamente más informativa que la propia noción de „sinónimo‟. Luego, parece que no hay forma de explicar empíricamente la noción misma de „sinónimo‟.

Por otro lado, aún si pensáramos en el aprendizaje mismo de la noción de sinónimo, e intentáramos ofrecer una salida al problema que acabamos de plantear, tendríamos que tener en cuenta que „significar lo mismo que‟, la expresión cuyo significado debemos aprender, es una relación. Quine tiene explicaciones empíricas del aprendizaje de relaciones. Por ejemplo, la expresión relacional „x es más alto que y‟ puede aprenderse por una reiterada emisión de oraciones que contienen la relación en cuestión en presencia de situaciones que la hacen verdadera, acompañada de los ademanes pertinentes que disminuyan la indeterminación referencial de la ostensión. No obstante, la relación de sinonimia no parece ser observacional y, por tanto, puede que no sea explicable de esa misma manera. En este caso, nos veríamos obligados a sostener que no es posible ofrecer una explicación empírica del significado de „sinónimo‟ recurriendo al concepto de „significado estimulativo‟.

En suma, parece que cuando nos preguntamos por la significación empírica de una expresión como „sinónimo‟ los recursos de la teoría empírica del significado de Quine son insuficientes. Por lo tanto, y concediendo el beneficio de la duda, a lo mejor vale la pena preguntarle a Quine ¿cómo se aprenden los sinónimos de „sinónimo‟?

Bibliografía ACERO, Juan José. (1993) “Quine y la analiticidad”. En Seminario de Filosofía Vol. 6, pp. 27-46. QUINE, W.v.O. (1953) “Dos dogmas del empirismo”. En La búsqueda del significado. (Ed. Luis Ml. Valdés). Tecnos: Madrid 1995. (1992) La búsqueda de la verdad. Barcelona: Crítica. (1991) En Acerca del conocimiento científico y otros dogmas. Barcelona: Paidós. 2001, pp. 99-111. (1968) Palabra y Objeto. Barcelona: Labor. 1968.

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SEARLE, John (1965) “¿Qué es un acto de habla?”. En La búsqueda del significado. (Ed. Luis Ml. Valdés) Tecnos, Madrid 1995. STRAWSON, Peter; GRICE, Paul (1956) “In defense of a Dogma”. En Philosophical Review LXV, pp. 141-158.

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