Indice. El triunfo de la Santa Cruz Julio Melones Espolio. Mujeres católicas y ciencia Rvdo. D. Eduardo Montes

Indice Editorial: Amar en tiempos revueltos......................................... 1 Declaración del Capítulo General de la Hermandad de San Pío X..

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Indice Editorial: Amar en tiempos revueltos......................................... 1 Declaración del Capítulo General de la Hermandad de San Pío X.................................................. 3 El mutismo doctrinal no es la respuesta a la “apostasía silenciosa”.......................................................... 5 ¿Qué es un concilio pastoral? (I)................................................... 9 Mons. Bernard Tissier de Mallerais

El triunfo de la Santa Cruz........................................................... 33 Julio Melones Espolio

Mujeres católicas y ciencia.......................................................... 43 Rvdo. D. Eduardo Montes

Crónica de la Hermandad en España.......................................... 45 La primavera del postconcilio.................................................... 49 L. Pintas Foto de portada: Alocución del Papa Juan XXIII en San Pedro del Vaticano

Le recordamos que la Hermandad de San Pío X en España agradece todo tipo de ayuda y colaboración para llevar a cabo su obra en favor de la Tradición. Los sacerdotes de la Hermandad no podrán ejercer su ministerio sin su generosa aportación y asistencia.

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Los donativos efectuados a la Fundación San Pío X son deducibles, en un 25 %, de la cuota del I.R.P.F. Además, los contribuyentes con residencia fiscal en la Comunidad de Madrid podrán deducir otro 15 % adicional en la cuota del mencionado impuesto. Todo ello, con el límite legal establecido (10 % de la base liquidable).

Donativos

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Enquiridion de las indulgencias Este volumen es una hermosísima recopilación de oraciones y obras piadosas que hasta 1956 los Sumos Pontífices enriquecieron con indulgencias, así las que fueron concedidas a favor de todos los fieles, como las que sólo lo fueron a ciertos grupos de personas por sus trabajos espirituales. La norma que rigió la composición de este Enquiridion y la redacción en la presente forma fue el de tener una obra auténtica que reuniera en un sólo volumen todas las dádivas pontificias en esta materia, respondiendo de un modo seguro a la piedad común. Contiene cientos de oraciones, desde las clásicas dirigidas a Nuestro Señor, a la Virgen Santísima, o en honor de muchos Santos, a las recitadas para pedir la santidad del clero, por los agonizantes, por las misiones entre infieles, la conversión de los acatólicos o para pedir la gracia de vivir piadosamente, entre otras muchas. Pueden hacer su pedido a nuestra dirección. Precio: 6 € (gastos de envío incluidos)

Capillas de la Hermandad San Pío X en España Madrid

Capilla Santiago Apóstol C/ Catalina Suárez, 16 bis Metro: Pacífico, salida Dr. Esquerdo. Bus: 8, 10, 24, 37, 54, 56, 57, 136, 140 y 141 Domingos: 10 h.: misa rezada 12 h.: misa cantada. (una sola misa a las 11 h. en julio y agosto)

Laborables: 19 h.

Oviedo

Capilla de Cristo Rey C/ Pérez de la Sala, 51 Viernes anterior al 3er domingo, misa a las 19’00 h. Sábado siguiente, misa a las 11 h. Más información: 984 18 61 57

Palma de Mallorca

Capilla de Santa Catalina Tomás C/ Ausías March, 27, 4º 2ª 4º domingo de cada mes, Barcelona misa a las 19 h. Capilla de la Inmaculada Concepción Más información: 971 20 15 53 C/ Tenor Massini, 108, 1º 1ª Domingos: misa a las 11 h. Viernes y sábados: misa a las 19 h. Santander 3er domingo de cada mes, Más información: 93 354 54 62 misa a las 12 h. (20 h. en julio y agosto)

Córdoba

C/ Angel de Saavedra, 2, portal B, 2º izq. Valencia Lunes siguiente al 1er domingo, C/ Pizarro, 12, 3º D (apartamento 8) misa a las 19 h. 3er domingo de cada mes, Más información: 957 47 16 41 misa a las 11 h.

Granada

Capilla María Reina Pl. Gutierre de Cetina, 32 Autobús: 7 1er domingo de cada mes, misa a las 11 h. Sábado precedente, misa a las 19 h. Más información: 958 51 54 20

Murcia

Sábado anterior al 1er domingo de mes, misa a las 11 h. Más información: 868 97 13 81

Vitoria

Capilla de los Sagrados Corazones Pl. Dantzari, 8 3er domingo de cada mes, misa a las 19 h. También se celebran misas en: Salamanca,

Tenerife, Las Palmas de Gran Canaria, Pamplona y Daimiel.

Para cualquier tipo de información sobre nuestro apostolado y lugares donde se celebra la Santa Misa, pueden llamar al 91 812 28 81 Impreso: Compapel - Telf. 629 155 929

Editorial

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Amar en tiempos revueltos

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irva este título de una famosa serie televisiva como encabezamiento de este editorial, pero conste que solamente el título, y con él la reflexión sobre los últimos acontecimientos que ha vivido la Hermandad de San Pío X en estos pasados meses, acontecimientos llenos de algunas separaciones, incomprensio­ nes, dolor contenido pero sobre todo de purificación y providenciales experiencias. Las famosas, y muy mal interpretadas en algunos casos, conversaciones de carác­ ter doctrinal y teológico con Roma, así como los contactos llevados a cabo por las autoridades de la Hermandad con altos representantes de la Santa Sede, han sido los motivos para que se empezaran a propagar y difundir noticias alarmantes y distorsionadas, de manera muy especial en internet. En determinados casos no ha servido para nada que una voz autorizadísima de la comisión doctrinal de la Her­ mandad de San Pío X, encargada de los diálogos doctrinales con Roma, expusiera con voz muy clara que si en algún lugar había que dejar el testimonio de nuestra fe y de la santa Tradición, que por gracia de Dios profesamos, era precisamente allí donde se encuentra la cabeza visible de la Iglesia. Dar testimonio de nuestra fe y explicar sin miedos ni timideces lo que llevamos proclamando y plasmando en obras durante los cuarenta años de existencia de la Hermandad. Los contactos de uno u otro tipo que las autoridades de ambas instituciones han mantenido no han sido nunca, por parte de los hijos espirituales de Monseñor Lefebvre, una des­ virtuación ni alejamiento de la obra iniciada por el valiente y piadoso obispo de Tourcoing, Monseñor Marcel Lefebvre. Sencillamente se ha hablado y debatido, si se quiere emplear este término, con aquellos que había que hacerlo y ahora se puede decir ante todos que no se ha sucumbido a ningún canto de sirena, ni que tampoco el Superior General de la Hermandad se ha dejado seducir por los orope­ les del poder dentro de un marco jurídico reconocido por el Vaticano. Así de claro y así de sencillo. Internet es un medio cuyo uso hay que saber emplear con sumo cuidado. La objetividad y veracidad de las noticias e informaciones que se dan en las redes es en un porcentaje altísimo falsas de completa falsedad. Todos aquellos que durante horas y horas desperdician su tiempo ante la pantalla del ordenador, buscando la claridad de determinados hechos, deberían conocer que, por regla general, la verdad no la van a encontrar en los múltiples correos electrónicos ni “blogs” que saturan el espacio internáutico. En relación con todo lo referido a la Hermandad en estos últimos años transcurridos la confusión y lo inverosímil han sido la nota dominante. Las supuestas traiciones cometidas por la cúpula de Menzingen, las heridas de muerte a la obra de Monseñor Lefebvre, la opacidad en la información y el grosero desenvolvimiento teológico por parte de la comisión doctrinal encar­ gada de hablar con las autoridades romanas, todo este conjunto ha sido pasto aparecido en internet que a su vez ha constituido el alimento que vorazmente han

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Editorial: Amar en tiempos revueltos

consumido todos aquellos que por motivaciónes más o menos obscuras deseaban debilitar la estructura ósea de la Hermandad de San Pío X. Nada de esto ha sido así y la obra de Monseñor Lefebvre continúa pese a la ira contenida, o no conte­ nida, de algunos. Amar en tiempos revueltos. Sí, amar desde el Corazón de Cristo, Nuestro Señor, y no torpedear la realidad de los hechos, la sencillez de unos comporta­ mientos. Amar quiere decir seguir y cumplir versículo por versículo la espléndida glosa paulina sobre la caridad. Amar significa aceptar la verdad del otro y no modificarla según nuestras conveniencias. Amar es dar rienda suelta a la caridad cristiana y sobre todo en tiempos revueltos, en tiempos difíciles y azarosos, no intentar llevar, sin ningún tipo de escrúpulos, el agua caudalosa al propio molino. Amar en estos tiempos revueltos y huracanados de nuestros días es guardar la humildad de corazón y la honradez intelectual. Amar en tiempos revueltos es no hacer decir a determinadas personas lo que nunca han dicho ni por supuesto han hecho. Temblemos pues con piadoso temor si nuestros labios han pronunciado o nuestras manos han escrito la injusta condena o la injuria atroz contra alguno de nuestros próximos. Monseñor Bernard Fellay, Superior General de la Hermandad de San Pío X, durante su visita a España, justo al acabar el mes de octubre, ante una nutrida concurrencia en la ciudad de Madrid, expuso de forma coherente y clara todo lo acaecido entre las autoridades de Roma y la representación oficial de la Her­ mandad y, si las circunstancias y la situación lo permitían, contemplar un posible acuerdo o concesión de un marco jurídico legal para el ejercicio del apostolado de la obra providencial de Monseñor Lefebvre. El Superior General de la Hermandad no dudó en afirmar que nunca había actuado en contra de aquello que era y sigue siendo el objetivo principal del combate fijado por Monseñor Lefebvre. Nunca ha firmado nada y nunca ha entrado en contactos secretos con las autoridades de Roma. Sí ha habido sin embargo falsificaciones y tergiversaciones de sus palabras pronunciadas en algún medio de comunicación social o bien en alguna conferen­ cia a lo largo de sus intervenciones durante sus muchos y continuos viajes. Esto es lo que hay y esto es lo único que se puede afirmar en cuanto a Monseñor Fellay. Ahora bien, el único juicio que cuenta en definitiva es el juicio de Nuestro Señor y aunque sea oportuno e incluso necesario en algunas ocasiones esclarecer entre los hombres la verdad de los hechos, o puede ser que en muchas, sin embargo nada debe hacernos temer por la veleidad aparecida aquí o allá, tanto en la prensa con­ vencional escrita o en la pantalla de los ordenadores. Tiempos revueltos, tiempos de amar. Amar la verdad y no la ebullición de mentes fatigadas, amar al prójimo cuando el prójimo no sigue precisamente nuestros pasos o interpretaciones perso­ nales, amar a Nuestro Señor en la soledad o en el fracaso, amar a Nuestro Señor también cuando reconocemos que hemos resbalado absurdamente por nuestra propia ceguera. La Cruz permanece mientras el mundo da vueltas y muchos, qui­ zá sin darse cuenta, forman parte de ese mundo.m

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Declaración del Capítulo General de la Hermandad Sacerdotal de San Pío X

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l término del Capítulo General de la Hermandad de San Pío X, reunidos en torno a la tumba de su venerado fundador, Mons. Marcel Lefebvre, y unidos a su Superior General, nosotros los participantes, obispos, superiores y miembros más antiguos de la Hermandad, queremos hacer llegar al cielo nuestras más vivas acciones de gracias por los cuarenta y dos años de tan maravillosa protección divina sobre nuestra obra, en medio de una Iglesia en total crisis y de un mundo que se aleja cada día más de Dios y de su ley. Expresamos nuestra profunda gratitud a todos los miembros de la Hermandad, sacerdotes, hermanos, hermanas, terciarios, a las comunidades religiosas amigas, así como a los queridos fieles por su dedicación diaria y por sus fervientes oraciones con motivo de este Capítulo, que conoció intercambios francos y un trabajo fructífero. Todos los sacrificios, todas las penas aceptadas generosamente contribuyeron sin duda a superar las dificultades que la Hermandad ha enfrentado últimamente. Hemos vuelto a encontrar nuestra unión profunda en su misión esencial: mantener y defender la fe católica, formar buenos sacerdotes y trabajar en la restauración de la Cristiandad. Hemos definido y aprobado las condiciones para una posible normalización canónica. Se estableció que en este caso, un Capítulo extraordinario deliberati-

vo sería convocado de antemano. Pero nunca hay que olvidar que la santificación de las almas siempre comienza por nosotros mismos. Es la obra de una fe animada y operante por medio de la caridad, según las palabras de San Pablo: «Porque no tenemos ningún poder con­ tra la verdad, la tenemos solamente por la verdad» (2 Cor. 13, 8) y además: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella... para que sea santa e inmaculada». (Ef. 5, 25 ss). El Capítulo considera que el primer deber de la Hermandad en el servicio que tiene la intención de prestar a la Iglesia es prestar a la Iglesia es continuar profesando, con la ayuda de Dios, la fe católica en toda su pureza e integridad, con una determinación proporcionada a los ataques que esta misma fe no deja de sufrir hoy. Por lo tanto, nos parece oportuno reafirmar nuestra fe en la Iglesia Católica Romana, única Iglesia fundada por Nuestro Señor Jesucristo, fuera de la cual no hay salvación, ni posibilidad de encontrar los medios que conducen a ésta; en su constitución monárquica, querida por Nuestro Señor, que hace que el poder supremo de gobierno sobre toda la Iglesia recaiga sólo sobre el Papa, Vicario de Cristo en la tierra; en la realeza universal de Nuestro Señor Jesucristo, creador del orden natural y sobrenatural, al cual todo hombre y toda sociedad debe someterse.

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Declaración del Capítulo General de la Hermandad de San Pío X

Sobre todas las innovaciones del Concilio Vaticano II que permanecen manchadas de errores y sobre las reformas que de él han salido, la Hermandad sólo puede continuar adhiriendo a las afirmaciones y enseñanzas del Magisterio constante de la Iglesia; ella encuentra su guía en este Magisterio ininterrumpido que, por su acto de enseñanza, transmite el depósito revelado en perfecta armonía con todo lo que la Iglesia toda ha creído siempre y en todo lugar. Asimismo, la Hermandad encuentra su guía en la Tradición constante de la Iglesia que transmite y transmitirá hasta el final de los tiempos el conjunto de las enseñanzas necesarias para mantener la fe y para la salvación, esperando que un debate franco y serio sea posible, teniendo como finalidad el retorno de las autoridades eclesiásticas a la Tradición. Nos unimos a los católicos perseguidos en los distintos países del mundo que sufren por la fe católica, y muy a menudo hasta el martirio. Su sangre derramada en unión con la Víctima de nuestros altares es la garantía de la renovación de la Iglesia in capite et membris [En la cabeza y en sus miembros], de acuerdo con el viejo adagio “sanguis martyrum semen christianorum” [La sangre de los mártires es semilla de cristianos]. «Finalmente nos dirigimos a la Vir­ gen María, tan celosa de los privilegios de su Divino Hijo, celosa de su gloria,

de su Reino en la tierra como en el Cie­ lo. ¡Cuántas veces ella ha intervenido en la defensa, incluso armada, de la Cristiandad contra los enemigos del reino de nuestro Señor! Le suplicamos que intervenga hoy para expulsar a los enemigos internos que tratan de des­ truir la Iglesia más radicalmente que los enemigos externos. Que ella se digne mantener en la integridad de la fe, en el amor de la Iglesia, en la devoción al Su­

cesor de Pedro, a todos los miembros de la Hermandad San Pío X y a todos los sacerdotes y fieles que trabajan con los mismos sentimientos, para que ella nos proteja y nos preserve tanto del cisma como de la herejía. Que San Miguel Arcángel nos comu­ nique su celo por la gloria de Dios y su fuerza para combatir al demonio. Que San Pío X nos haga partícipes de su sabiduría, de su ciencia y de su santidad para discernir la verdad del error y el bien del mal, en estos tiem­ pos de confusión y de mentiras» (Mons. Marcel Lefebvre, Albano, 19 de octubre de 1983). Ecône, 14 de julio de 2012

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El mutismo doctrinal no es la respuesta a la “apostasía silenciosa” Entrevista con Mons. Bernard Fellay, tras la conclusión del Capítulo General de la Hermandad de San Pío X (16 de julio de 2012)

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Cómo se desarrolló el Capítulo General? ¿Cuál fue la atmósfera? ¡Una atmóstera bastante calurosa ya que el mes de julio es particularmente tórrido en el Valais! Pero al mismo tiempo una atmósfera de mucha aplicación, sobre el fondo, ya que los miembros del Capítulo pudieron intercambiar pareceres libremente, como conviene a una reunión de trabajo de este género. ¿Se trató acerca de las relaciones con Roma? ¿Hubo cuestiones que no se podían tocar? ¿Se pudieron apaciguar las disensiones que se manifestaron en estos últimos tiempos en el seno de la HSSPX? ¡Son muchas preguntas a la vez! Con respecto a Roma, fuimos realmente al fondo de las cosas y todos los capitulantes pudieron acceder a todos los documentos. Nada se ocultó,

no hay tabús entre nosotros. Yo debía exponer precisamente el conjunto de los documentos intercambiados con el Vaticano, lo cual se había transformado en algo difícil por el clima deletéreo de estos últimos meses. Esta exposición permitió una discusión franca que esclareció las dudas y disipó las incomprensiones. Eso favoreció la paz y la unidad de los corazones, y es muy reconfortante. ¿Cómo ve Ud. las relaciones con Roma después de este Capítulo? Entre nosotros todas las ambigüedades han quedado disipadas. Próximamente haremos llegar a Roma la posición del Capítulo, que nos ha dado

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El mutismo doctrinal no es la respuesta a la “apostasía silenciosa”

la ocasión de precisar nuestra hoja de ruta, insistiendo sobre la conservación de nuestra identidad, que es el único medio eficaz para ayudar a la Iglesia a restaurar la Cristiandad. Porque, como manifesté recientemente, “si queremos hacer fructificar el tesoro de la Tradición para el bien de las almas, debemos hablar y actuar” (cf. entrevista del 8 de junio de 2012, DICI nº 256). No podemos quedarnos en silencio ante la pérdida generalizada de la fe, ni ante la caída vertiginosa de las vocaciones y de la práctica

religiosa. No podemos callarnos ante la “apostasía silenciosa” y sus causas. Porque el mutismo doctrinal no es la respuesta a esta “apostasía silenciosa”, de la cual Juan Pablo II ya hablaba en 2003. En este sentido entendemos que nos inspiramos no sólo en la firmeza doctrinal de Mons. Lefebvre sino también en su caridad pastoral. La Iglesia siempre consideró que el mejor testimonio a favor de la verdad provenía de la unión de los primeros cristianos en la oración y en la caridad. No eran más que “un corazón y una alma”, como dicen los Hechos de los Apóstoles (cap. 4, 32). El boletín interno de la Hermandad San Pío X lleva por título Cor unum, es un ideal común, una consigna para todos. Por tanto, nos

separamos netamente de todos los que quisieron aprovechar la situación para sembrar cizaña, oponiendo unos miembros de la Hermandad con otros. Este espíritu no es de Dios. ¿Qué consideración le merece el nombramiento de Mons. Ludwig Müller al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe? El antiguo obispo de Ratisbona, donde se encuentra nuestro seminario de Zaitzkofen, no nos aprecia, y esto no es un secreto para nadie. Después del acto valiente de Benedicto XVI a nuestro favor en 2009 ¡parecía que tenía poco interés en actuar en el mismo sentido y nos trataba como parias! Fue él quien entonces declaró que nuestro seminario debía ser cerrado y que nuestros seminaristas debían reinsertarse en los seminarios de sus regiones de origen, afirmando sin rodeos que ¡“los cuatro obispos de la Hermandad San Pío X deben renunciar”! (Cf. entrevista en Zeit online, 8 de mayo de 2009). Sin embargo, más importante y más inquietante para nosotros es el papel que deberá asumir al frente de la Congregación de la Fe, que debe defender la fe, cuya misión propia consiste en combatir los errores doctrinales y las herejías. Porque muchos textos de Mons. Müller acerca de la verdadera transustanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sobre el dogma de la virginidad de María, sobre la necesidad de que los no-católicos se conviertan a la Iglesia católica… ¡son más que discutibles! No cabe duda que en otra época hubiesen sido objeto de una intervención de parte del Santo Oficio, del cual

El mutismo doctrinal no es la respuesta a la “apostasía silenciosa”

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Mons. Gerhard Ludwing Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe Monseñor Ludwing Müller fue nombrado el pasado 2 de julio Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Profesor de teología dogmática durante 16 años en la universidad de Munich, fue nombrado obispo de Ratisbona en 2002, cargo que desempeñó durante diez años. Reemplaza ahora al Card. William Levada a la cabeza del ex-Santo Oficio. Mons. Müller nunca ha escondido su posición claramente hostil contra la Hermandad de San Pío X. En 2009 había dicho que los cuatro obispos de la Congregación debían “dimitir, y en los asuntos políticos y religiosos, no expresarse más en público”; según su parecer, tenían que “llevar una vida ejemplar como simples sacerdotes para reparar parte del inmenso daño provocado por el cisma”. Como en 2009 la Comisión Pontificia Ecclesia Dei pasó a depender de la Congregación para la Doctrina de la fe, él sería a partir de ahora el encargado de tratar con la Hermandad de San Pío X para cualquier contacto. Lo más problemático, sin embargo, reside en sus enseñanzas heterodoxas sobre cuestiones importantes de la fe, de cuya defensa él es el guardián. Para Mons. Müller no hay transubstanciación durante la Misa, sino que hay que hablar más bien de tranfinalización, esto es, que el pan y el vino reciben una nueva finalización. Con respecto a la Virgen Santísima, no tiene una idea demasiado clara de su virginidad perpetua. Si se refiere a los cristianos que no están en “plena comunión” con la Iglesia católica en cuanto a la doctrina, eso no es obstáculo para que estén “justificados por la fe y el bautismo” y “enteramente incorporados a la Iglesia de Dios”. A parte de esto, Mons. Müller no esconde su amistad con el peruano Gustavo Gutiérrez, uno de los más destacados defensores de la teología de la liberación, y con el que ha redactado una obra común. Gran promotor en su antigua diócesis del diálogo ecuménico fue el presidente de la comisión por el diálogo ecuménico, director católico de la comisión común de las iglesias ortodoxas y de la conferencia episcopal alemana y, dos meses después de su nombramiento como obispo de Ratisbona, nombrado por el card. Walter Kasper miembro de la comisión internacional luterano-católica romana. El 6 de agosto, interrogado por la agencia ETWN, se retractó de algunos de sus errores, aunque también es verdad que indicó que los reproches que se le hacían eran “provocaciones” en la medida en que las frases controvertidas habían sido sacadas de su contexto. En fin, que no suscita ninguna confianza el nuevo guardián supremo de la fe, responsable de su pureza e integridad. Es cosa terrible y muy grave nombrar a un zorro para que cuide y proteja a las gallinas.

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El mutismo doctrinal no es la respuesta a la “apostasía silenciosa”

salió la Congregación de la Fe que encabeza actualmente. ¿Cómo se presenta el futuro de la Hermandad San Pío X? ¿En el combate por la Tradición de la Iglesia, sigue transitando la Hermandad por una delgada cresta? Más que nunca debemos conservar efectivamente esta línea fijada por nuestro venerable fundador. Es un norte difícil de mantener pero es absolutamente vital para la Iglesia y para el tesoro de su Tradición. Somos católicos, reconocemos al Papa y a los obsipos, pero debemos ante todo conservar inalterada la fe, fuente de la gracia de Dios. En consecuencia, debe evitarse todo lo que podría ponerla en peligro, sin que por eso pasemos a ocupar el lugar de la Iglesia católica, apostólica y romana. ¡Lejos de nosotros la idea de constituir una Iglesia paralela, ejerciendo un magisterio paralelo!

Mons. Lefebvre explicó esto muy bien hace ya más de 30 años: lo único que quiso hacer fue transmitir lo que había recibido de la Iglesia bimilenaria. Eso es todo lo que nosotros queremos siguiéndolo a él, porque sólo así podremos ayudar eficazmente a “restaurar todas las cosas en Cristo”. No somos nosotros los que romperemos con Roma, la Roma eterna, maestra de sabiduría y de verdad. Con todo, sería irrealista negar la influencia modernista y liberal que se difunde en la Iglesia desde el Concilio Vaticano II y las reformas que le siguieron. En una palabra, guardamos la fe en el primado del Pontífice Romano y en la Iglesia fundada sobre Pedro, pero rehusamos todo lo que contribuye a la “autodemolición de la Iglesia”, reconocida por el propio Pablo VI en 1968. ¡Quiera nuestra Señora, Madre de la Iglesia, apresurar el día de su auténtica restauración! m (DICI n°258)

Comunicado de la Casa General de la Hermandad de San Pío X Monseñor Richard Williamson, habiéndose distanciado de la dirección y del gobierno de la Hermandad Sacerdotal de San Pío X desde hace varios años, y negándose a manifestar el respeto y la obediencia debidos a sus superiores legítimos, fue declarado excluido de la Hermandad Sacerdotal de San Pío X por decisión del Superior General y del Consejo, el 4 de octubre de 2012. Un último plazo le había sido concedido para conformarse a lo dispuesto, al término del cual anunció la difusión de una “carta abierta” pidiendo al Superior General que renunciara. Esta dolorosa decisión se hizo necesaria en atención al bien común de la Hermandad de San Pío X y de su buen gobierno, de conformidad con lo que Mons. Lefebvre denunciaba: «Es la destrucción de la autoridad. ¿Cómo puede ejercerse la autoridad si es necesario que ella pida a todos los miembros que participen en el ejercicio de la autoridad?» (Ecône, 29 de junio de 1987). Dado en Menzingen, a 24 del mes de octubre de 2012

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¿Qué es un concilio pastoral? (I) Naturaleza, finalidad, métodos y autoridad del Concilio Vaticano II Monseñor Bernard Tissier de Mallerais

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Qué es un magisterio pastoral? ¿Basta con decir “magisterio pastoral” para que lo sea? Además ¿es necesario que un concilio se declare “pastoral”? Todos los concilios ecuménicos han sido pastorales en el sentido que han conducido a los fieles católicos, ovejas del Buen Pastor, a las verdes praderas de la sana doctrina, protegiéndolos de los pastos enevenenados. 1./ Las verdes praderas son los dogmas, las verdades de la fe católica, los enunciados de los catecismos, que explican según los principios del sentido común (y de la filosofía del ser que constituye su marca científica) las verdades necesarias para la salvación, reveladas por Dios y confiadas por Él por esta razón al magisterio de su Iglesia. Los pastos envenenados son las herejías, las malas doctrinas contra las cuales el Apóstol San Pablo alerta a sus discípulos: «Pero el Espíritu claramen­ te dice que en los últimos tiempos apos­ tatarán algunos de la fe, dando oídos al espíritu del error y a las enseñanzas de los demonios» (I Tim. 4, 1). ¿Acaso el modelo del magisterio pastoral no es la encíclica Pascendi domi­ nici gregis de San Pío X? ¿Las palabras con las que comienza no evocan el deber

del pastor de apacentar a sus ovejas? «Respecto a la misión que nos ha sido confiada por el cielo, misión de apacen­ tar el rebaño del Señor, el primer deber asignado por Cristo es el de guardar con la mayor vigilancia el depósito de la fe transmitido a los santos, rechazando “las novedades impías y las contradicciones de la falsa ciencia”.(1) Ciertamente no ha habido ninguna época en que esta vigilancia no haya sido necesaria al pueblo cristiano».(2)

¿Es posible que las antítesis de una falsa filosofía, como las de Lutero, filosofía que se ha convertido en la filosofía de la Revolución francesa y que era todavía la de los años cincuenta, es posible decimos que hayan infectado tales antítesis incluso al magisterio supremo de un concilio ecuménico que se ha proclamado precisamente pastoral? Esta es la cuestión real que planteamos. La posibilidad de tal infección no se puede excluir si se considera que la herejía modernista condenada por el santo Papa renacía en la Iglesia en vísperas del Concilio, y que el mismo San Pío X, desde 1907, advirtió ya su profunda penetración en el seno de la Iglesia: «Nunca han faltado, suscitados por el enemigo del género humano, hombres de lenguaje perverso (Hechos, 20, 30),

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¿Qué es un concilio pastoral? (I)

charlatanes y embaucadores (Tit. 1, 10), hombres malos y seductores (II Tim. 3, 13). Pero hay que reconocer que el número se ha acrecentado de forma extraña en estos últimos tiempos, enemigos de la Cruz de Cristo (Fil. 3, 18), que con artes nuevos y sobremanera pérfidos se esfuerzan en quebrantar las energías vitales de la Iglesia e incluso, si pudieran, en subvertir de arriba abajo el reino de Cristo […] Estos artesanos del error no hay que buscarlos hoy entre los enemigos declarados. Se esconden, y es un asunto de temor y angustia vivísimos, en el seno mismo y en el corazón de la Iglesia, enemigos mucho más temibles en cuanto que no aparecen visibles como tales (…), que se presentan, haciendo caso omiso de modestia alguna, como renovadores de la Iglesia».

Ciertamente el Concilio ecuménico Vaticano II convocando a los obispos de toda la Iglesia bajo la autoridad del Pontífice romano, podía perfectamente ejercer el magisterio solemne e infalible de la Iglesia, pero cabe preguntarse si se puede excluir que haya sido desviado de sus fines propios mediante intenciones contrarias y métodos extraños en provecho de los errores que ya trepaban e incluso que ya habían florecido en la Iglesia formando un entretejido con todos ellos. Este es el debate que se puede abrir, y concluirlo tras una discusión y análisis. Sin embargo no queremos poner en tela de juicio el principio de la autoridad del magisterio confiado por Cristo a su Iglesia: «Quien a vosotros escucha a Mí me escucha» (Lucas, 10, 16). Pero hay que comprenderlo bien. Es de fe que existe en la Iglesia un magisterio vivo y perpetuo, que goza

mediante la asistencia del Espíritu Santo, con seguridad plena, de la enseñanza

El Concilio Vaticano II fue el vigésimo primer concilio ecuménico, convertido en símbolo de la apertura eclesiástica a la edad contemporánea. El Concilio fue anunciado por el papa Juan XXIII el 25 de enero de 1959, y celebró 178 reuniones durante los meses de otoño de cuatro años consecutivos. La primera sesión tuvo lugar el 11 de octubre de 1962 y la última el 8 de diciembre de 1965. De los 2.908 obispos, así como de otros posibles asistentes convocados, participaron en la sesión de apertura 2.540 procedentes de todas las partes del mundo. El promedio de asistencia a las sesiones fue de 2.200 personas. En la fotografía, 2.300 obispos asisten a la clausura del Concilio.

infalible de la verdad revelada contenida en la Sagrada Escritura y la Tradición divina oral y que es la norma “próxima” de la fe. Los concilios ecuménicos son los principales órganos de este magisterio. ¿Puede concebirse que un magisterio

¿Qué es un concilio pastoral? (I)

conciliar sufra una desviación y se convierta en un instrumento de corrupción de la fe? Para responder a esta cuestión general podríamos establecer en primer lugar los principios y sacar después las conclusiones. Mas preferimos partir de los hechos que nos hablan mejor que las tesis de teología; tomar como punto de partida lo que el Concilio ha dicho de sí mismo: de su naturaleza e intenciones; considerar seguidamente no tanto el detalle de los errores que haya proclamado sino más bien los métodos especiales que ha empleado para proponer sus doctrinas y de esta forma concluir dando a conocer la autoridad que puede otorgarse a tales doctrinas. Estas doctrinas son objeto de debate en la Iglesia desde hace cincuenta años que si no han sido cada vez más fuertes sí han sido más y más numerosas.(3) Pero la autoridad romana afirma que, aun teniendo un carácter de novedad, estas doctrinas se insertan necesariamente en continuidad con el magisterio precedente(4) que desarrollan forzosamente como lo muestra sin lugar a dudas una recta hermenéutica. Pero nos preguntamos si un Concilio que se dice “pastoral” habla en cuanto a materia necesaria o a materia contingente. ¿Nos da a entender una doctrina intemporal o una enseñanza de circunstancias? ¿Hace oír la enseñanza como objetivo del dogma inmutable de la fe de la Iglesia o una presentación subjetiva de éste en el molde del pensamiento moderno, es decir según los principios de una época por definición pasajera? Un concilio atípico 2./ Todos están de acuerdo en conceder al Concilio Vaticano II un carácter

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atípico entre los concilios ecuménicos. Juan XXIII quiso un “concilio pastoral” y Pablo VI lo calificó de “magisterio ordinario supremo”.(5) Ahora bien son novedades absolutas: un verdadero concilio “pastoral” debe apacentar a las ovejas con el pan de vida y la inteligencia del dogma católico, debe ser un concilio dogmático, definiendo verdades defini­ tivas (por definición) y excluyendo cualquier duda del espíritu de los fieles. El magisterio de un concilio ecuménico no es “ordinario” sino por definición “extraordinario”, ya que todos los obispos del mundo están ahí, de forma extraordinaria, reunidos alrededor del Sumo Pontífice. Detrás de esta contradicción intrínseca de las palabras “magisterio ordinario supremo” puede esconderse la confesión de una negación del magisterio. Veamos eso. Un concilio que no ha querido definir nada 3./ En contraposición con la mayoría de los anteriores concilios ecuménicos, el Vaticano II no ha querido definir nada “definitivamente”, como lo explicó dos veces durante el Concilio el secretariado general de la comisión doctrinal: Teniendo en cuenta el desarrollo de los concilios y del fin pastoral que es el del presente concilio, éste define que deberán ser asumidos necesariamente por la Iglesia únicamente los puntos declarados expresamente como tales. En cuanto a los otros temas propuestos por el Concilio, como representan la doctrina del magisterio supremo de la Iglesia, todos y cada uno de los fieles deben recibirlos y admitirlos según el espíritu del Concilio manifestado en él, tanto de la materia en cuestión como de la forma

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en que se expresa, según las normas de la interpretación teológica.(6)

4./ De esta declaración resulta que ninguna doctrina ha sido enseñada infaliblemente por el Concilio ya que no se ha impartido ninguna definición y que sólo las definiciones determinando que una doctrina debe ser aceptada firmemente por la Iglesia son infalibles. (7) Naturalmente el Concilio ha podido enseñar doctrinas ya enseñadas definitiva e infaliblemente por la Iglesia, pero el Vaticano II no les ha concedido por parte de su cabeza suprema ninguna infalibilidad. El Concilio ha podido igualmente enseñar verdades de fe ya enseñadas por el magisterio ordinario universal del episcopado establecido a través del mundo y que es infalible, tal como lo afirma Pío IX.(8) Es el caso del asentimiento respecto a todos los catecismos preconciliares sobre verdades concernientes a la fe o a las costumbres. El asentimiento firme de fe divina es requerido. Igualmente el Concilio ha podido confirmar mediante su enseñanza verdades que son solamente conclusiones teológicas aceptadas por el consentimiento constante de los católicos, tales como la naturaleza del purgatorio y la existencia del limbo, o conclusiones semejantes enseñadas por los Papas o las congregaciones romanas como teológicamente ciertas e incluso próximas a la fe, verdades que requieren un asentimiento de la inteligencia aunque no sea el asentimiento de la fe. (9) Y también el Concilio ha podido enseñar verdades ya enseñadas constantemente por uno o más Papas en una serie

notoria de actos de su magisterio ordinario y que podrían, como ya lo explicaremos, ser enseñadas infaliblemente en

Cardenal y patriarca de Venecia en 1953, Angelo Roncalli (1881-1963) fue elegido Papa a la muerte de Pío XII, el 28 de octubre de 1958, a los 77 años. La apertura de Juan XXIII hacia otras religiones se hizo patente con la creación en 1960 del Secretariado para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, en sus contactos con la Iglesia ortodoxa, con los líderes protestantes, con el Consejo Mundial de las Iglesias, y por su fomento del diálogo con los judíos.

razón de esta continuidad y de su enraizamiento en la Tradición. Tal enseñanza requeriría un asentamiento firme de la inteligencia en caso de no ser de fe. Por el contrario la doctrina de la sacramentalidad del episcopado enseñada pero no definida por la constitución conciliar Lumen Gentium (21, 2), y que nunca ha sido definida ni tampoco uná-

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nimemente enseñada anteriormente, no es infaliblemente enseñada por el Concilio. Y la colegialidad, el ecumenismo y la libertad religiosa, que nunca fueron enseñados por la Iglesia y que el Concilio no ha definido propiamente, no son tampoco doctrinas infaliblemente enseñadas. Por lo tanto no puede pretenderse elevar a estas doctrinas en casi dogmas ni incluso verdades auténticas a las que es preciso adherirse firmemente para permanecer católicos. 5./ Sin embargo como consecuencia también de la declaración del Secretariado del Concilio, anteriormente citada, resulta que la autoridad del Vaticano II es bastante menor que la de cada uno de los Concilios ecuménicos precedentes. Así pues Pablo VI se equivocaba y desviaba a la Iglesia diciendo que el Vaticano II es un concilio con no menos autoridad que los antecedentes y que incluso “en determinados aspectos es más importante que el mismo concilio de Nicea”, (10) ya que sus enseñanzas no son incuestionables. Este Papa quería hacer notar probablemente con estas palabras la reforma profunda de la Iglesia llevada a cabo por el Concilio, pero no podía atribuirle la infalibilidad. Un concilio que no ha querido condenar nada 6./ La debilísima autoridad magisterial que caracteriza al concilio se evidencia también en esa voluntad del Papa al convocar esta asamblea, no queriendo condenar nada y promoviendo, tal como se advierte en el discurso de apertura del Vaticano II, la misericordia con los errores en lugar de los anatemas:

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La Iglesia nunca ha dejado de oponerse a estos errores, incluso los ha condenado a menudo con gran severidad. Pero hoy la Iglesia de Cristo prefiere recurrir al remedio de la misericordia más que enarbolar las armas de la severidad, cree que más que condenar es mejor responder a las necesidades de nuestra época valorando más las riquezas de su doctrina. Es cierto que no escasean las doctrinas y opiniones falsas, peligros de los que es preciso estar alerta y que se deben rechazar; pero todo esto se opone tan claramente a las normas de honestidad y trae consigo frutos tan amargos que hoy en día parece que los hombres comienzan a condenarlos ellos mismos.(11)

El “remedio de la misericordia” no es evidentemente un remedio para el error: se tiene misericordia con las personas, con los que se equivocan y se arrepienten, pero no con las ideas, con las doctrinas, que son incapaces de arrepentimiento y merecen siempre por lo tanto ser condenadas. En cuanto a las “necesidades de nuestra época”, la de los años cincuenta, se caracterizaban por los atentados contra la liturgia tradicional, contra las verdades de fe sobre la Revelación divina, la naturaleza objetiva del depósito de la fe, la Tradición divina oral inmutable, el pecado original, la necesidad del Redentor, la necesidad de la fe en Cristo para salvarse, la redención por la expiación de su Cruz, la Iglesia única arca de salvación, el sacerdocio esencialmente sacrificador, el sacrificio propiciatorio de la Misa, sin contar la negación liberal del reinado político de Cristo Rey, las experiencias ecuménicas, la penetración del comunismo en el clero, la desviación de la Acción católica, el olvido del matrimonio ordenado a la procreación, etc. Se necesitaba una in-

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genuidad pobre y débil o tal vez un liberalismo decidido para intentar satisfacer a estas “necesidades” sin condenar esta trama de errores y este nuevo modernismo cuya gangrena corroía a los teólogos, los seminarios y las universidades católicas y en consecuencia el clero joven. La Encíclica Humani generis de Pío XII del 12 de agosto de 1950, al condenar una parte de estos errores, fue acogida en estos medios con desdén y rechazo. Recordamos gratamente aquellos tiempos en que la Iglesia condenaba esta nueva religión a través de su magisterio solemne pues lo que los hombres “comenzaban a condenar por si mismos”,(12) era la religión católica en toda la extensión de sus exigencias de fe íntegra y de virtud cristiana. 7./ Ahora bien, la Iglesia ha enseñado siempre la verdad revelada al condenar los errores opuestos. Desde el Concilio de Éfeso en el año 431 (13), y más propiamente desde el Concilio II de Constantinopla en el año 553,(14) la Iglesia los había condenado mediante anatemas. Nunca la Iglesia ha enaltecido más su doctrina que en tiempos de las herejías cuando éstas han sido proscritas por la “severidad de su magisterio”.(15) Así actuó el Concilio Vaticano I afirmando sin ambigüedad alguna en su Preámbulo de la Constitución dogmática Dei Filius sobre la fe católica: Establecemos y declaramos ante todos la doctrina salvífica de Cristo, proscribiendo y condenando los errores contrarios, tomando como fundamento la Palabra de Dios, escrita o transmitida, tal como la hemos recibido de la Iglesia Católica, santamente guardada y propuesta en toda su autenticidad.

El Concilio de Trento se pronunció con acento más fuerte en su Preámbulo de la sesión XIII sobre la Eucaristía: El santísimo Concilio ecuménico y general de Trento, para exponer la verdadera y antigua doctrina de la fe y de los sacramentos y para poner remedio a todas las herejías y demás peligros gravísimos que azotan a la Iglesia de Dios y la dividen en numerosas y diferentes partes, ha tenido desde el principio entre sus intenciones sobre todo la de erradicar la cizaña de errores y cismas execrables que el hombre enemigo, en nuestros calamitosos tiempos, ha sembrado en la doctrina de la fe, en el uso y el culto de la santísima Eucaristía… (DS 1635)

Y esta doctrina de la fe, después de ser expuesta con precisión, estos dos Concilios, así como los Concilios precedentes, la precisaban aún en términos breves y sin equívocos mediantes fórmulas negativas denominadas cánones, condenando con anatemas los errores opuestos: “Si alguien dice que… sea anatema”. Y, en cuanto al asentimiento de los teólogos, únicamente las fórmulas finales de los “cánones” relacionados con los anatemas son ciertamente infalibles y no los textos de los capítulos. Es decir que la forma normal y habitual en la enseñanza del magisterio de los Concilios es la reprobación de los errores opuestos a la doctrina de la fe, bien mediante símbolos o profesiones de fe o mediante anatemas. Vemos pues cómo, en su principio y por principio, el Concilio Vaticano II se ha separado de este modo de ejercicio del magisterio y de la autoridad correspondiente, no queriendo condenar nada, pero sí queriéndose limitar a “poner de relieve las riquezas de la doctrina” de la Iglesia.

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La negativa a condenar el comunismo 8./ El deseo de no condenar nada se ha manifestado particularmente en el Con-

El Concilio Vaticano I, vigésimo concilio ecuménico, fue famoso por su solemne definición de la primacía jurisdiccional y la infalibilidad papal. Convocado por el papa Pío IX, el concilio se reunió 93 veces en la basílica de San Pedro de Roma entre el 8 de diciembre de 1869 y el 1 de septiembre de 1870. De 1.050 obispos y otros posibles participantes, sólo asistieron 800 al concilio. El concilio se anunció en 1864, pero los preparativos se retrasaron. Proposiciones extraídas del Syllabus errorum constituyeron el sustrato del programa original.

cilio en el tema del comunismo. Moscú nada temía tanto como su condena solemne. Para impedirlo el Kremlin propuso la presencia en el Concilio de observadores del Patriarcado de Moscú, con la condición de que el Vaticano II callase sobre el comunismo. El acuerdo fue cerrado en París en agosto de 1962 y confirmado en Metz entre el arzobispo ortodoxo de Jaroslav, Nikodim, y el Cardenal Tisserant.(16) También, en el Concilio, cada vez que un obispo quería abordar la cuestión del comunismo, el Cardenal Tisserant intervenía para re-

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cordar la consigna de silencio querida por el Papa. Una petición de 332 Padres conciliares (que finalmente fueron 454 firmas) entregada por Monseñor Marcel Lefebvre al Secretariado general del Concilio el 9 de noviembre de 1965 se quedó “olvidada en un cajón”. La Constitución Gaudium et Spes consagró un capítulo entero sobre el ateísmo contemporáneo “que figura entre los hechos más graves de estos tiempos”.(17) Pero al comunismo como tal no se le menciona si no es de forma velada y en relación con su ateísmo militante: Entre las formas del ateísmo contemporáneo no debe silenciarse la que atañe a la liberación del hombre, sobre todo su liberación económica y social. A esta liberación se opondría, por su misma naturaleza, la religión, en la medida en que situando la esperanza del hombre en el espejismo de una vida futura, desviaría a éste en su tarea de edificar la Ciudad terrestre. Por eso los seguidores de tal doctrina, allí donde alcanzan el poder, atacan a la religión con violencia, utilizando para la difusión del ateísmo, sobre todo en lo que respecta a la educación de la juventud, todos los medios de presión que están a disposición del poder público. La Iglesia, fiel a la vez a Dios y al hombre, no deja de rechazar con dolor y con la firmeza más grande, como ya lo ha hecho en el pasado, estas doctrinas y conductas funestas que contradicen la razón y la experiencia común

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y degradan al hombre en su innata nobleza.(18)

Pero el análisis del comunismo como técnica de esclavitud de las masas y como práctica de la dialéctica(19), no se nombra en absoluto; y la prohibición de Pío XI de no colaborar en nada con el comunismo sencillamente se silencia, así como su afirmación según la cual “el comunismo es intrínsecamente perverso y no se puede admitir bajo ningún aspecto colaborar con él por parte del que quiera salvar la civilización cristiana”(20); sólo una discreta referencia a pie de página hace alusión a la Encíclica de Pío XI Divini Redemptoris. Un Concilio que no contiene ningún decreto disciplinar 9./ El Concilio, junto a la decisión de no condenar, ha añadido la decisión de no incluir decreto disciplinar alguno, incluso en sus “decretos” sobre la formación de sacerdotes, Optatam totius (OT), y sobre la vida y el ministerio de los sacerdotes, Presby­ terorum ordinis (PO), limitándose a unas consideraciones generales sobre “la primera función del sacerdote” que es el anuncio de la Palabra de Dios (PO, 4, 1), igualmente sobre la asamblea eucarística (PO, 5, 3), la profundización en el espíritu de oración (PO, 5, 3), la unión de los presbíteros entre sí (PO, 7, 1), la obediencia sacerdotal impregnada de espíritu de cooperación (PO 7, 2), tantas cosas vagas o equívocas, incluso falsas. Sólo algunas indicaciones son pertinentes pero sin carácter obligatorio ni directiva concreta. En cuanto a los seminarios encontramos la sugerencia de “fijar

«“Comunistas, ¿qué solicitáis para que podamos recibir a algunos representantes de la Iglesia Ortodoxa rusa en el Concilio, ¡algunos emisarios de la K.G.B!”? La condición exigida por el patriarcado de Moscú fue la siguiente: “No condenéis el comunismo en el Concilio, no habléis de este tema” (Yo agregaría: “¡sobre todo no os atreváis a consagrar Rusia al Corazón Inmaculado de María!”) y además, “manifestad apertura y diálogo hacia nosotros”. Y el acuerdo se hizo, la traición fue consumada: “¡De acuerdo, no condenaremos al comunismo!” Esto se ejecutó al pie de la letra: yo mismo llevé, junto con Mons. Proença Sigaud, una petición con 450 firmas de Padres conciliares al Secretario del Concilio, Mons. Felici, pidiendo que el Concilio pronunciara una condenación de la más espantosa técnica de esclavitud de la historia humana, el comunismo. [...] El concilio, cuya intención era discernir los “signos de los tiempos”, fue obligado por Moscú a guardar silencio sobre el más evidente y monstruoso de los signos de estos tiempos» (Mons. Lefebvre, Le destronaron). En la fotografía, el Card. Tisserant, autor del acuerdo con los comunistas, fue quien intronizó en febrero de 1956 a Mons. Lefebvre como Arzobispo de Dakar.

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un espacio de tiempo conveniente para una preparación espiritual más intensa” (OT, 12), lo que Monseñor Marcel Lefebvre llevó a cabo con el año de espiritualidad previo a los estudios filosóficos y teológicos: “una especie de noviciado para los futuros sacerdotes”. Y en cuanto a los sacerdotes se les aconseja unir al Sacrificio de la Misa la ofrenda de su propia vida (PO, 5, 3), lo que Monseñor Lefebvre plasmó en su Hermandad sacerdotal de vida común sin votos. Para no ser injustos con Presbyte­ rorum ordinis digamos que el mismo Monseñor Lefebvre consideraba este decreto como el mejor documento del Concilio, a causa de su capítulo sobre “la vocación de los sacerdotes a la santidad” y de sus apartados sobre la castidad, el celibato y la pobreza voluntaria de los sacerdotes. Esto nos lleva a no “rechazar en bloque” al Concilio Vaticano II. Este no es nuestro pensamiento ni será nunca nuestra posición. Se encuentran en efecto dosis de verdad y de bien en los documentos conciliares. Pero la cuestión que planteamos en el presente trabajo es la de la autoridad y naturaleza del Concilio. Y precisamente queremos responder a esta cuestión. Un Concilio que pretender ser “pastoral” y no “dogmático” 10./ Negándose a condenar y en ausencia de un decreto concreto en cuanto a la disciplina, el Concilio añade la afirmación de que quiere ser “pastoral”. ¡Como si los Concilios precedentes, todos y cada uno de ellos, no hubieran sido pastorales y eminentemente pastorales por su celo dogmático y disciplinar! Y como si no fuera lo propio del oficio de pastores, y en primer lugar, no permitir a

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las ovejas que se acerquen a los praderas de hierbas venenosas para después conducirlas con firmeza al alimento bueno y abundante. De repente esta voluntad “pastoral”, en contradicción con el celo doctrinal tradicional, sonaba a falso y dejaba sentir sobre el incipiente Concilio un aire equívoco o al menos una falta de claridad de intención. El discurso tortuoso y contradictorio pronunciado por Juan XXIII en la apertura del Concilio no hace más que reforzar la pesada apariencia de un gran disimulo: Lo que es necesario hoy es la adhesión de todos, con renovado amor, con paz y serenidad, a toda la doctrina cristiana en su plenitud, transmitida con esta precisión de términos y de conceptos que ha sido especialmente la gloria del Concilio de Trento y del Concilio Vaticano I. Es preciso que (…) esta doctrina sea conocida de forma más amplia y clara, que las almas se sientan más profundamente impregnadas por ella, transformadas por ella. Es necesario que esta doctrina cierta e inmutable, que debe ser respetada fielmente, se profundice en ella y se la presente a las almas según las exigencias de nuestra época. En efecto uno es el depósito de la fe, es decir las verdades contenidas en nuestra venerable doctrina y otra es la forma bajo la cual estas verdades son presentadas, manteniendo sin embargo su mismo sentido y su mismo alcance. Hay que dar mucha importancia a esta forma y trabajar pacientemente, si es preciso, en su elaboración; se deberá recurrir a una presentación que corresponda mejor a una enseñanza de carácter sobre todo pastoral. (…) (La Iglesia) estima que más que condenar conviene mejor a las necesidades de nuestra época poner de relieve las riquezas de su doctrina.(21)

Las afirmaciones de ortodoxia y fi-

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delidad al depósito de la fe no pueden disimular su debilidad ya que se ven contrapuestas por la distinción capciosa entre la “forma” y el “contenido” que permitía establecer la intención de cambiar la “forma” es decir la formulación de la doctrina de la fe, en un, digamos, deseo de adaptarse a las supuestas necesidades de una época. Era bastante previsible que al cambiar la forma de las verdades de fe cambiaría también el contenido: Pío XII, en Humani gene­ ris, había alertado contra “el desprecio de los términos mediante los cuales se notifica la doctrina” y al que acompaña a su vez “el desprecio de la doctrina comúnmente enseñada”, alertando también contra “la substitución de las antiguas nociones por nociones nuevas” y que responde a un cambio de filosofía(22). Por supuesto que Pío XII admitía que las palabras usadas por el magisterio “pueden ser siempre mejoradas y perfeccionadas”. Pero el pulir las palabras se hacía siempre en la línea de una precisión más grande y en absoluto con el fin de adaptarlas, adaptación que es más transitoria cuando se adapta a un auditorio de una época particular, la de los años sesenta que fatalmente no sería la de los años dos mil. Podamos por tanto decir que por estas razones de “cambio de forma” la seriedad del Concilio se vería zarandeada y de entrada su autoridad comprometida. ¿Qué es una “enseñanza pastoral”? 11./ Dicho esto a priori, intentemos ahora comprender históricamente este proyecto de una enseñanza “pastoral”. Es la respuesta a tendencias y aspiraciones de una determinada teología con-

temporánea: vuelta a las fuentes y síntesis de la fe. Dejemos a un abogado de estas aspiraciones el trabajo de explicarlas. En cualquier caso no se corresponden con la finalidad de un Concilio que es enseñar las verdades necesarias para la salvación reafirmándolas y precisándolas contra los que las niegan. Hemos adelantado el hecho de que cada uno de estos concilios precedentes, cada una de las enseñanzas de los Papas anteriores, se habían propuesto transmitir partes de la doctrina católica según las necesidades inmediatas de aquellos tiempos, pero sin pretender ser la última palabra ni considerar el conjunto de esta doctrina. -Así pues, en primer lugar, la verdad revelada, según tales doctrinas, está sometida en el tiempo al plan de la divina Providencia que ha previsto un proceso de interiorización progresiva de la verdad, por el cual, progresivamente revelada en la Escritura, la verdad debe progresivamente hacerse realidad en la Iglesia(23). Así la idea y la naturaleza de un sacrificio ofrecido a Dios debían ser en primer lugar las de un sacrificio exterior de animales sacrificados, que era solamente el “sacramento” del sacrificio interior y la prefiguración del sacrificio futuro. Por ello, como lo habían reclamado y anunciado los profetas, llegó el sacrificio perfecto del Hombre-Dios, realizando la coincidencia del sacrificio exterior con el sacrificio interior, sacrificio perpetuado en los altares tal como lo definió el Concilio de Trento, como sacrificio propiciatorio. Pero esta primera interiorización debía acabarse con una segunda: el sacrificio del sacerdote-hostia debía cumplirse en y por la Iglesia, en el verdadero sacrificio del cristiano, el sacrificio universal que constituye,

¿Qué es un concilio pastoral? (I)

según San Agustín, el Cuerpo místico de Cristo. Hay que leer en San Agustín, dice el Padre Congar, los admirables textos,

El Padre Congar, teólogo experto en el Concilio, fue el autor principal junto a Karl Rahner de sus principales errores. El mismo confiesa que la declaración sobre la libertad religiosa, Dignitatis Humanæ, es contraria al Syllabus del mismo Pío IX: «No se puede negar que la afirmación de la libertad religiosa hecha por el Concilio Vaticano II expresa materialmente otra cosa que el Syllabus de 1864, más aún casi lo contrario de las proposiciones 16, 17 y 19 del citado documento». En la fotografía, el P. Joseph Ratzinger con el P. Congar en el Concilio.

cumbre de la contemplación teológica, en los que este Doctor muestra que el verdadero sacrificio del cristiano, el sacrificio respecto al cual los otros son sólo “sacramentos”, medios de realización destinados a ser superados, no es otro que el Cuerpo de Cristo total, la tota re­ dempta Civitas.(24) Es digno de admiración y bienaventurado el cristiano que medita y contempla este misterio. Pero el inconveniente de este sacrificio “acabado” radica en que no es propiciatorio. Desde enton-

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ces cuando el Padre Congar invitaba a la Iglesia a elevarse hasta este estado definitivo de interiorización de la verdad revelada y a esta cumbre del desarrollo dogmático en profundidad y altitud, ¿acaso no invitaba al magisterio a superar la consideración intermediaria del sacrificio propiciatorio de Cristo solo? Y ya que, decía el Padre Congar, “San Agustín explica la verdad del sacerdocio de manera exactamente corresponsal”, ¿no debía el magisterio extender el sacerdocio a todo el Cuerpo místico? -Además, y en segundo lugar, las enseñanzas dogmáticas de los precedentes concilios fueron dispensadas para oponerse a los errores; las decisiones estaban condicionadas por estas condenas. Se habían producido sospechas respecto a verdades totalmente católicas a causa de los errores que las habían desviado y falseado separándolas totalmente de la doctrina de la fe(25). Daba como ejemplo el silencio que siguió a Trento sobre el “sacerdocio de los fieles”, falseado por Lutero y condenado por esa razón, pero que merecía ahora, una vez rectamente comprendido, ser rehabilitado. Convenía pues recuperar y adquirir de nuevo estas verdades, despreciadas equivocadamente, para bien del pueblo cristiano. -Por otra parte, y en tercer lugar, respecto a la orientación exclusiva del magisterio precedente reprobando doctrinas erróneas, resultaba inevitable-

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mente una división y una restricción de la doctrina gracias a miradas parciales y unilaterales(26). Faltaba una visión de conjunto que uniese en un todo armonioso los puntos de esta doctrina, tanto en sus grandes capítulos, como la salvación y la redención por la Cruz, la misma Iglesia (su naturaleza, su jerarquía, su misión), los sacramentos, etc., como en todo su conjunto. El Concilio debía ofrecer tratados “más amplios” en los que se desarrollarían las Epístolas de San Pablo y los escritos de los Padres de la Iglesia, de gran riqueza en cuanto a intuiciones vastas y profundas. Desarrollaría así la doctrina no en precisión y explicitación, sino en plenitud, equilibrio y amplitud. La sabiduría de una élite de los cristianos encontraría ahí su mejor partido, así es, ya que las verdades de fe serían vistas “con más perspectiva”, unificadas por su coherencia con ciertas líneas generales del plan de la sabiduría divina, como se esforzaba por separarlas la teología contemporánea. Tal modo de presentación de la doctrina sería, según Juan XXIII, más apto para hacer conocer y estimar a la Iglesia católica por las gentes de afuera, e incluso mejor para “impregnar más y más” a los católicos, más que la enseñanza por partes sucesivas propuesta hasta ahora por el magisterio. Esquemas doctrinales preparatorios eliminados en provecho de esquemas doctrinales 12./ ¿Este audaz proyecto estaba realmente en conformidad con las necesidades contemporáneas de unos y otros?

«El 30 de octubre, al día siguiente de su setenta y dos cumpleaños, el Card. Ottaviani se dirigió al Concilio para protestar contra los drásticos cambios que se estaban sugiriendo para la Misa. “¿Queremos suscitar el asombro, o tal vez el escándalo, en el pueblo cristiano, introduciendo cambios en un rito tan venerable, aprobado durante tantos siglos y ahora tan familiar? No se debe tratar el rito de la Santa Misa como si fuese un vestido adaptado a la moda caprichosa de cada generación”. Al estar hablando sin papeles a causa de su ceguera parcial, se excedió del tiempo límite de diez minutos que se había solicitado a todos que observasen. El Card. Tisserant, decano de los Presidentes del Concilio, enseñó su reloj al Card. Alfrink (en la foto), quien presidía aquella mañana. Cuando el Card. Ottaviani alcanzó los quince minutos, el Card. Alfrink hizo sonar la campanilla de advertencia. Pero el orador estaba tan enfrascado en su tema que o bien no oyó la campana, o bien la ignoró deliberadamente. Ante una señal del Card. Alfrink, un técnico apagó el micrófono. Tras confirmar el hecho golpeándolo suavemente, el Card. Ottaviani se desplomó en su asiento, humillado. El más poderoso cardenal de la Curia Romana había sido silenciado, y los Padres conciliares aplaudieron con alborozo» (Ralph M. Wiltgen, El Rin desemboca en el Tíber).

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¿Era realizable? ¿Era el indicado para alcanzar su fin? ¿Había necesidad de un Concilio para cumplirlo? ¿Realmente sería más eficaz que nuestros sencillos catecismos? ¿Cuál sería su autoridad magisterial? Nuestra respuesta es que esta exposición general de la doctrina se adaptaba a un tiempo imaginario de paz en la Iglesia en el que los fieles conocerían perfectamente las verdades necesarias para la salvación, es decir su catecismo, y en el que la jerarquía no tendría que combatir ningún error ni desviación, y en el que los teólogos no tendrían nada más que contemplar plácidamente “la verdad segura e inmutable bien conocida por todos”, como decía Juan XXIII en su irenismo optimista. Pero la realidad de los años cincuenta era muy distinta. La primera necesidad de la época era sin lugar a dudas reparar la ignorancia creciente de los fieles en cuanto a las verdades necesarias para su salvación; y cómo restaurar la fe sino a través de una catequesis de niños y adultos(27), meticulosa en ortodoxia y precisión, y con la redacción de un catecismo que podría ser un modelo universal, según el ejemplo del catecismo de San Pío X.(28) Era también necesario, como lo hemos dicho, una nueva y solemne condena(29) de los errores que circulaban e intentaban concebir una nueva Iglesia más vasta, como si la Iglesia Católica no fuera ya la única arca de salvación; y una nueva religión sin orden sobrenatural gratuito, sin ofensa a Dios por el pecado, sin satisfacción ofrecida por Jesucristo(30). Era por lo demás un Concilio dispuesto a condenar todos esos errores el concebido por el Cardenal Alfredo Ottaviani, Secretario del Santo Oficio, y sus colaboradores; así lo habían comprendido la mayor

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parte de las comisiones que habían elaborado, sobre los temas puestos en tela de juicio, esquemas preparatorios, quizá demasiado numerosos, pero notables por sus concisión y sus referencias al magisterio precedente. Ahora bien, casi todos estos esquemas (salvo el de Annibale Bugnini sobre la liturgia), por haber sido redactados en “estilo escolástico” y por no corresponder a una “más amplia” presentación doctrinal preconizada por Juan XXIII, fueron rechazados desde el principio de la primera sesión del Concilio, el 20 de noviembre de 1962(31). En lugar de estos esquemas, considerados “demasiados dogmáticos y escolásticos”, Monseñor Marcel Lefebvre propuso(32) que el Concilio elaborase para cada tema dos tipos de textos: un texto “pastoral” como deseaban los progresistas y un texto dogmático con un lenguaje bien preciso y condena de los errores por los “cánones”; mas hicieron caso omiso de esto. Se habría podido también pensar, como hemos dicho, en la redacción de un catecismo mundial que incluyese la respuesta requerida por unos a los errores modernos, e introducciones de síntesis para satisfacer las peticiones de los otros. Pero para eso no hacía falta una asamblea consultiva de dos mil obispos; una comisión episcopal con varias subcomisiones de teólogos y pastores de almas hubiera sido preferible. Pero ya que el Concilio había sido iniciado, en lugar de los esquemas preparados fueron otros esquemas, con el visto bueno de Juan XXIII, los que fueron preparados más que deprisa por los expertos de los episcopados “de las orillas del Rin”(33) y en el estilo “pastoral” deseado que fue el de las constituciones pastorales, constituciones “dogmáticas”

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(que eran docrinales ciertamente pero no dogmáticas) y los decretos y declaraciones (como la de libertad religiosa) del Concilio. Por lo tanto, sí, esta pretendida enseñanza “pastoral” era posible y sería de hecho difundida sacrificando todo el trabajo preparatorio llevado a cabo en Roma durante dos años. Hay que subrayar la grave imprudencia cometida por Juan XXIII en la aceptación de un cambio tan convulsivo. La teología romana corría el peligro de ser reemplazada a partir de esto por la “nueva teología”. Sin duda quedaba la esperanza de la asistencia del Espíritu Santo pero habría sido más prudente no contristar al Espíritu tan de golpe. Esquemas imprecisos, en regresión e inconsistentes 13./ ¿Pero por lo menos los documentos “más extensos” serían provechosos para su meditación? Sin duda aunque la adaptación de todo este trabajo en el contexto de su tiempo sería nula, como ya lo hemos indicado. Por otra parte la autoridad de una obra como ésta, incluso conciliar, dependería de su consistencia y de su fidelidad a la doctrina transmitida hasta entonces: y la influencia de tal estudio dependería del progreso que podría incidir en la catequesis y la predicación de los pastores de almas. -En cuanto a la fidelidad de las variadas y numerosas referencias conciliares a la Tradición, por el hecho de que el Concilio se proponía hablar no sólo a los fieles sino al mundo(34), adoptó respecto a la sana doctrina una serie de libertades de expresión para granjearse el favor de este mundo, ateo sin ser malvado, y hacerle aceptar la colaboración que le ofrecía la Iglesia. En la Constitución sobre

la Iglesia en el mundo de hoy, sostenía este tipo de lenguaje: “Creyentes e increyentes están generalmente de acuerdo sobre este punto: todo en la tierra debe ser ordenado al hombre como su centro y cumbre” (GS 12, 1). Mas este “acuerdo” es equívoco y esconde un desacuerdo fundamental: en efecto para el ateo las cosas del mundo son “para el hombre”, y esto es todo; pero para el creyente, para el cristiano, “las cosas de la tierra han sido creadas a causa del hombre, para ayudarle en la consecución del fin que Dios le ha señalado al crearlo”, es decir “para alabar, honrar y servir a Dios su Creador y, por este medio, salvar su alma”(35). Es bastante diferente. Ciertamente el mismo documento conciliar precisa más adelante que “Dios es el fin último del hombre” (GS 41,1) pero el equívoco del punto de partida permanece. ¿Puede acaso asentar la Iglesia su colaboración con el mundo sobre un equívoco? Y esta propuesta de “colaboración” por parte de la Iglesia constituye una humillación inimaginable de la dignidad de la Esposa de Cristo, degradada y reducida a objetivos puramente naturales y terrestres, y también una traición de la misión de la Iglesia que es hacer frente a este mundo o convertirlo. -En cuanto al progreso de la doctrina en perspectivas “más amplias”, con vistas a su desarrollo, los teólogos que apadrinaban estos panoramas más amplios tendrían que haber confesado que, lejos de aportar un desarrollo doctrinal, lo que han llevado a cabo es una verdadera regresión de la doctrina de lo explícito hacia lo implícito, pues lo que se podría ganar en armonía y contemplación se iba a perder en cuanto a conveniencia

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y concisión. El famoso “sacerdocio común” eclipsaría a los fieles en un primer momento y seguidamente llevaría a despreciar el sacerdocio propiamente

Los preparativos para el Concilio comenzaron en mayo de 1959, cuando se solicitaron sugerencias a los obispos católicos del mundo, a las facultades de teología y a las universidades. Trece comisiones preparatorias, con más de 1.000 miembros, fueron seleccionadas para rechazar las versiones preliminares sobre un amplio abanico de temas. Prepararon 677 documentos, llamados esquemas o schemata, que fueron reducidos a 17 por una comisión especial convocada en las sesiones de los años 1962 y 1963. En la fotografía, cardenales discutiendo durante una de las sesiones del Concilio.

dicho, disminuyendo la estima de los sacerdotes hacia su propio sacerdocio. Se iba a perder en ciencia teológica pura y simple, como en la enseñanza del catecismo breve y preciso, lo que se iba a adquirir de sabiduría contemplativa demasiado reequilibrada y pretenciosa. En el fondo, decía Monseñor Lefebvre respecto a este Concilio pastoral: “Sus afirmaciones valen lo que puede valer un sermón, un sermón elaborado por supuesto por una asamblea, por la asamblea de los obispos: es una predi-

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cación” . Honradamente no es esto lo que debería esperarse de un Concilio, porque nunca Concilio alguno ha permitido que se pierda o difumine algo de su patrimonio de precisión doctrinal. -Respecto a la coherencia de la doctrina conciliar no siempre iba a estar patente. Veamos un ejemplo de un párrafo de Gaudium et Spes: (36)

Lo mismo que el género humano en la actualidad, cada vez más y más, tiende a la unidad civil, económica y social, los sacerdotes tienen también el deber urgente de unir sus preocupaciones y los medios de que se valen fieles a los obispos y al Sumo Pontífice para alejar cualquier forma de división y conducir a toda la humanidad a la unidad de la familia de Dios (GS 28, 4).

Los sacerdotes, los obispos e incluso el Papa pueden conducir a toda la Humanidad… La unidad del género humano puede transformarse en la unidad católica… ¿O es al contrario?(37) ¿Por arte de magia? ¿El irenismo es capaz de superar las “divisiones”, es decir la ignorancia, la incredulidad, la herejía o la persecución? Se movían en un total idealismo. 14./ La influencia real de los textos “pastorales” podría ser más o menos la de las “introducciones al misterio de la salvación” de los manuales modernos de los años sesenta. Incluso la autoridad que le iba a conceder el magisterio incluso “supremo” de este Concilio ecuménico no iba más allá de la autoridad del

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magisterio ordinario del Pastor universal, por ejemplo la autoridad de una Encíclica. ¿Entonces qué pasa? Esta autoridad de los textos pastorales se limitaría a la de una larga Encíclica. Una autoridad que no es incluso la de una larga Encíclica Para empezar, esta autoridad no sería nula si creemos a lo que Pío XII decía al referirse a la autoridad de una Encíclica: No debemos pensar que lo que se nos propone en la Cartas Encíclicas no exige por sí mismo nuestro asentimiento, con el pretexto que los Papas no ejercen en estos escritos el poder supremo de su magisterio. Es por supuesto el magisterio ordinario el que emana de estos documentos y para este magisterio es igualmente válido lo expresado así: “Quien a vosotros escucha a Mí me escucha” (Lucas 10, 16); y lo más frecuente es que lo que es propuesto e inculcado en las Encíclicas pertenece ya además a la doctrina católica. Si en sus actos los Sumos Pontífices proyectan un juicio sobre una cuestión discutida hasta entonces, es patente ante todos que conforme al espíritu y a la voluntad de estos Pontífices, esa cuestión no puede ser considerada como una cuestión sometida a la libre discusión de los teólogos(38).

Por supuesto una Encíclica contiene numerosas doctrinas ya enseñadas, incluso definitivamente por el magisterio. En cuanto a los juicios de los Papas sobre cuestiones discutidas hasta entonces, si

«Es innegable que Pablo VI estuvo fuertemente marcado por el liberalismo. Eso explica la evolución histórica vivida por la Iglesia en estas últimas décadas, y caracteriza muy bien el comportamiento personal de Pablo VI. El liberal, como vimos, es un hombre que vive perpetuamente en la contradicción: afirma los principios pero hace lo contrario, vive perpetuamente en la incoherencia» (Mons. Lefebvre, Le destronaron). En la fotografía, Pablo VI en Sede gestatoria atraviesa la nave central de la Basílica Vaticana durante la conclusión de la última sesión del Concilio Vaticano II (7 diciembre 1965).

son lo suficientemente precisos y “si el Papa hace ver con claridad su intención de dar por acabado un debate, fijando irrevocablemente un punto de doctrina revelada”(39), en ese caso son infalibles. Si no hay esta solemnidad, es decir este carácter preciso e irrevocable,

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no son infalibles; más que juicios son enunciados. Pero tales enunciados podrían tener sin embargo una enorme autoridad e incluso ser infalibles con tal que se inscriban en una continuidad de pronunciamientos de los Papas sobre un mismo punto doctrinal proferidos en nombre de la Palabra de Dios escrita o transmitida(40). Tal es por ejemplo la enseñanza digna de mención por su continuidad de los Papas Gregorio XVI (Dz 1614-1615), Pío IX (Dz 1755; 1777-1778) y León XIII (Dz 1867, 1874) sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado y la tolerancia; también la enseñanza de Pío XII sobre la malicia de la contracepción y la limitación de nacimientos, transmitida con una continuidad patente y una creciente precisión en toda una serie de sus acostumbradas alocuciones. No se puede ya poner en duda tales doctrinas. 15./ Todos estos principios hay que aplicarlos a la “larga encíclica conciliar”. Por ejemplo en cuanto a las tres doctrinas principales del Concilio, la colegialidad, el ecumenismo y la libertad religiosa, ¿existe una continuidad patente con el magisterio precedente? ¿Acaso ha habido una serie de enunciados magisteriales cuyas declaraciones conciliares constituyan su finalidad y plena realización? ¿Ha habido, gracias al Concilio, esta confirmación final de una doctrina tradicional que es el signo de la presencia del Espíritu Santo cuya asistencia habría iluminado al episcopado? Doctrinas desarraigadas y su proceso de fermentación en el magisterio tradicional Por el contrario se advierten dos hechos innegables:

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-Primeramente durante el Concilio Vaticano II se produjo “un proceso de fermentación de tres años”(41), una evolución acelerada de las ideas de los Padres conciliares en el sentido de una reforma liberal de la Iglesia, mientras que para la mayoría, cada uno de ellos en su diócesis, no había soñado nunca con tal reforma. Ciertamente cada uno de ellos deseaba algunas reformas puntuales, alguna flexibilidad en la disciplina, incluso ciertas reafirmaciones doctrinales contra los errores, pero raros eran los que deseaban una adaptación al espíritu del mundo liberal. Ahora bien, este espíritu les fue infundido en el momento del Concilio por influencia de los Padres más liberales y de sus teólogos (sus “expertos”) los cuales aún desde poco tiempo atrás eran sospechosos de heterodoxia o habían sido sancionados por el Santo Oficio(42). Y esta influencia se hizo mayor por la fuerte presión de la opinión pública creada por los medios de comunicación de los cuales solamente los liberales sabían servirse. A diferencia de los Concilios precedentes de Trento y Vaticano I no podemos decir que las doctrinas principales del Concilio Vaticano II reflejen la doctrina casi unánimamente enseñada por el magisterio ordinario de los obispos establecido en sus diócesis en vísperas del Concilio. Ahora bien esta “unanimidad en el espacio” del magisterio a través del mundo es un signo de “la unanimidad en el tiempo”: lo que todos los obispos enseñan y unánimemente creen todos los fieles en una determinada época, sólo puede ser una doctrina que fluye de una larga tradición(43). Se dice en apologética que la unanimidad de una doctrina revela su apostolicidad. Y así la unanimidad de otrora del episcopado es

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signo de la verdad de la doctrina de un concilio; es este fiel reflejo sobre el que se asienta en consecuencia la autoridad de su enseñanza, según el aserto de San Vicente de Lérins: “Quod ubique, quod semper, quod ab ómnibus”, lo que ha sido enseñado y creído en todas partes, lo que ha sido enseñado y creído siempre, lo que ha sido enseñado y creído por todos, es lo que debemos creer. Gustosos podríamos hacer la siguiente glosa: lo que ha sido creído y enseñado en todas partes, porque eso ha sido creído y enseñado siempre, esto es lo que todos deben creer y enseñar, id quod ubique, eo quod semper, hoc ab ómnibus cre­ dendum est. En consecuencia estas tres doctrinas, que no se enseñaban en vísperas del Concilio, no son apostólicas ni se remontan a tiempos de los Apóstoles y por lo tanto no gozan de autoridad magisterial alguna. -En segundo lugar ninguna de estas tres doctrinas principales del Concilio se presenta como un juicio definitivo, por supuesto, ni como la confirmación de una serie de enseñanzas precedentes que fácilmente se puedan tomar como referencia en los actos del Magisterio, imponiéndose por esta razón el asentimiento. Sería inútil pedir a los protagonistas de la colegialidad, el ecumenismo y la libertad religiosa reproducir aquellos enunciados magisteriales cuya conclusión coincida con estas doctrinas, confirmándolas al mismo tiempo. Así el esquema de Bea sobre la libertad religiosa comprendía quince páginas de textos y cinco de notas sin ninguna referencia al Magisterio de la Iglesia, mientras que el esquema simultáneo de Ottaviani sobre la Ciudad católica y las religiones contenía nueve páginas

concisas de textos y catorce de notas con referencia, valiéndose de numerosas citas, al Magisterio pontificio desde Pío IX hasta Pío XII. ¿Cuál de estos dos esquemas preparaba un documento de naturaleza magisterial? Desde entonces, y también a causa de esta segunda razón, podemos concluir que las tres doctrinas principales del Concilio no gozan de autoridad magisterial. E incluso, a contrario, si después del Concilio una doctrina enseñada por éste continúa durante décadas siendo objeto de discusiones e incluso de objeciones en la Iglesia sin que por ello incurran en cisma o herejía aquellos que lo rebaten, ¿no es esto signo de que en esta materia la autoridad del magisterio ordinario no estaba comprometida? Este es el caso de las tres doctrinas estelares del Concilio Vaticano II: la colegialidad, el ecumenismo y la libertad religiosa, negadas en todo momento por dos obispos, Monseñor Lefebvre y Monseñor de Castro Mayer. Y este rechazo continúa aún cuarenta años después del Concilio. La perseverancia en sus posiciones, la altura de sus argumentos, la fuerza demostrada al afirmar estas objeciones, ¿no son acaso un argumento histórico que podría convertirse en el argumento primordial, por delante incluso del argumento dado por el contenido de estas tres doctrinas contradictorias, y así poner en duda estas tres doctrinas principales y de esta forma rechazar su autoridad magisterial? La Iglesia no puede enseñar doctrina alguna dejando un margen a la duda. Por otra parte el 3 de diciembre de 1965, dos semanas antes de la penúltima votación sobre el esquema de la libertad religiosa, cuyo escrutinio había dado 249 votos en contra del documento frente a los 1954

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votos del conjunto de Padres, un especialista de Derecho internacional, Monseñor di Meglio, declaró: En cuanto a la declaración sobre la libertad religiosa, desprovista de valor dogmático alguno, los votos negativos de los Padres conciliares constituirán

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16./ Habiendo demostrado suficientemente que, sin arraigo en el Magisterio anterior y sin voluntad clara de confirmar éste, la enseñanza de las doctrinas principales del Concilio no goza de autoridad alguna; por lo tanto ahora podemos responder a la última cuestión más general: la presentación “pastoral” de la doctrina llevada a cabo por el Concilio, ¿no presenta de entrada una serie de inconvenientes y de peligros para una enseñanza magisterial? Inconvenientes de una presentación “pastoral” de la doctrina de la fe

«[Pablo VI] no ocultó sus simpatías liberales: en el Concilio, los hombres que nombró moderadores en lugar de los presidentes designados por Juan XXIII, esos cuatro moderadores fueron, con el Card. Agagianian, cardenal de Curia sin personalidad, los cardenales Lercaro, Suenens y Döpfner, los tres liberales y amigos personales. Los presidentes fueron relegados a la mesa de honor y fueron los tres moderadores quienes dirigieron los debates del Concilio. De igual manera, Pablo VI sostuvo durante todo el Concilio la facción liberal que se oponía a la tradición de la Iglesia. (Mons. Lefebvre, Le destronaron). En la fotografía, el Card. Agagianian habla con un obispo durante la sesión de apertura del Concilio, en octubre de 1962.

un factor de gran importancia para el estudio futuro de la declaración y en especial para la interpretación de la misma(44).

¿Pero una doctrina que es necesario seguir interpretando es una doctrina digna del Magisterio?

Re sp onde mos planteando tres nuevas preguntas: -En primer lugar, como lo temía ya en el Pontificado de Pío XI el Cardenal Billot, un Concilio en la época postmodernista y laicista ¿no llegaría a ser un lugar público de enfrentamientos entre verdaderos católicos y liberales? ¿Estos últimos no intentarían acaso “aprovecharse de los Estados generales de la Iglesia para hacer estallar la revolución, un nuevo 1789”?(45). Una asamblea de dos mil miembros sería fácilmente manipulada por una minoría de miembros bien orquestados. Los medios de comunicación social difundirían sus tesis. Y el estilo digamos pastoral de los textos conciliares sería menos preciso y en consecuencia más permeable a las nuevas ideas. La res-

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puesta era evidentemente afirmativa. -En segundo lugar, ¿qué supondría por ejemplo una exposición “más amplia” del sacerdocio? Ya lo hemos dicho: ciertos teólogos de los años cincuenta se quejaban de la forma “muy parcial” en que se había tratado el sacerdocio por el Concilio de Trento, es decir en relación con la Eucaristía(46). Era preciso ahora, según ellos, reequilibrar el sacerdocio respecto al sacramento del bautismo y restituir el sacerdocio en relación con todo el Cuerpo Místico. Es lo que haría el Concilio haciendo la distinción entre “el sacerdocio común de los bautizados” y “el sacerdocio ministerial” de los presbíteros(47). No es falso pero el peligro radica en ver en “el sacerdocio común” un sacerdocio en el propio sentido de la palabra –siendo sólo metafórico- y en “el sacerdocio ministerial” una erupción o conversión espontánea del primero, ¿No se iba a anular la esencia del sacerdocio que es el poder de consagrar el Cuerpo y la Sangre de Cristo y reproducir por eso mismo, sacramentalmente, el Sacrificio de Cristo en el altar? -En tercer lugar, ¿qué es lo que se perfilaba tras la alabanza de la “precisión” del lenguaje de los anteriores Concilios sino precisamente la intención de no hacer uso de esta precisión? El deseo de una doctrina conocida desde una perspectiva más grande y asimilada con más profundidad suponía el abandono de la

«Nosotros lo decimos llorando, porque ¿qué han querido los católicos durante un siglo y medio? Casar a la Iglesia con la Revolución. Casar a la Iglesia con la subversión. Casar a la Iglesia con las fuerzas destructoras de la sociedad, de toda sociedad, desde la sociedad familiar y civil hasta la sociedad religiosa. Y este matrimonio de la Iglesia está plasmado en el Concilio: coged el esquema Gaudium et Spes y en él encontraréis que hay que casar los principios de la Iglesia con las concepciones del hombre moderno. ¿Qué se quiere decir con eso? Pues se quiere decir que hay que unir a la Iglesia, la Iglesia Católica, la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo, con los principios que son contrarios a esa Iglesia, que la minan, que siempre han estado contra la Iglesia. Y es precisamente esta unión la que se intentó en el Concilio por hombres de Iglesia. Y no por la Iglesia». (Mons. Lefebvre). En la foto, Mons. Lefebvre durante el Concilio.

“precisión de los términos” y la adopción de un lenguaje impreciso, ya que la precisión en el lenguaje lleva consigo su oposición a un lenguaje aproximativo. Y es este lenguaje impreciso el que Juan XXIII describía diciendo: “Se deberá recurrir a una forma de presentación que corresponda mejor a una enseñanza de carácter especialmente pastoral”(48). Es evidente que la enseñanza llamada pastoral de un Concilio ecuménico en los años sesenta se exponía a graves peligros en su función magisterial.

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Un lenguaje pastoral es en realidad un lenguaje ambiguo 17./ Examinemos precisamente lo que sería un lenguaje pastoral. No sería ni el lenguaje de la teología ni el de todos los Concilios precedentes, ni tampoco el lenguaje de los catecismos, en extremo preciso, sino un lenguaje quizá más bíblico, más patrístico, en cualquier caso menos técnico, un lenguaje en el que no se tendría en cuenta definir los términos. Por esta razón se prestaría a la ambigüedad. -Un primer ejemplo entre muchos otros es la palabra “mundo” que significa la universalidad de los hombres y también el dominio del pecado, incluso el conjunto de las almas que hay que conquistar para Cristo o, en otro sentido, el espíritu de sumisión y de rebeldía contra Jesucristo, o todo esto a la vez. ¿Qué podía hacer la Constitución pastoral Gaudium et Spes sobre “La Iglesia en el mundo actual”, sin definir de qué mundo se trataba, sino hacer una declaración equívoca? -Un segundo ejemplo de lenguaje ambiguo nos viene dado por la doctrina de la colegialidad episcopal: el Concilio enseñaba que el colegio de los obispos, con su cabeza el Papa, “es sujeto de pleno poder sobre toda la Iglesia” (49). Aunque el texto conciliar precisa los diversos modos de ejercicio de este poder colegial, tuvo todavía que precisar en una “nota explicativa previa” (50), –lo que es el colmo de la vergüenza para un acto magisterial- que el colegio “no actúa permanentemente” sino sólo “a intervalos” con el consentimiento del Papa. E incluso tampoco se precisaba si este poder era de derecho divino o humano que era la duda esencial de esta nueva doctrina.

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-Un tercer ejemplo de lenguaje equívoco nos viene dado por el término “sacramento”, utilizado para definir a la Iglesia: como “sacramento de salvación” o de “la unidad del género humano en Cristo”(51). Ahora bien, un sacramento es un signo sagrado, eficaz sin duda, que es dado por la causalidad primera y eficiente. La Iglesia no se puede reducir a la función de un punto convergente de unidad, formalmente es el Cuerpo de Cristo, al que todos los hombres y cada uno de ellos individualmente deben incorporarse como miembros para salvarse. Además San Cipriano (nota nº 9, 3 de Lumen Gentium), usa la expresión “unitatis sacramentum” para designar a la Iglesia como misterio de unidad(52) y no como sacramento de unidad, al menos no principalmente, y nunca como sacramento de unidad para el género humano en su totalidad: esta última idea es del idealismo platónico. 18./ Esta es la pregunta que planteamos: ¿qué clase de autoridad tiene un magisterio que se rebaja a la imprecisión de un lenguaje e incluso al equívoco, hasta el platonismo, pretendiendo respetar al mismo tiempo la integridad del depósito de la fe? No es ciertamente la autoridad del magisterio del que el Papa Pío IX enuncia sus cualidades obligatorias, fidelidad al depósito y progreso en la precisión: Siempre atenta para guardar y defender los dogmas cuyo depósito ha recibido, la Iglesia de Jesucristo no cambia nada ni añade nada en esto que ha recibido; pero con su mirada fiel, discreta y sabia sobre las antiguas enseñanzas, recoge todo lo que la antigüedad ha depositado allí y todo lo que la fe de los Padres allí ha sembrado. Se dedica a pulirlo, a per-

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feccionar sus fórmulas, de manera que estos antiguos dogmas de la celeste doctrina reciban la evidencia, la luz, la distinción, guardando no obstante su plenitud, su integridad, su carácter propio, en una palabra que se desarrollen sin cambiar de naturaleza, y que permanezcan siempre en la misma verdad, el mismo sentido, el mismo pensamiento (53).

Esta distinción era capciosa. Es cierto que el Magisterio tenía siempre como fin mejorar la forma de sus enseñanzas

El lenguaje pastoral, lenguaje del pensamiento denominado “moderno” 19./ En realidad, además de esa imprecisión buscada, este lenguaje sería el del pensamiento moderno, tal como lo explicaba Juan XXIII: Es necesario que esta doctrina segura e inmutable, que debe ser respetada fielmente, se profundice en ella y se presente de tal forma que responda a las exigencias de nuestra época (Gaudet Mater Ecclesia)

¿Pero se trata solamente, para cualquier magisterio, de “respetar fielmente” la doctrina? Con diligencia se la declaraba “inmutable”, ciertamente; se aseguraba que se “profundizaría” en ella, muy bien; ¡pero los razonamientos profundos y elevados de los Padres no tendrían que dañar la enseñanza de las verdades del simple catecismo! En realidad esta doctrina declarada inmutable iba a ser tamizada por el Concilio en una “forma” nueva, el extraño molde del pensamiento moderno: En efecto, decía Juan XXIII, una cosa es el depósito de la fe (…), otra la forma bajo la cual estas verdades son presentadas, conservando en cualquier caso su mismo sentido y comprensión (Gaudet Mater Ecclesia)

Una de las primeras victorias liberales consistió en el rechazo de la lista de los Padres propuestos por Monseñor Felici, según las comisiones preparatorias, como aptos para ser elegidos en las comisiones conciliares. El Cardenal Frings, Arzobispo de Colonia, decidió junto a los obispos alemanes imponer otra lista que ellos compondrían con nombres de obispos liberales. El Cardenal Liénart (en la foto) fue el encargado de dar ese golpe. Este, que ejercía como uno de los diez presidentes conciliares (los cuales se sentaban en una larga mesa presidiendo el aula conciliar), se levantó de su asiento y pidió la palabra. Expresó su convicción de que los Padres conciliares necesitaban más tiempo para estudiar la calificación de los diversos candidatos. Según explicó, tras consultar con las conferencias episcopales nacionales todos sabrían quiénes eran los candidatos más cualificados, y sería posible votar con conocimiento de causa. Solicitó un aplazamiento de algunos días para la votación. La sugerencia fue recibida con aplausos. El Cardenal Frings se levantó para secundar la moción. También él fue aplaudido.

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pero siempre en el sentido de una mejor distinción de los conceptos y una mejor precisión en cuanto a los términos, como ya lo hemos dicho, no para adaptar la doctrina a un auditorio moderno sino para adaptar a un auditorio actual la doctrina eterna. En eso había consistido siempre la pastoral: elevar los espíritus hacia realidades superiores. Para hacer esto el Magisterio había usado siempre un lenguaje escogido: el lenguaje teológico, la formulación escolástica, que son los de la filosofía realista, la filosofía del ser, que sacan al que los recibe de su “yo”, para conducir al discípulo hacia las realidades extra mentales, y así poder elevarlo hacia los misterios divinos, que son el ser objetivo de Dios y no la creación subjetiva del espíritu. Por el contrario ¿qué ocurriría si el Concilio quisiese usar el pensamiento moderno? Pues sí, esto es lo que quiso al exponer la doctrina católica, tal como lo explicó pronto Juan XXIII en un discurso posterior: El espíritu cristiano, católico y apostólico de todo el mundo espera un claro avance en cuanto a la difusión de la doctrina y la formación más viva de las conciencias, en perfecta fidelidad con la doctrina auténtica; mas esta debe ser estudiada y expuesta según los modos de investigación y formulación literaria del pensamiento moderno(54). NOTAS (1) I Tim. 6,20. (2) San Pío X, Encíclica Pascendi, 8 de septiembre de 1907. (3) Ver Cardenal Ratzinger, Los principios de la teología católica. (4) Ver Benedicto XVI, Discurso del 22 de diciembre de 2005 a la Curia romana en el que habló de “aparente discontinuidad” y de “verdadera identidad”. (5) Pablo VI, audiencia del 12 de enero de 1966. (6) Comisión doctrinal, declaración del 6 marzo 1964. Notificación del Secretario general del Concilio, 16 noviembre 1964. (7) “Cum… doctrina de fide vel moribus ab universa Ecclesia

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tenendum definit” (Definición de la infalibilidad del Sumo Pontífice, concilio Vaticano I, constitución Pastor Aeternus, cap. 4) “cuando define como debiendo ser aceptado por toda la Iglesia una doctrina concerniente a la fe o a las costumbres”, el Papa es infalible de la infalibilidad de la Iglesia (DS 3074); esto es válido también para el concilio ecuménico. (8) Pío IX, Carta Tuas libenter al arzobispo de Munich-Freising, 21 de diciembre de 1863, Dz 1683, DS2879. (9) Dz 1684, DS2880. (10) DC 58 (1976). Esta carta de Pablo VI del 29 de junio de 1975 dirigida a Monseñor Marcel Lefebvre ha sido también reproducida en Itinéraires nº 205, agosto 1975, pg. 67; ver Jean Madiran, editorial de Itinéraires nº 197, noviembre 1975. (11) Juan XXIII, Discurso de apertura del Concilio Vaticano II, 11 de octubre de 1962 (12) ibid. (13) Concilio de Éfeso, año 431, anatemas o “capítulos” de San Cirilo contra Nestorio, Dz 213-228, DS 421-438. (14) Concilio II de Constantinopla, año 553, anatema de los tres capítulos, Dz 213-228, DS 421-438. (15) Discurso de apertura del Concilio por Juan XXIII. (16) Ver Jean Madiran, El acuerdo de Mets o por qué nues­ tra Madre se quedó muda; Roberto de Mattei, El Concilio Vaticano II, una historia nunca escrita. (17) Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et Spes, nº 19, 1. (18) Ibid. Nº 20, 2 y 21, 1. (19) Ver Jean Madiran, La vejez del mundo, ensayo sobre el comunismo. (20) Pío XI, Encíclica Divini Redemptoris, 19 de marzo de 1937, nº 58. (21) Gaudet Mater Ecclesia, 11 de octubre de 1962; Juan XXIII.Pablo VI, Discurso al Concilio. (22) Pío XII, Encíclica Humani generis, Dz 2310-2311. (23) Es la idea de la Revelación continuada en la Iglesia por su realiación progresiva en la historia de la Iglesia; idea equívoca pues la Revelación se acabó tras la muerte del último de los Apóstoles. Es San Buenaventura quien habría enseñado esta idea, al menos es esta opinión sobre la doctrina del Doctor Seráfico que propuso el Padre Joseph Ratzinger en su tesis para ser habilitado como profesor universitario y que no admitió su director de tesis por ser “peligrosamente modernista”. Ver Joseph Ratizinger, Mi vida, recuerdos. (24) Yves Congar, Verdadera y falsa reforma en la Iglesia. (25) Ibid.: “Peligro de unilateralismo”. (26) Ibid, “la verdad va hasta las fronteras del error”. (27) Según la órdenes dadas por San Pío X en su Encíclica Acerbo nimis del 15 de abril de 1905. (28) El Catecismo de la doctrina cristiana publicado en 1912 por orden de San Pío X e impuesto en la diócesis de Roma con el compromiso de que fuera adoptado por las otras diócesis de Italia. (29) Doce años habían pasado desde la Encíclica Humani generis de Pío XII condenando los errores de la nueva teología. Era necesario editar este trabajo más preciso y más completo. (30) Ver Pío XII, Encíclica Humani generis “sobre algunas falsas opiniones que amenazan con arruinar los fundamentos de la doctrina católica”, 12 de agosto de 1950, errores sobre el dogma: Dz 2318-2319. (31) Ver Roberto de Mattei, El Concilio Vaticano II, una his­ toria nunca escrita. (32) Monseñor Marcel Lefebvre, intervención oral en el Concilio el 27 de noviembre de 1962, Yo acuso al Concilio. (33) Ver Ralph M. Wiltgen, El Rin desemboca en el Tíber.

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¿Qué es un concilio pastoral? (I)

(34) Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et Spes, nº 2, 1: “Después del esfuerzo realizado para penetrar más y más en el misterio de la Iglesia, el Concilio Vaticano II no duda en dirigirse ahora no ya en exclusiva a los hijos de la Iglesia y a todos los que confiesan a Cristo, sino a todos los hombres”. (35) San Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales, primera semana, principio y fundamento, nº 23. (36) Monseñor Marcel Lefebvre, conferencia pronunciada en Caussade, 2 de julio de 1985. (37) ¿Tal vez cómo “Mañana, la Internacional será el género humano”, palabras del canto de la Internacional comunista. (38) Pío XII, Encíclica Humani generis, 12 de agosto de 1950, DZ 2313. (39) Fray Tomás M. Pegues, O.P. La autoridad de las Encí­ clicas pontificias según Santo Tomás, Revista tomista, 1904. (40) Dom Paul Nau, Una fuente doctrinal, las Encíclicas, París Cèdre, 1952. (41) Cardenal Joseph Ratzinger, Los principios de la teolo­ gía católica. (42) Los Padres Karl Rahner, Hans Küng, Henri de Lubac, Yves Congar, Edward Schillebeeckx, etc. (43) Al menos que pueda encontrarse en el tiempo un acontecimiento causante de una perversión común y universal de la fe. (44) Ralph M. Wiltgen, El Rin desemboca en el Tíber.

(45) Respuesta del Cardenal Billot al Papa Pío XI en Giovanni Caprile, S.J., El Concilio Vaticano II, crónica del Concilio Vaticano II; traducción de Raymond Dulac, La colegialidad episcopal o el Concilio Vaticano II. (46) Ver Joseph Ratzinger, Los principios de la teología ca­ tólica. Consultar respecto a esto Bernard Tissier de Mallerais, La extraña teología de Juan Pablo II, ¿hermenéutica de la continuidad o ruptura? (47) Ver Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, nº 10 y 11; Decreto sobre la vida y el ministerio de los sacerdotes Presbyterorum ordinis, nº 2. (48) Gaudet Mater Ecclesia, 11 de octubre de 1962. (49) Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lu­ men Gentium, nº 22, 3. (50) La Nota explicativa praevia figura en las Actas del Concilio como Apéndice de la Constitución Lumen Gentium. (51) Vaticano II, Constitución dogmática Lumen Gentium, nº 1 y nº 9, 3. (52) Ver San Cipriano, De Eclesiae catholicae unitate: “Hoc unitatis sacramentum, hoc vinculum concordiae inseparabiliter cohaerentis…” Se trata de la firmeza de la unidad interna de la Iglesia que los cismas no pueden romper. (53) Juan XXIII, alocución en su felicitación navideña a los Cardenales el 23 de diciembre de 1962. (54) Pío IX, Bula Ineffabilis Deus en la que se define la Inmaculada Concepción de la bienaventurada Virgen María.

La Iglesia del Concilio, sí, se ha ocupado mucho, además de sí misma y de la relación que la une con Dios, del hombre tal cual hoy en realidad se presenta: del hombre vivo, del hombre enteramente ocupado de sí, del hombre que no sólo se hace el centro de todo su interés, sino que se atreve a llamarse principio y razón de toda realidad. Todo el hombre fenoménico, es decir, cubierto con las vestiduras de sus innumerables apariencias, se ha levantado ante la asamblea de los padres conciliares, también ellos hombres, todos pastores y hermanos, y, por tanto, atentos y amorosos; se ha levantado el hombre trágico en sus propios dramas, el hombre superhombre de ayer y de hoy, y por lo mismo, frágil y falso, egoísta y feroz; luego, el hombre descontento de sí, que ríe y que llora; el hombre versátil, siempre dispuesto a declamar cualquier papel, y el hombre rígido, que cultiva solamente la realidad científica; el hombre tal cual es, que piensa, que ama, que trabaja, que está siempre a la expectativa de algo, el filius accrescens (Gen 49,22); el hombre sagrado por la inocencia de su infancia, por misterio de su pobreza, por la piedad de su dolor; el hombre individualista y el hombre social; el hombre «laudator temporis acti» (que alaba los tiempos pasados) y el hombre que sueña en el porvenir; el hombre pecador y el hombre santo... El humanismo laico y profano ha aparecido, finalmente, en toda su terrible estatura y, en un cierto sentido, ha desafiado al Concilio. La religión del Dios que se ha hecho hombre, se ha encontrado con la religión —porque tal es— del hombre que se hace Dios. ¿Qué ha sucedido? ¿Un choque, una lucha, una condenación? Podía haberse dado, pero no se produjo. La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio. Una simpatía inmensa lo ha penetrado todo. El descubrimiento de las necesidades humanas —y tanto mayores, cuanto más grande se hace el hijo de la tierra— ha absorbido la atención de nuestro Sínodo. Vosotros, humanistas modernos, que renunciáis a la trascendencia de las cosas supremas, conferidle siquiera este mérito y reconoced nuestro nuevo humanismo: también nosotros —y más que nadie— somos promotores del hombre. Alocución de Pablo VI, el 7 de diciembre de 1965, en la Basílica Vaticana, durante la sesión pública con que se clausuró el Concilio Vaticano II

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El triunfo de la Santa Cruz Octavo centenario de Las Navas de Tolosa Julio Melones Espolio

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La gloriosa cruzada de la Re­ conquista española, que empe­ zó en las montañas de Asturias y terminó en la vega de Granada, es uno de los hechos más trascenden­ tales de nuestra historia religiosa y civil. Dos sucesos de ella se han incor­ porado a la liturgia: la Aparición de Santiago (23 de mayo) y el portento­ so triunfo de las Navas de Tolosa (16 de julio de 1212), el más rudo golpe que sufrió la morisma en nuestro suelo y el más señalado triunfo de la Santa Cruz. La gloria de este día se reparte entre todas las regiones de España; singularmente descuellan el rey de Castilla Alfonso VIII y el arzo­ bispo de Toledo D. Rogrigo Jiménez de Rada». Con este comentario del padre jesuita Valentín Sánchez Ruiz que dedica a la festividad litúrgica del Triunfo de la Santa Cruz (17 de julio), en su “Misal para los fieles” (1941), hemos querido comenzar nuestra conmemoración del VIII Centenario de la gloriosa batalla de las Navas de Tolosa precisamente para resaltar el carácter sobrenatural de esta resonante victoria de las armas cristianas en el suelo español. Desarrollamos a continuación esta idea, considerando los personajes y circunstancias que intervinieron en tan portentoso hecho de armas.

1.- La Reconquista: desde Covadonga hasta Alfonso VII el Emperador En el año 711, la monarquía visigoda se hunde en las aguas del río Guadalete. Las disputas sucesorias, las reliquias de arrianismo que aún permanecían en muchos miembros de la nobleza goda, la acción oculta pero muy eficaz de los judíos que habitaban en la Península y la pujanza de un imperio musulmán en abierta expansión permiten la creación de un sólido frente anti-trinitario en lo religioso que facilita el rápido sometimiento de la población española a algo tan ajeno y extraño como era el Califato de Damasco en lo político y el Islam en lo cultural y religioso. Sin embargo, un pequeño grupo de resistentes en las montañas de Asturias, capitaneados por D. Pelayo –hijo del antiguo duque de Cantabria- obtiene la victoria de Covadonga (718) con el auxilio de la Santísima Virgen. D. Pelayo es nombrado rey por el senado de los godos que habían permanecido fieles a la fe e inicia la epopeya de la Reconquista. Las disensiones externas de los ocupantes musulmanes y la ruptura del último descendiente de los Omeyas –Abderramán I- con el nuevo califato de Bagdad facilitan la expansión del reino cristiano por toda la cornisa cantábrica, llegando hasta Galicia e

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El triunfo de la Santa Cruz

iniciando el avance hacia el río Duero. Alfonso II el Casto establece la capital en Oviedo (794), convirtiéndola en una “nueva Toledo” con el traslado a la Cámara Santa de las reliquias religiosas que se habían podido salvar. La rudas embestidas de Abderramán II son desbaratadas por el rey Ramiro I en la batalla de Clavijo (844) con la ayuda invisible del Apóstol Santiago. A fines del siglo IX, Alfonso III el Magno consolida la frontera en el Duero, asegurándola con una serie de plazas fuertes (Zamora, Toro y Simancas) y sus sucesores, trasladan la capital a León. Por otro lado, al sur de los Pirineos, las tropas carolingias rescatan para la cruz la ciudad de Gerona (785) y se acaba formando otro núcleo de resistencia cristiana: la Marca Hispánica. Igualmente, en la parte occidental pirenaica, se va a ir formando el reino de Navarra. Los musulmanes, lejos de recuperar el territorio perdido, se limitan a efectuar expediciones de devastación y castigo que acaban siendo frenadas por los cristianos. Así tenemos el caso del califa Abderramán III, cuyas hordas fueron derrotadas por el rey Ramiro II de León y el conde Fernán González de Castilla en Simancas (939) con la ayuda visible de San Millán, y el caso del general Almanzor, cuyas terribles expediciones acabaron tras su derrota en Calatañazor (1002). La desaparición de Almanzor fue seguida por el desmembramiento progresivo del califato cordobés, que acabó transformándose en los reinos de Taifas. Esta nueva situación favorece el avance de la Reconquista en el siglo XI, hasta el río Guadiana, gracias a los

esfuerzos de Fernando I el Magno y Alfonso VI. En la parte nordeste, se consolidan el reino de Navarra y el condado de Barcelona, surgiendo además un nuevo reino, el de Aragón, con capital en Jaca, el cual consigue liberar Huesca a fines del siglo XI. El éxito de las armas cris-

Sancho VII en Las Navas de Tolosa

tianas es tan rotundo, que los reinos de Taifas supervivientes llaman en su auxilio a los almorávides, tribu norteafricana que había desarrollado un poderoso imperio. Estos almorávides derrotan en Sagrajas (1086) al rey Alfonso VI y unifican militar y políticamente a los reinos Taifas del sur. Pero la providencial figura del Cid Campeador los contiene ante los muros de Valencia. La muerte del Cid (1099) da aliento a los almorávides, quienes vencen en Uclés (1108) al rey Alfonso VI. Pero el ejemplo del Cid crea escuela: su sobrino Alvar Fáñez Miraya resiste en Toledo a los almorávides, los cuales acaban replegándose hasta el río Guadiana. El quebrantamiento almorávide permite el renacimiento de los reinos de Taifas en la zona musulmana y la ascensión de reyes cristianos como Alfonso I el Batallador en Aragón, que

El triunfo de la Santa Cruz

toma Zaragoza (1118) y, sobre todo, Alfonso VII el Emperador, quien logra una unificación nominal de la Península al coronarse emperador en León (1135), haciendo vasallos suyos a los reinos cristianos de Navarra y Aragón, así como a gran parte de los reinos Taifas. Sin embargo, Alfonso VII cometió dos grandes errores políticos: reconocer a Portugal como reino (aunque vasallo suyo) y repartir sus dominios directos entre sus hijos: Sancho III (Castilla) y Fernando II (León). 2. Las Ordenes militares La muerte de Alfonso VII (1157) supone la fragmentación de la España cristiana en cinco reinos independientes (Portugal, León, Castilla, Navarra y Aragón) enfrentados entre sí por cuestiones fronterizas. Por su parte, el territorio ocupado por los musulmanes se irá unificando progresivamente bajo el dominio de una nueva tribu norteafricana: los almohades. Estos se habían impuesto a los almorávides a partir de su toma de Marrakech (1147). Durante el breve reinado de Sancho III (1157-1158) va a tener lugar un hecho providencial de naturaleza religiosa y militar que compensará la debilidad política de la España cristiana, a saber, el nacimiento de la Orden militar de Calatrava. Las Ordenes Militares habían surgido a principios del siglo XII con las Cruzadas; sus miembros tenían la doble condición de monjes y soldados. Como monjes, pronunciaban los tres votos propios (pobreza, castidad y obediencia), añadiendo un cuarto voto perpetuo de consagrarse a la guerra contra los infieles. Como soldados, constituían ejércitos permanentes en oposición a

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los cruzados, que se enrolaban temporalmente. Su gran teólogo es San Bernardo, quien compuso en honor de los templarios (Concilio de Troyes, 1128) “De laude novae militiae”, exaltando la idea del “miles Christi” personificada en el monje que muere peleando en la defensa de la fe. Entre sus miembros figuraban caballeros, servidores, sacerdotes, y eventualmente, religiosos asociados. A su frente figuraba el gran maestre, ayudado por los priores. La primera Orden Militar es la del Temple, fundada en 1118 por Hugo de Payens; le siguen los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén y los del Santo Sepulcro. Estas Ordenes aparecieron en España durante la primera mitad del siglo XII en apoyo de la Reconquista, siendo sus introductores Alfonso I el Batallador en Aragón y Alfonso VII el Emperador en Castilla y León. Pero su centro de gravedad estaba en Tierra Santa. Cuando en el reinado de Sancho III los templarios abandonan la fortaleza de Calatrava la Vieja (puesto avanzado al otro lado del río Guadiana), el rey ofrece esta fortaleza al primero que asuma su defensa. San Raimundo, abad del cenobio cisterciense de Fitero y que a la sazón se hallaba en la Corte, estimulado por un monje suyo, Fray Diego Velázquez, acepta el castillo (1158) y lo defiende con gentes y provisiones de Fitero, así como con muchos toledanos atraídos por la promesa de indulgencias. Luego, organiza a los defensores de Calatrava en una Orden Militar con el hábito cisterciense y la correspondiente regla adaptada a la vida militar. Esta Orden defenderá contra los musulmanes las rutas entre Andalucía y Toledo, levantando numerosos castillos (Calatrava, Caracuel, Alarcos, Malagón…). El ejemplo cundió en León, durante el reinado de Fernando II (1157-

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El triunfo de la Santa Cruz

1188): en 1170 se funda una cofradía de Caballeros de Cáceres que acabará transformándose en la Orden Militar de Santiago (siguiendo la regla de San Agustín), y en 1176 una cofradía de caballeros radicada en el convento de San Julián de Pereiro adoptará la regla cisterciense y acabará siendo reconocida como Orden Militar de Alcántara por Alejandro III (al destacarse en la defensa de este puente, el más importante del Tajo occidental). Estas tres Ordenes Militares, netamente hispánicas, van a esforzarse por mantener los territorios cristianos entre el Tajo y el Guadiana, suponiendo un soporte militar muy efectivo en la lucha contra los almohades. 3. Alfonso VIII y la derrota de Alarcos Tras la muerte de su padre, Sancho III, en 1158, Alfonso VIII hereda el trono de Castilla con tres años de edad. Su madre, Blanca de Navarra, había fallecido en el parto y su tutela es encomendada a las poderosas familias de los Castro y los Lara, las cuales disputan entre sí por el control efectivo del reino. Este clima de conflictividad interna es aprovechado por los reinos de León y Navarra para ensanchar su fronteras a costa de Castilla. Por esas fechas, los almohades habían unificado todo el territorio musulmán de la Península, salvo Valencia y Murcia, que estaban bajo el dominio del “Rey Lobo” (así llamado en las crónicas cristianas por sus orígenes cristianos) aliado de Castilla. El “Rey Lobo” tomó

la iniciativa contra los almohades y sus acciones, hasta su muerte en 1172, evitaron que durante la minoría de edad

Sepulcro de Alfonso VIII, el de Las Navas, y su esposa Leonor de Plantagenet, en el Real Monasterio de Santa María de las Huelgas

de Alfonso VIII, los almohades se aprovecharan de la debilidad de Castilla. En 1170, Alfonso VIII es declarado mayor de edad y, tras restablecer la paz en sus fronteras, decide atacar a los almohades, formando alianza con Portugal, Aragón y el “Rey Lobo”. Así, consigue socorrer Huete (1172) y proporciona un apoyo fundamental a la Orden de Santiago –expulsada de Cáceres por los musulmanes- al cederles el castillo de Uclés (1174). Desde Uclés y con la ayuda de los santiaguistas, conquista la ciudad de Cuenca (1177), tras un asedio de casi nueve meses. Para reforzar su alianza con Aragón, Alfonso VIII firma el tratado de Cazorla (1179) con Alfonso II de Aragón, trazando las fronteras entre Castilla y Aragón, y acordando el reparto de los territorios bajo control almohade: Aragón tendría prioridad en la conquista de Castellón, Valencia y Alicante, y el

El triunfo de la Santa Cruz

resto sería competencia de Castilla. Durante los quince años siguientes, Alfonso VIII se dedicó fundamentalmente a pacificar las fronteras con el vecino reino de León y a reorganizar económicamente Castilla, creando una serie de villas comerciales en el Cantábrico que impulsaron el desarrollo comercial con el área atlántica europea (el rey estaba

D. Rodrigo Jiménez de Rada, Arzobispo de Toledo (1209-1247)

casado con Leonor de Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra y hermana del famoso Ricardo Corazón de León), lo cual sirvió de base para la creación de la gran marina de Castilla. En 1194, Alfonso VIII se sintió con fuerzas para continuar sus incursiones en territorio musulmán y envió un ejército mandado por el arzobis-

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po de Toledo, Martín López de Pisuerga, que llegó hasta Sevilla, regresando con un rico botín. Sin embargo, esta incursión provocó una reacción almohade de gran envergadura: el sultán Yusuf I cruzó con un poderoso ejército el Estrecho de Gibraltar (junio de 1195) y atacó la fortaleza cristiana de Alarcos en el río Guadiana (a 8 kms. de la actual Ciudad Real). Alfonso VIII no esperó la ayuda prometida por Alfonso IX de León y atacó a los almohades, pero la caballería ligera almohade supo envolver a la pesada caballería cristiana y al no estar los castellanos preparados para las nuevas tácticas de los almohades, se refugiaron en el castillo. Al día siguiente (19 de julio), los almohades rematan su acción, tomando el castillo de Alarcos. Como consecuencia de este desastre, Castilla pierde, además de Alarcos, casi todos los castillos al sur de Guadiana: Caracuel, Benavente, Malagón, Guadalezas y la emblemática plaza de Calatrava la Vieja (sede de la Orden Militar de Calatrava, cuyos defensores fueron pasados a cuchillo). La frontera del Guadiana se hunde sin remedio, quedando amenazados Toledo y todo el sur del Río Tajo. 4. Alfonso VIII prepara el desquite de Alarcos La derrota de Alarcos tuvo además efectos políticos negativos para Castilla. León y Navarra pactan con los almohades, llegando incluso a atacar Castilla por cuestiones fronterizas. Alfonso VIII

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El triunfo de la Santa Cruz

no se amilana y hace alianza con Portugal, renovando también la que mantenía con Aragón (tras la muerte de Alfonso II en 1196 y la subida al trono de Aragón de su hijo Pedro II). Después de una serie de incursiones exitosas en territorio leonés (1197) y de la anexión de Alava y Guipúzcoa a Castilla (1199-1200), Alfonso VIII comienza a preparar su desquite de la derrota de Alarcos estableciendo treguas de paz y acuerdos con los demás reyes cristianos a fin de formar un frente común contra los almohades. Durante este período, las Ordenes Militares de Calatrava y Santiago resistieron las embestidas almohades y procuraron rehacer sus fuerzas; los caballeros de Calatrava llegaron a efectuar una audaz incursión tomando el castillo de Salvatierra (1198), al sur del Guadiana. En agosto de 1208, fallece el arzobispo toledano Martín López de Pisuerga y es proclamado como primado de España, en febrero del año siguiente, D. Rodrigo Jiménez de Rada, a la sazón obispo electo de Osma, y el cual va a desempeñar, en la campaña militar que se avecinaba, un papel preponderante tanto en el plano espiritual como en el aspecto logístico. D. Rodrigo recorre Italia, Francia y parte de Alemania predicando la cruzada contra los almohades. Fruto de estos esfuerzos y de las gestiones de Alfonso VIII, el papa Inocencio III concede bula de Cruzada, otorgando indulgencia plenaria a quienes murieran combatiendo a los almohades y excomulgando a los príncipes cristianos que prestasen ayu-

da a los mismos o que atacasen a los reinos cristianos inmersos en la Cruzada (estos últimos aspectos iban dirigidos principalmente a Alfonso IX de León). El sultán Al-Nasir –el Miramamolín de las crónicas cristianas- organizó un poderoso ejército en el norte de Africa, proclamando la “guerra santa” contra la cristiandad. Desembarcó en Tarifa, en la primavera de 1211, y tomó el castillo de Salvatierra, aún en manos de los calatravos. Esta ofensiva almohade acelera los

El “Pastor” de Las Navas.

preparativos cristianos. Al rey Alfonso VIII de Castilla se le unen Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra (éste, ya iniciada la campaña, gracias a la influencia personal de D. Rodrigo Jiménez de Rada). Los reyes de León y Portugal permiten que muchos caballeros de sus respectivos reinos acudan en ayuda de Alfonso VIII. También se suman las Ordenes Militares de Calatrava, Santiago, el Temple y San Juan de Jerusalén, así como numerosos caballeros de los territorios ingleses de Gascuña y Poitou (con el arzobispo de Burdeos y el obispo de Nantes) y también numerosos caballeros franceses de la Provenza y de las

El triunfo de la Santa Cruz

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regiones del Ródano (con el arzobispo Arnaldo de Narbona), junto con algunos nobles de Italia y de otras regiones de la cristiandad. 5. Rumbo a las Navas de Tolosa

Entre los 438 milagros admitidos por la Santa Sede para la canonización de San Isidro, se encuentra este de Las Navas. La mayoría de los testigos citados a declarar testifican, sin duda ninguna, que el dicho pastor fue San Isidro, y se basan para su afirmación en documentos conocidos por ellos, o en la autoridad de otras personas que conocían la existencia de dichos documentos. La respuesta nº 364 del proceso nº 3194, dada por el testigo cualificado Alfonso de Villegas, teólogo, capellán beneficiado de San Marcos, natural de Toledo, dice entre otras cosas: «... reinando D. Fernando el Santo en el reino de Castilla y León, que fue nieto del mismo D. Alfonso de Las Navas, movido devotamente por el arzobispo de Toledo don Rodrigo, reedificó la santa Iglesia de esta ciudad de Toledo, como aparece por las lecciones de su dedicación, que se celebró el día 25 de octubre. Estando bien informado el rey D. Fernando que Isidro de Madrid fue el pastor que había auxiliado al rey D. Alfonso en la batalla de Las Navas, mandó que se hiciera entre otras imágenes, una en piedra blanca de la estatura de un hombre que colocó en el coro mayor, mirando al evangelio, bajo una columna cerca de las esculturas de este rey y otros. Y al presente allí se ven, de las cuales, una es la del rey don Alfonso, y la otra de Isidro a manera de pastor, semejante a otra que hay en la Villa de Madrid». En la fotografía, El Pastor de las Navas de Tolosa, en piedra blanca. Capilla Mayor de la Catedral de Toledo.

Durante la primavera de 1212, se concentran en Toledo los efectivos cristianos compuestos de unos 60.000 castellanos, 50.000 hispanos no castellanos y 70.000 cruzados transpirenaicos. El arzobispo D. Rodrigo se va a ocupar del complicado abastecimiento de tan numeroso ejército en un territorio casi desértico. Por esas fechas, el Miramamolín llega a concentrar en Sevilla unos 250.000 guerreros procedentes de muy diversas tribus del abigarrado mundo musulmán. El 20 de junio, el ejército cristiano sale de Toledo por el puente de San Martín hacia el sur. Cuatro días más tarde, la vanguardia cristiana toma el castillo de Malagón y casi todos los vencidos son muertos a manos de los transpirenaicos. Al día siguiente, llega el grueso del ejército y Alfonso VIII prohíbe este tipo de comportamiento con los vencidos. Tras vadear el Guadiana, el ejército cristiano sitia la fortaleza de Calatrava el 30 de junio, la cual se rinde, y Alfonso VIII deja marchar a los defensores de la misma con sus bienes, lo cual disgusta a los cruzados transpirenaicos. Esto, unido a los rigores del calor y problemas de abastecimiento en zonas tan despobladas, provoca el que los transpirenaicos en general se retiren de la campaña. El obispo Juan de Osma, en su Crónica Latina, hizo el siguiente comentario al respecto: «Admirable es Dios en sus santos, que tan providen-

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cialmente proporcionó a España y sobre todo a Castilla que, al marcharse los ultramontanos, la gloria de la victoria de la famosa batalla pudiera atribuirse, no a los ultramontanos, sino a los hispanos. Aunque se marcharon se quedaron unos pocos (unos ciento cincuenta) con Teobaldo de Blasón, hijo de Pedro Rodríguez de Guzmán y con el arzobispo narbonense que era oriundo de Cataluña». El ejército cristiano se redujo así a dos tercios de los efectivos iniciales. No obstante lo anterior, los cruzados siguen avanzando y toman los castillos de Benavente, Alarcos y Caracuel, uniéndoseles en esta última plaza, Sancho VII de Navarra con sus caballeros. Entre los días 7 y 9 de julio, las tropas cristianas se concentran frente al castillo de Salvatierra y lo toman. El día 13 de julio, acampan en la llanura del Muradal frente a Despeñaperros y los vigilantes almohades apostados en el castillo del Ferral abandonan éste, replegándose hacia el sur. Los dos ejércitos estaban separados por el desfiladero de La Losa, custodiado por los almohades. La situación de los cristianos era angustiosa: avanzar por el desfiladero era sumamente peligroso, retirarse era desmoralizador. No tenían más solución que levantar los ojos al Cielo y, ciertamente, el Cielo dio la solución. Un “rústico celestial” (así lo describe el arzobispo D. Rodrigo) aparece en escena: un aparente pastor se ofrece a guiar a los cruzados por un desfiladero sin vigilancia enemiga (actual Paso del Rey). El Rey Alfonso VIII accede y, el 14 de julio, el ejército cristiano franquea Despeñaperros, posicionándose en la denomina-

da Mesa del Rey, frente al campamento almohade. Cuando el rey quiso recompensar sus servicios al presunto pastor, éste no fue hallado, y el propio rey, meses más tarde, a su paso por Madrid, reconoció en el cuerpo incorrupto de San

Restos de las cadenas rotas por Sancho VII de Navarra, conservadas en la Colegiata de Roncesvalles.

Isidro (había fallecido en 1172) al famoso pastor de Las Navas. 6. La gran victoria El día 15 de julio, por ser domingo, los cristianos rehuyeron entablar combate, limitándose a defender sus tiendas de algunas acometidas enemigas. Al día siguiente, los cristianos se levantan después de la media noche, celebran misa, comulgan y se preparan para el combate. Eran alrededor de unos 70.000 y se despliegan en forma de cruz: en la vanguardia iba D. Diego López de Haro, señor de Vizcaya y alférez mayor del rey de Castilla, en el centro estaban las Ordenes Militares y las milicias concejales capitaneados todos ellos por el conde D. Gonzalo Núñez de Lara, en el ala derecha figuraba el rey de Navarra y el ala

El triunfo de la Santa Cruz

izquierda la dirigía el rey de Aragón; en retaguardia, mandando la reserva se hallaba Alfonso VIII acompañado por el arzobispo de Toledo y otra media docena de obispos castellanos y aragoneses, así como por el arzobispo de Narbona. En el campo musulmán se concentraron entre 125.000 y 250.000 hombres, dispuestos en forma de gigantesca

Pendón de Las Navas que actualmente se exhibe en el Real Monasterio de Santa María de Las Huelgas

media luna, en cuyo centro se situaba la tienda roja de Miramamolín, defendida por una guardia de 10.000 negro atados con cadenas y que formaban con sus picas un verdadero muro de hierro. El choque inicial fue violentísimo; los almohades habían dispuesto sus peores tropas en vanguardia y estas se dispersaron ante la acometida cristiana, hasta que la vanguardia de D. Diego López de

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Haro se enfrenta con tropas de más calidad que, inicialmente, son arrolladas pero luego pasan a resistir e incluso a contraatacar, ya que estaban combatiendo con el grueso del ejército almohade. La vanguardia cristiana es reforzada por el centro, donde figuran las Ordenes Militares, pero ambos acaban envueltos completamente por las pinzas de la media luna islámica. Al igual que en Alarcos, triunfa la estrategia militar musulmana: la fuerte pero pesada masa de ataque cristiana es fijada en el terreno de combate y rodeada por las formaciones musulmanas más ligeras y flexibles. El rey Alfonso VIII contempla la situación desde su puesto de mando y viendo por el movimiento de los estandartes que D. Diego López de Haro resiste aún, rodeado de enemigos, determina dar la carga final unido a los otros dos reyes que mandaban las reservas de las dos alas. Del éxito de esta carga depende el cambio de la suerte del combate, inicialmente adverso a los cristianos. «Arzobispo, yo e vos aquí muramos» dijo el Rey a D. Rodrigo, quien replicó: «non quiera Dios que aquí murades, antes aquí habedes de triunfar de los enemigos». El rey responde: «pues vayamos aprisa a socorrer a los de la primea haz que están en grande afincamiento». En ese instante, el capiscol (maestro de capilla) de la catedral de Toledo, D. Rodrigo Pascasio, portador de la cruz-guión del arzobispo, se lanza a galope tendido pasando milagrosamente entre las filas enemigas sin que en toda la batalla llegase a sufrir daño alguno. Al mismo tiempo, el alférez del rey Alfonso VIII, Sancho González de Reinoso, es el primero en ver una cruz aparecida en el cielo que infunde tal coraje en él y en sus compañeros que nada se opondrá a su arrojo en el inmediato

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El triunfo de la Santa Cruz

combate. Amparados con estos signos de la Providencia Divina, los tres reyes enfilan sincrónicamente su carga al grito de “¡Santiago y cierra, España!”, llevándose por delante a toda la morisma hasta liberar de su cerco a la vanguardia y centro cristianos. Después, juntos todos los cruzados, acometen contra el último foco de resistencia del enemigo: la tienda roja de Miramamolín con sus 10.000 guerreros encadenados. El primero en romper las cadenas es Sancho VII de Navarra y tras él se introduce en el recinto adversario el antes mencionado capiscol sosteniendo la cruz-guión arzobispal. Miramamolín se da a la fuga. Cien mil cadáveres almohades quedaron tendidos en el campo de batalla. Navarra conserva en su Colegiata de Roncesvalles unos restos de las cadenas rotas por Sancho VII y además las cuelga en su escudo de armas, así como en el cuartel correspondiente del escudo de España. Burgos exhibe en el Real Monasterio de Santa María de las Huelgas (fundado en 1187 por Alfonso VIII) el pendón de Miramamolín. «El favor de Dios suplió a vuestra flaqueza y os relevó del oprobio que sobre vos pesaba». Así habló el arzobispo D. Rodrigo sobre los laureles del rey Alfonso VIII, quien fallecía dos años después, el 6 de octubre de 1214, casi a los 59 años de edad, después de haber coronado con éxito la obra de su vida: la unión de los reinos cristianos peninsulares en orden a quebrar de manera definitiva e irreversible la amenaza militar musulmana que impedía el avance de la Reconquista. Su nieto Fernando III el Santo recogerá los copiosos frutos de las Navas en la zona central: tras unir Castilla y León, embiste contra los debilitados musulmanes (que se habían sacudido el yugo almohade para volver a formar nuevos reinos de Taifas)

y reconquista Córdoba, Jaén y Sevilla, sometiendo a vasallaje a Cádiz y Murcia (los cuales serán definitivamente incorporados a la Corona por su hijo Alfonso X el Sabio). Su yerno Jaime I de Aragón reconquista Valencia y Mallorca. Su otro nieto Alfonso III de Portugal rematará la Reconquista en la zona occidental dominando el Algarve. 7. Epílogo «In hoc signo vinces» [Con este signo vencerás] fue la inscripción que el emperador Constantino vio en el Cielo mientras brillaba la señal de la Cruz por encima del sol, y al adoptar la Cruz sobre el lábaro imperial y el escudo de sus soldados, obtuvo la victoria de Puente Milvio (312) sobre su rival Majencio, justamente nueve siglos antes que la victoria de Las Navas. A partir de entonces, la sociedad civil comienza a cristianizarse y surge la ciudad católica, la civilización cristiana, que se desarrollará en continua lucha y combate contra los enemigos de la fe. El triunfo en esta lucha radica precisamente en la adhesión firme e inquebrantable que se tenga a la Cruz, instrumento único y exclusivo elegido por Dios mismo para la redención, tanto colectiva como individual, del ser humano. Por eso, la Santa Iglesia canta en su liturgia el Triunfo de la Santa Cruz: «Deus, qui per Crucem tuam populo in te creyente triumphum contra inimicos concedere voluisti: quaesumus; ut tua pietate adorantibus Crucem, victoriam semper tribuas et honores» [Oh Dios, que por medio de tu Cruz quisiste conceder al pueblo que en Ti cree el triunfo contra los enemigos; rogámoste concedas siempre a los que por tu bondad adoran la Cruz, la victoria y el honor]. m

Mujeres católicas y ciencia

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Mujeres católicas y ciencia Rvdo. D. Eduardo Montes

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onviene destacar que la ciudad de Bolonia, y por tanto su universidad, formó parte hasta 1870 de los Estados Pontificios y por tanto nuestras protagonistas de hoy –cuyas vidas se desarrollaron y concluyeron mucho antes del acontecimiento llamado “La unificación”– recibieron en último término del Santo Padre sus, por otra parte merecidísimos, nombramientos universitarios boloñeses. En los catálogos a que he tenido acceso nuestras tres protagonistas de hoy figuran como “las primeras” en poseer dichas cátedras en todo Europa. Como Europa es grande puede darse en absoluto que en algún otro lugar del continente se hubiera dado el caso de otra pionera. No tengo constancia de ello pero en el peor de los casos se trataría de tres de las primeras mujeres en ostentar cargos de tanta relevancia científica y las tres en territorio papal y las tres eran católicas ejemplares como, brevemente, vamos a ver. - La primera mujer catedrática de universidad: Lo fue LAURA BASSI (1711-1778), prima de Lazzaro Spallanzani (1729-1799) el llamado en su tiempo “biólogo de biólogos” y precursor de Pasteur. Laura fue la primera mujer que se encargó de la cátedra de Física experimental de la Universidad de Bolonia. Fue, además, madre de 12 hijos de los que 3 se ordenaron sacerdotes. - El Papa Benedicto XIV ofrece la cátedra de Geometría a otra mujer: Se trata de MARIA AGNESI (1718-1799). Esto sucedía en 1750, también en la Laura Bassi (Bolonia 1711 - Bolonia 1778) fue una niña prodigio, recibió instrucción en matemáticas, filosofía, anatomía, historia natural y lenguas de Gaetano Tacconi, Profesor de Medicina en la Universidad de Bolonia. Bassi, desarrolló su interés en la ciencia, y fue alentada por su familia y amigos, entre ellos el Cardenal Próspero Lambertini (futuro Papa Benedicto XIV), para buscar un puesto académico. Se graduó en 1732, obtuvo un puesto de profesora en filosofía en la universidad y se convirtió en miembro de la Academia de Ciencias de Bolonia. En 1738 su matrimonio con el médico y físico Giuseppe Veratti, con quien tuvo doce hijos, le facilitó su carrera profesional. En 1749 inauguró un laboratorio privado, que se hizo famoso en toda Europa y acogió a científicos de renombre y jóvenes destinados a ser famosos. Sólo en 1776 el Senado de Bolonia le concedió la cátedra de física experimental en el Instituto de Ciencias.

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María Gaetana Agnesi (Milán, 16 de mayo de 1718 - Milán, 9 de enero de 1799) se distinguió con gran precocidad como políglota y polemista. Se la recuerda sobre todo como matemática, aunque también se la califica de lingüista, filósofa, y más raramente teóloga. En 1748 publicó Instituzioni analítiche ad uso della gioventù italiana, tratado al que se atribuye haber sido el primer libro de texto, que trató conjuntamente el cálculo diferencial y el cálculo integral. Entre 1750 y 1752 consta que era catedrática de matemáticas en la Universidad de Bolonia, seguramente de forma honorífica. Durante los 47 años siguientes, dedicó su vida y hacienda a la caridad y al cuidado de los pobres, hasta encontrar la muerte en el mismo hospicio que había dirigido, ya fuera como menesterosa residente, como monja de la congregación, o más probablemente como ambas cosas, pues tal era el sentido de su vocación. Para la historia de las matemáticas Agnesi es importante por su influencia en la divulgación del cálculo.

Universidad de Bolonia. Pero Maria Agnesi no aceptó la oferta papal para consagrarse a la dirección de la sección femenina de un hospital para ancianos pobres. - La primera mujer directora de una Escuela de Obstetricia: Lo fue MARIA DALLE DONNE (1778-1842) en la misma Universidad Pontificia de Bolonia cuyo nombramiento está fechado el año 1804. Se distinguió por sus cualidades pedagógicas y por su intensa piedad que expresaba de manera elocuente tocando el órgano durante las funciones religiosas. m Maria Dalle Donne (1778-1842), fue la primera mujer doctorada en medicina, y la segunda en ingresar como miembro en la Ordine dei Benedictini Academici Pensionati. Dalle Donne, de familia humilde, nació en un pueblo cercano a Bolonia. Se reconocieron pronto sus talentos y se le animó a estudiar medicina en la Universidad de Bolonia. En 1799 presentó su disertación, y se examinó alcanzando el doctorado en medicina maxima cum laude. In 1800, publicó tres escritos científicos. El primero sobre anatomía y fisiología. En el segundo sugería por primera vez que las enfermedades podían ser clasificadas en base a sus síntomas. El tercero se centró en la obstetricia y el cuidado de los recién nacidos. In 1832, Dalle Donne se convirtió en la Directora del Departamento de Obstetricia de la Universidad de Bolonia.

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Crónica de la Hermandad en España l Viaje de las chicas de la SAS - 30 de julio al 8 de agosto Cada verano se suele organizar un campamento de la SAS (Sociedad San Andrés) en España, pero este año el capellán, el padre Juan María de Montagut, llevó a las chicas de la SAS a Roma, la ciudad eterna, a fin de descubrir los tesoros milenarios de la cristiandad, especialmente los miles de mártires testigos de la Fe que están enterrados allí. No fue tan fácil ya que el viaje no era gratis. Las chicas organizarón pues ventas de pasteles y varias actividades que les permitieron costear un viaje del que volvieron encantadas.

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l Campamento para chicos - 1 al 12 de agosto Un vez más el padre Carlos Mestre, lleno de celo apostólico para con los niños, llevó a los chicos no muy lejos de Portugal en la zona de Ciudad Rodrigo, provincia de Salamanca para un campamento casi familiar de 12 días. Le acompañarón tres seminaristas de los cuales dos son españoles, Santiago Lorenzo y Javier Utrilla y uno francés, François Régis de Bonnafos.

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l Tandas de ejercicos espirituales Del 28 de agosto al 2 de septiembre los padres Juan María de Montagut y Pedro Mouroux predicaron los ejercicios de San Ignacio a los hombres. Del 4 al 9 de septiembre los padres Carlos Mestre y Luis María Canale hacían lo mismo pero esta vez para la mujeres. Esperemos que estos ejercicios den frutos para los unos y las otras. l Conferencia sobre las Navas de Tolosa - 22 de septiembre Para celebrar el aniversario de la famosa batalla de las Navas de Tolosa que marcó el fin de la dominación mora en nuestro país D. Julio Melones, feligrés versado en historia, hizo una

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bella conferencia que hemos reproducido en este mismo número. l Viaje a Tánger A finales del mes de septiembre el padre Juan María de Montagut hizo un viaje a Tánger (Marruecos) para visitar a algunos fieles españoles instalados allí. No es la primera vez que se va a Marruecos, desde hace algunos meses visitamos una familia originaria de Valencia y este año el padre Luis María Canale bautizó a los cuatro niños ¡Deo gracias! De ahora en adelante se visitará periódicamente esta ciudad.m Amabilísimo Señor mío Jesucristo, que, al precio de vuestra preciosísima Sangre habéis redimido al mundo, dirigid misericordiosamente vuestra mirada hacia la pobre humanidad que en tan gran parte yace todavía sumergida en las tinieblas del error y en las sombras de la muerte y haced que sobre ella resplandezca toda entera la luz de la verdad. Multiplicad, oh Señor, los apóstoles de vuestro Evangelio; enfervorizad, fecundad, bendecid con vuestra gracia su celo y sus fatigas, para que por su medio, todos los infieles os conozcan y se conviertan a Vos, su Creador y Redentor. Llamad a los que andan errantes a vuestro redil y a los rebeldes al seno de vuestra única y verdadera Iglesia. Apresurad, oh amabilísimo Salvador, el deseado advenimiento de vuestro reino en la tierra y atraed a vuestro Corazón dulcísimo a todos los hombres, para que podamos todos participar de los incomparables beneficios de vuestra Redención, en la eterna felicidad del Paraíso. Así sea.

Recordamos que la Hermandad de San Pío X en España tiene un sitio oficial en Internet: tradicioncatolica.es. Podrán consultarse documentos (Tradición Católica, Si Si No No, encíclicas...), informaciones (calendario de las actividades, direcciones de las capillas), pudiéndose también a través de nuestra página adquirir libros.

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La primavera del postconcilio L. Pintas l Cristo entre ratas. Perdonen que arranquemos la sección con un titular casi blasfemo. Lo blasfemo es, en realidad, la imagen que el titular describe, y que obviamente no reproducimos: un rostro de Nuestro Señor cuya aureola

de santidad se convierte en una gigantesca rata que lo envuelve como si lo devorase. Su autor es un grafitero romano de 34 años llamado Mr. Klevra, a quien le ha dado por utilizar para sus expansiones callejeras motivos religiosos. Algunos son de gran belleza e inobjetables. Pero en otros nos encontramos con provocaciones como la descrita, o con una típica imagen del Sagrado Corazón de Jesús con rostro de calavera, o con un grafiti donde un San Juan rosa con los labios pintados y un anillo en la oreja abraza a Jesús, o con una foto en la que se ve un icono de la Santísima Virgen en una pared en la cual hay dos jóvenes

orinando. Mr. Klevra dice ser “católico practicante”, aunque “bastante transgresor”. Con todo, su transgresión no es mayor que la del diario de la conferencia episcopal italiana, L’Avvenire, que en su edición del 4 de julio pasado le entrevistaba sin un solo reparo a su arte; ni es mayor que la de L’Osservatore Romano, que en esos días celebraba la participación de dicho sujeto en un congreso de arte callejero celebrado en la Urbe. Una muestra más de la falta de criterio que guía en los últimos meses las páginas del diario vaticano en cuanto se refiere al pomposo “diálogo fe y cultura”, que le ha llevado a elogiar, al cumplirse su quincuagésimo aniversario, las películas de James Bond. Elogiables, seguro, por muchos motivos, ninguno de los cuales se antoja apropiado para figurar en las páginas del principal órgano de información de la Santa Sede. l Payasadas. Esto del “diálogo fe y cultura” da para mucho más que para perdonar irreverencias y “transgresiones”. Permite, también, cometerlas. Y el ámbito del circo ofrece variedad de posibilidades. La nueva basílica de Fátima, llamada de la Santísima Trini-

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dad, ofreció el pasado 10 de junio un espectáculo de magia: el manido truco de las espadas que atraviesan una caja

donde supuestamente hay una persona. Se trataba de amenizar la estancia en el templo de una peregrinación infantil, a quien se ha trasladado sin embargo el peor mensaje posible contra la sacralidad del templo y del cercano altar, testigo mudo de la afrenta. Aunque, para payasada y afrenta, la que tuvo lugar el 12 de octubre en la Basílica de Nuestra Señora de Aparecida, patrona de Brasil, con ocasión de la solemne Novena da Padroeira. Como suele decirse... inena-

rrable: no hay palabras. Aunque vamos a intentarlo. Imagínense el templo lleno, y que de repente empieza a sonar la típica música que acompaña los golpes y trompicones de los payasos, aquella que ponían en el Un, dos, tres cuando los concursantes tenían que superar alguna prueba que implicase resbalones o tartazos. En ese momento, empiezan a recorrer la basílica unas chicas vestidas de ángeles, montadas en patines. Y detrás, entra una estructura giratoria a modo de tiovivo, de unos cinco metros de altura, en la que unos chicos sentados en una especie de trapecios van haciendo monadas al respetable. Coronando la estructura, una joven sonriente va saludando. Lleva en sus manos las Sagradas Escrituras y,

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tras recorrer la nave, llega hasta el presbiterio, donde le pasa la Biblia a uno de los trapecistas, quien a su vez se la entrega a uno de los sacerdotes celebrantes en patética ceremonia. El celebrante la lleva en alto hasta el altar con los brazos estirados, mientras los acróbatas mantienen su postura, con la sonrisa sin separarse de los dientes. De verdad, recomendarlos verlo en Youtube (http://www.youtube. com/watch?v=MxfO7a7_bWs). A modo de vacuna, claro. l Confesión de parte. Al principio creíamos que la hermenéutica de la continuidad consistía en interpretar el Concilio Vaticano II a la luz de la Tradición. Luego ya nos han aclarado que consiste, en realidad, en interpretar la Tradición a la luz del Concilio Vaticano II. En cualquier caso, el problema peliagudo sigue siendo la continuidad. El cardenal suizo Georges Cottier (en la fotografía), que fue secretario de la Comisión Teológica Internacional, nos lo pone fácil. En una entrevista concedida a Zenit el 20 de julio, cuando le preguntan “si el Vaticano cambió de actitud en relación a la guerra”, es así de claro: “Antes de las dos guerras mundiales, los teólogos tenían una teología de la guerra justa, que es un gran problema.... Ahora sabemos que la guerra nunca es solución, pero ¿qué sucedió antes de que llegáramos a esa conclusión? Que comenzó el Concilio, y gracias a la encíclica Pacem in Terris del Papa Juan XXIII y al gran discurso de Pablo VI en las Naciones Unidas, la Iglesia comenzó a desarrollar una doctrina de la paz, nunca más de la guerra”. Así

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que, hermenéutica, mucha, pero continuidad, poquita. Nada menos que toda la doctrina de la guerra justa, elaborada durante siglos por los teólogos con suma precisión y matización, la declara clausurada uno de los teólogos pontificios de referencia. “Ahora sabemos que la guerra nunca es solución”, dice el cardenal Cottier. El “nunca” ya le aparta de la doctrina católica. El “ahora” nos lo dice

todo sobre la hermenéutica de la continuidad. l ¿Nación cristiana? ¡Venga ya! Tampoco parece haber mucha continuidad en una insólita declaración de los obispos de Zambia. Según recogió la Agencia Fides el 20 de agosto, el comité técnico que estaba encargado de escribir la nueva Constitución recibió una sorprendente enmienda por parte de los obispos del país, cuyo presidente es monseñor Georges Lungu: “En el preámbulo, se debe omitir la declaración de que Zambia es una nación cristiana. Esto porque un país no puede practicar los valores y los preceptos del cristianismo mediante una simple declaración. No se debe perder el principio de la separación entre Estado y religión.

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Si Zambia es un país multirreligioso, un hecho que ha sido reconocido en el

Mons. Georges Lungu preámbulo del primer borrador del Comité Técnico, afirmar que Zambia es una nación cristiana entraría en contradicción con este hecho”. Lo peor no es la discutible apreciación sociológica que envuelven estas afirmaciones, sino que su mezcolanza con la separación entre Estado e Iglesia las convierte en algo más que sociología. Con estos obispos, no es que la Constitución no deba decir que Zambia no es cristiana porque es multirreligiosa: es que, aunque no fuese multirreligiosa... ¡habría que separar Iglesia y Estado para no “perder el principio”! Por tanto, no se trata de sociología, es que hay un principio nuevo que sustituye al anterior. Y eso no es nada hermenéuticocontinuista. l Apadrina a un masón. Es mismo 20 de agosto en el que los obispos de Zambia establecían como

su referente doctrinal un principio clásico de la masonería, al otro lado del Atlántico, en Brasil, era bendecida con una misa. En tal fecha se celebra, al parecer, el Día del Masón. Cosa que aprovechó el párroco de Nuestra Señora de la Concepción en Belo Jardim (diócesis de Pesqueira, en Pernambuco) para oficiarles una misa, a la que asistieron ataviados con el clásico mandil de los “hijos de la viuda”, otrora símbolo del odio secular de esa organización contra la Iglesia. Y con ese mandil... comulgaron. Según informa el blog Frates in Unum, al parecer el obispo fue preguntado por este escándalo, y monseñor José Luiz Ferreira Salles respondió que “acababa de llegar de viaje”. Hay excusas mejores. m

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