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EL BAUTIZO DE IVÁN Iván Fuentes, el líder de la mesa negociadora por Aysén, regresó esta semana a la Patagonia y fue recibido como un héroe por sus c

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EL BAUTIZO DE IVÁN

Iván Fuentes, el líder de la mesa negociadora por Aysén, regresó esta semana a la Patagonia y fue recibido como un héroe por sus coterráneos. Tras el éxito en Santiago, donde se puso fin a 40 días de conflicto con un principio de acuerdo con La Moneda, ahora quiere recuperar algo de su mundo. Pero él sabe que su vida cambió para siempre. [ Por Nicolás Alonso, desde Puerto Aysén / Fotos: Richard Ulloa ]

[ Qué pasa ] Ac Actualidad

La turba avanza por la carretera que ingresa a Coyhaique, atropellando todo lo que encuentra en su camino. Forman una larga columna de miles de personas eufóricas, que en la primera línea llevan a un hombre de los brazos, como si fuera una especie de trofeo. Es el atardecer del lunes 26, y de cada auto, de cada fábrica y de cada almacén la gente sale para engrosar las filas y unirse al canto unánime: ¡Iván, amigo, el pueblo está contigo! El rostro de ese hombre, del líder del Movimiento Social por Aysén, a quien han ido a buscar al aeropuerto, sonríe perplejo entre decenas de personas que tratan de abrazarlo y fotografiarlo. Entre la multitud, un padre le entrega a su hija de no más de tres años para que la sostenga en sus brazos, y la gente se abalanza sobre él como si fuera una especie de mesías. Han seguido por televisión y por radio cada minuto de su peregrinaje a Santiago. La capital lo ha aclamado durante varios días e Iván ha aparecido triunfal en la casa de gobierno anunciando la creación de una zona franca y la aceptación de sus demandas, además del compromiso de retirar las querellas por Ley de Seguridad Interior del Estado contra 22 vecinos. El acuerdo marcó el fin de 40 días de batallas campales contra carabineros, de enfrentamientos que cobraron la visión a cinco manifestantes y comenzaba a presagiar sus primeros muertos. “Si yo quise viajar a Santiago fue para evitar ese desenlace fatal, porque estábamos a milímetros de que falleciera alguien”, dice Iván Fuentes. “No podía dormir, y por eso tuve que ser más conciliador y conversar para buscar una salida”. El dirigente sindical se sube a un escenario en la plaza de Coyhaique y empieza a dar un exaltado discurso en que habla de un nuevo amanecer, de canciones que recordarán la hazaña de Aysén y del nacimiento de un mundo más sensible. La gente ruge. “¡Hoy empieza un día nuevo para la Patagonia, somos gente humilde y vamos a salir adelante con la fuerza de la unidad!”, grita el líder. Su público responde coreando su nombre, acom-

“Una señora me decía: ‘no me deje sola, Iván’. Y no saben que yo estoy igual de solo, que tengo las mismas necesidades. Pero no me derrumbo ante esa presión, y le pido a Dios que me ayude a devolverle la mano a toda esa gente”. [ Actualidad || 30 · 31 ]

pañado del cargo de “intendente” o “alcalde”. La misma escena se repite en Puerto Aysén, en Puerto Chacabuco y en cada punto de la carretera donde antes había puestos de guardia de los manifestantes. Queda encendida sólo una barricada, en honor a los dirigentes. La ciudad ya está despejada y en las plazas se observan los restos de árboles talados. En el emblemático puente Ingeniero Ibáñez, el epicentro de la batalla, sólo quedan piedras tiradas al costado del camino. Es medianoche, y en medio de esa calma decorada con la evidencia de violencia reciente, un coro de mujeres hace un círculo alrededor de Fuentes y comienzan a cantarle una canción sobre la Patagonia. El pescador escucha emocionado. Varias horas después, cuando al fin puede regresar a su precario hogar, admite lo que ya intuía: que su vida ha cambiado para siempre. LOS DOS “IVANES” La casa es muy pequeña, es celeste y está cubierta por planchones de lata. Queda al final de una toma en la ribera sur de Puerto Aysén, y es una de las construcciones más pobres del lugar. Son las 10 de la mañana del martes, el día siguiente a su regreso, y es el primer momento relativamente tranquilo que Iván pasa en su casa en mucho tiempo. Cuando abre la puerta y sale con una gran hacha a buscar un poco de leña, ya no se parece al líder enérgico que gritaba arriba del escenario. Ahora es de nuevo un pescador común y corriente, y está preocupado porque en los últimos días le han anunciado que tiene que abandonar la casa, y no tiene adónde ir a vivir con sus cinco hijos. El dueño de la vivienda, que se la arrendaba a cambio de unos motores de bote, ahora la quiere de vuelta. “Acá son las gallinas las que nos hacen huelga”, dice Andrea, su señora, mientras prepara unos mates dulces. Iván desaparece entre las plantas de sus tres invernaderos, uno de sus grandes orgullos, notando con tristeza que le han robado algunas y que otras se han secado por el largo tiempo sin poder regarlas. De allí saca parte del alimento de su familia. Ahora llega con algunas hierbas para el desayuno, mientras la casa, que no tiene baño y sólo consta de un pequeño ambiente y dos apretadas piezas, se empieza a repletar de vecinos que vienen a compartir el mate. “Éste es mi refugio, los chicos son mi tesoro, y no lo contamino. Cuando se apagan las luces y se va toda la gente y los periodistas, éste es mi mundo. Lo otro es importante, pero no es real”, dice el líder pesquero. El día anterior, entre la multitud que lo tironeaba, de golpe comprendió las expectativas que la gente tiene puestas sobre él, y la encrucijada que eso le genera con su deseo de ser uno más

Iván Fuentes en la casa de lata en la que vive en Puerto Aysén. Recientemente le avisaron que debía dejarla: por ahora, no sabe dónde vivirá.

y disfrutar de su familia. Durante la mañana, en ningún momento han dejado de sonar sus tres celulares –tiene dos oficiales y uno secreto, el único que según él no está intervenido– y los medios golpean su puerta. Quieren saber qué opina de la renuncia de uno de sus principales contrapartes en el conflicto, el ahora ex ministro Rodrigo Álvarez. Apenas tiene tiempo para uno que otro mate. “Yo sólo quería que terminara la movilización para volver a mi familia, nunca he tenido aspiraciones de otro tipo. Ahora la gente tiene una gran fe en mí y eso es una gran alegría, pero también un peso”, dice mientras sostiene a su hija de dos meses, a quien apenas ha visto desde que nació en medio del conflicto. “Una señora me decía: ‘no me deje sola, Iván’. Y no saben que yo estoy igual de solo, que tengo las mismas necesidades. Pero no me derrumbo ante esa presión, y le pido a Dios que me ayude a devolverle la mano a toda esa gente”. De alguna manera, existen dos “Ivanes” opuestos. Uno que desea que todo acabe para volver a la rutina esforzada pero feliz de sobrevivir vendiendo cazatas de mariscos y fileteando pescado, y el otro que se deja llevar por el arrebato social y emerge en público como gran líder del descontento regional. Y mientras en Aysén todos se preguntan desde qué cargo va a guiar en el futuro los intereses

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del pueblo, él intenta dilucidar a cuál de sus mitades debe hacer caso. “Tengo una lucha dentro de mi cabeza”, asegura. “Pero luego frente a la gente me olvido de todo, y siento que juntos somos capaces de cambiar este mundo insensible y capitalista”. Un mundo en el cual estuvo sumergido de cabeza durante los últimos cuatro días, en su viaje al corazón de Santiago, la misma ciudad a donde hace dos décadas llegó como obrero y que lo escupió de vuelta a su región. Esa vez se sintió insignificante, encerrado dentro de una gran jaula, pero esta vez el recibimiento de la capital fue radicalmente distinto, y por primera vez sintió la magnitud de lo que se estaba construyendo sobre sus espaldas. En ese mundo ajeno, tan lejos de su Patagonia y del recuerdo de su vida, Iván Fuentes comprendió por primera vez en lo que se estaba transformando. “NO VENGO SOLO” Fueron un par de gestos, en el camino al hotel Windsor Palace en el centro de Santiago, los que cambiaron todo. Hasta entonces, Iván y Misael Ruiz, su amigo y también vocero del movimiento, estaban convencidos de que en el resto de Chile había indiferencia respecto a la realidad de los patagones. Eso era lo que habían sentido durante toda

Dos décadas atrás, Fuentes intentó hacer su vida en Santiago. La semana pasada, la misma ciudad lo recibió con los brazos abiertos.

una vida de aislamiento. Pero comenzaron a sonar los bocinazos, y los gritos de apoyo de gente en la calle y de pronto Iván tuvo ese momento de lucidez en que entendió la fuerza del movimiento que tenía en sus manos. “La gente quería sacarse fotos conmigo. ¡Conmigo, un pescador perdido del sur! Ahí me sentí mucho más empoderado. Ya no éramos 105 mil, ahora estaba medio Chile”, recuerda. “Luego me pasaron un micrófono en la ANEF. Y supe que era el minuto para conectarme con todo el país”. Sabiendo que tenía que dar el mejor discurso de su vida, el pescador se dirigió al pueblo de Chile haciendo un llamado a recuperar la solidaridad perdida, a volver a sentir compasión, a recuperar la unidad nacional frente a los fanatismos ideológicos. Sin atacar a nadie, con un tono conciliador y proponiendo la construcción de un país mejor, Iván Fuentes, un tipo que hace algunos años vivía en una choza de nylon, logró un éxito tan rotundo que ese día fue trending topic en Twitter a nivel mundial y se transformó de un segundo a otro en la gran estrella de la capital. Empujados por la reacción de la gente, y ahora con la convicción de estar representando a todo el país, Iván y el resto de la mesa negociaron con el ministro Larroulet, y consiguieron que los 11 puntos planteados por el movimiento fueran aceptados por el gobierno para ser

discutidos, además de la creación de una zona franca para la región. El subsecretario Claudio Alvarado, hombre del gobierno en las negociaciones, reconoce a Fuentes como el gran responsable del acuerdo. “Su convicción por el diálogo logró que la situación se destrabara. Fue un liderazgo positivo, lleno de energía, que arrastró al resto del movimiento a trabajar una solución”, señala. A la salida de esa reunión, el ministro Larroulet, que había quedado conmovido por el quiebre de Fuentes al interior de la sala cuando habló de los cinco ayseninos que perdieron la vista, lo apartó para felicitarlo por su fortaleza. “Es que no vengo solo. Cuando uno tiene fe, las cosas salen adelante”, respondió Fuentes, mostrándole la imagen del Padre Pío que siempre lleva consigo. “Con él tenemos una sintonía especial, porque los dos somos personas muy creyentes”, dice el ministro. Según la alcaldesa de Puerto Aysén, Marisol Martínez, esa sensibilidad es la principal virtud que ha llevado a Iván a cuadrar detrás de sí a todo el movimiento. “Hay momentos en que se ha quebrado y ha llorado delante de todos. Él se frustra, llora, se enoja, pero es muy honesto y nunca trata de demostrar nada que no es”, asegura. En su periplo por la capital, en el cual fue alabado por políticos e intelectuales de derecha a izquierda, Iván Fuentes

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recibió ovaciones en medio de la calle y en todos los lugares que visitó. Se enfrentó con los conductores de Tolerancia Cero para lograr que incluyeran a Misael Ruiz, el otro vocero, en la entrevista del domingo pasado, y se emocionó al recibir el agradecimiento de un joven internado en el Hospital del Salvador, que aún conservaba dentro de su ojo un perdigón recibido en las protestas. A través de la prensa, se enteró de que algunos sectores más radicales de la pesca artesanal lo acusaban de traidor y de haberse vendido por transar con el gobierno. “No haber podido llegar al corazón de esas personas opaca esta victoria”, dice con tristeza. “Ellos también fueron importantes para el movimiento”. A raíz de ese conflicto, fue cauto al imaginar cómo los iban a recibir de vuelta. Cuando bajaron del avión, a las 5 de la tarde, lo primero que recibió Iván fue el abrazo de una de sus hijas llorando. De fondo ya podía escuchar el bombo y a la multitud gritando su nombre. RECUERDOS DE NYLON Iván Fuentes busca entre un montón de papeles metidos a la fuerza en un cajón de su casa, y saca un viejo cuaderno de gastadas tapas celestes. Lo empieza a hojear y lee en voz alta, entusiasmado. Los ensayos poéticos tienen nombres como “Un nuevo amanecer para todos” o “Te invito a conectarnos”, y están escritos es una esforzada letra manuscrita. Escucharlos es como oír cualquiera de sus discursos o intervenciones televisivas recientes, sólo que estos papeles tienen más de una década. Son los pensamientos que descargaba cuando tenía rabia por los abusos del mundo pesquero, escribiendo bajo la lluvia en una rancha de nylon en Puerto Lobos. “Hoy tengo la satisfacción de que no me siento solo. No como cuando escribía estas cosas, soñando con que alguna vez hubiera un movimiento como éste”, recuerda Fuentes. “Ahora tengo miedo de perder mi mundo, pero debo tratar de combinar ambas cosas. No puedo simplemente retirarme y dejar que toda esa gente pierda su sueño”. Muestra un poema, cargado de imágenes rurales, que escribió para su primera madre, una mujer campesina que a los diez años tuvo que darlo en adopción a una pareja, dos profesores de derecha, para que pudiera estudiar. Fuentes creció en esa dualidad: de lunes a viernes con su nueva familia profesional y los fines de semana con su familia campesina. “Mi mamá era allendista y de ella aprendí el espíritu socialista, y mis padres adoptivos me enseñaron a ser emprendedor”, dice el pescador. Con ese discurso, sin una ideología marcada, hoy se ha ganado la confianza del gobierno, y también con algunos

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“Hoy tengo la satisfacción de que no me siento solo”, dice Fuentes, recordando cuando escribía sobre sus frustraciones. “Ahora tengo miedo de perder mi mundo, pero debo tratar de combinar ambas cosas. No puedo simplemente retirarme y dejar que toda esa gente pierda su sueño”.

gestos importantes como exponerse a una lluvia de piedras para salvar a un carabinero de ser quemado vivo junto a su vehículo –a su juicio, el momento en que estuvieron a segundos de cambiar perdigones por balas–, o echar atrás por decisión propia el ultimátum que el movimiento le dio al presidente. “Él nunca ataca la política, la quiere enaltecer, y tiene un discurso muy de centro, que llega a todos”, dice el senador Antonio Horvath. “Es un dirigente reflexivo y de gran vuelvo poético. Acá lo miramos como un pastor, aunque puede ser muy vehemente. Yo lo he visto gritarle y golpearle la mesa a un ministro”. Aunque reconoce que su tranquilidad frente a las cámaras es impostada, Fuentes afirma que lo que jamás transaría es el respeto y la lealtad hacia las personas, independiente del bando al que pertenezcan. “Yo creo profundamente en la conciliación”, dice el dirigente. “Tiene que haber respeto por los carabineros, para que nos protejan, y tiene que haber respeto por el presidente, porque cuando yo lidero mi sindicato también quiero que me respeten”. Con esa reflexión Iván Fuentes cierra su cuaderno y lo guarda de nuevo en el cajón. Menciona que ya una vez por repetir esas cosas en el mundo sindical le quemaron su casa en Puerto Aguirre, pero que sigue soñando con la idea de un Chile más susceptible al dolor ajeno y más hermanable. Está cansado de hablar de política, y cuenta que tiene ganas de volver a cantar con el grupo de su iglesia, y de jugar una pichanga con sus amigos del club Cerro Porteño, donde él es delantero. Su mujer, Andrea, le sirve un plato de cazuela, y él mira por la ventana a dos periodistas que lo esperan, hace casi dos horas, en la puerta de su casa bajo una lluvia torrencial. El subsecretario Alvarado lo llama para empezar a coordinar las mesas de trabajo, y Fuentes sabe que comienza otra semana pesada a cargo del movimiento. Lo único que no sabe es dónde vivirá en un par de días.

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