Isabel II y la mujer en el siglo XIX

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Isabel II y la mujer en el siglo XIX

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Dirección editorial del volumen Isabel II y la mujer en el siglo XIX: MARION REDER GADOW Coordinación: DOLORES QUESADA NIETO Autores: Jesús CANTERA MONTENEGRO Universidad Complutense de Madrid Emilio DE DIEGO Universidad Complutense de Madrid

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Catálogo de publicaciones del Ministerio:

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Catálogo general de publicaciones oficiales:

publicacionesoficiales.boe.es

Fecha de edición: 2010

NIPO: 820-10-316-8

ISBN: 978-84-369-4931-5

Depósito Legal: M-54509-2010

Fotocomposición: AKASA S.L.

Gloria ESPIGADO TOCINO Profesora Titular. Historia Contemporánea Universidad de Cádiz Enrique MARTÍNEZ RUIZ Catedrático de Historia Moderna. Universidad Complutense de Madrid Pedro Luis PÉREZ FRÍAS Teniente Coronel Ejército de Tierra DEM, en Reserva. Investigador Grupo Investigación HUM 333 “Crisol Malaguide” de la Universidad de Málaga José Manuel PÉREZ-PRENDES MUÑOZ-ARRACO Universidad Complutense de Madrid Marion REDER GADOW Universidad de Málaga Rafael SÁNCHEZ MANTERO Universidad de Sevilla José Luis VALVERDE MERINO Jefe de Servicio de Conservación. Patrimonio Nacional Juan VELARDE FUERTES Universidad Complutense de Madrid

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isabel ii y la mujer en el siglo XiX La muerte de Fernando VII en 1833 significó una auténtica revolución para el orden sucesorio de la Casa de Borbón en España. Después de más de 130 años subía al trono por primera vez una mujer aún niña, Isabel II. Era la primera reina que tenía la Monarquía española desde la unificación de sus reinos con Carlos V, y hasta el momento la única. Al año siguiente a la proclamación de Isabel II como sucesora al trono se aprobaría el Estatuto Real, que en el año 2009 cumplió su 175 Aniversario, y la primera Constitución, desde la abolición de 1812, que ratificaba el bicameralismo parlamentario. Durante los 35 años que dura el reinado de Isabel II, España vive convulsiones terribles: guerras civiles como la Carlista, coloniales, como en Cochinchina, Méjico y Marruecos; intervencio­ nes en Roma y Santa Domingo; y epidemias y pronunciamientos militares que salpican el período. Pero también se perciben signos de avance, como la implantación del ferrocarril o la incipiente revolución industrial en algunos territorios. La reforma económica implica sucesivas desamortizaciones, como la de Mendizábal y Madoz, que darían origen a una modificación sustancial del patrimonio nacional Siguiendo la estela de la Reina, la mujer relegada hasta entonces a la esfera privada, al cuidado del hogar y de los hijos, trasciende a la esfera pública iniciando una tímida incursión en el ámbito político, en el cultural y en el trabajo fabril. A partir de 1845, se universaliza el estereotipo de la mujer española gracias a la novela Carmen, de Próspero Mérimée. Este libro pretende analizar estos claroscuros de la segunda mitad del XIX en una España aún traumatizada por la independencia de la mayoría de las colonias americanas. Así, el acercamiento a los diversos aspectos anterior

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históricos, económicos, sociales, políticos, biográficos y artísticos nos permitirá tener una nueva visión en torno a ciertos aspectos esenciales acerca de la figura de la Reina Isabel II y al papel de la mujer en este período. Esperamos que sea una ayuda para todos los profesores que imparten Historia o Historia del Arte en ESO, Bachillerato, Enseñanzas Artísticas o Módulos de Ciclos Formativos relacionados con estas materias.

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Índice Isabel II, mujer y reina Enrique Martínez Ruiz Progresistas y moderados, ¿dos liberalismos irreconciliables?: reflexiones sobre el entramado político del reinado de Isabel II Emilio de Diego El ejército isabelino. Extracción social de sus élites Pedro Luis Pérez Frías La mujer en el reinado de Isabel II: educación, consideración social y jurídica Gloria Espigado Tocino Desamortización y patrimonio histórico Jesús Cantera Montenegro Cánovas, del Manifiesto de Manzanares a la Restauración Marion Reder Gadow Las constituciones isabelinas José Manuel Pérez-Prendes Muñoz-Arraco

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El reinado de Isabel II en la historia económica de España Juan Velarde Fuertes

MATERIAL COMPLEMENTARIO El liberalismo español en los albores del reinado de Isabel II Rafael Sánchez Mantero El proceso de recuperación histórica del Palacio Real de Aranjuez José Luis Valverde Merino Ediciones del Instituto de Formación del Profesorado, Investigación e Innovación Educativa

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Isabel II, mujer y reina

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1. Una infancia difícil 2. La mayoría de edad y la boda 3. Errores políticos y escándalos privados 4. Destronamiento, exilio y muerte 5. Dos imágenes para la historia Bibliografía

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I

sabel II era hija de un matrimonio entre parientes, compuesto por Fernando VII y su cuarta esposa, María Cristina de Borbón (1806-1878), princesa de las Dos Sicilias, hija del rey de Nápoles Francisco I y de la infanta Dª María Isabel, hermana de Fernando VII, por lo que María Cristina era sobrina del rey (no más rosa­ rios, por Amalia de Sajonia, su tercera esposa (1803-1829)). Los absolutistas y la camarilla femenina quisieron estorbar la boda real sin conseguirlo. Isabel II nace el 10 de octubre de 1830. Su persona y su destino como reina fue cuestionado desde el primer momento; como dice Cambronero, el sentir general fue: “Un herede­ ro, aunque hembra”1 cuando se supo que Fernando VII había tenido por fin descendencia2.

1. una infancia difícil Nada más morir su padre, el último rey absoluto, su tío D. Carlos se niega a reconocerla como reina e invoca sus propios derechos al trono3, apoyado por sus partidarios, que se sublevan para dar comienzo a siete años 1

(1908). Isabel II, íntima (pág. 15). Barcelona: Montaner y Simón.

Isabel II reinó en España desde 1833 a 1868, periodo en el que podemos distinguir dos etapas: la regencia o minoría de edad (1833-43) y el reinado personal (1843-1868). En los últimos años y como consecuencia del centenario de la muerte de Isabel II, su reinado ha suscitado una considerable y estimable producción historiográfica, de la que nosotros vamos a destacar aquellas obras que, a nuestro juicio, nos aproximan de manera más directa a la figura de la soberana, entre otras: JOVER ZAMORA, J. Mª (dir.). (1981). La era isabelina y el sexenio democrático, vol. XXXI de la Historia de España, fundada por R. Menéndez Pidal. Madrid: Espasa Calpe; ÁLVAREZ, Mª T. (2001). Isabel II: melodía de un recuerdo. Barcelona: Martínez Roca; BURDIEL, I. (2004). Isabel II: no se puede reinar inocentemente, Madrid: Espasa Calpe y (1998). La política en el reinado de Isabel II. Madrid: Marcial Pons; COMELLAS, J. L. (1999). Isabel II: una reina y un reinado. Barcelona: Ariel; HERRERO DE MIÑÓN, M. y VELARDE FUERTES, J. (2004). Isabel II: conmemoración del primer centenario de su fallecimiento. Madrid: Real Academis de Ciencias Morales y Políticas; DE DIEGO, E. (2004). Panorama histórico-político del reinado de Isabel II. Madrid: Fundación Universitaria Española; MARTÍ GILABERT, F. (1996). Iglesia y Estado en el reinado de Isabel II. Pamplona: Eunate; MORENO ECHEVARRÍA, J. Mª. (1973). Isabel II: biografía de una España en crisis, Barcelona: Ediciones 29; OLIVAR BERTRAND, R. (1986). Así cayó Isabel II. Madrid: Sarpe D.L.; PÉREZ GARZÓN, J.S. (2004). Isabel II: los espejos de la reina. Madrid: Marcial Pons; RICO, E. G. (1999). Isabel II. Barcelona: Planeta; RUEDA, G. (1996). El reinado de Isabel II: La España liberal. Madrid: Historia 16 o VILCHES, J. (2007). Isabel II: imágenes de una reina. Madrid: Síntesis. 2

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Para la crisis sucesoria, vid. SUAREZ VERDEGUER, F. (1950). La Pragmática Sanción de 1830. Valladolid, [s.i.].

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de guerra, que transcurre simultánea a una revolución que culmina con el establecimiento del régimen liberal, un resultado en cierto modo inesperado. El 20 de junio de 1833 Isabel II es jurada como herede­ ra y princesa de Asturias, y se la proclama reina el 24 de octubre. Durante su minoría de edad desempeñan la regencia su madre, hasta 1840, y el general Espartero, hasta 1843. En la primera regencia, María Cristina bus­ ca la alianza de los liberales, incapaz de sostenerse por sí sola, lo que es otra de las contradicciones que tiene que vivir la reina en su infancia: crece en una corte abso­ lutista dirigida por liberales, quienes acaban imponien­ do un régimen que recorta sustancialmente los poderes de la Corona, en un proceso con revueltas y violencias que afectan al mismo palacio. Además, había otro gran secreto oculto: su madre no guarda el luto debido a su padre y, a los pocos me­ ses de morir el rey, contrae matrimonio morganático con Fernando Muñoz, un guardia de corps. Las nuevas nupcias de María Cristina distancian a Isabel de su ma­ dre, que tuvo varios hijos con su segundo esposo, una

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Retrato de Isabel II a los 8 años, 1838.

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descendencia que Isabel ha de conocer y acoger por imposición de su progenitora, que siempre le exigirá y le impondrá un respeto filial. La nueva familia materna vivió oculta y la reina vivió con su hermana Luisa Fernanda en palacio, mientras su madre pasaba largas temporadas en El Pardo, lo que constituyó una se­ paración de hecho de las hijas de su primer matrimonio, algo que no pasaba desapercibido a nadie y así lo constatan muchos de los observadores extranjeros en Madrid, como el coronel Saint Yon, francés, que seña­ laba la conveniencia de que fuera así, pues de lo contrario la vida privada de la regente acabaría por destruir el escaso prestigio que le quedaba a la realeza en España. Así discurre su infancia hasta 1840, cuando María Cristina renuncia a la regencia y es designado Espartero nuevo regente, lo que plantea una delicada cuestión, pues la madre había declarado que no renunciaba a la tutela, pero se le mostró que por las leyes españolas no podría desarrollar la tutela a distancia y la Cons­ titución no reconocía más que un tutor y las leyes declaraban este cargo personalísimo. Se barajaron cinco nombres, D. José Manuel Quintana, D. Vicente Sancho, D. Francisco Cabello, Donoso Cortés y Montes de Oca. La reina madre designó a Donoso Cortés para que tratara el asunto con el regente y el gobierno. El 10 de julio de 1840 ambas cámaras declararon vacante la tutela y al proceder al nombramiento del nuevo tutor, Argüelles fue elegido por una amplísima mayoría: le caía bien a todos por sus cualidades (se le llamó el divino) y no introdujo ninguna alteración en palacio, pero María Cristina protestó considerando que “la decisión de las Cortes es una usurpación de poder fundada en la fuerza y en la violencia” y que no podía consentir tal usurpación. Como consecuencia de esta protesta, 13 damas de palacio renunciaron a su puesto, la marquesa de Santa Cruz declinó su puesto de aya y camarera mayor y fue sustituida por la condesa de Mina como de aya y por

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la marquesa de Bélgica como camarera mayor. Quintana continuó al cargo de la educación de la reina y su hermana, mientras que la formación religiosa la dirigía el obispo de Tarragona, Valdés Busto, que tenía fama de virtuoso; la administración de la casa real y el patrimonio le correspondía a D. Martín de los Heros. Argüelles cobraría 180.000 reales, o más si así lo quería, y considerando que el mayordomo mayor de palacio cobraba el sueldo más alto de esa dependencia –120.000 reales–, el nuevo tutor se conformó con 90.000 dejando los otros 90.000 por si surgían imprevistos, nunca surgieron. Argüelles tuvo, además de la de María Cristina y los suyos, la oposición de los moderados –le llamaban el zapatero Simón– y de parte de los progresistas, que consideraban que su moderación y tolerancia eran excesivas. Finalmente, Agustín Argüelles fue exonerado en 1843, tras la caída de Espartero, y abandonó la política. Dimitieron también la condesa de Mina y Martín de los Heros. Le sucedió como tutor el duque de Bailén y como ayo fue desig­ nado Salustiano Olózaga. En estos años, la reina niña sigue viviendo un mundo de contradicciones, ya que mientras la condesa se esforzaba en inculcarle una educación de acuerdo con los principios progresistas de que el rey reina pero no gobierna, María Cristina desde París conspiraba contra el regente y financiaba a los militares descontentos con el progresismo, haciéndole llegar a su hija por todos los medios mensajes claros de que la gente que la rodeaba era su enemiga, pese a la amabilidad y el respeto aparente que le mostraban, porque eran revolucionarios y los revolucionarios eran el azote de las monarquías. Es más, el afecto que llegó a tomarle la niña a la condesa fue interpretado por María Cristina como una traición a ella y así se lo hizo saber a su hija. Para colmo, en una noche oscura y desapacible de octubre de 1841, tuvo lugar la primera tentativa anties­ parterista, que tuvo lugar en Madrid cuando un grupo de militares con Diego de León al frente se sublevó, quiso apoderarse de la joven reina y trasladarla a París con su madre, en lo que iba a ser el comienzo de una nueva revolución. La vida de la niña corrió peligro, pues hubo disparos y muertos en las escaleras de la regia

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mansión. La intentona fracasó y por el que los principa­ les implicados fueron fusilados. Fue un episodio difícil de explicarle a Isabel y por el que también le resultó difícil a María Cristina volverse a ganarse su confianza. Nadie quería una nueva regencia y la solución se fiaba a una anticipada declaración de mayoría de edad de aquella niña desconcertada, adolescente y caprichosa, que el mismo día que cumplía trece años era declara­ da mayor de edad, trámite adelantado por decisión de Joaquín María López, con el apoyo de Narváez y Prim. El 10 de noviembre de 1843 Isabel es proclamada reina por las dos cámaras, y jura la Constitución.

2. la mayoría de edad y la boda Desde ese mismo momento, María Cristina recupera el protagonismo político perdido, ya que las instruccio­ nes de gobierno que recibe Isabel y las normas a las que debe ceñir su conducta proceden de su madre y de sus agentes en Madrid, particularmente de Donoso Cortes, cabeza del moderantismo más autoritario, y de la condesa de Santa Cruz, una vieja dama de palacio.

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Jura de la Constitución, 1843.

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El comienzo de su mayoría de edad y sus primeras actuaciones como reina van a desarrollarse en el marco de un conflicto político que la involucra. Su primer gobierno estuvo presidido por Olózaga4, progresista, que proponía a Joaquín María López para presidir el Congreso, pero los manejos de González Bravo consiguieron que los moderados y la Joven Espa­ ña eligieran a Pedro José Pidal, moderado. Para evitarlo y temiendo que fuera el inicio de una ofensiva para prescindir de los progresistas, Ológaza quiso disolver las Cortes, y sin mediar otra cosa que una conversa­ ción con sus compañeros de gabinete le presentó el 28 de noviembre el decreto a Isabel en la cámara regia. Según una versión, Olózaga le pidió a la reina que firmara, ella se negó, pero él la obligó; los enemigos de Olózaga dedujeron que la reina había sido coaccionada, con lo que se desató el consiguiente escándalo par­ lamentario, que provocó la exoneración y expatriación de Olózaga y la llegada al poder de González Bravo. Otra versión defiende que el hecho discurrió de otra manera: Olózaga explicó a la reina lo que pretendía, la reina firmó, después hablaron de la recepción del día siguiente al príncipe de Carini representante de Nápo­ les y luego se fue a jugar con sus damas. Pidal fue quien urdió todos los actos para neutralizar la disolución, acudiendo a la cámara regia a fin de conseguir la exoneración de Olózaga y la anulación de la disolución. En otra reunión posterior, la reina encargó a Pidal la formación del nuevo gobierno, pero eso sería tarea de González Bravo. Al margen de su desarrollo, la crisis que se salda con la caída progresista y la entrega del poder a los moderados supuso el final de la imagen de una reina inocente. Desde nuestra perspectiva es un caso premonitorio, por ser muy temprano, de la impotencia y debilidad de la reina y del férreo círculo de intereses que la rodeaba o asfixiaba. Para este personaje y su relación con la reina, FIGUEROA Y TORRES, A. de, Conde de Romanones (2007). Isabel II y Olózaga: un drama político (Estudio-prólogo de Isabel Burdiel). Vitoria: Ikusager.

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Isabel era muy joven y estaba presionada y confundida por unos consejeros a los que nada les importaba la soberana, que en estos primeros años ya empieza a acumular yerros que marcarían su futuro y que acabarían convirtiéndola en la reina de los tristes destinos. La descripción que hace Fernando Garrido de aquella situa­ ción resulta patética, pero no deja de ser real: Un día son sus parientes, los tíos, los primos hermanos los que le disputan el trono en que aún no se había sentado, rodeando su cuna de peligros, y de ruinas y sangre la nación. Otros, son los pueblos indignados quienes la separan de su madre entregándola en poder de gentes extrañas para ella; más tarde, apenas entrada en la pubertad, llega esa turba de vampiros, de hombres gastados, corrompidos y escépticos, que se llaman a sí mismos moderados, que tienden lazos a su virtud, comprometen su honra, trafican con su nombre y su libertad, y la precipitan en una tene­ brosa noche de miserias, horrores y crímenes, en un satánico sueño que necesitaba a Espronceda como narrador5.

Una situación que Valle-Inclán reflejó de manera implacable en sus Esperpentos. Al mismo tiempo, la reina ya empezaba a ser una figura pública más conocida y quienes la trataron nos han dejado sus impresiones sobre ella. Su primer biógrafo, el inglés Francis Gribble, desde Inglaterra escribía: Carecía absolutamente de genio y se convirtió exactamente en lo que su educación hizo de ella, y su educación fue tan mala que difícilmente hubiera podido ser peor… La virtud no estaba, como dice la gente, en la familia, la virtud política menos que cualquier otra cosa… No podía por lo tanto aprender nada bueno observando el ejem­ plo de ninguno de sus padres y pasó sus años impresionables bajo la influencia de cortesanos que le enseñaron que el reino era su propiedad privada, y su capricho un principio suficiente para dirigir la elección de sus ministros.

Para este personaje y su relación con la reina, FIGUEROA Y TORRES, A. de, Conde de Romanones (2007). Isabel II y Olózaga: un drama político (Estudio-prólogo de Isabel Burdiel). Vitoria: Ikusager.

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Más aún, a la edad en que aún debería haber estado en la escuela, la casaron –por razones de Estado– con un marido que carecía de los atributos esenciales de un marido. Y eso teniendo… le diable au corps6.

Superada la prueba que constituye la crisis de su primer gobierno, va a pasar a un plano prioritario la cues­ tión de su matrimonio7. Desde 1842 Luis Felipe de Orleáns trabajaba en la preparación de la boda de Isabel II, con el envío de un emisario a Viena y Londres a fin de que el elegido como esposo fuera uno de sus hijos o un Borbón de su agrado, pero estas cortes alegaron que, en el primer caso, la boda alteraría el equilibrio. Mientras, en España, se buscaba una solución con Portugal y a medida que los tratos se iban conociendo, se abrieron nuevas opciones entre el público, barajándose los hijos del infante D. Francisco y Luisa Carlota, haciendo que este proyecto fuera el más debatido por el filo-progresismo del infante y por las desavenencias entre Luisa Carlota y María Cristina. Cuando D. Francisco regresa a España y se establece en Zaragoza, se crea un partido, el franciscano o los pacos, que defendía el enlace de uno de sus hijos con la reina; al regreso de éstos: D. Francisco pasó a servir como capitán supernumerario en el regimiento de húsares y don Enrique ingresó en la Marina. La oposición de Mª Cristina alentó a los pacos a buscar un acuerdo con el Regente, pero los ecos palatinos hicieron fraca­ sar un proyecto muy apoyado por los diputados, y cesaron las negociaciones. A los 16 años –tras largas negociaciones con potencias extranjeras y sin que se aceptara la candidatura del conde de Montemolín, propuesta por Balmes– se casa con su primo Francisco de Asís de Borbón, duque de Cádiz. Posiblemente ella hubiera preferido a su cuñado D. Enrique, pero tuvo que aceptar lo acordado en la 6

(1913). The Tragedy of Isabella II (pág. VII). London: Chapman and Hall.

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Vid. PUGA, Mª T. (1964). El matrimonio de Isabel II. Pamplona: Universidad de Navarra.

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entrevista de Eu. En ella se buscaba un acuerdo sobre los llamados matrimonios españoles, con intervención de Francia e Inglaterra, pues Luis Felipe trataba de evitar la ruptura con Inglaterra, si lograba que uno de sus hijos se casara con Isabel y se reeditaba el pacto de familia, conseguiría que la reina Victoria y Aber­ deen compartieran su punto de vista: que Isabel se casara con un descendiente de Felipe V para evitar la unión de Francia y España, aunque también se com­ prometía a no casar a su único hijo soltero, el conde de Montpensier, con Isabel. El primer candidato fue el conde de Aquila (indicado por Inglaterra, favorecido por Francia y consentido por Mª Cristina) y luego el de Trápani, hermano del rey de Nápoles (podía unir las dos ramas borbónicas); se presentó también el príncipe francés y hasta otro alemán. Luis Felipe se daba por satisfecho con el ma­ trimonio de Luisa Fernanda y el duque de Montpen­ sier, e Inglaterra llegó a amenazar con un casus belli si Isabel se casaba con el duque de Aumale. La visita de Victoria a Luis Felipe en Eu propició el acuerdo. La reina y su hermana, 1845.

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Algunos ministros y prohombres españoles consideraban que el candida­ to ideal debía ser D. Enrique, quien dio a conocer el 31 de diciembre de 1845 un poco meditado manifiesto que complicó su candidatura, provocó su salida de la Corte hacia El Ferrol y acabó con su destierro en Bourges. El matrimonio de la reina, pues, fue un matrimonio de conveniencia, que con­ vierte a Isabel en una esposa infiel, algo presumible desde el primer momento. El partido moderado vio bien la elec­ ción del esposo, pues era el candidato más débil y por tanto más manipulable, pero sus condiciones físicas resultaban evidentes y nada adecuadas para una fogosa adolescente, como era Isabel. La Isabel II en 1846, año de su boda misma María Cristina escribía al marqués de Miraflores: “En fin, usted lo ha visto, usted lo ha oído. Sus caderas, sus andares, su vocecita… ¿no es un poco intranquilizador, un poco extraño?”8. Las anécdotas que corrieron de boca en boca sobre la noche de bodas de la regia pareja mostraban de manera sangrante la poca masculinidad del 8

MORAYTA, M. (1893). Historia General de España (pág. 1121). Madrid: Felipe González Rojas Editor.

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D. Francisco de Asís

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esposo –al que Isabel reprochaba llevar en aquella ocasión más encajes que ella–, de la misma forma que se escarnecían los movimientos, ademanes y el mismo tono de voz de D. Francisco de Asís, convirtiéndolo en blanco de críticas y procacidades sin cuento, creadas sobre hechos más o menos reales que se iban agra­ vando peyorativamente al correr de boca en boca por tertulias y mentideros, cuyas consecuencias fueron difundir los desencuentros de un matrimonio que nunca debía haberse realizado. El día que cumplía Isabel los 16 años se celebraban los desposorios de ella y de su hermana. A los pocos meses la separación del matrimonio real era ya una cosa pública. La reina se había enamorado de Serrano, un general progresista, que la empujó a dar el poder a los enemigos de su madre, pero María Cristina y Narváez pusieron fin a aquella aventura amorosa y personal y, desde entonces, Narváez se convirtió en el guardián de la Monarquía. Mientras, los favoritos se sucedían en la cama de la reina de manera más discreta, pues por falta del marido adecuado, la vida privada de Isabel fue propensa a los escándalos (como libidino­ sas veleidades los calificó González Bravo), con separación práctica y pública de su cónyuge, lo que provocó amonestaciones del papa e intervenciones conciliadoras de algunos políticos.

3. errores políticos y escándalos privados Entre los favoritos y amantes de Isabel, además del general Serrano, se cuentan el bajo de ópera Mirall, el cantante Valldemosa, el maestro Arrieta, el cantante Obregón, el marqués de Bedmar (Miguel Tenorio), Ruiz de Arana (duque de Baena consorte), el comandante de Ingenieros Puigmoltó, Marfori su secretario, etcétera. Una galería de personajes consentida por el marido, que somete a su esposa a toda clase de chan­ tajes, hasta el punto de que el rey consorte se convierte en un elemento desestabilizador de primer orden,

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tanto en la política del país como en la vida de palacio, de manera que Narváez tiene que amenazarlo en más de una ocasión con encerrarlo en Segovia, pero las conspiraciones del rey seguían con la colaboración de fray Fulgencio, confesor del rey y una monja adicta a las llagas y con el apoyo que le proporcionaba la conducta de la reina (una mezcla de pecado y arrepentimiento). También se ha señalado la existencia de una camarilla, cuya compañía y consejos constituían otro elemento perturbador y negativo para la honra y el prestigio de la soberana. En 1849 dicha camarilla reunía a algunos de sus componentes más característicos, como eran la célebre sor Patrocinio, Fray Fulgencio, D. Martín Roda, secretario del rey, los gentileshombres Quiroga, hermano de la monja y Baena, más los señores Bal­ boa, Melgar y Fuentes de Tejada. La existencia de la camarilla influyó en su creciente impopularidad y el gru­ po alejó del poder a los progresistas, que se declararon antidinásticos; la monja y el cura fueron los artífices de que la reina designara a Clonard como jefe de un gabinete que solo duró 24 horas (19-20 de octubre de 1849) y que fue denominado el gabinete relámpago, cuya caída fue provocada por la indignación de la opi­ nión pública, la dimisión de la mayor parte de las autoridades civiles y la crítica de la prensa –a la que no se sumaron los periódicos absolutistas–. Al día siguiente, sor Patrocinio fue enviada a Talavera de la Reina, Fray Fulgencio a Archidona y Clonard a Jaén en situación de cuartel, quedando en libertad pero desprovisto del mando del colegio general militar; los demás implicados en el caso fueron desterrados o arrestados. Con un esposo y tantos amantes es normal que Isabel II tuviera una numerosa descendencia: Luis murió al nacer, Isabel, María Cristina (nacida en 1854 y muerta a los tres días), María de la Concepción muerta a los 5 años; Alfonso XII (nace en 1857), María del Pilar Berenguela (1861-1879), María de la Paz (1862-1946), casada en 1883 con Luis Fernando de Baviera, Eulalia (1864-1958) y Francisco de Asís Leopoldo (muerto al mes).

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