ESCRITURA, OBSESIÓN E IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN JOSÉ MILLAS. Dale F. Knickerbocker

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ESCRITURA, OBSESIÓN E IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN JOSÉ MILLAS Dale F. Knickerbocker EAST CAROLINA UNIVERSITY

«En fin, la escritura era un cuerpo complejo, aunque vertebrado en torno a una obsesión o dos, como la vida misma...».1 Esta afirmación por parte del narradorprotagonista de Tonto, muerto, bastardo e invisible (1995), última novela de Juan José Millas, puede verse como clave interpretativa para una comprensión del concepto de escritura presente en la obra de este autor: la escritura como expresión de las obsesiones. Además, los escritores representados en su narrativa a menudo se sienten compulsivamente obligados a escribir; ése es el caso, no sólo en la novela anteriormente mencionada, sino en El desorden de tu nombre (1988),2 Volver a casa (1990),3 y el relato «Laura se corta el pelo» de la colección Ella imagina (1994).4 Se verá también que, mediante la técnica metaficticia del escritor intratextual, se plantea la idea de la escritura como un proceso que implica la formación de la identidad; podría decirse que, para Millas, el verbo escribir es reflexivo, que escribir literatura presupone escribirse. Los psicoanalistas definen la obsesión como la intrusión repetida de pensamientos, ideas, imágenes o impulsos en la consciencia; para Millas, las obsesiones forman la materia prima sobre la que trabaja el escritor.5 En una entrevista con José María Marco, Millas llega a calificar el quehacer literario como un «manejar obsesiones»,6 en otro momento, sugiere que la literatura forma «el síntoma por excelencia»7 de ellas. La compulsión consiste en algún comportamiento (motor o mental) aparentemente excesivo o irracional; tanto las obsesiones 1

Juan José Millas, Tonto, muerto, bastardo e invisible, Madrid: Alfaguara, 1995, pág. 182. Juan José Millas, El desorden de tu nombre, Barcelona: Destino, 1988. " Juan José Millas, Volverá casa, Barcelona: Destino, 1990. Juan José Millas, «Laura se corta el pelo», Ella imagina, Madrid: Alfaguara, 1994. . Acerca de las neurosis obsesivo-compulsivas, vid. el artículo de Sigmund Freud, «Notes upon a Case of Obsessional Neurosis», The Standard Edition ofthe Complete Psychological Works of Sigmund Freud, ed. James Strachey, Londres: Hogarth, 1955, t. 10, págs. 155-320. Vid. también del mismo autor «Obsessive Actions and Religious Practices», en t. 9 de la misma serie. José María Marco, «En fin... Entrevista con Juan José Millas», Quimera, 81 (1988), págs. 20-26 (pág. 20). 7 Juan José Millas, «Literatura y necesidad», Revista de Occidente, 98-99 (1989), págs. 186-91. 2

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como las compulsiones se experimentan como algo ajeno a la voluntad, incontrolable y desagradable. El autor afirma que «[e]l escribir guarda más relación con el área de la necesidad que con la de la voluntad», e incluso reconoce haber «fantaseado sobre la posibilidad de no escribir, sobre la dicha de no haber escrito».8 Las neurosis obsesivo-compulsivas se clasifican como enfermedades de ansiedad: es decir, son mecanismos psíquicos que disminuyen la ansiedad sin producir placer; Millas reconoce que el no escribir va acompañado de «un fuerte sentimiento de culpa que genera, a su vez, angustia y trastornos de sueño».9 No es sorprendente, pues, que estas opiniones del autor se manifiesten en las obras arriba señaladas. Jesús, narrador-protagonista de Tonto, muerto, bastardo e invisible, al escribir la historia de sus desgracias y su creciente demencia, declara «[n]o podía parar de escribir, me olvidé de todo...».10 José Estrade, personaje de Volver a casa, al hablar de su profesión a su hermano gemelo Juan, quien también quiere emprender una carrera de escritor, dice: «¿[c]rees que resulta divertido levantarse cada mañana y comprender que tienes que escribir, aunque eso sea lo que más detestas...?»;11 «fe]s posible que al abrir las ventanas del pensamiento [...] sólo percibas una corriente de aire frío atravesando los espacios oscuros de tu juicio, si aún te queda juicio. Pero has de escribir, has de hurgar con el dedo en la masa blanda y gris de tu cabeza para ver si hay suerte y localizas por ahí una dureza donde permanezca agazapada una idea»;12 y «[l]a literatura es una mierda y tú eres la mosca que se va a comer esa mierda durante los próximos años».13 Vicente Holgado, protagonista de «Laura se corta el pelo», siente una compulsión insuperable de escribir una novela, afán que se describe así: «le pareció muy agobiante [...] estar condenado a no pensar en otra cosa que en escribir una novela...».14 Vicente admite que «[a] veces tengo la impresión de estar atrapado en el interior de un ascensor sin puertas; mire a donde mire sólo veo las paredes de la novela, y no puedo salir porque no hay por dónde hacerlo. Qué agobio».15 No poder dejar de escribir, aunque el afán resulta absolutamente repugnante: Millas presenta el acto de escribir como la expresión compulsiva de las obsesiones. Compárese la actitud de estos personajes con las reflexiones de Millas mismo sobre el proceso de escribir. Dice sentirse motivado por un «miedo al vacío, 11

Id., pág. 187. Id., pág. 18. 10 Op. cit., pág. 187. Op. cit., pág. 132. 12 Id., pág. 133. 13 Id., pág. 135. Op. CÍ7., pág. 53. 15 Id., pág. 55.

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al agujero, a la ausencia que es preciso cubrir»;16 o sea, la ansiedad, característica definitiva de esta clase de neurosis. Si la práctica literaria proporcionara placer, podría considerarse una sublimación del eros; sin embargo, no es ése el caso: sólo ofrece al autor un «gozo parcial, esa relativa calma entre capítulo y capítulo, esa sensación del deber cumplido».17 Calma, gozo parcial, deber: palabras todas que sugieren que la función psíquica no es el placer sino la evasión de la ansiedad; es decir, que la escritura es una actividad compulsiva. Afirma Millas también que necesita tapar dicho agujero, «aunque inmediatamente vuelva a abrirse como una herida mal curada».18 La índole temporaria del alivio logrado y la consiguiente necesidad de repetir la actividad son rasgos principales de la compulsión. La acción compulsivamente repetida disminuye la tensión, pero no la cura; sólo se consigue «esa precaria paz, más intensa cuanto más precaria».19 Concluye Millas que «la literatura es, de un lado, imposible, y, de otro, necesaria [...] ahí es donde se juega uno su identidad».20 Imposible, porque jamás constituye un remedio permanente a la ansiedad; necesaria, porque ofrece una reducción del desasosiego, no por momentánea menos deseada. Acaba de citarse la observación del autor de que en la creación literaria se juega la identidad, tema que, por su omnipresencia en su obra, parecería obsesionarle, y que indudablemente merece una mayor indagación. Declara Millas que escribir es un «jugarse la vida frente a las instancias más inaccesibles de uno mismo».21 Opina que [e]l novelista [...] se dejará invadir despacio, lentamente, por la locura de sus personajes, porque no se puede escribir sin que se haya producido previamente una ocupación. La literatura [...] es una batalla silenciosa en la que uno ha de ganar, o de perder, palmo a palmo, un territorio que no es suyo con armas que no le pertenecen [...] ahí es donde se juega uno su identidad.22

Millas propone que crear un personaje literario es un proceso que implica una lucha con un «otro» interior, proceso mediante el cual el escritor elabora simultáneamente su propia identidad, una identidad que, como la literatura misma, siempre está en vías de desarrollo, de metamorfosis, imposible de definir, de alcanzar. Sin embargo, el afán de buscarse, de crearse, de escribirse no se detiene. Se produce una pausa, eso sí, cuando «mueren» unos personajes al terminar una obra; pero en seguida crecerán nuevos «otros» en la materia gris del autor. 16

Art. cit., pág. 188. Id., pág. 188. 18 Id., pág. 188. 19 Id., pág. 188. 20 Id., pág. 190. 21 Id., pág. 187. 22 Id., pág. 191. 11

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A la luz de estas afirmaciones, resulta significativo que el autor diga de El desorden de tu nombre que ahí «aparecen casi todas las obsesiones que le acompañan a un escritor en el proceso de elaboración de una novela»;23 entre ellas, por supuesto, figura la identidad. El narrador omnisciente observa acerca del protagonista, quien además se revela como presunto autor de la novela, que «[pjronto comprendió que no se iba a morir o al menos que no iba a ser enterrado, porque los síntomas que anunciaban su fin no tenían las trazas de resolverse en un cadáver. Por el contrario, advirtió que estaba falleciendo para convertirse en otro, y que ese otro usurparía su cuerpo y su trabajo, habitaría su apartamento y adquiriría sus mismos gustos personales».24 El «otro» en quien se convierte Julio Orgaz, autor intratextual de la novela, no es otro que Julio Orgaz, protagonista de la misma. Escribir es, al mismo tiempo, escribirse y morirse. Parecido concepto de la escritura se expresa mediante Jesús, narradorprotagonista de Tonto, muerto, bastardo e invisible, que relata que «al contar mi existencia [...] mi cuerpo se transformaba en un fluido que volaba hasta el papel [...] y en el interior de ese papel se transformaba de inmediato en el cuerpo de la escritura, yo iba desapareciendo en aquel cuerpo, en el de las palabras...».25 Para este Jesús, narrar es su calvario, su compromiso; de nuevo escribir es escribirse y a la vez morirse, idea metafóricamente manifestada en la desaparición del autor en su escritura. Merece la pena mencionar que Juan Estrade, al lograr ser escritor y terminar su novela Volver a casa (la cual al mismo tiempo protagoniza, como Julio Orgaz) acaba consigo mismo también, suicidándose. Resulta interesante en este contexto la historia de Vicente Holgado de «Laura se corta el pelo». Este joven sumamente tímido y solitario vive agobiado por la compulsión de escribir, hasta enamorarse de Laura, la muchacha que limpia su apartamento los miércoles. Se obsesiona por ella, y su presencia le ofrece la posibilidad de escaparse del «ascensor» literario anteriormente mencionado. Vicente intenta desplazar el centro de su existencia, ocupado por la novela, hacia ella: «[e]n su fuero interno llamaba Miércoles a Laura, y en torno a ese nombre, como meras excrecencias de él, se articulaban los días de la semana».26 Se entabla una lucha entre Laura y la novela, vida y literatura, por el alma y el futuro de Vicente: «Laura representaba los espacios abiertos, las piscinas, los miércoles; aquellos lugares, en fin, donde no era necesario escatimar el aire, y no estaba dispuesto a renunciar a esa ventana que se había abierto en su vida».27 Además, Holgado tiene miedo de que todo lo exterior, Laura incluso, termine tragado por y preso de la novela por «la maldición que suponía que todo cuanto formaba 23

Op. cit., pág. 22. la., pag. 35. 25 Op. cit., pág. 187. 2b . opág. cit., pág. 54. Id., págs. 63-64.

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parte de su vida acabara cayendo en la novela, ese pozo del que llevaba años intentando escapar. En lugar de salir él, el resto de la realidad se metía dentro».28 Vicente resuelve que «[n]o permitiría que [Laura] cayera dentro de la novela, aunque tuviera que dinamitarla o dinamitarse».29 Dinamitarla es dinamitarse; escribir constituye, por lo tanto, escribirse. El campo de batalla donde se librará el conflicto entre literatura y vida es, irónicamente, la novela misma. Vicente ha creado un personaje que tiene un bulto en la parte inferior de la espalda, lo cual lleva a Laura, al leer el manuscrito, a creer que Vicente también lo tiene, ya que ella da por sentado que Vicente protagoniza su propia novela. Él intenta explicarle que no es él, que él no tiene bulto, y que el quiste es solamente «la metáfora de un tumor moral».30 La lectura ingenua de Laura irónicamente acierta; además, su interpretación es más perspicaz que la de Holgado mismo, quien, a pesar de entender de metáforas, parece ignorar que el protagonista que ha creado es una suerte de metáfora de él mismo, un otro-yo literario. El tumor moral es, a la vez, una metáfora de la timidez hacia la vida que le caracteriza, y de su práctica compulsiva de la escritura. Para extirpar este mal, Vicente inventa un personaje cirujano, el doctor Olegario Icuña, que le opera el bulto.31 Los parecidos entre el médico y Vicente sugieren que aquél constituye aun otro otro-yo literario de éste (dato del que el escritor parece inconsciente): Icuña «[l]loraba al operar, como él al escribir, pero con lágrimas que tenían la calidad de sudor, igual que las suyas»;32 también «tenía dificultades respiratorias»33 como Vicente. Además, el apellido Icuña recuerda el verbo «acuñar», que posee dos significados, imprimir con una cuña una pieza de metal o dar forma a conceptos. Vicente imprime, mediante las palabras, su propia imagen en la materia prima del personaje, dando forma al concepto de la necesidad de superar su timidez y su obsesión por la novela. El cirujano representa la parte del protagonista que anhela la libertad, puesto que le va a quitar el bulto de la timidez, la soledad, la novela. Es significativo que Vicente decida que el cirujano nunca se ha de quitar la mascarilla en la novela, como si el autor no se atreviese a reconocerse en él. Acabar la novela significa triunfar sobre estos problemas vitales: «tuvo la impresión de haber terminado la 28

Id., pág. 63. Id., pág. 6 5 . 30 W., pág. 58. El nombre «Olegario» aparece también en Tonto, muerto, bastardo e invisible como otro-yo creado por Jesús; alude a la oligofrenia o subnormalidad intelectual del que Jesús cree padecer. Es de notar que Vicente Holgado es el hilo conductor de todos los relatos de Ella imagina; el apellido sugiere su identidad metamórfica e inestable, que nunca parece «quedarle» bien. Id., pág. 62. Id., pág. 62. 29

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novela porque se sintió fuera de ella, como si al fin alguien hubiera eschuchado sus gritos y le hubieran rescatado del ascensor».34 Al terminar la novela, llama a Laura, y los dos terminan en la cama, seguros de un porvenir feliz juntos. La representación millasiana de la escritura en este relato es, como siempre, paradójica y ambivalente: al tiempo que ofrece un medio liberador, es una prisión, una adicción, una compulsión que, hasta que se termina la obra que se tiene entre manos, domina la existencia hasta el punto de sofocar al autor. En última instancia, este relato puede interpretarse como alegoría del concepto millasiano de escribir. A diferencia del cuento, sin embargo, parece que la escritura real no difruta de un desenlace feliz. Siempre es arriesgado proponer que unos personajes literarios hablen con la voz del autor de carne y hueso; y, sin duda alguna, las más veces el asunto es mucho más complicado. En estas instancias también lo es: son personajes sumamente irónicos y polisémicos. Sin embargo, limitándonos al tema de la índole de la actividad literaria, no es casualidad que aquéllos hagan eco de las afirmaciones de éste. Lo cierto es que los autores intratextuales de El desorden de tu nombre, Volver a casa, y Tonto, muerto, bastardo e invisible, y el joven novelista que protagoniza «Laura se corta el pelo», hacen eco de la teoría millasiana de la escritura. José Estrada escribe y protagoniza su novela, la historia de su contienda con su hermano gemelo Juan por las dos cosas que les obsesionan, Laura y la literatura; Jesús se vale de la autoescritura como discurso terapéutico; y el novelista Julio Orgaz significativamente relata parte de la historia de su otro-yo Julio a su psicoanalista. Tanto para Julio, José, Jesús y Vicente como para Millas, creador a su vez de dichos «otros», escribir constituye una compulsiva actividad que aporta un momentáneo alivio a la angustia que es no escribir. Escribir es expresar, o purgarse de las obsesiones que, como bien nos advierte Freud, volverán a manifestarse de otra forma. Y, sobre todo, escribir es escribirse, crear un otro yo textual como parte del proceso de ser uno, el autor, y no el otro, el personaje, quien, al fin y al cabo, le opera ese bulto que se llama literatura.

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Id., pág. 69.

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